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HISTORIA
DE LA
POESÍA CASTELLANA
EN LA EDAD MEDIA
POR EL DOCTOK
DON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO
EDICIÓN ORDENADA Y ANOTADA
DON ADOLFO BONILLA Y SAN MARTIN
TOMO 111
MA ÜRID
LIBRERÍA GENERAL DE VICTORIANO SUÁREZ
Calle de Preciados, 4S
1 g 1 6
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OBRAS COMPLETAS
DON MARCELINO MENENDEZ Y PELAYO
HISTORIA
DE LA
POESÍA CASTELLANA
EN LA EDAD MEDIA
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HISTORIA
DE LA
POESÍA CASTELLANA
EN LA EDAD MEDIA
POR EL DOCTOR
DON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO
EDICIÓN ORDENADA Y ANOTADA
DON ADOLFO BONILLA Y SAN MARTIN
TOMO III
MADRID
LIBRERÍA GENERAL DE VICTORIANO SUÁREZ
Calle de Preciados, 48
1916
..cO^
ES PROPIEDAD
Madrid.— Establecimiento tipográfico de Fortanet, Libertad, 29. — Teléfono 991.
CAPITULO XXI
[ españa en tiempo de los reyes católicos. reformas políticas y
sociales. — la expansión española. desarrollo de la cultura; la
arquitectura; la escultura; la pintura; la música. — influencia
triunfante de los humanistas; los geraldinos; pedro mártir; lu-
cio marineo; alonso de palencia; neerija; la universidad de alcalá
y cisneros . introducción y desarrollo de la imprenta . la
historia. la elocuencia política. la novela.]
Hoy, con la misma verdad que en tiempo del buen Cura de los
Palacios, repite la voz unánime de la historia, y afirma el sentir
común de nuestro pueblo, que en tiempo de los Reyes Católicos
«fué en España la mayor empinación, triunfo é honra é prosperidad
»que nunca España tuvo». Porque si es cierto que los términos de
nuestra dominación fueron inmensamente mayores en tiempo del
Emperador y de su hijo, y mayor también el peso de nuestra espada
y de nuestra política en la balanza de los destinos del mundo, toda
aquella grandeza, que por su misma desproporción con nuestros
recursos materiales tenía que ser efímera, venía preparada, en lo
que tuvo de sólida y positiva, por la obra más modesta y más pecu-
liarmente española de aquellos gloriosos monarcas, á quienes nues-
tra nacionalidad debe su constitución definitiva, y el molde y forma
en que se desarrolló su actividad en todos los órdenes de la vida
durante el siglo más memorable de su historia. Lo que de la Edad
Media destruyeron ellos, destruido quedó para siempre: las institu-
ciones que ellos plantearon ó reformaron, han permanecido en pie
hasta los albores de nuestro siglo; muchas de ellas no han sucum-
bido por consunción, sino de muerte violenta; y aun nos acontece
5 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
volver los ojos á algunas de ellas cuando queremos buscar en lo
pasado algún género de consuelo para lo presente.
Aquella manera de tutela más bien que de dictadura, que el
genio político providencialmente suele ejercer en las sociedades
anárquicas y desorganizadas, pocas veces se ha presentado en la his-
toria con tanta majestad y tan fiero aparato de justicia.
«Recebistes de mano del muy alto Dios» (decía á los Reyes el
Dr. Francisco Ortiz, en 1492, en el más elocuente de sus Cinco Tra-r
tados) «el ceptro real en tiempos tan turbados, cuando con peligro-
»sas tempestades toda España se subvertía, cuando más el ardor de
»las guerras civiles era encendido, cuando ya los derechos de la
»república acostados iban en total perdición. No había ya lugar su
»reparo. No había quien sin peligro de su vida sus propios bienes é
»sin miedo poseyese: todos estaban los estados en aflicción, é con
»justo temor en las cibdades recogidos; los escondrijos de los cam-
»pos con ladronicios manaban sangre. No se acecalaban las armas
»de los nuestros para la defensa de los límites cristianos, mas para
»que las entrañas de nuestra patria nuestro cruel fierro penetrase.
»E1 enemigo doméstico sediento bebía la sangre de sus cibdada-
»nos: el mayor en fuerza é más ingenioso para engañar, era ya más
»temido é alabado entre los nuestros; y asi estaban todas las cosas
» fuera del traste de la justicia, confusas é sin alguna tranquilidad
»turbadas. E allende daquesto, la lei é medida de las contratacio-
nes de los reinos, que es la pecunia... con infinitos engaños cada
»día recebía nuevas formas é valor diverso en su materia segund la
»cobdicia del más cobdicioso, habiendo todos igual facultad para la
» cuñar é desfacer en total perdición de la república. Pues ¿á quién
»eran seguros los caminos públicos? A pocos por cierto: de los ara-
»dos se llevaban sin defensa las yuntas de los bueyes: las cibdades é
» villas por los mayores ocupadas, ¿quién las podrá contar? Ya la
» majestad venerable de las leyes había cubierto su faz: ya la fe del
» reino era caída...»
Ni se tengan éstos por encarecimientos retóricos, de que poco
necesitaba el orador que tan dignamente supo ensalzar la conquista
de Granada. Los documentos públicos y privados, que dan fe del
miserable estado del reino en tiempo de Enrique IV, abundan de
CAPITULO XXI 9
tal suerte, que casi parece un lugar común insistir en esto. Hasta
los embajadores extranjeros, por ejemplo, los del duque de Borgo-
ña, en 147 3, unían su voz al clamor general contra el menosprecio
de la justicia y la licencia de los poderosos para abatir á los que no
lo eran, y la desolación de la república, y los robos que se hacían
del patrimonio real, y la licencia que se concedía á todos los malhe-
chores, «y esto con tanto atrevimiento como si no hubiera juicio
»entre los hombres». Bien conocido es, y quizá puede juzgarse apa-
sionado, aunque por su misma insolencia sea notable testimonio del
escándalo á que las cosas habían llegado, el terrible memorial de
agravios que los proceres alzados contra Enrique IV formularon en
Burgos en 29 de Septiembre de 1 464. Pero no puede negarse entera
fe á lo que no con vagas declamaciones, sino enumerando casos
particulares, nos dejó escrito Hernando del Pulgar en la 25.a de sus
Letras, dirigida en 1473 al obispo de Coria, documento doblemente
importante por su fecha, anterior en un año sólo al advenimiento
de los Reyes Católicos. Allí se encuentran menudamente recopila-
dos «las muertes, robos, quemas, injurias, asonadas, desafíos, fuer-
»zas, juntamientos de gentes, roturas que cada día se facen abun-
y>danter en diversas partes del reino». «Ya vuestra merced sabe
»(dice el cronista) que el duque de Medina con el Marqués de Cá-
»diz, el conde de Cabra con Don Alonso de Aguilar, tienen cargo
»de destruir toda aquella tierra de Andalucía, é meter moros
» cuando alguna parte destas se viere en aprieto. Estos siempre tie-
»nen entre sí las discordias vivas é crudas, é crecen con muertes é
»con robos, que se facen unos á otros cada día. Agora tienen tre-
»guas por tres meses, porque diesen lugar al sembrar; que se aso-
»laba toda la tierra, parte por la esterilidad del año pasado, parte
»por la guerra, que no daba lugar á la labranza del campo... Del
»reino de Murcia os puedo bien jurar, señor, que tan ajeno lo repu-
»tamos ya de nuestra naturaleza como el reino de Navarra; porque
»carta, mensajero, procurador ni cuestor, ni viene de allí ni va de
»acá más ha de cinco años. La provincia de León tiene cargo de
»deslruir el clavero que se llama maestre de Alcántara (i), con
(1) D. Alonso de Monroy.
I O HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
» algunos alcaides é parientes que quedaron sucesores en la enemis-
tad del maestre muerto. El clavero sive maestre, siempre duerme
»con la lanza en la mano, veces con cient lanzas, veces con seis-
cientas... ¿Qué diré, pues, señor, del cuerpo de aquella noble
» cibdad de Toledo, alcázar de emperadores, donde grandes y me-
» ñores todos viven una vida bien triste por cierto y desaventurada?
^Levantóse el pueblo con don Juan de Morales é prior de Aroche,
»y echaron fuera al conde de Fuensalida é á sus fijos, é á Diego de
^Ribera que tenía el alcázar, é á todos los del señor maestre (i).
»Los de fuera echados han fecho guerra á la cibdad, la cibdad tam-
»bien á los de fuera: é como aquellos cibdadanos son grandes inqui-
sidores de la fe, dad qué herejías fallaron en los bienes de los labra-
»dores de Fuensalida, que toda la robaron é quemaron, é robaron
ȇ Guadamur y otros lugares (2). Los de fuera, con este mismo celo
»de la fe, quemaron muchas casas de Burguillos, é ficieron tanta
»guerra á los de dentro, que llegó á valer en Toledo sólo el cocer
»de un pan un maravedí por falta de leña... Medina, Valladolid,
»Toro, Zamora, Salamanca, y eso por ahí está debajo de la cobdi-
»cia del alcaide de Castronuño (3). Hase levantado contra él el señor
»duque de Alba para lo cercar; y no creo que podrá, por la ruin dis-
»posición del reino, é también porque aquel alcaide... allega cada vez
»que quiere quinientas ó seiscientas lanzas. Andan agora en tratos
»conél, porque dé seguridad para que no robe ni mate. En Campos
»naturales son las asonadas, é no mengua nada su costumbre por la
»indisposición del reino. Las guerras de Galicia de que nos solíamos
»espeluznar, ya las reputamos ceviles é tolerables, immo lícitas. El
^condestable, el conde de Treviño, con esos caballeros de las Monta-
Ȗas, se trabajan asaz por asolar toda aquella tierra hasta Fuenterra-
»bía. Creo que salgan con ello, según la priesa le dan. No hay más
»Castilla; si no, más guerras habría... Habernos dejado ya de facer al-
»guna imagen de provisión, porque ni se obedesce ni se cumple, y
»contamos las roturas é casos que acaescen en nuestra Castilla, como
(1) El de Santiago, D. Juan Pacheco.
(2) Alude á los desmanes contra los conversos.
(3) Pedro de Mendaña, uno de los mayores facinerosos de aquel tiempo.
Puso á rescate la mayor parte de las ciudades de Castilla la Vieja.
CAPITULO XXI II
»si acaesciesen en Boloña, ó en reinos do nuestra jurisdicción
s>no alcanzase... Certificóos, señor, que podría bien afirmar que
»los jueces no ahorcan hoy un hombre por justicia por nin-
»gún crimen que cometa en toda Castilla, habiendo en ella asaz
»que lo merescen, como quier que algunos se ahorcan por injus-
ticia... Los procuradores del reino, que fueron llamados tres
»años ha, gastados é cansados ya de andar acá tanto tiempo,
»más por alguna reformación de sus faciendas que por conser-
vación de sus consciencias, otorgaron pedido é monedas: el
s>qual bien repartido por caballeros é tiranos que se lo coman,
»bien se hallará de ciento é tantos cuentos uno solo que se
^pudiese haber para la despensa del Rey. Puedo bien certificar
»á vuestra merced, que estos procuradores muchas é muchas
» veces se trabajaron en entender e dar orden en alguna reforma-
»ción del reino, é para esto ficieron juntas generales dos ó tres
»veces: é mirad quán crudo está aún este humor é quan rebelde,
»que nunca hallaron medicina para le curar; de manera que, deses-
»perados ya de remedio, se han dejado dello. Los perlados eso mis-
»mo acordaron de se juntar, para remediar algunas tiranías que se
»entran su poco á poco en la iglesia, resultantes destotro temporal;
»é para esto el señor arzobispo de Toledo, é otros algunos obispos,
»se han juntado en Aranda. Menos se presume que aprovecha-
rá esto.»
Basta este cuadro, cuyas tintas (conforme al genio blando y mi-
sericordioso de Pulgar) son más bien atenuadas que excesivas, para
comprender el caos de que sacó á Castilla la fuerte mano de la
Reina Católica, asistida por el genio político y la bizarría militar
de su consorte. El mal exigía remedios heroicos, y por eso fué apli-
cado sin misericordia el cauterio. Ninguno de los más ardientes pa-
negiristas de la Reina Católica (¿y quién puede dejar de serlo?) ha
contado entre sus excelsas cualidades la tolerancia y la mansedum-
bre excesivas, que, cuando hacen torcer la vara de la justicia, no
han de llamarse virtudes, sino vicios. Todos, por el contrario, con-
vienen en que fué más inclinada á seguir la vía del rigor que la de
la piedad; «y esto facía (añade su cronista Pulgar) por remediar á
s>la gran corrupción de crímenes que falló en el reino cuando sub-
12 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
»cedió en él» (i). Más de I.500 robadores y homicidas desaparecie-
ron de Galicia en espacio de tres meses, ante el terror infundido por
los dos jueces pesquisidores que la Reina envió en 1481: cuarenta y
seis fortalezas fueron derribadas entonces, y veinte más tarde: ajus-
ticiados como principales malhechores Pedro de Miranda y el ma-
riscal Pero Pardo. Cuando en 1477 la Reina puso su tribunal en el
alcázar de Sevilla, «fueron sus justicias (según el dicho de Andrés
»Bernáldez) tan concertadas, tan temidas, tan executivas, tan es-
»pantosas á los malos», que más de cuatro mil personas huyeron
de la ciudad, unos á Portugal, otros á tierra de moros. Aquietados
los bandos de Ponces y Guzmanes; convertido en héroe épico y en
Aquiles de la cruzada granadina el más terrible de los banderizos
andaluces; allanada en Mérida, en Medellín y en Montánchez la de-
sesperada resistencia del feudalismo extremeño, sostenido en los
hombros hercúleos del clavero de Alcántara D. Alonso de Monroy;
organizada en las hermandades la resistencia popular contra tiranos
y salteadores, pudo ponerse mano en la restauración interior del
reino, empresa harto más difícil que lo había sido la de vengar la
afrenta de Aljubarrota en los llanos de Toro, y depositar los tro-
feos de aquella retribución sobre la tumba del malogrado D. Juan I.
No bastaba decapitar materialmente la anarquía mediante aque-
llas terríficas y espantables anatomías de que habla el Dr. Villa-
lobos, sino que era preciso cortarla las raíces para impedirla reto-
ñar en adelante. Y entonces se levantó con formidable imperio la
potestad regia, nunca más acatada y más amada de nuestro pue-
blo, porque nunca, desde los tiempos de Alfonso XI, habían tenido
nuestros reyes tan plena conciencia de su deber, y nunca había
hecho tanta falta lo que enérgicamente llamaban nuestros mayores
el oficio de rey. Y con este oficio cumplieron los Reyes Católicos, no
(1) «En tiempos de los Reyes Católicos, de gloriosa memoria (dice el
»Dr. Villalobos en el metro 38 de sus Problemas morales) había tanta severi-
dad en los jueces, que ya parecía crueldad, y era entonces necesaria, por-
•>que aún no estaban apaciguados del todo estos reinos, ni acabados de do-
»mar en ellos los soberbios y tiranos que había, y por eso se hacían muchas
>carnecerías de hombres, y se cortaban pies y manos y espaldas y cabezas,
*sin perdonar ni disimular el rigor de la justicia.»
CAPITULO XXI 13
ciertamente á sabor de los que hoy reniegan de la tradición, ó qui-
sieran amoldarla á sus peculiares antojos, pero sí en consonancia
con las leyes de nuestra civilización y con el impulso general de las
monarquías del Renacimiento. Puede decirse que en aquel momento
solemne quedó fijada nuestra constitución histórica.
La reforma de juros y mercedes de 1480, verdadera reconquista
del patrimonio real, torpemente enajenado por D. Enrique IV; la
incorporación de los maestrazgos á la corona, con lo cual vino á ser
imposible la existencia de un estado dentro de otro estado; la pro-
hibición de levantar nuevas fortalezas, y allanamiento de muchas
de las antiguas, con cuyos muros la tiranía señorial se derrumbó
para siempre; la centralización del poder mediante los Consejos; la
nueva planta dada á los tribunales, facilitando la más pronta y ex-
pedita administración de justicia; el predominio cada día creciente
de los legistas; la anulación de la aristocracia como elemento polí-
tico, no como fuerza social; las tentativas de codificación del doctor
Montalvo y de Lorenzo Galíndez, prematuras sin duda, pero no in-
fecundas; la directa y eficaz intervención de la corona en el régi-
men municipal, hondamente degenerado por la anarquía del siglo
anterior; el nuevo sistema económico que se desarrolló en innume-
rables pragmáticas, las cuales, si pecan de prohibitivas con exceso,
porque quizá lo exigía entonces la defensa del trabajo nacional, son
dignas de alabanza en lo que toca á la simplificación de monedas,
pesos y medidas, al desarrollo de la industria naval y del comercio
interior, al fomento de la ganadería; la transformación de las bandas
guerreras de la Edad Media en ejército moderno, con su invenci-
ble nervio, la infantería, que por siglo y medio había de dar la ley
á Europa; y en otro orden de cosas, muy diverso, la cruenta depu-
ración de la raza mediante el formidable instrumento del Santo Ofi-
cio y el edicto de 1 492; la reforma de los regulares claustrales y
observantes, que, realizada á tiempo y con mano firme, nos ahorró
la revolución religiosa del siglo xvi... son aspectos diversos de un
mismo pensamiento político, cuya unidad y grandeza son visibles
para todo el que, libre de las pasiones actuales, contemple desinte-
resadamente el espectáculo de la historia.
A la robustez de la organización interior; á la enérgica disciplina
I \. HISTORIA DE LA P02SIA CASTELLANA
que, respetando y vigorizando la genuina espontaneidad del carác-
ter nacional, supo encauzar para grandes empresas sus indomables
bríos, gastados hasta entonces míseramente en destrozarse dentro
de casa, correspondió inmediatamente una expansión de fuerza ju-
venil y avasalladora, una primavera de glorias y de triunfos, una
conciencia del propio valer, una alegría y soberbia de la vida, que
hizo á los españoles capaces de todo, hasta de lo imposible. La for-
tuna parecía haberse puesto resueltamente de su lado, y como que
se complaciese en abrumar su historia de sucesos felices y aun de
portentos y maravillas. Las generaciones nuevas crecían oyéndolas,
y se disponían á cosas cada vez mayores. Un siglo entero y dos
mundos, apenas fueron lecho bastante amplio para aquella desbor-
dada corriente. ¿Qué empresa humana ó sobrehumana había de
arredrar á los hijos y nietos de los que en el breve término de cua-
renta y cinco años habían visto la unión de Aragón y Castilla, la
victoria sobre Portugal, la epopeya de Granada y la total extirpa-
ción de la morisma, el recobro del Rosellón, la incorporación de
Navarra, la reconquista de Ñapóles, el abatimiento del poder fran-
cés en Italia y en el Pirineo, la heguemonía española triunfante en
Europa, iniciada en Oran la conquista de África, y surgiendo del
mar de Occidente islas incógnitas, que eran leve promesa de in-
mensos continentes nunca soñados, como si faltase tierra para la di-
latación del genio de nuestra raza, y para que en todos los confines
del orbe resonasen las palabras de nuestra lengua?
A tan prodigioso alarde de fuerza y poderío; á tanta extensión de
imperio, no podía menos de acompañar un desarrollo de cultura
más ó menos proporcionado á la grandeza histórica de aquel pe-
ríodo. Y así fué, en efecto, aunque no con la misma intensidad en
todos los órdenes de la actividad intelectual, porque no maduran
todos los frutos á un tiempo, ni las peculiares evoluciones del arte
se ajustan siempre con estricto rigor á la cronología política, por
más que remota é indirectamente nunca dejen de enlazarse con
ella. En aquel período están los gérmenes de cuanto floreció en
nuestro siglo de oro, pero casi nunca son más que gérmenes. En
aquel reinado nacieron, y en parte se educaron, los grandes refor-
madores de la poesía y de la prosa castellana en tiempo del Empe-
CAPITULO XXI 15
rador Carlos Y, los Boscán, los Garcilaso, los Mendoza, los Villalo-
bos, los Guevara, los Valdés, los Oliva, pero sus triunfos pertenecen
á la generación siguiente. Salvo la maravilla de la Celestina, todavía
la literatura del tiempo de los Reyes Católicos corresponde más
bien á la Edad Media que al período clásico, aunque de mil modos
le anuncia y prepara. El teatro se emancipa y seculariza, pero sin
salir todavía de sus formas elementales, églogas, farsas, representa-
ciones, de tosquísimo artificio. La lírica se remoza en parte por in-
fusión, de elementos populares, pero, en el campo de la imitación
erudita, no avanza un paso sobre el arte de los Menas y Santillanas.
La historia, ni en Pulgar mismo, se atreve á abandonar la forma de
crónica. Los moralistas más originales parecen un eco de los del
reinado de D. Juan II. Los monumentos más importantes de la no-
vela, como el Amadís de Garci Ordóñez de Montalvo, son refundi-
ciones de libros anteriores. En toda esta literatura de fin de siglo,
por otra parte tan digna de consideración, lo que más se echa de
menos es espíritu de novedad, audacia para lanzarse por rumbos
desconocidos; lo que, á primera vista, parece que debía faltar me-
nos en tiempo de los Reyes Católicos. Un fenómeno idéntico, pero
más general, observamos en la literatura del primer tercio de nues-
tro siglo. Es evidente que el romanticismo, sobre todo en Francia,
germinó en imaginaciones excitadas desde la cuna por el grandioso
tumulto de la Revolución y de las guerras del Imperio; y sin em-
bargo, nada más lejano del romanticismo que la tímida, acompasa-
da y académica literatura de la Revolución y del Imperio.
No pretendemos extremar la comparación entre cosas tan diver-
sas, mucho más cuando, estudiando atentamente la literatura de las
postrimerías del siglo xv, descubrimos en ella esperanzas y prome-
sas que indican un vigor latente, y explican y preparan la magnífi-
ca eflorescencia del tiempo del Emperador. Pero no hay duda que
aquella edad fué de transición en todas las esferas del arte, y que
en ninguna llegó á crear una forma propia y definitiva, si se pres-
cinde de la excepción solitaria antes indicada.
¡Pero qué lujo de detalles, qué exuberancia de fantasía, qué pom-
pa y suntuosidad en algunas de estas formas de transición, espe-
cialmente en las maravillas de decoración que entonces produjo la
1 6 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
arquitectura! Parece que el arte ojival, en este postrer período, su-
cumbe ahogado bajo una lluvia de flores en Burgos, en Valladolid,
en Toledo. La ligereza, la esbeltez y la elegancia de las líneas, que-
dan en segundo término, ante la riqueza y el lujo de la ornamenta-
ción. Diríase que no se construye más que para decorar, para hala-
gar los ojos con visiones espléndidas, trabajando la piedra como
labor de encajes, convirtiendo las fachadas y los patios en escapa-
rates de orfebrería, pidiendo á una fauna y á una flora fantásticas
motivos incesantemente renovados por una imaginación caprichosa
é inagotable.
Es condición de toda forma de arte sobrevivirse á sí misma, y
coexistir con la que la sucede. Por más de sesenta años siguieron
levantándose en España fábricas ojivales, más ó menos floridas, al
lado de los primeros edificios del Renacimiento. Y lejos de ser vio-
lento el choque entre los dos estilos, ni poder tirarse bien en los
primeros momentos una línea divisoria, vemos que el segundo apa-
reció tímidamente y casi á la sombra del primero, combinándose
con él en diversas proporciones, de donde resultó un conjunto abi-
garrado, pero no falto de originalidad: un estilo de transición que
en Castilla llamamos plateresco, profuso en menudísimas labores.
Poco á poco las bóvedas se rebajaban, el arco apuntado iba cedien-
do al semicircular, si bien las columnas greco-romanas aparecían
más altas de lo que tolera Vitrubio, y el frontón se aguzaba hasta
cerrarse en pirámide; la invasión de los nuevos elementos era, con
todo eso, indudable, por mucho trabajo que á veces cueste reco-
nocerlos: ¡tan desfigurados están! Los primores incomparables de
ejecución salvan de la tacha de falta de armonía esta manera licen-
ciosa, pero elegante, que se personifica en el gran nombre de Enri-
que Egas. Al mismo tiempo, Fr. Juan de Escobedo, educado sólo en
las prácticas ojivales, se arroja nada menos que á la restauración
de un monumento de la antigüedad, y casi por instinto levanta los
arcos derruidos del acueducto de Segovia.
El predominio de la arquitectura romana iba creciendo por días,
á medida que los españoles dilataban su paseo triunfal por Italia.
Los Egas, los Fernán Ruiz, los Diego de Riaño, los Covarrubias, los
Bustamante, los Juan de Badajoz, son ya arquitectos de pleno Re-
CAPITULO XXI 17
nacimiento, en las obras de los cuales, si las medidas y proporcio-
nes antiguas no andan muy exactamente observadas, la tendencia
á sujetarse á ellas es innegable, siquiera la regularidad que en sus
obras buscan, yazga oprimida por la pomposa, alegre y lozana vege-
tación que campea en sus portadas, y que hace el efecto de una
selva encantada del Ariosto ó de los libros de caballerías. Los acce-
sorios ahogan el conjunto y sin duda lo enervan; pero son tales los
detalles de menudísima escultura, tal la belleza de los medallones,
frontones y frisos, que el crítico más severo no puede. menos de
darse por vencido ante un arte que de tal modo busca el placer de
los ojos, y lamentar de todo corazón la triste, seca y maciza regula-
ridad que después vino á agostar todas aquellas flores, á ahuyentar
de sus nidos á aquellos pájaros y á interrumpir aquella perpetua
fiesta que tal impresión de regocijo y bienestar produce en el áni-
mo no preocupado por teorías exclusivas é inexorables.
Pero este arte tan español, tan halagüeño y tan gracioso, llevaba
en sí propio el germen de su ruina. Al vestir la desnudez de los
miembros de la arquitectura romana, lo mismo que al sustituir la
crestería de la antigua iglesia gótica con los relieves del Renaci-
miento, se procedía como si el ornato tuviese por sí un valor inde-
pendiente de la construcción. Las artes, que en la Edad Media fue-
ron auxiliares de la arquitectura y se confundieron en la grandiosa
unidad del templo, se sobreponían al arte principal, le ahogaban
con sus abrazos, y le quitaban robustez y virilidad á fuerza de abru-
marle de galas. La escultura, que ya se levantaba pujante y trans-
formada, encontraba en esto sus ventajas, acelerándose el instante
de su emancipación. El cincel lozanísimo de Gil de Siloe apuraba
en los sepulcros de la Cartuja de Miraflores todos los primores y
delicadezas del arte ojival en sus postrimerías, convirtiendo el ala-
bastro en sutilísima tela labrada como á punta de aguja. La antigua
imaginería, próxima á caer envuelta en las ruinas del templo góti-
co, hacía el derroche y alarde más ostentoso de sus riquezas en los
colosales retablos de varios cuerpos, en los nichos con doseletes,
en las portadas de las iglesias y de los palacios; pero, sobre todo,
en los monumentos funerales, tan risueños á veces, que parecen
imaginados para hacer apacible la idea de la muerte. No hay acci-
Mknkndkz t Pela yo. — Poesía castellana. 111. ¿
1 8 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
dente del traje que no se reproduzca en la piedra con tanta minu-
ciosidad como si el artista bordara en seda ó en terciopelo. Y al
mismo tiempo que Damián Forment, en cuyas obras se siente algo
del aliento y de la fiereza de Donatello, inunda las iglesias de Ara-
gón con sus figuras de magnífica grandeza esculpidas con terrible
resolución y manejo, según la expresión de Jusepe Martínez, el arte
de los entalladores; el trabajo en madera llega á su apogeo en las
sillerías de coro de Felipe de Borgoña; y el arte (que entonces lo era
y maravilloso) de los rejeros y herreros, se adelanta con firme paso
en las vías del Renacimiento, inmortalizando su nombre el burga-
Íes Cristóbal de Andino en la reja de la capilla del Condestable, una
de las primeras obras en que artífice español procuró regirse por
las medidas clasicas. Era llegado el momento de la iniciación pura
y directa en el gusto italiano, y ésta se verificó en la escultura de
los monumentos sepulcrales antes que en ningún otro género de
obras. Artífices toscanos y genoveses dieron en Andalucía los pri-
meros ejemplares del nuevo estilo: en el sepulcro del arzobispo
Hurtado de Mendoza; en los mausoleos de la Cartuja de las Cuevas
de Sevilla. Pero en los de la Capilla Real de Granada, enterramiento
de los Reyes Católicos y de sus hijos doña Juana y D. Felipe, quizá
el cincel del florentino Domenico Fancelli quedó vencido por el del
español Bartolomé Ordóñez, aunque la fortuna, avara con él de sus
favores, haya mantenido hasta nuestros tiempos en la obscuridad
su nombre, el más digno de ser citado entre los predecesores de
Berruguete, que en 1520 volvía de Italia, trayendo en triunfo el arte
de Miguel Ángel. Al lado de la enérgica vitalidad que en aquel fin
de siglo mostraba la escultura, produciendo obras que ni antes ni
después han sido igualadas en nuestro suelo, parecen pobre cosa
los primeros conatos de la pintura, oscilante entre los ejemplos del
arte germánico y los del italiano, y más floreciente en la corona de
Aragón que en la de Castilla, como lo prueba la famosa Virgen de
los Conselhres, de Luis Dalmau, memorable ensayo de imitación del
primitivo naturalismo flamenco. Pero fuera de ésta y alguna otra
oxcepción muy señalada, las tablas que nos quedan del siglo xv,
interesantísimas para el estudio del arqueólogo, y no bien clasifica-
das aún, dicen poco al puro sentimiento estético, y los nombres de
CAPITULO XXI 19
sus obscuros autores Fernando Gallegos, Juan Sánchez de Castro,
Juan Núñez, Antonio del Rincón, Pedro de Aponte, no despiertan
eco ninguno de gloria. Sin embargo, el progreso de unos á otros es
evidente; ya Alejo Fernández rompe la rigidez hierática y realiza un
notable progreso en la técnica. Y, por otra parte, la pintura mural
y decorativa tiene alta representación en las obras de Juan de Bor-
goña. El arte pictórico español, propiamente dicho, el único que
tiene caracteres propios y refleja el alma naturalista de la raza, no
ha nacido aún; tardará todavía un siglo en nacer, un siglo de tímida
y sabia imitación italiana, que cubre y disimula el volcán próximo á
estallar.
También la música asoció su voz á los triunfos y pompas de este
reinado, y vio cumplirse durante él notables evoluciones en su par-
te especulativa, á la vez que en la práctica empezaban á ampliarse
los términos de su dominio. Los Reyes mismos daban el ejemplo
de protegerla: más de cuarenta cantores fueron asalariados por la
Reina Isabel, tan famosos algunos como Anchieta y Peñalosa, ade-
más de los tañedores de órgano, clavicordio, laúd y otros instru-
mentos. El Libro de la Cámara del Príncipe D. Juan, que compuso
Gonzalo Fernández de Oviedo, nos muestra cuánta importancia se
concedió á la música en la educación del primogénito de la corona.
«Era el principe Don Joan mi Señor (dice Oviedo) naturalmente
^inclinado á la música, é entendíala muy bien, aunque su voz no
»era tal como él era porfiado en cantar... En su cámara avía un
>claviórgano, é órganos, é clavecímbanos, é clavicordio, é vihuela de
j>mano é vihuelas de arco é flautas, é en todos estos instrumentos
»sabía poner las manos. Tenia músicos de tamborino é salterio é
^dulzainas et de harpa, é un rebelico muy precioso que tañía un
»Madrid, natural de Caramanchel, de donde salen mejores labrado-
res que músicos, pero éste lo fué muy bueno. Tenia el Principe
»muy gentiles menistriles, altos de sacabuche é cheremías é corne-
jas é trompetas bastardas, é cinco ó seys pares de atabales: é los
>unos é los otros eran muy hábiles en sus oficios, é como conve-
lían para el servicio é casa de tan alto principe.»
Existía, pues, además de la música religiosa, un arte cortesano,
cuyas relaciones con la música popular son evidentes en algunos
2 O HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
villancicos y cantarcillos de Juan del Encina, cuyos tonos, junta-
mente con la letra, nos ha conservado el inestimable Cancionero de
la biblioteca de Palacio, transcrito y publicado por Barbieri. Y aun-
que todavía los compositores profanos de este tiempo no hubiesen
alcanzado á emanciparse de los artificios del contrapunto, ya es
visible en ellos la tendencia expresiva y el deseo de acomodar la
música á la letra. Igual fenómeno acontecía simultáneamente en el
campo de la poesía, y á veces por virtud de los mismos hombres,
puesto que Juan del Encina (por ejemplo) era á un tiempo músico
y poeta. Los temas del arte popular pasaban al arte erudito, lo pro-
fano y lo religioso se compenetraban estrechamente, y la labor in-
consciente y genial de los artistas se reforzaba con las audacias de
los preceptistas y escritores técnicos, que eran ya en bastante nú-
mero, y que si bien en los fundamentos especulativos suelen per-
manecer aferrados á la doctrina de Boecio, la modifican y atenúan
con originales interpretaciones, arrojándose algunos á sentar prin-
cipios notablemente revolucionarios y de no pequeña trascendencia
para la estética musical. Autorizado el carácter matemático de la
Música y su puesto entre las disciplinas liberales por Casiodoro, por
Boecio, por San Isidoro, por todos los grandes institutores de la
Edad Media, había logrado el arte del sonido penetrar desde muy
temprano en las escuelas episcopales y monásticas, y luego en las
más famosas universidades, donde nunca tuvieron asiento el arte de
la mazonería ni el de la imaginería, á pesar de los portentos que
cada día creaban. El Bachiller Alfonso de la Torre, autorizado in-
térprete de la ciencia oficial del siglo xv, expone bellamente en
aquella novela alegórica y enciclopédica que llamó Visión Delecta-
ble, la elevada noción que entre sus contemporáneos prevalecía so-
bre la Música y sus efectos. «Tanta es la necesidad mía (hace decir
á la propia Música), que sin mí no se sabría alguna sciencia ó dis-
»ciplina perfetamente. Aun la esfera voluble de todo el universo
»por una armonía de sones es traída, et yo soy refeción et nudri-
» mentó singular del alma, del corazón et de los sentidos, et por mí
»se excitan et despiertan los corazones en las batallas, y se animan
»et provocan á causas arduas y fuertes; por mí son librados et re-
levados los corazones penosos de la tristura, y se olvidan de las
CAPITULO XXI 21
acongojas acostumbradas. Y por mí son excitadas las devociones
»et afecciones buenas para alabar á Dios supremo et glorioso, et
»por mí se levanta la fuerza intellectual á pensar transcendiendo las
»cosas espirituales, bienaventuradas y eternas.»
Este concepto científico de la Música, si es cierto que la realzaba
sobre sus hermanas las otras artes, injustamente desheredadas, traía
consigo el peligro, muy sensible para la Música misma, de ver olvi-
dada y sacrificada su verdadera importancia estética en aras de
fantásticos idealismos ó de un vano y pedantesco aparato geomé-
trico. Por fortuna y como reacción y contrapeso á esta tendencia
dogmática y estéril, los cantores y músicos prácticos, los organis-
tas y maestros de capilla, comenzaron á imprimir ciertos epítomes
ó cuadernos puramente prácticos, sumas de canto llano y canto de
órgano. Guillermo Despuig, uno de los más antiguos, declaraba
francamente en 1495 que la institución musical de Boecio, aunque
singular y divina, «era casi enteramente inútil para el arte de can-
tar». Y todavía fué más allá Gonzalo Martínez de Bizcargui (1511),
acusado por su adversario Juan de Espinoa «de enseñar á poner
en escripto herejías formales en Música, contradiciendo á Boecio...
é á todos cuantos autores antes dellos et en su tiempo han escripto
desta mathemática». Pero el gran revolucionario musical de enton-
ces, el que la historia general del arte no ha olvidado, por más que
tardase más de cien años en fructificar su reforma, adoptada y des-
arrollada luego por Zarlino, fué el andaluz Bartolomé Ramos de
Pareja, que desde 1482 se había hecho famoso en la Universidad de
Bolonia con su doctrina del temperamento, que inició nueva tonali-
dad y levantó nueva escala contra el hexacordo tradicional, supo-
niendo necesariamente alteradas las razones de las cuartas y quin-
tas en los instrumentos estables.
Trazado rápidamente, y no otra cosa permiten los límites de esta
digresión, el cuadro de la vida nacional en aquellos órdenes que
más ó menos inmediatamente se ligan con el que es objeto de nues-
tras indagaciones, procede ya concentrar nuestra atención en la
literatura, haciéndonos cargo ante todo de los dos grandes hechos
que aceleraron su progreso durante este reinado y abrieron las
puertas de una nueva era. Estos dos hechos son la influencia triun-
22 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
fante de los humanistas, y la introducción de la imprenta en nues-
tro suelo.
La cultura clásica, que de un modo imperfecto y á veces de se-
gunda mano, había penetrado en la corte de D. Juan II, y que con
más severa disciplina habían recibido algunos españoles en la corte
napolitana de Alfonso V, triunfa en tiempo de los Reyes Católicos,,
merced á los esfuerzos combinados de humanistas italianos residen-
tes en España y de humanistas españoles educados en Italia. Ni á
unos ni á otros faltó altísima y regia protección y estímulo y re-
compensa, que no nacían de vano dilettantismo, ni de efímero ca-
pricho de la moda, sino del convencimiento en que nuestros mo-
narcas estaban de cumplir así una misión civilizadora. Aunque el
Rey Católico distase mucho de ser ajeno á las buenas letras, como
lo persuade el hecho de haber sido educado clásicamente por un
traductor de Salustio, el maestro Francisco Vidal de Nova, la prin-
cipal y más directa y eficaz iniciativa en este orden pertenece á la
Reina Isabel, que ya en edad madura llegó á superar las dificulta-
des de la lengua latina, bajo el magisterio de Doña Beatriz Galindo,
y protegió el estudio de las humanidades con tal ahinco, que hizo
exclamar al protonotario Lucena, en su Epístola exhortatoria d las-
letras: «La muy clara ninpha Carmenta letras latinas nos dio: per-
adidas en nuestra Castilla, esta Diana serena las anda buscando;
»quien sepa de las letras latinas que perdió Castilla, véngalo á de-
>cir á su dueño, é avrá buen hallazgo... ¿Non vedes quantos co-
»mienzan aprehender, mirando su realeza?... Lo que los reyes fasen
»bueno ó malo, todos ensayamos de lo facer: si es bueno, por apla-
»cer á nos mesmos: si es malo, por aplacer á ellos. Jugaba el rey,
»eran todos tahúres: estudia la Reina, somos agora estudiantes.»
Y no sólo estudiaba la Reina, sino las Infantas, sus hijas, cele-
bradas todas cuatro por Luis Vives como mujeres eruditas, sin ex-
cluir á la infeliz Doña Juana, que contestaba de improviso en lengua
latina á los discursos gratulatorios que la dirigían en las ciudades de
Flandes. Del príncipe D. Juan refiere su criado Gonzalo Fernández de
Oviedo, que «salió buen latino é muy bien entendido en todo aque-
» lio que á su real persona convenía saber». Todavía tenemos car-
tas latinas suyas entre las de Marineo Sículo; y Juan del Encina, al
CAPITULO XXI 23
dedicarle su traducción de las Bucólicas de Virgilio, dice de él que
«favorescía maravillosamente la sciencia, andando acompañado de
» tantos é tan doctísimos varones».
El ejemplo de la casa real fué prontamente seguido por los pro-
ceres castellanos, que en todo aquel siglo venían ya distinguiéndose
por la afición más ó menos ilustrada á las letras y á sus cultivado-
res. El Almirante D. Fadrique Enríquez hizo venir en I484 á Lu-
cio Marineo Sículo; el Conde de Tendilla, embajador en Roma,
trajo en 1487 á Pedro Mártir de Anglería, el cual empezó por co-
mentar en Salamanca las sátiras de Juvenal, con tal aplauso y con-
curso de gentes, que tenía que entrar en clase llevado en hombros
de sus discípulos.
A estos dos principales educadores de la nobleza castellana, hay
que añadir los nombres, literariamente menos famosos, de los dos
hermanos Antonio y Alejandro Geraldino, encargado el primero de
la enseñanza de la Infanta Doña Isabel, y el segundo de la de sus
hermanas. Uno y otro dejaron más fama de pedagogos que de escri-
tores: del hermano mayor sólo se citan unas Bucólicas Sagradas;
del menor, que fué protonotario apostólico y poeta laureado, y últi-
mamente obispo de la isla de Santo Domingo, una oración gratula-
toria al Papa Inocencio VIII. Tiene, no obstante, el mérito de haber
sido uno de los primeros que empezaron á recoger lápidas é ins-
cripciones romanas en España.
Mucho mayor es la importancia del lombardo Pedro Mártir, no
sólo por el gran número de discípulos que tuvo en Valladolid y en
Zaragoza, 'figurando entre ellos los primeros nombres de la aristo-
cracia castellana, sino por la originalidad de su persona, por su
talento nada vulgar de escritor, y por el grande interés histórico
de sus libros, considerados como fuente histórica, abundantísima,
aunque no siempre segura, para las cosas de su tiempo. Pedro Már-
tir de Anglería ó Anghiera, andante en corte de los Reyes Católi-
cos y de sus sucesores desde 1488 á 1526; preceptor de la juventud
cortesana en las artes liberales; canónigo de Granada, en cuya gue-
rra había tomado parte y á cuya conquista asistió; primer abad de
la Jamaica, donde no residió nunca; embajador al sultán del Cairo:
miembro del primitivo Consejo de Indias; corresponsal asiduo de
24 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Papas, Cardenales, Príncipes, magnates y hombres de letras, ofrece
en su persona uno de los más antiguos y clásicos tipos de lo que
hoy diríamos periodismo noticiero. Mientras otros latinistas se esfor-
zaban en renovar las formas clásicas de la historia y vestir con la
toga y el laticlavio á los héroes contemporáneos, él escribía día por
día, en una latinidad muy abigarrada y pintoresca, llena de chis-
tosos neologismos, cuanto pasaba á su lado, cuantos chismes y mur-
muraciones oía, dando con todo ello incesante pasto á su propia
curiosidad siempre despierta, y á la de sus amigos italianos y espa-
ñoles. Tenía para su oñcio la gran cualidad de interesarse por todo
y no tomar excesivo interés por ninguna cosa, con lo cual podía
pasar sin esfuerzo de un asunto á otro, y dictar dos cartas mientras
le preparaban el almuerzo. Acostumbrado á tomar la vida como un
espectáculo curioso, gozó ampliamente de cuantos portentos le
brindaba aquella edad, sin igual en la historia; y estuvo siempre
colocado en las mejores condiciones para verlo y comprenderlo
todo, desde la guerra de Granada hasta la revuelta de las Comuni-
dades. Su espíritu, generalmente recto, propendía más á la benevo-
lencia que á la censura, sobre todo con aquellos de quienes espe-
raba honores y mercedes que contentasen su vanidad, muy subida
de punto, aunque inofensiva, y su muy positivo amor á las comodi-
dades y á las riquezas, que la fortuna le concedió ciertamente con
larga mano. Hombre de ingenio fino y sutil, italiano hasta las uñas,
quizá presumía demasiado de su capacidad diplomática; pero, á lo
menos, poseyó en alto grado el don de observación moral, el cono-
cimiento de los hombres. Sus juicios no han de tomarse por defini-
tivos; pero reflejan viva y sinceramente la impresión del momento.
El mismo, como todos los escritores de su género, rectifica á cada
paso y sin violencia alguna lo que en cartas anteriores había consig-
nado. El Opus Epistolarum es un periódico de noticias en forma
epistolar, dividido en 812 números, y no de otro modo debe ser
juzgado. Más aparato histórico tienen sus ocho Dccadcs de Orbe
novo, que fueron un libro de revelación, el primer libro por donde
la historia del descubrimiento de América vino á difundirse en Euro-
pa. La latinidad no era muy clásica que digamos; pero á pesar de
este defecto, que en aquellos tiempos difícilmente se perdonaba,
CAPITULO XXI 25
todo el público letrado de Italia devoró ávidamente estas Decadas,
dando ejemplo de ello el mismo Papa León X, que las leía de sobre-
mesa á su sobrina y á los Cardenales. Pedro Mártir, siguiendo su
peculiar instinto, había elegido lo más ameno, lo más exótico, lo
más pintoresco y divertido de aquella materia novísima, detenién-
dose, no poco, en las rarezas de historia natural, en los detalles an-
tropológicos, y en notar maligna y curiosamente los ritos, las cos-
tumbres y supersticiones de los indígenas, en aquello en que más
contrastaban con los hábitos del Viejo Mundo. Esta especie de cu-
riosidad científica realza sobremanera su libro, además del agrado
de su estilo, incorrectísimo ciertamente y á veces casi bárbaro,
pero muy suelto, chispeante é ingenioso. Tiene Pedro Mártir, como
preceptor y gramático, su importante representación en la historia
del humanismo español, y pudo escribir sin mucha nota de jactan-
cia, aunque en frases de pedantesco y depravado gusto, que habían
mamado la leche de su doctrina casi todos los proceres de Castilla
(suxerunt mea litteraria ubera principes Castellae fere omnes), pero
cuál fuese la calidad de esta leche, no poco desemejante de la láctea
libertas de Tito Livio, lo están pregonando á voces los mismos
escritos de Mártir; y ciertamente que si la severa disciplina de otros
maestros indígenas, como los Nebrijas, Barbosas, Núñez y Verga-
ras, no hubiese llevado el gusto por senderos más clásicos que los
de esta latinidad viciada y barroca, que viene á ser el calco de una
fraseología moderna, no hubiera emulado ni menos excedido la
España clásica del siglo xvi los esplendores de la Italia del siglo xv.
De todos modos, es harto evidente el servicio que Pedro Mártir
hizo á la historia de nuestro más glorioso reinado, para que por
defectos de forma hayamos de regatearle sus méritos de observa-
dor incansable y curioso, no menos que de narrador sensato y lúci-
do. Más modestos, aunque no menos positivos, fueron los que la
prestó el siciliano Lucio Marineo, discípulo de Pomponio Leto, y
profesor en Salamanca de Elocuencia y Poesía latina desde 1484
hasta 1496, en que pasó á ejercer su ministerio al aula regia, acom-
pañando luego al Rey Católico en su viaje á Ñapóles (l5°7) como
capellán suyo. Su vida, lo mismo que la de Pedro Mártir, se prolongó
mucho dentro del reinado de Carlos V, y lo permitió dejar varios
26 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
libros enteramente consagrados á la ilustración de nuestras cosas,
con espíritu sobremanera encomiástico, y quizá adulatorio en algún
caso. Su correspondencia familiar en diez y siete libros, menos
explotada hasta ahora que la de Mártir, abunda en noticias singu-
lares para nuestra historia política y literaria. En ilustrar los anales
de Aragón, especialmente en el período próximo á su tiempo, fué
de los primeros; y siempre será consultada con utilidad, aunque no
sin cautela, la vasta enciclopedia histórico-geográfica que tituló De
rebus Hispanice memorabilibús, cuyos primeros libros, por su traza
y por la variedad de especies que en ellos se mezclan, tienen mucho
parecido con los modernos libros de viajes, así como los últimos
pertenecen enteramente á la narración histórica, y conducen mucho
para la ilustración de los reinados de D.Juan II de Aragón y de los
Reyes Católicos.
El mismo Marineo Sículo, en una oración dirigida á Carlos V,
nos dejó curiosa conmemoración de los eruditos españoles de su
tiempo, contando entre ellos á sus propios discípulos y á los de
Pedro Mártir, muchos de los cuales nada dejaron impreso, pero
cuyo ejemplo influyó mucho por la alta prosapia de los que le
daban. El Arzobispo de Zaragoza, D. Alfonso de Aragón, hijo bas-
tardo del Rey Católico; el Arzobispo de Granada, D. Francisco de
Herrera; los Obispos de Salamanca y Plasencia, I). Francisco de
Bovadilla y D. Gómez de Toledo; el futuro Arzobispo de Sevilla é
Inquisidor general, D. Alonso Manrique, que en su juventud había
enseñado griego en Alcalá, grande amigo y protector de Erasmo;
el Cardenal de Monreal, D. Enrique de Cardona, y su hermano don
Luis, Obispo de Barcelona; el Abad de Valladolid, D. Alfonso En-
ríquez, á quien califica Marineo de liitcratissimits juveuis; el Obispo
de Osma Cabrero, concionator egregias; el Condestable D. Pedro
de Velasco, á quien Marineo oyó explicar en el gimnasio de Sala-
manca, siendo muy joven, las epístolas de Ovidio y la Historia
natural de Plinio; el Marqués de los Vélez, D. Pedro Fajardo; el
Duque de Arcos, D. Rodrigo Ponce de León; el Marqués de Denia,
D. Bernardo de Rojas y Sandoval, que emprendió sexagenario el
estudio de la gramática latina, y llegó á ser eminente en ella; el
doctísimo Conde de Oliva, D. Serafín Centelles; el Conde de Ten-
CAPITULO XXI 27
dilla, D. Iñigo López de Mendoza, «vir sapiens et litteris exctdtuss>;
el Marqués de Tarifa y Adelantado de Andalucía, D. Fadrique En-
ríquez de Rivera, gran conocedor de la historia antigua, y vastago
de una dinastía de Mecenas y de cultivadores de las letras y de las
artes; Rodrigo Tous de Monsalve, patricio hispalense, lomni genere
doctrinae doctissimus»... Si á todos estos nombres aristocráticos,
recordados en el discurso de Marineo, se añaden los de sus pro-
pios corresponsales y los de Pedro Mártir, tales como el Duque
de Braganza y Guimaraens, D. Juan de Portugal, D. Alonso de
Silva, D. Diego de Acevedo, Conde de Monterrós, D. García de
Toledo y D. Pedro Girón, no podrá menos de formarse muy ven-
tajosa idea del ardor desplegado por la nobleza española para ini-
ciarse en la nueva cultura, secundando el ejemplo de los Reyes
Católicos.
Pero ni Pedro Mártir, ni Lucio Marineo, ni los Geraldinos, aven-
tureros literarios más ó menos brillantes, preceptores meramente
aristocráticos, hombres harto medianos de carácter y de inteligen-
cia, y en los cuales se trasluce siempre algo del advenedizo y del
parásito, hubieran podido extender la acción del Renacimiento fue-
ra del recinto cortesano, si no les hubiese secundado, y en parte pre-
cedido, una legión de humanistas españoles, que con mayor celo y
desinterés y con más espíritu didáctico, trabajaron por difundir en
las escuelas de España la noción clásica que habían recogido en Ita-
lia. Lo primero era la reforma de los métodos gramaticales, el aban-
dono de los antiguos y bárbaros textos, la formación de los prime-
ros vocabularios, y la difusión de los autores clásicos, ya en su
original, ya en versiones más ó menos ajustadas. Y es cierto que en
esta parte pocos pueden disputar la prioridad de tiempo á Alonso
de Palencia, que si no llegó á poseer la lengua griega (á pesar de
haber vivido en la domesticidad del Cardenal Bessarion y de haber
tenido familiar trato con Jorge de Trebisonda y otros doctos bizan-
tinos), por lo cual sus infieles y revesadas traducciones de Plutarco
y de Josefo lograron muy poco aprecio, mereció bien de las huma-
nidades latinas por trabajos estrictamente filológicos, que son los
más antiguos de su genero en Castilla: el Opus sinonimorum, que
tenía ya terminado en 1472, y el Universal Vocabulario en latín y
28 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
romance, trabajo de su vejez, emprendido por orden de la Reina
Isabel, y dado á luz en 1490, un año antes del Diccionario de An-
tonio de Nebrija, que le lleva grandes ventajas y que inmediata-
mente le sepultó en el olvido. Hoy vive Palencia en la memoria de
las gentes más bien á título de cronista que de lexicógrafo, por más
que en la latinidad, vigorosa y pintoresca á veces, aunque crespa y
enmarañada, de sus Décadas, bien se trasluzcan los esfuerzos de su
autor para dominar la prosa clásica, cuyo estudio le sirvió para en-
sanchar los lindes de la nuestra hasta el grado de relativa perfección
que muestra la Batalla de los lobos y perros, y más todavía el tra-
tado de la Perfección del triunfo militar (1).
Pero los trabajos de Palencia, si se le considera meramente como
humanista, no fueron más que el preludio de los de Antonio de
Nebrija, el extirpador de la barbarie, el que mezcló (como cantaba
el helenista Arias Barbosa) las sagradas aguas del Permeso con las
del Tormes (2). «Fué aquella mi doctrina tan noble (decía el mismo
>Nebrija, con justo aunque poco disimulado orgullo), que aun por
»testimonio de los envidiosos y confesión de mis enemigos, todo
» aquesto se me otorga: que yo fui el primero que abrí tienda de la
»lengua latina y osé poner pendón para nuevos preceptos y que
»ya casi de todo punto desarraigué de toda España los Doctrinales,
»los Peros Elias y otros nombres aun más duros, como los Gaiteros,
»los Ebrardos, Pastranas y otros no sé qué apostizos y contrahechos
»gramáticos, no merecedores de ser nombrados. Y que si cerca de
»los hombres de nuestra nación alguna cosa se habla de latín, todo
»aquello se ha de referir á mí. Es, por cierto, tan grande el galar-
(1) [Consúltense: G. Cirot: Les Decades d' Alfonso de Palencia, en el Bulle-
tin hispanique (1909), tomo xi, págs. 425-437. — A Paz y Mélia: El cronista
Alonso de Palencia; Madrid, 1914. {A. B.)\
^ / Miscuit lúe sacris Tormi/i Permessidos uncus,
Barbaricum nostro rep///it orbe genus:
Primus et in palriam Phoebum, doctasqut sórores
Non tdli tacta detulit ante dio:
Pegasidumque ausus puro defonte sacerdos
Nostra per ausonios orgia ferré choros.
(Esta elegía de Arias Barbosa anda al principio de muchas ediciones anti-
guas de la Gramática de Nebrija.)
CAPITULO XXI 29
»dón deste mi trabajo, que en este género de letras otro mayor no
»se puede pensar» (i).
Nebrija, en efecto, que tornaba de Italia en 1473, después de una
residencia de diez años, y muchos antes que Pedro Mártir ni Lucio
Marineo pensasen en venir á nuestro suelo, traía como triunfal des-
pojo de su largo viaje, é iba á difundir por medio de la enseñanza,
primero en Sevilla, después en Salamanca (2) y finalmente en Al-
calá, la última palabra de la filología clásica de entonces, es decir, el
método racional y filosófico de Lorenzo Valla, contrapuesto al em-
pírico y rutinario de los gramáticos anteriores. Su doctrina, derra-
mada en innumerables opúsculos, y condensada al fin en su extensa
Gramática (cuya primera edición es de 1481), se alzó triunfante
sobre las ruinas del alcázar de la barbarie, por él abatido en desco-
munal certamen. Su nombre se convirtió en sinónimo de gramático,
y desde el siglo xvi hasta nuestros días, los artes para enseñar la
lengua latina siguieron intitulándose con su nombre, aunque poco
conservasen de su doctrina, ni menos del generoso espíritu de alta
cultura que la informaba. Casi nadie, por ejemplo (salvo Simón
Abril, y éste muy tardíamente), le siguió en lo que constituía la se-
gunda parte de su método, en lo que implicaba un apartamiento de
la tendencia escolástica, una dirección popular. Si en su volumino-
sa Gramática, escrita para uso de los maestros, había seguido la cos-
tumbre, universal entonces, de exponer los preceptos en lengua la-
tina, no por eso cayó en el absurdo (triunfante hasta el siglo pasa-
do) de creer que fuera cosa conveniente, ni siquiera posible, iniciar
á nadie en los rudimentos de una lengua, valiéndose de la misma
lengua que el principiante ignoraba. Por eso, siguiendo la alta ins-
piración de la Reina Católica, escribió, en romance contrapuesto
al latín, sus Introducciones «para que con facilidad puedan aprender
» todos, y principalmente las religiosas y otras mujeres consagradas
»á Dios». De este modo (como él decía) «sacaba la novedad de
sus obras de la sombra y tinieblas escolásticas á la luz de la corte».
(1) Prefación de su Vocabulario.
v2/ Spectatrix aderat tota Salmantica nutro...
Cum veni, vidi, vid...
listóla i I'< dro Mártir.)
30 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Y aun dio un paso más, y por él le debe eterna gratitud nuestro
idioma. Su Arte de la Lengua Castellana, publicado casi providen-
cialmente el mismo año de la conquista de Granada y del descu-
brimiento del Nuevo Mundo, fué la primera gramática que de nin-
guna lengua vulgar se hubiese dado á la estampa: es, sin disputa, el
más antiguo de todos los libros de filología romance.
Nebrija, en igual ó mayor grado que cualquier humanista italiano
de su tiempo, renovó y amplió en su persona aquel enciclopédico
saber que los antiguos consideraban inseparable de la profesión, en
otro tiempo tan honrada é ilustre, de gramático. Porque no sólo fué
versado en las lenguas griega y hebrea, de las cuales sabemos que
compuso también gramáticas que no han llegado á nuestros tiem-
pos, sino que abarcó en el círculo de sus estudios la interpretación
de los autores, así en la materia como en la forma, lo cual le obligó
á hacer frecuentes excursiones al campo de la teología, como lo
prueban sus Quincuagenas; al del derecho, como lo acredita su
Lexicón juris civilis; al de la Arqueología, cuando estudió por pri-
mera vez el circo y la naumaquia de Mérida; al de las ciencias natu-
rales, como editor de Dioscórides; al de la Cosmografía y la Geode-
sia, y esto no meramente en calidad de compilador erudito, sino
midiendo, por primera vez en España, un grado del meridiano te-
rrestre, como base para la unidad de un sistema métrico: que á esto
y á otras innumerables cosas se extendía en el Renacimiento la
ciencia de los llamados gramáticos. Y si á esto se añade que Nebri-
ja fué historiador elegante (aunque excesivamente retórico y poco
original), de las cosas de su tiempo, y fué además poeta latino, de
sincera inspiración, y no de los fabricantes de centones, para prue-
ba de lo cual bastaría la hermosa elegía que compuso al visitar, des-
pués de muchos años, su patria, nadie podrá dejar de ver en el ilus-
tre maestro andaluz la más brillante personificación literaria de la
Kspaña de los Reyes Católicos, puesto que nadie influyó tanto como
él en la general cultura, no sólo por su vasta ciencia, robusto enten-
dimiento y poderosa virtud asimiladora, sino por su ardor propa-
gandista, á cuyo servicio puso las indomables energías de su carác-
ter, arrojado, independiente y cáustico. Gracias á ello, y á la pro-
tección resuelta de la Reina Católica y de Cisneros, pudo en toda
CAPITULO XXI 31
ocasión reivindicar altamente los fueros de la libertad científica, y
proseguir impertérrito la reforma de los estudios, sin que las fuer-
zas le desfalleciesen aun en la extrema ancianidad. Y todavía en su
lecho de muerte, contemplando imperfecta su obra, llamaba con-
sus votos quien la completase, y repetía incesantemente aquel ver-
so virgiliano, que luego había de recoger el Brócense, considerán-
dose á sí propio como el vengador invocado por Xebrija:
Exoriare aliquis ?iostris ex ossibus ultor.
A su nombre debe ir unido inseparablemente el de su grande
amigo, y comprofesor de lengua griega, el portugués Arias Barbo-
sa, discípulo de Angelo Policiano. Poco dejó escrito, y su nombre
fué eclipsado muy pronto por el de su más egregio discípulo el
Comendador Griego, Hernán Núñez; pero hay justicia en reconocer
que Arias Barbosa fué el patriarca de los helenistas españoles, y el
que en Salamanca inauguró esta enseñanza, por lo cual dijo bien
Andrés Resende en su Encomium Erasmi:
docuit ?iam primus iberos
Hippocrenaeo Gratas componere voces
Ore
Pero la Universidad de Salamanca, nacida en los tiempos medios,
y aferrada todavía á la tradición escolástica, debía presentar, como
la de París, larga resistencia á los humanistas innovadores, que tan
diverso sentido traían de la vida y de la ciencia. Por otra parte, el
régimen excesivamente democrático de aquellas aulas, solía alejar
de ellas á profesores muy beneméritos. Una votación de estudian-
tes en oposición á cátedra desairó á Xebrija, cargado de años y de
méritos, y le obligó á trocar las aulas de Salamanca por las de Al-
calá. Esta Universidad, creada de nueva planta por el Cardenal Ji-
ménez en 1508, ofrecía un asilo más hospitalario á los nuevos es-
tudios. Su fundador había excluido de aquellas aulas la enseñanza
del Derecho civil, reduciendo mucho la del canónico. La Teología
continuaba imperando, pero no ya en su forma antigua, dogmática
y polémica, sino más bien en la de estudio é interpretación del
texto sagrado, para lo cual el conocimiento de los originales hebreo
32 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Y grieg° Y e^ trabajo crítico de los humanistas eran preciso y nece-
sario instrumento. Por eso en el período de gloria de la escuela
complutense, que abarca los primeros sesenta años de su vida, se
cultivaron en ella con igual amor la antigüedad profana y la sagra-
da (i). Allí brillaron simultáneamente el cretense Demetrio Ducas,
maestro de lengua griega; los hebraizantes conversos Alfonso de
Zamora, Pablo Coronel y Alfonso de Alcalá; los dos hermanos Ver-
garas, traductor el uno de Aristóteles y el otro de Heliodoro, y
autor de la más antigua gramática griega compuesta en España, que
fué al mismo tiempo una de las más difundidas en Europa durante
aquel siglo; el toledano Lorenzo Balbo de Lillo, á quien se debieron
correctas ediciones de Valerio Flaco y Quinto Curcio; el reforma-
dor filosófico Hernán Alfonso de Herrera, primero que osó levantar
la voz contra los peripatéticos en su Disputación de ocho levadas con-
tra Aristótil y sus secuaces, precediendo, no sólo á las tentativas de
Pedro Ramus, sino á las del mismo Luis Vives; Diego López de
Stúñiga, docto y acérrimo contradictor de Erasmo; Mateo Pascual,
fundador del Colegio Trilingüe; Pedro Ciruelo, que hermanó el es-
tudio de las Matemáticas con el de la Teología. De las cuarenta y
dos cátedras que el Cardenal estableció, seis eran de gramática lati-
na, cuatro de otras lenguas antiguas, cuatro de retórica y ocho de
artes, ó sea de filosofía. Erasmo reconoce y pondera en muchas par-
tes el esplendor científico de Compluto, de la cual dice que con
más razón podía llamarse tcocvtiaoutov, por ser rica en todo género
de sabiduría.
La grande obra de aquellos egregios varones fué la Políglota
C omplutetise, monumento de eterna gloria para España, sean cuales
fueren sus defectos, enteramente inevitables entonces; obra que
(i) Este carácter distintivo cíe la Universidad de Alcalá en la que pode-
mos llamar su edad de oro, fue perfectamente expresado por Erasmo
(ep. 755): Academia Complutensis non aliunde celebritatem nominis aaspicata est
ijuam a complectcndo linguas ac bonas liiieras.
[Consúltense, acerca de Lebrija y la Universidad de Alcalá: P. Lemus y
Rubio: El maestro Elio Antonio de LcbrLxa, 1 (en Revue Hispanique, 1910); A. de
la Torre y del Cerro: La Universidad de Alcalá; dalos para su historia; Ma-
drid, 1910. (A. B.)]
CAPITULO XXI 33
hace época y señala un progreso en la lectura del texto bíblico, y
que era en su línea el mayor esfuerzo que desde las Hexaplas de
Orígenes se había intentado en el mundo cristiano. La Políglota se
hizo incluyendo, además del texto hebreo, el griego de los Setenta,
el Targum caldaico de Onkelos (sólo para el Pentateuco), uno y otro
con traducciones latinas interlineales, y la Vulgata. Llena los cua-
tro primeros tomos el Antiguo Testamento; el quinto (que fué el
primero en el orden de la impresión) está dedicado al Testamento
Nuevo (texto griego y latino de la Vulgata), y el sexto es de gra-
máticas y vocabularios (hebreo, caldeo y griego). Los trabajos pre-
paratorios duraron diez años. A los artífices de este monumento los
hemos nombrado ya: la parte hebrea corrió á cargo de los tres
judíos conversos, siendo de Alfonso de Zamora la gramática; en la
parte griega trabajaron el cretense Ducas, Vergara, el Pinciano
(Hernán Núñez), y algo Antonio de Nebrija, que más bien intervi-
no en la corrección de la Vulgata. Códices hebreos, los había con
abundancia en España, y de mucha antigüedad y buena nota, pro-
cedentes de nuestras sinagogas, donde siempre se había conservado
floreciente la tradición rabínica. Tampoco faltaban buenos ejempla-
res latinos; pero no los había griegos, y hubo que pedirlos al Papa
León X, que facilitó liberalmente los de la Vaticana, que fueron
enviados en préstamo á Alcalá, como expresamente dice el Carde-
nal en la dedicatoria, y no copiados en Roma, por más que así lo
indique su biógrafo Quintanilla. Para fundir los caracteres griegos,
hebreos y caldeos, nunca vistos en España, y hacer la impresión,
vino Arnao Guillen de Brocar, y en menos de cinco años (¡celeridad
inaudita, dadas las dificultades!) se imprimió toda la Biblia, cuyos
gastos ascendieron, según Alvar Gómez, á cincuenta mil escudos de
oro, cantidad enorme para entonces. La impresión estaba acabada
en 1517, pocos meses antes de la muerte del Cardenal; pero no
entró en circulación hasta 1520, de cuya fecha es el Breve apostó-
lico de León X, autorizándola, «por juzgar indigno que tan excelen-
te obra permanezca por más tiempo en la obscuridad». El texto
griego del Nuevo Testamento, impreso desde 1 5 14, antes que otra
cosa alguna de la obra, tiene la gloria de ser el primero que apare-
ció en el mundo, anterior en dos años al de Erasmo, cuya primera
Menkndez y Pei.ato. — Poesía castellana. III. ■>
34 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
edición es de 1 516. Erasmo y los complutenses trabajaron con en-
tera independencia, y el merecimiento de los unos en nada debe
perjudicar al del otro. A decir verdad, ambos textos adolecen de
no leves defectos, como fundados en códices relativamente moder-
nos, y todos de la familia bizantina. ¿Quién ha de pedir á aquellas
ediciones del siglo xvi, primeros vagidos de la ciencia filológica, la
exactitud y el esmero que en nuestros días ha podido dar á las su-
yas Tischendorf, sobre todo después del hallazgo del códice Sinaí-
tico? Erasmo tuvo que valerse de algunos códices de Basilea muy
medianos; muchas veces corrigió su texto por el de la Vulgata, y
- en la cuarta, quinta y sexta de sus ediciones, introdujo algunas en-
miendas tomadas de la Complutense.
Pocos príncipes han igualado á Cisneros en esplendidez como Me-
cenas y como protector del arte tipográfico. Además de la Políglo-
ta, publicó á sus expensas el Misal y el Breviario Mozárabes, res-
taurando en parte aquella antigua liturgia; las Epístolas de Santa-
Catalina de Sena, la Escala de San Juan Clímaco, las Meditaciones
del Cartujano, y otros muchos libros de devoción, que repartió por
los conventos de monjas; el Tostado sobre Ensebio, y luego las obras
todas del Tostado; mucha parte de las de Raimundo Lulio, á cuya
doctrina tenía especial afición, interviniendo en las ediciones los fa-
mosos lulianos Nicolás de Paz y Alonso de Proaza; la Agricultura
de Gabriel Alonso de Herrera, que repartió entre los labradores, y
las obras de Medicina de Avicena. Tenía, finalmente, pensado hacer
una edición greco-latina esmeradísima de todas las obras de Aristó-
teles, empresa tan monumental en su género como la Políglota,
pero murió antes de ver acabados los trabajos. Parte de ellos, en
especial los de Juan de Vergara, todavía se conservan entre las pre-
ciosas reliquias de la Biblioteca Complutense.
Pero no es del caso detenernos á tejer los anales de aquella famo-
sa escuela, que además, por lo que toca á su período más brillante,
fueron dignamente ilustrados por Alvar Gómez de Castro en su
vida latina del Cardenal, y por Alfonso García Matamoros en su
clásica oración Pro adserenda hispanorum eruditionc. Por otra parte,
sería ya traspasar los límites cronológicos de este reinado el asistir
á la formación del grupo erasmista, cuyo corifeo en Alcalá fué el
CAPITULO XXI 35
abad Pedro de Lerma; ni menos enumerar los elegantes escritos
con que ya en prosa, ya en verso, comenzaban á renovar la facun-
dia del antiguo Lacio Alvar Gómez, señor de Pioz, Juan Sobrarías,
Juan Pérez, que latinizó su apellido llamándose Petreyo, Juan Mal-
donado, y otros muchos humanistas, cuyos mejores trabajos perte-
necen al reinado siguiente. Baste decir que, en el primer tercio del
siglo xvi, la cultura greco-latina no se encerraba ya en los centros
universitarios, sino que muchos profesores privados, algunos de ellos
eminentes, la difundían por todas las ciudades y villas de alguna
consideración de Castilla y Andalucía; en Segovia, Juan Oteo, maes-
tro de Andrés Laguna; en Soria, el Bachiller Pedro de Rúa, ingenioso
censor de las ficciones de Fr. Antonio de Guevara; en Valladolid y
en Olmedo, Cristóbal de Villalón; en Toledo, Alfonso Cedillo,
maestro de Alejo de Venegas; en Calahorra, el Bachiller de la Pra-
dilla; en Santo Domingo de la Calzada, Pedro Lastra; en Sevilla,
Diego de Lora y Cristóbal de Escobar, dignos precursores de los
Malaras, Medinas y Girones; en Granada, Pedro Mota; en Écija, un
cierto Andrés, á quien por excelencia llamaron el Griego. ¿Qué más?
El estudio de las humanidades formó parte integrante de la cultura
femenil más aristocrática y exquisita; y en las cartas de Lucio Ma-
rineo, y en el Gynecaeiun Hispanae Miuervae, que compiló D. Ni-
colás Antonio, viven, juntamente con el nombre de La Latina, los
de Doña Juana Contreras, Isabel de Vergara, Antonia de Xebrija,
la Condesa de Monteagudo, Doña María Pacheco, Doña Mencía de
Mendoza, marquesa de Zenete, y otras doctas hembras, de una de
las cuales, por lo menos (Doña Lucía de Medrano), consta, por re-
lación de Marineo, el cual habla como testigo ocular, que tuvo cá-
tedra pública en la Universidad de Salamanca, dedicándose á la ex-
planación de los clásicos latinos. Y no hay duda que el grado de
educación de la mujer, cuando es verdadero cultivo del espíritu y
no pedantesca ostentación, suele ser el indicio más seguro del punto
de civilización alcanzado por un pueblo.
A esta rápida difusión del saber contribuyó en gran manera la
prodigiosa invención de la imprenta, que precisamente entró en Es-
paña el mismo año en que comenzaron á imperar los Reyes Católi-
-cos. De 1474 á 1475 datan las más antiguas impresiones de Valen-
36 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
cia (el Certamen poetich, el Comprehensorintn, el Salustio...), ciudad
que tiene la gloria de haber precedido á todas las de España, en ésta
como en otras manifestaciones de la cultura (i). Siguiéronla inme-
diatamente las otras dos capitales de la Corona de Aragón, Barce-
lona y Zaragoza, y entre las ciudades de los dominios castellanos
Sevilla, en 14/6; Salamanca, en I480; Zamora, en 1482; Toledo,
en 1483; Burgos, en 1485; Murcia, en 1487. En Lisboa existía por
lo menos tipografía hebrea, desde 1485. Durante el resto de aquel
siglo, la imprenta se extiende, no sólo á las ciudades de Lérida, Ge-
rona, Tarragona, Pamplona, Valladolid y Granada, sino á los mo-
nasterios de Miramar en Mallorca (1485) y Monserraten Cataluña,,
y á la villa de Monterrey en Galicia. Pasman el número y variedad
de impresiones de estos veintiséis años, el primor y aun la esplen-
didez de muchas de ellas, la abundancia relativa de obras en lengua
vulgar, alternando con las latinas, así clásicas como escolásticas. Y
son monumentos de la sabiduría legislativa y del generoso espíritu
de este reinado, las varias disposiciones encaminadas á favorecer
la publicación y venta de libros, comenzando por la memorable
Carta-orden de 25 de Diciembre de 1477, dirigida á la ciudad
de Murcia, mandando que Teodorico Alemán, impresor de libros
de molde en estos reinos, sea franco de pagar alcabalas, almoja-
rifazgo ni otros derechos, por ser uno de los principales invento-
res y factores del arte de hacer libros de molde, y exponerse á
muchos peligros de la mar, por traerlos á España y ennoblecer
con ellos las librerías. En 24 de Diciembre de 1489 vemos otor-
gada igual franquicia al librero Antón Cortés Florentín, y en 12 de
(1) El opúsculo barcelonés que lleva el título de Pro condenáis orationi-
bus y la fecha de 1468, no es un libro apócrifo, pero es evidentemente un
libro que tiene la fecha equivocada por lo menos en veinte años, como lo
persuaden todas sus circunstancias tipográficas. Es lástima que un patriotis-
mo local mal entendido, eternice este error y otros en la historia de nuestra
Tipografía, como acontece con los libros impresos en Tolosa, que indisputa-
blemente son de Tolosa de Francia, y no de la modesta villa guipuzcoana
del mismo nombre.
[Según cierto documento hallado por D. M. Serrano y Sanz (Arte Español,
revista, tomo 1, años 1914 — 19 15), los primeros libros españoles salieron de
las prensas zaragozanas. (A. £.)].
CAPITULO XXI 37
Diciembre de 1502 á Melchor Garricio de Novara, librero de
Toledo.
Merced á este desarrollo de la imprenta, se salvó en su mayor
parte la producción literaria de este tiempo, que quizá por eso pa-
rece más considerable que la de épocas anteriores. Abundan en
-ella, como habían abundado en la corte literaria de D. Juan II, las
traducciones de libros clásicos, predominando entre ellos los de his-
toria: el Plutarco y el Josefo, de Alonso de Palencia; el Apiano, de
Alonso Maldonado, y el de Juan de Molina; el Julio César, de Die-
go López de Toledo; el Salustio, de Vidal de Noya; el Tito Livio,
de Fr. Pedro de Vega; el Herodiano •, de Hernando de Flores; el
Quinto Curdo, catalán, de Fenollet, y el castellano de Gabriel de
Castañeda; el Frontino, de Diego Guillen de Avila. De poetas de la
antigüedad, se tradujeron las Metamorfosis de Ovidio, al catalán, por
Francisco Alegre, y al castellano por un anónimo, cuya versión es
diversa de la del Cardenal Mendoza; las Bucólicas de Virgilio, por
Juan del Enzina, que fué el primero en abandonar la prosa mala-
mente usada hasta entonces para la interpretación de los poetas;
algunas sátiras de Juvenal, por D. Jerónimo de Villegas, prior de
Covarrubias. Y entre otras obras de pasatiempo y amenidad, pasó á
nuestra lengua El asno de oro, de Apuleyo, castellanizado con mu-
cho donaire y viveza de estilo por Diego López de Cortegana, ar-
cediano de Sevilla. No hay para qué proseguir un catálogo que en
este lugar resultaría indigesto. Pero no podemos omitir que el pre-
dominio de la literatura italiana, tan vivo en todo aquel siglo y en
el siguiente, se manifiesta en obras tales como el Infierno, de Dante,
traducido en coplas de arte mayor por el arcediano de Burgos
Pedro Fernández de Villegas; un Decamerone de intérprete anóni-
mo, pero muy digno de que su nombre se supiera; y varias ver-
siones totales ó parciales de los Triunfos del Petrarca, por Alvar
Gómez de Ciudad Real, Antonio de Obregón y otros, aunque nin-
guno de ellos se atreva todavía á remedar el metro del original, y
prosigan fieles á la antigua versificación castellana.
También entre las producciones originales se aventajan en nú-
mero, y por lo común en calidad, las históricas, que habían sido el
nervio de nuestra literatura durante todo aquel siglo. Y á la vez que
38 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
en algunos narradores oficiales de sucesos contemporáneos y bió-
grafos de claros varones, como Hernando del Pulgar, formado en la
escuela de Fernán Pérez de Guzmán y del Canciller Ayala, es pa-
tente la tendencia á la observación moral, y junto con ella la apro-
ximación á los modelos clásicos, que el autor procura remedar in-
tercalando en el proceso de su relación largas epístolas y arengas,
que indirectamente revelan su pensamiento político; en otros más
apartados de esta dirección erudita, persiste en lo esencial el carác-
ter de la historiografía de los tiempos medios, como es de ver en
Andrés Bernáldez, cura de Los Palacios, el cual, así como fué el úl-
timo de nuestros cronistas, propiamente tales, vino á resultar el
más ameno y sabroso de todos ellos, tanto por la grandeza é inte-
rés cuasi novelesco de las cosas que registra y que en parte viór
cuanto por haber sabido unir á la amable ingenuidad y á la brillan-
tez pintoresca de los antiguos narradores cierta lucidez, cierto mé-
todo y espíritu de curiosa indagación y arte de distribuir y compo-
ner la materia, que ellos no solían tener.
Con la historia de aquellos tiempos se dan la mano, y contribu-
yen á ilustrarla en gran manera, ciertas manifestaciones, directas ó
indirectas, de la elocuencia política, ya en razonamientos que á
veces no tienen traza de invención retórica, como el de Gómez:
Manrique al pueblo de Toledo, ó el de Alonso de Quintanilla pro-
poniendo el establecimiento de las Hermandades; ya en opúsculos
de circunstancias, escritos á veces con tan libre espíritu y sentido
tan democrático como el llamado Libro de los pensamientos varia-
bles., que viene á ser dura acusación contra las tiranías de la noble-
za y la opresión de los labradores. Ni en otro género que en el ora-
torio podremos incluir, aunque no conste que fuesen públicamente
recitados nunca, la mayor parte de los tratados del Dr. Alonso Or-
tiz, que en medio del aparato escolar y á veces pedantesco, tiene
arranques sublimes de sentimiento patriótico en la oración gratula-
toria dirigida á los Reyes Católicos después de la conquista de Gra-
nada. De Fr. Hernando de Talavera, como de otros grandes orado-
res sagrados, queda más bien el recuerdo de sus obras vivas que de
sus palabras muertas; pero todavía sus libros de moral doméstica
conservan algún reflejo del alma de aquel apostólico varón, al
CAPITULO XXI 39
mismo tiempo que aprovechan para el estudio de las costumbres
de su tiempo.
En lo didáctico, la lengua comenzaba á ser aplicada á las mate-
rias más diversas. Villalobos, inspirándose en el Cántico de Avice-
na, exponía en romance trovado, llana y popularmente, el compen-
dio de los conocimientos médicos de su edad, y abría nuevos rum-
bos á la ciencia en la sección que trata de las pestíferas bubas,
monografía ponderada como dechado de observación por los sifilió-
grafos más recientes. Hernán Alonso de Herrera lanzaba en idioma
vulgar el primer grito de rebelión contra Aristóteles, y un deudo
suyo ennoblecía las labores del campo, exponiéndolas por modo tan
elegantísimo, que hubiera puesto envidia al mismo Columela.
Las flores de la imaginación engalanaron este robusto tronco, y
si no nació entonces la novela española, ni entonces llegó tampoco
á su apogeo, todavía hay que contar entre los timbres literarios de
este período la redacción definitiva del Amadís de Gaula; la con-
cepción sentimental y casi wertheriana de la Cárcel de Amor, de
Diego de San Pedro; la tentativa histórico-novelesca de la Cuestión
de Amor; y allá á lo lejos, no como forma intermedia entre el dra-
ma y la novela, sino como obra esencialmente dramática, que anun-
cia y prepara un arte nuevo, la Tragicomedia de Calisto y Melibea,
con su serenidad de mármol clásico, levantado como piedra milia-
ria entre la Edad Media y el Renacimiento.
Antes de exponer lo que la poesía lírica fué en este reinado, for-
zoso era dar razón del ambiente moral y literario en que los poetas
vivieron. No pasan en vano tantas y tales cosas delante de los ojos
de los hombres en tan corto número de años, ni es posible que la
fibra poética deje de estremecerse al contacto de una realidad tan
poderosa. Y aunque en general pueda decirse que los poetas de
aquella generación, como deslumhrados por aquella misma efusión
de luz que por todas partes les penetraba, no acertaron sino rara
vez á expresar digna y adecuadamente lo que sentían, dejando re-
servada esta tarea para sus inmediatos sucesores; todavía importa
saber en qué grado y medida concurrieron al movimiento civiliza-
dor que bajo el cetro de la Reina Católica se desarrolla, y que es
la introducción necesaria á las grandezas del siglo xvi. Vivían aún
4-0 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
en este reinado y durante él escribieron algunas de sus princi-
pales composiciones, la may-or parte de los poetas del reinado an-
terior, Antón de Montoro, Alvarez Gato, Pero Guillen de Se-
govia, los dos Manriques, cuyas obras conocemos ya. Pertene-
cen más peculiarmente á esta época los franciscanos Fr. Iñigo
de Mendoza y Fr. Ambrosio Montesino, el cartujano D. Juan de
Padilla, el músico y poeta Juan del Enzina, el procer aragonés don
Pedro Manuel de Urrea, el panegirista de la Reina Católica Diego
Guillen de Avila; innumerables versificadores del Cancionero Gene-
ral, entre los cuales logran mayor nombradía Cartagena, Garci-
Sánchez de Badajoz, Rodrigo de Cota y Diego de San Pedro; un
grupo numeroso de ingenios portugueses del Cancionero de Reséñ-
ele, que cultivan indiferentemente la lengua patria y la castellana, y
algunos catalanes y valencianos que también comienzan á ser bilin-
gües. En el examen analítico que vamos á hacer de toda esta varia
y confusa producción poética, en la cual hay muy pocas cosas de
primer orden, notaremos la persistencia de ciertos rasgos propios
de la literatura del siglo xv: el imperio de la alegoría dantesca, la
tendencia moral didáctica y sentenciosa; y advertiremos al propio
tiempo síntomas de novedad y de transformación, si no en los me-
tros, en el espíritu; maridaje frecuente de lo vulgar con lo erudito,
desarrollo visible de los elementos musicales del lenguaje, y un
lento infiltrarse de la canción popular en la lírica cortesana, que
hasta entonces la había desdeñado.
CAPITULO XXII
[LA POESÍA RELIGIOSA EN TIEMPO DE LOS REYES CATÓLICOS. FRAY IÑIGO
DE MENDOZA: SU VIDA Y SUS OBRAS J LA Vita Ckristi\ ROMANCES Y
villancicos; escenas dramáticas del poema; COMPOSICIONES políticas
DE FRAY ÍÑIGO.- — FRAY AMBROSIO MONTESINO; SUS OBRAS ; EL CdílCtO-
nero de montesino; influencia en él de la tradición franciscana
y especialmente del beato jacopone de todi; transfusión de la
poesía popular en la artística. — el Cancionero de juan de luzón. —
FRAY HERNANDO DE TALAYERA] .
La poesía religiosa, en tiempo de los Reyes Católicos, está repre-
sentada especialmente por dos franciscanos, Fr. Iñigo de Mendoza
y Fr. Ambrosio Montesino, y por un monje cartujo, Juan de Padi-
lla. Los dos primeros conservan muchos rasgos de la poesía tradi-
cional de su orden, y en el segundo, sobre todo, es visible la in-
fluencia de los Cánticos Espirituales del Beato Jacopone de Todi,
así en la expresión popular de los afectos místicos, como en lo can-
doroso y enérgico de la sátira moral.
Poco sabemos de la vida de Fr. Iñigo de Mendoza (i), homónimo
del Marqués de Santillana. Su apellido induce á creer que estaba
unido con la casa del Infantado por algún género de parentesco le-
gítimo ó ilegítimo, ó meramente por adopción en el bautismo, y
deudo espiritual. Quizá fuera judío converso y habría tomado al
bautizarse el nombre de su padrino, como era costumbre en aque-
llos tiempos. Las noticias que tenemos de este fraile menor no le
presentan como muy rígido observante, sino más bien como uno de
(i) López de Mendoza le llaman Amador de los Ríos y otros, pero no en-
cuentro el López en ninguna de las ediciones antiguas de su Cancionero.
42 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
aquellos conventuales aseglarados á quienes tuvo que reformar, con
tanta contradicción y lucha, el gran Cisneros. Vemos al Fr. Iñigo
muy introducido en palacio, festejado de los cortesanos por su ta-
lento poético, y envuelto al parecer en galanteos, muy ocasionados
y pecaminosos. Dos largas composiciones hay en el Cancionero Ge-
neral (núms. 814 y 815)) destinadas únicamente á zaherirle por su
gala y atildamiento, impropios de un religioso, y por su afición á
los placeres mundanos. Un obscuro trovador, llamado Vázquez de
Palencia, endereza ciertas coplas á su amiga porque le envió á pedir
la obra de « Vita Christh, que era, como adelante veremos, el más
sólido fundamento de la reputación poética de Fr. Iñigo; y aprove-
cha la ocasión para decir del fray le revolvedor y afortunado en amo-
res, las siguientes lindezas, y otras que por brevedad omito:
Este religioso santo,
Metido en vanos plazeres,
Es un lobo en pardo manto:
¿Cómo entiende y sabe tanto
Del tracto de las mujeres?
Tiene los ojos por suelo
Con muy falsa ypocresía,
Y con esto haze vuelo:
Que todo viene al señuelo
De su gentil fantasía.
Que no penséys por las ramas,
Mas antes dentro en el bayle,
Vi de sus perversas ramas,
En afeytes de las damas
Quál el diablo puso al fraile.
Otro galán, descontento también del lindo frayle de palacio, le
increpa en estos términos, con acusaciones todavía más graves y
directas:
Discreto Frayle, señor,
Ya callar esto no puedo,
Porque amores dan dolor
Á vos que serie mejor
Cantar bajo vuestro Credo...
CAPITULO XXII 43
Que el amor del como vos,
Frayle profeso y benigno,
Todo deve estar con Dios,
No querelle traer en pos
De quien tuerce tal camino.
Amor de ser el primero
A vuestras oras venir
Mucho presto y muy ligero;
Amor de ser postrimero
Del monesterio sallir;
No el primero de los moles
C071 damas que dan deseo,
Envidar, tener sus cotes;
Las razones sin dar botes
Rechazarlas de boleo.
Amor de traer cilicio,
Amor de gran abstinencia,
Amor de hazer servicio
Al señor del beneficio,
Amor de buena conciencia.
Amor en siempre rezar
Las horas devotamente;
Amor de muy bien guardar
Vuestra regla sin errar;
Amor de ser obediente:
No guardar mirar por dónde
Hablares la dama vuestra...
No por gracia el cecear
Contrahaciendo el galán;
No el reyr, no el burlar,
No de muy contino estar
Do amores vienen y van.
No pedir favor á damas,
No servirlas con canciones,
No encenderos en sus flamas,
Que son peligrosas llamas
Para sanar los perdones.
44 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
No con risueño mirar,
Viendo gracia en la mujer,
Desealla festejar,
Y dalle bien á mostrar
Que cartas layrdn á ver.
Xo las monjas requsrir
Alachas veces á mentido.
A. tal distancia de tiempo, es imposible determinar lo que pueda
haber de cierto en estas detracciones, nacidas acaso de la envidia
de los cortesanos contra el favor que disfrutaba Fr. Iñigo; y quizá
todavía más de la libertad y franqueza de los rasgos satíricos en que
abundan sus composiciones, sin exceptuar las ascéticas, y que de-
bieron de granjearle más de un enemigo. Pero si sus costumbres
hubiesen sido tan livianas como se da á entender en los versos trans-
critos, jamás la severidad de la reina Isabel hubiera consentido en
su corte á tan relajado fraile, aun antes de la reforma de los regu-
lares, en que tanto empeño mostró aquella heroica hembra. Por
otra parte, en los muchos versos que tenemos de Fr. Iñigo, no hay
cosa alguna que desdiga de su profesión religiosa, y sí muchas que
prueban la entereza de su carácter, la libertad cristiana de su espí-
ritu y la ferviente piedad de su corazón.
Estas obras, hoy demasiado olvidadas, pero que fueron en su
tiempo de las más populares, y de las primeras que merecieron los
honores de la imprenta, son principalmente el poema de Vita
Ch?'isti, compuesto á petición de Doña Juana de Cartagena; el Ser-
món trovado sobre las armas del rey D. Fernando, el Dictado en vi-
tuperio de las malas mujeres y alabanza de las buenas, las Coplas en
loor de los Reyes Católicos, la Cena que Nuestro Señor fizo á sus discí-
pulos, el Dechado de la reina Doña Isabel, la Justa de la razón contra
la sensualidad, los Gozos de Nuestra Señora, la Pasión del Redentor,
las Coplas al Espíritu Santo, y la Lamentación á la quinta angustia,
guando Nuestra Señora tenía á Nuestro Señor en sus brazos (i).
(i) Las primitivas ediciones de las obras poéticas de Fr. Iñigo de Mendo-
za se cuentan entre los libros más raros de la tipografía del siglo xv; y como
algunas de ellas no llevan fecha, no es fácil determinar su orden cronológi-
CAPITULO XXII 45
La más extensa de estas obras, y la que en su tiempo fué más
célebre, es el Vita Christi, que, con ser muy larga, no pasó nunca
del estado de fragmento, pues no alcanza más que hasta la degolla-
co. De las más antiguas es, sin duda, la que posee la Biblioteca Escurialense,
libro gótico, sin lugar ni año, ni foliatura ni reclamos; pero con signaturas de
á ocho hojas. Contiene el Vita xpi fecho por coplas... dpetició de la muy virtuosa
señora doña Juana de Cartagena; el Sermón trobado que fizo frey yñigo demédoza
al muy alto y muy poderoso príncipe rey y señor el rey do femado rey de Castilla
y de aragon sobre el yugo y coyundas que su alteza traite por devisa; el Dezir de
D. Jorge Manrique por la muerte de su padre, y el Regimiento de Principes de
Gómez Manrique, con la dedicatoria en prosa.
Las poesías de Fr. Iñigo de Mendoza fueron el fondo principal de varios
cancioneros, que son indisputablemente los más antiguos que se publicaron
en España. Hay uno sin lugar ni año, pero que á juzgar por los tipos, es de
Antón de Centenera, impresor de Zamora. Comienza con el Vita Christi, al
cual siguen el Sermón trobado, las Coplas en vituperio de las malas hembras y
en loor de las buenas; otras en que declara cómo por el advenimiento de los Re-
yes Católicos es reparada nuestra Castilla; el Dechado de la Reina Católica; la
Justa de la razón contra la sensualidad; los Gozos; la Cena de Nuestro Señor; la
Pasión de nuestro Redentor; coplas á la Verónica y al Espíritu Santo; Lamen-
tación de la quinta angustia. Ocupan lo restante del tomo las coplas de Jorge
Manrique, las de Juan de Mena sobre los pecados mortales, y una pregunta
de Sancho de Rojas á un aragonés sobre el amor.
Centenera reimprimió en Zamora «á 25 de Enero, año de 1482» el Vita Chris-
ti y el Sermón trobado, que se encuentran constantemente unidos al Regimiento
de Príncipes de Gómez Manrique, en los pocos ejemplares que se conservan.
Amador de los Ríos menciona otra edición de Toledo, en casa de Juan
Vázquez, sin año, que contiene todos los tratados incluidos en la primitiva de
Centenera, y además la Pasión de Cristo del Comendador Román. Juan Váz-
quez imprimía ya en 1486, y, por consiguiente, esta edición suya puede ser
anterior á la de Zaragoza, «por industria y expensas de Paulo Hurtas de Cons-
tancia alemán», 1492, que lleva por encabezamiento Coplas de Vita Chrislz\
de la Cena có la pasió y de la Verónica có la resurrecció de nuestro redentor.
É las siete angustias ¿siete gozos de Nuestra Señora, con otras obras mucho pro-
vechosas. Este rarísimo cancionero reproduce la mayor parte de las obras de
Fr. Iñigo contenidas en los anteriores, y también las Coplas de Jorge Manri-
que, y las de Juan de Mena sobre los pecados mortales, y añade otras varias
de diversos trovadores, tales como las «Coplas de la pasión» y las «de las siete
angustias de Nuestra Señora» por Diego de St. Pedro; unas «Coplas en loor de
Nuestra Señora, fechas por Ervías»; la Hystoria de la Sacratissima Virgen
María del Pilar de Zaragoza, fechas por Medina (que quizá sea la más antigua
46 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
ción de los inocentes. Otras partes de la vida del Redentor trató
Fr. Iñigo en las coplas de la Cena, en las de la Pasión, etc., pero
no es seguro que estas composiciones, que tienen unidad propia, y
poesía sobre este argumento"; la Obra de la Resurrección de Nuestro Redentor,
por Pero Ximénez; un Dezir gracioso y sotil de la muerte, por Fernán Pérez de
Guzmán; la Obra de los diez mandamientos é de los siete pecados mortales con sus
virtudes contrarias y las catorce obras de misericordia temporales y espirituales,
por Fr. Juan de Ciudad Rodrigo.
El Cancionero de Ramón de Llavia, impreso también en Zaragoza, y al pare-
cer algunos años antes de éste, trae de Fr. Iñigo dos composiciones no más:
el Dechado y regimiento de prÍ7i:ipes y las Coplas á las mujeres en loor de las vir-
tuosas y reprehensión de las que no son tales. Las demás poesías son de Fernán
Pérez de Guzmán, Juan de Mena, Jorge Manrique, Juan Álvarez Gato, D. Gó-
mez Manrique, Gonzalo Martínez de Medina, Fernán Sánchez Talavera y
Fr. Gauberte Fabricio de Vagad: todas ellas más ó menos ascéticas.
D. Fernando Colón, en el Registrum de su biblioteca, anota otra edición de
las Coplas de Vita Christi (al parecer solas), hecha en Sevilla, 1506, á dos co-
lumnas y con láminas.
Los Cancioneros generales contienen muy pocas poesías de Fr. Iñigo. En el
de Valencia, 1511, sólo hay dos brevísimas: una de ellas es un mote de cuatro
líneas. La otra es una canción, que reproduzco, por ser la única poesía pro-
fana y amatoria que nos queda de nuestro autor:
Para jamás olvidaros
Ni jamás á mí olvidarme,
Para yo desesperarme
Y vos nunca apiadaros,
¡Ay que mal hize en miraros!
No pueden mis ojos veros
Sin que me causen sospiros,
Mi forzado requeriros,
Mi nunca poder venceros.
Para siempre conquistaros
Y vos siempre desdeñarme,
Para yo desesperarme,
Y vos nunca apiadaros,
¡Ay qué mal hize en miraros!
En la Biblioteca del Escorial (III. K. 7) se conserva un cancionero manus-
crito de las principales poesías de Fr. Iñigo, que ofrece muchas variantes
respecto de los textos impresos.
Además de sus poesías, hay de Fr. Iñigo un libro rarísimo en prosa, que
Gallardo describe en estos términos:
CAPITULO XXII 47
-que siempre se imprimieron como piezas distintas, fuesen destina-
das por su autor á entrar en su obra capital; ni están tampoco en
el mismo metro.
El Vita Christi resulta tan dilatado, merced á las digresiones
morales y aun satíricas con que á cada momento interrumpe el
autor su narración. La mayor parte del poema está en quintillas
dobles, comenzando con esta cristiana invocación:
Aclara, sol divinal,
La cerrada niebla oscura
Que en el linaje humanal
Por la culpa paternal
Desde el comienzo nos dura;
Despierta la voluntad,
Endereza la memoria,
Porque syn contrariedad
A tu alta majestad
Se cante divina gloria...
Vienen á continuación los loores de Nuestra Señora, entrevera-
dos con una picante sátira sobre los devaneos y flaquezas de las da-
mas del tiempo de Fr. Iñigo (y éste fué sin duda el pasaje que pro-
vocó las iras de sus censores). El misterio de la Encarnación, la his-
toria de la Natividad, la Circuncisión del Señor, la adoración de los
Reyes Magos, la presentación de Jesús en el templo, llenan lo res-
tante del libro, que bruscamente queda interrumpido, como ya se
ha dicho, en el cuadro de la degollación de los inocentes.
En la narración hay mucha fluidez y gracia; notable desembarazo
en la parte satírica; pero lo que principalmente recomienda el poema
sComietifa un tratado breve y muy bueno de las cerimonias de la missa có sus
contéplaciones compuesto por frav Iñigo de medoca.-»
(Al fin): « Acabóse este presente tratado... Impresso por tres alemanes cópañeros.
En el año del nascimiento de nuestro señor de Mil CCCC y XCIX años, d
VII días del mes de Junio.* Cuarto gótico, sin reclamos ni foliatura, pero con
signaturas.
Este tratado, dividido en doce capítulos, está dedicado á Doña Juana de
Mendoza, mujer de Gómez Manrique, y precedido de una carta al maestro
en Teología Gómez de Santa Gadea, sometiendo á su juicio y corrección el
libro.
48 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
y le da carácter popular, es la presencia de elementos líricos, himnos,
romances y villancicos. La aparición de los romances, sobre todo, es
muy digna de tenerse en cuenta, y veremos que se repite en el Can-
cionero de Fr. Ambrosio Montesino. Fr. Iñigo de Mendoza intercala
en su Vita Christi uno que pone en boca de los serafines, y comienza:
Gozó muestran en la tierra,
Y en el limbo alegría;
Fiestas fagan en el cielo
Por el parto de María...
Todavía es más característico del tiempo y de la escuela trovado-
resca semi-popular en que no dudamos afiliar á nuestro franciscano,
esta desfecha de un villancico que parece de Juan del Enzina, aun-
que trovado á lo divino:
Eres niño y has amor:
¿Qué farás cuando mayor?
A la vez que estos accesorios líricos, encontramos en el Vita
Christi una escena casi dramática, la aparición del Ángel á los pas-
tores para anunciarles la Natividad: una especie de égloga, farsa ó
representación, escrita en el mismo lenguaje villanesco «provocante
á riso-» de que se había valido el autor de las Coplas de Mingo Re-
vulgo, é iba á valerse el ilustre músico salmantino, patriarca de nues-
tra escena. Fr. Iñigo prepara de este modo el episodio, disculpándo-
se de mezclar cosas de donaire y honesta alegría en tema tan sagrado:
Porque non pueden estar
En un rigor toda vía
Los arcos para tirar,
Suélenlos desempulgar
Alguna pieza del día.
Pues razón fué de mezclar
Estas chufas de pastores
Para poder recrear,
Despertar y renovar
La gana de los lectores.
Si se exceptúan algunos versos de relato en que habla el autor,
todo lo demás es un diálogo perfectamente representable, entre los
CAPITULO XXII
49
pastores Juan y Mingo y el Ángel. Véase alguna muestra, ya que
esta pieza ha sido enteramente olvidada por los que han tratado de
los orígenes de nuestra escena:
Mingo. Cata, cata, Juan Pastor,
Yo juro á mí pecador
Un hombre vien volando.
Juan. ¡Sí, para Sant Julián!
Y allega somo la peña.
Purraca el zurrón del pan,
Acogerme he á Sant Milián,
Que se me eriza la greña...
Mingo. ¿Tú eres hi de Pascual,
El del huerte corazón?
Torna, torna en ti, zagal;
Sé que no nos hará mal
Tan adornado garzón.
Pónteme aquí á la pareja,
Y venga lo que viniere;
Que la mi perra Bermeja
Le sobará la peleja
A quien algo nos quisiere.
Juan. Y si nos habla bien luego
Faremos presto del fuego
Para guisalle un tasajo;
Que no puedo imaginar,
Hablando, Mingo, de veras,
Qué hombre sepa volar
Si no es Johan escolar,
Que sabe de encantaderas...
Ángel. ¡O pobrecillos pastores,
Todo el mundo alegre sea;
Que el Señor de los Señores
Por salvar los pecadores
Es nacido en vuestra aldea! •
Es ya vuestra humanidad
Por este fijo de Dios
Libre de catividad.
Y es fuera la enemistad
De entre nosotros y vos:
Menéndez t Pelayo. — Poesía castellana. III.
5°
HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Y vuestra muerte primera
Con su muerte será muerta,
Y luego que aqueste muera,
Sabe que el cielo os espera
Á todos á puerta abierta.
No curéis de titubar
Y os daré cierta señal:
Id á do suelen atar
Los que vienen á comprar
Sus bestias en el portal;
Do sin más pontifical,
Ó varones sin engaños,
Veréis en carne mortal
La persona divinal
Empañada en pobres paños.
Juan. Minguillo, daca, levanta,
No me muestres más empacho,
Que, según éste nos canta,
Alguna cosa muy santa
Debe ser este mochacho.
Mingo. Para sa-caso te digo
Que puedes asmar de tanto,
Que si no fueses mi amigo,
Allá no fuese contigo,
Según que tengo el espanto:
Que hoy á pocas estaba
De caer muerto en el suelo,
Cuando el hombre que volaba
Oiste que nos cantaba
Que era Dios este mozuelo.
Mas no quiero estorcijar
De lo que tú, Juan, has gana;
Pues que tú huiste á baylar
Cuando te lo huy á rogar
Para las bodas de Juana.
Mas lleva allá el caramiello,
Los albogues y el rabé,
Con que hagas al chiquiello
Un huerte son agudiello,
Que quizá yo bailaré.
Pues luego de mañanilla
CAPÍTULO XXII 51
Tomemos nuestro endiliño,
Y lieva tú en la cestilla
Puesta alguna mantequilla
Para la madre del niño.
Y si están ahí garzones,
Como es día de Domingo,
Harás tú, Juan, de los sones
Que sabes de saltajones:
Y verás cuál anda Mingo.
Llamemos á Pascualejo,
El hi de Juan de Trascalle,
Para que mire sobejo
Aquel ciaron tan bermejo
Que relumbra todo el valle.
¡Cuan claro que está el otero!
Yo te juro á Sant Pelayo
Para ser cabo el enero
Nunca vi tal relumbrero,
Ni aunque fuese por el mayo.
¡Ó, bien de mí, qué donzella
Que canta cabo el chiquito!
Mira qué voz delgadiella:
Mal año para Juaniella,
Aunque canta voz en grito.
¡Oh, hi de Dios, qué gasajo
Habrás, Mingo, si lo escuchasl
Ni aun comer sopas en ajo,
Ni borregos en tasajo,
Ni sopar huerte las puchas.
¿No sientes huerte pracer
En oir aquel cantar?
¡Ó, cuerpo de su poder!
No me puedo contener
Que no vaya á lo mirar.
Mira cuánto gran lucillo
En Belén el aldeyuella:
Llama, llama á Terrebillo:
Tañerá su caramillo
Y yo la mi churumbella.
Yo tañeré mi rabé
Que tengo en la mi hatera,
52 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
El que viste que labré,
Después que me desposé
Andando en el encinera...
La misma animación y regocijo, y el mismo alegre y saludable
realismo, hay en la relación del pastor, que cuenta todo lo que había
visto en el portal de Belén:
El uno dijo en concejo:
¡Ó, si vieras, hi de Mingo,
Nieto de Pascual el viejo,
En un pobre portalejo
Lo que vimos el domingo!
Vi salir por el collado
Claridad relampaguera,
Aunque estaba enzamarrado,
Durmiendo con mi ganado
En esa verde pradera.
Los zagales con la dueña
Cantaban tan hnertemente,
Que derramé só la peña
La leche de mi terrena,
Por mejor para-llo miente.
Y más te digo de veras,
Que aun antes rodeando
Las ovejas parideras,
De somo las conejeras
Vi los Ángeles cantando.
El tempero ventiscaba
De cabo de regañón,
El cierzo asmo que helaba,
El gallego lloveznaba
Por todo mi zamarrón.
Mas viendo cantar de vero
Con la gayta los garzones,
Desnuyé la piel de cuero,
Por correr así ligero
Á notar las sus canciones.
Vilos claros como el rayo,
Y al ruedo de sus cantares,
Á la hé dejé mi sayo,
CAPÍTULO XXII 53
Y baylé sin capisayo
Por somo los escolares,
Y tomé tanta alegría
Con su linda cantadera,
Que á sobejo parecía
Que panar se revertía
Por la mi gargomillera...
Hemos indicado antes el parentesco literario que media entre el
autor del Vita Ckristi y el de las Coplas de Mingo Revulgo. Esta
derivación es principalmente visible, y aun el mismo Fr. Iñigo la
declara y confiesa, en aquella parte del poema en que, al tratar de
la Circuncisión del Señor, rompe bien inesperadamente en una
sátira política, exhortando á los castellanos á que circunciden la
mala guarda de la Justicia, el dormir de la Templanza, la ceguedad
de la Prudencia y los cohechos de la Fortaleza:
Y circunscide Castilla
El atreverse del vulgo
Contra la Perra Jtistilla
Que vistes en la trailla
Del pastor Mingo Revulgo.
Sino que si han barruntado
Que no está la perra suelta,
Los veréis como priado,
Nunca medrará el ganado
Y el pastor con ella á vuelta.
Justillo, no sale íuera.
¡Ay que guay de nuestro hato,
Porque mala muerte muera
Duerme la otra tetnpera
Perra de Gil Arr ib atol
¡Ó negligente pastor!
Ve circuncidar el sueño;
Que en el día del dolor
Hasta el cordero menor
Te hará pagar su dueño.
Y acaba remitiéndose, para el remedio de los males del reino, á
jaquel pastoral escripto de las Coplas Aldeanas*.
54 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Estas alusiones políticas hacen creer que pertenezca el Vita
Christi á los primeros días de este reinado, en que tanto el fraile
Mendoza como Gómez Manrique, Antón de Montoro y otros trova-
dores nobles y plebeyos, pusieron dignamente su musa al servicio
de la causa de la justicia y del orden social contra el anárquico
desconcierto de que, con mano durísima, iba triunfando la Reina
Católica. Tres largas composiciones enteramente políticas nos
quedan de Fr. Iñigo: el Dechado de la reina Doña Isabel (que
suele también llamarse Regimiento de Príncipes, como el de Gómez
Manrique), el Sermón trovado al entonces príncipe de Sicilia don
Fernando «sobre el yugo y coyundas que su alteza trahe por
divisa» (i) y las «coplas en que declara como por el adveni-
miento destos muy altos señores es reparada nuestra Castilla» (2).
El Dechado es la más ingeniosa y bien escrita, aunque el artificio
alegórico peca de excesivamente sutil. ¡Pero cuánta sinceridad
y valentía hay en los consejos del poeta, y cuan bien debieron
de sonar en los oídos de la Reina Católica, por lo mismo que
iban limpios de toda mancha de adulación é interés!
(r) Comienzan:
(2) Inc.
Príncipe muy soberano,
Nuestro natural señor,
Contraste de lo tirano,
De lo sano castellano
Mucho amado y amador,
A quien de drecho y razón
Vestieron ropa de estado
De Castilla y de León
Bordada con Aragón...
¡Oh divina Caridad,
Quien limpia nuestras mancillas,
Tú que siguiendo verdad
Con tu santa santidad
Haces siempre maravillas:
Tú que vives, tú que duras,
Sólo bien que no se daña;
Tú que en tus santas alturas
Soldaste las quebraduras
De nuestros reinos de España...!
capitulo xxn 55
Pues, reyna nuestra señora,
Lo que dora
Los leales gobernalles,
Es que ande por las calles
Fecha dalles
Vuestra espada matadora;
Que si la gente traydora,
Robadora,
Anda suelta sin castigo,
A Dios pongo por testigo,
Ved que os digo,
Que veres el mal de agora
Cómo siempre se empeora.
Pues si non queréys perder
Y ver caher,
Más de quanto está caydo,
Vuestro reyno dolorido,
Tan perdido,
Que es dolor de lo ver,
Emplead vuestro poder
En facer
Justicias mucho complidas;
Que matando pocas vidas
Corrompidas,
Todo el reyno, á mi creer,
Salvaréys de perecer.
En el real corazón
Nunca pasión
Debe turbar la esperanza:
Su real lanza y balanza
Sin mudanza
Se muestre siempre en un son;
Que, segund la presunción
Desta nación,
Si le sienten cobardía,
Vos veréis la tiranía,
Cada día
Sembrará más destruyción
En toda nuestra región.
56 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
A los alanos crescidos
Los ladridos
De los pequeños perrillos
Non da temor el oillos
Ni el sentillos
Alrededor tan ardidos,
Pues así los alaridos
Desabridos
A los reyes de vasallos
Non deben nada mudallos
Nin turballos,
Pues se fallan tan subidos
Que deben de ser temidos.
En este sermón poético, que tiene trozos muy gentilmente versi-
ficados (y puede leerse íntegro en el texto de nuestra Antología)
compitió Fr. Iñigo de Mendoza con lo mejor de Gómez Manrique,
mostrándose aventajado discípulo así en la substancia como en el
modo, y convirtiendo, á imitación suya, la sátira política en severo
magisterio y función social generosa, en vez del carácter agresivo
é iracundo que había tenido en los afrentosos tiempos de Enri-
que IV.
Para conocer por entero á este simpático y fecundo poeta, hay
que leer además sus composiciones alegóricas, como la Justa y di-
ferencia que hay entre la razón y la sensualidad sobre la felicidad y
bienaventuranza humana, donde manifiestamente sigue las huellas
de Juan de Mena en las Coplas de los siete pecados mortales; y las
meramente didáctico-morales con punta satírica, especialmente el
Dictado en vituperio de las malas hembras, que no pueden las tales
ser dichas mujeres... y en loor de las buenas mujeres que mucho tritm-
fo de honor merecen. Pero, en general, sus versos sagrados valen más
que los profanos, á pesar de las malignas insinuaciones de sus ad-
versarios.
Sólo en materias piadosas ejercitó la pluma otro fraile de la orden
de Menores, en el convento de San Juan de los Reyes de Toledo,
Fr. Ambrosio Montesino, natural de Huete, obispo de Cerdeña, pro-
sista de grave, castizo y abundante estilo, poeta de rica vena, de
mucha ingenuidad y sentimiento piadoso. Fué su principal trabajo,
CAPITULO XXII 57
emprendido por mandamiento de los Reyes Católicos, la traducción
del Vita Christi del monje cartujo de Strasburgo Landulfo de Sajo-
rna, comúnmente llamado el Cartujano; extensa vida del Redentor
conforme al texto de los Evangelios, dilatado con meditaciones y
comentarios, donde caudalosamente vierte su autor, famoso en los
tiempos medios, lo más selecto de la doctrina de los Padres de la
Iglesia. La traducción, que está hecha en noble y robusto lenguaje,
y es una de las mejores muestras de la prosa de aquel tiempo, me-
reció la honra de servir de lectura espiritual al Beato Juan de Avila
y á Santa Teresa de Jesús, y durante todo el siglo xvi fué libro de
uso frecuente entre los predicadores, para quienes había dispuesto
el traductor una Tabla metódica á modo de repertorio (i). Retocó,
(i) Este Vita Christi del Cartujano fué magníficamente impreso á costa
de Cisneros, que con él inauguró dignamente la tipografía de Alcalá. Consta
de cuatro hermosos volúmenes en folio, de los cuales apenas existe juego
completo en ninguna biblioteca. Al fin del primer tomo, se lee:
«Aquí se acaba el primero volutnen de la primera parte del vita xpi cartuxano,
interpretado del latín en romáce por fray Ambrosio mótesino de la ordé del sanc-
iissimo seraphico Frácisco \ por mádamiento de los xpristianissimos reyes de Es-
paña el rey do Fernando y la rei?ia doña Isabel... ipmido por idusiria y arte del
muy igenioso y horrado Stanislao dy Polonia varó precipuo del arle impssoria: e
impremiose á costa ei expensas del virtuoso é muy noble varón garcía de rueda j
en la muy noble villa de Alcalá d1 henares ¡ a XX J rij días del mes de Hebrero del
año de nra reparación de mili y quinientos y tres.-»
El segundo y tercer tomo tienen la misma fecha, pero el cuarto lleva la
de 1502 en algunos ejemplares, y como no es de suponer que se imprimiese
antes que los otros, parece necesario admitir la existencia de dos ediciones
del mismo impresor, una más lujosa que otra. (Vid. Catalina García, Ensayo
de tina Tipografía Complutense, Madrid, 1889.)
De las notas finales de estos volúmenes, se infiere que Fr. Ambrosio «diose
á la interpretación en la noble cibdad de Huepte cibdad de su nacimiento e' na-
turaleza, XXIX días del mes de noviembre año de la natividad del señor de mil y
quatrocientos y noventa y nueve años», y terminó la primera parte aquel mismo
año en la villa de Cifuentes.
Ya en 1446 había sido traducida al portugués la misma obra por Fr. Ber-
nardo de Alcobaza, cisterciense, por encargo de su abad D. Esteban de
Aguiar. Creemos que esta traducción era diversa de la que cincuenta años
después fué impresa también en cuatro tomos en folio, en Lisboa, 1495, Por
Nicolás de Sajonia y Valentín de Moravia, compañeros, pues en ésta se dice
¿8 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
además, Fr. Ambrosio, por orden del Rey Católico, una antigua
versión de las Epístolas y Evangelios para todo el año con sus doc-
trinas y sermones, mejorándola de tal suerte, que Mayans, en su
Orador Ckristiano, la llama, con razón, «un monumento del len-
que fué mandada hacer por la infanta Doña Isabel, duquesa de Coimbra, y
que el traductor fué el Abad del Monasterio de San Pablo, cuyo trabajo fué
revisado y corregido por los padres franciscanos observantes de Enxobregas.
También aquí se da la rareza de aparecer el cuarto tomo con fecha algo an-
terior al tercero (éste en Noviembre, aquél en Marzo).
No menos apreciable que las traducciones castellana y portuguesa, bajo
el aspecto del lenguaje, y todavía más rara que ninguna de ellas, es la
catalana que hizo el famoso poeta valenciano Juan Roiz de Corella, maestro
en Sagrada Teología; á ruegos del magnífico caballero Fr. Jayme del Bosch,
de la orden de Montesa. Son también cuatro espléndidos volúmenes en
folio, que es casi imposible ver juntos. El primer tomo (Lo primer del
Cartoxa) aparece impreso en 1496, el segundo en 1500, el tercero no tiene
lugar ni año, y el cuarto (Lo quart del Cartoxa), por una singularidad biblio-
gráfica que se repite aquí por tercera vez en impresiones de este libro,
llévala fecha de 1495, y fué reimpreso en 1513. Termina con la magnífica
Oracio'ti de Corella, que es uno de los mejores trozos de la poesía catalana
del siglo xv.
El Vita Christi del Cartujano no debe confundirse con otras obras del mis-
mo título y asunto que por entonces estuvieron muy en boga, tales como la
del catalán Fr. Francisco Eximenis, obispo de Elna, la cual hizo traducir al
castellano, corrigiéndola y adicionándola, Fr. Hernando de Talavera, y pasa
por el primer libro impreso en Granada, siendo por otra parte uno de los
más bellos que en todo aquel siglo se imprimieron en cualquier parte de
Europa. (Primer volumen de Vita Xpi de Fr. Francisco Xymenes, corregido y
añadido por el arzobispo áe Granada: y hizole imprimir porque es muy provecho-
so. Contiene quasi iodos los evangelios del año... Fué acabado y empresso... en la
grande e nóbrada cibdad de Granada en el postrimero dia del mes de Abril. Año
del Señor de mili CCCC XC Vj, por Afevnardo Vngut e Jhoánes de noréberga ale-
manes); y el rarísimo Vita Christi de la abadesa de la Trinidad, Sor Isabel de
Yillena (en el siglo Doña Leonor Manuel de Villena, hija natural del famoso
marqués D. Enrique), dado á la estampa en Valencia, 1497, por Lope de Roca,
alemán.
Los diversos volúmenes del Cartujano de Montesino fueron varias veces
reimpresos, casi siempre en Sevilla ( 1 53 1 , por Juan Cromberger, 1537, 1543,
•544. '55'--)¡ pero son raras todas estas ediciones, y las más veces se encuen-
tran descabaladas, por el gran consumo que se hacía de ellas. La última que
Nicolás Antonio cita es de 1627.
CAPITULO XXII 59
guaje castizo español». Por algún tiempo sufrió la suerte común á
todas las versiones totales ó parciales de la Sagrada Escritura en
lengua vulgar, siendo recogida según las reglas del expurgatorio,
hasta que volvió á imprimirla en 1 585 Fr. Román de Vallecillo, que
tuvo el mal acuerdo de modernizar el lenguaje (i). Otras versiones
de obras de piedad hizo Fr. Ambrosio, entre ellas las Meditaciones
(1) La primera edición de las Epístolas y Evangelios se hizo en Toledo,
1512. No la hemos visto, pero sí la segunda, también de Toledo, que es
de 1535: Epístolas i evágelios. / Por todo el año có sus do trinas y ser /nones. ¡
Según la reformación ¿interpretación que / desta obra hizo fray Ambrosio mon-
tesino. [ Por mandado del rey nuestro señor. Muy li / mada y reducida a la ver-
dadera intelligencia de ¡ las sentencias: y a la propiedad de los vo- / cabios del ro-
mdce de Castilla: obra muy catholicay de gran provecho y devoción para la sa- /
lud de las animas de los fieles dejesu christo. lmpressas Año II. D.XXXV.
(Al fin): Aquí se da fin á la interpretación y declaración de las Epístolas y
Evágelios de todo el año: según que la seta, madre yglesia los evágeliza por diver-
sas partes del mudo: en iodos los domingos y fiestas: y en iodos los otros dias fe-
riales: assi del santo advenimiento del señor como de la quaresma y de todos los
otros dias q tiene eplas y evágelios propios. Y del comñ de los santos: y de los de
fuñios: có todos los sermones principales: catholicos: morales y muy devotos q a
cada domingo y fiesta pertenecen... La qual interpretado fué reformada y restau-
rada có grá diligencia y reduzida a la verdadera ppiedad del estilo, y de los voca-
blos castellanos. E a la verdade? a y propia inlelligécia de las sentencias que en
todo este libro se cótiene: q eslava muy corruptas y disformes. O por inadverten-
cia del auctor o por vicio y defecto de los diversos impressores. La qual reformado
y correcció y emieda hizo el reverendo señor padre fray Ambrosio montesino de la
orden de los fraxles menores: en el moneslerio de sant Juan de los Reyes de la
dicha orden en la imperial ciudad de Toledo. Por mandado del mas catholico e
muy poderoso Rey don Fernando nuestro señor... Acabóse la presente obra a
veynte y siete dias de Otubre. Año del señor de mil y quinientos y treyntay cinco
años. Fue impressa en la imperial cibdad de Toledo en casa de Juan de Villaqui-
rán y Juan de Ayala. Fol.
En la epístola prohemial dice Fr. Ambrosio: «La cual obra vuestra Alteza
»mandó á mí su más leal y antiguo predicador y siervo reformar, restaurar y
»reduzir á la verdadera interpretación é integridad della según el romance
» de Castilla, porque estaba muy corrompida, confusa é disforme: así por la
» impropiedad y torpedad de los vocablos que tenía, como por la confusión
»y escuridad de las sentencias. La qual en algunos passos más parecía escrip-
> tura de bárbaros que de fieles. Lo qual pudo ser parte por inadvertencia
»del autor, y parte por la negligencia y error de los impressores... Yo he
6o HISTORIA DE U POESÍA CASTELLANA
de San Agustín, que quedaron inéditas; y compiló un Breviario de
la Inmaculada Concepción, para uso de las religiosas de su orden,
con lecciones para todos los días de la semana y algunos himnos.
Sus obras poéticas están recogidas en un Cancionero, de que hay
por lo menos cuatro ediciones, todas ellas de Toledo, la primera
de 1508 (i). La mayor parte de las obras incluidas en esta colección,
» mucho trabajado por la limar, quitándole todos los defectos que tenía, con
»gran vigilancia y diligencia.»
Yerran, pues, Jos que con Mayans creen trabajo exclusivo y personal de
Fr. Ambrosio esta versión, de la cual fué corrector y no autor, como bien
claramente se infiere de lo transcrito.
Recogido el libro á consecuencia del índice Expurgatorio de Valdés de 1 559,
no volvió á imprimirse hasta 1586, después de alzada la prohibición por el
índice de Quiroga. (Epístolas y Evangelios... Compuesto por el muy R. P. fray
Ambrosio Montesino... Agora nuevamente visto y corregido, y puesto conforme al
orde?i y estilo del missal, y rezo Romano de nuestro muy S. P. Pío V. Por el muy
R. P. fray Román de Vallezillo, de la orden de San Benito y conmissario del Sto.
Officio en la villa de Medina del Campo y su partido... En Medina del Campo,
por Francisco del Canto, folio.)
La traducción inédita de las Meditaciones de San Agustín, se conserva en la
Biblioteca de la Historia (colección Salazar).
(1) Cancionero de diversas obras de nuevo trobadas: todas compuestas: hechas y
corregidas por el pa / dre fray Ambrosio Montesino de / la orden de los menores.
(Al fin): Aquí acaba el cancionero de todas las coplas del rever édo padre fray
Ambrosio montesino... Las guales él mismo reformé y corngié: estando ¡presente
á esta impression que fué fecha en la imperial ciudad de Tole- ¡ do á XVJ del
mes de junio del año de nuestra reparado de Mili v quinientos v ocho años.
— Toledo, por Juan de Villaquirán, impressor de libros. Acabosse á veynte y
cinco dias del mes de Mayo, ano de mil et quinientos y veinte años.
— Toledo, en casa de Miguel de Eguia. Año de mily quinientos y veinte e siete años.
— Toledo, por Juan de Ayala. Año de mil y quinientos y treyntay siete.
D. Justo Sancha hizo el buen servicio de reimprimir esta obra en la curiosa
antología que con el título de Romancero y Cancionero Sagrados formó para
la Biblioteca de Rivadeneyra (tomo 35).
En el Bulle tin du Bibliophile de Techener (Paris, 1844, pp. 1157a 1161)
publicó A. Jubinal una noticia bibliográfica del Cancionero de Montesino
(ed. de 1527) y de otros dos rarísimos libros españoles conservados en la Bi-
blioteca-museo de Fabre (Montpellier). Notó acertadamente las reminiscen-
cias de canciones populares, y íué el primero que transcribió íntegro el ro-
mance de la muerte del príncipe de Portugal.
CAPÍTULO XXII 6 I
fueron compuestas á instancias de los príncipes y de los más en-
cumbrados magnates de su tiempo, y ostentan en su principio los
nombres de la Reina Católica, del rey D. Fernando, de la reina de
Portugal, de la duquesa del Infantado, Doña María Pimentel, de la
Condesa de Coruña, de Doña Guiomar de Castro, duquesa de Xá-
jera, de los cardenales Mendoza y Jiménez, de la marquesa de Moya,
de Doña Juana de Peralta, hija del Condestable de Navarra; de la
condesa de Osorno, de Doña Mariana de Guevara, del prior de San
Juan D. Alvaro de Zúñiga, de Doña Marina de Mendoza, y también
de algunas personas más humildes, frailes, monjas y damas piado-
sas. Todo ello prueba la general reputación que el autor alcanzaba
como autor de versos devotos, no menos alta que la que tenía como
predicador. Y en verdad que la merecía, aunque sus propósitos
fueran más bien espirituales que literarios. Escribía en verso «por-
» que muchas veces saben mejor las cosas divinas á los que no están
»muy ejercitados en el gusto y dulzor dellas, cuando se les da
» debajo de alguna elegancia de prosa ó de metro de suave estilo,
»que cuando los participan por comunidad é llaneza de incompues-
»tas palabras». Sus más extensos poemas son exposiciones casi
teológicas, aunque en estilo muy liso y llano, de los misterios de la
fe y de los pasos de mayor edificación en ambos Testamentos:
tractado del Santísimo Sacramento de la hostia consagrada: coplas
del misterio de la santa visitación que la Reina del Cielo hizo á Santa
Isabel: de la columna del Señor: tractado de la vía y penas que Cristo
llevó á la cumbre del Gólgota, que es el Monte Calvario: coplas del
árbol de la Cruz. Fr. Antonio Montesino no es propiamente un
poeta místico, sino un orador sagrado en forma poética, un exposi-
tor popular del dogma y de la moral cristiana, un teólogo que pone
su ciencia al alcance de las muchedumbres con un fin no escolás-
tico, sino de edificación práctica, valiéndose de aquellos símiles y
razonamientos que más derechamente podían herir la inteligencia y
enfervorizar la voluntad de sus oyentes. Por eso cae muchas veces
en prolijidad, y otras en familiaridad desmayada, y dejándose llevar
de su fácil vena, olvida muchas veces dar color poético á sus versos,
que corren con cierta fluidez insípida. Es indudable que esta poesía
no tiene la elevación, el nervio y el decoro que mostró luego la
62 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
musa religiosa en el siglo xvi; pero se recomienda por su propia
simplicidad agradable y candorosa, por la ausencia de todo artificio
y de toda reminiscencia literaria, por la absoluta y plena sinceridad
de sentimiento que en ella rebosa. Aunque venido en época tan
adelantada y culta, Fr. Ambrosio Montesino parece un eco de los
franciscanos del siglo xm, y especialmente del Beato Jacopone de
Todi, cuyos Cantos Espirituales conocía seguramente (i), y á quien
se parece, sobre todo, en el enérgico realismo de sus pinturas satíri-
cas. Así le vemos intercalar en las Coplas de la Visitación de Nuestra
Señora una doctrina y reprehensión de las mujeres en sus tres estados
de doncellas, casadas y viudas, donde se leen rasgos tan expresivos
como éstos:
E las negras devociones
De misas, ermitas, velas,
¿Qué son más sino ocasiones
De torpes delectaciones,
Que es fruto de sus cautelas?
Si hablasen los rincones,
Bien darían señas expresas,
Por dó van las devociones;
Y del fin de los perdones
Y promesas.
Mas la viuda cejihecha
Que por calles se derrama,
A perderse va derecha,
Porque á todos da sospecha
De la muerte de su fama.
Traen guantes engrasados
Y perfumes encendidos,
Mas no cabellos mesados,
A los maridos pasados
Bien debidos.
Otras hay de torzalejos
(i) Sin duda en su original, puesto que no fueron traducidos al castellano
hasta 1586:
Cantos Morales, Spirituales y Contemplativos. Compuestos por el Beato F. Ja-
copone de Jode, Frayle menor. Traduzidos nuevamente de vulgar Italiano en
//español (Lisboa, en casa de Francisco Correa, 1586).
CAPÍTULO XXII 63
Y de tocas azufradas,
Que por libros leen espejos,
Por curar defectos viejos
De sus caras estragadas.
¡Qué deseos tan sobrados
Dar color á los carrillos,
Que, después de arrebolados,
Parecen perros asados,
Bermejuelos y amarillos!...
Versos que involuntariamente traen á la memoria el célebre ser-
món del penitente de la Umbría:
O femine, guárdate
A le mortal ferute,
Nelle vostre vedute
Basilisco pórtate..,
La misma semejanza se advierte en la reprehensión de las cos-
tumbres de los eclesiásticos seculares y regulares, sin perdonar á
las monjas lisonjeras, de entrincados apetitos, ni menos á los prelados
que viven en el fausto y opulencia mundana, y á quienes increpa
con toda la cristiana libertad propia de un fraile menor, desposado
con la pobreza:
Mas ¡ay! que algunos prelados
De la santa fe cristiana,
Tienen ya cuasi olvidados
Estos puntos señalados
De la cruz que mejor sana;
Miremos esta cadira
Entre nuestras presunciones,
Y al Señor que en ella expira,
Sin rancores é sin ira,
Entre los tristes ladrones.
No tienen guantes ni anillo
Las manos que nos formaron,
Mas clavos que con martillo,
Que es lástima de decillo,
En ti, árbol, se enclavaron.
6+
HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Siguiendo, aunque de lejos, las huellas de su maestro en la bellí-
sima canción,
Dolce amor di povertade,
Quanto ti deggiamo amare!...
hace Fr. Ambrosio la glorificación de la pobreza:
Pobreza es tesoro puro
Y gran bien no conocido;
Es del Evangelio muro,
Y recambio muy seguro
Que da el reino prometido.
Pero donde la imitación de Jacopone es más visible, y también
más afortunada, es en los pequeños diálogos de Navidad, compues-
tos probablemente para ser recitados ó cantados en conventos de
monjas, como sabemos que lo fué alguno de Gómez Manrique. En
estas sencillas y afectuosas representaciones del pesebre, Fr. Ambro-
sio imita hasta los metros del poeta italiano, y á veces se confunde
con él en la expresión infantil y pura del regocijo que inunda
su alma:
María. ;Si dormís, esposo,
De mí más amado?
Josef. No, que de tu gloria
Esto desvelado.
¿Quién puede dormir,
Oh Reina del cielo,
Viendo ya venir
Angeles en vuelo
¡Ay! á te servir
Tendidos por suelo?
María.
Josef.
¿Qué habedes sentido
En noche tan fría?
Señora, sonido
De dulce armonía,
Y el aire vestido
De tan claro día,
Que hasta los abismos
Se han alumbrado.
CAPÍTULO XXII 65
María. A mi parescer,
Esposo leal,
Ya quiere nascer
El rey eternal;
Así debe ser,
Pues que este portal
Claro paraíso
Se nos ha tornado.
Fr. Ambrosio Montesino, no sólo participa mucho del carácter
popular por las tradiciones de su orden y por la imitación delibera-
da que hace de los poetas franciscanos de Italia, sino por el gran
número de elementos, genuinamente españoles, que toma de la
poesía y música de nuestro pueblo. Y ésta es precisamente la parte
más curiosa de su Cancionero. Casi todas las poesías breves que en
él se hallan, se escribieron para ser cantadas al son de otras profa-
nas, que corrían entonces en boca de todo el mundo. Las coplas
del Nacimiento, hechas por mandado de la marquesa de Moya, de-
bían cantarse con el mismo tono de este villancico:
¿Quién os ha mal enojado,
Mi buen amor?
¿Quién os ha mal enojado?...
La lamentación sobre Cristo atado á la columna:
¡Oh coluna de Pilato!
El dolor que en ti sentí
Ha medio muerto á mi Madre,
Que no tiene más de á mí...
es una trova ó parodia de este cantar, que también glosó Juan del
Encina: «.,.„*„
¡Oh castillo de Montanches,
Por mi mal te conocí!
¡Cuitada de la mi madre,
Que no tiene más de á mí!
Por encargo de la Reina Católica, compuso unas coplas de San
Juan Evangelista, para cantar al son de « Aquel pastor rico, madre,
que no viene». Las del nacimiento de Cristo, compuestas por man-
Mknbndkz t Pelayo. — Poesía castellana. III. 5
66 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
damiento del provincial de San Francisco en Castilla, Fr. Juan de To-
losa, se cantaban al tono de la extravagante canción que principia:
La zorrilla con el gallo
Zangorromango... (i)
y otras que fuera prolijo apuntar, repetían los sones de
A la puerta está Pelayo,
Y llora...
Ya cantan los gallos,
Buen Amor, y vete;
Cata que amanece... (2)
Nuevas te traigo,
Carillo, de tu mal.
— Dámelas hora, Pascual.
este último uno de los más celebrados de Juan del Encina.
Cumplíase, pues, en las obras de Fr. Ambrosio Montesino aquel
fenómeno literario que ya hemos reconocido como uno de los prin-
cipales caracteres de la lírica de este tiempo: la transfusión de la
poesía popular en la artística. Y si más comprobación quisiéramos,
nos la daría el hecho de figurar en el Cancionero del predicador
(1) Núm. 442 del Cancionero Musical de Barbieri.
(2) Esta linda canción se encuentra íntegra en el Cancionero Musical de
Barbieri (núm. 413) con el nombre del músico Vilches, que armonizó á cua-
tro voces el villancico popular:
Ya cantan los gallos,
Buen Amor, y vete:
Cata que amanece.
— Que canten los gallos,
Yo ¿cómo me iría,
Pues tengo en mis brazos
Lo que más querría?
Antes moriría
Que de aquí me fuese,
Aunque amaneciese.
— Deja tal porfía,
Mi dulce amador,
Que viene el albor,
Esclarece el día;
Pues el alegría
CAPÍTULO XXII 67
de los Reyes Católicos, hasta ocho romances impresos en líneas
largas, como versos de diez y seis sílabas, que fué su primitiva
forma: todos (á excepción de uno) de materia espiritual, como
lo es el resto del Cancionero; pero llenos de reminiscencias de
la poesía heroica y saturados todavía de su espíritu. Por la con-
cisión enérgica, más parece romance caballeresco del ciclo bre-
tón, ó carolingio, que romance de fraile, compuesto en loor del
patriarca de su Orden, el que Fr. Ambrosio hizo á San Fran-
cisco, por mandato del Cardenal Cisneros:
Andábase San Francisco
Por los montes apartado.
Usaba de duras peñas
Por blanda cama y estrado.
De espinas y duras guijas
No le defendió calzado;
Sayal áspero vestía
Junto al cuerpo remendado.
Su oratorio fué el sereno,
El hielo más destemplado;
Y sumirse por la nieve
Desnudo y aprisionado.
Por poco fenece,
Cata que amanece.
— ¿Qué mejor Vitoria
Darme puede amor,
Que el bien y la gloria
Me llame al albor?
¡Dichoso amador
Quien no se partiese
Aunque amaneciese!
— ¿Piensas, mi señor,
Que só yo contenta?
¡Dios sabe el dolor
Que se m'acrecienta!
Pues la tal afrenta
A mí se me ofrece,
¡Vete, que amanece!
68 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Silencio fué su lenguaje
Y los yermos su poblado;
Estregaba en los zarzales
Su cuerpo muy delicado,
Por tener dentro en la carne
Espíritu libertado.
Hay, además, un romance de carácter no devoto, sino histó-
rico, en este Cancionero: el de la muerte del príncipe de Por-
tugal D. Alfonso, esposo de la hija primogénita de los Reyes
Católicos, el cual sucumbió á los diez y seis años, en 1491, de
una caída de caballo, cerca de Almeirín. Este romance, que
si no es popular, merece serlo (y por eso le dio entrada Duran
en su colección), es el que comienza:
Hablando estaba la Reina
En cosas bien de notar...
La rúbrica de este romance dice expresamente que le hizo Fray
Ambrosio Montesino; pero un descubrimiento de estos últimos
años puede hacer dudar que sea enteramente suyo. El eminente
Gastón París publicó en el número tercero de la Romanía, tomán-
dola de un manuscrito francés de fin del siglo xv, una canción anó-
nima sobre el mismo asunto, que difiere en ser mucho más breve é
ir acompañada de estribillo; pero en la cual se conservan todos los
rasgos poéticos y populares del romance de Fr. Ambrosio, en ge-
neral con las mismas palabras. He aquí la canción:
¡Ay, ay, ay, qué fuertes penas!
¡Ay, ay, ay, qué fuerte mal!
Hablando estaba la reina -en su palacio real
Con la infanta de Castilla,— princesa de Portugal;
Allí vino un caballero — con grandes lloros llorar:
— «Nuevas te traigo, señora, — dolorosas de contar.
¡Ay! no son de reino extraño;— de aquí son, de Portugal:
Vuestro príncipe, señora,— vuestro príncipe real
Es caído de un caballo,— y Taima quiere á Dios dar;
Si lo queredes ver vivo— non querades de tardar.
Allí está el rey su padre— que quiere desesperar;
Lloran todas las mujeres— casadas y por casar.
CAPÍTULO XXII 69
Cotejando este romance con el de Fr. Ambrosio (que va en el
cuerpo de nuestra Antología), puede creerse, como creyó Gastón
París, que Montesino refundió y amplió la canción popular, aña-
diendo ciertos pormenores históricos; ó bien preferir la opinión de
Milá, que supone que algún juglar ó cantor del vulgo se apoderó
del romance del fraile, abreviándole y conservando tan sólo lo que
ofrecía carácter más popular. Para uno y otro sentir hay buenas ra-
zones, si bien yo, salvo el respeto debido á mi maestro, encuentro
más verisímil en este caso la opinión de Gastón París (i).
Ni sólo por razones arqueológicas y de genealogía literaria es
recomendable el Cancionero de Montesino, sino también por su in-
trínseco valor poético, el cual no se manifiesta, á la verdad, en nin-
guna composición entera, como no sea de las más breves; pero
reluce á cada momento en versos y expresiones y comparaciones
felices que se hallan en muchas de ellas. Se aparece el ángel á Za-
carías, y el poeta escribe con íntima delicadeza:
Fué su voz tan pavorida,
Que turbaba los oídos,
Tan delgada y recogida,
Cual no oyeron en su vida
Los nacidos...
(1) En el Cancionero de Resende hay varias poesías sobre este mismo ar-
gumento, entre ellas una de Alvaro de Brito. También se han conservado
vestigios de él en la tradición popular portuguesa, como lo prueban estos
versos de un romance de las Islas Azores, publicados por Th. Braga:
Vosso marido e morto | caiu no areal,
Rebentou o fel no corpo | en duvida de escapar,
que corresponden á los del romance:
Que cayó de un mal caballo,
Corriendo en un arenal,
Do yace casi defunto
Sin remedio de sanar.
(Vid. Cantos Populares do Archipelago Aforiano, publicados e annotados por
Theophilo Braga, Porto, 1869, pp. 328-331.)
Jorge Ferreira de Vasconcellos compuso un romance erudito sobre el
mismo asunto, que está en su Memorial das Proesas da Segunda Tavola Re-
donda, cap. xlvi, y reproducido en la Pío/ esta de varios romances de T. Braga
(1869), págs. 49 á 53.
JO HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Xo intentaré ciertamente comparar el himno de I\Ianzoni,
Tacita un giorno á no só qual pendice...
con las coplas de San Juan Bautista que hizo nuestro Fr. Ambrosio,
Con pasos acelerados
Iba la Virgen preciosa
Por los valles y collados...
Pero á falta del arte exquisito y del admirable poder de conden-
sación lírica que tiene el poeta moderno, no puede negarse al anti-
guo cierto candoroso sentimiento de la situación, fielmente tradu-
cido por su lenguaje, que aquí no sólo es puro y terso, sino regoci-
jado y lozano:
La luz eterna más clara
La esforzaba por de dentro.
¡Oh, bendito el que hallara,
Si en tal hora caminara,
Tal encuentro!
¡Oh, quién fuera pastorcico,
Que te viera y preguntara:
— -;Dónde vas, tesoro rico?
Dímelo, yo te suplico.
Con tan gloriosa cara!
¡Oh, si la vieras cuál iba,
Tú mi alma, esta princesa
Por aquel recuesto arriba!...
Vieras en ella colores
Diversas en fermosura,
Y del mucho andar sudores,
Más que bálsamo ni flores
De frescura...
Hacíala Dios un viento
Que entre los cedros rugía,
Que le puso pensamiento
No ser aire de elemento,
Según su dulce armonía.
CAPITULO XXII 71
Fué Fr. Ambrosio Montesino el poeta favorito de la Reina Cató-
lica, y por encargo suyo escribió los últimos versos que ella pudo
leer en su vida (i). Esta razón, sin tantas otras, bastaría para hacer
simpático su nombre en la historia de la literatura castellana. Fué
de los primeros en infundir el sentimiento místico en la poesía po-
pular; y si pecó á veces por excesiva llaneza familiar, y muchos le
aventajaron luego en perfección técnica, pocos le ganaron en senti-
miento fresco y en ingenuidad primitiva (2). Ni dejó de poner en
sus versos, con ser de materia tan ascética, algún recuerdo de la
vida de su tiempo, que interesa más por lo inesperado. No sólo
(1) Estas coplas hizo fray Ambrosio Montesino, por mandado de la reina Isa-
bel, estando su Alteza en el fin de su enfermedad.
(2) Véase esta risueña tabla del Nacimiento, que levemente me permito
restaurar, suprimiendo muchos versos inútiles para el sentido:
Su velo le puso encima
Al Niño por ornamento,
Y á los pechos se le arrima,
Abrigándose del viento,
Y quedó el cabello exento
De la Virgen muy dorado...
Al sereno está la Reina
Con aire todo real;
No se lava ni se peina,
Mas no hizo Dios otra tal:
Como perla oriental
Dios en ella es engastado-
Mas de verlo diferente,
Y de otros niños mudable,
La Virgen, madre prudente,
No sabe cómo le hable,
Si como á Dios perdurable,
O como á niño empañado.
A los mares embravece,
Y turbaba todo Kgipto,
Y está aquí que no parece
Sino armiño ó corderilo,
La teta mirando en hito,
Mas tal leche había probado-
De coronas muda sillas,
Mil reinos tiene en su seno,
Y apenas tiene mantillas,
72 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
menciona, como era justo, la fundación del glorioso monasterio de
San Juan de los Reyes, «.obra decora», en que él fué uno de los prime-
ros claustrales, sino que alude con cierta vaguedad y misterio lírico
á los que comenzaban á volver de las tierras incógnitas halladas en
Indias, y nos da razón de la curiosidad con que se recibía álos descu-
bridores. los hombres que navegando
Hallan tierras muy remotas,
Cuando vuelven, que es ya cuando
Los estamos esperando
En el puerto con sus flotas,
Que nos digan les pedimos
Las novedades que vieron;
Y si algo nuevo oímos,
Más velamos que dormimos
Por saber lo que supieron...
No fueron éstos los únicos cultivadores de la poesía religiosa en
aquel reinado (i). Al mismo género pertenece el Cancionero de Juan
Y por oro viste heno:
Yo quisiera, Infante bueno,
Ser el barro de tu estrado.
Con cien mil greñas aliña
Cuando despierta del sueño;
Jaspe ni dorada pina
Con él son valor pequeño,
Según que lindo y risueño
Está en los pechos turbado...
Ya los toma, ya los deja
Los pechos con gestos bellos;
Ya se ase á la madeja
Que su madre ha de cabellos;
Gorjea y estira dellos
Como ruiseñor en prado-
Como recrea el abeja
En frutal bordado en flores,
Que de mil formas volteja
Por hacer miel y dulzores,
El Niño destos temores
Con la teta está ocupado...
(i) Por el nombre de su autor, que fué uno de los más insignes hebrai-
zantes del siglo xvi, y uno de los principales colaboradores de la Poliglo-
CAPITULO XXII 73
de Luzón, impreso en Zaragoza, 1 508. Era su autor criado de Doña
Juana de Aragón, duquesa de Frías y condesa de Haro: es cuanto
sabemos de su persona. Su apellido induce á tenerle por madrileño;
pero Gallardo nota en sus versos algunos galicismos, que más bien
parecen catalanismos, por ejemplo realme. Ocupa la mayor parte
del volumen un largo poema didáctico, en coplas de arte mayor,
que el autor llama Epilogación de la Moral Philosophía sobre las
virtudes cardinales, contra los vicios y pecados, dividido en cinco
partes: la primera trata de la virtud en general, la segunda de la
Justicia, la tercera de la Prudencia, la cuarta de la Fortaleza, la
quinta de la Temperancia ó Templanza. Ca'da copla va seguida de
un difuso comentario en prosa que nada de particular enseña, aun-
que algunas veces alude á personajes y sucesos contemporáneos,
como la conquista de Ñapóles por el Gran Capitán. Completan el
volumen varias coplas de arte menor, en que están trovadas las
contemplaciones de San Bernardo sobre la Pasión: paráfrasis de los
salmos Miserere y De profundis, conforme á la glosa que sobre ellos
hizo el Obispo de Valencia; el cántico ¡Oh gloriosa domina! y otros
versos de devoción, entre ellos los Gozos del nacimiento de San
Juan Bautista: en todo 397 coplas de arte mayor, y 225 de arte
menor. En el Miserere y el De Profundis, va engastado en la glosa
castellana el texto latino del Salmo, en esta forma:
ta, debe hacerse mención del Tratado de loor de virtudes en metro castellano,
compuesto por Alfonso de Zamora, regente en la Universidad de Alcalá (Alcalá
de Henares, por Miguel de Eguía, á XXIII días de Enero de mil y quinientos
y XXV), un tomito en 12.0, de 83 hojas sin foliar. Hay también una edición
del año anterior, la cual se describe en el Registrum de D. Fernando Colón.
Está escrito en versos cortos, y dividido en tres partes, de las cuales la
primera trata de la brevedad de la vida y desús trabajos, y de los provechos
de la ciencia; la segunda de los siete pecados mortales, y la tercera de doc-
trinas generales.
A este libro (que recuerda mucho los Consejos del Rabí Don Sem Tob) se
refiere Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Quincuagenas, cuando dice: «Un
»librico anda por ese mundo impreso de sentencias y doctrinas de la Sagrada
«escritura, breve y que cuesta pocos dineros, y de mucho provecho y utilidad
»cathólica, el qual está en versos castellanos, y le compuso el docto maestro
» Alouso de Zamora, rigente en la Universidad de Alcalá de Henares.»
74 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Miserere mel, Dios mío,
Pues me criaste por tuyo,
Y aunque lejos de ti huyo,
Perdona mi desvarío,
Perdona mi gran pecado,
Perdona mis malas obras,
Perdona en males mis sobras,
Y en bienes lo que he faltado...
De pro fundís anegado
En el hondo de los males,
De los pecados mortales
Y no de los veniales,
Porque se pasan á nado,
Clamavi he suplicado,
Ad te sólo en quien espero...
Luzón era ingenio de poca ó ninguna fantasía, y escribió más
por ejercicio de piedad que de literatura. Sus propósitos de
moralista cristiano los declara él mismo en la dedicatoria: «Por-
»que más se lea, conozca y use (la moral filosofía) quise su
»marla en romance castellano... y trobarla por metro, porque
» mejor se guarde en la memoria, como quier quel arte de tro-
»bar está ya tan disfamado por la mala intención de los que
» mal usan della, que no solamente todos los trovadores son te-
» nidos por locos, pero también la misma arte por la culpa
sdellos es ya profanada, siendo de suyo de mucho ingenio y
» viveza» (i).
(i) Cancionero de ¡ Iuá de Luzon. \ Epilogación de la Moral Philosophia: \
sobre las virtudes cardinales: contra los vicios y pecados mortales: proveída có
razones y auctoridades divinas y humanas y có exemplos anli- guosy psentes:
glosada en lo necessario: aprovada por muchos theologos: có j las cóteplaciones de ¡
san Bernardo so- / bre la pasión: el Salmo Mise- ' rere, de profun- dis, o glo~
riosa do- / mina...
(Al fin): Acabada fue toda la psente obra el postrero día d'l mes ¡ de Julio: de
mil quinientos y seys años: en la ciudad de Bur- \ gos cabe c a de Castilla. Estando
ende los muy altos muy poderosos y esclarecidos Principes, reyes y / señores el /
señor rey don Felipe y la señora rey na doña Juana nuestros seño- / res. Y fué
hecha y glosada por luán de luzón, criado d-1 la muy ¡ excelcte y muy catholica
señora la señora doña Juana Daragon, duquesa de Frías, condesa de hato...
Y fue imprimida ¡ por industria de Jorge Cocí Alemán en la muy noble ciu-
CAPITULO XXII 75
Quizá debamos añadir al catálogo de poetas espirituales de este
tiempo el nombre venerable del primer arzobispo de Granada, va-
rón verdaderamente apostólico, Fr. Hernando de Talavera, si es
suya, como afirma Fr. Juan de Pineda en su libro de la Agricultu-
ra Cristiana (2.a parte, diálogo trigésimoprimo, Salamanca, 1589)»
cierta obra docta y devota sobre la salutación angélica, que allí se
inserta, y también en otro libro del mismo P. Pineda, titulado Vida
y excelencias maravillosas del glorioso San Juan Baptista (Barce-
lona, 1596). El estilo de este piadoso fragmento no difiere mucho
del de Fr. Ambrosio Montesino, y pertenece manifiestamente á la
época de Talavera, del cual sabemos, por su más antiguo biógra-
fo (i), que «en lugar de responsos, hazia cantar algunas coplas de-
»votissimas, correspondientes á las liciones. De esta manera atraía el
»santo varón á la gente á los maytines como á la misa. Otras veces
»fazia hazer algunas devotas representaciones, tan devotas, que eran
»más duros que piedras los que no echavan lágrimas de devoción.»
No faltó quien dijese que esto era «mudar la universal costumbre de
»la Iglesia, y que era cosa nueva decirse én la iglesia cosa en lengua
^castellana; y murmuraban dello fasta decir que era cosa supersti-
ciosa»; pero aquel santo varón, que veía el fruto que por tales me-
dios iba logrando cada día en la conversión de judíos y moros,
«tuvo estos ladridos por picaduras de moscas y por saetas echadas
»por manos de niños» (2).
dad i de Carago ca: y acabóse á xij días del mes de Octubre del ¡ año d' mili qui-
ntetos y ocho. 4.0 gótico con signaturas a-n, todas de ocho hojas, menos la
última, que tiene cuatro.
(1) El autor de la Breve suma de la santa vida del reverendísimo y bienaven-
turado don Fr. Hernando de Talavera, contenida en el mismo códice de la
Academia de la Historia donde están los versos de Álvarez Gato.
(2) ¿Tendrá algo que ver con estas coplas y representaciones devotas,
compuestas ó mandadas componer por Fr. Hernando de Talavera, el rarísi-
mo libro siguiente, que sólo conocemos por las sucintas noticias que dan de
él Salva y los traductores de Ticknor?
— Cancionero Espiritual, en el qual se tratan muchas y muy excelentes obras
sobre la concepción de la glorio sis sima Virgen nuestra señora Sánela A/aria y de ¿as
tetras de su nombre, con un passo del nascimiento, y otras muchas cosas en su loor.
y assi mesmo se tratan muy excelentes maravillas de la pasión de xpto.y del com-
j6 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
bale del corazón espiritual y del ansia del amor de Dios. Y oíros muy mara-
villosos dichos y canciones del mundo vueltas á lo divino, todo en metros diferentes.
Hecho por u?i religioso de la orden del bienaventurado Satit Hieronimo.
(Al fin): Fué impressa la presente obra intitulada Cancionero espiritual, en
la muy noble villa de Valladolid, en casa del honrrado varón Juan de Villaquirán,
impressor d costa y tnissió?i del auctor. Acabóse d quatro días de hebrero de mil y
quinientos y XLIX años. 4.0 gótico, á dos columnas, 56 hojas.
Parece que la composición más larga del tomo es una disputa alegórica, en
quintillas dobles, con este título: Obra llamada combate del corazón, en que se
introduzen seys capitanes que le guerrean y fatigan, que son Ansia, Tristeza, Cui-
dado, Te?nor, Dolor y Passion. Hay también villancicos, y un paso ó égloga al
Nacimiento, todo ello en el gusto de fines del siglo xv ó de los primeros años
del xvi, más bien que de la fecha bastante adelantada en que se imprimió el li-
bro. El autor ocultó su nombre por esta consideración que en el prólogo expo-
ne: «Porque casi los más de los que han cursado este arte se han encaminado
>á motivos profanos y amores no castos, y aun también porque viendo las per-
»sonas nobles y de calidad (que tan aficionadas fueron antes á metrificar) que
>cada persona baxa se ponia á hacer coplas, y muchas de ellas torpes, las de-
»xaron ellos de hacer, paresciéndoles derogarse su autoridad; y assi les ha
»acaescido á este exercicio lo que algún tiempo acaesció á los trajes, que
» viendo los señores ataviarse de sedas los muy baxos populares, comenzaron
sellos á se vestir de paños viles y de poco precio.»
No afirmaré que este monje Jerónimo, de quien nada dice Fr. José de Si-
güenza en la Historia de su orden, sea el mismo Fr. Hernando de Talavera,
pero á lo menos debe tenérsele por imitador suyo.
capitulo xxm
[los poemas dantescos y alegóricos durante el reinado de los
REYES CATÓLICOS. JUAN DE PADILLA (n. I468); SUS OBRAS; EL Reta-
blo de la Vida de Cristo; Los doce triunfos de los doce apóstoles;
COMPLICADA URDIMBRE DE ESTE POEMA) LA IMITACIÓN DE DANTE; CA-
RÁCTER NACIONAL DE LA OBRA ; LA DICCIÓN POÉTICA DE PADILLA; IMI-
TADORES de éste (el autor del Libro de la Celestial Jerarquía). —
DIEGO GUILLEN DE ÁVILA. JUAN DE- NARVÁEZ. LA Historia Pat'tke-
nopea del sevillano alonso Hernández; su interés histórico. —
otros versificadores de asuntos históricos].
Continuaron en este reinado escribiéndose largos poemas dantes-
cos y alegóricos, ya de materia sagrada, ya de tema historial pro-
fano, en el metro y estilo de las Trescientas, de Juan de Mena. El
poeta que á todos se aventajó en este orden, llegando á colocarse
entre los más felices imitadores de Dante, fué el sevillano Juan de
Padilla, nacido en 1468, monje profeso en la Cartuja de Santa Ma-
ría de las Cuevas (i), y generalmente conocido por el sobrenombre
^ ' Yo me sentía tan embebecido
Mirando sus cosas de gran maravilla,
Como en el templo de nuestra Sevilla
El rústico simple que nunca la vido;
O como cualquiera de Francia venido
Mirando en Las Cuevas la nave ya surta,
De sobre las torres y mesa de murta,
Donde yo hice primero mi nido.
(Retablo de la vida de Cristo, cántico .•.";
¿No sabes, Señor, lo que tengo ofrecido
A Christo de quien la su vida preciosa
78 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
del Cartujano, único que usa en sus escritos, si bien, al fin del
Retablo de la vida de Cristo, pone en un acróstico su nombre y
apellido en esta forma:
Don religioso la regla rae puso,
Jurado con voto canónico puro;
^4«te su vista me hallo seguro
De la tormenta del mundo confuso.
Carece por ende mi nombre recluso,
Digno lector, si lo vas inquiriendo;
Llama, si quieres, mi nombre diciendo:
Monje Cartujo la obra compuso.
En sus mocedades, y antes de entrar en religión tan austera, ha-
bía cultivado el trato de las musas profanas, de lo cual más tarde
mostró arrepentirse en estos versos del Retablo:
Deja por ende las falsas ficciones
De los antiguos gentiles selvajes,
Las quales son unos mortales potajes
Cubiertos con altos y dulces sermones:
Sus fábulas falsas y sus opiniones
Pintamos en tiempo de la juventud;
Agora mirando la suma virtud
Conozco que matan á los corazones.
Consta, en efecto, que en 1493 había dado á luz en Sevilla un
poema de ciento cincuenta coplas de arte mayor, con el título del
Laberinto del Marqués de Cádiz (seguramente á imitación del Labe-
rinto de Juan de Mena), obra que, dados los alientos poéticos del
autor y el interés histórico de su héroe, en quien se cifra la mayor
gloria de la caballería española durante la guerra de Granada, pudo
ser de grande importancia. Pero este poema parece irrevocable-
mente perdido, pues aunque se conocen la fecha y el impresor, y
queda una pequeña descripción de lo material del libro, todo el es-
fuerzo de los más doctos bibliófilos para llegar á ver un ejemplar, ha
Canté con mi lengua mortal y penosa
En una gran Cueva feroz escondido,
Aunque de afuera se muestra graciosa?
(Los Dcce Triunfos, triunfo primero, cap. II.)
CAPITULO XXIII 79
resultado hasta ahora infructuoso (i). Sólo podemos juzgar al Car-
tujano por dos poemas religiosos, de muy desigual mérito, el Reta-
blo de la vida de Cristo (2) y Los doce triunfos de los doce apóstoles.
(1) Miguel Denis, en el suplemento á Maitaire, hace de este libro la si-
guiente descripción, que copia el P. Méndez en su Tipografía Española:
— El Laberinto del Duque de Cádiz D. Rodrigo Po7ice de León.
Pág. 2, dice: La? ciento y cincuenta del Laberinto, compuestas por fray Juan
de Padilla, cartuxo, antes que religioso fuese.
Dedicado á Doña Beatriz Pacheco, duquesa de Arcos.
(Al fin): Aquí se acaban las ciento y cincuenta coplas por fray Jua?i de Padilla,
carluxo profeso de las Cuebas de Sevilla. Impresas en Sevilla en el año de mili e
quatrocientos e noventa y tres, por Meinardo Ungtd e Lanzalao Polono.
4.°, á dos columnas, 16 hojas en letra de tortis.
(2) Del Retablo de la vida de Cristo hay, por lo menos, las siguientes edi-
ciones:
— Retablo d' l cartuxo sobre la vida d' nró redéptór jesu xpó.
(Al fin): Acabo se d' componer el retablo... jueves a xxiiij dias de deziebre: vigi-
lia d' la natividad de nró Señor: cóplidos los años de mili e qnientos. Año del ju-
bileo de roma. Fue empmido en la muy noble e muy leal cibdad de Sevilla, por
Cromberger alemán, a iiij dias del ?nes de margo. Año de nr salvador jesuxpo deó
mili y qniétos y dezisexs. Folio, á dos columnas, letra de tortis, con grabados
intercalados en el texto, y una lámina grande después del colofón.
Esta es indisputablemente la primera edición, y está descrita en la Tipo-
grafía Hispalense de D. Francisco Escudero y Perosso (Madrid, 1894), nú-
mero 188, con presencia de un ejemplar que existía en la biblioteca de Uclés.
— Una de Sevilla, 15 18, citada por Nicolás Antonio.
— Retablo d1 la vida de christo fecho en metro por ten devoto frayle de la Car-
tuxa, 1529.
(Al fin): Acabosse la presente obra... en Alcalá de Henares a ocho dias d' no-
vicbre, año d' mili v Quietos y XXIX. Folio gótico, á dos columnas, con figu-
ras. 76 fojas. (Edición descrita por Brunet como existente en la Biblioteca
Nacional de París. Falta en la Tipografía Complutense del Sr. Catalina y
García.)
— Toledo, por Juan de Ayala, 1565. (Al fin, 1559.) Descrita por Gallardo.
— Sevilla, por Juan Várela, 1530. Citada por N. Antonio y Brunet.
— Retablo de la vida de Christo hecha en metro por el devoto padre don Juan de
Padilla monje Cartuxo. Impresso con licencia en Toledo. Por Francisco Guzmán,
año de 1570. Tiene, como todas las restantes, grabados en madera. El ejem-
plar visto por Salva tenía al fin la fecha de 1567, que será la verdadera de la
impresión, aunque el libro no circulase hasta después de 1569, que es la fe-
cha del privilegio. (Sigue la nota.)
8o HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
La fortuna de cada uno de estos poemas ha estado en razón inversa
de su valor intrínseco; y mientras el Retablo, por la mayor excelen-
cia de su asunto, llegaba á ser libro popular y era reproducido en
— Alcalá de Henares, por Sebastián Martínez, 1577. La tuvo Salva, y está
descrita minuciosamente en su Catálogo.
— Valladolid, 1582, en casa de Diego Fernández de Córdoba.
—Toledo, por Pedro López de Haro, 1585. Citada por D. Justo Sancha en
su Romancero y Cancionero Sagrados.
— Toledo, por Pedro Rodríguez, 1593.
— Alcalá, por Sebastián Martínez, 1593.
— Alcalá de Henares, en casa de Juan Gradan, q?¿e sea en gloria. Año 1605.
Edición de aspecto popular, y en muy mal papel, con toscas viñetas graba-
das en madera.
— Retrato (sic¡ de la vida de Cristo. Edición popular del siglo pasado, en
Valladolid, casa de la viuda é hijos de Santander; unida auna Pasión en quin-
tillas, que es la de Diego de San Pedro, adicionada por el Bachiller Burgos.
— Edición fragmentaria de Londres, 1841, por el canónigo Riego, al fin de
Los Doce Triunfos, que citaré después.
Salva describe un rarísimo librito que lleva por título La Vida de Nuestra
Bendita Señora María Virgen, emperatriz de los cielos, en la qual también se con-
tienen el Nascimievto, Passion y muerte de Nuestro Dios y Salvador Jesu Chris-
to... Obra de Julio Pontana, pintor y vezino de la muy noble ciudad de Verona.
Con algunos versos, hechos parte por un devoto cartuxano, y parte por Jusepede
los Cerros de Trenio. Sin lugar (¿Venecia?) apud Lucam Guarino, 1569. Son 40
láminas muy bien grabadas al agua fuerte, que llevan en la parte inferior ver-
sos explicativos, tomados la mayor parte de ellos del Retablo de nuestro
autor.
Con esta abundancia de ediciones del Retablo, contrasta la escasez de las
de Los Doce Triunfos, pues sólo se pueden citar tres; y aun una de ellas es
dudosa.
— Los doze triüphos de los doze Apostóles: fechos por el cartuxaiio: ffesso en
sed María a" las Cuevas en Sevilla. Có previlegio. El frontis figura un retablo,
donde en doce nichos están los doce apóstoles con sus nombres en letra co-
lorada, lo mismo que el título. Al dorso la cabeza de San Juan Bautista. Hay
entre las hojas de principios otras dos láminas, una del cielo estrellado y otra
del signo de Aries. La obra comienza en la séptima hoja.
(Al fin): Aquí se acaba el iriüpho de Sant Mathias apóstol: y postrero de los
doze triüfos. Acabóse la obra de cdponer domingo en xiiij de Febrero de mili y qui-
nientos xviij años d:a de sant Valentino martyr. Fue impremida en la muy noble
y muy leal cibdad de Sevilla, por Juan Várela a V días d' l mes de Octubre: año
de nró. Salvador de mili y quintetos y XXI años. Folio gótico, 6 hojas prelimi-
CAPITULO XXIII 81
numerosas ediciones hasta el siglo xvn, y aun en tiempos próximos
á nosotros; Los doce triunfos, que son incomparablemente superio-
res, quizá no fueron reimpresos ni una vez sola en más de trescien-
tos años, y eran una de las mayores rarezas bibliográficas de la lite-
ratura española, hasta que el canónigo Riego los sacó del olvido
en 1842, abrumando al autor con los disparatados calificativos de
Homero y Dante español, que le han perjudicado más que favore-
cido en la estimación de la crítica desapasionada. Con más acierto
y templanza D. Luis Usoz y Río se limitó á decir (i) que «ninguna
nares y 62 folios. Al fin se advierte que cesta divina y apostólica obra fué muy
¡>diligentemente vista y aprobada por los reverendos señores Martín Nava-
rro, canónigo en la Sancta iglesia de Sevilla, y Sebastian Monzón, racionero
>en la misma Sancta iglesia, dignísimos maestros en artes y sacra theologia, en
»presencia del autor de la obra.»
— Edición de 1529, citada por La Serna Santander, pero no vista por nin-
gún otro bibliógrafo.
— Los doze triumphos de los doze Apostóles, fechos por el Cartuxano: professo
en Slá. María de las Cuevas en Sevilla. Poema heroico cristiano (del Homero y
Dante español). Lo saca á luz de las tinieblas del olvido en que estaba sepultado
por más de trescientos años, fiel y cuidadosamente trasladado de un Exemplar que
hoy existe en la Librería del Museo Británico: y que antes perteneció y aun ahora,
debiera pertenecer, á no habérsele privado de él malamente, al Editor de esta Di-
vina y Apostólica obra Don Miguel del Riego: canónigo de Oviedo. Londres, im-
preso por D. Carlos Wood, JS41 .
El bibliófilo que dirigió esta curiosa reimpresión, y cuyo extraño gusto
bien puede comprenderse po. la portada, fué el canónigo asturiano D. Miguel
del Riego, emigrado en Londres, hermano del célebre D. Rafael, y muy co-
nocido él mismo por la grande amistad que tuvo con Hugo Foseólo, que mu-
rió en su casa y le legó sus manuscritos.
Al fin de Los Doce Triunfos puso extractos considerables del Retablo de la
vida de Cristo.
Entre los pocos críticos españoles que han tratado del Cartujano, dándole
la estimación debida, figura en primer termino Amador de los Ríos, que ya
en su juventud iniciaba el estudio de este poeta en varios artículos publicados
en la Floresta Andaluza, revista de Sevilla (i 84 1 á 1842), en El Tiempo, de Ma-
drid (1844), y en la Revista Literaria del Español (1845).
[Véanse también Los doze Triumphos en el tomo 1 del Cancionero castella-
no del siglo XV de R. Foulché-Delbosc (tomo xix de la Nueva Biblioteca de
Autores Españoles). [A. /?.)].
(1) En el prólogo al Cancionero de Burlas.
Men£ndkz y PbIiAyo.— Poesía castellana. I tí. 6
82 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
nación en 1 52 1 puede presentar tan buen discípulo de Dante como
es el Cartujanos] y á nuestro juicio, esta es la verdad, y no es pe-
queña gloria para Juan de Padilla el que esto pueda decirse.
Ambos poemas están compuestos en estancias de arte mayor
como las de Juan de Mena; pero todos los versos son rigurosamen-
te dodecasílabos, sin que se advierta en ellos la irregularidad métri-
ca, al parecer sistemática, que hay en las Trescientas. Pero, fuera
de esta semejanza de forma, el Retablo y Los doce triunfos difieren
profundamente entre sí en todo lo que pertenece al plan y artificio
de la composición. El del Retablo, obra más piadosa que literaria,
es sencillo por todo extremo, rigurosamente narrativo, sin mezcla
de alegoría, ni simbolismo. El autor, aludiendo claramente á Juan
de Mena, manifiesta su propósito de no imitarle, sobre todo en el
empleo de la mitología y de la historia profana:
Aquí no pintamos las vueltas humanas,
Ni cómo las vuelve la triste fortuna,
Ni cómo se mueven los cielos y luna,
Ni sus influencias enfermas y sanas:
Callo las cosas del mundo livianas,
Dejo los hechos romanos aparte,
Repruebo los hechos de Palas y Marte
Y las opiniones de gentes profanas.
Huyan, por ende, las musas dañadas
Á las Estigias do reina Plutón;
En nuestro divino muy alto sermón
Las tienen los santos por muy reprobadas.
Aquí celebramos las cosas sagradas,
La vida de Cristo con su nacimiento,
Sus llagas y muerte, pasión y tormento,
Con todas sus cosas muy bien memoradas.
El asunto del poema es la vida de Cristo, conforme al texto de
los cuatro Evangelios, sin ninguna especie de adición apócrifa ni
circunstancia que no esté contenida en el Sagrado Texto. Así lo
anuncia el preámbulo y así se cumple en el libro: «Comienza la
»vida de Cristo, compuesta por un religioso monje de la orden de
»la Cartuja en versos castellanos, ó coplas de arte mayor, á causa
CAPÍTULO XXHI 83
»que mejor sea leída; porque, según la sentencia de Aristóteles, na-
turalmente se deleita el hombre en el verso y música. El qual di-
»vide toda la obra en quatro Tablas, porque su intención es, según
aparece en el segundo cántico de la primera tabla, hacer un Reta-
»blo de la vida de Cristo nuestro Redentor. Las quales quatro ta-
ablas corresponden á los quatro Evangelios. Y así por orden po-
smiendo las historias no apócrifas ni falsas, salvo como la santa ma-
jare Iglesia las tiene, y los santos profetas y doctores, que van por
alas márgenes puestos. Van divididas las Tablas, no por capítulos,
«salvo por cánticos... La primera tabla comienza del principio has-
»ta el bautismo de Cristo. La segunda, de allí hasta el domingo "de
»Lázaro, que se llama Dominica in Passione. La tercera hasta que
»subió á los Cielos, y ha de venir á juzgar á los vivos y los muertos.
«Los lectores paren mientes, quando vieren el evangelista, ó pro-
afeta, ó doctor, señalado en la margen, porque en derecho del ver-
aso do está señalado, comienza á decir su dicho, hasta que viene el
aotro siguiente; así van todos por orden. Quando quiera que algu-
anos doctores no tuvieren señalados sus originales ó libros, hase de
^entender que lo dicen sobre el texto Evangélico, en exposiciones,
^homilías, sermones ó postillas; así hace Santo Thomás en su Cate-
aría áurea, y Lodulpho Cartujano, el qual más que otro ninguno
«compiló muy altamente la vida de Cristo, según fué aprobado en
ael Concilio de Basilea. Estos doctores han sido muy familiares al
»autor en esta obra; quando él pusiese con ellos el cornadillo de su
apobreza, no pone su nombre, salvo este nombre: autor... Y pro-
testa de no poner historias de gentiles paganos, salvo algunas que
amucho hiciesen al caso y fuesen verdaderas. Cosa temorizada es
aponer entre las historias de Cristo historias reprobadas y falsas,
asalvo las verdaderas y aprobadas que tiene el Testamento viejo y
«nuevo. Y nota que no tan solamente aquí se describe la vida de
«Cristo, pero la de Nuestra Señora y de San Juan Bautista, padre
agracioso de los Cartujos.»
Esta clarísima exposición hecha por el autor mismo nos excusa
de insistir sobre el contenido de la obra, que es uno más en la lar-
ga serie de poemas sobre la vida del Redentor, iniciada en el siglo iv
por nuestro español Juvenco, á quien se parece el autor del
84 - HISTORIA' DE LA POESÍA CASTELLANA
Retablo hasta en haber dividido su obra en cuatro libros, aunque
ni en Juvenco ni en Padilla corresponda cada uno de ellos á
un Evangelio, puesto que la narración va seguida y hecha siem-
pre con presencia de los cuatro:
Así como salen del huerto primero
Y ele su fontana de gran perfección,
Los quatro conductos Phisón y Gion,
Eufrates y Tigris, de curso ligero;
Así de la fuente de Dios verdadero
Saco mis tablas por cuatro canales,
Que son los conductos evangelicales,
Según adelante mejor lo profiero.
La parte original del autor, que él cuida de advertir siempre con
la nota indicada, es muy pequeña: se reduce á algunas comparacio-
nes y á tal cual sentencia. Al fin de cada uno de los cánticos, hay
una oración en versos octosílabos, y á veces, en los momentos más
solemnes y dolorosos de la Pasión, intercala lamentaciones en pro-
sa, á manera de sermón. El lenguaje es mucho más llano y popular
que el de Los Doce Triunfos; son raros en él los neologismos enfá-
ticos que dan tan especial color al estilo del segundo de estos poe-
mas, y en cambio se recomienda por la patética sencillez y la fuer-
za expresiva en muchos pasajes, de que pueden dar muestra estas
octavas, tomadas del cuadro de la Crucifixión:
Ya comenzaba el Señor dolorido
Hacer las señales del último punto;
Mostraba su cara color de difunto,
La carne moría, moría el sentido;
El pecho sonaba con ronco latido,
Los ojos abiertos, la vista turbada,
Llena de sangre la boca sagrada,
Fríos los pies, y su pulso perdido.
Luego por medio se rompe aquel velo,
Que estaba en el templo delante el altar;
Comienza muy recio la tierra á temblar,
Por medio se quiebran las piedras del suelo
Pierden su lumbre los signos del cielo,
El sol y la luna también la perdieron,
CAPÍTULO XXIII 85.
Los cuerpos de santos allí resurgieron,
Cree el Centurio con grave recelo.
El agua salía, la sangre brotaba,
La sangre por precio de nuestros pecados.
Y para que fuesen del todo lavados,
El agua muy santa perfecta manaba...
Literariamente valen mucho más Los doce triunfos de los doce
Apóstoles, poema enteramente dantesco en el conjunto y en los por-
menores, aunque el título recuerde desde luego los Triunfos del Pe-
trarca, de los cuales también tiene alguna reminiscencia. Este se-
gundo poema del Cartujano no es ya historial, sino alegórico; la
historia sólo aparece en los episodios, como en la Divina Comedia
y en el Laberinto. Un argumento en prosa declara previamente el
artificio de esta sotil é divina obra: «La intención del autor es com-
»poner doce triunfos, en que describe los hechos maravillosos de
>los doce Apóstoles; los quales van divididos por los doce signos
»del Zodíaco que ciñe toda la Esfera... por los quales el Sol y los
^Planetas hacen su curso. Por el Sol se entiende Cristo... y todos
>los otros Planetas y señales del Cielo, allende del seso literal é his-
torial, los trae sutilmente al seso moral y alegórico... Y por quan-
>to el año va dividido por sus meses, el autor ha tomado esta in-
tención de poner cada un Apóstol sobre el signo que viene: así
jcomo á Santiago sobre el signo de León, el qual entra mediado Ju-
»lio y va hasta mediado Agosto, que entra el signo de Virgo, enci-
sma del qual se pone San Bartholomé... E describe en diversos lu-
»gares, discurriendo por la obra, mucho de la Cosmografía, convie-
ne á saber las partidas, provincias, rey nos y ciudades por donde
¿los Apóstoles predicaron y de la idolatría triunfaron. Esto mismo
>hace de la Astrología, á causa de representar la gloria que los Sari-
»tos tienen en el Cielo. Y por semejante, representa en la tierra
>doce bocas infernales en un hondo valle; las quales dice que salen
>del profundo del infierno; y cada qual de ellas corresponde A un
asigno del Zodíaco, y no menos á cada triunfo de los Apóstoles
• Por las quales doce bocas, se tragan y atormentan doce géneros
>de pecados... que son las transgresiones contrarias <1 la observan-
86 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
»cia de los mandamientos... Sobre la haz de la tierra representa el
^Purgatorio en algunos triunfos por diversas penas derramadas; y
>finge que habla con algunas ánimas, y les demanda la causa de sus
apenas, y de otros que penan en el inñerno... Grandes historias cía-
aras y obscuras, é intrincadas materias van por esta contemplativa
»obra...»
Hay que distinguir, pues, en la complicada urdimbre de este poe-
ma varios hilos; en primer lugar un simbolismo astrológico, en que
el Sol representa á Cristo, y los signos del Zodíaco á los Apósto-
les (i); en segundo, una Cosmografía ó descripción de todas las
tierras en que predicaron los Apóstoles; y finalmente, un viaje al In:
fiemo y al Purgatorio, en que San Pablo sirve de guía al poeta,
como Virgilio había servido á Dante. Todo lo anuncia y abarca la
invocación del poeta:
Yo canto las armas de los Palestinos (2)
Príncipes doce del Omnipotente,
Sus doce triunfos de don excelente,
Triunfos de gloria seranea dinos:
Y pongo la tierra debajo los sinos
Del cinto dorado de los animales,
Y junto las altas celestes señales,
Y los fortunados y casos indinos
De los pasados é vivos mortales...
(1) Recuérdese, como extraña y curiosa coincidencia, aquella obra á prin-
cipios de nuestro siglo tan ruidosa, y hoy tan olvidada, de Dupuis, sobre el
Origen de los Cultos, en que el mismo símbolo zodiacal se ve empleado contra
el cristianismo y aun contra toda religión.
(2) Reminiscencia evidente del Arma virunque cano... Hay otras imitacio-
nes de la Eneida, especialmente de la descripción de la tempestad en el
Triunfo 4°, cap. ni.
Así navegando los golfos tirrenos
Meptuno se leva con ínvido dolo,
Rogando que suelte sus vientos Eolo._
Esta descripción virgiliana estaba entonces muy de moda: ya la había imi-
tado Juan de Mena; y simultáneamente con el Cartujano lo hizo el autor de
la Historia parthenopea, pero con todo el mal suceso que podía esperarse de
su nulidad poética.
CAPÍTULO XXIII 87
Estos materiales se mezclan de un modo bastante confuso, y son
de muy desigual valor. Toda la parte astrológica y cosmográfica es
en extremo cansada y pedantesca. Por el contrario, la visita á las
mansiones infernales es la parte mejor de la obra: aquí el Cartujano
'sigue paso a paso las huellas de Dante, y calca sus episodios, y unas
veces le imita y otras le traduce, pero siempre con desembarazo,
nervio y estilo propio. Su dicción es escabrosa y desigual, á veces
enfática y altisonante, á veces desmayada y pedestre, pero en las
comparaciones (i) y en las descripciones suele mostrar mucha sa-
via poética. De las cualidades de Dante acertó á asimilarse una de
(1) Juzgamos conveniente transcribir algunas, no sólo por la extraña ori-
ginalidad de varias de ellas, sino por tratarse de un poeta tan olvidado, y
cuyas obras, aun en la edición de Londres, son de difícil acceso:
Alzaba la cara con altos bramidos
Que retronaban aquella montaña,
Bien como toros bramando con saña,
Huyendo de otros después de vencidos...
Y como quien tuerce los hilos pendientes
Entre las palmas con fuerza de dedos;
Como los sastres sentados y quedos
Los tuercen colgados de solos dos dientes:
Así las dañadas y pérfidas gentes
Tuercen sus lenguas del todo sacadas,
Para que sean sotil enhiladas
Con las agujas de fuego pungentes,
Puesto que sean muy más abrasadas.
Como los toros, en tales lugares *,
Tienen á fuertes colunas ligados:
Así vide cuerpos de bestias atados
Por las gargantas y los paladares.
Tenían las caras con sus aladares,
Bien como unos humanos mortales:
Los miembros de cuerpos no poco bestiales,
En parte conformes, y en parte dispares
De asnos sardescos que son desiguales.
Como los brutos galápagos suelen
Tener sus cabezas y cuello de fuera
El matadero ó carnicería de que habla antes.
88 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
las más características: el poder de representación eficaz y viva de
las realidades concretas; el arte de transformar lo fantástico en icás-
tico, y de producir con elementos del mundo invisible la visión de
cosa presente y palpable. En la expresión el Cartujano es más dan-
Por los remansos de alguna ribera,
Si no les dan causa que hondo se cuelen:
Tal se mostraban, y mucho se duelen
Las tristes cabezas por esta laguna...
En lo más hondo del valle penoso
Oímos sonar unas ciertas cuadrillas:
Así como suenan algunas tablillas,
Y roncas gargantas del pueblo leproso,
Que pide limosna de fuera las villas.
Como de noche corusca del cielo
Súbita lumbre relampagueando,
Hace su rayo sotil radiando
Que súbitamente veamos el suelo;
Pero tornando la noche su velo
Quedan los ojos así como muertos:
Y tanto se monta tenellos abiertos,
Cuanto cerrados á luz de señuelo
Que suelen de noche poner á los puertos.
Y como delante de los caminantes
Traviesan corriendo los ciervos ligeros,
Heridos á veces de los ballesteros
Con yerbas peores que pasavolantes:
Así nos pasaron delante bramantes
Unas amargas personas, heridas
Con armas de fuego cruel encendidas;
Sus trancos y pasos así festinantes
Como las cebras por llano corridas.
Y bien como vemos que muchas vegadas,
Aunque corridas, se paran mirando
A los cazadores, que van ya callando
A causa que sean más presto cazadas,
Así nos giraron sus caras cuitadas,
Y se detuvieron en sí razonantes...
Y como en la Isla de Hierro la gente
Bebe del agua que el árbol destila,
La qual por las hojas pendientes ahila
CAPÍTULO XXIII 89
tesco que Juan de Mena, aunque éste tenga más partes de poeta
épico. La cruda familiaridad del estilo del monje Padilla, en los tro-
zos en que se olvida de la afectación retórica y se deja llevar
no menos de su natural instinto que del gran modelo que tenía
Hasta que hinche la húmeda fuente;
Así destilaba la sangre reciente
Por todos los miembros de los cativados:
Que todos los charcos de agua menguados
Llenos quedaban de sangre rubente,
La qual no pudieran beber los ganados.
Y como los peces los cuervos marinos,
Las almas amargas con ansia tragaban.
Asi nos llegamos á poco de rato
A la ribera, do vi que penaba
Uno que cieno hediondo tragaba
Como quien traga la miel de Cerrato.
Su mano traía cruel garabato,
El suelo rasgaba con él abarrisco;
Y como quien anda buscando marisco
Tal rebuscaba con férvido flato
El cieno muy negro cubierto de cisco.
Véase, en contraposición á tan hórridas pinturas, esta dulce entrada del
'l?runfo cuarto^ que recuerda análogos principios de algunos cantos de Dante:
Como la dulce calandra volando
Entona su canto, subiendo su vuelo
Facia la parte más alta del cielo,
Con sus alillas sutil aleando:
Pero después de sobida callando
Contempla la forma de aquella su vida,
Y con alegría mezclada sobida,
Muy vagorosa se viene calando
Kacia la propia terrena manida.
o es rara la suavidad y ternura de expresión en el Cartujano^ v. gr.
Así rastreando la triste plañía,
Como los niños que van gateando;
Que dejan la cuna, la madre buscando,
Puestos en esta continua porfía,
Hasta que callan, la teta mamando.
gO HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
á la vista, va bien con la entonación sombría de los cuadros en
que principalmente se complace. Veamos algunos trozos, eligien-
do precisamente aquellos en que es más visible la imitación de
Dante, y en que, por consiguiente, el arte del imitador tiene que
luchar con más desventaja. Sea el primero la aparición de Satanás,
imitada del último canto del Infierno:
Lo' mperador del doloroso regno
Da mezzo '1 petto uscia fuor della ghiaccia...
En medio del pozo según parecía,
Vimos de bruzas estar aleando
Una muy fea visión, trabajando
Por levantarse maguer no podía.
Las manos y cola de grado tenía,
Y más las espaldas atan escamadas
Como las sierpes de Libia conchadas;
Y como la Hidra su cuello tendía
Con siete gargantas y lenguas sacadas.
Las alas, mayores que velas latinas,
Y de las morciélagas no diferían:
Dos vientos las alas batiendo hacían,
Helantes las partes del pozo vecinas.
Por agujeros, resquicios y minas
Brotaban helados y negros vapores:
Helaban las carnes de los pecadores,
Doblando sus males y penas continas,
Y otros secretos tormentos mayores.
Suena de dentro muy grande zombido
Como colmenas después de castradas;
Ó como las aguas que van despeñadas
Á dar en el pozo que tieuen seguido...
Nadie dejará de recordar las capas de plomo con que Dante
(canto XXIII) revistió á los hipócritas:
Egli avean cappe con cappucci bassi
Dinanzi agli occhi, fatte della taglia
Che'n Cologna per li monaci fassi.
CAPITULO xxiii gi
Di fuor dórate son si ch' egli abbagiia;
Ma dentro tutte piombo e gravi tanto,
Che Federigo le mettea di paglia...
Véase cómo Juan de Padilla imita libremente, pero con mucho
vigor, este pasaje, sustituyendo con unas máscaras de plomo
las capas de Dante:
Y vi que por ásperos riscos sobía
Una gran parte de gente gimiendo:
Como cargado que gime subiendo
Ásperos puertos, sin senda ni guía.
Cada qual de ellos, yo vi que tenía
Cubierta su cara con otra fingida,
Hecha de plomo muy más que bruñida,
Y blanca su ropa, según parecía.
De pelos de lobo sutil retejida.
Llevaban las cíiras y cuerpos corvados,
Así como hace cualquier ganapán,
Que lleva gran peso con pena y afán
Á los navios en Cádiz fletados.
El plomo hacía sus rostros pesados.
Siendo las máscaras deste metal
Por ir adelante por el pedregal:
Atrás se tornaban con pasos trabados,
Hacia lo hondo del valle mortal.
Las máscaras graves, de plomo talladas,
Y todas sus ropas y trajes fengidos,
Allí se derriten después de heridos,
Quedando sus caras muy más inflamadas.
Y como de alto las peñas lanzadas
Vienen con furia la cuesta rodando,
Tal se mostraban allí despeñando,
Hacia lo hondo de aquellas quebradas,
Estos blasfemos de Dios reclamando.
En este gran trato de cuerda penaban
Otros semblantes de mitras y togas;
Eran sus lenguas las ásperas sogas
Que los sobían y los abajaban.
Todos sus miembros se descoyuntaban,
Y más rebotaban los huesos quebrados:
92 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Y como los cuellos de los ahorcados,
Muy estiradas sus lenguas mostraban.
Venas y cuerdas, los bezos inflados...
Y que el Cartujano había llegado á conquistar los más terribles
secretos de la fiera penalidad dantesca, lo muestra bien aquel epi-
sodio en que nos describe los canes que devoraban las carnes y
lenguas heladas y duras de los apóstatas, cuyos miembros, después
de tragados, volvían á rehacerse en forma de demonios, los cuales
atormentaban el cuerpo de que procedían, y á los mismos canes del
Infierno que se habían cebado en su madre.
Mostraban aquellos ministros cruentos,
Como verdugos y bravos leones.
Manos y garfios de mil condiciones,
Y otras maneras de nuevos tormentos.
Despedazaban los cuartos sangrientos
Y lenguas babosas de aquellas quimeras;
Las cuales colgaban de las espeteras,
Allí do picaban los buytres hambrientos,
Bien como cuervos de cuencas enteras.
Y como los gatos de las asaduras
Afierran con uñas, no poco gruñendo:
Tal se mostraban los canes, comiendo
Las carnes y lenguas heladas y duras.
A rehacerse por las coyunturas
Tornaban sus miembros, después de tragados,
Pero después que los vi revesados
Tornaban en otras más feas figuras.
Hechos del todo diablos formados.
Los viboreznos con dientes crueles
Royen la madre después de parida:
Tal se mostraban con rabia crecida
Estos nóvelos diablos rebeles.
Contra los canes muy más infieles
Volvían sus uñas crueles y dientes,
Despedazando sus carnes dolientes;
Para vengarse muy más que lebreles
En los de caza venados mordientes.
No hay en los Doze triunfos episodios de carácter épico que com-
pitan con la heroica muerte del Conde de Niebla, y con otros que
CAPITULO XXIII 93
en las Trescientas se admiran. En los versos del hijo de San Bruno,
forjados en el silencioso retiro del claustro más austero, el mundo
sobrenatural, aunque visto é interpretado de un modo tan realista,
tenía que ocupar mucho más espacio que el mundo de la historia.
Pero en el curso de su peregrinación por el infernal laberinto, no
deja el poeta de encontrar semblantes conocidos de gentes de su
patria, y acierta á veces á retratarlos con el toque vigoroso y som-
brío que cuadra á un tan fiel discípulo de Dante. Así, en el círculo
de los apóstatas, pena el arzobispo Don Opas: así en la obscura y
helada laguna, llena de juncos silvestres y de espíritus roncos, don-
de son castigadas las almas frías y tibias, levanta la cabeza el caba-
llero de la Banda Dorada, menospreciador de las fiestas, que él em-
pleaba en correr el monte, «tratando ¿os sacres y vivos halcones-» y
en hollar y destruir los panes de los labradores; y no lejos de allí,
azotado por el turbio viento y por los espesos copos de nieve, pena
su codicia el avariento y usurario mercader
Que en todos los bancos de Flandes cambiando,
Hizo muy llena la bolsa vacía...
el cual, extendiendo su trato á Florencia, Venecia y Genova, Lyon,
Sevilla y Valencia, tuvo en Medina y en Valladolid rica tienda de
brocados. Así en la negra caldera de los simoníacos hierve un papa
(cuyo nombre no quiere declarar el autor, pero se infiere que ha de
ser Alejandro VI), pregonando en altas voces su condenación eterna:
Yo de la silla muy santa romana
Hice las cosas que nunca debiera;
Multiplicando por mala manera
La triste ganancia que pierde y no gana.
La sangre propincua, mortal y muy vana,
Fuera la causa de tantos errores,
Haciendo á mis hijos muy grandes señores,
Y dando manera por donde renueva
Esta dolencia por otros menores.
Verás la caldera por forma de ara
Donde se funde la dulce pecuña i ),
(i) Pecunia.
94 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Y donde se ofrece después que se cuña
Con impresión de la falsa Tiara...
Luego reguardo con tales razones
La negra caldera hervir á meriudo,
Y lo que la mente notar aquí pudo,
En ella hervían muy ricos bolsones.
Brotaban por cima de los borbollones
Revueltos en forma de gruesos gusanos:
Como perdiendo los cibos livianos,
Saltan y tocan los vivos tizones
No socorridos de fuerza de manos.
Varios episodios, de mucha curiosidad histórica, nos transportan
á la época de anarquía que precedió inmediatamente á los Reyes
Católicos. Uno es el del comendador de Extremadura, en quien
parece vislumbrarse la terrible figura del clavero D. Alonso de Mon-
roy (i); otro el del montañés homicida, del bando de los Negretes
(como si dijéramos, un héroe de los de Lope García de Salazar),
condenado con un tropel de malhechores de su especie á correr in-
(0
Yo só, me dijo, del Estremadura;
Donde las rayas reales ya juntas,
Hacen la tierra no mucho segura.
Tuvo mi pecho la cruz colorada;
Pero con odio que tuve de uno,
El qual aquí viene también de consuno,
Fué mucha sangre por nos derramada.
La cruz que traía de fuera bordada,
Dentro no tovo mi mal corazón
Por ella perdida semblante pasión;
Pero mi alma salió condenada
Súbitamente sin más confesión.
Este con grave coraje de presto,
Como quien rabia con férvida basca,
Con uñas crueles su pecho se rasca,
Después de rascado su lánguido gesto.
Y súbitamente yo vide, con esto,
Salir de su pecho cruel horadado
Un drago con su corazón travesado:
Bien como perro que saca del cesto
El pan que la moza no tiene guardado
capitulo xxin 95
cesantemente, *.como los ciervos en tiempo de brama», bajo una llu-
via de saetas enherboladas y encendidas (i).
El carácter nacional de este poema se acentúa más y más en la
visión del candido lirio de Calahorra, es decir, de Santo Do-
mingo de Guzmán: en cuya boca pone el Cartujano los loores
de España, la descripción de las armas de Castilla y de los es-
tandartes de las doce principales casas del Reino, que rodeaban
en manera de pabellón el trono de Santiago; y los triunfantes
(0
— ¡Oh ánimas (dije) que tan fatigadas
Vais caminando, de fuego llagadas,
Decidme, si sois de la nuestra Castilla,
O de las provincias en torno pobladas!
Uno responde con alto gemido,
Sentido que hobo mi lengua materna:
— Porque mímente mejor te dicierna,
Dime primero, dó fueste nacido?
Yo le repuse, sin ser prevenido:
— ¿Y cómo no sientes que só castellano?
No hablo tudesco ni menos toscano:
Basta que sepas haber yo bebido
Las aguas del río sotil sevillano.
Mas dime, quien eres ¡oh ánima triste!
Y quien son aquestos que van á tu lado?
Y qué fué la causa de tanto pecado,
Por donde tu cuerpo tal hábito viste?
— Só montañés de la brava montaña,
Y más gamboyno, llorando me dice:
Tales excesos mortales yo hice,
Por donde padezco la pena tamaña.
Los unigueses * con férvida saña
Maté con mis manos, sin lo merecer,
Y más en Bilbao queriendo valer
Hice no menos semblante fazaña
Por donde la villa se quiso perder.
Por ende con armas de fuego llagado
Vó caminando sin agua ni cibo;
Cual muerte yo daba, tal pena recibo
Con estas saetas que vó travesado.
Otros de aqueste convento penado
Hicieron lo mismo, que fueron Giletes,
Sin causa matando los nobles Negretes.
Oñacinos.
g6 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
esfuerzos de los reyes y batalladores de la Reconquista, de los
cuales dice enérgicamente:
Que muestran sangrientos los brazos y codos;
y entre los cuales se levanta la sombra del campeón burgalés, con-
fortado por el aliento de San Lázaro:
Mostróse Laines, cruel batallando
Con el resuello del Santo llagado.
Tenía debajo su fuerte persona,
Por pavimento de su rica silla,
A Búcar y toda su grande cuadrilla,
Los quales domara su hoja tizona.
Bajo el hábito del cartujo late briosamente el corazón del patrio-
ta, y no puede contener el Salve, magna parens frugum, que acude
á sus labios, aunque le ponga súbito correctivo San Pablo, retrayén-
dole á la memoria de la patria eterna:
La grande excelencia de nuestras Españas
Excede la pluma de los oradores.
Fértiles tiene sus grandes montañas,
Y más los collados y vegas amenas;
De todos metales abundan sus venas,
Y dellos reparte por tierras extrañas,
Haciéndose rica con doblas ajenas.
— Basta, me dijo mi Santo precioso,
Lo contemplado del suelo materno:
Duro lo halla muy más que no tierno
Aquel que lo deja por Dios poderoso:
El hábito hace muy más virtuoso
La mente que ama la patria superna:
Esta la vida segura gobierna
Aquí en este suelo mortal y penoso,
Que muchas vegadas las almas enfierna.
La tradición épica, que con las maravillas de fines del siglo xv
parecía haber cobrado una segunda juventud, la cual iba á conti-
nuar potente y gloriosa durante una centuria entera, tiene en el
CAPITULO XXIII 97
i
poema de Juan de Padilla inesperadas manifestaciones: ya cuando
el autor interroga al banderizo montañés sobre la suerte de Bellido
Dolfos, y él malignamente contesta, según la voz popular:
Urraca lo sabe mejor á dó anda;
ya cuando, en medio del fiero y hediondo tremedal, comienza á le-
vantar la cabeza, del légamo donde yace atollado, el espectro del
rey D. Rodrigo, vestido de tosco sayal de paño pardo. El poeta se
apiada de tan inmensa desventura, quiere excusar á D. Rodrigo la
acerba confesión de sus culpas, y por un rasgo que bien puede lla-
marse de genio dramático, hace surgir un rutilante real caballero,
que se anuncia en estos términos:
Yo só Pelayo: mi padre, Favila.
El restaurador de España es el que más ejemplarmente puede
contar la pérdida de ella, y, en efecto, empieza á referirla desde el
quebrantamiento de los candados de la mágica cueva de Toledo:
Abrió de Toledo la gran cerradura,
Do vido la tela con bultos pintados...
Y cuando la visión gloriosa del vengador se va alejando, diríase
que toda la Naturaleza se alegra á su paso:
Luego de súbito desaparece,
Dejando las auras olientes y netas:
Como las rosas y las violetas
Heridas del ayre después que amanece...
No hemos pretendido apurar todo lo que hay digno de estudiar-
se en este raro poema, tan desigual á la verdad, y de tan inamena
lectura en mucha parte de su contexto, pero sembrado por donde
quiera de rasgos de talento descriptivo, nacidos de una fantasía
plástica y viva. Tiene Juan de Padilla la robustez y alteza de versi-
ficación que en todo tiempo ha sido gala y timbre de los poetas an-
daluces: tiene además el instinto de la dicción poética noble y so-
nora, que él procura enriquecer, á imitación de Juan de Mena
(segundo maestro suyo después de Dante), con gran número de la-
tinismos é italianismos más ó menos felices, por lo cual, no sin cier-
Mesbndez y Pelayo. — Poesía castellana. III. 7
98 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
ta verisimilitud, se le ha contado entre los precursores de la escuela
sevillana. Es frecuente en él el empleo de los participios latinos
(semblante nitente, selva manante, piélago rubente), no menos que
la introducción de algunos adjetivos del mismo origen, que luego
quedaron en el dialecto poético (aurora lúcida, clarífico fuego, lira
dulcísona), sin contar otros que no han prevalecido, como serénico
cielo, noche corusca é divido dolo. Pero mucho nos engañaríamos
si creyésemos que estas innovaciones constituyen el fondo del esti-
lo del Cartujano, que lejos de sostenerse en esta cuerda enfática,
desciende á cada momento á los idiotismos más populares y llanos,
no sin gran ventaja de la fuerza expresiva en" que principalmente
consiste su mérito. Uno de los secretos que robó al excelso poeta
florentino, fué el de mantener despierta la atención del lector con
alusiones á lo que debía de serle más familiar, á los negocios, tráfa-
gos y solaces de cada día, con indicaciones topográficas precisas: la
feria de Medina; la tabla de Barcelona; el potro de Córdoba; la sima
de Cabra; el aquelarre de las hechiceras de Durango (i); la lonja de
los Ginoveses de Sevilla; la calle de Armas, donde se hurtaban los
arneses antes que se abriese la puerta de Goles; las Gradas del tem-
plo sevillano por donde el autor, cuando pequeño, se paseaba con
(1) Es muy curioso lo que se refiere á artes mágicas en el cap. vn del
primer Triunfo, que debe cotejarse con pasajes análogos de Juan de Mena.
Además de los nigrománticos, hechiceros y mathemáticos (es decir, astrólogos
judiciarios) pone Padilla en su registro á
Los que las uñas del muerto cercenan,
Para mezclarlas con otra malicia...
y recogen los ojos y dientes de los ahorcados; á los que hacen cercos dañados;
á los que se guían por los puntos pitagóricos, ó por augurio de constelacio-
nes, ó por cualquier otro de los signos que recopila en esta última octava:
Y callo no menos la loca manera
Del que reguarda con ojo malino,"
Quando la liebre traviesa camino
Y el ciervo bramando sin su compañera;
O si del encina, del bosque somera,
Canta la triste siniestra corneja;
Y cómo conjura la trémula vieja
Los cuerpos compuestos de líquida cera
Con su profana prolixa conseja.
CAPITULO XXIII 99
un libro abierto; la venta de Zarzuela y el coto de Guadalherce,
donde «-la bolsa pesada recela», hasta que se ve «verdeguear la vara
del quadrillón»; la cuesta de la Plata de Valladolid, frecuentada de
tratantes y logreros; la aldehuela de tierra de Zafra, famosa por el
gigante Juanico; «las hornillas del hierro labrado de Lipuzca (Gui-
púzcoa)»; la piedra horadada del puerto de San Adrián; la Torre del
Oro «cabe el Bético río»; la Atalaya de las Almadrabas; el páramo
frío de la Palomera de Avila; el monte de Torozos y la puente de
Guadiato, familiares á los salteadores, en especial á aquel Cristóbal
de Salmerón, que había sepultado á veintidós hombres en un pozo;
el brasero de Tablada, funesto á los judaizantes; el árbol maravilloso
de la isla de Hierro; las «ondas iamás navegadas-» por donde Colón
halló las perlas con el oro... Leyendo atentamente el poema, se ve
que el Cartujano aspira constantemente al cielo, pero que tiene to-
davía puestos los ojos en la tierra.
Fué de todas suertes uno de los mayores poetas del siglo xv,
aunque brillase más en los pormenores que en el conjunto, y aunque
no tuviese la fortuna de ligar su nombre á una composición impe-
recedera, como las Coplas de Jorge Manrique ó el Diálogo entre el
amor y un viejo. Llegó demasiado pronto para unas cosas y dema-
siado tarde para otras: encerró sus mejores pensamientos en la for-
ma alegórica que ya empezaba á caducar; en el molde de una versi-
ficación monótona de suyo y condenada á próxima muerte: vivió
en una época de transición (que en arte las hay ciertamente, aunque
tanto se abuse del nombre): fué de los que tocaron en las puertas
del Renacimiento sin llegar á penetrar en él, y sin ser tampoco ver-
daderos poetas de la Edad Media: su erudición tuvo que ser pedan-
tesca, torcido y violento su estilo. Pero sus fuerzas nativas eran
grandes, quizá superiores á las de cualquier otro poeta del tiempo
de los Reyes Católicos; y si en absoluto no se le puede dar la palma
entre los imitadores castellanos de Dante, sólo Juan de Mena puede
compartirla con él, viniendo á ser uno y otro medios Menandros
respecto del altísimo poeta á quien tomaron por modelo.
Tuvo Juan de Padilla algunos imitadores, entre los cuales puede
contarse á un anónimo religioso de la orden de los Mínimos, y pro-
bablemente andaluz, que dedicó al duque de Medinaceli, D.Juan de
IOO HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
la Cerda, un nuevo poema dantesco hasta en el título: Libro de la
Celestial Jerarquía y Infernal Laberinto, metrificado en verso heroico
grave (i). El autor había oído leer en casa de su Mecenas las coplas
de Garci Sánchez de Badajoz (de quien da muy peregrinas noticias,
que aprovecharemos después) y doliéndose de ver empleado tan
buen ingenio en materias profanas y aun escandalosas, deliberó apli-
car por su parte la poesía á temas espirituales, como antídoto con-
( i ) Comienga el libro de la celestial j erarchia y inffernal labirintho, metriffi-
cado en metro castellano eri verso heroyco grave por un religioso de la orden de los
mínimos, dirigido al illustrey muy magnifico señor donjuán de la cerda, duque de
Medina celi, conde del puerto de Sánela lí 1 'aria. Sin lugar ni año, folio gótico, 2
hojas preliminares y xxu foliadas, con una más para las erratas. Es libro de
extraordinaria rareza.
Comienza imitando la invocación de Juan de Mena:
Al muy prepotente supremo monarcha,
Aquel que los cielos y tierra esclarece.
A la misma escuela pertenece, aunque fué impreso antes que las obras del
Cartujano, el Triumpho de Maria, de Martín Martínez de Ampies, que más
que obra literaria fué el cumplimiento de una penitencia que impuso al poe-
ta su confesor, como en el frontis se expresa: «Por alabanza de la preciosa
Virgen y madre de christo ihesu: comiéca el libro intitulado triñpho de mar ia: por
martin martinez de ampies, compuesto; y en emienda de sus delictos á él otorgada
por el reverendo doctor fray gonfalo de rebolledo, frayle menor, como por padre de
su cófessió.y
Es un poema en octavas de arte mayor, con glosas á estilo de las de Juan
de Mena, seguido de varias canciones de los coros celestes, de los justos, de
los santos y del linaje femenino de la gloria, en alabanza de Nuestra Señora.
En la signatura g comienza su nuevo poema De los Amores de la Madre de
Dios, que vienen á ser unos gozos en versos de arte menor.
Al fin del tomo se leen las señas de la impresión en estos términos:
<lEI triñpho y los amores d' la preciosa madre de dios aqui se acaban: y emprc-
tados con las expensas de Paulo Hurus alemán de Constancia en la noble ciudad
de Caragoca:» en el año de nuestra salud Mil cccclxxxxv (.1495)- 4-° gót. sin
foliatura.
En el título ya se trasluce la imitación de los Triunfos del Petrarca, que
también en Padilla y en los demás poetas de este tiempo se mezclaba más ó
menos con la de Dante.
Martínez de Ampies es más conocido como traductor del Viaje de la Tierra
Santa, de I'ernardo de Breidembach, deán de Maguncia, bellamente estam-
CAPITULO XXIII IOI
tra los devaneos y liviandades en que se complacían los trovadores
cortesanos. En tal empresa tomó por modelo al Cartujano, según lo
manifiesta en el proemio que hace veces de dedicatoria:
«Pues como yo conociese quanta fuerza tenga este metrificado
» escrebir en los nobles y sabios corazones, y allí se me manifestó
» vuestra señoría serle aficionado, determíneme escrebir este libro
»en este estilo; aunque en la verdad de mí él fué muy poco acos-
tumbrado. Y esto para que así como en esos otros (libros) profa-
» nos con la dulce cadencia del metro se traga el ponzoñoso veneno,
» que es verdadera muerte del alma, así en este nuestro con la dulce
» cadencia cayese el amor de las cosas celestiales, adonde está su
» vida verdadera... Aun en nuestros tiempos vive un devoto religio-
»so cartujano, D.Juan de Padilla, autor del Retablo de la vida de
» Cristo, que no con infructuoso trabajo ni falta de elegancia caste-
pado en Zaragoza por el alemán Paulo Hurus, en 1498, con muchas curio-
sas estampas en madera, que representan ya animales exóticos, ya trajes
de diversas naciones peregrinas (griegos, surianos [sirios], abisinios, etc.), y
muestras de los alfabetos árabe, caldeo, armenio, etc., todo lo cual acre-
cienta el valor bibliográfico de este rarísimo libro. El traductor pone de
su cosecha al principio un breve Tractado de Rotna, ó sea compendiosa des-
cripción é historia de esta ciudad; y suele añadir algunas notas muy curio-
sas, especialmente la que se refiere á los gitanos, que él llama bohemianos ó
egipcianos.
De este mismo autor es El Libro del Aniicristo (Zaragoza, 1496, por Paulo
Hurus, y Burgos, 1497, por Fadrique Alemán, de Basilea, con grabados en
madera).
Lo escribió ó compiló su autor estando en la campaña de Perpiñán; y se
divide en 45 partes ó capítulos, seguidos de un nuevo Tratado del judicio pos-
trimero, y de una Declaración de Martin Martínez Dampiés en el traslado del
Sermón de Sant Vicente. Cierra el volumen la muy sabida carta de Rabí Sa-
muel á Rabí Isaac, trasladada del arábigo al latín, en 1338, por Fray Alonso
de Buen hombre, y del latín al castellano por Dampiés.
Tradujo del catalán el libro de menescalia, ó albeitería, de Manuel Diez, ma-
yordomo del Rey Alfonso V (Zaragoza, 1499; Valladolid, por Juan de Burgos,
1500; Barcelona, 1523; Burgos, 1530; Zaragoza, 1545...).
En el Opus Paschale, de Sedulio, comentado por Juan Sobrarías (Zara-
goza, 151 1), se lee un carmen elegiacum, de Martín Martínez Dampiés, que
fué natural de la villa de Sos, y murió en Uncastillo. (Véase su artículo en
Latassa.)
102 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
» llana escribió el Vita Christi, en verso heroico grave difuso, el
»qual Landulfo, monje de su Orden, con orden divinal había copi-
nado latino.»
No haciéndose aquí mención de Los Doce Triunfos, parece que
hemos de suponer que el Libro de la Celestial Jerarquía, cuya edi-
ción no tiene fecha, fué impreso antes de 152 1; presunción que sus
señas tipográficas tampoco contradicen.
La Celestial Jerarquía es una imitación bastante endeble de
la Divina Comedia, sin nada que particularmente la distinga de las
innumerables visiones alegóricas de su género. Del escaso mérito
de su versificación y estilo puede juzgarse por las siguientes coplas
del principio:
En unas montañas muy altas estaba,
D' escuras tinieblas del todo cercado,
De sueño pesado así sujetado,
Que asi como muerte la vida prisaba:
Cuando el aurora corriendo buscaba
Aquel claro Febo, luziente dorado,
Con sus crines de oro, así muy pagado,
Que alegre y riendo los mundos miraba.
Yo que dormía con tanto reposo,
Una voz alta hablóme diciendo:
Despierta, despierta, ¿qué haces durmiendo
En tiempo tan dulce, alegre y gracioso?
Abrí, pues, mis ojos asaz temeroso,
Para mirar á quien me hablaba,
Y vi claridad tan grande, que estaba
Todo aquel monte con rayos lumbroso.
Era aquel tiempo alegre y temprano,
Cuando los campos se visten de flores,
Cantan calandrias, cient mil ruiseñores,
Aquel mucho dulce del lindo verano;
El toro potente, valiente, lozano,
Abría las puertas del todo patentes,
Para que alegres mirasen las gentes,
Con gran hermosura el mundo galano...
Otros aplicaron la forma alegórica y el metro de Juan de Mena á
asuntos de historia contemporánea. Fué de los primeros y más afor-
tunados un hijo del trovador Pero Guillen de Segovia, de quien ya
CAPITULO XXIII IO3
tenemos noticia, llamado Diego Guillen de Ávila, seguramente por
haber nacido en aquella ciudad. Crióse en el palacio del Arzobispo
de Toledo D. Alonso Carrillo, de quien su padre era contador ma-
yor, y dedicándose desde su primera juventud á la carrera de la
iglesia, pasó á Roma en compañía de un sobrino de aquel prelado,
que llegó á ser obispo de Pamplona. De aquel género de domesti-
cidad pasó á otras «siguiendo siempre ajenas voluntades», según él
dice, hasta que, protegido por el Cardenal Ursino, obtuvo un cano-
nicato de Palencia, donde apenas residió, como era uso corriente en
la relajadísima disciplina de aquel siglo. La estancia en Roma favo-
reció sus aficiones clásicas, de que dio muestras en varias traduc-
ciones estimables, como la de las Estratagemas de Frontino, y la de
los libros teosóficos atribuidos á Hermes Trimegistro, que trasladó
de la versión latina de Marsilio Ficino (i). En verso compuso el Pa-
negírico de la Reina Católica y el Panegírico de D. Alonso Carrillo.
El primero de estos poemas, terminado en Roma el 23 de Julio de
1499, y dedicado á la misma princesa en 28 de Abril del año si-
guiente, empieza con la acostumbrada visión de obscura selva, por
donde el poeta va peregrinando hasta que llega á «una casa fatídi-
ca, donde estaban figuradas todas las estorias passadas, presentes y
futuras-». En aquel palacio habitaban las tres facías ó Parcas: Átro-
pos, Cloto y Láquesis, que son las que guían al poeta en las tres
partes de la obra, explicándole la primera el origen de los godos y
la genealogía de los Reyes de España, hasta llegar al infante Don
Alonso; comenzando á referir la segunda los principales hechos del
reinado de Doña Isabel (guerra con Portugal, formación de las Her-
(1) Los cuatro libros de Sexto Julio Frontino, Cónsul Romano. De los enjem-
plos, consejos y avisos de la guerra: obra muy provechosa, nuevamente trasladada
del latín en nuestro romance castellano, e mievamente impresa.
Al fin: La presente obra fué impresa en la muy noble y muy leal cibdad de Sala-
manca por el muy honrado varón Lorenzo de Lion dedei. Acabóse el primero dia
de abril del año 1516, 4.0 gótico, 59 hoj. Eu la carta dedicatoria al Conde de
Haro D. Pedro de Velasco, se firma el autor Canónigo de Palencia.
La traducción de los libros del seudo Hermes Trimegistro, hecha en
Febrero de 1487, fué remitida por el traductor á Juan de Segura, en No-
viembre d,el mismo año. Hay ejemplar manuscrito en la Biblioteca Escu-
rialense.
104 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
mandades, establecimiento de la Inquisición, conquista de Granada),
y anunciando la tercera, como en profecía, otros sucesos posteriores,
tales como la expulsión de los judíos, la herida del Rey Fernando
en Barcelona, la guerra del Rosellón, las hazañas del Gran Capitán
en Italia, la muerte del príncipe D.Juan; terminando todo con el va-
ticinio de la conquista de África y de Jerusalén, pero sin decir una
palabra del descubrimiento, entonces tan reciente, del Xuevo Mundo.
Sin ser Diego Guillen poeta de altas dotes, es por lo menos un
versificador muy afluente, y no carece de brillantez y gracia en las
descripciones, á pesar de los resabios pedantescos con que suele
echarlas á perder, verbigracia:
Era en el tiempo que muestran las flores
De sus escondidas potencias señales,
Y los terrestres aquosos vapores
Al ayre los suben los rayos febales:
Thiton con sus carros luzientes triumphales
Ocupa los cuernos del candido toro,
Habiendo partido en la piel de oro
El justo equinoccio en partes iguales.
Entonces, vencido de mi fantasía,
Me vi caminando por una floresta,
Tan alta y espessa, que me parecía
Que naturaleza la hubiese compuesta...
Por donde yo siento tumulto sonante
De címbalos, flautas y otros sonidos,
Que ya por las faldas del claro Athalante,
De sátiros fueron y faunos oidos.
Allí las Driádes con passos debidos
Oí con más ninfas que en coro danzaban,
Y en rústicas voces cantando loaban
Las vidas silvestres en que eran nascidos.
Atónito iba conmigo y turbado
En verme entre gentes que ver no podía;
Congojas me llevan así congojado,
Que el alma temores secretos sentía.
Cada una planta de cuantas veía
Ser cosa sensible se me figuraba,
Los blandos cabellos alzados levaba,
Mis miembros temblaban, no sé qué tenía..
CAPITULO XXIII 105
En la enumeración de los claros varones de España, no olvida á
los héroes de la tradición épica: por ejemplo, dice del Cid, harto
débilmente, salvo un solo verso:
Y aquel caballero que allí ves armado
De armas tan claras, lucidas, fulgentes,
El Cid es Ruy Diaz, aquel esforzado
Que reyes venció tan grandes potentes.
Por este Valencia, si pones bien mientes,
De los africanos fué bien defendida;
Aqueste en la muerte venció y en la vida,
E hizo más cosas que saben las gentes.
Lo mejor y lo más pintoresco del poema es lo que propiamente
se refiere á la Reina Isabel. Hay color poético y muy agradable sa-
bor clásico en el cuadro de su nacimiento, que viene á constituir
una especie de oda genetliaca:
Cuando los aires gustó de la vida,
La clara Lucina estaba presente:
Hilaba yo alegre, de blanco vestida,
El candido hilo muy resplandeciente.
En mi blando gremio la puse placiente;
Por suerte infalible la he prometido
Memoria perpetua, gran vida y marido,
Riquezas y reinos, progenie excelente.
Estaba conmigo la Naturaleza;
Su gesto con mano sotil adornaba
De tan radiante y clara belleza,
Que todos los gestos humanos sobraba.
Sus miembros ebúrneos assí conformaba
En tal proporción, grandeza y mensura,
Que, quien las contempla, verá en su figura
Beldades que ver jamás no pensaba.
Las Gracias le dieron preciosa guirnalda
De ramos fragantes, mezclados con flores;
De lirios, de rosas hinchieron mi falda,
De timbra, que daba suaves olores.
Espíranle, envueltos en dulces liquores,
Sus nombres, sus fuerzas assí verdaderas,
Que se le infundieron tan grandes y enteras,
Que consigo mismas no quedan mayores.
Volaban en torno alegres, ornados,
IOÓ HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Los dulces amores que á verla venían;
Las viras sabrosas, los arcos dorados
Tendidos, ientados y floxos traían.
Después que la vieron, conmigo decían:
«Pues que esta princesa por fuerza nos pisa,
»Las flechas le demos, que sean su divisa:
»Podrán más con ella que con nos podían.»
La Virgen Astrea descendió del cielo,
De sus compañeras en torno-cercada;
Perdido del todo el viejo recelo,
Nascida esta reyna, do hagan morada.
Después que le dieron corona almenada,
Obraron conmigo sotil vestidura,
Con que la vistieron de tal hermosura,
Que siempre le tiene el alma adornada.
La misma floridez y lozanía, aunque con más igualdad de estilo,
campean en otras partes del poema, especialmente en la descripción
de la entrada triunfal de los Reyes en Granada. Consta toda la obra
de ciento ochenta y cuatro coplas de arte mayor, y aun esta breve-
dad relativa, que no es frecuente en los poemas de su clase, hace
que éste se lea sin fastidio.
Por méritos análogos se recomienda el Panegírico de D. Alonso
Carrillo, antiguo Mecenas del autor y de su padre: tarea que em-
prendió á ruegos del Obispo de Pamplona, sobrino del Arzobispo
y del mismo nombre que él. Esta nueva visión no puede ser más
dantesca, puesto que el poeta toma por guía de su viaje al propio
Dante, como ya lo habían hecho Micer Francisco Imperial en el
Dezyr de las siete virtudes, y Diego de Burgos en el Triunfo del
Marqués de Santillana. En compañía del poeta florentino recorre
el infierno y el purgatorio, aprovechando la ocasión para poner tra-
ducidos en boca de Dante gran copia de versos de la Divina Co-
media; y á la entrada de los Campos Elíseos encuentra al Arzobispo,
con cuyos loores y subida al Empíreo termina este Panegírico, que en
su última parte no deja de tener alguna curiosidad para la historia (i).
( i ) Panegírico compuesto por Diego Guillen de Avila en alabanza de la más
cathólica Princesa y mas gloriosa reyna de iodos las rey ñas, la reyna doña Isabel,
nuestra señora que santa gloria aya, é á su alteza dirigida. E otra obra compues-
CAPITULO XXIII IO7
Atribuyese también á Diego Guillen, aunque bien pudiera ser de
otro Diego de Avila, una Égloga interlocutor ia, graciosa y por gen-
til estilo nuevamente trovada, dirigida al Gran Capitán, pero en la
cual para nada se habla de su persona (i).
Otra obra poética hay dedicada al mismo invicto caudillo, y en
la cual se hace, aunque de paso, alguna conmemoración de sus ha-
tapor el mismo Diego Guillen, en loor del reverendissimo señor don Alo7iso Carri-
llo, arzobispo de Toledo, que aya sania gloria.
Hay dos ediciones, entrambas rarísimas, de estos poemas: una de Salaman-
ca, 1507, y otra de Valladolid, por Diego Gumiel, 1509, ambas en folio y en
letra de tortis.
(1) Véase el argumento de esta rarísima pieza, perteneciente á la escue-
la dramática de Juan del Enzina, y omitida, como tantas otras, en el catálogo
de Moratín:
«Un pastor llamado Hoiitoya va en busca de un su hijo llamado Tenorio,
»con el qual riñendo le envía á guardar el ganado, y él quedando solo, llega
»ua aldeano llamado Alonso Benito, el qual, después de haberle saludado se-
»gún su pastoril manera, le habla un casamiento para su hijo Tenorio con una
»zagala llamada Teresa Turpina, el qual rehusando el tal casamiento, por ra-
»zon de no tener quien guarde el ganado, y otras justas razones que allí mues-
tra, el dicho Alonso Benito le atrae á que lo haya de hacer. Ansi que del pa-
»dre concedido, Alonso Benito fué á llamar á Tenorio, al qual hallando dur-
»miendo, habla con él y entre sueños dice cosas de mucha risa. Y visto Alonso
^Benito su sueño tan pesado, le hace un conjuro, al qual despierta, y vienen
»entramos adonde está el padre; y allí con gran dificultad de las partes se con-
»cierta el casamiento. Luego entra otro pastor, llamado Alonso Gaitero, de
»parte de la madre de la novia á decirles que vayan al aldea; al qual envían
adelante á aparejar la novia. E ido, dice el padre que está cansado, que no
»puede ir allá. Dícele Alonso Benito que qué quiere, y responde, que ven-
»gan acá. E Alonso Benito los va á llamar; y quedan el padre y el hijo. El pa-
»dre manda al hijo que se vaya á mudar el vestido all'aldea, y desde el cami-
no envía un sobrino suyo, llamado Toribnelo, por la llave de un cillero, y
»vuelto con la llave, viene el novio cansado: y en llegando, amonéstales el
«clérigo; y no hallando ningún impedimento los desposa, y después de des-
iposados, viene otro pastor llamado Gonzalo Ramón, de parte del cura á es-
torbar el casamiento, con el qual pasan muchas palabras. En fin, vienen á
»ser amigos, y salen á luchar, y échanse de las pullas. Después ruegan á tres
»de las madrinas que canten un poco, las quales dicen un villancico
En el número 8.° (postumo) de El Criticón de Gallardo, está reimpresa
esta égloga, copiada del ejemplar que de ella poseía D. Aureliano Fernán-
Io8 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
zanas. Tal es el libro que lleva el título, á primera vista enigmático,
de Las Valencianas Lamentaciones y tratado de la partida del áni-
ma. De su autor, que era cordobés, y se llamaba Juan de Narváez,
no tenemos más noticias que las que él mismo da en los prelimina-
res de su obra: «Desde mi pequeña edad dime á la composición de
»los versos, según Juan de Mena hizo. Y como el tiempo cause mu-
»danza, apartado de mi patria, Córdoba, vagando por otras algunas
»partes, vine a residir en Valencia, en la cual substentándome ense-
bando algunas de las artes liberales, después de haber cognoscido
»esta ciudad doze años, el Conde de Oliva me envió á llamar, et
s>después de me hazer algún offr escimiento, según su magnificencia,
» preguntóme de mi doctrina: haziéndose admirado como tantos
»años había en Valencia estado sin quél supiesse de mí, et assi de-
snotó querer servirse de alguna de mis escripturas, á causa de lo
»cual yo le hize un presente de un libro que de la partida del ánima
»hobe compuesto, y él recibiéndolo muy alegremente y por treinta
»días continuos leyéndolo á muchos cavalleros, en el fin del dicho
dez Guerra ('8 hojas en 4.0, sin foliatura, Alcalá de Henares). Está en octavas
de arte mayor, pero que no parecen de la misma mano que las del Panegírico
de la Reina Católica, si bien la diferencia puede consistir en el carácter rústico
y villanesco del asunto, y en el zafio lenguaje de los interlocutores, que el
poeta remeda con el mismo desenfado realista que Rodrigo de Reinosa. El
conjuro del pastor es curioso para la historia de las supersticiones:
Yo te conjuro con San Julián,
Aquel que pintado está en nuestra hermita,
Con todas las voces que dan y la grita
Al toro que lidian allá por San Juan;
También te conjuro con el rabadán
Toribio Hernández y Juan de Morena,
Que tú me digas si andas en pena,
O que es el quillotro de todo tu afán.
Mas te conjuro y te reconjuro,
Y te torno y retorno á reconjurar,
Con agua, con fuego, con viento seguro,
Con yerbas, con piedras, con tierra, con mar;
Con todos los lobos de en torno el lugar,
Con la Marota y sus Maroticos,
Con puercos, con perros, con cabras, cabritos;
Que digas lo que has, sin más dilatar...
CAPITULO XXIII IO9
^tiempo demostró no querer servirse del. A cuya causa yo cobré
»el dicho libro, et como el Conde dexarlo et yo cobrarlo fuese tan
¿grande novedad (que para en tal caso mayor no pudo ser), delibe-
s>ré sobre ello hazer un libro de Lamentaciones.»
Dos son, pues, los libros de Juan de Xarváez que han llegado á
nosotros: el libro de la Partida del Anima y el de las Lamentacio-
nes Valencianas, así llamadas por haber sido compuestas en Valen-
cia. Uno y otro son poemas de filosofía moral, en el género del
Bías contra fortuna, del Marqués de Santillana, escritos con gran
fluidez, naturalidad y soltura, en octavillas de versos cortos. La
Partida del Anima está en forma de diálogo entre el A nima y la
Razón, y puede considerarse como una exposición popular y senci-
lla de los principales temas de la psicología escolástica, insistiendo
principalmente en la demostración de la espiritualidad é inmortali-
dad del alma racional. La suavidad de la versificación y la tersura
del estilo hacen muy apacible la lectura de este tratadillo, que con
más substancia filosófica, pertenece todavía á la larga familia de las
disputaciones entre el alma y el cuerpo, tan frecuentes en la litera-
tura de la Edad Media. Acaba con algunas oraciones para ayudar á
bien morir, y una Canción de la Razón á la Partida del Anima (i).
Este simpático y cristiano poeta se muestra con carácter más
personal en Las Valencianas Lamentaciones, que son también un
diálogo entre el autor dolorido y quejumbroso por la desestimación
(i) El estribillo la da carácter popular. Empieza:
¡A. y de ti, ánima mía!
¿Qué harás cuando viniere
Aquel temeroso día,
Si Jesu Christo dixere:
«Vete de mi compañía?»
Vivirás et morirás:
La vida para morir;
La muerte, para sentir
Las penas que sufrirás.
Nunca ternas alearía,
Ni podrás estar do fuere;
Escura será tu vía
Si Jesu Christo dixere:
«Vete de mi compañi
IIO HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
que de su libro había hecho el Conde de Oliva; y la Razón que le
conforta, trayéndole á la memoria los infinitos trabajos y sinsabores
que cercan y atribulan al hombre en todos los estados de la vida,
sin perdonar á los poderosos monarcas, ni á los caudillos invenci-
bles, ni á los magnates opulentos, ni á los que están constituidos en
los más altos grados de la jerarquía eclesiástica. De este modo la
obra se convierte en un largo sermón que en algún modo recuerda
el Rimado de Palacio, y que va, como él, entreverado de rasgos de
sátira más amarga que festiva, si bien el efecto total de la obra es de
resignación y conformidad con los decretos de la Providencia (i).
(i) El manuscrito de Las Valencianas Lamentaciones y de la Partida del
Anima, perteneció á la biblioteca del Conde del Águila, y se conserva ahora
en la del Cabildo de Sevilla (vulgarmente llamada Colombina). Ha sido mag-
níficamente impreso por generosa solicitud de una ilustre señora, en edición
de muy corto número de ejemplares:
Las Valencianas Z a mentaciones y el tratado de la Partida del Anima, por
Juan de Narváez, con un prólogo de D. Luis Montoto y Rautenstrauch. Publí-
calos por primera vez la Excma. Señora Doña María del Rosario de Massa y
Candan, de Hoyos. Sevilla, imp. de E. Rasco, i88q.
Antecede á las dos obras un largo prólogo en prosa dirigido al Gran Capi-
tán: Las Valencianas tienen además una especie de introducción en verso:
Exhortación del autor al lector, en que sucesivamente se tratan estos puntos:
De cómo se debe leer, entender y memorar la escriptura para bien juzgarse. — De
la gramática que observa el autor y de la perfección de la lengua castellana. — De
los versos castellanos: de su buen uso; de su gravedad et utilidad. — De las gracias
que demás de los versos los nuestros reciben de Dios. — De cómo se debe usar la
poesía, y del daño que de ella se recibe, etc.
Es digno de leerse algo de lo que dice en recomendación de la lengua cas-
tellana, aun en cotejo con la latina. Traslúcese en las frases de Narváez el
entusiasmo que le inspiraban las grandezas de su tiempo, á vista de las cuales
exclama con desmedida arrogancia:
Cuanto los hábitos son
De mayores perfecciones,
Tanto sus pronunciaciones
Son de mayor perfección:
Pues ¿quien la generación
De los nuestros vence ó sobra,
Ni quién iguala á su obra
En aquesta habitación?
Por nos cierto se ennoblescen
CAPITULO XXIII
Intercalado en la obra hay un elogio de Gonzalo de Córdoba que
tiene cierta importancia histórica, porque en él parece responder el
poeta cordobés á los sospechas de infidelidad que tan injustamente
Artes, ciencias y exercicios:
Por nos decaen los vicios
Y las virtudes florescen:
Entre nos vemos que crescen
Los ingenios naturales:
Por nos los actos reales
Sobre todos resplandescen.
No sólo nos son tractables
Las tierras que conquistamos,
Mas los mares navegamos
Que fueron innavegables.
Pugnamos quasi impugnables,
A ninguno obedecemos,
Salvo á Dios, por quien tenemos
Las victorias memorables.
E aun si carescemos
Del mundo todo mandar,
La causa quiero callar,.
Pues monstramos que podemos.
Empero si padescemos
En esto dificultad,
Desta gran prosperidad
Esperanza no perdemos-
No al dulce metro hispano,
Al bético mayormente,
Sea alguno maldiziente,
Si tiene el sentido sano:
Porque Dios, bien soberano,
Según su gran claridad,
Ya visita nuestra edad
Y nos guarda de su mano.
Ya nos da Dios que cantemos
Las gracias que nos infunde,
Y por todo el orbe cunde
Los bienes que poseemos.
A todos honra hazemos
Y todos nos pagan mal,
Ciegos de envidia mortal
Del mucho bien que tenemos.
No de nuevo en nuestras parles
Es lo que al presente cuento,
112 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA •
circularon contra su héroe, acusándole de querer alzarse con el rei-
no de Ñapóles, dos veces conquistado por él: «A lo cual me movió
»(dice Xarváez en el preámbulo) una bárbara opinión y cognoscida
Pues antes del sacro advento
Dios nos dio gracias et artes.
Y si tales baluartes
Perdieron nuestros pecados,
Ya por Dios nos son tornados
Los pendones y estandartes.
Cuanto las otras naciones
Estiman, muy al revés
Traemos yuso los pies
Como bien pequeños dones.
Y las altas perfecciones
Que no pueden alcanzar,
Continuamos bien usar
Con valientes corazones.
Terminados estos prolegómenos, comienzan Las Lamentaciones, que se di-
viden en dos partes, y comprenden 471 estrofas de arte menor. La primera
parte trata del estado laical, dividido en común, mediano, magno y real: la se-
gunda, del estado clerical.
Pondremos alguna muestra del fácil y ameno estilo del autor. Véase, por
ejemplo, la contraposición que hace entre los caballeros cortesanos y los sol-
dados comunales:
Es la causa ver pomposos
Los caballeros nombrados,
De seda y oro chapados
Los vestidos sumptuosos:
Siempre se muestran gozosos,
En sus salas muy servidos
De manjares prevenidos
Con música deleitosa.
¿Quién se puede soportar
Viendo las armas doradas,
Más famosas que aceradas,
Que buscan para se armar?
¿Qué lengua basta callar
Cosas tan desordenadas?
Ca las armas muy pintadas
No son para pelear.
Es el oro tal metal,
Según todos son testigos,
CAPITULO XXIII II3
» invidia, que de la boca de algunos en mis orejas et aun en mi
» ánima, muchas veces andando por estas partes, ha tocado.» Des-
graciadamente los versos no corresponden aquí al noble propósito
Que en la lid los enemigos
Nunca del reciben mal.
Espada, lanza y puñal
De acero, que no de arambre,
Suelen derramar la sangre
En la batalla campal.
Como están los delicados
Arboles en las ciudades,
Con templadas humedades
Sostenidos y guardados,
Los caballeros nombrados
Tienen tal la propiedad,
Que viven en la ciudad
Y en el campo son finados.
¿Quién sufre los grandes males
En las batallas romper,
O cuáles suelen vencer,
Sino aquestos comunales?
Los cuales de virtuales *
Las huertas y montes talan,
Y contraminan y escalan
Las torres más principales.
Estos van menos armados
Y hacen más cruel guerra
Por el mar y por la tierra
Que los otros alegados:
Por aquestos son ganados
Los reinos y señoríos,
Sufriendo hambres y fríos,
De calor y sed postrados.
En estos vemos pintadas
Las historias de las guerras,
Las batallas y desferras,
Las cruezas extremadas.
Estos las piernas quebradas,
Estos los brazos cortados,
Estos son despedazados,
Sus carnes amanzilladas...
* Esto es, á fuer de valientes.
Mesékdez y Pelayo.— Poesía castellana. III.
114 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
del autor ni á la excelsitud del héroe, y son de los más flojos de la
obra (i).
Verdad es que el Gran Capitán ha sido siempre poco afortunado
(0 ítem digo consecuente
Quién es el Gran Capitán
A quien todos honra dan,
Honra del siglo presente;
El cual salió del Poniente,
Y con su consejo y manos
Hizo más que los romanos
En las partes del Oriente.
Cuya honra limpia et pura,
Cuya sapiencia y ley
Estima muy más su Rey
Que de otra criatura.
Este es peso y mensura
De nobleza y castidad,
De grandeza y caridad,
Dechado de fermosura.
Contra todas las naciones
Contrarias ha conquirido,
Ha fecho guerra y vencido
Las celadas y traiciones.
Ha hecho los corazones
De toda Francia temblar.
Ha bastado á derrocar
Sus altivas presunciones.
La Italia tan nombrada,
Mujer de muchos maridos,
Por quien tantos son perdidos,
Es por éste sojuzgada.
Cuya victoria sobrada
A Ñapóles ha ganado
Dos veces, y delibrado
De Francia la memorada.
Mas puesto ser otorgado
El loor que aqueste tiene,
El qual por línea le viene
De tiempo muy prolongado,
Es de algunos sospechado,
No su magnanimidad,
Mas menguan su fieldad
Acerca de lo ganado.
Esa fama no se canta,
CAPITULO XXIII 115
en esto de encontrar poetas que dignamente celebrasen sus hazañas.
La comedia en que Lope de Vega le sacó á las tablas, no es de las
mejores suyas, y la de Cañizares no es más que un plagio de la de
Antes es yerba que nasce,
La cual yo creo que pasee
Alguna gente non sancta...
El libro de Las Valencianas no tiene fecha, pero no parece difícil fijarla, en
vista de esta alusión, á las murmuraciones contra Gonzalo; y á otra que más
adelante hay al Papa Julio II y á su lucha con los cismáticos del conciliábulo de
Pisa (estrofa 261). El poema hubo de componerse, pues, entre 15 10, en que co-
menzó el cisma, y 1 5 1 5, en que falleció en Granada el conquistador de Ñapóles.
Hay otro poema del mismo género y del mismo metro que el de Narváez,
aunque muy inferior á él en todo, si bien digno de aprecio, no sólo por su ex-
tremada rareza, sino por el gran número de noticias históricas que contiene.
Titúlase La vida y la muerte, y al fin dice: «Esta obra fué impresa e?i la muy
Leal v /nclila ciudad de Salamanca por Maestre Hans Gysscr, alemán, en pre-
sencia del mesmo Padre fray Francisco Dávila que la compuso; y fué personal
corrector della. Acabóse víspera del glorioso Evangelista San Lucas, en el año de
la Encamación de nuestro Salvador Jesucristo de mil quinientos y ocho anos. Gu-
bemante la silla apostólica el Papa Felicísimo Julio Secundo, y á Castilla el ín-
clito Rey D. Fernando con la lima. Sra. Doña Juana, su hija, natural Reina
de Castilla: 4.0 gót., 109 pp. ds. y 4 de principios. Descrito y extractado lar-
gamente por Gallardo.
Después de la tabla empieza en el folio 5.0 la Altercación, pleito y disputa,
rencilla é cuestión contra la muerte: del reverendo padre fray Francisco de Avila,
de la observancia de los menores, encabezada con dos epístolas comendaticias y
exhortativas del autor al Cardenal Cisneros, una en prosa y otra en verso.
En la primera declara así la intención de su obra: «El subjecto deste libelo
stoca tan umversalmente á todos, que á vuestra prudentísima reverencia po-
ndrá ser asaz sabroso y provechoso. En esta obra, habida principal ocasión
> de litigar, disputar y altercar con la muerte, se tocará el rigor del juicio
» universal, de muerte eterna, de la vera felicidad en la vida beata; y señala-
»damente se hará mención de muchas ilustres, insignes, famosas é nobles
> personas, así en estado como en armas y letras, ansi buenos é santos, como
» malos é profanos, que la muerte ha llevado en diversos tiempos y edades,
» en varias tierras é naciones, é por diversas maneras; muy en especial se
»hará breve memoria é compendioso sumario de algunas muy esclarecidas y
agrandes personas, notables, escogidos y nobles varones destos reinos, que
»en pocos tiempos pasados en nuestros días han fallecido: porque sean pues-
tos por notorio ejemplo, cercano y claro espejo á nuestros serenísimos y
Il6 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Lope. El poema latino de Cantalicio De bis recepta Partkenope, im-
preso por primera vez en 1 506, tiene más curiosidad histórica que
poética; pero así y todo, vale infinitamente más que los dos únicos
» magníficos reyes, á los grandes eclesiásticos ó seculares señores, á los caba-
lleros, á los letrados, á los ministros de justicia, á otros ministros, oficiales y
» curiales de su curia prosperada; y en ella y fuera de ella á todas otras perso-
» ñas, grandes ó pequeñas, de todos estados... E sin duda que los que fueren sa-
» bios y cautos lectores, si con atención ocupasen el tiempo en leer hasta ei fin
» en paso á paso, de día en día este tractado, ternán salubérrimo, honesto y jo-
> cundo pasatiempo... Va, señor prudentísimo, la obra en metro, y no en pro-
»sa, porque el verso (á juicio de los que bien sienten y son del capaces) es
»más sentencioso, compendioso, sabroso y apacible, más vivo, más atractivo,
»de más sotileza, de más lindeza, de más eficacia, de más audacia, de más
» incitación, de más impresión y perpetuidad para quedar más afijado en la
» memoria de los lectores.»
El poema da principio, según la inevitable rutina de los malos imitadores
Yendo por alta ribera
De muy estrecho camino,
Con pluvia que recreciera
Tempestad y torbellino,
Vi semblante mortecino
De tan terrible pavor,
Que dije con un temblor:
¡Ay de mí, que desatino...!
Se encuentra, en efecto, nada menos que con la Muerte, á quien «como
«denodado agresor reciamente la acomete, acusándola, increpándola y vitu-
perándola por sus terribles crueldades y fieros atrevimientos». La Muerte
le contesta con no menor furia, hasta que sobreviene San Buenaventura, que
pone en paz á los contendientes, y da como arbitro la sentencia, comenzando
por describir el juicio final, las penas del infierno y la gloria del cielo. La
Muerte hace un interminable catálogo de las gentes notables que ha matado,
comenzando por los personajes bíblicos y los de la historia antigua; pero ex-
tendiéndose mucho más en los su de tiempo. Hay muchas estrofas compuestas
enteramente de apellidos. En esta ridicula letanía se encuentran, sin embar-
go, especies curiosas, por ejemplo, el entusiasta elogio de Fray Hernando de
Talavera, y la enumeración de los principales teólogos, canonistas, letrados,
astrólogos, físicos, médicos, poetas, etc., de su tiempo. Entre estos cita á Gó-
mez Manrique y & I). Jorge galán, á Guevara, á Cartagena, á Diego de S. Pe-
dro, á Juan de la Encina, á Musen Diego de Valera, y más especialmente á
los franciscanos Mendoza y Montesino:
CAPITULO XXIII 117
poemas castellanos del mismo asunto, que por el momento recuer-
do. Uno de estos poemas, el más moderno, la Neapolisea (165 1), de
Trillo y Figueroa, poeta gallego recriado en Granada, nada sirve
Cayó también en mi choza
El sotil componedor
Fray Iñigo de Mendoza,
Muy alto predicador,
Muy gracioso decidor,
De trovadores monarca,
De profundos dichos arca,
Y minero de dulzor...
Yo seré muy triunfante
D'aquel poeta lozano,
Orador muy elegante
En el metro castellano,
Gran pregonero cristiano
Del Sacro Verbo divino,
Fray Ambrosio Montesino,
Tradutor del Cartujano.
Sirve, entre otras cosas, este catálogo para probar que en 1508 había falle-
cido ya Fray Iñigo de Mendoza, de quien se tienen tan pocas noticias. Cita
también á un músico, Lope de Baena:
Tovimos á nuestra vista
Un artista tañedor,
Muy subido citarista,
De tañedores primor.
Fué su músico dulzor
Que quitaba toda pena,
Y era Lope de Baena,
Muy sotil componedor.
Es curioso el elogio de Antonio de Nebrija:
Con doctrina muy prolija
Nuestras tierras embotadas,
Por el famoso Lebrija
Quedaron acecaladas:
Son las gentes alumbradas
De su ciega grosería:
Ya no hablan barbaria,
Mas razones acordadas.
Entre las mujeres doctas, menciona á Galinda la latina (Doña Beatriz Ga-
lindo), y á la Sepúlveda, «demedia muy sabidora.-»
Il8 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
para la historia, como lo indica ya su fecha tan remota de la de
Gonzalo de Córdoba, y nada vale poéticamente, puesto que Trillo
y Figueroa, ingenioso y ameno en las burlas, cultivador feliz de la
poesía ligera, hasta confundirse á veces con Góngora el Bueno, re-
sulta, cuando quiere embocar la trompa épica, uno de los más furi-
bundos, enfáticos y pedantes secuaces de Góngora el Malo, sin nin-
gún acierto que compense sus innumerables desvarios.
La Historia Parthenopea del sevillano Alonso Hernández, libro
raro, aunque bastante conocido y citado por nuestros eruditos, tie-
ne siquiera la ventaja de estar escrita con más llaneza; y la ventaja
todavía mayor de ser obra de un contemporáneo, que pudo recoger
la tradición viva y la impresión directa que había dejado el gran
caudillo en los ánimos de los españoles á quienes hizo arbitros de
Italia, y cuyo espíritu militar formó y educó para más de una cen-
turia. Y aunque el monumento no sea, ni con mucho, digno de su
gloria, hay que reconocer lo sincero de la admiración que el poeta
sentía por su héroe, y que da valor á su testimonio, muy distinto
del entusiasmo puramente retórico de Trillo y Figueroa ó de cual-
quier otro zurcidor de cantos épicos, de los que han sido en todos
tiempos plaga de nuestra literatura. Hernández declara que em-
prendió el trabajo de la Parthenopea por contentamiento propio,
y «porque le parescía cualquier hombre que fuesse hispano eter-
»nalmente obligado al nombre y memoria deste excellentissimo
»caballero». Y añade con cierta solemnidad de estilo, mayor que
la que suele emplear en sus versos: «¿Quién es aquel que n'el
» campo de las cosas gloriosas de un tan excelente capitán le deva
»ó pueda fallescer eloquencia, y quién es tan sordo á cuias ore-
jas no haya venido, no digo la fama de sus hechos, mas aun el
»clássico y sublime son de las trombas; y quién es de tan gastado
»ánimo que, amando letras y siguiéndolas, pueda so tiniebla noc-
turna sus cosas traspasar syn ser notado 4e ingrato y de ánimo
»corrupto y extremadamente muy envidioso: el qual con su propia
»virtud ha sobrado, desterrado, submerso y vencido toda forma de
»la Ynvidia?»
A este, pues, «lucero de España que el Lacio ha alumbrado», á
éste de quien con verdad pudo decirse:
CAPÍTULO XXIII 119
Agora ya el mundo ha cierto sabido
Que fuerzas potentes del gran Occidente,
De hispanos, yo digo, d'España y su gente,
A fuerzas francesas las han sometido...
quiso celebrar con dotes bien desproporcionadas á su intento el pro-
tonotario apostólico Alonso Hernández, de quien no tenemos más
noticias que las que constan en su libro; es á saber: que era natural
de Sevilla, que vivió muchos años en Roma, y que obtuvo especial
protección del célebre y turbulento cardenal de Santa Cruz, don
Bernardino Carvajal, alma que fué del concilio ó conciliábulo de
Pisa. A Carvajal habían debido Hernández y otros muchos compa-
triotas suyos el salvar la vida en el tumulto y la persecución que se
levantaron en Roma contra los españoles después del fallecimien-
to de Alejandro VI,
Que hizo la nuestra hispana nación
Al mundo odiosa, qual nunca se viera...
La casa del Cardenal de Santa Cruz se vio convertida entonces
en hospicio de hispanos:
Tu casa fué el arca donde han escapado
Toda nobleza de gente de España,
Según el gran odio, rencor y gran saña
Que tanta Alexandre nos ovo dexado...
Carvajal tuvo mucha parte en que Alonso Hernández se resol-
viese á emprender la labor de la Historia Parthenopea y de otros
«diversos tractados de varias cosas no desplacibles», que se propo-
nía publicar bajo sus auspicios, y entre los cuales enumera una \ ita
Christi, doce libros de la esperanza, doce de la justicia, ocho de la
educación del príncipe, y los Siete triunfos de las siete virtudes, que
probablemente serían algún poema alegórico á imitación de los
Triunfos del Petrarca. Todo esto se ha perdido, y la pérdida no pa-
rece grande, á juzgar por la poca novedad de las materias que los
títulos anuncian, y por el exiguo precio que el gusto menos exigen-
te puede conceder á la Parthenopea. De ella hizo el autor presente
al Cardenal, en un prólogo lleno de pedantescas y graciosas metá-
foras: «Los quales libelos, illustrissimo Príncipe, como fresco y ma-
120 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
»duro parto y qual niños antes de su tiempo devido de] útero ma-
terno lanzados, los dó y presento á la ynstrucción de tu preclaris-
»simo gimnasio, porque de ally bien educados, del sacro y salutífero
■»(sic) leche de la fuente de tu sapiencia bien limados y corregidos,
^después vestidos y ornados del tu vestiario y del lugar do tus pre-
»ciosas cosas son respuestas, den al mundo ilustre espectáculo del
s>triumpho hispano.»
No llegó Alonso Hernández á ver salir su libro de las prensas
romanas de Maestre Stephano Guillen de Loremio, donde se acabó
de estampar á 18 de Septiembre de 1 516. En una advertencia
puesta al fin de la obra, nos informa su amigo Luis de Gibraleón,
clérigo residente en Xápoles, que «por haber seydo el autor priva-
» do de la presente vida antes que acabar pudiese de bien limar y
»bien pulir su elocuente poema, el trasladador no sin miincha difi-
» cuitad pudo sacar á luz el presente tratado, asy por la ya dicha
» causa, como por haver munchas partes y consonancias de lengua
sytaliana mistas con los presentes versos, á causa del largo uso que
»el poeta en aquella tenía». A nombre de este Gibraleón está dado
el privilegio de León X para la impresión, y por eso algunos, y en-
tre ellos el mismo Gallardo, le han creído equivocadamente autor
del poema del que no fué más que editor y copista, ó tresladador,
como él dice, quizá á título de albacea de su paisano Alonso Her-
nández.
Compuesta la Historia Parthenopea en los primeros años del si-
glo xvi, pertenece todavía, por el gusto y por el metro, á la escuela
del siglo anterior. Es un poema medio histórico, medio alegórico,
en estancias de arte mayor, una deliberada imitación de las Tres-
cientas de Juan de Mena, como casi todos los poemas de que en
este capítulo venimos dando cuenta. Pero Diego Guillen de Avila,
y, sobre todo, el autor de los Doce triunfos de los doce Apóstoles,
tenían bríos poéticos muy superiores á los del mísero Alonso Her-
nández, cuya Historia Parthenopea nadie se atreverá á contar sino
entre las obras más ínfimas de su género. Para colmo de desgracia,
está llena de italianismos, que desfiguran, no sólo la construcción,
sino hasta lo material de las palabras, dando al libro catadura ex-
tranjeriza, como de autor mal versado en la lengua castellana, y eso
CAPITULO XXIII 121
que él se preciaba de haberse «esforzado con la profundidad de los
» sesos interiores y con los niervos de las cosas grandes, de alzar y
» expolir la lengua de la hispana musa».
Salvo las visiones y la máquina mitológica, todo lo que en este
poema se contiene es materia rigurosamente histórica, que el autor
de ningún modo podía alterar tratándose de acontecimientos con-
temporáneos y tan famosos. Se encontró, pues, según él propio
ingenuamente refiere, en un conflicto entre la historia y la poesía:
«Sy en el poema el hombre narra símplicimente las cosas hechas,
»sale fuera de los floridos quicios de aquél: y sy cuenta la verdad
» de las cosas hechas, con coberturas y 'con las figuras y cosas poé-
ticas, prívase la fe de la verdad de la cosa.»
Para salir de tal atolladero (en que iban á caer sucesivamente
todos los autores de poemas épico-históricos que en tan deplorable
abundancia produjo aquella centuria) discurrió, por una parte, ate-
nerse «á la simplicidad de la historia, no añadiendo ni faltando, se-
»gun que he podido lo cierto della saber»; y por otra, como «á un
»tan excellente capitán, qual es el de la perfection de la gloria suya,
»se requiere carro triumphal, paludamentos y trábeas... apagar al
» menos la sed de las sitibundas musas, á las quales veía estar muy
» tristes y malencónicas, y de mí no poco quexosas sy por la parte
» dellas no se dava el mérito triumpho al nuevo bético Cipión in-
»vincible».
Es de suponer que las Musas se quedasen tan sitibundas, tristes
y malencónicas como antes; puesto que todo el gasto de invención
que al poeta se le ocurrió, fué resucitar al cantor Demodoco de la
Odisea, para hacerle referir á Ulises la conquista de Ñapóles. Con
esto, y una aparición de Palas Atenea á los Reyes Católicos, y una
desconcertada imitación del libro I de la Eneida, haciendo que Eolo,
á ruego de Neptuno y de las ninfas marinas, presididas por Calatea,
levante furiosa tempestad contra las naves del Gran Capitán y las
ponga á punto de anegarse; y un viaje todavía más disparatado que
por el reino de Ñapóles emprende Mercurio, hospedándose, como
personaje de tanta cuenta, en casa de la Duquesa de Milán, y siendo
obsequiado por el duque de Calabria con un juego de cañas: con
estos, digo, y otros tales episodios, quiso amenizar la narración his-
122 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
tórica, para que las Musas no se pudieran «lamentar de la subtrac-
»tion ó privación de sus varias y místicas dulcezas y tan floridos
^ornamentos suyos».
Pero dejando aparte lo literario del poema, que es pésimo sin
duda aun entre los de su clase; su interés para la historia es innega-
ble, no precisamente porque contenga hechos nuevos ni porque
añada muchas circunstancias á los conocidos, sino porque siempre
el testimonio de los coetáneos, por ruda y torpemente formulado
que esté, tiene cierta viveza y frescura que no puede encontrarse
en las relaciones escritas á larga distancia de los sucesos. Así son de
notar el espíritu patriótico del autor de la Historia Parthenopea, el
noble entusiasmo que sentía por las glorias de su nación, y especial-
mente por las del gran estratego del Renacimiento, que en Ceriñola
y en el Garellano había fijado para más de un siglo la rueda del
predominio militar de España. Por eso exclama el poeta, dirigién-
dose á los Reyes Católicos:
Desque las Españas han sido perdidas,
Jamás fueron Reyes que os sean iguales,
Ny tal lealtad con sus naturales,
Y aquestass on cosas del Alto tejidas.
Verso bueno, por excepción, este último, y en que la grandeza
de la misión histórica de España parece haberse mostrado como en
iluminación súbita á los ojos del desmayado rimador, favoreciéndole
con una ráfaga de poesía.
Otras hay, sin embargo, aunque no muy frecuentes. Sobre todo
es curioso y tiene algunos toques felices el retrato de los españoles,
puestos en contraposición con sus enemigos los franceses. Como
muestras interesantes de narración, pueden citarse el desafío de Bar-
letta, la rendición de Tarento, la defensa de la isla de Ischia y el
asalto de la abadía de Monte Cassino, con el curioso episodio de las
reliquias y el tesoro salvados de la rapacidad de la soldadesca por
García de Lisón.
No fueron éstos los únicos versificadores que intentaron transmi-
tir á los venideros la noticia de los grandes sucesos de aquella edad,
aunque preciándose más de cronistas que de poetas. Consta, por
CAPITULO XXIII I23
ejemplo, que un Hernando de Rivera, vecino de Baza, escribió la
guerra de Granada en metro, con tal puntualidad y tan poco artifi-
cio retórico, como parece acreditarlo el testimonio del Doctor Ga-
líndez de Carvajal (i), fundado nada menos que en el del Rey Don
Fernando: «Y en la verdad, según muchas veces yo oí ai Rey Cató-
dico, aquello decía él que era lo cierto; porque en pasando algún
» hecho ó acto digno de escrebir, lo ponía en coplas y se leía á la
» mesa de Su Alteza, donde estaban los que en lo hacer se habían
» hallado, é lo aprobaban ó corregían, según en la verdad había
» pasado» (2).
Un poema escrito de tal suerte, no podía ser más que una
crónica rimada (cuya pérdida en tal concepto de crónica es
muy de lamentar), ni merecen otro nombre las demás compo-
siciones históricas de este reinado, por ejemplo, la Obra hecha
por Hernán Vázquez de Tapia, describiendo las fiestas que se
hicieron en Santander con motivo de la llegada á aquel puerto
de la princesa Doña Margarita de Flandes, hija del emperador
Maximiliano; los desposorios verificados en Villasevil; el recibi-
miento que Burgos hizo á los príncipes; su paso por Valladolid,
Medina y Salamanca, y, finalmente, la muerte del príncipe Don
Juan, acaecida en aquel mismo año de 1 49/: narrado todo ello en
(1) Historia partlicnopca dirigida al Mu- / strissimo y muy reverédissimo
Señor / don bernaldino de caravajal, Cardenal de sania Cruz, cópuesta por el
muy [ eloquente varón alonso hernádes, ele- / rigo ispalésis, protkonotario de la
san- 1 la Sede apostólica, dedicada en loor del / Illustrissimo Señor don goncalo
her- i nandes de cordova duque de térra- / nova gran Capitán de los muy altos
Reyes de spaña.
Al fin / Impresso en Roma por Maestre stephano Guillen de lo / Reno año de
nuestro Redentor de Mili y quinientos X VI ¡ á los diez y ocho de Setiembre.
Fól. 4 hojas preliminares y 102 de texto.
El erudito napolitano Benedetto Croce, tan benemérito de nuestras letras,
ha publicado primero en el Archivo Storico per le Provincie Napoletane (año 19,
fascic. 111), y luego en tirada aparte de cien ejemplares, un curioso estudio
sobre la Historia Parthenopea, que lleva por título Di un poema spagnuolo
síncrono, interno alie imprese del Gran Capilano nel Regno di Napoli.
(2) Anales breves del reinado de los Reyes Católicos (Documentos Inéditos
para la Historia de España, tomo xvm, pág. 227 y siguientes).
124 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
ciento dos coplas de arte mayor, sin ningún género de entonación
poética (i).
Faltó, pues, cantor digno á los grandes sucesos de este reinado,
y tampoco pueden subsanar esta falta los ensayos retóricos de al-
gunos humanistas italianos como Pablo Pompilio y los dos Verardis
(Carlos y Marcelino), cuyos poemas latinos, no sólo épicos, sino dra-
máticos, sólo sirven para atestiguar el asombro que en la capital del
mundo cristiano causó el súbito engrandecimiento de España (2).
(1) Obra hecha por Hernando Vázquez de Tapia escribiendo en summa algo
de las fiestas y recebimiento que se hicieron al tiempo que la muy esclarecida y ex-
celente Princesa nuestra Señora Doña Margarita de Flandes, hija del Empera-
dor Maximiliano , desembarcó en la villa de Santander: y assi mismo de como fue
festejada del Señor Condestable de Castilla: y de como vinieron el Rey y Prin-
cipe nuestros Señores d su alteza: y de como el Reveretidissimo señor Patriarca
en un lugar que se dice Villasevil tomó las manos al Principe y Princesa nues-
tros Señores: y de como llegaron todos j indamente sábado de Ramos ( 1 9 Marzo
1497) d la ciudad de Burgos, ado?ide los Principes nuestros Señores fueron sun-
tuosa/tiente recebidos. En Sevilla, por Meinardo Ungut, alemán, y Lanzalao Po-
lono, 1497.
(2) Aludo al Panegyris de Triumpho Granaiensi de Pablo Pompilio, roma-
no, que comienza:
Nunc age, Musa, tubam majoris suscipe cantus...
y fué impreso en Roma, 1495, Por Euchario Sylber, alias Franck, juntamente
cou otras composiciones latinas del autor. De los Verardis, tenemos el céle-
bre y raro libro que se titula:
Caroli Verardi, Caesenatis, Cubicularii Pontifica, Historia Baetica, sen de
expugnaiiofie Granatae a Ferdinando Catholico et Hellisabet, Hispaniarum Re-
gibus. Alarcellitii Verardi, Elegía et Car?nina nonnulla. Ejusdem Fernandos Ser-
va tus. Impressum Roma; per magistrum Eucharium Sylber, alias Franck, 14QJ.
Tanto la Historia Baetica como el Fernandas Servatus son piezas dramá-
ticas, exornadas de coros á la manera antigua, y fueron representadas en
Roma.
Entre las poesías sueltas de Marcelino Verardi, hay también una Exhortalio
ad poetas, ul iriumphum de hosie Mauro ab Hispaniarum Principibus subacto,
litlcris mandent, y una Elegía quá fides Fernando el Hellisabet gratías agí!, quod
eorttm opera Maurorum catenis fuerit liberata.
Después de la suscripción hay una canción italiana, con la música notada y
grabada en madera.
CAPITULO XXIV
[los poetas del Cancionero general t>y. Hernando del castillo. — los
trovadores aristocráticos: el vizconde de altamiraj don luis de
vivero; don diego lópez de haro; Cartagena; probabilidad de que
sea este último el llamado «el caballero de cartagena». — garci
Sánchez de Badajoz; su vida, anécdotas sobre su persona; sus obras;
las Liciones de J-ob; otras composiciones. — badajoz el músico. —
GUEVARA. — COSTANA. DON ANTONIO DE VELASCO. TAPIA. FAVOR CRE-
CIENTE DE LA CANCIÓN POPULAR ENTRE LOS POETAS CULTOS. LOS DIÁLO-
GOS en el Cancionero de castillo. — el comendador escrivá. — el
COMENDADOR ROMÁN. DIEGO DE SAN PEDROJ LA Cárcel de atHOV Y SU
continuación por Nicolás núñez; influencia de la Cárcel de amor
en la literatura; otras obras de diego de san pedro. — la Cuestión
de Amor, tentativa de novela histórica; identificación de sus per-
sonajes; LA POESÍA ESPAÑOLA EN ITALIA. RODRIGO DE COTA Y SU Dtálo-
go entre el amor y un viejo, pieza capital en la literatura del
SIGLO XV, SU CARÁCTER DRAMÁTICO; SUS IMITACIONES. EL COMENDADOR
PERÁLVAREZ DE AYLLÓN. COLECCIONES QUE PRECEDIERON AL CanClOlterO
DE HERNANDO DEL CASTILLO: EL Cancionero DE JUAN FERNÁNDEZ DE
costantina; el Dechado de galanes en castellano; el Espejo de ena -
morados. — la primera edición (i 5 i i) del Cancionero de castillo;
SU CONTENIDO. LAS EDICIONES SIGUIENTES. —IMPORTANCIA DEL CanCW-
nero de castillo].
El cuerpo ó colección general de las obras de los poetas meno-
res del tiempo de los Reyes Católicos, es el Cancionero general de
Hernando del Castillo en su primera edición de 1 51 1, pues aunque
un pequeño número de las piezas contenidas en ella son de trova-
dores más antiguos, tales como Juan Rodríguez del Padrón, Juan de
Mena, Lope de Stúñiga, Fernán Pérez de Guzmán y el Marqués de
Santillana, y de otros que más bien corresponden al reinado de En-
rique IV, tales como Gómez Manrique, Diego de Burgos, Pero Gui-
126 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
lien de Segovia, Antón de Montero y Juan Alvarez Gato, puede de-
cirse que todos los restantes, hasta completar el crecido número de
138 que abraza el Cancionero, sin contar con los anónimos, son poe-
tas del tiempo de la Reina Católica, circunstancia que no siempre se
ha tenido en cuenta para clasificar sus versos, y que ha producido
graves confusiones cronológicas en la historia de la lírica del siglo xv.
Siendo de todo punto imposible, y además inútil, ó por mejor
decir absurdo, el examen analítico de todos estos versificadores, en
gran parte débiles y amanerados, limitaremos nuestra tarea á los diez
ó doce que, ó por haber logrado más celebridad, ó por tener mérito
más positivo ya en una sola composición, ya en varias, ó finalmente
por alguna singular circunstancia de su persona ó de su vida, mere-
cen campear aparte, y salir de la turba en que andan confundidos.
Empezaremos, pues, por descartar (y no son pocos ciertamente)
todos aquellos autores del Cancionero general que no tienen más
recomendación que lo ilustre de sus títulos y apellidos, ni sirven
más que para confirmar hecho tan notorio como es la cultura inte-
lectual que alcanzó la nobleza española en todo aquel siglo.
Xada diremos, por consiguiente, de los versos del Maestre de Ca-
latrava, de los Duques de Medina-Sidonia, de Alba y de Alburquer-
que; de los Marqueses de Astorga (i), de Villena y de Villafranca;
(1) De éste pueden leerse unas Coplas á su amiga (núm. 249 del Cancio-
nero), citadas por Juan de Valdés entre las que tienen mejor estilo. Hay en esta
composición cosas dichas con agradable sencillez, por ejemplo:
Vida de la vida mía,
¿A quién contaré mis quexas
Si á ti no?
Y estrofas muy notables por lo original é inusitado de las compara-
ciones, v. gr.: Ante ü d S£S0 mío
Siente tantos alborozos
De turbado,
Como cuando va el judío
Por el monte de Torozos
Al mercado.
En el monte de Torozos solía ejercer sus cruentas justicias la Santa Her-
mandad.
CAPITULO XXIV 127
de los Condes de Benavente, de Haro, de Coruña, de Castro, de
Feria, de Ureña, de Paredes y de Ribagorza, del Almirante de Cas-
tilla, del Adelantado de Murcia, del Mariscal Sayavedra y de otros
grandes señores, harto desconocidos en el reino de las Musas, y de
ninguno de les cuales puede decirse que cultivara la poesía por na-
tiva vocación, sino por solaz y esparcimiento cortesano, como lo
prueba el carácter mismo de las poesías que se les atribuyen, y que
generalmente se reducen á invenciones y letras de justadores, glo-
sas, motes, preguntas y respuestas, ó triviales é insulsas galanterías.
Entre estos trovadores aristocráticos, merece exceptuarse, sin em-
bargo, por haber manifestado más elevadas aspiraciones poéticas,
el Vizconde de Altamira, D. Rodrigo Osorio de Moscoso, que com-
puso un diálogo elegante y sutil entre el sentimiento y el conoci-
miento (i) y algunas coplas de amores, delicadas y conceptuosas,
por el estilo de las siguientes:
(1) A él pertenecen estos pensamientos:
Tiene Séneca por ley,
Aunque en esto no lo alabo *,
Que no hay sangre de esclavo
Que no haya sido de rey,
Y de rey esclavo al cabo.
;Oh! ciegos locos perdidos
Los que lloráis á los muertos;
Que los muertos son los vivos,
Y los vivos sean ciertos
Para penar son nascidos.
La vida cuanto es más larga,
Tanto la muerte más dura;
Que, en este mar de tristura,
Cuanto se carga, descarga
Al puerto de sepultura.
Estos bienes de fortuna
Con trabajo son ávidos,
Y por ello son perdidos
* En las ediciones posteriores, desde la de 1527, escribieron con sentido más demo-
crático, aunque estropeando el verso, sin duda por habérseles olvidado el pronombre yo:
«.Aunque en esto lo alabo.»
128 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
La más durable conquista
Desta guerra enamorada,
Es una gloria delgada,
Que se passa sin ser vista.
Y de tal guisa tropieza
Su visión que amor se nombra,
Que, en alzando la cabeza,
Ya no vemos sino sombra:
Y pues tiene buena vista
Y donosa la mirada,
Huyamos gloria delgada,
Que se passa sin ser vista.
Quizá le aventajó en dotes poéticas otro caballero de Galicia, á
quien Garci Sánchez de Badajoz llama hermano de Altamira, ya
porque realmente estuviesen ligados por vínculo de parentesco,
ya por fraternidad en el ejercicio de armas ó letras. Llamábase el
tal D. Luis de Vivero, y el Caucionero contiene muy lucidas mues-
tras de su numen, especialmente la composición alegórica Guerra
de amor, que hizo en memoria de la muerte de su amiga, y el diá-
logo con la Tristeza: versificadas una y otro con gallarda soltura.
No sólo persona una,
Mas los más de los nascidos:
Los sin ellos, por ganallos;
Los con ellos, por tenellos;
Los unos, por no perdellos;
Los otros, por alcanzallos;
Son perdidos ellos y ellos.
Los cancioneros de 1527, 1540 y 1557, añaden á esta composición muchas
estrofas, que parecen de diverso autor.
En los versos amorosos, imita ó excede las hipérboles irreverentes de los
poetas de la corte de D. Juan II.
Del infierno el mayor mal
Dizen que es no ver á Dios;
Luego el mío es otro tal,
Pues no espero ver á vos.
De algunos villancicos suyos hizo las coplas Nicolás Núñez, por ejemplo,
del que empieza: Vev¡r JQ s¡n yer . voS(
No quiero, ni quiera Dios.
CAPITULO XXIV 12g
Don Diego López de Haro, ingenio de nobilísima estirpe y gran-
de amigo de Álvarez Gato, merece también salir del vulgo de los
trovadores adocenados, no sólo por las poesías suyas que se inser-
tan en el Cancionero general, de las cuales es la mejor el filosófico
diálogo entre la Razón y el Pensamiento; sino por otra muy curiosa
que se conserva manuscrita con el título de Aviso para cuerdos, y
». s un diálogo casi dramático de cerca de mil versos, en que inter-
vienen más de sesenta personajes, unos historiales y otros alegó-
ricos, entre ellos Adán y Eva, el ángel que los echó del paraíso, las
ciudades de Troya y Jerusalén personificadas, el rey Priamo, Jesu-
cristo, Julio César, el rey Wamba y Mahoma; á todos los cuales va
contestando el autor sucesivamente (i). De este Diego López dice
Oviedo en sus Quincuagenas que «fué espejo de la gala entre los
mancebos de su tiempo», lo cual no le impidió desempeñar con
mucho crédito la embajada de Roma. En el Infierno de amor, de
Garci Sánchez de Badajoz, figura entre los más leales y martiriza-
dos amadores:
Vi que estaba en un hastial
Den Diego López de Haro
En una silla infernal,
Puesto en el lugar más claro,
( 1 ) Esta obra se llama «Aviso para cuerdos* , fecha por Diego López de Haro,
señor de la Casa del Carpió. (Biblioteca de la Academia de la Historia: colec-
ción de misceláneas que fué de D. Antonio Murillo ¡Mateos.; Gran parte de
este poemita moral está en octosílabos pareados, que hoy diríamos metro de
aleluyas, v. gr.:
Los que dan consejos ciertos
A los vivos son los muertos...
Quien á Dios ha de entender,
Lo que él sabe ha de saber...
Todo mal que aquí se tiene,
Por el hombre al hombre viene....
Ser mal seso, ó ser cordura,
Quien lo muestra es la ventura...
Mala guarda es el temor N
De la vida del señor...
«Para sacar estas discretas máximas (dice Gallardo, con la expresiva fami-
liaridad que solía usar en sus cédulas bibliográficas) hay que leer mucha
pamplina. Es obra mediana. >
Mkníndk? v Pf.uayo. — Poesía ¡.antillana. III. o
I30 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Porque era mayor su mal.
Vi la silla luego arder
Y él sentado á su plazer
Publicando sus tormentos.
Y diziendo en estos cuentos:
Caro me cuesta tener
Tan altos los pensamientos.
Largamente, y con calor digno de asunto de más entidad, han
disputado nuestros eruditos sobre la personalidad del poeta que con
el solo nombre de Cartagena aparece en el Cancionero general, sos-
teniendo unos, como Gallardo (i) y Amador de los Ríos (2), que el
tal Cartagena no era otro que el ilustre prelado de Burgos, del mis-
mo apellido; al paso que los traductores de Ticknor (3) y más do
propósito D. Pedro José Pidal (4), niegan tal identidad y atribuyen
los versos á otro autor del mismo apellido y quizá de la misma fa-
milia. La cuestión en sí no importa mucho, pues aunque los verso i
del llamado Cartagena no sean de los más vulgares que en el Can-
cione?'0 se encuentran, tampoco bastan por sí solos para dar gran
reputación de poeta á quien quiera que los compusiese. Ni mirada
la cuestión bajo otro aspecto, parece tan grave ofensa á la memoria
del obispo de Burgos el haberle supuesto autor de unas cuantas
coplas, amatorias, es cierto, en su mayor parte; pero tan honestas,
ó si se quiere tan insípidas, como casi todas las de su género y es-
tilo. Es cierto que Gallardo, con su acostumbrada malignidad cuan-
do se trataba de cosas ó personas eclesiásticas, procura á su modo
sacarlas punta, y aún llega á suponer que el afecto de Cartagena
por su señora Oriana (bajo cuyo disfraz cree descubrir á una
doña Ana de Osorio) no era estrictamente platónico; pero como
esta maliciosa sospecha de Gallardo está enlazada con su extrava-
gante capricho de atribuir al obispo Cartagena el Amadís de Gaula
(conocido en Portugal y en Castilla tanto tiempo antes), no debe
(1) Ensayo, 11, pág. 254.
(2) Estudios históricos, políticos y literarios sobre los judíos de España (Ma-
drid, 1848), págs. 392-405.
(3) Tomo 1, págs. 554-557-
(4) Estudios literarios (Madrid, 1890), tomo 11, págs. 39-62.
CAPITULO XXIV I3I
hacerse ningún caudal de ella, ni aun perder el tiempo en refutarla.
La cuestión no es moral, ni tampoco de historia eclesiástica, sino de
historia literaria; y quien conoce la historia y la literatura de aquellos
tiempos, no tiene por qué escandalizarse mucho. Versos de la misma
especie que los atribuidos al obispo Cartagena, hizo el Gran Carde-
nal Mendoza, y ojalá que no hubiesen pasado de ahí sus flaquezas.
Mi opinión, conforme en lo substancial y sóio en un punto di-
versa de la que con tanta erudición y fuerza de lógica expuso don
Pedro J. Pidal, es que el obispo de Burgos fué realmente poeta, pero
que no ha llegado á nosotros composición auténtica suya, y que de
seguro no le pertenece ninguna de las que á nombre de Cartagena
figuran en el Cancionero general, todas las cuales, sin excepción, fue-
ron escritas por un trovador cortesano del tiempo de los Reyes Cató-
licos, emparentado, aunque no muy directa é inmediatamente, con la
ilustre familia de conversos judaicos á que el Obispo pertenecía.
Para tener por cultivador más ó menos asiduo de la poesía á don
Alonso de Cartagena, siquiera en los cancioneros examinados hasta
hoy no hayan aparecido versos suyos, no me fundo sólo en el tes-
timonio de Fernán Pérez de Guzmán, quien al enumerar las artes
y ciencias que quedaron llorosas y desamparadas con la muerte del
prelado burgalés, cuenta entre ellas la so til poesía, lo cual, forzando
algo el sentido, podría entenderse del conocimiento teórico de la
poesía ó de la pericia crítica en ella, y no de la producción poé-
tica personal. El texto que puedo alegar es mucho más decisivo y
terminante, y procede de persona tan abonada para darle como el
arcediano de Burgos D. Pedro Fernández de Villegas, en el prohc-
mio á su famosa traducción del Infierno, de Dante. Allí, tratando de
confutar la vana y vulgar opinión de que «quien face coplas es visto
»facer cosa de pequeña autoridad», escribe: «pues coplas castella-
nas ¿quántos gravísimos varones las escribieron? D. Iñigo López
>de Mendoza... el grave y doctísimo Juan de Mena, Fernán Pérez
»de Guzmán, Gómez Manrique, ü. Alonso de Cartagena, obispo de
» Burgos, y otros gravísimos auctores.»
Presupuesto, pues, que D. Alonso de Cartagena fué poeta, cosa
de que no hay para qué vindicarle, por ser indiferente en sí misma,
y porque no existiendo hoy sus versos, mal podemos adivinar si ha-
I32 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
bía en ellos algo que no cuadrase estrictamente con la gravedad
de su carácter episcopal, pasamos á exponer las razones, muy ob-
vias, que impiden confundir al obispo de Burgos con el trovador
Cartagena del Cancioiiero. Cosa bien notoria es que el obispo murió
en I456, y así lo consigna su epitafio. Pues bien: el Cartagena del
Cancionero (que para su colector Hernando del Castillo era un sola
poeta, y no dos poetas distintos, puesto que pone juntas sus obras)
escribe versos á la Reina Doña Isabel, que no subió al trono sino
diez y ocho años después de esa fecha; alterna en justas poéticas
con Fray Iñigo de Mendoza (i), con el Vizconde de Altamira (título
que no fué creado hasta 1 47 1) y con Garci Sánchez de Badajoz,
trovadores que no se dieron á conocer hasta las postrimerías del
siglo xv; v no hav en sus versos alusión alguna á cosas ó personas
de un tiempo anterior, pues aunque el Sr. Amador de los Ríos haya
creído que la despedida de Cartagena á su padre fué dedicada al
canciller D. Pablo de Santa María, nada hay en su contexto que per-
mita afirmarlo, y además el estilo y lenguaje de esta composición
no difieren en nada del estilo y lenguaje de las coplas á la Reina
Isabel: cosa de todo punto inverisímil si hubiésemos de suponer
entre unos y otros versos un intervalo no menor que de cuarenta
años (2), en que la lengua poética castellana experimentó una trans-
formación completa (3).
¿Quién fué, pues, el trovador erótico del Cancionero? D. Pedro
(1) Por mandado del Rey compuso unas coplas, reprehendiendo á Fray Iñigo
de Mendoza, y tachándole los versos que hizo con el título de Justa de ¿a Ra-
zón contra la Sensualidad (núrn. 140 del Cancionero). La principal acusación
que le hace es haber plagiado á Juan de Mena (seguramente en las Coplas de
los siete pecados mortales) :
Va muy bien invencionado,
Va también digno de pena,
Porque salió del dechado
Que todos vimos labrado
De mano de Juan de Mena...
(2) D. Pablo de Santa María murió en 1435.
(3) Una prueba más de que este poeta pertenece al tiempo de los Reyes
Católicos, son los siguientes versos, en que claramente se alude á la quema de
los judaizantes de Sevilla en el brasero de Tablada:
CAPITULO XXIV 133
José Pidal afirmó resueltamente que lo había sido D. Pedro de Car-
tagena, hermano menor del obispo de Burgos, como tercero y úl-
timo hijo de D. Pablo de Santa María, y persona de quien muchas
veces se hace mención en las crónicas de su tiempo á título de va-
leroso caballero. De él dice la Información de su ¡maje, impresa (al
parecer) en 1 594, que «fué del Consejo de los reyes D. Enrique el
»quarto y D. Fernando el Cathólico; y fué nombrado por guarda
»del cuerpo del rey D. Juan el II; é fué persona de mucho valor y
»esfuerzo, como lo mostró en las batallas en que se halló, que fue-
»ron muchas, y en desafíos singulares; y ganó la fortaleza de Lara,
»que en aquellos tiempos era cosa de mucha estima é importancia;
»é por señal quedó la dicha alcaidía en Gonzalo Pérez de Cartage-
na, su hijo, y en Hernando de Cartagena, su nieto».
No es enteramente imposible que este caballero pueda ser el Car-
tagena del Cancionero, puesto que su larga vida se prolongó hasta
1478, según consta por su epitafio, que está en San Pablo de Bur-
gos (i); pero sólo cuatro años del reinado de Doña Isabel pudo al-
canzar, y no es verisímil que en edad tan avanzada... (había nacido
en 1387) pagase á las musas tan largo tributo. Otro Cartagena hubo,
también de familia judaica, á quien con más probabilidad pueden
adjudicarse los versos; y en él se ha fijado el docto investigador
D. Marcos Ximénez de la Espada, al publicar, con notas de pere-
grina erudición, el libro de las Andanzas de Pero Tafur. Llamóse el
Caballero de Cartagena, y era hijo del doctor Garci Franco, del
consejo del rey D. Juan el II, hermano de Antonio Franco, también
poeta, contador mayor de los Reyes Católicos; y de Alonso de Sa-
Su flama encendida assi es comparada
Con la del reyno do siempre hay mancilla,
Como una figura de fuego pintada
En comparación del hecho en Sevilla.
(N. 1+0 Hel Cancionero.)
(1) « Aquí está sepultado el cuerpo del virtuoso y ponderado caballero Pedro
de Cartagena, del Consejo del Rey nuestro Señor, e su regidor de esta ciudad, con
Doña Marta de Sarabia ¿Doña M encía de Rojas sus primera é segunda mujeres.
Finó á diez de Mayo de mili y qualrocientos y setenta y ocho, en edad de noven n 'a
años.y (España Sagrada, tomo xxvn, pág. 272, de \n segunda edición, 1824.)
134 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
ravia, uno de los comuneros ajusticiados en Villalpando, el cual ha-
bía adoptado el apellido materno, así como Cartagena el de sus in-
mediatos parientes el obispo D. Alonso y su hermano D. Pedro,
Este parentesco era tan cercano, qué no habiendo dejado D. Pedro
de Cartagena, nieto del primer D. Pedro, más descendiente que
una hembra, Doña Isabel Osorio, la cual, por las condiciones del ma-
yorazgo de los Cartagenas, no podía heredarle, pasó este mayorazgo
á D. Gonzalo Franco, nieto de D. Antonio. Fué este caballero de
Cartagena (según testimonio del cronista Gonzalo Fernández de
Oviedo en sus Batallas) «uno de los bien vistos y estimados man-
»cebos galanes y del palacio, que ovo en su tiempo; gracioso é bien
»quisto, caballero de muy lindas gracias y portes, é de tan sotil é
»vivo ingenio y tan lindo trovador en nuestro romance ¿castellana
» lengua, como lo avrés visto en muchas ¿gentiles obras en que á mi
» gusto juc 'único poeta palaciano con los de su tiempo, ¿hizo ventaja á
■¿muchos que antes quél nascieron, en cosas de amores ¿ polidos ver-
¿sos ¿galán estilo, y aun á los modernos puso envidia su manera de
¿trovar, porque ningún verso vere's suyo forzado ni escabroso, sino
¿que en sí muestra la abundancia ¿facilidad tan copiosa, que en me-
¿díday elegancia paresce que se hallaba hecho quanto quería decir, y
acosas comunes y bajas las ponía en tales palabras y buena gracia,
¿que ninguno lo hacía mejor de los que en nuestro tiempo y lengua en
¿eso se han ejercitado ó qtierido trovar... Le mataron los moros en la
»conquista del reyno de Granada, é él murió como buen caballero
»sirviendo á Dios é á su Rey con la lanza en la mano» (i).
(i) Andanzas e viajes de Pero Tafur por diversas partes del mundo ávidos
(1874), páginas 390-398. En el Liber facetiarum de Luis de Pineda, que se citará
más adelante, hay estos dos cuentos sobre Cartagena, el primero de los cuales
sirve para ilustración de unos versos suyos que en el texto se mencionan:
«Cartagena llevaba por divisa unos cálices. Preguntado si eran majade-
>ros, respondió: Si lo fueran, entre ellos anduviórades vos.»
«Estando en las casas de Pedro de Cartagena, subióse encima de unas ba-
randas un loco para echarse de allí abajo, y estando para echarse, viole el
5 dicho Pedro de Cartagena de abajo; y como le preguntase que qué quería
> hacer, Ir respondió que quería volar. Pedro de Cartagena le dijo: Espera,
»y subiré á quitarte el capirote, para que veas por do has de ir. Y con esto le
i detuvo hasta que subió y le quitó de allí.»
CAPITULO XXIV 135
Cuadra tanto la idea que Oviedo nos da del talento poético del
caballero de Cartagena, con los policios versos que en el Cancionero
general leemos, que apenas puede dudarse de que él sea el autor
de aquellas palacianas y gentiles obras. Con dos solas excepciones,
todas estas poesías pertenecen á un mismo género, el amatorio
cortesano, y en todas ellas se discretea prolija y metafísicamente,
pero no sin cierta virtuositá ó destreza técnica, sobre temas de una
pasión tan quintaesenciada y sutil, ó digámoslo mejor, tan falsa,
como todos los amores del Cancionero. El autor apura las hipérbo-
les y los conceptos para ponderar el extremo de su amorosa llama,
sin llegar á convencernos de ella, aunque sí de lo vivo y agudo de
su ingenio. Muéstrase un tanto versado en la literatura italiana, espe-
cialmente en las obras del Petrarca, á quien imita en lo que el Pe-
trarca tiene menos digno de imitación, en los juegos de palabras
y en las antítesis, tributo que el gran poeta pagaba al gusto de su
tiempo y quizá á la tradición provenzal, que tanto extravió á la
lírica moderna en sus primeros pasos. Cartagena no se harta de
encarecer, á ejemplo suyo, lafiamma che mincende é strugge,
La fuerza del fuego que alumbra, que ciega
Mi cuerpo, mi alma, mi muerte, mi vida,
Do entra, do hiere, do toca, do llega
Mata y no muere su llama encendida...
Otras veces siente que el alma, por la fuerza del dolor y de la
pasión, quiere arrancársele del cuerpo, «/'alma, cui morte del sito al-
bergo caceta, da me si parte-»:
Mi alma, mi cuerpo, sofriendo tal pena.
Han ya concertado partirse de en uno.
Pues ven ya, muerte: serás bien venida
E consolarás al desconsolado:
Que entrambos la piden aquesta partida,
El alma por verse del cuerpo salida,
E el cuerpo por verse de amores librado.
Esta canción, que pudiéramos llamar de opósitos, y que recuerda
también una muy célebre del poeta catalán Mosén Jordi, fué tema
de varias glosas, entre ellas una de Francisco Hernández Coronel, y
Í36 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
otra del autor mismo. Pero con haber tenido tanta boga (sin duda
por su pedantesco artificio) (i), no vale, á nuestro juicio, lo que va-
len otros versos de Cartagena, que por lo menos merecen la cali-
ficación de ingeniosos. Tal sucede principalmente con el debate
entre el corazón y los ojos, que Cartagena dirime echando el bastón en-
tre ellos; con el diálogo entre el corazón y la lengua, y con otro diá-
logo mucho más extenso, y no sin trazas dramáticas, en que son in-
terlocutores el dios de Amor y un enamorado, á quien el dios se
aparece en sueños. Sin comparar este diálogo con el de Rodrigo de
Cota, todavía pueden reconocerse en él dotes de estilo no vulgares
y una versificación muy suelta y amena. Por análogos méritos se
recomiendan otras obrillas del autor, no obstante lo poco substan-
cial de su contenido. Hay entre ellas glosas ó motes para varias da-
mas, Doña Catalina Manrique (nunca mucho costó poco), Doña Ma-
rina Manuel (esfuerze Dios el sofrir) y el todavía más famoso de Yo
sin vos, sin mí, sin Dios, que fué glosado también por Jorge Man-
rique. Hay invenciones y letras de justadores, con el parecer de Car-
tagena sobre algunas de ellas. Hay canciones cortas que tuvieron
mucha celebridad, por ejemplo, la que empieza:
No sé para qué nascí,
Pues en tal extremo esto,
Que el morir no quiere á mí,
Y el vevir no quiero yo...
ó aquella otra que compuso á una amiga suya que traía un cáliz por
devisa:
Vuestras gracias connscidas
Quieren que cáliz traygais,
En que consumays las vidas
De todos quantos mirays...
(1) Cosas hay en ella que recuerdan las intrincadas razones de Feliciano
de Silva, tan gratas á Don Quijote:
Su fuerza que fuerza mi fuerza por fuerza,
Me esfuerza que fuerce mi mal no diciendo...
En la penúltima estancia se describe el juego de tira y afloja:
Un juego entre niños contino que anda...
CAPITULO XXIV 137
El objeto de esta pasión era* una dama Oriana, que Cartagena no
quiere declarar si era dueña ó doncella, contentándose con llamarla
Angélica natura,
Criada sobre la humana.
El nombre poético que la da es indicio seguro de la reputación
que ya por aquellos tiempos lograba el Amadís de Gaula entre los
cortesanos. En servicio de esta dama, ó quizá de alguna otra, fué
competidor del vizconde de Altamira, yéndoles tan mal al uno como
al otro (núm. 146 del Cancionero), lo cual explica esta alusión de
Gregorio Silvestre, en su poema de La Residencia del amor:
En esto vieron salir
Dos sin quererse partir,
Puestos en una cadena:
El Vizconde y Cartagena...
Por todas estas composiciones mereció Cartagena el dictado de
práctico en amores, que le da Castillejo en su donosa invectiva con-
tra los petrarquistas, y por ellas le puso Garci Sánchez de Badajoz
en su Infierno de amor, de que luego daremos cuenta. Pero en las
raras ocasiones en que abandonó aquella insípida y artificial galan-
tería para tratar más graves asuntos, se aventajó á sí propio en dic-
ción y espíritu poético; mostrando mucho seso filosófico y mente de
teólogo en las coplas dirigidas á su padre sobre la razón y el libre
albedrío (i); y ensalzando con sincero entusiasmo á Isabel la Cató-
\lJ Que dest' arte navegamos
En el mar y mal del mundo...
Para bien ó mal pasalle,
Dios nos dio manera justa:
La libertad es la fusta,
La razón el gobernalle.
En estas barcas traemos
Nuestras almas y passamos:
Si a la fusta obedescemos,
Es forzado que perdamos
Lo que nunca cobraremos:
Y pues la vida es passaje
I38 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
lica en unas quintillas llenas de brío, y que, si se prescinde de algu-
nos toques de mal gusto, por ejemplo, del juego pueril sobre las le-
tras del nombre de la Reina, son sin disputa una de las mejores
poesías del Cancionero, y quizá el más noble tributo que en su tiem-
po pagó la musa castellana á las heroicas virtudes de aquella sin
igual princesa, de quien esperaba el poeta, no sólo que había de re-
matar la empresa de Granada, sino que había de pintar en Hierusa-
lem las armas reales. Hasta aquella bizarra hipérbole,
En la tierra la primera,
Y en el cielo la segunda,
con tener algo de irreverente y poco ortodoxo, suena bien en oídos
españoles por tratarse de tal mujer, y no llega á los rasgos adulato-
rios y desaforados de Antón de Montoro y otros poetas, que can-
dorosamente obedecían al espíritu de apoteosis gentílica renovado
por el Renacimiento, y que pocas veces tuvo tanta disculpa como
en este caso.
Mayor celebridad todavía que Cartagena, como poeta erótico, lo-
Que can presto passa y va,
Aunque nadie se lo ataje,
Pasar bien este viaje
En el gobernalle está.
Palabras son muy sabidas,
Que tenemos los mortales
En nuestras manos metidas
Nuestras muertes, nuestras vidas,
Nuestras culpas, nuestros males...
— «Si yo mudo ni conciencia,
cMudara Dios el fin mío?» —
No vale tal consequencia,
Antes anda su presencia
Con nuestro libre albedrío...
En su saber infinito
Todo está predestinado,
Todo está claro y escrito;
Mas el ser así ordenado,
No costriñe el apetito...
CAPITULO XXIV 139
gró Garci Sánchez de Badajoz, debiéndola, no sólo á sus versos, sino
también á los casos novelescos de su vida, por virtud de los cuales
vino á formarse en torno de su nombre una leyenda análoga á la de
Macías ó á la de Juan Rodríguez del Padrón, si bien menos intere-
sante y algo degenerada, como lo estaba sin duda la poesía trova-
doresca en estas postrimerías suyas. Por más que su apellido mueva
á tenerle por extremeño, en libros de los siglos xvi y xvu (i), se lee
que era andaluz, natural de Ecija. Pudo llamársele de Badajoz por
ser oriundo de aquella ciudad, aunque no hubiese nacido en ella; y
de su familia sería probablemente Diego Sánchez de Badajoz, nota-
ble dramaturgo de los primeros años del siglo xvi, cuya Recopilación
en metro ha exhumado el Sr. Barrantes (2).
Convienen todos los testimonios contemporáneos en que Garci
Sánchez, de resultas de una desdichada pasión amorosa, vino á per-
der el juicio. Y no faltaron graves varones que viesen en ello un
efecto de la ira divina sobre el poeta, por las irreverencias y profa-
nidades que en sus versos había sembrado. Véase lo que dice el
fraile anónimo que escribió el libro de la Celestial Jerarquía e Infer-
nal Labirinto, dirigiéndose á su Mecenas el Duque de Medinaceli,
D. Juan de la Cerda:
«Acuerdóme, ilustre y muy magnífico señor, cuando el año pa-
usado mi padre provincial y yo fuimos á verá vuestra ilustre seño-
ría: quiso (estando nosotros presentes y muchos nobles caballeros
»de su casa) se leyesen no sé qué coplas que había compuesto Gar-
»ci Sánchez de Badajoz, con una prima ficción y elegante y polido
»decir; en la cual él ponía muchos caballeros de España que él ga-
banes cortesanos había conoscido (3).
»E1 fin para que se leyeron, según que yo comprehendí, fué para
(1) Por ejemplo, en un cuento de Juan Alonso Aragonés que citare luego,
y también en El Diablo Cojudo, de Luis Vólez de Guevara (que era ecijano):
*De aquí fué Garci Sánchez de Badajoz, aquel insigne poeta castellano.»
(2) Parece infundada la conjetura, porque el autor de la ^Recopilación se
llamaba simplemente Diego Sánchez, y no pertenecía á la familia de los
Sánchez de Badajoz. (Vid. J. López Prudencio: Dugo Sánchez de Badajoz.
Madrid, 191 5; pág. 22). (A. B.)
(3) Alusión evidente al Infierno de Amor.
I40 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
j>tomar nuestro parecer sobre la vivez del ingenio y elegancia de pa-
labras del autor de aquella obra. Adonde yo preguntado, respon-
»dí, que tenía yo compasión de un hombre de ingenio tan vivo y
»subttl, con tanta elegancia y abundancia de palabras doctado, no
»se haber ocupado donde fuera mejor empleado, es á saber, en ser-
vicio de aquel de quien todas las gracias vienen; las cuales, si para
» mayor juicio no son recebidas, á él han de ser reduzidas. Lo qual
Ȏl no hizo, mas por el contrario, las cosas de la Sagrada Escriptura
» profanaba trayéndolas á su vano amor, ó más verdaderamente fu-
arioso desatino, como paresce en las Liciones suyas de Job por él
^trovadas, las cuales cuando me fueron mostradas, no pude sino ma-
ravillarme; porque después de la elegancia de palabras, estaban
sallí condiciones tan primas del amor divinal, que no pude yo sino
»decir que todo pecado, en especial este deste vano desatino, es
^idolatría, ca se da al ídolo lo que se debe á la Soberana Majestad
»de Dios, adonde está suprema amabilidad con majestad incompre-
hensible... Pues por estos desatinos está loco en cadenas, al cual
»nuestro Señor con misericordia le privó de aquello que con su
«franca largueza le había comunicado.»
Antes de su locura, había sido Garci Sánchez muy gentil y dis-
creto cortesano, celebrado por su lindo humor y dichos agudos, de
los cuales se leen algunos en libros de cuentos del siglo xvi. Dos
hay entre los de Juan Aragonés, que acompañan al Sobremesa y
alivio de caminantes, de Juan de Timoneda, en algunas ediciones.
Me parece curioso transcribirlos á continuación:
«Al afamado poeta Garci Sánchez de Badajoz, el cual era natural de
*Ecija, ciudad en el Andalucía (este varón delicado, no solamente en
»la pluma, mas en promptamente hablar lo era) acaecióle que, estañ-
ado enamorado de una señora, la fué á festejar delante de una ventana
»de su casa, á la cual estaba asomada. Pues como encima de su caba-
»IIo le hiciese grandes fiestas, dando muchas vueltas por su servicio,
»acertó de tropezar el caballo; y como la señora lo viese casi caído
»en tierra, dijo, de manera que él lo pudo oir: «.los ojos-». Respondió
»él tan presto, y sin tener tiempo para pensar lo que había de decir:
...Señora, y el corazón,
Vuestros son.>
CAPITULO XXIV 141
«A Garci Sánchez le acaesció que, estando penado por una dama,
»subióse muerto de amores á un terrado que tenía, desde donde al-
sgunas veces la podía ver. Y estando allí un día, un grande amigo
»suyo lo fué á ver: el cual preguntando á sus criados que adonde
»estaba, le fué dicho que allá arriba en el terrado. El se subió dere-
scho allá, y hallándolo solo, le dijo que cómo estaba allí. Respon-
dió prontamente Garci Sánchez: «¿adonde puede estar mejor el
j> muerto que en terrado?» Dando á entender que, pues estaba muer-
ato, era razón que estuviese enterrado.»
Otra anécdota de Garci Sánchez, pero ya del tiempo de su locu-
ra, se consigna en el Libro de chistes, de Luis de Pinedo (i). «Salió-
le un día Garci Sánchez de Badajoz, desnudo, de casa por la calle,
j>y un hermano suyo fué corriendo tras él, llamándole loco y que no
atenía seso. Respondió él: — ¿Pues cómo? ¡Hete sufrido tantos años
»yo á ti de nescio, y es mucho que me sufras tú á mí una hora de
»loco!» Este mismo cuento, sin nombrar á Garci Sánchez, sino atri-
buyéndole á un caballero muy enamorado y grande poeta, se lee en
el Sobremesa y alivio de caminantes de Juan de Timoneda (par-
te 1.a, cuento 55 de la edición de Rivadeneyra) (2).
(1) Liber facetiarum el similittidinum Ludovici de Pinedo e¿ aliorum. Ma-
nuscrito de la Biblioteca Nacional, publicado por D. A. Paz y Melia en sus
Sales Españolas ó agudezas del ingenio nacional (Madrid, 1890), pág. 295.
(2) También Lope de Vega trae un cuento de Garci Sánchez, en la comedia
Quien ama no ha°a fieros:
A Garci Sánchez pedía
Un sacristán que le hallase
Una invención que sacase
Su manga de cruz un día.
Pero viéndole el calzón
Roto, y en pedir prolijo,
«Saca unas calzas, le dijo,
Y será buena invención.»
En el Sobremesa de Timoneda parte 1.a, cuento 83) se lee este otro dicho
agudo de nuestro poeta: «Traían á un sobrino de Garci Sánchez dos mujeres
>en casamiento, de las cuales la una era de muy buena parte, sino que había
»hecho un yerro de su persona, y la otra era confesa, con la cual le daban un
>cuento en dote. Llegando este mozo á demandar consejo y parescer á su tío
»sobre cuál de aquestas tomaría por mujer, respondióle así: «Sobrino, yo más
1 querría que me diesen con el cuento, que no con el /¡ierro.*
I42 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Aunque hay indicios para sospechar que las composiciones de
Garci Sánchez de Badajoz fueron coleccionadas en volumen aparte,
cosa muy verisímil, dada la celebridad del poeta (i), yo sólo puedo
juzgarle por los versos insertos en el Cancionero general, y por otros
que no están allí, pero que figuran en pliegos sueltos de gran rareza.
La más célebre de estas composiciones, pero no ciertamente la más
digna de alabanza, son las Liciones de Job apropiadas á las pasiones
de amor, las cuales, no sin razón, escandalizaron á los moralistas, y
provocaron los rigores del Santo Oficio, que mandó expurgarlas de
las ediciones del Cancionero general, por lo cual son muchos los
ejemplares de él que se encuentran mutilados de las hojas que de-
bían contener las tales Liciones. Estas parodias literalmente sacrile-
gas, aunque quizá no lo fuesen tanto en la mente de sus autores,
extraviada por el mal gusto, estaban muy de moda en el siglo xv; y
hay, en los Cancioneros manuscritos, algunas todavía más irreveren-
tes y escandalosas que las Liciones de Garci Sánchez; por ejemplo,
las dos Misas de amor, de Alosen Diego de Valera y Suero de Ri-
bera. En todas estas extravagantes composiciones, el texto latino de
la liturgia va intercalado caprichosamente en los versos castellanos,
formando un conjunto híbrido y grosero, que, no sólo ofende los
sentimientos piadosos, sino también el sentimiento del arte. Muy
donosamente dice D. Diego de Mendoza que «Garci Sánchez esta-
»ba en punto, si la locura no le atajara, de hacer al mismo tono to-
adas las homelías y oraciones». A las Liciones precede una especie
de testamento que, según el mismo autor declara, es imitación de
otro que había hecho antes D. Diego López de Haro, y puede pa-
rangonarse además con el de Serveri de Gerona, con el del Arce-
diano de Toro, con el francés de Villón, y con otros varios poetas
de la Edad Media, que usaron el mismo artificio, convertido ya en
(1) No puedo recordar dónde he leído ú oído la especie de existir toda-
vía (¿quizá en Extremadura?) un Cancionero manuscrito, formado en todo ó
en parte con versos de Garci Sánchez. ¿Será el mismo que Gallardo, que al
parecer le poseyó, cita varias veces con el título de Cancionero de Mauro del
Almendral , aunque sin detallar nunca su contenido?
[Según mis noticias, ha sido encontrado el Cancionero de Garci Sánchez, y
se publicará en breve. (A. B)\
CAPITULO XXIV I43
un lugar común. Garci Sánchez, según su costumbre, extrema
la hipérbole amatoria hasta decir, entre otros conceptos que no
parecen de poeta cristiano:
Y pues mi vectura quiso
Mis pensamientos tornar
Ciegos, vanos,
No quiero otro paraxso
Sino mi alma dexar
En sus manos...
Mando, si por bien toviere
De pagar más los serVicios
Que serví,
Que ?n entierren do' quisiere,
Y el responso y los oficies
Diga así:
« Ttí que mataste á Alacias,
D' enamorada memoria...*, etc.
De la manera cómo está hecha esta irreligiosa y absurda parodia
del oficio de difuntos, den muestra los siguientes versos de la lec-
ción sexta, sobre el texto Quis mihi hoc tribual:
¡Quién otorgase, señora,
Qu' en el infierno escondiesses
Mi alma, y la defendiesses
Por tuya, y muriesse agora,
Hasta que de mí partiesses
E! enojo qu' en ti mora!
Y, aunque mil años durasses
En tu saña, y m' olvidasses,
Allí temía reposo,
Señora, si señala;
Un tiempo tan venturoso
En que de mí te acordasses.
Allí tú me llamarás,
Yo no te responderé,
Señora, que ya estaré
Do nunca más me verás:
Obra de tus manos fué
Do tu diestra extendí ras..
144 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
ó estos otros de la lección 7.a, Spiritus mens attenuabitur:
En el infierno es mi casa,
Si vuestra merced quisiere.
Y será si le sirviere
En las tinieblas de brasa
La cama en que yo durmiere:
Al desseo diré padre
De mi cruel mal d' amores,
De mis pensamientos vanos;
A la muerte llamé madre,
Y á sus penas y dolores
Dixe: vos soys mis hermanos.
Sé yo que mi matador
Vive aunque mi vida muere.
Y que será mi dolor
Sano el día que la viere.
Con una gloria no vana
Me levantaré aquel día,
Viendo la señora mía
En mi misma carne humana
Como viviendo la vía.
A la qual tengo de ver
Yo mismo con los mis ojos,
Por do serán en placer
Vueltos todos mis enojos...
Afortunadamente, no siempre escribió Sánchez de Badajoz con tan
depravado gusto. Parece imposible que el autor de las Liciones y de
Lo claro escuro, sea el mismo que compuso los suaves y deliciosos
versos del Sueño, que compiten con la Querella de amor, del Marqués
de Santillana, y con lo más excelente que de este género puede hallar-
se, así en nuestros cancioneros como en los gallegos. Una atmósfera
de poética vaguedad y misterio lírico envuelve esta composición en
que Garci Sánchez, cual otro estudiante Lisardo, presencia en vida
su propio entierro, y oye á los pájaros cantar sus exequias, y referirle
su muerte:
« — Ya sé por quién preguntays,
Por Garci Sánchez dezís...
Muy poco ha que pasó
Solo por esta ribera...»
CAPITULO XXIV I45
Y estas palabras diciendo
Y las lágrimas corriendo,
Se fué con dolores graves.
Yo, con otras muchas aves,
Fuemos empos d' él siguiendo.
Hasta que muerto cayó
Allá entre unas azequias,
Y aquellas aves y yo
Le cantamos las obsequias,
Porque de amores murió:
Y aun no medio fallecido,
La tristeza y el olvido
Le enterraron de crueles,
Y en estos verdes laureles
Fué su cuerpo convertido.
D' allí nos quedó costumbre
Las aves enamoradas
De cantar sobre su cumbre
Las tardes, las alboradas,
Cantares de dulcedumbre...
Enamorado Garci Sánchez de este tema sentimental y fantástico,
le repitió con menos fortuna en dos romances, ó más bien compo-
siciones en octosílabos pareados, con villancicos intercalados (i), en
esta forma:
Abajé por una senda
A unos valles muy suaves,
Donde oí cantar las aves
De amores apasionadas,
Sus cabezas inclinadas
Y sus rostros tristecicos.
Desque vi los pajaricos
En los lazos del amor,
Membréme de mi dolor
(iy Son los números 1876 y 1S77 del Romancero, de Duran, que los tomó
del Cancionero general y del Cancionero de Romances. Comienza el primero
Caminando por mis males; el segundo Despedido de consuelo. Este segundo es
casi una mera variante del primen», y repite el villancico:
Hagádesme, hagádesme,
Monumento de amores he...
MKHáHDKZ Y V-íUAlo. — Presia casttllan.i. III. ,,
146
HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Y quise desesperar,
Mas escuché su cantar,
Por ver si podríe entendellas.
Vilas sembrar mil querellas
Que de amor habíen cogido.
Desque vi así cundido
El poder de amor en todo,
Yo tomé desde allí un modo
De tener consolación;
Dijeles esta razón,
Rogándoles que cantasen,
Porqu' ellas no sospechasen
Que quena más de oillas:
«Cantad todas, avecillas,
Las que hacéis triste son,
Discantará mi pasión.»
Cuando oyeron mi ruego,
Por mis penas amansar,
Comenzaron de cantar
Este cantar con sosiego:
tMortales son los dolores
Que se siguen del amor,
Mas ausencia es el mayor. >
<Aunque tal dolor os duele,
Yo soy d'él muy más doliente,
Porque si me hallo ausente,
No tengo alas con que vuele.»
Y desque hubieron cantado,
Y yo hube respondido,
Fué mi dolor conocido
Y mi pena por más fuerte.
' Y no estando bien constante
En el mi determinar,
Pensando de no acertar,
Este cantar comencé:
«¿Adonde iré, adonde iré?
¡Qué mal vecino amor es!»
Otra composición muy celebrada de Garci Sánchez de Badajoz,
aunque para nosotros tenga hoy más interés histórico que poético,
fué el Infierno de amor, que viene á ser, en cuanto á su traza y arti-
CAPITULO XXIV 147
ficio, una alegoría dantesca, y, en cuanto á su contenido, una espe-
cie de taracea de retazos de diversas canciones de los más enamo-
rados trovadores de aquel reinado y de los dos ó tres precedentes,
todos los cuales penaban encantados en aquella especie de cueva de
Montesinos que el autor llama Casa de amor, y á la cual no cua-
draría mal el título de Casa de locos de amor, que dio Ouevedo á
uno de sus Sueños. Los galanes allí cautivos son en número de
treinta, entre los cuales figuran nombres tan conocidos como los de
Macías, Juan Rodríguez del Padrón, el Marqués de Santillana, Gue-
vara, Juan de Mena, D. Diego López de Haro, Jorge Manrique,
Diego de San Pedro, Cartagena, el vizconde de Altamira, etc. (i).
Hay algunos versos graciosos, por ejemplo, los que se refieren á
D. Alonso Pérez:
Sepultado entre las flores,
Y cantándole un responso
Calandrias y ruiseñores...
y otros que tienen curiosidad biográfica, como los que mencionan
al heroico guerrero D. Manuel de León, el que sacó el guante de su
dama de la jaula de los leones, y es uno de los protagonistas de las
Guerras civiles de Granada de Ginés Pérez de Hita:
Y vi más á don Manuel
De León armado en blanco.
Entre las cuales pinturas
Vide las siete figuras
De los moros que mató,
Los leones que domó,
Y otras dos mil aventuras
Que de vencido venció...
Pero el mayor interés de este poemita (que es un centón á la
manera del Conort, de Francesch Ferrer, y de otras composiciones
análogas que en la literatura catalana y en la provenzal abundan),
consiste en lo que tiene de catálogo ó canon de los poetas eróticos
(1) Esto es en la edición del Cancionero de 1511. En las posteriores
de 1527, 1540 y 1557 se añadieron ocho estrofas más, con los nombres de
otros ocho poetas, entre ellos el conde de Haro, Lope de Sosa, Rodrigo
Mexía... Estas añadiduras no parecen de Garci Sánchez.
Td8 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
más afamados en los días del autor, y en los retazos que nos con-
serva de sus canciones.
Por todas estas piezas amatorias, así como por sus numerosas
reqüestas, canciones, villancicos y dezires, escritos por lo común con
donaire y soltura, obtuvo Garci Sánchez de Badajoz un puesto de
preferencia en la galería de los poetas del Cancionero, y una reputa-
ción tradicional que duraba todavía en los siglos xvi y xvn, aun en
el ánimo de los jueces más avisados y competentes. El severísimo
Juan de Valdés, en el Diálogo de la lengua, cuenta las coplas de
Sánchez de Badajoz entre las que tienen mejor estilo. Y el gran
Lope de Vega, que había hecho mucho estudio de la lírica de los
Cancioneros, y que no rara vez se inspiró en ella, exclama en el
prólogo del Isidro: ¿Qué cosa se iguala á una redondilla de Garci
Sánchez ó de D. Diego de Mendoza} (i). Sus versos fueron reprodu-
cidos en colecciones de índole popular como el Cancionero de Ro-
mances, y hasta en pliegos sueltos. Impresas se hallan en esta forma
sus Lamentaciones de amores (2), que por ser tan extraña composi-
ción y no encontrarse en ninguna de las ediciones del Cancionero,
y por haber sido mencionada con estimación por Herrera en sus
Anotaciones á Garcilaso, creo oportuno transcribir á continuación:
Lágrimas de mi consuelo,
Qu'avéis hecho maravillas
Y hacéis:
Salid, salid sin recelo,
Y regad estas mejillas
Que soléis.
Ansias y pasiones mías,
Presto me aveys d'acabar,
Yo lo fío.
¡O planto de Hieremías,
Vente agora á cotejar
Con el mío!
(1) El mismo Quintana, que tan desdeñosamente juzga á la mayor parte
de los poetas del siglo xv, reconoce en las coplas de Garci Sánchez *mucho
calor y agudeza*.
(2) Las reprodujo Usoz al fin del Cancionero de obras de burlas que publicó
en .Londres ípágs. 207 y 209).
CAPITULO xxrv 149
Ánimas de Purgatorio,
Qu'en dos mil penas andáis
Batallando:
Si mi mal os es notorio,
Bien vereys qu' estáis en gloria
Descansando.
Y vosotras, que quedáis
Para perpetua memoria
En cadena,
Cuando mis males sepáis,
Pareceros ha q'es gloria
Vuestra pena.
Babilonia, que lamentas
La tu torre tan famosa
Desolada,
Cuando mis ansias sientas,
Sentirás la tu rabiosa
Aconsolada.
¡O fortuna de la mar,
Que trastornas mil navios
Á dó vengo;
Si te quieres amansar,
Ven á ver los males míos
Que sostengo!
Casa de Hierusalcín,
Que fuiste por tus errores
Destruida,
Ven agora tú también,
Y verás con que te goces
En tu vida.
Constantinopla, q'estás
Sola y llena de gente
A tu pesar;
Vuelve tu cara, y podrás,
Viendo lo que mi alma siente,
Descansar.
Troya, tú que te perdiste,
Que solías ser la flor
En el mundo,
Gózate conmigo triste,
Que ya llega mi clamor
Al profundo.
Y vos, císnesT qae cantáis
[ .-.\r, <-.-,'. '.--. OS -.--.-, '•--.
-. par «leí ríor
?.-:-. ;-.- --.. :.-:-.•. .-. " iVi. :
Y tú. Fénix, que te qaeniasT
Y con tus alas deshaces,
Y después que ansí te extremas.
Otro de tí misino haces
-
\l=: ".L-.-- Z r Z_ . i-;" - . r-.~. -.7:
ardón,
Dome la muerte coatino,
Y vuelvo como primero
A mi pasión.
..-ida, que en las Españas :
Otro tiempo fuiste Roma,
Mira á no
Y verás que ex
Hay mayor fuego y carcoma
Que no en ú.
Persona distinta de Garci Sánchez de Badajoz parece haber ádo
Badajoz el músico, de quien hay en el Cancionero general siete poe-
sías de mediano mérito, siendo la má- y agradable una car-
ta que envió á su amiga, estando él en Genova, dándole cuenta de la
vida que sin ella pasaba y de los pasatiempos que buscaba desr
que d' ella partió. A esta c: n pertenecen los siguientes
versos, bastante ingeniosos, aunque afeados por algunas manchas de
mal gusto, al modo de aquellas intrincadas razones de Feliciano de
Silva, que tanto agradaban á Don Quijote:
Y dile, si no te ensañas.
Que ando ya tan -
Como aquel q'entre montañas
:a por tierras extrañas
p irecen argumento en favor del origen extremeño, ya
que no de la patria, del poeta.
CAPÍTULO XXIV 151
Noche escura y sin camino;
O bien como fusta alguna
Que ya sin vela ninguna,
Ni gobernalle, ni remos.
Navega por los extremos
De fortuna.
Dile que aquí stó en el puerto.
Esperando que se acierte
Algún mensajero cierto
Que concierte el desconcierto
Del concierto de mi muerte;
Y si fusta viene aquí
Sin la tal nueva, le di
Qu'en echar áncoras ella,
Las levanta mi querella
Contra mí.
Y dile que mis canciones
Y mi música acordada,
Son tristes lamentaciones,
Memorando las pasiones
De mi pena congoxada;
Y si más músicas veo,
Con tal placer las posseo,
Que querría la postrera
Que cantan por la carrera
Que deseo.
Visto que de mis entrañas
Salen mis quexas no quedas.
La tierra, las alimañas,
Las aves de las montañas
Se tornan tristes de ledas;
La mar cresce su querella,
Aunque la halle sin ella,
Assi que á toda nación { 1)
(i) Los poetas del Cancionero^nelen usar la palabra nación en el sentido
de naturaleza ó condición nativa. Así Florencia Pinar:
Do estas aves su nación
Es cantar con alegría...
Pero Juan de Valdés, en el Diálogo de la lengua, vitupera esta acepción im-
propia y forzada.
I52 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Le da dolor y passion
Si no á ellas.
Di qu'el mal de mi dolencia
Es cruel y matador,
Porqu'es sabida sentencia
Que los peligros de anssencia
Son enemigos d'araor;
Y esperando me deshazen
Los días que me desplazen
Tan tristes y tan nublosos;
¡Y cuan largos y espaciosos
Se me hazen!
De Garci Sánchez no consta que pasara nunca á Italia, y así
debe de ser persona distinta de este homónimo suyo, de quien sa-
bemos además que fué músico del rey de Portugal D. Juan III (i).
(1) Tomó esta noticia Barbieri de un tomo de poesías portuguesas y cas-
tellanas de Fray Antonio de Portalegre, intitulado A Paixdo de Christo me-
trificada (Coimbra, 1548J. Vid. Cancionero musical de los siglos XV y XVI, pá-
gina 24. En dicho Cancionero hay ocho composiciones musicales de Badajoz, y
es de suponer que también le pertenezca la letra de algunas de ellas, pero no
de todas, porque Gil Vicente, en la tragicomedia de D. Duardos, pone tres
versos del villancico que lleva en la colección el núm. 167; y en cuanto áotro
villancico que empieza:
¿Quién te hizo, Juan Pastor,
Sin gasajo y sin placer,
Que alegre solías ser...?
aparece en 1 5 14, sirviendo de motivo al Diálogo para cantar de Lucas Fer-
nández. Y fué tan popular y famoso, que muchos años después le glosaron
Jorge de Montemayor en su Cancionero (Zaragoza, 1561), y Esteban Daza en
su rarísimo libro de música de vihuela, intitulado El Parnaso (Valladolid,
1576), si bien la letra varía bastante, hasta el punto de ser casi diversa.
De Garci Sánchez hay en el mismo Cancionero tres villancicos, puestos en
música por los maestros Escobar y Peñalosa. Uno de ellos, el que comienza:
Lo que queda es lo seguro;
Que, lo que conmigo va,
Deseándoos morirá...
alcanzó mucha celebridad, siendo glosado por D. Pedro Manuel de Urrea en
su Cancionero (15 13); vuelto á lo divino por el bachiller Alonso de Proaza; y
asonado por diversos músicos, entre ellos Enríquez de. Valderrábano, en su
Silva de Sirenas (1547).
CAPITULO XXIV 153
Pero la calidad de músico también concurría con la de poeta en
Garci Sánchez de Badajoz, según el testimonio de Fray Jerónimo
Román, que en su enciclopédico libro de las Repúblicas del mundo
(Medina del Campo, 1575, segunda parte, folio 236 vuelto) refiere
con este motivo una curiosa anécdota: «;Quién, pues, dejará de
»hablar de un Garci Sánchez de Badajoz, cuyo ingenio en vihuela
»no lo pudo haber mejor en tiempo de los Reyes Católicos, y así,
»dándose mucho á amar y querer y a la música, perdió el juicio,
»aunque no para decir un gracioso mote que le acaeció en Jerez de
» Badajoz, adonde estaba de contino después que tuvo esta enfer-
»medad. Y fué assí que, como fuesse á Jerez un corregidor gran mú-
»sico, y deseosso de ver á Garci Sánchez le fuesse á visitar, y tam-
»bién porque era notable caballero en estos reinos, el corregidor
erogóle que tañesse un poco, porque acaso tenía el instrumento en
»las manos. E! Garci Sánchez, que ya sabía que el corregidor pec-
»caba un poco de aquel humor, dijo que no, mas que quedasse para
»él aquel officio, que lo haría mejor; en fin, que, andando en sus cor-
»tessías y comedimientos, tanto pudo Garci Sánchez, que hubo de
» entregar la vihuela al corregidor, y después que los dos tañeron,
»parecióle al corregidor que aquella porfía que tuvo el Garci Sln-
»chez en darle la vihuela no había sido acaso, sino que lo hizo por
»algún respeto, y no queriendo estar con duda, díjole: «Señor Gar-
»ci Sánchez, ¿por qué porfió vuesa merced tanto en que yo tañese
sprimeror», respondió súbitamente (que en esto tuvo especial gra-
»cia): «Señor Corregidor, por ver en poder de justicia á quien tanto
»mal me hizo.»
Algo semejantes á Garci Sánchez en el gusto y entonación
de sus versos, fueron otros poetas del Cancionero, los cuales, en
medío del convencionalismo á que todos ellos rendían parias,
no dejaron de atinar á veces con toques felices en sus compo-
siciones eróticas. Cuento entre los mejores á un cierto Guevara
(que sería probablemente padre ó tío del célebre obispo de Mon-
doñedo), de cuyas poesías pueden entresacarse cuatro ó cinco muy
lindas, de expresión mucho más natural y tierna que lo que suele
encontrarse en los Cancioneros; por ejemplo, estos versos á una
ausencia:
1CJ4 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Destas lástimas pasadas
Que acongojan mi sentido,
El verano qu'es venido
Reverdesce mis pisadas:
Qu'en tal tiempo hast'agora
Me hirieron crudos males,
Bien allí do mi señora
Vi danzar so los rosales.
A la cual vi yo muy leda
Con las damas y sus bríos,
En las fuentes y en los ríos
De la muy verde arboleda:
Donde oí bien acordados
Muchos dulces ysturmentos,
Con los quales vi mezclados
Mis cativos pensamientos.
Con tal membranza de amor,
En la dulce primavera,
Vome solo á la ribera
Contemplando en mi dolor;
Y con mis tristes enojos
Assentéme entre las flores,
Donde regué con mis ojos
Más que secan las calores.
ó ésta que él llama esparsa, y parece un lied alemán:
Las aves andan volando,
Cantando canciones ledas,
Las verdes hojas temblando,
Las aguas dulces sonando,
Los pavos hacen las ruedas:
Yo, sin ventura amador,
Contemplando mi tristura,
Deshago por mi dolor
La gentil rueda d'amor
Que hize por mi ventura.
La poesía que más fama le dio entre sus contemporáneos, sin
duda por lo extremado de las hipérboles eróticas, fué el Infierno de
amor, pero no es, ni con mucho, la que vale más. Harto mejores son
los donosos versos humorísticos (I) sobre la vida de los viejos (en
(i) Dirigidos al trovador Barba (núm. 213 del Cancionero).
CAPITULO XXIV I55
que ya se presiente la picaresca ironía del autor de las Epístolas Fa-
miliares); y sobre todo el «llanto que hizo en la romería de Guada-
lupe, acordándose corno pié enamorado allí» :
¡O desastrada ventura!
¡O sierras de Guadalupe...!
composición de sabor romántico (souvenir 6 regret) en que el
autor asocia ingeniosamente la impresión del mundo exterior
con los recuerdos de su pasión:
Que miré do vi las damas,
Y no vi ninguna de ellas:
Mas en todas sus moradas,
Y por todas las verduras
Do miré sus hermosuras,
Vi ya muertas sus pisadas,
Y las letras rematadas
De sus motes y devisas:
Todas cosas assoladas
Vi tornadas de otras guisas.
Vi las sierras temerosas
De mortal sombra cubiertas,
Solas, tristes, tenebrosas,
Y las casas ser desiertas:
Las aguas en sequedad,
Las aves roncas, quexosas,
Pronunciando soledad
Con sus vozes congoxosas.
Las gentes d'otra manera,
Los campos d'otra color,
Los manjares sin sabor,
D'otros ayres la ribera:
La religión extrangera,
D'otra forma su figura,
La memoria lastimera,
La presumpcion con tristura...
Guevara, de cuyas coplas dice el autor del Diálogo de la lengua
que «todavía tienen mejor sentido que estilo», es sin duda uno de
los más discretos poetas del Cancionero, y es lástima que no quede
mayor número de composiciones suyas. Comenzó á escribir en tiem-
I56 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
po de Enrique IV, y fué partidario del Infante D. Alonso, sobre
cuya partida á Arévalo compuso algunos versos.
Son también dignos de aprecio, entre estos ingenios menores,
Costana (i), que, además de una extraña visión alegórica en que «¿a
afición y la esperanza le vienen á pedir estrenas, en forma de minis-
triles, nna noches, compuso en enérgico estilo los Conjuros de amor,
que en el tomo tercero de nuestra (2) Antología pueden leerse, y
que ya Quintana admitió en la colección Fernández entre las rarísi-
mas poesías del Cancionero á que quiso otorgar este honor; Suárez,
autor de una elegante carta de amores, y de una vindicación de los
hombres contra las quejas y detracciones de las mujeres, en que
se leen algunas estrofas tan galantes como gentilmente versificadas:
Porque en vosotras se encierra
Un tan alegre consuelo;
Soys una tan dulce guerra,
Que por vos tiene la tierra
Mayor deleyte que el cielo:
Soys un gozo tan profundo,
Que vence nuestras querellas;
Soys el nuestro Dios segundo;
Pintays acá nuestro mundo
Como el cielo las estrellas.
Soys la luz que lumbre da
Al nubloso corazón:
Soys el bien mayor d'acá,
Soys el templo donde está
Toda nuestra devoción:
(1) En mi concepto, es persona distinta de Pedro Díaz de Costana, cole-
gial de San Bartolomé de Salamanca desde 1444, profesor de Vísperas y maes-
tro de Teología en aquella Universidad, deán de Toledo é inquisidor en 1488
(concepto por el cual intervino en el proceso de su comprofesor Pedro de
Osmaj, y autor de un libro titulado Tractatus fructuosissimus atque christiana
religione admodum necessarius super decálogo et septem peccuiis mortalibus cum
articulis fidei, et sacramentis Ecclesice, atque operibus misericordia, super que sa-
cerdotal/ ahsohitione, atraque excommunicafíone, et suf fragas y et indulgentiis
Ecclesice, a Petro Costana in Sacra Theologia licenciato benemérito, non minus
eleganier quam salubriter editus (4.0 sin foliar). Acaba: * Libellus isle esl impres-
sus el finilus Salmantica civitatis... X VI] I mensis Julii anno Domini 1500.*
(2) El original: «esta» {A. /?.)
CAPITULO XXIV I57
Soys alas con que volamos
En el más alto deseo;
Soys, por do quiera que vamos,
Espejo con que afeytamos
Lo que nos paresce feo...
El autor del Diálogo de la lengua, manifiesta especial predilección
por el ingenio del agudo cortesano D. Antonio de Velasco, pero
casi todo lo que hay de él en los Cancioneros nos le muestra más
bien como hombre de mundo que como literato. Así, por ejemplo,
el juego de toma, vivo te lo dó, que hizo para las damas de la Reina.
Sobre este poeta, refiere Juan de Valdés la anécdota siguiente:
«Pues mirad agora quán gentilmente jugó deste vocablo en una
»copla don Antonio de Velasco; y fué assí. Passava un día de ayu-
»no, por un lugar suyo, donde él á la sazón estaba, un cierto co-
;>mendador que había ido á Roma por dispensación para poder te-
ner la encomienda y ser clérigo de missa, lo qual el comendador
-> mayor, que se llamaba Plernando de Vega, contradezía; y no ha-
blando en la venta qué comer, envió á la villa á D. Antonio, le en-
»viase algún pescado. D. Antonio, que sabía muy bien la historia,
»entre dos platos grandes luego le envió una copla que dezía:
Ostias pudiera enviar
Dun pipote que hora llega,
Pero pensara el de Vega
Qu'era para consagrar.
Vuessa merced no las coma,
De licencia yo os despido,
Poique nunca dará Roma
Lo que niega su marido.
>Y aveis de notar que en aquel Roma está otro primor, que aludió
»á que la reina Doña Isabel, que tenía las narices un poco romas,
aunque mostraba favorecer al comendador, al fin no lo favorecería
»contra la voluntad del rey su marido.»
Y contesta un italiano, que es otro de los interlocutores del diálo-
go: «Yo os prometo que la copla me parece tan galana, que no hay
»más que pedir, y muestra bien el ingenio del que la hizo. Al fin no lo
anegamos que los españoles tenéis excelencia en semejantes cosas.»
I58 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
No sé si todos serán del mismo parecer que Juan de Valdés en
lo tocante al chiste de la copla de D. Antonio. A mí me parece un
juego insulso de palabras, y me admira que el severo reformista de
Cuenca, tan descontentadizo por lo común en sus juicios literarios,
se pasase aquí de benévolo.
Poeta de los más fecundos entre los del Cancionero General, fué
Tapia, persona probablemente distinta del Juan de Tapia del Can-
cionero de Stúñiga (i). Parece haber sido grande admirador de Car-
tagena, de cuya excelencia y celebridad en la poesía amatoria, y de
los triunfos que esto le conquistaba entre las damas, da testimonio
en unas coplas (núm. 697 del C. G.):
Porque vuestras invenciones
Y nuevas coplas extrañas
Levantan lindas razones
Que á los duros corazones
Abren luego las entrañas.
Pero vos levays la flor:
Porque d'arte enamorada
D' aqueste amor infinito,
Nunca echastes tejolada
Que la más más arredrada
No tome debaxo el hito.
Más de sesenta composiciones de Tapia hemos llegado á ver;
pero, en general, son de corta extensión y poca novedad, versando
sobre los más usuales tópicos de la galantería cortesana, de que hay
en el Cancionero tantas muestras. Una de las mejor versificadas es
cierto diálogo entre Tapia y el Amor, que se le presenta
Vestido como estranjero.
En forma de gentil-hombre
Cortesano.
(1) Hay entre los versos del Tapia del Ca)icio?iero General, uní pregunta á
Cartagena, una canción á un amigo suyo que partía á la guerra del Ampwdán,
otra á D. Diego López de Ayala, sirviendo en Alhama como soldado durante
la guerra de Granada, y, finalmente, un epitafio á César Borja; todo lo cual
parece que basta para fijar la distinción entre ambos poetas y la fecha en que
florece el segundo.
CAPITULO XXIV I59
El poeta estaba á la sazón sin amores, pero el Amor se encarga
de buscarle una dama á quien sirva,
Flor de todas las mujeres,
Más hermosa que ninguna...
A esta señora, que era de Guadalajara, según se declara en otras
coplas (i), dirigió Tapia muchas composiciones, llenas de requiebros
y gentilezas, procurando conquistar su afecto por medio de una
prima suya que la servía de doncella, lo cual parece dar á entender
que era dama de alta guisa (2). Xo por eso dejó de celebrar á otras
bellezas de la corte, ni de poner su fácil musa al servicio de sus ami
gos, pintando, por ejemplo, el desconsuelo en que con la partida de
Doña Mencía de Sandoval quedaron sus servidores, entre los cuales
figuraban el duque de Alba, D. Fadrique de Toledo, el Almirante
de Castilla; D. Manrique de Lara, D. Diego Osorio, D. Alvaro de
Bazán y D. Diego de Castilla. Pero por mucho que apurase las hi-
pérboles eróticas, hasta llamar continuamente mi bien y mi Dios á
su amiga, nunca en esta poesía artificiosa y amanerada acertó con
el verdadero tono del sentimiento, que sólo por excepción alcanza
en la glosa que hizo del viejo y bellísimo romance de Fonte frida,
engastando con bastante habilidad los versos de la canción popular
entre los suyos propios. Tiene, además, Tapia, la curiosidad de haber
sido poeta bilingüe (italo-castellano) y de haber cultivado, aun-
que no en su propio idioma, el metro endecasílabo; si es que real-
mente son de él y no de algún homónimo suyo las cinco composi-
ciones en tercetos que, no en la primera edición del Cancionero Ge-
neral, pero sí en las de Toledo, 1527, Sevilla, I5-4A y ?n todas las
posteriores se leen. El autor de estas poesías, que lo fué también de
(1) Irés-á Guadalajara,
Do veres la hermosura
(2) Núm. 845:
Cuya vista cuesta cara...
(Núm. 828 del C. G.)
Doncella de aquel Dios mío,
Verdadera prima mía,
Señora de quien se fía
Lo que á mí mismo no fío...
1 60 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
un epitafio á la sepultura del Duque Valentino, es decir, de César
Borja, parece haber vivido hasta muy entrado el período de Car-
los V, por lo cual no nos atrevemos á afirmar su identidad con el
Tapia del Cancionero de Valencia. El quinto de sus Capitoli no ca-
rece de valor poético, y para obra de un extranjero es realmente
notable, siendo además un documento muy útil para probar la es-
trecha intimidad en que vivía la literatura de las dos penínsulas en
la primera mitad del siglo xviv intimidad que se manifestaba por el
uso promiscuo de ambas lenguas, del cual, sin salir del mismo Can-
cionero, pero sólo á partir de la edición de 1527, hay otros ejem-
plos, como son los diez y seis sonetos religiosos de un cierto Ber-
tomeu Gentil, que, por su nombre, y aun por las rúbricas puestas
á sus versos, parece catalán ó valenciano. Uno de estos sonetos ha
sido impreso modernamente en Italia, como obra de Tansillo, sobre
la fe de un manuscrito de sus poemas líricos, pero el erudito napo-
litano B. Croce, en un escrito reciente (I) se inclina á creerle de
B. Gentil, así por la semejanza de estilo con los quince restantes, al
paso que no ofrece ninguna con el de las rimas de aquel poeta,
cuanto por la fecha en que aparece impreso en el Cancionero, cuando
el Tansillo, nacido en 1 5 10, apenas empezaba á darse á conocer
como poeta.
En glosar y contrahacer romances viejos, aplicándolos á diverso
propósito, así como en componer otros originales de carácter pura-
mente lírico, y por lo común amatorio (que son los llamados roman-
ces de trovadores), acompañaron á Tapia otros ingenios del Cancio-
nero General, dando testimonio todas estas imitaciones, glosas y pa-
rodias, del favor creciente que la canción popular, antes tan desde-
ñada, empezaba á cobrar entre los poetas cultos. Reservando para
lagar más oportuno, es decir, para el tratado de los romances, la
apreciación de este fenómeno, uno de los más característicos de la
literatura del tiempo de los Reyes Católicos, no debemos omitir los
nombres de Francisco de León, de Lope de Sosa, de Pinar, de Qui-
rós, de Soria, de Cumulas, que glosaron ó contrahicieron, entre
(1) Di alcuni versi italiani di ciuiori spagnuoli dci seco/i XV e XVI. (En la
Rassegna Storica Napoletana di Lettere ed Arte, Ñapóles, 1894.)
CAPÍTULO XXIV l6l
otros romances, r-1 del Conde Claros (éste hasta tres veces), el de
Rosajresca, el de Yo me era mora Moraima, el de Durandarte, Dn-
r andarte ', el de Digásme tú el /¿ermitaño, y otros. También Diego
de San Pedro y Nicolás Núñez, de quienes hablaremos después, se
cuentan en el número de estos glosadores ó remedadores. Pero ade-
más de este género de trovas, hay en el Cancionero, si bien en es-
caso número, romances artísticos originales y no siempre desgra-
ciados, de Soria, de Núñez, de D. Juan Manuel, del Comendador
Ávila, de Juan de Leyva, de Garci Sánchez de Badajoz, de Alonso
de Proaza, de Juan del Enzina, de Durango, de D. Pedro de Acu-
ña, y aun de algunos caballeros valencianos y catalanes, como don
Alonso de Cardona y D. Luis de Castellví. En esta pequeña, pero
muy curiosa, sección del Cancionero, predominan, como en todo lo
restante de él, los asuntos eróticos, pero no de modo tan exclusivo
que no alternen con ellos algún romance puramente histórico, como
el de Leyva á la muerte de D. Manrique de Lara y el de Juan del
Enzina á la muerte del Marques de Coirón; alguno descriptivo y pa-
negírico, como el de Alonso de Proaza en loor de la ciudad de Va-
lencia; alguno de asunto clásico, como el de Soria Triste está el rey
Mcnelao, y aun alguno religioso, como el de la Pasión, que comienza:
Tierra y cielos se quexavan...
composición afectuosa y patética en extremo. Pero, en general, los
trovadores prefieren para sus romances la enfadosa forma alegórica
impuesta por el gusto dominante en aquel siglo á todas las ramas
de la literatura, y se complacen en una afectación pueril y alambi-
cada de pensamientos que de puro sutiles se quiebran. A veces
este mal gusto se templa ó modifica por felices reminiscencias de
la genuina poesía popular, como sucede, verbigracia, en el roman-
ce verdaderamente notable Gritando va el caballero, que Castillo
atribuye á un D. Juan Manuel (i), pero que conocidamente es obra
de Juan del Enzina, en cuyo Cancionero se halla. Otras veces el glo-
sador entra en el tema del romance viejo, y á su modo le amplía
(i) Pudo ser el poeta portugués del Cancionero de Resenic, ó más proba-
blemente el caballero castellano favorito de Felipe el Hermoso.
Mihkxdkx r Peuato. — Potiia castellana. III. n
1 62 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
y parafrasea, de un modo lánguido y verboso, es cierto, pero no
siempre con infidelidad al espíritu de la canción primitiva, ya que
no conserve su vigorosa rapidez. Por todas estas razones, los roman-
ces del Cancionero, así los originales como los contrahechos, son
una de las más notables cosas que en él hay, y merecieron este elo-
gio de Juan de Valdés en el Diálogo de la lengua: «Tengo por bue-
s>nos muchos de los romances que están en el Cancionero General,
»porque en ellos me contenta aquel su hilo de dezir, que va conti-
nuado y llano, tanto que pienso que los llaman romances porque
»son muy castos en su romance.»
Son también gala del Cancionero algunos diálogos, de corte bas-
tante dramático y de suelto y apacible estilo, descollando entre ellos
el de D. Luis Portocarrero, en el cual intervienen, además del mis-
mo poeta y su dama, el hermano de ésta Lope Osorio, y una terce-
ra de sus amores, llamada Jerez. El diálogo es propio de la buena
comedia; y por lo fácil y animado, y por la sal y el donaire con que
está escrito, recuerda los mejores que en la Propaladla de Torres
Naharro pueden leerse. Más larga y trabajada composición es un;i
que no aparece todavía en la primera edición del Cancionero (donde
hay, no obstante, otros versos de su autor) la Queja que el Comen-
dador Escrivá da á su amiga ante el Dios de Amor, por modo de
diálogo en prosa y verso, formando todo ello una corta novela ale-
górico-sentimental, parecida en algún modo á El Siervo libre de
amor, de Juan Rodríguez del Padrón, que conocemos ya, y á la
Cárcel de Amor, de Diego de San Pedro, que estudiaremos muy
pronto. Los versos no carecen de mérito, dentro de su género con-
ceptuoso, y también en la prosa se nota cierto aliño y esfuerzo para
buscar el número y armonía que en ella caben (i). Era Escrivá va-
(i) Véase, por ejemplo, este pasaje bastante agradable, á pesar de ciertas
afectaciones retóricas:
cEsperaba con estremo deseo la venida del dichoso nuncio, cuando el Amor
» mandó en vina cerrada nube con melodiosos cantares llevarme; y al tiempo
»que suelen los rayos de Febo, relumbrando, esclarecer el día, yo me hallé
un campo tan llorido, que mis sentidos, ya muertos, al olor de tan exce-
dientes olores resucitaban: cerrado el derredor de verdes é altas montañas,
«encima de las qualcs tan dulces sones se oían, que olvidando á mí, la causa
CAPÍTULO XXIV 163
leridano, y, en este género de prosas poéticas entremezcladas de ver-
sos, parece haber seguido las huellas de Mosén Ruiz de Corella (Tra-
gedia de Caldesa, Historia de Biblis, Historia de Leaiider y de Hero...)
y de otros que en catalán las componían al finalizar el siglo xv. Perte-
neció Escrivá al grupo, ya entonces bastante numeroso, de los poetas
bilingües, y en el mismo Cancionero dejó muestras de versos cata-
lanes, aunque son mucho más notables los que andan fuera de él,
especialmente en la colección barcelonesa que lleva el extraño títu-
lo de Jardinet d'Orats (Huertecillo de los locos). Allí aparece el
Comendador Escrivá (que fué Maestre Racional del Rey Católico y
su embajador en 1 497 ante la Santa Sede) alternando con el mismo
Corella y con Fenollar, y otros trovadores de los más notables de
la última época, ya en asuntos profanos, como la visió deljudici de
Paris, ya sagrados, como las Cobles fetes de passió de Iesn Christ,
composición notable por su vigor poético y por la excelencia de su
versificación (i).
Puede dudarse que el Comendador Escrivá de los cancioneros
castellanos y catalanes sea el mismo Ludovico Scrivá, caballero va-
lenciano, que en 1537 dedicó al Duque de Urbino, Francisco María
Feltrio de Roure, el Veneris Tribunal, rarísima novela del géne-
ro alegórico-sentimental, que no tiene en latín más que el título,
estando todo lo restante en lengua castellana, con hartas afectacio-
»de mi venida olvidaba; mas después de cobrado mi juicio, por lo poco que
»mi alma en alegrías descansaba, maravillado de cómo tan súbitamente en
»tan placible é oculto lugar me hallase, volví los ojos á todas partes de la flo-
resta, en medio de la qual vi un pequeño monte de floridos naranjos, é de
adentro tan suave armonía fazian, que las aves que volaban, al dulzor de tan
«concertadas voces en el aire pasaban: circuido al derredor todo de un muy
»claro é muy caudal río, á la orilla del qual llegado, vi un pequeño barco que
>nn viejo barquero regía.»
Esta composición alegórica apareció en el Cancionero de Toledo de 1527.
(1.) La compusieron por estancias alternadas Fenollar y Escrivá (Vid. Milá
y Fontanals, Opúsculos literarios, tercera serie, tomo vi de sus Obras, pági-
na 399).
Con bl título de Contemplado á Jesús Crucifficat ha sido impresa varias ve-
ces, juntamente con La Passió en cobles de Fenollar y Pere Martínez (Valen-
cia, i493> Í518. '564-)
164 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
nes y pedanterías de estilo, que hacen de ella una de las peores imi-
taciones de la Cárcel de Amo?' (i). Pero si realmente la escribió, ni
ella ni sus demás obras le han valido la celebridad que logra hoy
solamente por los cuatro primeros versos de una canción, cuyo tex-
to más antiguo y autorizado, aunque no sea el más conocido, dice
así, en el Cancionero de Valencia de 1 5 1 1 :
Ven, muerte, tan escondida,
Que no te sienta conmigo,
Porqu' el gozo de contigo
No me torne á dar la vida.
Ven como rayo que hiere,
Que hasta que ha herido
No se siente su ruydo,
Por mejor herir do quiere (2).
Assí sea tu venida,
Si no, desde aquí m'obligo
Qu'el gozo que avré contigo
Me dará de nuevo vida.
Generalmente se citan estos versos, no en su lección primitiva,
sino en la que tienen en el Romancero General de 1614, de donde los
copió Cervantes, consagrándolos para la inmortalidad con ponerlos
en boca de la Condesa Trifaldi (Parte 2.a, cap. xxxvin del Quixote):
Ven, muerte, tan escondida,
Que no te sienta venir;
Porque el placer de morir
No me torne á dar la vida...
(1) Sólo dos ejemplares he alcanzado á ver de este rarísimo libro, que
lleva en el frontispicio grabado, en que aparecen varias figuras desnudas, el
solo título de Vemris Tribunal, y el nombre del autor, y en la última hoja
dice: tlmpressa en la nobilissima Ciudad de Vcnecia: á los doze dias del tnes de
Apríl: del año de nuestra redempcion de Al. D. XXXV II per Aurelio Pincio Vene-
ciano público impressor. 8.° Gót. 4 hojas preliminares, 67 folios y una blanca.
[En 1902, el ilustre bibliófilo norteamericano Mr. Archer M. Huntington,
ha publicado una excelente reproducción en facsímile, dedicada á Mencndez.
y Pelayo, del Veneris Tribunal. (A. B.)]
(2) De estos versos parece que se acordó el autor de la Epístola moral en
aquellos otros suyos: _. .. ,, ,
...¿Oh Muerte, ven callada
Como sueles venir en la saeta—
CAPÍTULO XXIV 165
Fué glosada esta copla muchas veces á lo divino y á lo humano,
entre otros, por Lope de Vega en sus Runas Sacras; y era tan po-
pular, que Calderón sacó de ella un poderoso efecto dramático,
haciéndola cantar en la escena más capital y trágica de El Tetrarca
de Jerusalén. Otras composiciones ligeras del Comendador Escrivá
tienen, en su género delicadamente conceptuoso, un sabor análogo
al de los madrigales italianos. Sirva de ejemplo este principio de
unas coplas suyas, porque vida á su amiga peinándose al sol:
Yo vi al sol que s' escondía
D' envidia de unos cabellos,
Q'á los dos nos pesó vellos:
A él porque su luz perdía,
A mí en ser tan lexos d'ellos...
Otras veces, con ausencia de verdadero pensamiento, y sólo por
el rodar ingenioso de la versificación, llega á producir un vago efec-
to lírico, ó más bien musical, por ejemplo, en este villancico:
¿Qué sentís, corazón mío?
• ¿No dezís?
¿Qué mal es el que sentís?
¿Qué sentistes aquel día,
Cuando mi señora vistes.
Que perdistes alegría
Y descanso despedistes?
¿Cómo á mí nunca volvistes?
¿No dezís?
¿Dónde estáis que no venís?
¿Qué es de vos que en mí n'os hallo?
¿Corazón, quién os agena?
¿Qué es de vos, que, aunque me callo,
Vuestro mal tan bien me pena?
¿Quién os ató á tal cadena?
¿No dezís?
¿Que mal es el que sentís?
Estos versos no dicen nada, en rigor, pero es necesario ser ente-
ramente ajeno al encanto del ritmo, para no sentir el oído dulce-
mente halagado con ellos; y de esto hay bastante en el Cancionero
General, y es sin duda un elemento artístico nada despreciable.
Comendador como Escrivá, aunque de distinta orden militar, fué
1 66 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Román, y su título anda unido constantemente á su apellido. Quedan
de él poesías de muy diverso estilo: unas, insertas en el Cancionero
General, otras, publicadas aparte en pliegos sueltos de gran rareza.
Las que hay en el Cancionero General, son todas profanas, y por lo
común de donaire, perteneciendo algunas á la sección de burlas, si
bien en la más honesta acepción del vocablo. Tales son las coplas en
que graceja con su amiga porque le llamó feo, ó los versos que com-
puso contra el Ropero de Córdoba, motejándole de judío, con mucha
copia de picantes apodos y chistosas alusiones á los ritos, ceremonias
y supersticiones del pueblo de Israel (i), llamando al pobre Antón
de Montoro «pariente de Benjamín» y «hermano de D. Santo»,
«.circuncidado por mano del Rabí», y ofreciéndole por suculento con-
vite de boda,
Adafina de ansarón,
Que coció la noche toda
Sin tocino.
Que Román hacía ya versos en tiempo de Enrique IV, consta por
haber dedicado á la Reina Doñajuana una glosa suya de cierta can-
ción del Duque de Alba, de quien se titula criado, ó porque real-
mente lo fuese, ó por rendimiento cortesano. Pero que siguió poe-
tizando mucho tiempo después, lo comprueba la más importante de
las composiciones suyas que á nosotros han llegado, es á saber, las
Décimas al fallecimiento del Príncipe D. Juan, malogrado primogé-
nito de los Reyes Católicos, con la acelerada muerte del cual en 1497
vinieron á deshacerse en humo las mejores esperanzas que por ven-
( 1 ) Bien sabréys decir Tebá,
Según vuestra fe decora
Que tratays:
ítem más también Sabá,
Y adorar siempre la Tora
Quando orays.
Pariente de Benjamín,
Hermano de Don Santo,
Y por fama
Sabréys dezir Gerubín
Y jurar al Dio sin espanto
En el aljama.
(Núm, 993 del Cancionero.)
CAPÍTULO XXIV 167
tura han florecido en el campo tan glorioso como infortunado de la
historia de España. De aquel grande y universal dolor se hizo digno
intérprete el Comendador Román en una elegía (i), ciertamente
desigua!, pero esmaltada de graves pensamientos y melancólicas re-
flexiones sobre la vida humana, que unas veces recuerdan las coplas
de Jorge Manrique y las de su tío D. Gómez, y otras la manera filosó-
fica del Marqués de Santillana en el Doctrinal de Privados, ó las evo-
caciones históricas de su Comedieta de Ponza. Y juntamente con esto,
hay rasgos de una fantasía lúgubre: la Muerte que viene á dar recias
aldabadas en la puerta del Príncipe: la cueva escura donde éste, yace,
En la qual do están colgados
Paños de ricos brocados,
Mas tiene por vuestra plaga
Mucha tierra que deshaga
Sus miembros tan delicados...
Intervienen en esta obra muchos y diversos personajes, unos rea-
les y otros alegóricos, estableciéndose entre ellos cierta manera de
diálogo.
Pero no por eso se ha de considerar como obra dramática, ni
mucho menos lo es la Tragedia Trovada en que Juan del Enzina
lloró la misma catástrofe en setenta y ocho octavas de arte mayor.
(1) El único ejemplar conocido de estas coplas del Comendador Román,
que no aparecen en los Cancioneros, aunque sean e! mejor fundamento de la
lama poética de su autor, pertenece actualmente á !a riquísima colección
que en Sevilla posee el Marqués de Jerez de los Caballeros. Es un pliego gó-
tico de ocho hojas á dos columnas, con este encabezamiento en letras capitales
negras:
— Esta obra es sobre el ¡fallecimiento del Príncipe ?mestro se ¡ ñcr que santa
gloria aya: liizola el co / mendador rromán criado de los Reyes / nuestros señores.
Las décimas son ciento dos.
Se ha hecho de esta pieza una lindísima reimpresión de quince ejemplares
numerados:
— Décimas al fallecimiento del Principe Doji Juan, por el Comendador A'jmdti
{siglo XV). Ahora nueva?//enie reimpresas con una carta prólogo por ü. Manuel*
Gómez Imaz. En Sevilla. En la ojicina de E. Rasco. Año de jSqo.
Sirve de complemento á un precioso opúsculo del mismo Sr. Gómez Imaz,
titulado Algunas noticias referentes al fallecimiento del Principe D. Juan y al
yepulcro de Fr. Diego Deza, su ayo (Sevilla, Rasco, 1890).
1 68 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Ni fueron éstas las únicas poesías consagradas á tan lúgubre acaeci-
miento, bastando citar como de las mejores la elegía latina del Ba-
chiller de la Pradilla, catedrático de Humanidades en la villa de Santo
Domingo de la Calzada, discípulo de Antonio de Nebrija, y mejor
versificador en la lengua clásica que en la nativa (i).
La obra de Román que más dio á conocer su nombre entre sus
contemporáneos, fueron las Trobas de la gloriosa pasión de Nuestro
Redentor Jesucristo, acabadas por mandamiento de los Reyes Cató-
licos (2). Pero nunca logró esta mediana paráfrasis del texto evan-
(1) La obra del bachiller de la prad/lla, calhe.drático de sancto domingo en
gramática, poesía y rhetórica.
4.0 gótico, de 33 hojas sin foliar.
Da noticia de este rarísimo opúsculo, y transcribe algunos trozos déla ele-
gía, el Sr. Gómez Imaz, en el primero de los opúsculos ya citados.
El Bachiller de la Pradilla es autor, además, de cierta pedantesca Égloga
Real... sobre la venida del muy alio y poderoso Rey y Señor el Rey D. Carlos... ¿a
qual compuso primeramente en latín, y por más servir á S. A. la convertid en len-
gua castellana trobada. Presentóla en la muy noble villa de- Valtadolid en fin del
mes de Deciembre del año próximo de 547. Introdúcense cuatro pastores, Tele/o,
Guilleno, Crispina y Menedemo: los guales, después que han hablado algunas co-
sas e?i alabanza de S. A., provocan á los estados de los hispanos á que vengan 0
besar las manos, como vienen, y el I)ifante primero. Enxe'rense ciertas coplas en
loor de la muy Esclarecida Señora Infanta Af adama Leonor, Rey (sic) de Por-
tugal... Va en pastoril estilo y de arte mayor. 4.0 45 hojas góticas.
A esta composición bilingüe, acompaña un largo é indigesto comentario en
prosa.
En el Regisirum de D. Fernando Colón se citan otras dos piezas, hoy des-
conocidas, del mismo autor: La Obra del Bachiller de la Pradilla, cu coplas la-
(mas y españolas, de la venida del Rey D. Felipe y Doña Juana; y Coplas en es-
pañol del Bachiller de la Pradilla sobre la elección del obispo de Calahorra. Una
y otra se vendían ya en 1511.
[Véase, en la Revista critica hispano-americana, Madrid, 1915, 1, 44, el ar-
tículo de A. Bonilla: Fernán López de Yanguas y el Bachiller de la Pra-
dilla. (A. B.)].
(2) Trobas de la gloriosa pasión de nro. redentor Jhu. xpo. enderécenlas á los
muy altos serenísimos y muy poderosos los reyes nros. señores, las guales comien-
can de la cena de nro. Salvador Jhu. Por que no se pensó hazer más de aquel solo
misterio y después por mandamiento de sus altezas fue acabada la dicha pasión,
hechos por el comendador Román su criado. (Al fin.) En tolcdo en casa de Juan
Vazqs. Folio, gótico, á dos columnas.
CAPÍTULO XXIV 169
gálico tanto favor entre las gentes piadosas como el Retablo del
Cartujano Padilla, ó como otra versión métrica de la Pasión, que en
descargo de sus muchas prosas y versos profanos y amatorios com-
puso uno de los más notables ingenios del siglo xv, de cuyas obras
paso á dar rápida cuenta.
Llamóse Diego de San Pedro, y de su persona poco sabemos,
salvo que fué regidor de la ciudad de Valladolid y que anduvo al
servicio del conde de Ureña y del Alcaide de los Donceles. Su
nombre va al frente de una de las novelas más famosas del siglo xv,
curioso ensayo del género sentimental con mezcla del alegórico y
del caballeresco, y con interpolación de epístolas y discursos. Ta!
es la Cárcel de Amor, libro más célebre hoy que leído, aunque muy
digno de serlo, siquiera por la viveza y energía de su prosa en los
trechos en que no es demasiadamente retórica. Fúndense en esta
singular composición elementos de muy varia procedencia, predo-
minando entre ellos el de la novela íntima y psicológica, cuya pri-
mera manifestación había sido en Italia la Vita Nuova de Dante, se-
guida por la Fiammeta de Boccaccio, libro^que corría ya traducido
á las lenguas castellana y catalana en los días de nuestro autor. Pero
á semejanza de Juan Rodríguez del Padrón, cuyo Siervo libre de amor
parece haber conocido también, ingiere Diego de San Pedro en el
cuento de los amores de su protagonista Leriano (que quizá son,
aunque algo velados, los suyos propios), episodios de carácter en-
teramente caballeresco, guerras y desafíos, y durísimas prisiones en
castillos encantados; diserta prolijamente sobre las excelencias del
sexo femenino, tema vulgarísimo en la literatura cortesana del si-
glo xv; y lo envuelve lodo en una visión alegórica, dando así nuevo
testimonio de la influencia dantesca que trascendía aún á todas
las ramas del árbol poético cuando se escribió la Cárcel. Kn la
cual no es menos digno de repararse el empleo de la forma
epistolar, con tanta frecuencia, que puede decirse que una gran
parte de la novela está compuesta en cartas: lo cual, unido á las
tintas lúgubres del cuadro, y á lo frenético y desgraciado de la
pasión del héroe, y aun al suicidio (si bien lento y por hambre)
con que la novela acaba, hace pensar involuntariamente en el
Werther y en sus imitadores, que fueron legión en las postrimerías
T70 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
del siglo pasado (i) y en los albores del actual. Observación es ésta
que no se ocultó á la erudición y perspicacia de D. Luis Usoz, el
cual dice en su prólogo al Cancionero de Burlas: «La Cárcel de Amor
es el Werther's Leiden de aquellos tiempos.»
Aunque erróneamente suele incluirse la Cárcel de Amor entre las
producciones del reinado de D. Juan II; basta leerla para conven-
cerse de que no pudo ser escrita antes de 1 465) en que empezó á
ser Maestre de Calatrava D. Rodrigo Téllez Girón; y además la de-
dicatoria á D. Diego Hernández, alcaide de los Donceles, retrasa
todavía más la fecha del libro, que no puede ser anterior al tiempo
de los Reyes Católicos.
Finge el autor que, yendo perdido por unos valles hondos y obs-
curos de Sierra Morena, ve salir á su encuentro «un caballero assi
»feroz de presencia como espantoso de vista, cubierto todo de ca-
»bello á manera de salvaje», el cual llevaba en la mano izquierda un
escudo de acero muy fuerte, y en la derecha «una imagen femenil,
>•< entallada en una piedra muy clara». El tal caballero, que no era
otro que el Deseo, «principal oficial en la casa del Amor», llevaba
encadenado detrás de sí á un cuitado amador, el cual suplica al ca-
minante que se apiade de él. Hácelo así Diego de San Pedro, no
sin algún sobresalto; y, vencida una agria sierra, llega, al despuntar
la mañana, á una fortaleza de extraña arquitectura, que es la durí-
sima cárcel de amor, simbolizada en el título del libro. Traspasada
la puerta de hierro, y penetrando en los más recónditos aposentos
de la casa, ve allí sentado en silla de fuego á un infeliz cautivo,
que era atormentado de muy recias y exquisitas maneras: «Vi que
»las tres cadenas de las ymágenes que estaban en lo alto de la torre
»tenian atado aquel triste, que siempre se quemaba, y nunca se
»acababa de quemar. Noté más, que dos dueñas lastimeras con ros-
aros llorosos y tristes le servían y adornaban, poniéndole en la ca-
»beza una corona de unas puntas de hierro sin ninguna piedad, que
»le traspasaban todo el celebro... Vi más, que cuando le truxeron
»de comer, le pusieron una mesa negra, y tres servidores mucho
»diligentes, los quales le daban con grave sentimiento de comer...
(i) Alude ;il siglo xviu. (A. />'.).
CAPITULO XXIV 171
»Y ninguna destas cosas pudiera ver, según la escuridad de la to-
»rre, si no fuera por un claro resplandor que le salía al preso del
»corazon, que la esclarescía toda.»
El prisionero, mezclando las discretas razones con las lágrimas,
declara llamarse Leriano, hijo de un duque de Macedonia, y aman-
te desdichado de Laureola, hija del rey Gaulo. Y tras esto explica
el simbolismo de aquel encantado castillo, terminando por pedir al
visitante que lleve de su parte un recado á Laureola, diciéndola en
qué tormentos le ha visto. Promete el autor cumplirlo, no sin pro-
poner antes algunas dificultades, fundadas en ser persona de dife-
rente lengua y nación, y muy distante del alto .estado de la señora
Laureola. Pero al fin emprende el camino de la ciudad de Suria,
donde estaba á la sazón el Rey de Macedonia, y, entrando en rela-
ciones de amistad con varios mancebos cortesanos de los principa-
les de aquella nación, logra llegar á la presencia de la Infanta Lau-
reola, y darla la embajada de su amante. «Si como eres de España,
afueras de Macedonia (contesta la doncella), tu razonamiento y tu
»vida acabaran á un tiempo.» Tal aspereza se va amansando en su-
cesivas entrevistas, aunque el cambio se manifiesta menos por pa-
labras que por otros indicios y señales que curiosa y sagazmente
nota el autor. «Si Leriano se nombraba en su presencia, desatinaba
»de lo que decía, volvíase súbito colorada, y después amarilla: tor-
eábase ronca su voz, secábasele la boca». Establécese, al fin, p?'o-
ceso de cartas entre ambos amantes, siendo el poeta medianero en
estos tratos. Así prosigue esta correspondencia, llena de tiquismiquis
amorosos y sutiles requiebros, entreverados con algunos rasgos de
pasión finamente observada, viniendo á formar todo ello una espe-
cie de anatomía del amor, nueva ciertamente en la prosa castellana.
Al fin Leriano determina irse á la corte, y logra honestos favores
de su amada. Pero allí le acechaba la envidia de Persio, hijo del se-
ñor de Gaula, quien delata al Rey sus amores, de resultas de lo cual
Laureola es encerrada en un castillo, y Persio, por mandato del
Rey, reta á Leriano á campal batalla, enviándole su cartel de de-
safío, «según las ordenanzas de Macedonia». Los dos adversarios se
baten en campo cerrado: Leriano vence á Persio, le corta la mano
derecha y le pone en trance de muerte, que el Rey evita, arrojando
I72 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
el bastón entre los contendientes. Pero las astucias y falsedades de
Persio, prosiguen después de su vencimiento. Soborna testigos fal-
sos que juren haber visto hablar á Leriano y Laureola «en lugares
^sospechosos y en tiempos deshonestos». El Rey condena á muerte
á su hija, por la cual interceden en vano el Cardenal de Gaula y la
Reina. Leriano, resuelto á salvar á su amada, penetra en la ciudad
de Suria con quinientos hombres de armas, asalta la posada do
Persio, y le mata. Saca de la torre á la princesa, la deja bajo la cus-
todia de su tío Galio, y corre á refugiarse en la fortaleza de Susa,
donde se defiende valerosamente contra el ejército del Rey, que le
pone estrechísimo cerco. Pero muy oportunamente viene á atajar
sus propósitos de venganza la confesión de uno de los falsos testi-
• gos, por cuyo juramento había sido condenada Laureola. De él y de
sus compañeros se hace presta justicia, y el Rey deja libres á Le-
riano y á Laureola.
Aquí parece que la novela iba á terminar en boda, pero el autor
toma otro rumbo, y se decide á darla no feliz, sino trágico remate.
Laureola, enojada con Leriano por el peligro en que había puesto
su honra y su vida con sus amorosos requerimientos, le intima en
una carta que no vuelva á comparecer delante de sus ojos. Con esto,
el infeliz amante pierde el seso, y determina dejarse morir de ham-
bre. «Y desconfiando ya de ningún bien ni esperanza, aquejado de
^mortales males, no pudiendo sostenerse ni sufrirse, hubo de venil-
la la cama, donde ni quiso comer ni beber, ni ayudarse de cosa de
»las que sustentan la vida, llamándose siempre bienaventurado, por-
»que era venido á sazón de hacer servicio á Laureola, quitándola de
«enojos.» Sus amigos y parientes hacen los mayores esfuerzos para
disuadirle de tan desesperada resolución, y uno de ellos, llamado
Teseo, pronuncia una invectiva contra las mujeres, á la cual Leria-
no, no obstante la debilidad en que se halla, contesta con un formi-
dable y metódico alegato en favor de ellas, dividido en quince cau-
sas y veinte razones, por las cuales los hombres son obligados á
estimarlas: trozo que recuerda el Triunfo de las Donas de Juan Ro-
dríguez del Padrón, más que ninguna otra de las apologías del sexo
femenino que en tanta copia se escribieron durante el siglo xv, con-
testando á las detracciones de los imitadores del Corbacho. En este
CAPITULO XXIV I73
razonamiento (que fué sin duda la principal causa de la prohibición
del libro) se sustenta, entre otros disparates teológicos, que las mu-
jeres «no menos nos dotan de las virtudes teologales, que de las car-
»dinales», y que todo el que está puesto en algún pensamiento ena-
morado, cree en Dios con más firmeza «porque pudo hacer aquella
»que de tanta excelencia y fermosura les paresce», por donde viene
á ser tan devoto católico, «que ningún Apóstol le hace ventaja».
El enamorado Leriano desarrolla largamente esta nueva philo-
graphía, que en la mezcla de lo humano y lo divino anuncia ya los
diálogos platónicos de la escuela de León Hebreo, que tanto habían
de abundar en el siglo xvi (i ).
La novela termina con el lento suicidio del desesperado Leriano
(que acaba bebiendo en una copa los pedazos de las cartas de su
(1) «La octava razón es porque nos hazen contemplativos, que tanto nos
i>damos á la contemplación de la hermosura y gracias de quien amamos, y
»tanto pensamos en nuestras passiones, que, quando queremos contemplar la
»de Dios, tan tiernos y quebrantados tenemos los corazones, que sus llagas y
¡►tormentos parece que recibimos en nosotros mismos, por donde se conoce
;que tambiéu por aquí nos ayudan para alcanzar la perdurable holganza.»
Otras razones son más profanas y también más sensatas; por ejemplo, las-
siguientes, que pongo como muestra del buen estilo de este raro libro, y cu-
rioso spécimen de la galantería cortesana de la época:
«Por ellas nos desvelamos en el vestir, por ellas estudiamos en el traer, por
relias nos ataviamos... Por las mujeres se inventan los galanes entretalles, las
j>discretas bordaduras, las nuevas invenciones. De grandes bienes por cierto
»son causa. Porque nos conciertan la música y nos hacen gozar de las dulce-
adumbres della: ¿Por quién se asonan las dulces canciones, por quién se can-
utan los lindos romances, por quién se acuerdan las vozes, por quién se adel-
»gaza*i y sutilezan todas las cosas que en el canto consisten?... Ellas crecen las
»fuerzas á los braceros y la maña á los luchadores, y la ligereza á los que vol-
otean y corren y saltan y hazen otras cosas semejantes... Los trobadores po-
1 nen por ellas tanto estudio en lo que troban, que lo bien dicho hazen pare-
»cer mejor. Y en tanta manera se adelgazan, que propiamente lo que sienten
>en el corazón, ponen por nuevo y galán estilo en la canción ó invención, ó
-copla que quieren hazer... Por ellas se ordenaron las reales justas y los pom-
»posos torneos y alegres tiestas. Por tilas aprovechan las gracias, y se acaban
»y comienzan todas las cosas de gentileza.»
De esta prosa á la de Boscán, en su traducción de El Cortesano de Castiglio-
ne, no hay ya más que un paso.
174 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
amada) y con el llanto de su madre, que es uno de los trozos más
patéticos del libro, y que manifiestamente fué imitado por el autor
de La Celestina, en el que puso en boca de los padres de Melibea.
El efecto trágico de este pasaje de Diego de San Pedro, en que es
menos lo declamatorio que lo bien sentido, estriba en gran parte en
la intervención del elemento fatídico, de los agüeros y presagios.
»Acaecíame muchas vezes, quando más la fuerza del sueño me ven-
»cía, recordar con un temblor súbito que hasta la mañana me du-
»raba. Otras vezes, quando en mi oratorio me hallaba rezando por
»su salud, desfallecido el corazón, me cubría de un sudor frío, en
»manera que dende á gran pieza tornaba en acuerdo. Hasta los ani-
» males me certificaban tu mal. Saliendo un día de mi cámara, vínose
»un can para mí, y dio tan grandes aullidos, que así me cortó el
»cuerpo y la habla, que de aquel lugar no podía moverme. Y con
» estas cosas daba más crédito á mi sospecha que á tus mensajeros;
»y, por satisfacerme, acordé de venir á verte, donde hallo cierta la
»fe que di á los agüeros.»
Aunque la Cárcel de Amor (escrita por su autor en Peñafiel, según
al fin de ella se^declara) quedaba en realidad terminada con la
muerte y las exequias de Leriano, no faltó quien encontrase el final
demasiado triste, y demasiado áspera y empedernida á Laureola,
que ningún sentimiento mostraba de la muerte de su amador. Sin
duda por esto, un cierto Nicolás Núñez, de quien hay también en el
Cancionero General versos no vulgares (i), añadió una continuación
(i) Sobresalen entre ellos los lindos villancicos para la noche de Navidad
(núm. 43 del Cancionero), composición dialogada en que son interlocutores la
Virgen y el poeta. Glosó Núñez algunos romances viejos, entre ellos aquel
tan lindo del prisionero y el avecilla que le cantaba al albor:
Matómela un ballestero,
Déle Dios mal galardón.
Suya es también una irreverente parodia de las Horas de Ntiestra Señora,
por el estilo de los Gozos de Juan Rodríguez del Padrón y de las Lamentaciones
de amor de Garci Sánchez de Badajoz. Hizo además versos en alabanza del
Gran Capitán.
Núñez debe de ser uno de los ingenios más modernos del Cancionero, á juz-
gar por el empleo que hace de una nueva forma de estancias de arte mayor,
que sólo hallamos en poetas de la última época trovadoresca, por lo general
CAPITULO XXIV I75
ó cumplimiento de pocas hojas, en que mezcla con la prosa algunas
canciones y villancicos, y describe la aflicción de Laureola y una
aparición en sueños del muerto Leriano, que viene á consolar á su
amigo. Pero aunque este suplemento fué incluido en casi todas lar,
ediciones de la Cárcel de Amor, nunca tuvo gran crédito, ni en rea-
lidad lo merecía, siendo cosa de todo punto pegadiza, é inútil para
la acción de la novela.
Tal es, reducida á breve compendio, la novela de Diego de San
Pedro, interesante en sí misma, y de mucha cuenta en la historia del
género, por la influencia que tuvo en otras ficciones posteriores. Es
cierto que la trama está tejida con muy poco arte, y que los elemen-
tos que entran en la fábula aparecen confusamente hacinados ó yux-
tapuestos, contrastando los lugares comunes de la poesía caballe-
resca (tales como la falsa acusación de la princesa, que hallamos asi-
mismo en la Historia de la Reina Sevilla y en tantos otros libros aná-
logos) con las reminiscencias de la novela sentimental italiana, que
pueden ser, no sólo de la Fiammeta, sino de la Historia de los dos
amantes Búrlalo y Lucrecia, compuesta en latín por el papa Eneas
valencianos y aragoneses, tales como Jerónimo de Artes y el Conde de Oliva,
Mecenas del colector Hernando del Castillo. La de Núñez es en loor de San
Eloy, y empieza: „ , -
Querer dar loanza do tanto bien sobra,
De vos, Eloy santo, señor muy loado,
Simpleza parece y casi pecado,
Sin dar vos la gracia poner yo la obra.
Y pues que con ésta el yerro se cobra,
Seguir quiero siempre con fe lo que sigo,
Contando la justa de vuestro enemigo,
Do fué derribado con mucha zozobra:
Los ángeles iban tañendo trompetas
Y los atabales los santos Profetas.
Análoga á esta combinación de diez versos es la cíe doce, usada por Mosén
Tallante en una poesía religiosa del mismo Cancionero (núm. 2).
Es verisímil que Núñez fuera valenciano, ó á lo menos que residiese en
Valencia cuando Castillo compilaba allí su Cancionero. Nos lo persuaden los
versos que dirigió á Mosén Fenollar, que le había preguntado qudl era mejor,
servir á la doncella, ó á la casada, ó d la beala, o d la monja: cuestión que re-
cuerda el famoso y picante Proce's de les Olives, que sostuvieron el mismo Fe-
nollar, Gazull, Moreno, Vinyoles y otros, con más gracejo que comedimiento.
I76 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Silvio, y ya para aquellas fechas traducida al castellano (i). El mérito
principal de la Cárcel de Amor se cifra en el estilo, que es casi siempre
elegante, sentencioso y expresivo, y en ocasiones apasionado y elo-
cuente. Hay en toda la obra, singularmente en las arengas y en las
epístolas, mucha retórica y no de la mejor clase, muchas antítesis,
conceptos falsos, hipérboles desaforadas y sutilezas frías; pero en me-
dio de sus afectaciones y de su inexperiencia, no se puede negar á
Diego de San Pedro el mérito de haber buscado con tenacidad, y en-
contrado algunas veces, la expresión patética, creando un tipo de
prosa novelesca, en que lo declamatorio anda extrañamente mezclado
con lo natural y afectuoso. Este tipo persistió luego, aun en los maes-
tros. Hemos visto que el autor de la Tragicomedia de Calistoy Meli-
bea se acordó de la Cárcel de Amor en la escena final de su drama; y
aun puede sospecharse que el mismo Cervantes debe al regidor de
Valladolid algo de lo bueno y de lo malo que en esta retórica de las
cuitas amorosas contienen los pulidos y espaciosos razonamientos de
algunas de las Novelas Ejemplares ó los episodios sentimentales del
Quijote (Marcela y Grisóstomo, Luscinda y Cardenio, Dorotea...).
No es maravilla, pues, que la novela de Diego de San Pedro, que
tenía además el mérito y la novedad de ser una ingeniosa aunque
elemental psicología de las pasiones, se convirtiese en el breviario
de amor de los cortesanos de su tiempo, y fuese reimpresa hasta
veinticinco veces dentro del siglo xvi (2) y traducida al italiano, al
(1) La primera edición castellana, parece ser Ja de Salamanca de 1496.
Estoria muy verdadera de los dos amates Enríalo franco y Lucrecia senesaque
acaeció en el año de mil e quatrocicntos e treynta e quatro años eti presencia del
emperador Sigismundo, hecha por Eneas Silvio después papa Pió Segundo. Ítem
otro su tratado muy provechoso de remedios contra el amor. ítem otro de la vida y
hazañas del dicho Eneas. Ítem ciertas sentencias ¿proverbios del dicho Eneas.
Hay reimpresiones de Sevilla, por Jacobo Crombérger, 1512, 1524, 1530...
Las obras de Eneas Silvio estaban en España en gran predicamento á prin-
cipios del siglo xvi. Entonces fueron traducidas su Historia de Bohemia, por
el Comendador Hernán Núñez de Toledo (Sevilla, 1509); y su Visio'n Delecta-
ble de la casa de la Fortuna, por Juan Gómez (Valencia, 15 13).
(2) La edición más antigua de la Cárcel de Amor descrita por los bibliófilos
eg ile Sevilla, 1492, y dice al principio: El seguiente tractado fué fecho á pedimé-
to del señor dotí diego herrnádes: alcayde de los donzeles, e d& otros cavalleros cor-
CAPITULO XXIV
catalán y al francés, é imitada de infinitos modos, á pesar de los ana-
temas del Santo Oficio, que la puso en sus índices (sin duda por
las herejías que contiene el razonamiento en loor de las mujeres), y
á despecho también de los moralistas, que desde Luis Vives hasta
Malón de Chaide, no cesan de denunciarla como libro pernicioso á
las costumbres y uno de los que con mayor cautela deben ser ale-
jados de las manos detoda doncella cristiana.
Pero estos clamores y estas prohibiciones nada pudieron contra
tésanos: llámase Cárcel de amor. Compuso lo San Pedro. í Al fin }: Acabóse esta
obra intitulada Cárcel de Amor. En la muy noble e muy leal cibdad de Sevilla a
tres dias de marco. Año de 1 4Q2, por qtiatro alemanes compañeros.
4.0 gót., sin foliatura.
Entre las posteriores, citaremos la rie Burgos.por Fadrique, alemán de Basi-
lea, 1496; la de Logroño, por Arnao Guiilén de Brocar, 1508, que parece ser la
primera en que se incluyó la continuación de Nicolás Núñez;la de Sevilla, 1509:
la de Burgos, por Alonso de Melgar, 1522; la de Zaragoza, por Jorge Cocí, 152^
isi es que realmente no fué impresa en Venecia, con falso pie de imprenta,
como Salva sospecha); la de Sevilla, por Cromberger, 1525; la veneciana
de 1 53 1, por Micer Juan Bautista Pedrezano, Junto al puente de Rialto, corre-
gida probablemente por Francisco Delicado; la de Medina del Campo, 1547.
por Pedro de Castro, que es quizá preferible á todas las anteriores, por con-
tener, además de la Cárcel, las obras en verso de Diego de San Pedro, y su
Sermón de amores; la de Venecia, 1553, corregida por Alfonso de Ulioa, y que
contiene los mismos aditamentos que la de Medina; las varias de Amberes.
por Martín Nució 1556, 157b, 1598...), unidas siempre á la Cuestión de amor.
que son las que con más facilidad se encuentran; las de París, 1567, 1581.
1595, 1616, y Lyon, 1583, en español y francés. La traducción es de Gil Co-
rroed. De la italiana de Lelio Manfredi se citan ediciones de 1513, 1 52 1 , 1 530.
1 533» ' 537. ' 546..-, y por ella se hizo una versión francesa anterior á la de Co-
; rocet (París, 1526; Lyon, 1528; París, 1533...). La traducción catalana, que es
rarísima, es de Bernardo de Vallmanya; Obra intitulada lo Carccr d' Amor. Com-
posta y hordenada por Diego de Sant Pedro... traduit de lengua castellana en es-
til de valenciana prosa por Bernardi Vallmanya, secretar i del spectable conté
cf Oliva. Barchelona. Joham Roscmbach, a XVIII dies del mes de setembre Ani
Mil CCCC XCiii. 4.0, let. gót., con láminas en madera, como las primeras edi-
ciones castellanas. Hay un ejemplar en el Museo Británico.
Para más pormenores sobre las diversas ediciones de este famoso libro,
debe consultarse el Catálogo de la Biblioteca de Salva, y el de Libros de caba-
llerías, formado por Gayangos (tomo xi de la Biblioteca de Autores Españoles).
además del Manual, de Brunet.
r.T¡v t Ppt.ato — Poetta III
iy8 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
la corriente del gusto mundano, y el librillo de Cárcel de Amor, fá-
cil de ocultar por su exiguo volumen, no sólo continuó siendo leí-
do y andando en el cestillo de labor de dueñas y doncellas, sino que
dio vida á un género entero de producciones novelescas, que di-
fundían un idealismo distinto del de los libros de caballerías, aun-
que conservase con él algunas relaciones. A esta familia pertene-
cen, aparte de la anónima Cuestión de Amor, de que hablaré des-
pués y que en rigor tiene su carácter propio, que no es enteramen-
te el de la novela sentimental, el Tractado de Arnalte y Lucenda,
que se imprimió con el nombre del mismo Diego de San Pedro (i),
el Processo de cartas de amores que entre dos amantes pasaron, que
(i) No hemos llegado á leer este rarísimo libro, que sólo conocemos por
■nota bibliográfica que Gallardo comunicó á Salva: Tractado de amores de Ar-
nalte e Lucenda. (Al fin): Acabóse este tractado llamado Sant Pedro á las damas
de la rey na nuestra Señora. Fué empreso en la muy noble y muy leal fibdad de
Burgos, por Fadrique, alemán, en el ano del nacimiento de nuestro Salvador ihu
¿hristo de mili y CCCC y noventa ¿un años, d XXV días de noviembre. 4.0 góti-
co, sin foliaturas ni reclamos, aunque con signaturas.
Como se ve, la edición antecedió en un año á la de la Cárcel de Amor.
¿Será éste el otro tratado á que alude Diego de San Pedro en la dedicatoria
de la Cárcel de Amor, al Alcaide de los Donceles: «Porque de vuestra merced
»me fué dicho que devia hazer alguna obra del estilo de una oración que en-
»vie á la Señora Doña Marina Manuel, porque le parecía menos malo que el
>que puse en otro tractado que vio mió»?
Brunet describe otra edición del Arnalte y Lucenda, también de Burgos, y
no menos rara que la precedente: Tratado de Arnalte y Lucenda por elegante y
muy gentil estilo hecho por Diego de Sant Pedro y enderescado a las damas de
la reyna doña Isabel. En el qual hallarán cartas y razonamientos de amores
de mucho primor y gentileza segü?i que por él verán. (Al fin): Aquí se acaba ti
libro de Arnalte y Lucenda... agora postreramente impresso en Burgos por
Alonso de Melgar. 4.0, 28 hojas de letra de Tortis.
A juzgar por esta portada, las formas artísticas empleadas en el Amalle y
Lucenda deben de ser las mismas que en la Cárcel de Amor, es, á saber: car-
tas y razonamientos.
Cítanse también ediciones de Sevilla, 1525, y Burgos, 1527, y traducciones
francesa de Nicolás Herberay des Essarts (famoso intérprete del Amadís), é
italiana de Bartolomé Marraffi, una y otra impresas varias veces.
[El Sr. Foulché-Delbosc ha reimpreso el texto de la edición castellana
citada por Brunet, en la Revtie Hispanique, tomo xxv, año 191 1. (A. B.)].
CAPITULO XXIV 179
algunos atribuyen también á nuestro autor, pero que más bien pa-
recen de Juan de Segura (i), lo mismo que la Que xa y aviso contra
amor de un cavallero llamado Lusiudaro y los casos de la hermosa
Medusina, en que intervienen los prestigios y la magia de una he-
chicera de Tesalia; el Veneris Tribunal, de Luis Escrivá; la Repeti-
ción de amores, de Lucena, en que se parodia el método de las con-
clusiones escolásticas; el Tractado compuesto por Juan de Flores á
su amiga, donde se contiene el triste fin de los amores de Grisely Mi-
rabella, y la disputa de Torr ellas y Brasayda sobre quien da mayor
■occasion de los amores, los hombres á las mujeres ó las mujeres á los
hombres, la Amorosa historia de Aurelio é Isabela, hija del Rey d.e
Hungría, y la de Grimalte y Gradissa, compuesta por el mismo
Flores, célebre la primera de ellas por haber sido citada como una
de las fuentes de La Tempestad, de Shakespeare; el Libro de los ho-
nestos amores de Peregrino y Ginebra, de Hernando Díaz, y otros
que seguramente habrá, y que por el momento no recuerdo.
Aun después de terminada su propia elaboración, que dura toda
la primera mitad del siglo xvi, este género de novela erótica se com-
bina en varias proporciones con los tipos afines, así con la novela
bizantina de amores y de viajes, modelada sobre el ejemplar de
Heliodoro (Clareo y Florisea, Selva de aventuras, Persiles y Sigis-
(1) No ha habido más razón para atribuir ;í Diego de San Pedro el Proce-
so, que un pasaje de sus versos sobre el Desprecio de la Fortuita, en que se
arrepiente de aquellas cartas de amores, escritas de dos en dos, lo cual bien pue-
de aplicarse al Arnalte y Lucenda, donde hay varias cartas, lo mismo que en
la Cárcel de Amor.
El epistolario en cuestión más bien parece de Juan de Segura, cuyo nom-
bre lleva en las ediciones de Toledo, 154S; Alcalá, 1553; Estella, 1563, aun-
que no en la de Venecia, por Giolito, 1553, apreciabilísima por contener ín-
tegro el Diálogo de las condiciones de las mujeres, de Cristóbal de Castillejo, las
Cartas de Blasco de Garay, y otros opúsculos.
Juan de Segura, siguiendo el ejemplo de los autores de libros de caballe-
rías, supuso traducidas del griego sus cartas; pero no corresponden á ninguno
de los epistolarios eróticos de la antigüedad: Processo de Cartas de Amores,
que entre dos amantes passaron... Con una caria de un amigo á otro, pidiéndole
consuelo. Mas una quexa y aviso contra amor. Traducido del estilo griego en
nuestro polido castellano, por Juan de Segura
1 8o HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
munda...), como con la pastoral italiana, notándose por primera ver
la conjunción de ambos géneros (que, con venir de distintos oríge-
nes, coincidían en el mismo falso concepto del amor y de la vida),
en el libro portugués de las Saudades, de Bernardim Ribeiro, más
conocido con el título de Menina é Moga. Tal importancia histórica
tiene la Cárcel de Amor, y por eso nos hemos detenido tanto en un
libro que para el gusto de la mayor parte de los lectores de ahora
tiene que resultar algo soñoliento.
Además de la Cárcel de Amor y del Arnalte y Lucenda, compuso
Diego de San Pedro otras muchas obras profanas en verso y prosa,
que le dieron entre los donceles enamorados grande autoridad y
magisterio, aunque fuesen miradas con ceño por las personas graves
y piadosas, que justamente se escandalizaban de oirle llamar conti-
nuamente Dios á su dama, y comparar su gracia con la divina, y
aplicar profanamente á los lances y vicisitudes de su amor la conme-
moración de las principales festividades de la Iglesia. Así, en Do-
mingo de Ramos, exclamaba:
Cuando, señora, entre nos
Hoy la Passion se dezía,
Bien podes creerme vos,
Que, sembrando la de Dios,
Nnsció el dolor de la mía...
y en el día de Pascua de Flores:
Nuestro Dios en este día
Las tristes almas libró;
Mas la mía, porqu'es mía,
En el fuego do solía
Se quedó...
y en el Domingo de Cuasimodo:
Una maravilla vi
Sobre quantas nos mostraron:
Grande ha sido para mí
En ver que n'os adoraron,
Pues estábades ahí...
y llegaba, finalmente, al colmo de la' irreverencia sacrilega, compa-
rando lo que llamaba su pasión con la del Redentor del mundo:
CAPÍTULO XXIV I Si
Avedme ya compasión;
No muera con falta d'ella,
Por amor de la Pasión
De quien quiso padescella
Como yo, sin merescella.
Trovó, además, insípidamente algunos romances viejos, paro-
diando el de Yo m'estabd en Barbadillo en Yo m 'estaba en pensa-
miento, y el de Reniego de ti, Makoma, en Reniego de ti, amor. Hizo
también alguna composición de burlas, no de lo más ingenioso, pero
sí de lo mas grosero que en el Cancionero se lee (núm. 989), y co-
ronó todos estos atentados poéticos suyos contra el buen gusto y
las buenas costumbres, con un cierto Sermón, en prosa, «.porque di-
jeron unas Señoras que le deseaba)! oir predicar». Este Sermón, que
se imprimió suelto en un pliego gótico y se halla también al final de
algunas ediciones de la Cárcel de Amor, apenas tiene otro interés
literario que el haber servido de modelo á otro mucho más dis-
creto y picante que puso Cristóbal de Castillejo en su farsa Cons-
tanza, y que como pieza aparte se ha impreso muchas veces,
\ a en las obras de su autor (aunque en éstas con el nombre
;e Capítulo, y no poco mutilado), ya en ediciones populares en
que el autor usó los seudónimos de El Menor de Aunes y de
Fray Nidel de la Orden de Tristel. 1-21 Sermón, en verso, de Cas-
tillejo, enterró completamente al de Diego de San Pedro, que
os obra desmayada y sin el menor gracejo, como dice con razón
Gallardo. Todo se reduce á parodiar pobre é ineptamente la traza
y disposición de los sermones, comenzando por una salutación al
Amor, explanando luego el texto In patientia vestra sustinete dolo-
res vestros, y contando, <1 modo de ejemplo moral, los amores de
Píramo y Tisbe (i).
Tales profanidades y devaneos poéticos hubieron de ser grave
cargo para la conciencia de su autor, cuando Dios tocó en su alma
y le llamó á penitencia. Fruto de esta conversión fué el Despre-
(1 ) El Sermón de Diego de San Pedro está en un pliego suelto de la pre-
ciosa colección de ("ampo Alanje (hoy en la Biblioteca Nacional) y también
en las ediciones de la Cárcel de Amor, de Medina del Campo, i 547; Venecia,
1 553- y acaso en alguna otra.
1 82 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
cío de la Fortuna (núm. 263 del C. G.), poema por varios conceptos-
estimable (i), al principio del cual censura y detesta sus obras an-
teriores: n_. „
Mi seso lleno de canas,
De mi consejo engañado,
Hast' aquí con obras vanas
Y en escripturas livianas
Siempre anduvo desterrado:
Aquella Cárcel d'amor
Que assi me plugo ordenar,
¡Qué propia para amador!
¡Qué dulce para sabor!
¡Qué salsa para pecar!
Y como la obra tal
No tuvo en leerse calma,
He sentido por mi mal,
Quán enemiga mortal
Fué la lengua para el alma.
Y los yerros que ponía
En un Sermón que escrebí,
Como fué el amor la guía,
La ceguedad que tenía
Me hizo que no los vi:
Y aquellas Cartas de amores.
Escritas de dos en dos,
¿Qué serán, dezí, señores,
Sino mis acusadores
Para delante de Dios?
Y aquella Copla y Canción
Que tú, mi seso, ordenabas
Con tanta pena y passión,
Por salvar el corazón,
Con la fe que allí les dabas;
Y aquellos Romances hechos
Por mostrar el mal allí,
Para llorar mis despechos,
¿Qué serán sino pertrechos
Con que tiren contra mí?
(1) Hay una edición suelta del Desprecio de la Fortuna, con una dedicato-
ria en prosa al Conde de Ureña, la cual falta en el Cancionero. En ella dice
San Pedro que llevaba veintinueve años al servicio de su Mecenas.
CAPÍTULO XXIV 183
El Desprecio de la Fortuna es ciertamente grave y filosófica com-
posición, de las mejores de aquel tiempo y escuela, y abunda en
sentencias felicísimamente expresadas. Prescott, en su Historia de
los Reyes Católicos (parte primera, cap. xx), la dedica especial aten-
ción, y hace de ella un curioso paralelo con la oda del poeta italia-
no Tomás Guidi á la Fortuna: «El poeta italiano, personificando á
»la inconstante diosa, describe su marcha triunfal sobre las ruinas
»de los imperios y dinastías, desde los tiempos más antiguos, en un
^torrente de elevada y ditirámbica elocuencia, realzada con el bri-
llante colorido de una ardiente fantasía y un lenguaje perfecto y
»acendrado: y el poeta castellano, en lugar de esta magnífica perso-
nificación, adopta el tono de la más profunda moralidad, y exten-
»diéndose largamente acerca de las vicisitudes y vanidades de la vida
»humana, mezcla en sus reflexiones cierta cáustica ironía, acompaña-
»da á las veces de una sencillez encantadora, pero que jamás se
»aproxima á la exaltación lírica, ni aun parece aspirar á conseguirla.»
Trovó, además, Diego de San Pedro, en esta segunda época suya
de piedad y ascetismo, una Pasión de Nuestro Redentor y Salvador
Jesucristo (i), en quintillas fáciles y devotas» pero algo lánguidas,
la cual todavía era muy popular en el siglo xvn, como lo prueban
(1) Es la que empieza:
E] nuevo navegador,
Siendo de tierra alongado,
Con la sombra del temor,
Turba y mengua su vigor,
Viéndose de agua cercado...
y termina:
Contemplemos y pensemos
En su Pasión muy gloriosa,
Suspiremos y lloremos,
Pensemos porque gocemos
De ver su gloria preciosa.
Esta Pasión fué adicionada luego por el Bachiller Burgos con algunas quin-
tillas acerca de la Resurrección, que principian:
Y puesta la Virgen pura,
Sola el sepulcro mirando,
Con tal angustia y tristura
Cual nunca vio criatura,
Con el Hijo contemplando... „c ¡anota.)
184 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
las reimpresiones sueltas que de ella se hicieron, y la maleante re-
miniscencia que de dos versos de ella trae Quevedo en la Visita de
los Chistes, poniéndolos en boca de Pero Grullo:
Grandes cosas nos dijeron
Las antiguas profecías...
El tono general de la composición, y aun el metro, parecen muy
acomodados para que la cantasen los ciegos por las calles, como to-
davía se hace con otras relaciones análogas en los días solemnes de
la Semana Mayor. Diego de San Pedro sigue en general el sagrado
texto, pero á veces intercala circunstancias tomadas de fuentes apó-
crifas, por ejemplo, la leyenda de Judas, matador de su padre y ma-
rido de su madre, como Edipo.
Hemos mencionado entre las novelas escritas, á imitación de la
Cárcel de Amor, la Cuestión de Amor, obra de principios del siglo xvi,
mixta de prosa y verso, y cuyas especiales condiciones requieren
y acaban:
Al que plegué despertar
Nuestro rudo encendimiento,
Dándonos gracia en obrar,
Y el saber para loar
Su alto merecimiento.
En los catálogos de Heber, Bruuet y Salva, se describen ediciones góticas
de La Passió de tiro redemptor: v salvador Jesu xpo, trobada por Diego de Sant
Pedro.
Las ediciones populares de esta Pasión, más ó menos modernizada en ei
lenguaje, alcanzan basta fines del siglo xvu. Hemos visto dos de Madrid, una
por Julián de Paredes, 1693, y otra por Francisco Sanz, 1699, y una de Sevi-
lla, por Lucas Martín de Hermosilin, 1700.
Se incluyó sin el nombre de su autor en el Cancionero y Romancero Sera-
dos de la Biblioteca de Rivadeneyra (núm. 969).
A las obras de Diego de San Pedro mencionadas hasta aquí, debe añadirse
una ílgloga pastoril, que principia:
Dios os salve acá, ¿qué hacéis?
La cita Cañete, sin dar más noticias sobre ella, en su prólogo á las Farsa,
y Églogas de Lucas Fernández.
[Véase, además, acerca de Diego de San Pedro y sus obras, á M. Menéndez
y Pelayo, en los Orígenes de la Novela. (A. />.)].
CAPITULO XXIV I65
aquí más individual noticia, la cual no parecerá impertinente si se
considera que esta novela, cuya primera edición parece ser la
de I 5 13 (i), logró tal boga en su tiempo, que fué reimpresa diez ó
doce veces antes de 1589; Va suelta, ya unida á la Cárcel, que es
como más fácilmente suele encontrarse. Ticknor y Amador de los
Ríos hablaron de ella; pero con mucha brevedad, y sin determinar
su verdadero carácter, ni entrar en los pormenores de su composi-
ción, ni levantar el transparente velo que encubre sus numerosas
alusiones históricas, y que en parte ha sido descorrido por el erudi-
to napolitano Benedetto Croce, en un estudio muy reciente (2).
El título de la Cuestión, aunque largo, debe transcribirse á la letra,
porque indica ya la mayor parte de los elementos que entraron en
la confección de este peregrino libro: Questión de amor de dos ena-
morados: al tino era muerta su amiga; el otro sirve sin esperanza de
galardón. Disputan quál de los dos sufre mayor pena. Entretéxense
en esta controversia muchas cartas y enamorados razonamientos. In-
trodúcense más una caza, un juego de cañas, una égloga, ciertas jus-
(ij La más antigua edición que conozco de ia Cuestión de Amor es la de
Valencia, por Diego de Gumiel: acabóse á dos de Julio año de mil é quinientos y
trece. En la Biblioteca imperial de Viena existe una edición sin fecha, que pa-
rece de las más antiguas. Hay otras de Salamanca, 15197 1 539; Venecia, 1 533
con esta nota final: hizolo estampar miser Juan Bautista Pedrezano, mercader
de libros: por importunación de muy muchos señores á quien la obra y estilo y len-
gua romance castellana muy mucho place; correcta de las letras que trastrocadas
estavanse 'el corrector de éste, como de otros muchos libros españoles sali-
dos de aquella imprenta, fué Francisco Delicado, autor de La Lozana Andalu-
za); Medina del Campo, 1545, y Venecia, por Gabriel Giolito, 1554 (añadidas
al fin Trece questiones del Philocolo, de Juan Boccaccio, traducidas por el canó-
nigo de Toledo Diego López de Ayala), con unos sumarios en verso de Diego
de Salazar, que primero fue' capitán y al fin ermitaño (el corrector de la edición
fué Alfonso de Ulloa, que añadió una introducción en italiano sobre el modo
de pronunciar la lengua castellana); Amberes, 1556, 1 576, 1598; Salaman-
ca, 1580, etc. En estas últimas impresiones va unida siempre á la Cárcel, pero
con paginación distinta. Hay una traducción francesa con el título de Le de-
but entre dcux gentils hom/acs esp'V*nols (París, 1549, por Juan Lou|
(2) Di un antico romanzo spa^nuolo relativo alia storia di fcapoli, La Ques-
tión de Amor en <-l Archwio Slorico 'cr le firovincie NapoUtane, y luego en tira-
da aparte
]86 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
las, é muchos caballeros et damas, con diversos et muy ricos atavíos
con letras et invenciones. Concluye con la salida del señor Visorrey
de Ñapóles: donde los dos enamorados al presente se hallavan: para
socorrer al soneto padre: donde se cuenta el número de aqtiel lucido
exército: et la contraria fortuna de Ravena. La mayor parte de la obra
es historia verdadera: compuso esta obra un gentilhombre que se hallo
presente á todo ello.
Basta pasar los ojos por este rótulo, para comprender que no se
trata de una novela puramente sentimental y psicológica á su modo,
como lo es la Cárcel de Amor, sino de una tentativa de novela his-
tórica, en el sentido más lato de la palabra, ó más bien de una no-
vela de clave, de una pintura de la vida cortesana de Ñapóles, de
una especie de crónica de salones y de galanterías, en que los nom-
bres propios están levemente disfrazados con seudónimos y ana-
gramas. La segunda parte, es decir, todo lo que se refiere á los pre-
parativos de la batalla de Ravena, es un trozo estrictamente históri-
co, que puede consultarse con fruto aun después de la publicación
de los Diarios de Marino Sañudo. Poseer para época tan lejana un
libro de esta índole modernísima, y poder con su ayuda reconstruir
un medio de vida social tan brillante y pintoresco como el de la Ita-
lia española en los días más espléndidos del Renacimiento, no es
pequeña fortuna para el historiador, y apenas se explica que hasta
estos últimos años nadie intentara sacarle el jugo ni descifrar sus
enigmas.
El primero es el nombre de su autor, esto es, del gentilhombre
que se halló presente á todo y escribió la historia, y éste permanece
todavía incógnito, aunque puedan hacerse sobre su persona algunas
razonables conjeturas. Lo que con toda certeza puede asegurarse
es que el libro fué compuesto entre los años de 1508 á 1 5 I -2, en
forma fragmentaria, a medida que se iban sucediendo las fiestas y
demás acontecimientos que allí se relatan de un modo bastante
descosido, pero con picante sabor de crónica mundana.
La cuestión de casuística amorosa que da título á la novela, y
que es sin duda lo más fastidioso de ella para nuestro gusto (si bien
tiene alguna curiosidad literaria, por contener en substancia los dos
temas poéticos que admirablemente desarrollan los pastores Salido
CAPÍTULO XXIV I87
y Nemoroso en la égloga primera de Garcilaso) se debate, ya por
diálogo, ya por cartas (transmitidas por el paje Florisel), entre dos
caballeros españoles: Vasquirán, natural de Todomir (¿Toledo?) y
Flamiano, de Valdeana (¿Valencia?), residente en la ciudad de No-
plesano, que seguramente es Ñapóles. Vasquirano ha perdido á su
dama Violina, con quien se había refugiado en Sicilia después de
haberla sacado de casa de sus padres en la ciudad de Circunda
(;Zaragozar), y Flamiano es el que sirve sin esperanza de galardón
á la doncella napolitana Belisena. Esta acción, sencillísima y traba-
da con mu}7' poco arte, tiene por desenlace la muerte de Flamiano
en la batalla de Ravena, cuyas tristes nuevas recibe Vasquirán, en
Sicilia, por medio del paje Florisel, que le trae la última carta de
su amigo, carta que, para mayor alarde de fidelidad histórica, está
fechada él 1 7 de Abril de 1 5 12 en Ferrara.
El cuadro general de la novela vale poco, como se ve; lo impor-
tante, lo curioso y ameno, lo que puede servir de documento al
historiador y aun excitar agradablemente la fantasía del artista, son
las escenas episódicas, la pintura de los deportes y gentilezas de la
culta sociedad de Ñapóles, la justa real-, el juego de cañas, la cace-
ría, la égloga (que tiene todas las trazas de haber sido representada
con las circunstancias que allí se dicen (i), y que si bien escasa de
acción y movimiento, compite en la expresión de los afectos y en la
limpia y tersa versificación con lo mejor que en los orígenes de nues-
tra escena puede encontrarse), la descripción menudísima de los
trajes y colores de las damas, de las galas y los arreos militares de
los capitanes y gente de armas que salieron para Ravr-na con el
virrey D. Raimundo de Cardona; todo aquel tumulto de fiestas, de
armas y de amores que la dura fatalidad conduce á tan sangriento
desenlace.
llfllamente define el Sr. Croce el peculiar interés y el atractivo
estético que produce, no hay que negarlo, la lectura de una novela,
por otra parte tan mal compuesta, zurcida como de rr tazos, á guisa
de centón ó de libro de memorias. «Aquella elegante sociedad de
(1) Era ya frecuente en Italia la representación de piezas españolas. Cons-
ta que en 6 de Enero de 15 13 fué recitada en Roma una égloga de Juan del
Enzina, probablemente la fie Plácida y Viioriano.
í¿>8 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
caballeros, dada á los amores, á los juegos, á las fiestas, recuerda
un fresco famoso del Camposanto de Pisa, aquella alegre compañía
que, solazándose en el deleitoso vergel, no siente que se aproxima
con su guadaña inexorable la Muerte. En medio de las diversiones,
llega la noticia de la guerra: el virrey recoge aquellos elegantes ca-
balleros y forma con ellos un ejército que parte, pomposamente
adornado, lleno de esperanzas, entre los aplausos de las damas que
asisten á la partida. Algunos meses después, aquella sociedad, aquel
ejército yacía en gran parte solo, sanguinoso, perdido entre el fango
de los campos de Ravena.»
¿Hasta qué punto puede ser utilizada la Cuestión de Amor como
tuente histórica?; ó, en otros términos, ¿hasta dónde llega en ella la
parte de ficción? El autor dice que «la mayor parte de la obra es
historia verdadera»; pero en otro lugar advierte que «por mejor
guardar el estilo de su invención, y acompañar y dar más gracia á
la obra, mezcla á lo que fué algo de lo que no fué». En cuanto á los
personajes, no cabe duda que en su mayor parte son históricos, y
el autor mismo nos convida á especular «por los nombres verda-
deros, los que en lugar d' aquellos se han fengidos ó transfigu-
rados».
A nuestro entender, B. Croce ha descubierto la clave. Ante
todo, hay que advertir que, según el sistema adoptado por el nove-
lista, la primera letra del nombre fingido corresponde siempre á la
inicial del nombre verdadero. Pero como diversos nombres pueden
t';ner las mismas iniciales, este procedimiento no es tan seguro como
otro que constantemente sigue el anónimo narrador; es, á saber: la
confrontación de los colores en los vestidos de los caballeros y de
las damas, puesto que todo caballero lleva los colores de la dama á
quien sirve. Y como en la segunda parte de la obra, al tratar de los
preparativos de la expedición á Ravena, los gentileshombres están
designados con sus nombres verdaderos, bien puede decirse que la
solución del enigma de la Cuestión de Amor está en la Cuestión
misma, por más que nadie que sepamos hubiera caído en ello hasta
que la docta y paciente sagacidad del Sr. Croce lo ha puesto en
claro, no sólo presentando la lista casi completa de los personaje*
disfrazados en la novela, sino aclarando el argumento principal de
CAPÍTULO XXIV ] 89
la obra, que parece tan histórico como todo lo restante de ellaT
salvo circunstancias de poca monta puestas para descaminar, ó más
bien para aguzar la maligna curiosidad de los contemporáneos. Es
cierto que todavía no se ha podido quitar la máscara á Vasquirán,
á Flamiano, ni á la andante y maltrecha Violina; pero lo que sí re-
sulta más claro que la luz del día, es que la Belisena, á quien ser-
vía el valenciano Flamiano (;D. Jerónimo Fenollet?) con amor ca-
balleresco y platónico, sin esperanza de galardón, era nada menos
que la futura reina de Polonia, Bona Sforza, hija de Isabel de Ara-
gón, duquesa de Milán, á quien en la novela se designa con el título
ligeramente alterado de duquesa de Meliano, que era una muy noble
señora viuda, y residía con sus dos hijas, ya en Ñapóles, ya en
Barí. Esta pobre reina Bona, cuyas aventuras, andando el tiempo,
dieron bastante pasto á la crónica escandalosa, no parece haber
escapado siempre de ellas tan ilesa como de manos del comedido
hidalgo Flamiano, ni haberse mostrado con todos sus galanes tan
dura, esquiva y desdeñosa como con aquel pobre y transido ama-
dor, al cual no sólo llega á decirle que recibe de su pasión mucho-
enojo, sino que añade con ásperas palabras: «y aunque tú mil vidas,
»como dices, perdieses, yo dellas no he de hazer ni cuenta ni me-
»moria». A lo cual el impertérrito Flamiano responde: «Señora,
»si quereys que de quereros me aparte, mandad sacar mis huessos,
»y raer de allí vuestro nombre, y de mis entrañas quitar vuestra
figura.»
Los demás personajes de la novela han sido identificados casi
todos por Croce, con ayuda de los Diarios de Passaro. El Conde
Davertino es el conde de Avellino; el Prior de Mariana es el prior
de Messina; el Duque de Be/isa es el duque de Bisceglie; el Conde
de Porcia es el conde de Potenza; el Marqués de Persiana es el
marqués de Pescara; el señor Fabricano es Fabricio Colonna; Atti-
neo de Levesiu es Antonio de Leyva; el Cardenal de Brujas, el
' "ardenal de Borja; Atareos de Reyncr, el capitán Alarcón; Pomarin,
el capitán Pomar; Alvaladcr de Caronis, Juan de Alvarado; la Du-
quesa de Francoviso, la duquesa de Francavilla; la Princesa de Sala-
diño, la princesa de Salerno; la Condesa de Traviso, la de Trivento;
la Princesa de Salusana, la princesa Sanseverino de Bisignano. Y
I9O HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
luego, por el procedimiento de parear los colores, puede cualquier
aficionado á saber intrigas ajenas penetrar en las intimidades de
aquella sociedad, como si hubiese vivido largos años en ella.
Esta sociedad bien puede ser calificada de italo-hispana y aun de
bilingüe. Menos de medio siglo bastó en Ñapóles para extinguir los
odios engendrados por la conquista aragonesa. «Todos estos caba-
lleros, mancebos y damas, y muchos otros príncipes y señores
»(dice el autor de la Questión) se hallavan en tanta suma y manera
»de contentamiento y fraternidad los unes con los otros, assí los
» españoles unos con otros, como los mismos naturales de la tierra
»con ellos, que dudo en diversas tierras ni reynos ni largos tiem-
»pos passados ni presentes tanta conformidad ni amor en tan esfor-
»zados y bien criados caballeros ni tan galanes se hayan hallado.»
Las fiestas que en la novela se describen, las justas de ocho carreras,
la tela de justa real ó carrera de la lanza, y sobre todo el juego de
cañas y quebrar las alcancías, son estrictamente españolas, y no lo
es menos el tinte general del lenguaje de la galantería en toda la
novela, que, con parecer tan frivola, no deja de revelar en algunos
rasgos la noble y delicada índole del caballero que la compuso. Es
muy significativo en esta parte el discurso de Vasquirán á su amigo
al partir para la guerra, enumerando las justas causas que debían
moverle á tomar parte en tal empresa. «La una yr en servicio de la
» Iglesia, como todos is: la otra en el de tu rey, como todos deben:
»la otra porque vas á usar de aquello para que Dios te hizo,
»que es el hábito militar, donde los que tales son como tú, ganan
t»1o que tú mereces y ganarás: la otra y principal, que llevas en
»tu pensamiento á la señora Belisena, y dexas tu corazón en su
poder.»
La Cuestión de Amor encontró gracia ante la crítica de Juan de
Valdés, aunque prefería el estilo de la Cárcel: — «Del libro de Ques-
ttión de Amor, ¿que os parecer — Muy bien la invención y muy ga-
» lanos los primores que hay en él, y lo que toca á la questión no
í>está mal tratado por la una parte y por la otra. El estilo, en quan-
»to toca á la prosa, no es malo, pudiera bien ser mejor; en quanto
»toca al metro, no me contenta. — Y de Cárcel dr Amor, ¿qué me
sdezís? — El estilo desse me parece mejor...»
CAPITULO XXIV ig [
Lo es, en efecto, y no hay duda de que al anónimo autor de Ja
Cuestión se le pegaron demasiados italianismos. Pero tal como está,
su obra resulta agradable é interesante, como pintura de una corte
que, distando mucho de ser un modelo de austeridad, era por lo
menos muy elegante, bizarra, caballeresca y animada. Otro docu-
mento tenemos en el Cancionero General para restaurarla mental-
mente, y es una larga poesía con este encabezamiento: Dechado de
amor, hecho por Vázquez á petición del Cardenal de Valencia, ende-
rezado á la Reina de Ñapóles. Esta poesía se compuso, probable-
mente, en 1 5 IO. No puede ser posterior á 1511, porque en ella
aparecen todavía como vivos el cardenal de Borja, !a princesa de
Salerno, la condesa de Avellino y la princesa de Bisignano, todos
los cuales fallecieron en aquel año. No puede ser anterior á 1 509,
porque en este año se' celebraron en Ischia las bodas de Victoria
Colonna, que ya aparece citada como Marquesa de Pescara en este
Dechado. El Vázquez que le compuso parece hasta ahora persona
ignota; ¿será el mismo Vázquez ó Velázquez de Avila, á quien por
diversos indicios atribuye D. Agustín Duran un rarísimo cancione-
rillo ó colección de trovas, existente en el precioso volumen de plie-
gos sueltos góticos que perteneció á la biblioteca de Campo- Alange?
¿Será, como B. Croce insinúa (i), el mismo Vasquirán que interviene
en la Cuestión de Amor, y que es quizá el autor de la novelar Lo
cierto es que, entre el Dechado y ella hay parentesco estrechí-
simo, y que cada una de estas piezas puede servir de ilustración á
la otra.
El galante Cardenal de Valencia, que ordenó á Vázquez la com-
posición de este Dechado, no era otro que Luis de Borja, y aun es
el que lleva la palabra en todo el poemita, cuya traza se reduce á
rogar á la triste reina de Ñapóles y á sus damas, enumerándolas una
por una, que labren cada cual un paño en que se vean tejidos los
padecimientos de sus fieles servidores.
¿Quién era esta triste reina} Todos hemos leído, ya en el Roman-
cero de Duran, ya en la Primavera, de Wolf, un sentido y bello ro-
( 1 ) La corte dellc Tris ti Regina a Napoli (en el Ar chuno S lo rico per le provin-
cie Napolctane, 1894).
TQ2 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
manee que puede tenerse por uno de los últimos genuinament»
populares, y que, á pesar de sus anacronismos, es sin duda poco
posterior á las catástrofes que recuerda:
Emperatrices y reinas,
Cuantas en el mundo había,
Las que buscáis la tristeza
Y huís de la alegría.
La triste reina de Ñapóles
Busca vuestra compañía...
Vínome lloro tras lloro,
Sin haber consuelo un día....
Yo lloré al rey mi marido,
Que deste mundo partía;
Yo lloré al rey Don Alfonso
Porque su reino perdía;
Lloré al rey Don Fernando,
La cosa que más quería;
Yo lloré una su hermana,
Que era la reina de Hungría:
Lloré al príncipe Don Juan,
Que era la flor de Castilla...
Subiérame en una torre,
La más alta que tenía,
Por ver si venían velas
De los reinos de Castilla:
Vi venir unas galeras,
Venían de Andalucía;
Dentro viene un caballero.
Grao Capitán se decía:
— Bien vengáis, el caballero,
Buena fué vuestra venida...
En la triste reina de Ñapóles del romance, se confunden dos perso-
nas, madre é hija, entrambas reinas destronadas de la dinastía arago-
nesa de Ñapóles, y entrambas del mismo nombre, por lo cual suele
distinguírselas llamándolas Juana III y Juana IV. La madre fué her-
mana del Rey Catolice- y viuda del rey Fernando ó Ferrante I de Ña-
póles; la hija, viuda del llamado rey Ferrantino. Una y otra, siguien-
do una costumbre aristocrática de aquel siglo, introducida, al paré-
CAPITULO XXIV 193
cer, por los españoles, firmaban en sus cartas y diplomas, Yo la triste
Reina, así como Doña Marina de Aragón, hija del duque de Villa-
hermosa, D. Alonso, se firmaba la syn ventura Princesa de Salerno.
De la triste reina madre se ha dicho, al parecer sin fundamento, que
fué cantada por el poeta italo-hispano Chariteo, con el nombre de
Luna; pero ni Pércopo, reciente editor de sus rimas, ni tampoco
8. Croce, son (i) de esta opinión. Ambas señoras residieron bastante
tiempo en España, entretenidas con vanas promesas de reparación
por el Rey Católico, y en su compañía volvieron á Ñapóles en 1 506,
estableciéndose en Castel Capuano con título y consideración de
reinas, y reuniendo en torno suyo una verdadera corte de princesas
destronadas ó venidas á menos, como la Duquesa de Milán, su hija
Bona Sforza, y la reina Beatriz de Hungría. A pesar de tantas triste-
zas juntas, la vida que se hacía en aquel castillo á principios del si-
glo xvi parece haber sido muy amena y regocijada:
O felice di mille e milleamanti
Diporto, e di regal'donne diletto,
Albergo memorabüe ed eletto
A diversi piacer quest'anni avanti!...
así exclamaba un poeta del tiempo, Galeazzo di Tarsia. Dicen
malas lenguas (que nunca han faltado, aun entre los cronistas gra-
ves) que de la triste reina madre era muy amorosamente favoreci-
do el duque de Ferrandina, D. Juan Castriota, y que nuestro gran
soldado Hernando de Alarcón (el señor Alarcón, que decían en Ita-
lia) ayudaba á conllevar las tristezas á la hija. Otras cosas más gra
ves se cuentan, y dignas de andar en melodrama, del género de La
(1) La estrofa referente á ella, dice así:
Vos á quien mi alma adora,
De seda floxa encarnada
Labrad un lazo, señora,
Do se muestre cada hora
Mi libertid enlazada;
Y unos mármoles rompidos
En torno desconcertado?,
Donde estarán assentados
Mis males que, de pesados,
Están en tierra caydos.
Hmíndv.2 y Pi-xayo.— Poesía castellana III. ,,
1 94 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Tour de Xesle; pero ellas mismas están mostrando su carácter de in-
vención fantástica, por lo mucho que se parecen á otras leyendas
más antiguas.
Esta sociedad es la que pone á nuestra vista el Dechado de Váz-
quez, que en cierto modo puede servir de complemento é ilustra-
ción á la Cuestión de Amor. Las damas enunciadas son: Doña Juana
Castriota, Doña María Enríquez, á quien servia cortesanamente el
mismo Cardenal de Valencia, inspirador del poema (i), la duquesa
de Gravina, Doña Juana de Villamarín, Doña María Cantelmo, Doña
Fórfida (de quien era servidor el marqués de' Pescara), Doña Ánge-
la de Vilaragut, Doña María Carroz, Diana Gambacorta (que era fa-
vorita de la reina), María Sánchez, Doña Leonora de Beaumonte, la
señora Maruxa, Doña Violante Centellas. Después vienen, en grupo
distinto, la duquesa de Milán y su hija Bona, las princesas de Sa-
lerno y Bisignano, Doña María de Alife y la marquesa de Pescara,
ó sea la divina Victoria Colonna, muy joven todavía y recién casa-
da, lo cual no era obstáculo para que, según los usos del tiempo, la
sirviese con amor puramente platónico y caballeresco el marqués
de Bitonto Juan Francisco Acquaviva, uno de los héroes de la jor-
nada de Ravena. Otros versos hay, así en el Cancionero General,
(i) Versi spagnuoli in lode di Lucrada B orgia, Duchessa di Ferrara e delle
sne damigelle. ^Xapoli, 1 894.1 Están sacados del mismo códice (Poesie diver-
se, xiii, G. 42-43), donde se halla la variante del Diálogo entre el amor y un
viejo, de que luego daré cuenta.
Sospecha Croce que este anónimo poeta fuese aragonés. A mí no me lo
parece, y no es gran prueba de afecto á Aragón lo que dice de sus damas, á do
ser que lo de grossedad haya de entenderse, no en sentido de grosería ó poco
aliño, ni tampoco en el de gordura, sino en el de generalidad, como si dijéra-
mos la mayor parte:
Por huir prolexidad,
Dexo estar las ferraresas,
nue np sé su propiedad,
Puesto que en su grossedad
Parecen aragonesas.
Muchas muestran hermosura,
Otras gala y gentileza,
Alguna tiene cordura,
Otras con desenvoltura
Contruhazen la belleza.
CAPITULO XXIV 195
como en el de burlas provocantes á risa, que evidentemente fueron
compuestos en Xápoles en estos primeros años del siglo xvi, y que
aluden á casos y personas de aquella sociedad; por ejemplo, la dia-
bólica y picana Visión Deleitable, de autor anónimo, la cual nada
tiene que ver con el grave y filosófico libro del Bachiller Alfonso
de la Torre, que lleva el mismo título. En ella figuran, pero ¡de qué
suerte! las mismas encopetadas señoras en cuyo honor se compuso
el Dechado.
Así en el asunto como en el metro, tiene esta composición de
Vázquez grandísima analogía con ciertos versos castellanos com-
puestos en Ferrara en loor de Lucrecia Borja y de sus damas,
salvo que el Dechado es mucho más ingenioso y está mejor escrito.
Estos versos forman parte de un códice misceláneo de la Biblioteca
Nacional de Ñapóles, y han sido recientemente dados á luz por
B. Croce (i).
A primera vista pudiera dudarse cuál es la duquesa de Ferrara
á quien en estos versos se celebra, puesto que la composición no
tiene fecha, y la letra lo mismo puede ser de fines del siglo xv que
de principios del xvi. Y hasta por la circunstancia de hallarse tal
composición en un Códice napolitano, pudiera alguien creer que se
refería á Leonor de Aragón, hija del rey Ferrante y casada en 1473
con el duque de Ferrara, Hércules de Este. Pero toda duda des-
aparece leyendo el Loor de las damas de la duquesa, todas las cua-
les, sin excepción, constan como damas de Lucrecia en los Diarios
de Sañudo, y en otros documentos del tiempo, y son: Madama Isa-
beta la honrada (Elisabetha Senese), la señora doña Ángela (Doña
(1) Es sabido que en algún tiempo se consideró á Lucrecia Borja como
poetisa castellana; pero hoy es cosa averiguada que los versos de su mano
que hay en la Ambrosiana no son originales, sino copiados de los cancione-
ros. Casi otro tanto puede decirse de los que componía el Cardenal Bembo
para hacerse grato á los ojos de Lucrecia, haciéndola la corte en su lengua y
lisonjeando su amor propio nacional con decir que el castellano era idioma
más* propio de la galantería, porque ile vezzose dolcezze degli spagmtolt ritro-
vamtnti nella grave purita delta toscana lingua non kanno luogo, e se pórtale vi
son, non veré e natiepasiotto, mafinte e si/ amere (Vid. el estudio de B. Morso-
Hn, Pietro Bembo, t Lucrezia Borgia, Roma, 1885).
ig6 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Ángela de Borja), la gentil Nicola (Nicola Senese), la honesta Jeró-
nima (Jerónima Senese), la señora Cindya, la virtuosa Catalinolla
napolitana, la estimada. Catalinela, la honrada Juana Rodríguez.
Luego se elogia á todas en general, y, finalmente, como for-
mando grupo aparte, sin duda por su menor jerarquía en ¡a casa
y servidumbre de Lucrecia, se nombra á la Samaritana y á Ca-
mila (Camilla Fiorentina), terminando con el elogio general de las
íerraresas.
Los versos, aunque bastante fáciles y galanos, no tienen mérito
especial ni traspasan la línea de lo más vulgar y adocenado que en
los cancioneros suele encontrarse. Además, los elogios de la duque-
sa y de sus damas son tan vagos, que apenas puede sacarse subs-
tancia de ellos para la historia anecdótica de aquella corte, tan ca-
lumniada por la musa romántica. Lo único que resulta claro es el
entusiasmo del poeta por Lucrecia, siendo la suya una voz más que
viene á unirse al coro de tantos poetas latinos é italianos como ce-
lebraron, no sólo su hermosura, sino su recato y honestidad y
otras diversas prendas y virtudes:
Soys, duquesa tan real,
En Ferrara tan querida,
Qu'el bueno y el criminal,
De todos en general,
Soys amada, soys temida...
Ánima que nunca yerra,
Soys un lauro divinal;
Soys la gloria desta tierra,
Soys la paz de nuestra guerra,
Soys el bien de nuestro mal.
Soys quien no debiera ser
Del metal que somos nos.
Mas quísolo Dios hazer
Por darnos á conoscer
Quién es é!, pues hizo á vos.
De los vicios soys ajena,
De las virtudes escala,
De la cordura cadena,
CAPITULO XXIV 197
Nunca errando cosa buena,
Nunca hazéis cosa mala...
Guarnecéis con caridad
Las obras de devoción,
Ganáis con la voluntad,
Conserváis con la verdad,
Gobernáis con la razón.
Alegráis los virtuosos,
Quitáis los malos de vos,
Despedís los maliciosos,
Desdeñáis á los viciosos;
Sobre todo amáis á Dios.
Mas aunque lo digo mal,
Digo que son las hermosas
Ante vos, ser divinal,
Cual es el pobre metal
Con ricas piedras preciosas.
Son con vuestra perfición
Qual la noche con el día,
Qual con descanso prisión,
Qual el Viernes de pasión
Con la Pascua de alegría.
Teniendo tan alto ser.
Siempre habéis representado,
En las obras el valer,
En la razón el saber,
En la presencia el estado.
Y la gran bondad d'aquel
Que tal gracia puso en vos,
Os midió con tal nivel
Para que alabemos de él
Quando viésemos á vos.
Soys y fuisteis siempre una
En los contrastes y pena,
Resistiendo á la fortuna;
No tenéis falta ninguna,
No tenéis cosa no buena.
Pues ¿quien podrá recontar
Por más que sepa dezir,
Vuestro discreto hablar,
Íg8 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Vuestro gracioso mirar,
Vuestro galano vestir:
Ua poner de tal manera,
De tal forma y de tal suerte.
Que, aunque la gala muriera,
En vuestro dechado oviera
La vida para su muerte.
En la tierra vos soys una
En medio vuestras doncellas,
Más luciente que ninguna,
Como en el cielo la luna
Entre las claras estrellas.
¡Oh quántas veces contemplo
Con quán dulces melodías
Iréis al eterno templo,
Segund muestra vuestro exemplo
Ya después de largos dias!
Pues tan entera ventura
A que Dios traeros quiso
Por las ondas de tristura,
Fué por valle d'amargura.
Meteros en Parayso;.
Donde todo lo' pasado
Es en gloria convertido.
Pues, siendo aquello olvidado i ,
Poseyendo tal estado,
Alcanzaste tal marido.
Estas quintillas, aparte de la curiosidad de su asunto, tienen el
interés de ser una de las más antiguas muestras de la poesía caste-
llana cultivada en las cortes de Italia. Pero no fué ciertamente la
única en su tiempo, puesto que los italianos patriotas, (.orno el Ga-
lateo en su tratado De cilucatione, se quejan acerbamente de la boga
que alcanzaban las coplas de los cancioneros españoles, con prefe-
rencia á los versos italianos. Entre los muchos poetas que en 1504
deploraron la muerte de Seraphino Aquilano, hay por lo menos tres
1 1 Alude á los primeros é infelices matrimonios de Lucrecia,
CAPITULO XXIV 199
españoles: Diego Velázquez, sevillano; Juan Sobrarías, de Alcañiz,
y el portugués Enrique Cayado. Y si había algún Carideu ó Gareth
que abandonase su nativa lengua catalana y hasta su apellido, trans-
formándole en Chariteo, no faltaban, en cambio, italianos que co-
menzasen á versificar en castellano, como Galeotto del Carretto (1).
Además del reino aragonés de Ñapóles, influyó en esta comu-
nicación intelectual el poderío de la familia de los Borjas, que tan
tenazmente española se mantuvo, aun medio siglo después de tras-
plantada á Italia, y tan vivas relaciones de parentesco y amistad
conservaba en nuestra penísula. El docto editor de los versos en
alabanza de Lucrecia, hace notar á este propósito, que en muchos
actos notariales de la familia de los Borjas, extendidos en Italia, se
emplea el dialecto valenciano: que no son pocas las cartas que nos
quedan en castellano de Alejandro VI y de sus hijos, lo cual induce
á pensar que los que formaban esta fiera colonia española en Italia
acostumbraban usar entre sí la lengua de la madre patria; y, final-
mente, que no faltan otros vestigios de costumbres y hábitos espa-
ñoles en la vida de los Borjas, puesto que de César sabemos que
era aficionado al toreo y fortísimo derribador de reses bravas, y de
su hermana Lucrecia que gustaba mucho de bailar danzas españolas,
y según un pasaje del Diario de Burchardo, solía mostrarse en pú-
blico vestida y ataviada á la española: exivit ipsa domina Lucretiá
in veste brocati auri circuíala, more hispánico, cuvi longa cauda quam
quaedam pue/la deferebat post eam (21.
Claro es que este influjo había de ser mirado con c<-\\o por los
italianos patriotas, que se dolían amargamente de la servidumbre
de su país y aborrecían de todo corazón lo mismo á los españoles
(1) El eruditísimo A. Farinelli, en un artículo de la Rassegna Bibliogm-
fua de.Ua letieratura italiana (Pisa, .Mayo de 1894), añade otros nombres en
las Froitole de Andrea Antico di Montona (Roma, 1518— Venecia, 1520) son
Castellanas nueve composiciones de las cuarenta v cinco que contiene el li-
bro. Otras tres en la misma lengua hay en [ Fioretii di Froitole (Nápo
1519). Pero Farinelli observa con razón que tales caso-, eran todavía excep-
cionales á principios del siylo xvi, y, por decirlo así, mero capricho de poe-
tas y colectores.
(2) Ed. Thuasne, m, pág. 1S0.
200 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
que a los franceses. Muestra curiosa tenemos de ello en el tratado,
ó más bien carta De educatione de Antonio Galateo (i), dirigida en
r5(">4 á Crisóstomo Colonna, que había acompañado á España, como
ayo y preceptor, al duque de Calabria, D. Fernando, hijo del des
tronado rey D. Fadrique, la cual tiene por principal, ya que no por
único objeto, precaver á aquel príncipe contra los peligros que el
Galateo imaginaba en la educación española: «Italiano te le hemos
entregado (le dice al preceptor): devuélvenosle italiano, no español».
(Italum accepisti, itahim redde, non hispanum). «¿Quieres saber lo que
i> pienso de la educación de los franceses y españoles, que más bien
» debiéramos llamar celtas é iberos, ó francos y godos? Pues ninguna
»cosa buena: menosprecian las letras, no se amoldan á nuestras cos-
tumbres ni á los preceptos de los filósofos. Ni el francés ni el espa-
»ñol estiman más que lo suyo. La sabiduría, si existe en alguna
» parte, está en los griegos, en los latinos y en los italo-griegos. [Que
»los dioses confundan por igual á los ange vinos y á los aragoneses!»
De este modo la pedantería del humanista se mezcla chistosa-
mente en el Galateo con la explosión de sus odios patrióticos. Sus
injurias hacen reir de puro feroces. No hay vicio de que no suponga
infestados á los españoles. Ellos son los que han echado á perder
la gravedad y la pureza de las costumbres italianas. Hasta les atri-
buye la importación de aquellas nefandas torpezas, que, ciertamen-
te, si hemos de atenernos á la común opinión y á los testimonios de
la historia, nunca tuvieron que aprender de nadie (y menos de pue-
blo tan austero y viril como los aragoneses y catalanes) los herede-
ros de la antigua Sibaris, de la imperial Caprea y de la que Horacio
llamó otiosa Neapolis.
(i) Era un médico humanista de Lecce, bastante olvidado hasta uues-
tros días, en que muchos opúsculos suyos, amenos é ingeniosos, y útiles par.i
el conocimiento de las costumbres de su tiempo, han ido apareciendo, ya en
el tomo vui del Spicilegium del Cardenal Mai, ya en varios volúmenes de la
magna colección de escritores de la tierra de Curanto. Muchos quedan, sin
embargo, inéditos en las bibliotecas italianas, y así de éstos como de los pu-
blicados abundan las copias. Sobre la carta De cducaüonc escribió reciente-
mente Croce en el Giornah storico della letieraiura italiana, de Novati y
Renier.
CAPITLLO XXIV 20I
A vueltas de todas estas atrocidades, el mismo Galateo nos da
curiosas noticias sobre los usos españoles introducidos en Ñapóles;
por ejemplo: los juegos de cañas y el montar á la jineta; sobre los
libros nuestros que empezaban á correr en Italia, entre los cuales
cita la Coronación, de Juan de Mena, los Trabajos de Hércules, de
D. Enrique de Villena, y la Vita Beata, de Juan de Lucena; sobre
el gran número de voces castellanas que iban penetrando en el ita-
liano de Ñapóles (v. gr.: rapaces, desenvoltura, galanes, hidalgos é
hidalguía) y sobre otros varios puntos que evidencian la creciente
español ización de la Italia meridional, contra la cual poco valían
protestas aisladas, aunque fuesen tan violentas como ésta. El mismo
Galateo, cuando vio el triunfo definitivo del Gran Capitán y la total
sumisión del reino, acabó por resignarse á aquella fatalidad histó-
rica, porque, con aborrecer mucho á los españoles, quizá aborrecía
todavía más á los franceses. Y consolándose, á estilo del tiempo,
con la esperanza de que España, señora de Italia, sería dique incon-
trastable contra la potencia del turco, escribió en 1 510 una memo-
rable carta política, en que se leen estas palabras: «No perdáis la
^ocasión, españoles: han llegado vuestros tiempos.» (Ne perdite,
Hispani, occasionem: venere vestra témpora.) Y así era en verdad,
aunque por culpas propias y ajenas, y por la perpetua instabilidad
de todo imperio humano, nuestros tiempos no durasen mucho.
Y aquí, poniendo punto á esta digresión, sobrado larga quizá,
pero no impertinente, á que la Cuestión de Amor nos ha conducido,
es hora de despedirnos del Cancionero de Valencia, haciendo mé-
rito de la más notable composición que en él se halla, puesto que
las Coplas de Jorge Manrique, únicas que pueden aventajarla, no
fueron incluidas en esa edición, aunque sí en las posteriores.
Fácilmente se entenderá que hablo de Rodrigo de Cota y de su
Diálogo entre el amor y un viejo, única poesía en que estriba su ce-
lebridad, puesto que, fuera de ella, el Cancionero no contiene de él
más que una esparsa insignificante, y son también muy escasos, y
además de poca monta, los versos suyos que se hallan en las anto-
logías manuscritas. Por lo que toca á la caprichosa atribución que
se le ha hecho, así de las Coplas del Provicial como de las de Mingo
Revulgo, ya hemos indicado en otra parte la endeblez de los fun-
202 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
damentos en que se apoya. Y lo mismo digo de la opinión que le
hace gracia del primer acto de la Celestina, siendo evidente para
mí, por razones que he expuesto en otra parte 1 1 ), que todo aquel
maravilloso libro es parto de un solo ingenio, que no puede ser otro
que el bachiller Fernando de Rojas, nascido en la Puebla de Montaí-
bán. De todos modos, con el Diálogo del amor y un viejo bástale á
Cota para su gloria. De su persona sabemos poquísimo. Era toleda-
no, y suele llamársele el Tío y el Viejo, sin duda para diferenciarle
de algún sobrino suyo que alcanzase notoriedad por uno ú otro con-
cepto. Llamóse Rodrigo de Cota de Aíaguaque, y era de raza ju-
daica; pero no sólo renegaba de tal origen, sino que parece haber
cometido la indigna flaqueza de hacer causa común con los dego-
lladores de los conversos, provocando con ello las iras de su anti-
guo correligionario Antón de Montoro, en ciertas coplas manuscri-
tas que din á conocer D. Pedro J. Pidal (2):
Dígalo, señor hermano,
Por una scriptura buena
Que vi vuestra, no de plano.
Si viniera de la mano
Del señor Lope (3) ó de Mena:
O por no crecer la cisma
Deste mal que nos ahoga.
De alguno que sin sofisma,
Loando la santa crisma,
Quiere abatir la sinoga...
La muy gran injuria dellos
Lugar hubiera por Dios
Casi de pies á cabellos,
Si por condenar á ellos
Quedárades libre vos.
Mas muy poco vos sal vastes,
No sé cómo no lo vistes,
Que en lugar de ver cegastes,
Porque á ellos amagastes,
Y á vos en lleno heriste-;.
(1) Estudios de critica literaria, segunda serie.
(2) En el prólogo al Cancionero de Buena.
(3) ;De Stúñiga:
CAPITULO XXIV 2O3
Porque, muy lindo galán,
No paresciera ser asco
Si vos llamaran Guzraán
Ó de aquellos de Velasco.
Mas todos, según diré,
Somos de Medina hu
De los de Benatavé,
Y si éstos don Moséh,
Vuestro abuelo don Baú...
Varón de muy linda vista,
A quien el saber se humilla,
Guien á prudencia conquista,
Dicen que sois coronista
Del señor Rey de Cecilia 1 .
Mas non vos pese, señor,
Porque este golpe vos den;
Sé que fuérades mejor
Para ser memorador
De los fechos de Moysén.
Oue Rodrigo de Cota fuese cronista del Rey Católico, no consta más
que por esta sátira; pero de su origen hebreo hay otra prueba irrefra-
gable en unos versos suyos, recientemente dados á luz (2), que com-
puso contra el contador mayor de los Reyes Católicos, Diego Arias
de AviJa, con motivo de haber casado un hijo ó sobrino suyo con una
parienta del gran Cardenal Mendoza, y haber convidado a la boda
que se celebró en Segovia á todos sus deudos, excepto á Rodrigo de
Cota, que se vengó con este burlesco epitalamio, leyendo el qiial la
Reina Isabel dijo que bien páresela ladrón de casa. El texto de esta
composición es obscurísimo, no sólo por el mal estado del manuscri-
to, sino por las alusiones satíricas á usos poco sabidos de la población
israelita en España; pero esto mismo acrecienta su curiosidad histó-
rica, ya que el valor poético de la composición sea enteramente nulo.
(1) Título que llevaba entonces Fernando el Católico, por vivir aún su
padre D. Juan II.
(2) Por Mr. Foulché-Delbosc, en el número primero desu interesante Re-
vuc Hispanique (Marzo 1894). El manuscrito es de nuestra Biblioteca Nacio-
nal (K-97). Por algunas alusiones del contexto de esta poesía, se inñere qué
fue escrita después de 147-'.
204 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Todo lo contrario sucede con el Diálogo del amor y un viejo, pieza
capital en la literatura del siglo xv, aunque más que á la historia de
la poesía lírica pertenezca á la del teatro. Por eso Moratín la dio ca-
bida en su libro de los Orígenes, si bien su gusto severo y meticu-
loso le llevó á mutilarla y enmendarla arbitrariamente (como hizo,
por lo demás, con todas las piezas de su colección), suprimiendo
nada menos que ciento cincuenta versos, con lo cual, si pudo darla
cierto grado de aparente corrección, impropia de la época á que
pertenece, amenguó en gran manera el raudal poético de la obra
primitiva y la despojó de su peculiar carácter. Pero si la reimprime
con infidelidad, en cambio la juzga rectamente, aunque en pocas
palabras: «Este diálogo es una representación dramática con acción,
anudo y desenlace; entre dos interlocutores no es posible exigir
»mayor movimiento teatral. Supone decoración escénica, máquina,
^trajes y aparato; el estilo es conveniente, fácil y elegante; los ver-
»sos tienen fluidez y armonía.»
Es, en efecto, un drama en miniatura, de tema filosófico y huma-
no, que tiene cierta analogía con el remozamiento del doctor Faus-
to. No sabemos si fué representado alguna vez, pero reúne todas las
condiciones para serlo, y en esto difiere de todos los demás diálo-
gos que en gran número contienen los Cancioneros, y con los cuales,
sin fundamento, se le ha querido confundir. Ni el Pleito de Juan de
Dueñas con su amiga, ni las Coplas de D. Luis Portocarrero, ni la
Querella al dios de Amor, del comendador Escrivá (que más bien
participa del género de la novela erótica), ni menos el Bias contra
Fortuna, del Marqués de Santillana, pueden ser citados como pre-
cedentes dramáticos, á no ser por el desarrollo que sus autores die-
ron al arte del diálogo. A lo sumo serán escenas sueltas; pero en la
linda composición de Rodrigo de Cota hay algo más: hay contraste
y lucha de pasiones (contienda, como el autor la llama) dentro de
un argumento que se desarrolla con dórica sencillez, sin más artifi-
cio que la viva expresión de los afectos. «Obra de Rodrigo de Cota,
»á manera de diálogo entre el amor y un viejo, que escarmentado
»de él, muy retraído, se figura en una huerta seca y destruida, do
»la casa del Placer derribada se muestra, cerrada la puerta, en una
>pobrecilla choza metido, al cual súbitamente paresce el Amor con
CAPITULO XXIV 205
»sus ministros; y aquél humildemente procediendo, y el Viejo en
ȇspera manera replicando, van discurriendo por su habla, fasta que
»el Viejo del Amor fué vencido.»
Así se encabeza el Diálogo en el Cancionero de 1 5 1 1 ; pero esta
rúbrica anuncia solamente la primera parte del Diálogo, no la se-
gunda, en que el Amor, después de logrado su triunfo, escarnece y
burla al miserable Viejo. La forma del contraste, que puede consi-
derarse como una de las elementales del arte dramático, aunque
tenga sus raíces en la poesía lírica, aparece con frecuencia en los
tiempos medios, dentro y fuera de las escuelas de trovadores: de-
bates entre el cuerpo y el alma, entre los sentidos corporales, entre
el estío y el invierno, entre el agua y el vino, entre el día y la no-
che, entre el hombre y la mujer, entre la bolsa y el dinero. Pero lo
esencial en estas composiciones es el debate, al paso que en el diá-
logo de Cota el debate está subordinado á la acción, que es el ven-
cimiento del Viejo por el Amor, y el desengaño que sufre después
de su mentida transformación.
Este carácter dramático se acentúa más en otras imitaciones poste-
riores, que, sin embargo, en prendas de estilo y versificación, no aven-
tajan á la obra de Cota, por lo cual nunca gozaron de la popularidad
de ésta (i) y han permanecido casi ignoradas hasta nuestros días.
(1) Además de figurar en todas las ediciones del Cancionero, el diálogo de
Rodrigo de Cota se imprimió muchas veces unido á otros opúsculos, tales
como las Coplas de Jorge Manrique, las de Mingo Revulgo y las Cartas en re-
franes de Blasco de Garay (por ejemplo, en la edición de Alcalá, 1564, en
casa de Pedro de Robles, y en la de Madrid, 1632, por la viuda de Alonso
Martín, donde se añadió á todo lo enumerado el Manual de Epicteto, tradu-
cido del griego por el Maestro Sánchez de las Brozas). También se halla en
el libro de los Refranes ó proverbios castellanos de César Oudin (Paris, 1609;
Lyon, 1614; Bruselas, 1634, etc.). Las ediciones sueltas son más escasas; pero
todavía hay una del siglo pasado, en la forma popular de los pliegos en cuar-
to, hecha por el famoso librero D. Pedro Alonso Padilla. Modernamente el
diálogo ha sido reimpreso en la Celestina del impresor Amarita, 1822; en los
Orígenes de Moratín — aunque con las mutilaciones que se indican en el texto;
en la p"loresta de Bóhl de Faber, que introdujo, según su costumbre, muchas
y caprichoiaa variantes; en el primitivo Romancero de Duran, y en otros va-
rios libros, aunque por lo común con poca fidelidad al texto genuino, que es
el déla primera edición del Cancionero.
206 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Es la primera un nuevo texto mucho más dilatado, ó más bien
una completa refundición del diálogo, en que se introduce un ter-
cer personaje, que es una mujer hermosa, de quien el Amor se vale
para tentar al Viejo, y en cuya boca se ponen los improperios y
burlas que el Amor pronuncia en la pieza de Cota. Este curioso do-
cumento ha sido hallado en un códice misceláneo de la Biblioteca
Nacional de Ñapóles por el erudito Alfonso Mióla, que ya por el
entusiasmo de primer editor, ya por no conocer el diálogo de Cota
más que en la mutilada edición de Moratín, se inclina con exceso á
dar preferencia á esta segunda variante, que quizá es más dramá-
tica que la primera, pero que no sólo calca servilmente sus pensa-
mientos, sino que los expresa casi siempre con mucha menos gra-
cia, viveza y naturalidad. A título de curiosidad transcribiré algu-
nas muestras de este segundo diálogo, para que se compare con el
de Cota inserto en nuestra Antología:
Las aves libres del cielo
A mi mando son sujetas:
Los peces andan con celo,
Y sienten debajo el hielo
Las llamas de mis saetas.
Á los animales torno
Fieros, que con mi centella
De mansedumbre los orno;
Es testigo el unicorno,
Qual se humilla á la doncella.
Las plantas inanimadas.
Tampoco se me defienden:
Con tal fuerza están ligadas.
Que, si no están apareadas,
Hay algunas que no prenden.
Los que están en religión,
Y los que en el mundo viven,
De cualquiera condición.
Con deseo y afición
En mí esperan y á mí sirven,
Assí que bieu me conviene
I- ste nombre dios de Amor;
Pues si el mundo placer tiene,
CAPITULO XXIV 2Cy
Yo lo causo y de mí viene,
Y sin mí todo es dolor.
Si no, dime sin pasiones
(Ya acabo, no te alborotes):
¿Quién hace las invenciones,
Las músicas y canciones,
Los donayres y los motes,
Las demandas y respuestas
Y las suntuosas salas?
¿Las personas bien dispuestas.
Las justas y ricas fiestas,
Las bordad uras y galas?
¿Quien los suaves olores,
Los perfumes, los azeytes,
Y quien los dulces sabores.
Los agradables colores,
Los delicados aíeytes?
¿Quién las finas alconzillas
Y las aguas estiladas?
¿Quién las mudas y cerillas? .
¿Quién encubre las mancillas
En los gestos asentadas?
En los viejos encogidos
Resucito la virtud:
Tornan limpios y polidos,
Y en plazeres detenidos
Les conservo la salud.
El manuscrito de esta composición es ele la primera mitad del
siglo xvi, y parece copiado por un italiano. Faltan e! nombre del
autor y el título de la obra, pero al principio se indican en latín los
personajes: Senex el Amor Midierquc pulchra forma (i).
Juan del Enzina imitó más de una vez el diálogo de Cota, al cual
parece que alude en aquel célebre villancico:
Ninguno cierre sus puertas
Si amor viniere á llamar,
Que no le ha de aprovechar.
i Un tesio drammatico spa&nuolo del X V secólo, pubblicato per la prima volt a
da Alfonso Alióla. (En la Miscellanea di l'ilologia, dedicada á la memoria del
profesor Caix y Canello. Florencia, Le Monnier, 1885.)
2C8 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Entre estas imitaciones, puede contarse la que en el Cancionero de
Enzina no lleva rótulo, y que Gallardo tituló El Triunfo de Amor;
pero la derivación es mucho más directa en la rarísima Égloga de
Cris tino y Febea, cuyo único ejemplar conocido forma parte de mi
colección (i). En esta pieza, un pastor se retira del mundo para ha-
cerse ermitaño; pero el dios de Amor envía una ninfa á tentarle,
y, vencido el ermitaño por su amor, deja los hábitos y el estado re-
ligioso.
Prescindiendo de estas imitaciones, que ya con todo rigor perte-
necen á la historia del teatro, y que sólo en ella pueden ser conve-
nientemente aquilatadas, hay otros diálogos de fin del siglo xv ó
principios del xvi, que bien puede decirse que oscilan entre los dos
géneros, aunque no se los pueda calificar enteramente de obras re-
presentables. En este caso se hallan, por ejemplo, las curiosísimas
Coplas de la Muerte como llama á un poderoso caballero, composi-
ción impresa en un pliego suelto gótico sin lugar ni año, en la cual
me parece descubrir uno de los gérmenes de El convidado de pie-
dra. Un caballero rico y poderoso celebra con sus amigos un es-
pléndido festín, en medio del cual sobreviene un misterioso perso-
naje, que no es otro que la Muerte, á quien el caballero empieza
por increpar ásperamente:
¿Quien es ese que me llama?
Vayase en hora muy buena:
Hombre soy rico y de fama,
Él viene de tierra ajena...
La Muerte se obstina en llevársele, y el caballero quiere aman-
sarla, ofreciéndola vino é invitándola á su banquete, y poniendo en
su mano las llaves de sus arcas. El desenlace es menos fúnebre que
en El Burlador, puesto que el personaje emplazado por la Muerte
se va sin obstáculo al Paraíso, después de despedirse devotamente
de su mujer y sus hijos (2).
(i) Puede verse reimpresa en el Teatro completo de Juan del E?izi?¡a, publi-
cado por la Academia Española (1893).
(2) Tuvo Salva estas rarísimas coplas, y las cita en el Catálogo de su bi-
blioteca (núm. 195).
CAPITULO XXIV 209
Pudiéramos prolongar á poca costa, pero sin gran utilidad, la enu-
meración de los poetas menores de este reinado. Nada hemos dicho.
por ejemplo, del comendador Peralvárez de Ayllón, de quien hay
en el Cancionero (núm. 884) un testamento de amores bastante bien
versificado; pero que es mucho más conocido por la extensa égloga
representable, en coplas de arte mayor, que se conoce con el nom-
bre de Comedia de Preteo y Tibaldo, por otro nombre Disputa y
remedio de amor (i), obra que sacó á luz en 1553 (2) Luis Hurtado
de Toledo, cuando ya «su anciano y sabio auctorv había pasado de
esta vida. El editor pondera con razón la «facilidad de vocablos y
vivacidad de sentencias» de esta pieza, en que hay visibles reminis-
cencias de los Remedios de Amor de Ovidio, siendo, por lo demás,
su estructura muy poco dramática.
Dado á conocer, aunque de un modo imperfecto, lo más curioso
que en el Cancionero General se contiene, procede indicar algo de
la parte exterior y bibliográfica de esta famosa compilación, del
modo cómo se formó, de su plan y distribución, y de los aumentos,
supresiones y modificaciones que fué experimentando durante el
siglo xvi. Materia es ésta que vamos á tratar muy rápidamente, para
no adelantar especies, que en otra parte tendrán lugar más propio
El Cancionero de Hernando del Castillo fué precedido por otras
colecciones análogas, aunque mucho más reducidas, entre las cua-
1 Segunda aedicion (sic) de la Comedia de Preteo y Tibaldo, llamada DispU'
la y remedio de amor, en la qual se tratan subtiles sentencias por qua tro pastores:
Hilario, Preteo, Tibaldo y Griseno: y dos pastoras: Polindra y Belisa, compues-
ta por el comendador Peraluarez de Ayllón, agora de nuevo acabada por Luys
Hurlado de Toledo: va añadida vna Égloga Silviana entre cinco pastores, com-
puesta por el mismo autor (esto es, por Luis Hurtado). En Valladoliil, impresso
con licencia por Bernardino de Sánelo Domingo. Sin año, S.°, letra gótica.
El título de segunda aedicion (si no es sinónimo de refundición) paree- in-
dicar que hubo otra primera, que será probablemente la de Toledo, 1552,
citada por Nicolás Antonio.
[La cita de Nicolás Antonio está, según todas las probabilidades, equivo-
cada, porque la primera edición toledana que se conoce es de 1553. La Co-
media Tibalda ha sido por primera vez publicada, según su forma original,
por A. Bonilla, en la Biblioiheca hispánica. Barcelona-Madrid, 1903. (A. B.)\.
(2) El original: «1552». {A. B.)
Mi Wirrttí: v Pri,avo — Poejia castellana III 14
2IO HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
les no contamos ni el llamado Cancionero de Fr. Iñigo de Mendoza,
ni el de Ramón de Lla\ ia, ni otros de fines del siglo xv, tanto por
ser muy exiguo el número de poetas que comprenden, como por el
peculiar carácter moral y religioso de casi todas las composiciones
que en ellos figuran. No sucede lo mismo con el Cancionero de Juan
Fernández de Constantina, que no sólo sirvió de prototipo al de
Castillo (al cual debió de preceder en pocos años), sino que entró
íntegramente en él, con poca diferencia en el orden de las compo-
siciones (i). Aun el prólogo de Castillo parece calcado en el de Fer-
nández de Constantina, que comienza así: «La suavidad de la bien
asonante melodía del galán y breve decir, después de haber en mi
>oreja puesto su gusto de dulzura, y á mi pecho satisfecho en mu-
»chos y largos días, me aliñó á colegir y recopilar algunas obras
»que la fama, no menos uraña que avarienta, rimadas me dejó en
»el lenguaje fabricadas.» Después de lo cual advierte que sólo los
ahincados ruegos de sus amigos pudieron moverle á publicar juntas
estas coplas, á lo cual se resistía por dos razones: «¿a primera por-
T»qne me gozaba ser yo relator de/las (es decir, repetirlas de viva
»voz); lo otro porque no viniesen á ser sobajadas de los rústicos, las
s> lenguas de los guales quasi siempre ó siempre suelen ser corrompe -
adoras de los sonorosos acentos y concordes consonantes y hermana-
*bles pies. »
Constantina precedió á Castillo hasta en cosa tan esencial como
incluir romances viejos acompañados de sus glosas, y romances
(i) Vi hace años un ejemplar completo de este rarísimo Cancionero en
Barcelona, en casa de mi difunto amigo D. Esteban Torrebadella. Otros dos
ejemplares, al parecer no enteros, se conservan en el Museo Británico de
Londres y en la Biblioteca de Munich. El título del libro dice así: Cancionero
llamado Guirnalda esmaltada de galanes y etoquentes dezires de diversos autores.
La vuelta de la portada está en blanco, y en la hoja empieza sin foliación el
prólogo, al cual sigue, después de otra página en blanco, la Tabla de las
composiciones, que ocupa cuatro páginas, leyéndose al respaldo de la última:
Cancionero de muchos é diversos autores \ copilados y i ecolegidos por Juan Fer-
mín,'-, de Costantina, vecino de Bclmez. Sigue luego el texto del Caucionero en
78 folios. No hay indicio alguno del lugar ni del año de la impresión. [Este
Caucionero ha sido reimpreso recientemente en un \olumen de la Sociedad
de Bibliófilos Madrileños. (A. B.).]
CAPITULO XXIV 21 I
modernos de trovadores, compuestos en parte como imitación ó pa-
rodia de los antiguos. Casi todos los del Cancionero General están.
ya en la Guirnalda (I), y no son la menor curiosidad de este rarí-
simo libro, donde por primera vez se imprimieron el romance del
Conde Claros, el de Fontefrida, el de Rosa fresca, el de Durandar-
te, Dur andarte y alguna otra joya de nuestra poesía popular.
Enlázanse con esta pequeña antología, que, á juzgar por su pró-
logo, ha de ser la más antigua de poesías profanas publicada en Hs-
paña, otras dos más breves y todavía más raras: el Dechado de ga-
lanes en castellano, que, á juzgar por la indicación que de él se hace
en el Registrmn de D. Fernando Colón (2), debía de parecerse ex-
traordinariamente al de Constantina y al de Castillo, si ya no era
un extracto de ellos; y el Espejo de enamorados, que existe en la
Biblioteca Nacional de Lisboa, y lleva para más claro indicio de su
procedencia el segundo título de Guirnalda esmaltada de galanes
y eloqueutes dezyres de diversos autores: en el qual se hallarán mu-
chas odras y romances y glosas y canciones y villancicos: todo muy
gracioso é muy apaziblc (3).
Estas dos coleccioncillas, de las cuales la segunda expresamente
dice haber sido formada «para mancebos enamorados», y tiene que
ser posterior á 1 527, puesto que incluye una glosa famosísima al
romance de Triste estaba el Padre Sánelo, pueden considerarse
como breves florilegios para uso de las gentes de mundo, siendo
muy de notar en ellas, por lo que indica las tendencias del gusto
público, el predominio de los romances, de los villancicos, y de otras
formas populares ó popularizadas de la lírica nacional.
Precedido por una de estas colecciones, á lo menos, y seguido á
corta distancia por las otras (sin que nos sea dado precisar la fecha
exacta, por carecer de toda indicación de año estos tres librillos),
(1) Puede verse el índice en el libro De la Poesía Heroico-Popular-Casie-
llana, del Dr. Milá y Fontanals (Barcelona, 1874, pág. 421).
(2) Número 4.1 16. Le compró D. Fernando en Medina del Campo, por 18
maravedís, en 19 de Noviembre de 1524.
(3) Vid . Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos;
tomo iv, col. 1.457. Es un opúsculo en 4.0 gótico, de 16 páginas sin foliar, á
dos columnas.
2 12 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
salió en 1 5 1 1 de las prensas de Valencia (i) el voluminoso Cancio-
nero General de Hernando del Castillo, bajo los auspicios del Conde
de Oliva, que es uno de los trovadores que en él figuran, con razo-
nable número de composiciones, que le acreditan, por lo menos, de
aficionado inteligente.
Si bien el Cancionero General anuncia pomposamente en su en-
cabezamiento que comprende «muchas y diversas obras de todos ó
»de los más principales trobadores d'España, en lengua castellana,
»assí antiguos como modernos; en devoción, en moralidad, en amo-
rres, en burlas, romances, villancicos, canciones, letras de inven-
aciones, motes, glosas, preguntas y respuestas», y el colector añade
en el prólogo que su natural inclinación le llevó á «investigar, aver
»y recolegir de diversas partes y diversos autores, con la más dili-
gencia que pudo, todas las obras que de Juan de Mena acá se es-
> crivieron ó á su noticia pudieron venir, de los auctores que en este
«género de escrevir auctoridad tienen en nuestro tiempo», es lo
cierto que su antología, aunque riquísima, puesto que consta nada
menos que de 964 composiciones, no tiene verdadero valor más
que para la época de los Reyes Católicos, y aun en lo tocante á este
período, refleja más bien el gusto personal del colector que la im-
portancia histórica de cada poeta. Además, no faltan en el Cancio-
nero atribuciones falsas, y la lección suele ser mejor en los manus-
critos, lo cual prueba haberse valido Castillo de copias que muchas
veces eran imperfectas. Así y todo, su colección es digna de la ma-
( 1 ) Cancióero general de muchos y diversos autores. Cum previlegio. (Colofón.)
La presente obra intitulada Cancionero General, copilado por Femado del Cas-
tillo. E impresso en la muy isigne cibdad de Valccia de Aragó por Xpobal Kofmó
alema de Basilea. Con previlegio Real q por espacio de cinco años en Castilla y de
diez en Aragó tío pueda ser imprimido todo ni parte del ni t raido de otra parte á
ser vendido por otras personas q por aqllas por cuyas despensas esta vez se impri-
mid, so las penas infra escritas. Es d saber de diez mil maravedís en los reytws de
Castilla y de Aragó de cien ducados y perder todos los libros. Acabóse d XV dios
del mes de Enero en el año de nra. salud de mil y quinientos y onze, etc. Folio
gótico, á dos y A tres columnas, 234 hojas foliadas, sin contar las ocho preli-
minares de portada y tabla.
Hay hermosos ejemplares en nuestra Biblioteca Nacional y en la de Pa-
lacio.
CAPITULO XXIV 213
yor estima, por lo mucho qur contiene y que no se halla en ningu-
na otra parte.
Aunque inconsecuente y mal seguido, hay en este libro un
conato de clasificación, que permite orientarse en su estudio. Co-
mienza, pues, con las obras de devoción, que son sin duda la parte
más endeble del Cancionero, y que rara vez pueden parangonarse
con lo que en este género hacían entonces otros poetas que más de
propósito le cultivaban, tales como Fr. Iñigo de Mendoza y Fr. Am-
brosio Montesino. Si se exceptúan los salmos penitenciales de Pero
Guillen de Segovia, y algún rasgo suelto del valenciano Mosén Ta-
llante, de Nicolás Núñez y de algún otro, rara vez se encuentra
emoción religiosa en estas poesías, que, por el contrario, abundan
en sutilezas y conceptos falsos, y aun en irreverencias y desvarios
teológicos, que hicieron que el Santo Oficio se mostrase inexora-
ble con ellas, haciéndolas arrancar de la mayor parte de los ejem-
plares.
Van á continuación las obras de aquellos poetas á quienes Cas-
tillo juzgó dignos de que sus versos fuesen coleccionados aparte,
formando pequeños grupos, y son principalmente el Marqués de
Santularia, Juan de Mena, Fernán Pérez de Guzmán, Gómez y Jorge
Manrique, Lope de Stúñiga, el Vizconde de Altamira, D. Diego
López de Haro, D. Luis de Vivero, Hernán Mexía, Rodrigo de Cota,
Costana, Suárez, Cartagena, Juan Rodríguez del Padrón, Guevara,
Álvarez Gato, Lope de Sosa, Diego de San Pedro y Garci-Sánchez
de Badajoz. Como en esta parte central del Cancionero no hay divi-
sión por géneros, sino por autores, léense en ella poesías de toda
clase, predominando con mucho exceso los temas didáctico-morales
y todavía más los amatorios.
Vienen luego seis breves secciones, determinadas por el género
y no por el autor, lis la primera la de las canciones glosadas, que
constan por lo común de cuatro versos, así como de ocho la glosa.
En general, puede decirse de ellas lo que dijo Juan de Valdés: «De
>las canciones me satisfacen pocas, porque en muchas veo no sé
»qué dezir bajo y plebeyo y no nada conforme á lo que pertenece
»á la canción.» Es, con todo, uno de los géneros más característicos
de la galantería cortesana; y unas pocas de Tapia, Cartagena, Es-
214 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
crivá, Nicolás Núñez y algún otro son agudas y graciosas. De los
romances ya hemos hecho el oportuno elogio. Las invenciones y
letras de justadores, en las cuales «hay que tomar y dexar» (según
el dicho de Juan de Valdés), son más bien un entretenimiento de
sociedad que un género poético. El Cancionero contiene doscientas
veinte, y en la Cuestión de amor se encuentran otras muchas. Algu-
nas, especialmente de las que recogió Castillo, tienen ingenio; por
ejemplo: la del Conde de Haro, que sacó por divisa unos arcaduces
de noria, con esta letra:
Los llenos, de males míos,
De esperanza los vacíos.
Otro pasatiempo muy análogo al anterior es el de los motes glo-
sados de damas y galanes, de que hay en el Cancionero bastante
copia. Más importantes para la literatura son los villancicos, cuyo
nombre revela ya su origen villanesco, así como su derivación de
la escuela galaico-portuguesa (cantigas de vilháo), de la que en la
versificación conservan muchos rastros (i). Eran composiciones
esencialmente musicales, y todas ellas fueron asonadas sin duda.
Pero aunque el autor del Diálogo de la lengua opina, con razón,
que los villancicos del Cancionero «no son de desechar», también
es cierto que pecan de excesivamente metafísicos y cortesanos, y
que las mejores muestras de este género lírico, tan floreciente á
fines del siglo xv, las que mejor conservan la ingenuidad y la fres-
cura de la canción popular, no hay que buscarlas allí, sino en las
obras de Juan del Enzina y en los libros de música. Las preguntas
son uno de los géneros más pueriles y fastidiosos de la poesía tro-
vadoresca, y las hay tan candidas y fáciles de resolver como el
enigma de Edipo, propuesto por Juan de Mena al Marqués de San-
tillana.
Terminados estos cinco grupos de carácter general, vuelve Cas-
Hay en el Cancionero General, con ser de fecha tan adelantada, otras
reminiscencias muy curiosas de la antigua técnica de los cancioneros galle-
gos; por ejemplo: unas coplas de bien y mal Jezi>\ que //izo un geni/7 hombre á un
tondidor. Hay también una canción de las llamadas de macho y hembra, com-
putóla y glosada por Francisco Hernández Coronel.
CAPITULO XXIV 215
tillo al sistemado poner juntas composiciones de un mismo autor,
siendo generalmente más modernos los que en esta parte de! Can-
cionero incluye: así Portocarrero, Tapia, Nicolás Núñez, Soria, Pi-
nar, Peralvárez de Ayllón, Quirós, el bachiller Ximénez y algunos
valencianos y aragoneses, de que en otro capítulo trataré más des-
pacio, tales como el Conde de Oliva, D. Alonso de Cardona, don
Francés Carros Pardo, Mosén Crespi de Valldaura, D. Francisco
Fenollete, Mosén Narcís Vínoles, Juan Fernández de Heredia, Mo-
sén Gazull, Jerónimo de Artes y otros, cuyas producciones, aunque,
por lo general, de exiguo mérito, sirven para probar la universal
difusión que ya alcanzaba la poesía castellana en los diversos reinos
de la corona de Aragón.
Cierra este voluminoso tomo la grosera serie de las obras de bur-
las, á la verdad mucho menos recargada de obscenidades en este
primer Cancionero nue en otrus posteriores. La mayor parte ele las
poesías que encierra, aunque muy libres y desaforadas en el ten-
guaje, son más bien sucias é injuriosas que deshonestas, y algunas,
especialmente de las del Ropero, que es el poeta mayor de este
grupo, podrían pasar, aun en época más culta, por chistosas, sin
daño ni peligro de barras. Aun la composición más brutal de to-
das, que es el Aposentamiento que fué hecho en la persona de un lucu-
bre muy gordo, llamado Jui'Cra, cuando estuvo en Alcalá el legado
pontificio D. Rodrigo de Borja, que luego fué Alejandro VI, no pasa
de ser una alegoría soez y confusa, en que hace todo el gasto la obe-
sidad del dicho Juvera, aposentándose en las diversas partes de su
enorme corpachón todos los del séquito del legado (i). Las coplas
del comendador Román contra Antón de Montoro, las del Conde
de Paredes contra Juan de Valladolid, y aun el convite que 1 >. Jorge
Manrique hizo á su madrastra, son documentos muy interesan-
tes para la historia de las costumbres, si bien, en clase de bro-
mas, no parezcan tan cultas y cortesanas como pudiera esperar-
se de tales personajes, especialmente del Maestre de Santiago y de
su hijo.
(1 Usoz, por DO haber visto edición del Cancionero anterior ú la de 1520,
se equivoca en suponer que no figura en el <ie Castillo, puesto que está en su
primera edición.
21 6 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Tal es el contenido de la primera y más famosa edición del Can-
cionero General, que no es, sin embargo, la definitiva de Hernando
del Castillo, puesto que en 1 5 I4> V también en Valencia (imprenta
de Jorge Costilla) publicó otra que en el rótulo se anuncia «en-
»mendada y corregida por el mismo autor, con adición de muchas
»y muy escogidas obras», las cuales en la tabla se notan con un as-
terisco. De esta edición fueron copias, al parecer, otras dos de To-
ledo, por Juan de Villaquirán, i 5 1 7 y 1520. No habiendo tenido
ocasión de cotejar estas tres ediciones, que sólo conocemos por la
breve noticia que de ellas dan Brunet, Duran y Salva, no podemos
determinar con certeza qué fué lo que se añadió ó suprimió en ellas;
pero sabemos por Gallardo y Usoz que ya en la de Toledo de 1520
está la indecentísima composición del Pleito del Manto, y no es in-
verisímil que se halle también en las dos anteriores, puesto que
precisamente en 1 5 19 y en Valencia (por Juan Viñao) fué impreso
un pequeño Cancionero de obras de burlas provocantes á risa (i), que
(1) Es uno de los libros más raros de la bibliografía española. No se co-
noce más que un solo ejemplar, existente hoy en el Museo Británico, y antes
en un club ó sociedad literaria de Londres (Royal Society of LUeratwe,
St. Martin' place). D. Luis de Usoz y Río, famoso editor de la colección de Re-
formistas antiguos españoles, tuvo el capricho, raro en un afiliado á. secta tan
rígida como la de los cuákeros, si bien muy propio de su depravado gusto,
de hacer una linda edición de este Cancionerillo (Londres, 1841, en casa de
Pickering, aunque lleva una falsa portada de Madrid, por Luis Sánchez, cuín
privilegio). Le encabezó con un docto y estrafalario prólogo, en que mezclan-
do, según su costumbre, las especies más inconexas, quiere achacar á cléri-
gos y frailes todas las inmundicias del Cancionero, como si ellos hubiesen te-
nido el monopolio de la poesía en la España antigua.
Por apéndice del Cancionero puso Usoz varias composiciones muy curiosas,
tomadas de un volumen de pliegos sueltos del Museo Británico. Entre ellas
figuran las Lamentaciones de amores de Garci-Sánchez de Badajoz, las coplas
descanta, Jorgico, canta», que parecen de Rodrigo de Reinosa; otras coplas
del mismo tal tono del baile del Villano», el lindísimo romance de una gentil-
dama y un rústico pastor, los Fieros que hace un rufián llamado Mendoza, contra
otro que se dezia Pardo, porque le requería á su amiga de amores (que también
parecen de Reinosa), y Las doce copias móntales, que se atribuyen á Pedro de
Lerma, famoso cancelario de la Universidad de Alcalá, y acérrimo secuaz de
las doctrinas de- Erasmo.
CAPITULO XXIV 217
recopila todas las del Cancionero de 1 5 1 1 . y añade otras diez muy
libres y desvergonzadas, las cuales, á excepción de una sola, pasa-
ron todas al tercer Cancionero toledano, el de 15271 de que luego
haré mención. Una de ellas es el citado Pleito del Manto, en que
intervinieron varios trovadores, entre ellos García de Astorga, que
dirige sus coplas á D. Pedro de Aguilar: composición tan escanda-
losa, que ni siquiera su tema puede honestamente indicarse aquí,
bastando decir que es una parodia de los procedimientos judiciales,
hecha con las más feas palabras de nuestra lengua. No así la Visión
deleitable, compuesta en Ñapóles, que siendo tanto ó más lasciva en
el fondo, no ofende por lo soez de la expresión, sino que procede,
á estilo italiano, por términos figurados y frases de doble sentido,
del modo que lo vemos, por ejemplo, en los Cauti carnaccialeschi
de Florencia. No se valió de este malicioso recato de expresión el
incógnito autor de la C... comedia, que es una parodia bestial y lu-
panaria de las Trescientas de Juan de Mena, acompañada de esco-
lios en prosa, sin duda con intento de parodiar también el comen-
tario de Hernán Núñez. Estas apostillas, que por lo general contie-
nen cuentos y rasgos biográficos de famosas rameras, son todavía
más desenfrenadas que el texto; pero á la verdad, están escritas con
más soltura y gracejo que él, y pueden servir como documento
para la crónica de las malas costumbres á principios del siglo xvi,
puesto que vienen á ser una especie de topografía é historia anec-
dótica de las mancebías de España, especialmente de las frecuen-
tadas por estudiantes, desde Salamanca y Yalladolid hasta Va-
lencia, donde, al parecer, fué redactado este bárbaro poema, del
cual pudiera sacarse un suplemento á nuestros diccionarios, poco
menos copioso que el Glossarium eroticwn que para la lengua latina
existe.
Esta, y el Aposentamiento de Javera (que quizá se desechó por
obscura y anticuada), fueron las únicas composiciones del Cancio-
nero de Burlas omitidas en el de Toledo de 1527, tan raro como el
primitivo de Castillo, y aun más estimable que él, no sólo por ser
caso rarísimo haber á las manos ningún ejemplar que no esté horri-
blemente mutilado, ya en la sección de obras devotas, ya en la de
burlas, ya en la una y en la otra, cuanto por el gran número de
2l8 HISTORIA DL LA POESÍA CASTELLANA
poesías añadidas que contiene; si bien sospechamos, y aun tenemos
por seguro, que la mayor parte de estas adiciones venían ya en to-
dos ó en alguno de los tres Cancioneros de 1 5 14, 1 51 7 y 1520. En
total, son 175 las composiciones que lleva de ventaja esta edición
sobre la de I 5 1 1 , pero en cambio faltan 187 de las que en ésta ha-
bía, algunas tan preciosas como la Querella de amor del Marqués de
Santillana. Las adiciones son de muy vario carácter, habiendo en-
tre ellas hasta poesías de Boscán (en metros cortos), y sonetos ita-
lianos de Rerthomeu Gentil, y capitolio en tercetos, también italia-
nos, de Tapia, y versos catalanes de Vicente Ferrandis, de Mosén
Vinyoies y otros valencianos. Pero en general predomina la escuela
antigua, representada no sólo por sus más calificados imitadores de
la primera mitad del siglo xvi, tales como el murciano D. Francisco
de Castilla, del cual se reproduce, aunque incompleto, el elegante y
filosófico diálogo entre la Miseria Humana y el Consuelo, que es
una de las mejores poesías de este tiempo y de esta manera; sino
por composiciones de trovadores de fines del siglo xv, omitidas en
la primera edición de Valencia. Particularmente se amplía la sec-
ción de los versos de Costana (incluyéndose su Nao de amor, imi-
tada de la de Juan de Dueñas), de Portocarrero, de Quirós, del co-
mendador Escriva, de Salazar, autor de una parodia del Padre
Nuestro, titulada el tPatet Noster de las mujeres», y muy especial-
mente de Garci-Sánchez de Badajoz, que continuaba estando de
moda como prototipo de finos amadores, y del cual se ponen vein-
tiséis composiciones nuevas, algunas de ellas extensas é importan-
tes, como la fantasía de las cosas de amor y las coplas contra la-
Fortuna. Pero de las cosas hasta entonces inéditas que trae este
Cancionero, la mas extensa, y al mismo tiempo una de las de más
apacible lectura, es cierto Doctrinal de Gentileza que hizo el comen-
dador Hernando de Jjidueña, Maestresala de la Reyna Nuestra Se-
ñora, obra que, á pesar de lo reciente de su fecha y de las costum-
bres palaciegas que describe, está todavía dentro de la tradición
provenzal, y, más que con El Cortesano de Castiglione, guarda rela-
ción con los Eiisenhamens del viejo trovador Amaneu des Escás,
derivación que s¡- manifiesta también en atribuir el Doctrinal al dios
de amor, sobrenombre que se dio á varios trovadores entendidos en
CAPITULO XXIV 2TQ.
estas materias, y que las trataron en modo grave y didáctico, entre
ellos á nuestro Serven de Gerona (i).
Por muy grande que supongamos (y extraordinaria era, en efecto)
la licencia de la imprenta española en el primer tercio del siglo xvi,
cuando podían circular, no á sombra de tejado, sino libremente y
con indicación de la oficina del tipógrafo, libros tales como el Can-
cionero de burlas ó las comedias Thcbayda y Seraphina, sin que ni
siquiera la Inquisición hiciese alto en ello, no á todos los lectores
había de parecer bien encontrarse en un libro de común lectura,
como el Cancionero General, que era el breviario poético de enton-
ces, con horrores tales como el Pleito del Manto ó la Visión deleita-
ble. En obsequio, pues, de las personas honestas, comenzó á ser ex-
purgado el Cancionero, siendo la primera de estas ediciones depu-
radas, la de Sevilla, 1535, por Juan Cromberger, de la cual es copia
fiel la que el mismo impresor repitió en 1540. En una advertencia
preliminar que sustituye al prólogo de Castillo, se anuncia que «se
shan quitado del dicho Cancionero algunas obras que eran muy
s>deshonestas y torpes, é se han añadido otras muchas, asi de devo-
»ción como de moralidad; de manera que ya queda el más copioso
»que se haya viste». Lo añadido, en sustitución de lo que se quita,
son 88 composiciones, entre ellas las Coplas de Jorge Manrique, y
una serie muy curiosa de obras en loor de algunos santos, sacadas
de las y astas literarias que se liasen en Sevilla por institución del
muy reverendo ¿magnífico señor el Obispo de Scalas. De estas justas,
en que por estatuto de su fundador D. Baltasar del Río sólo se usa-
ban los antiguos metros nacionales en oposición á los de la escuela
italiana, da razón Gonzalo Argote de Molina en su Discurso sobre ¿a
(1) Cancionero general. Agora nuevaméte añadido. Oirá vez ympresso con adi-
ción de muchas y muy escogidas obras. Las quales guié mas presto querrá ver vaya
a la labia: y todas aqllas q lemán esia señal + son las nuevamente añadidas.
Colofón: La presente obra intitulada cancionero general copilado por Hernando
del Castillo. En el qual van a^ora nuevamente añadidas muchas obras muy bue-
nas y quien ¡as quisiere, etc. Fué impresso en la muy noble é Imperial cibdad de
Toledo, por maestre Ramón de Petias, imprensor (sic) de libros. Acabóse á doze
dias del mes de mayo. Año del nacimiento de nuestro salvador señor jesuchrislo de
mil e quinientos e veyntc y siete años.
Folio, letra gótica, 8 hojas preliminares y 195 folios.
220 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
poesía castellana, haciendo notar su especial carácter. Entre los poe-
tas premiados ha)' nombres conocidos, como el bachiller Céspedes, el
cronista Pero Mexía, el capitán Salazar, Lázaro Bejarano, y otros (i).
Grupo distinto forman, hasta por su apariencia exterior, puesto
que son en octavo, y no en folio, los dos Cancioneros de Amberes
(por Martín Nució y Felipe Nució, 1 557 y 1573), que son los me-
nos raros ó, si se quiere, los menos inaccesibles de toda la serie,
aunque rara vez suelen encontrarse íntegros y en buen estado. La
de 1557 merece la preferencia, por contener mayor número de
obras, y entre ellas 57 que le son peculiares, habiéndolas entre ellas
muy curiosas; por ejemplo: el Hospital de amor, el Canto de Ama-
dís (poema narrativo en octavas reales, fundado en la célebre no-
vela del mismo nombre), el romance de Adonis, el de la abdicación
de Carlos V, y un grupo de sonetos, coplas y canciones nuevas hechas
en la ciudad de Londres, en Ingalaterra, año 1545, por dos caballeros
cuyos nombres se dexan para mayores cosas: con ciertas obtas de otro
autor, cuyo nombre también se reserva. De todo esto, como pertene-
ciente á la literatura del siglo xvi, no procede aquí adelantar noti-
cias, bastando decir que entre estas poesías anónimas, algunas de
ellas muy notables (2), alternan los endecasílabos italianos con las
coplas castellanas de arte mayor y menor y con las formas de la poesía
(1 Antes de pasar al Caucionero de Cromberger estos versos, habían sido
impresas aparte las Justas de San Juan Evangelista (1531), San Juan Bautista
(1532), Santa María Magdalena y San Pedro Apóstol (1533), San Pablo y Sauta
Catalina (1534). Todas se hallan juntas en un rarísimo volumen, que, proce-
dente de la biblioteca de Osuna, se custodia ahora en la Nacional. A su tiempo
volveré á hablar de ellas.
(2) Las más curiosas históricamente son las compuestas en Inglaterra poi
los caballeros del séquito de Felipe II cuando fué á casarse con la reina Ma-
ría; especialmente las cancioncillas que empiezan:
Que no quiero amores
En Ingalaterra,
Pues otros mejores
Tengo yo en mi tierra...
¡Ay, Dios de mi tierra,
Saqueysme de aquíl
¡Ay, que Iugalaterra
Ya no es para mil...
CAPITULO XXIV 221
popular ó popularizada, habiendo hasta dos composiciones de ger-
manía, las más antiguas que conocemos en este dialecto rufianesco.
La última edición de las antiguas del Cancionero, y la menos esti-
mable de todas, es la segunda de Amberes (1573), que no sólo no
añade nada, sino que suprime innumerables piezas, entre ellas todas
las de burlas.
Aparte de estas nueve impresiones del Cancionero General, se
citan vagamente otras cuya existencia es dudosa, si se exceptúa la
edición popular que en tres volúmenes pequeños publicó el librero
de Zaragoza Esteban G. de Nájera, en I 552, de la cual por lo me-
nos se conoce la segunda parte ó tomo, existente en la Biblioteca
Imperial de Viena y descrito por Wolf. Respecto de otro Cancio-
nero, también de Zaragoza y también del impresor Nájera (1554),
descubierto en la Biblioteca de Wolfembüttel por el mismo Wolf (i),
y reimpreso por Morel Fatio, no procede aquí su estudio, por cons-
tar enteramente de poesías del tiempo de Carlos V, en que alternan
las formas indígenas con las italianas, como ya lo indica el título:
zassi por el arte Española como por la Toscana-¡>. Es, por consi-
guiente, un Cancionero de transición, cuya importancia procurare-
mos aquilatar á su debido tiempo.
Aunque una parte, relativamente escasa, de las poesías del Can-
• cionero de Castillo pasó á la colección Fernández, á la Floresta de
Y un soneto, cuyo anónimo autor, que tenía el mal gusto de no gustar de las
bellezas inglesas, acaba con estos desaforados tercetos, que prueban que el
Cancionero de burlas todavía no estaba olvidado:
Me veo morir agora de penuria
En esta desleal isla maldita,
Pues más á punto estoy que Satilario;
Tanto que no se iguala á mi luxuria,
Ni la de Fray Anselmo el Carmelita,
Ni aquella de Fray Trece el Trinitario.
Este Satilario, tautas veces mencionado en poesías libres del siglo xvi, de-
bió su celebridad á cierta escandalosa glosa de La C... comedia (copla 28).
También está allí (sobre la copla 64) el cuento del Trinitario.
(1) Ein Bcitrag zur Bibliographie der c Cancioneros* (en el tomo x del Bo-
letín de Sesiones de la clase: de Historia de la Academia de Ciencias de
Viena, 1853).
•222 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Rimas de Bohl de Faber, á los dos Romanceros de Darán, y á otras
antologías menos famosas, se hacía sentir la falta de una reproducción
total de este cuerpo poético, indispensable para el estudio de la lite-
ratura de los siglos xv y xvi. Nuestra benemérita Sociedad de Bi-
bliófilos ha prestado en 1 882 el gran servicio de poner de nuevo en
circulación el Cancionero General, no limitándose á copiar la primera
edición de I 5 1 1 , sino enriqueciéndola con un apéndice de todo lo
añadido en las de 1 527, 1540 y 1557» >T con numerosas variantes
sacadas no sólo de estas ediciones, sino de otros varios libros impre-
sos y de algunos cancioneros manuscritos: trabajo por extremo me-
ritorio, como todos los que ha realizado el laborioso y discreto bi-
bliotecario D. Antonio Paz y Melia, que sin ruido ni alharacas
hace más por nuestras letras que muchos de los que tienen por ofi-
cio su enseñanza ó su crítica.
Esta publicación debe servir de punto de partida para la ilustra-
ción analítica y menuda, que todavía exigen los poetas del Cancio-
nero, y que sólo en pequeña parte hemos podido realizar por el
carácter general de nuestra obra. Encarecer la importancia del libro
de Castillo como monumento histórico y como texto de lengua, se-
ría repetir una vulgaridad de las más obvias; pero justo es añadir
que en este fárrago de versos, muchas veces medianos, suele encon-
trarse con más frecuencia que en otros centones de su género algo
que no interesa sólo al filólogo y al erudito, sino también al hombre
de gusto. Bajo tal aspecto, habría evidente injusticia en confundir el
Cancionero de Castillo con el de Baena, por ejemplo, ó con el de
Resende. Aun prescindiendo de los pocos, pero exquisitos, roman-
ces viejos, cuyo primitivo texto está allí, recuérdese el florilegio que
puede formarse con lo selecto del Marqués de Santillana, de Fernán
Pérez de Guzmán, de los dos Manriques, de Rodrigo de Cota, de
1 )iego de San Pedro, de Garci-Sánchez, de Cartagena, de Montoro,
de Alvarez Gato y de otros que omitimos por no repetir tantas
veces unos mismos nombres. Aun en los poetas más triviales de La
colección, en los que no lucen más que un artificio huero y una
mera facilidad de rimar, hay por lo menos condiciones técnicas muy
estimables: casi todos versifican bien, y en los metros cortos quizá
no han sido superados nunca, á no ser por aquellos discípulos suyos
CAPITULO XXIV
del siglo xvi, Castillejo, Montemayor, Silvestre, que apoderándose
de estas formas, ya vacías de contenido pero siempre galanas, las
infundieron un espíritu nuevo, así en la lírica como en la sátira.
Conviene huir, pues, del cómodo sistema de condenar á carga ce-
rrada esta poesía sin leerla como debe leerse, esto es, poniéndola en
relación con los elementos sociales que la produjeron y con el medio
en que se desarrolló. Estudiada así, no sólo enseña mucho que no
está en las crónicas, sino que á veces agrada é interesa. El Cancionero
General se formó á bulto, como dice muy exactamente Lope de Vega,
y por eso hay en él desigualdades grandes, según el parecer del mismo
preclaro ingenio; pero lo bueno es bastante para compensar ó hacer
mas llevadero el hastío que produce lo mediano, que es naturalmente
lo que más abunda. Aun en tiempos en que dominaba la crítica aca-
démica, hubo ya quien sacara buen partido de los poetas del Cancio-
nero, hasta para poner ejemplos de estilo. Mayans en su docta Retó-
rica (que en esta parte es la mejor y más útil que tenemos ) los cita ;';
cada paso, y no se harta de ponderar el maravilloso juicio y gravedad
de Hernán Pérez de Guzmán y Jorge Manrique; el ingenio, discre-
ción y gracia de su tío Gómez, de Hernán Mexía, de Nicolás Núñez,
de D. Luis de Vivero, del comendador Escrivá, del vizconde de Alta-
mira, y el natural decir de todos ellos, suelto, castizo y agradable.
No hemos terminado aún el examen de la abundante producción
poética del tiempo de los Reyes Católicos. Todavía nos falta estudiar
al mayor poeta de este período, es decir, á Juan del Enzina, y fijar
luego la consideración en los ingenios aragoneses, entre los cuales so-
bresale D. Pedro Manuel de Urrea, y en los portugueses del Cancio-
nero de Resende, que escribieron en lengua castellana. V, finalmente,
diremos algo del autor de la Propaladla, considerado como lírico, y
de los numerosos autores de pliegos sueltos que conocida ó verisí-
milmente son anteriores á Cristóbal de Castillejo, en quien comienza
un nuevo período para esta escuela, remozada y transfigurada ente-
ramente por él. Pero todo esto será materia del capítulo (i) siguien-
te, ya que éste se ha dilatado más de lo que pensábamos, y quizá
mis de lo que puede tolerar la paciencia de nuestros lectores.
El original: * volumen». .1 II. .
CAPÍTULO XXV
[JUAN DEL ENZINA: SU BIOGRAFÍA; SUS OBRAS MUSICALES; SUS PRODUC-
CIONES literarias: su Cancionero; ¿sv doctrina literaria, según su
Arte de la Poesía Castellana; dirección de juan del enzina en las
vías del renacimiento clásico: su adaptación de las Bucólicas de
VIRGILIO AL METRO CASTELLANO; SUS DONES POÉTICOS; LAS obras á lo
divino; poesías alegóricas y profanas; villancicos y glosasj7su
VERDADERO PUESTO EN LA HISTORIA DE LOS ORÍGENES DEL DRAMA NA-
CIONAL; OBRAS DRAMÁTICAS DE JUAN DEL ENZINA \ SU INFLUENCIA EN
LA ESCENA NACIONAL.]
Por el número y variedad de sus producciones; por el feliz con-
sorcio que en muchas de ellas hicieron la musa popular y la erudi-
ta: por su doble carácter de poeta y preceptista; por su importan-
cia en la historia del arte lírico-musical, y, finalmente, por su
venerable representación en los orígenes de nuestra escena, es Juan
del Enzina el ingenio más digno de estudio entre cuantos florecie-
ron en tiempo de los Reyes Católicos. No pretendemos abarcar en
este bosquejo los múltiples aspectos de tan interesante figura. Sólo
á título de poeta lírico figura en este libro (i) Juan del Enzina, y
á tal consideración habremos de subordinar nuestro trabajo, donde
sólo incidentalmente pueden entrar los demás merecimientos artís-
ticos que hacen el nombre de Enzina tan recomendable.
La biografía de este preclaro varón, casi ignorada hasta nuestros
días, á pesar de los loables conatos de D, Gregorio Mayans, en su
Noticia de los traductores de Virgilio; de D. Leandro Fernández de
El original: «esta antología». [A. B.'i
■snr.z y Pelaío. — Poesía catttllama. III. 13
226 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Moratín, en su obra clásica sobre los Orígenes de nuestro teatro; de
Gallardo, en sus inestimables cédulas bibliográficas, y de Fernando
Wolf, en un breve artículo de la Enciclopedia de Grüber, va reci-
biendo en estos últimos años inesperada claridad, por virtud de los
felices hallazgos y de las doctas inducciones de varios eruditos y
aficionados (l). Quedan, sin embargo, muchos vacíos y no pocos
puntos opinables, que sólo en una monografía podrían tratarse á
fondo.
Ateniéndonos á lo más cierto y averiguado, comenzaremos por
decir que no hay duda en cuanto al año del nacimiento del poeta,
aunque pueda haber alguna en cuanto á su patria. Nació en 1469,
puesto que tenía cincuenta años cumplidos al emprender su pere-
grinación á Jerusalén, en 1519» según él mismo declara, en pésimos
metros, en su Trivagia (2). Fué hijo de la ciudad de Salamanca, ó
de un lugar cercano llamado Encina, según opinaba D. Bartolomé
Gallardo, fundándose en estos versos de un villancico suyo:
¿Es quizá vecina
De allá, de tu tierra?
— Yo soy del Encina,
Y ella es de la sierra...
(1) Cañete (D. Manuel): Teatro completo de Juan del Enema, publicado por
la Academia Española en 1893, con adiciones del Sr. Barbieri.
Asenjo Barbieri (D. Francisco): Cancionero musical español de los siglos XV
y XVI, publicado por la Academia de San Fernando en 1890.
Cotarelo (D. Emilio): Juan del Encina y los orígenes del Teatro español (ar-
tículos publicados en La España Moderna, 1894).
Mitjana (D. Rafael): Sobre Juan del Encina, músico y poeta. Nuevos datos
para su biografía. Málaga, 1895.
[Díaz -Jiménez y Molleda (D. Eloy): Juan del Encina en León; Madrid,
1909. fAZ?,)]
(2) Los años cincuenta de mi edad cumplidos,
Terciado ya el año de los diez y nueve;
Después de los mil y quinijiitos encima,
Y el fin ya llegado de la vera prima,
Que el día es prolijo, la noche muy breve,
Mi cuerpo y mi alma de Roma se mueve.
Tomando la vía del sanio viaje...
CAPITULO XXV 227
A lo cual puede añadirse este paso, todavía más significativo, en
que el poeta parece distinguir entre su nacimiento en la aldea y su
crianza en la Universidad salmantina:
Aunque sos destos casares
De aquesta silvestre encina,
Tú sabrás dar melecina
A mis cuitas y pesares,
Pues allá con escolares
Ha sido siempre tu crio...
De los alegres tiempos de su vida estudiantil queda memoria
en el Aucto del Repelón, primero aunque rudísimo esbozo del
entremés castellano. Puede conjeturarse que fué en Humanida-
des uno de los primeros discípulos del maestro Nebrija, puesto
que la doctrina métrica que en su Arte de la poesía castellana
expone, está substancialmente conforme con la que aquél había
enseñado en su Gramática Castellana. Es sabido que Nebrija vol-
vió de Italia en 1 47 3, y que la primera edición de su Arte latino
se hizo en 1481, que es aproximadamente la fecha en que Juan
del Enzina debía contarse entre la regocijada turba escolar de Sala-
manca, que bebía de los labios del ilustre filólogo andaluz la ense-
ñanza y el espíritu del Renacimiento. Entonces adquirió Enzina
ia cultura clásica de que da muestra en su elegante paráfrasis de
las Bucólicas virgilianas, y que le fué útil hasta para sus ensayos
dramáticos, donde se mezclan las reminiscencias de la antigua poesía
pastoril con la tradición del drama litúrgico y popular de los tiem-
pos medios.
La vocación poética, así como la musical, se desarrolló muy pron-
to en Juan del Enzina. La mayor parte de las obras de su Cancio-
nero, según él afirma en la dedicatoria á los Reyes Católicos, *fue-
ron hechas desde los catorce anos hasta los veinte y cinco», por lo
cual invoca en su favor el privilegio de menor edad. Probable-
mente como músico, más bien que como poeta, entró muy joven
al servicio del duque de Alba D. Eadrique Álvarez de Toledo, aca-
so por recomendación de su hermano D. Gutierre, cancelario de
la Universidad de Salamanca en los mismos años en que Enzina
estudiaba.
228 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
La época de mayor actividad literaria de nuestro poeta puede
fijarse entre I492, fecha de su imitación de las églogas de Virgilio,
y 1496, en que por primera vez aparecieron sus obras recopiladas
en un Cancionero, que, además de la parte lírica (poco aumentada,
y aun mermada, en las ediciones sucesivas), contiene ya ocho de
sus piezas dramáticas, cuyas rúbricas nos informan de las circuns-
tancias de la representación, que fué puramente doméstica, toman-
do parte en ella el autor mismo, que hace frecuentes alusiones á los
sucesos de su tiempo, por lo cual es fácil casi siempre ia determi-
nación de las fechas. Aderezábanse estas sencillas representaciones,
ora sagradas, ora profanas, con la música y letra de los villancicos
que el mismo Juan del Enzina componía para solaz de sus nobles
patronos, y que en gran parte se encuentran asonados en el Can-
cionero musical de la biblioteca de Palacio, que descifró é ilustró
Barbieri.
La más antigua de estas composiciones escénicas, que es una
égloga de noche de Navidad representada en I492, nos permite
fijar la fecha en que Juan del Enzina entró como familiar en
el castillo de Alba de Tormes, puesto que en ella se muestra
muy alegre é ufano., porque sus señorías le habían ya recebido por
suyo. Fué sin duda el director de espectáculos, el arbiter elegan-
tiarum de su palacio, lo mismo en las regocijadas noches de antruejo
ó Carnestolendas, que en aquellos días en que devotamente se
conmemoraban la Pasión ó la Resurrección de Nuestro Señor
Jesucristo.
De una de las églogas de Juan del Enzina, consta que fué repre-
sentada en presencia del príncipe D. Juan, que debe contarse entre
los Mecenas de nuestro poeta, puesto que á él está dedicada la tra-
ducción de las bucólicas virgilianas. La inesperada muerte de aquel
príncipe en 1497, inspiró al vate salmantino una que llamó Tragedia
trovada, sin duda por lo doloroso del' asunto; pero que nada tiene
de dramática, siendo meramente un poema en coplas de arte mayor,
conforme al estilo de Juan de Mena.
De 1498 es una égloga, comúnmente llamada la de las grandes
lluvias, por aludirse en ella á las copiosísimas que cayeron en di-
cho año. De ella se infiere que Juan del Enzina pretendió inútilmen-
CAPITULO XXV 22g
te por aquellos días una plaza de cantor, vacante en la catedral de
Salamanca (i).
Quizá el fracaso de esta pretensión suya fué lo que le indujo á
(0
Juan.
Y acuntió que en aquel día
Era muerto un sacristán.
RODRIGACHO.
¿Qué sacristán era, di?
Juan.
Un huerte canticador.
Antón.
¿El de la igreja mayor?
Joan.
Ese mesmo.
RODRIGACHO.
¿Aquese?
Juan.
Si.
RODRIGACHO.
¡Juro á mi
Que canticaba muy bien!
MlGUELLEJO.
¡Oh, Dios lo perdone, amén!
Antón.
Hágante cantor á ti.
RODRIGACHO.
El diabro te lo dará,
Que buenos amos te tienes;
Que cada que vas é vienes,
Con ellos muy bien te va.
MlGUELLEJO.
No están ya
Sino en la color del paño;
Más querrán cualquier extraño
Que no á ti que sos d'allá.
RODRIGACHO.
Dártelo han, si son sesudos. < Sigue U nata.)
23O HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
buscar fortuna en Italia como profesor de su divino arte. Del largo
período en que residió en Roma, y que fué sin duda capital para el
desarrollo de su talento artístico en el doble concepto de la música
y de la poesía, tenemos muy obscuras, vagas y contradictorias no-
ticias, algunas de las cuales deben rechazarse en absoluto, como la
de haber sido Juan del Enzina, en tiempo de León X, maestro de la
Capilla Pontificia; cargo honorífico que entonces, y aun mucho des-
pués, no se concedía más que á obispos y altos personajes eclesiás-
ticos, como oportunamente recuerda Barbieri. Pudo ser y es verisí-
mil que fuese cantor de la capilla del Papa; pero ni aun eso se ha
probado hasta ahora con documento fehaciente.
Muy natural parece que influyesen en el gusto de Juan del Enzi-
na los primeros conatos de la Talía italiana, como influyeron poco
después en Forres Naharro; pero lo cierto es que la única pieza de
nuestro salmantino que con certeza conste haber sido compuesta en
Roma, la Égloga de Plácida y Victoriano (que el autor del Diálogo
de la lengua prefería á todo lo restante de sus obras), aunque más
Juan.
Sesudos é muy devotos;
Mas hanlo de dar por votos.
RODRIGACHO.
Por votos no, por agudos.
Aun los mudos
Habrarán que te lo den.
Juan.
Mia fe, no lo sabes bien;
Muchos hay de mí sañudos.
Los unos no sé por qué,
É los otros no sé cómo,
Ningún percundio les tomo,
Que nunca lie lo pequé.
Miguellejo.
Á la fe,
Unos dirán que eres lloco,
Los otros que vales poco.
Juan.
Lo que dicen bien lo sé.
CAPITULO XXV 23I
larga que cualquiera otra de sus farsas, sagradas ó profanas, nada
presenta en su artificio que substancialmente la distinga de las an-
teriores; y si alguna influencia coetánea puede reconocerse en ella,
es la de la famosa novela de Diego de San Pedro, Cárcel de amor,
en lo que toca al suicidio del héroe; y la de las irreverentes paro-
dias de Garci Sánchez de Badajoz en la Vigilia de la enamorada
muerta, que fué probablemente la principal razón que tuvo el San-
to Oficio para poner esta égloga en su índice .
Lo que no puede dudarse es que algunas de las piezas de Juan
del Enzina fueron representadas en Roma, y ante un auditorio, si
por una parte muy aristocrático, por otra nada ejemplar en sus cos-
tumbres y diversiones. Asi lo prueba un curiosísimo documento no
citado todavía por los eruditos españoles, aunque divulgado ya en-
tre los italianos. Stazio Gadio, escribiendo al Marqués de Mantua
desde Roma, le describe una cena que en la noche del IO de Agos-
to de 1 5 13 había dado el Cardenal su primo, á la cual había asistido
el marquesito Federico Gonzaga, que á la sazón no pasaba de los
diez años; siendo los demás comensales el Cardenal de Aragón, el
Cardenal Sauli, el Cardenal Cornaro, algunos obispos y caballeros, y
la cortesana Albina. El jueves anterior la recreación había sido en
casa del Cardenal de Arbórea, donde se había recitado en español una
comedia de Juan de la Enzina, asistiendo á ella piü puttane spagnuole
che uamini italiani (1). Ambas fiestas fueron verdaderas orgías, y
todavía se refieren otras más escandalosas en la correspondencia
del mismo agente mantuano (2).
(1) A. Graí, Attraverso i!. Cinquecento ,Torino, i88S*, páginas 264-265, refi-
riéndose á la carta publicada por Luzio, en su Memoria sobre Federico Gonza-
ga ostagio alia corte di Giulio //.en el Are. della R. Societa Romana di Sioria
patria).
(2) Por ejemplo, la cena de 1 1 de Enero del mismo año 1513, también en
casa del Cardenal de M.-ntua, y en la cual, además de los comensales ya cita-
dos éntrelos cuales no falta, por supuesto, la famosa Albina), estuvieron el
Arzobispo de Salerno, el de Spalatro, el Obispo de Ficarico, Bernardo da
Bibbiena (que fué después cardenal, autor de la desvergonzadísima comedia
Calandria, una de las más antiguas del teatro italiano) y el bufón de León X
Fr. Mariano, que hizo á la mesa sus acostumbrados caprichos. Por final, dice
candorosamente el narrador: Dopo cena, iasso judicar a V. Ex. che si fece.
232 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Puede afirmarse casi con seguridad que la comedia representada
en el banquete del Cardenal de Arbórea fué la de Plácida y Vito-
ria/io, que Juan del Enzina compuso en Roma, según terminante-
mente afirma Juan de Valdés, y de la cual Moratín cita una edición
romana de I5I4> que no ha sido descubierta hasta ahora, pero que
debe de existir, puesto que su fecha concuerda admirablemente con
los datos transcritos. Y corno no es de suponer que á tan ilustres
personajes como los que realzaron el esplendor de aquel fastuoso
sarao, se les fuesen á servir manjares fiambres, creemos sin escrú-
pulo que la égloga fué escrita ad hoc y representada por primera
(y acaso única vez) en los primeros días de Agosto de 1 5 1 3-
Y aquí la imaginación puede darse libre camino, reconstruyendo
á su placer aquella pagana fiesta, con cuyo tono cuadraban á mara-
villa los chistes más que deshonestos de Eritea y Fulgencia, que
debieron de hacer morir de risa al Cardenal Cornaro, no menos que
á la sigi/ora Albina.
Para entonces la fortuna mostraba mejor semblante á Juan del
Enzina, acaso por influjo de algún Mecenas desconocido, que bien
pudo ser el Cardenal de Aragón. Obtuvo, pues, sucesivamente, aun
antes de ser clérigo de misa, varios beneficios y prebendas eclesiás-
ticas que, según era frecuente en la relajada disciplina de aquellos
tiempos, tuvieron más de nominales que de efectivos, salvo en lo de
cobrar las rentas, puesto que de la residencia se curó poco ó nada,
pasando la mayor parte del tiempo in curia.
Según noticias que un curioso del siglo pasado extractó en el ar-
chivo de la Santa Iglesia de Salamanca, y que desde aquella ciudad
fueron comunicadas en 1867 á D. Manuel Cañete, cuando se ocu-
paba en preparar su edición del teatro de Enzina (i), el Papa Ale-
jandro VI, en 15 de Septiembre de 1 502, hizo merced á nuestro
poeta de una ración de la catedral de Salamanca, vacante por muer-
te de Antonio del Castillo. En la Bula se llama á Enzina Clérigo
(1) El documento original no ha sido encontrado aún, por haber cambiado
de numeración los legajos de aquel archivo, pero no parece que puede du-
darse de su existencia, puesto que lo que se cita de su contenido nada afirma
qae sea inverisímil, y que no encaje perfectamente con todo lo demás que
sabemos de la vida de Enzina.
CAPÍTULO XXV 233
salmantino , Bachiller, familiar de S. S. y residente en la curia
romana.
Seis años después, había ascendido de la categoría de racionero á
la dignidad de arcediano de Málaga. El archivo capitular de aquella
iglesia, explorado en buena hora por el inteligente aficionado musi-
cal D. Rafael Mitjana, nos ofrece interesantes y copiosos datos so-
bre esta época de su vida. Extractaremos lo más esencial.
En el acia del cabildo celebrado el día 1 1 de Abril de 1 509, cons-
ta: que el honrado Pedro Hermosilla, vecino desta dicha cibdad, ex
hibió una presentación firmada del Rey D. Fernando, dando cono-
cimiento al cabildo de que el Nuncio de S. S., con asentimiento de.
obispo de Málaga D. Diego Ramírez de Villaescusa, había hecho co-
lación y canónica institución al licenciado D. (sic) Juan del Enzina.
clérigo de la diócesis de Salamanca, del Arcedianazgo Mayor «y ca-
longía á él anexa, desta dicha iglesia y cibdad de Málaga», por re-
nuncia que había hecho en sus manos el licenciado D. Rodrigo de
Enciso, maestro en Sagrada Teología y último poseedor de aquella
dignidad. Tomóse juramento y dióse posesión al mencionado Pedro
de Hermosilla, como procurador de Juan del Enzina, firmando el
acta Gonzalo Pérez, notario apostólico y secretario del Cabildo.
Hasta el 2 de Enero de 1 5 IO no consta que Juan del Enzina resi-
diese en Málaga, ni se lee su nombre en ninguna acta capitular. En
Marzo de dicho año, fué comisionado por su Cabildo para ir á la
corte, juntamente con el canónigo D. Gonzalo Pérez, para que
«paresciesen ante SS. MM. el Rey y ¡a Reina, y ante su Consejo é
Contadores mayores, y practicasen cuantas diligencias fuesen con-
ducentes sobre la Dotación y Privilegio desta Santa Iglesia y de su
mesa capitular». Acompaña á esta acta una «Nómina é Instrucción
de los documentos que se entregaron á los dichos señores y de lo
que habrán de solicitar, y particulares que habrán de tener presen-
te», documento de gran valor, porque al pie de él se conserva el
único autógrafo hasta ahora conocido de la firma y rúbrica de Juan
del Enzina, archidiaconus malacitanus. En 14 de Octubre fué lla-
mado por los señores del Cabildo, y en 20 de Noviembre daba
cuenta del feliz resultado de su comisión.
A todo esto, el arcediano poeta continuaba sin ordenarse, de lo
234 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
cual sus émulos se valieron para excluirle del Cabildo, á lo menos
por algún tiempo, y reducir á la mitad los emolumentos de su pre-
benda. En 14 de Julio de 1 51 1, «se expuso por el señor Arcediano
Don Juan del Enzina, que había llegado á su conocimiento que el
Cabildo había ordenado ciertos estatutos en que se mandaba que el
presidente que por derecho fuese en la dicha iglesia, no pudiese
convocar á Cabildo sin expreso mandato de todo él. Que dicho se-
ñor, como presidente, derogaba y contradecía el citado estatuto,
por quanto era en perjuicio de los demás presidentes y le quitaba
su libertad de presidencia. Se acordó que se le oía y que se le daría
respuesta, y se le mandó salir fuera del Cabildo. Luego se trató y
platicó por el Cabildo que ningún canónigo ni dignidad que no fuese
ordenado in sacris, no debe ser admitido á Cabildo ni ser recibido
su voto, así por lo que disponen los cánones, como por el estatuto
de esta Santa Iglesia. Y así se acordó que se notificase al dicho se-
ñor Arcediano de Málaga, y al licenciado Pedro Pizarro, canónigo,
que, mientras aquéllos no eran ordenados in sacris., se abstengan
del ingreso en dicho Cabildo si no fuese por su mandado». Y en el
acta de 21 de Agosto se previno que «al señor Arcediano se le diese
la mitad del pan que le cabía por el repartimiento, por quanto, por
no estar ordenado de sacerdote según derecho, no debía percibir
más de la mitad de su prebenda».
Así y todo, Juan del Enzina debía de ser personaje de mucha
cuenta en su iglesia. Lo prueba el haber llevado su representación
en el Concilio Provincial de Sevilla. Consta en el acta de l.° de Ene-
ro de 1 5 12, que se le concedió «poder para que pareciese ante el
Reverendo Sr. Arzobispo de Sevilla en el Concilio Provincial que
se hacía, en nombre de este ilustrísimo Cabildo, y su mesa capitular,
para que solicite las cosas que le convengan y fueren en pro y uti-
lidad deste Cabildo, y apele de las que contra éste se dieren». Y
del cumplimiento de la comisión testifican varios libramientos á fa-
vor de Enzina, por cuenta de los gastos de su viaje á Sevilla.
Pero como siempre tenía puestos los ojos en Roma, centro de sus
aficiones artísticas, pronto halló medio de volver á visitarla, aunque
sin abandonar el cuidado de los negocios de su Cabildo. En 7 de
Mayo de I 5 12, solicitó y obtuvo que los capitulares le concedieran
CAPITULO XXV 235
todos los días que le cupiesen de recles, para ir á Roma y otras par
tes donde dijo tener necesidad de ir. En 1 5 de Noviembre seguía
allí, puesto que se le encomendó la diligencia de traer el privilegio
de confirmación de su iglesia, «por cuanto era persona hábil y en-
tendida, y se hallaba al presente en aquella ciudad •>.
Allí compuso la Égloga de Plácida y Vitoriano, pero no creo que
pudiese dirigir la representación ni saborear los vítores con que Ín-
ter pocula la celebrarían los alegres comensales del Cardenal de Ar-
bórea, porque en 13 de Agosto (el mismo mes en que se represen-
tó) estaba ya de vuelta y asistía á un cabildo en Málaga. Su residen-
cia fué cortísima, como siempre. Primero la eludió con una comisión
en la corte de Castilla sobre cierto pleito (acta de 7 de Octubre), y
luego no pensó más que en volver á Roma, donde tenía altos pro-
tectores, granjeados sin duda con su talento de músico y poeta. En
31 de Marzo de 1 5 14> anunció á sus compañeros de coro que esta-
ba ya de camino, y les requirió formalmente para que se le abona-
ran todos los días de recles. Esta vez, el Cabildo no quiso pasar por
ello, y le castigó privándole de parte de su beneficio. Pero los tiem-
pos eran de tal laxitud canónica, y tan bien quisto andaba en la cu-
ria romana el castigado Arcediano, que no le fué difícil obtener an-
tes del 14 de Octubre «ciertas bulas» del Papa León X, «sobre la
diligencia de su ausencia, para que estando fuera de su iglesia, en
corte de Roma, por suya propria cabsa ó ajena, no pudiese ser pri-
vado, molestado ny perturbado, no obstante la institución, erección
ó estatutos de la dicha iglesia».
Y en efecto, todo el año de 1 51 5 permaneció en la alma ciudad,
á la sombra del gran Mecenas de los literatos y artistas del Renaci-
miento. Pero apenas había vuelto á poner el pie en tierra española,
el 21 de Mayo de 1 5 16, recibió una carta en que el Obispo de Má-
laga, D. Diego Ramírez de Villaescusa, Presidente que había sido de
la Cnancillería de Valladolid, y á la sazón Capellán Mayor de la Rei-
na Doña Juana, le intimaba, bajo pena de excomunión y de privación
del beneficio, comparecer en la dicha villa de Valladolid, donde en-
tonces se hallaba la Corte, para tratar con él de ciertos negocios,
que ignoramos cuáles fuesen, pero que seguramente no le pararon
perjuicio, quizá porque continuaba escudándole la protección del
236 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLA>"A
Papa Médicis, á quien debió por aquellos días el nombramiento de
«Sub Colector de Espolios de la Cámara Apostólica», cargo lucra-
tivo y holgado, que le permitió continuar faltando á la residencia
todo aquel año y el siguiente, y librarse finalmente de ella, median-
te permuta que hizo con D. Juan de Zea, del Arcedianazgo Mayor
de Málaga, por un beneficio simple de la iglesia de Morón. Así se
notificó al Cabildo en 21 de Febrero de 1519, con presentación de
una carta real de Doña Juana y D. Carlos, autorizando la permuta,
y una bula del Papa León X confirmándola.
Resignó Juan del Enzina el Arcedianazgo en manos de S. S., perú
no consta que tomase posesión del beneficio de Morón, ni apenas
hubiera tenido tiempo para ello, puesto que en Marzo del último
año había sido ya agraciado por el Papa con el Priorato mayor de
la iglesia de León, del cual se posesionó por procurador el día 14
del expresado mes, constando en el acta capitular que seguía resi-
diendo en Roma (i). ■
Por entonces se había verificado una mutación radical en su espí-
ritu, frivolo y mundano hasta aquella hora, entregado no sólo á los
deleites artísticos, sino á otros menos espirituales. Su edad, que ya
pasaba de los cincuenta años, y sin duda desengaños y pesadum-
bres que la vida no perdona á nadie, habían abierto su ánimo á ideas
de devoción y de reforma moral, y empezaban á labrar en su inte-
(1) Dice así esta acta, descubierta por D. Juan López Castrillón y comuni-
cada por él á Barbieri, que. la dio á luz en su Canciotiero Musical (pág. 29):
«En el cabildo alto de la iglesia de León, lunes, catorce días del mes de
• marzo de mil ó quinientos é diez é nueve años, estando los señores en su ca-
bildo, seyendo primieiero el reverendo señor D. Felipe Lista, chantre de la
» dicha iglesia, estando el señor Antonio de Obregón, canónigo, en nombre é
-. como procurador del señor Juan del Enzina, residente en la corte de Roma,
»presentó ante los dichos señores una bulla é presentación del Priorazgo de
>la dicha iglesia, fecha al dicho Juan de la Enzina por nuestro muy santo pa-
»dre por resignación de mi señor García de Gibraleón, é por virtud de la cual
»é del juramento fulminado, pidió ó requirió á los dichos señores que le die-
»sen la possesión, c luego los dichos señores le dieron la dicha possesión é le
»asignaron locación in capitulo et choro, é juró en forma de ánima de su parte
»de observar sus estatutos et consuetudines. Testigos los señores Francisco de
> Robles, é Matheo de Arguello, ó Alonso García, canónigos.»
CAPITULO XXV 237
rior un hombre nuevo. Quería ser verdadero sacerdote, y prepararse
á tan sublime ministerio con ayunos, limosnas, romerías y peregrina-
ciones. Así lo anuncia, en versos más píos que elegantes, al princi-
pio cié la Trivagia:
Los años cincuenta de mi edad cumplidos,
Habiendo en el Mundo yo ya jubilado,
Por ver todo el resto muy bien empleado.
Retraje en mí mesmo mis cinco sentidos,
Que andaban muy sueltos, vagando perdido-.
Sin freno siguiendo la sensualidad.
Por darles la vida conforme á la edad,
Procuro que sean mejor ya regidos.
Agora que el vicio ya pierde su fuerza,
La fuerza perdiendo por fuerza su vicio,
Conviene á la vida buscar ejercicio,
Que vaya muy recto, y acierte, y no tuerza.
El libre albedrío, que á vicio se esfuerza,
Al tiempo que tiene su flor juventud,
Gran yerro sería, si á la senectud,
Que le es necesario, virtud no le fuerza.
Con fe protestando mudar de costumbre,
Dexando de darme á cosas livianas,
Y á componer obras del Mundo ya vanas:
Mas tales que puedan al ciego dar lumbre.
¡Oh voluntad mía! ;Qué quieres obrar
Agora en tal tiempo, sino romerajes,
Ayunos, limosnas y peregrinajes,
Que á tal tiempo debes orar y velar?
¡Oh Sol de Justicia! Alúmbrame el alma,
Y el cuerpo y la vida me limpia de escoria:
No puedo sin gracia entrar en la Gloria,
Ni haber la Corona de Triunfo y de Palma.
A->í que ya venga la Gracia, y no tarde,
NTi tarde la vicia de se convertir,
Agora no es hora que yo más aguarde,
Habiendo cumplido los años cincuenta,
A me preparar, á dar á Dios cuenta,
Mostrándome pigro al bien y cobarde.
238 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Entonces resolvió ir en peregrinación á los Santos Lugares, y
decir allí su primera misa:
Tomemos la vía de Jerusalem,
Do fué todo el precio de tu Redempción.
Las jornadas pueden seguirse una á una en el itinerario poético
que á su vuelta publicó en Roma en 1 521 con el título de Trivagia,
obra de devoción más que de literatura, pero que ofrece algún inte-
rés como viaje y se recomienda por lo candoroso y sencillo del
relato.
Eran los fines de la primavera de 1 5 19 cuando Juan del Enzina
salió de Roma por la puerta del Pópulo y tomó ¡a vía de Ancona,
visitando en el tránsito la Santa Casa de Loreto en compañía de tres
Dálmatas
Disformes de traje, mas no de persona,
De honestas costumbres, según lo que vía;
Hiciéronme, cierto, buena compañía,
Maguer yo pensase ser gente ladrona.
En Ancona se embarcó para Venecia con tres frailes flamencos;
pero «los vientos contrarios y perversos aires» les hicieron desem-
barcar á media navegación y tomar postas hasta Chiozza, de donde
pasaron por agua á la ciudad reina del Adriático.
Mucho le deleitó el maravilloso espectáculo de Venecia, aunque
la encontró algo lastimada ó decaída en su comercio á consecuencia
de los descubrimientos y navegaciones de los portugueses, á cuyas
manos comenzaba á pasar el tráfico de la especería. El trozo en que
canta las grandezas de la ciudad de las lagunas, es uno de los más
felices que tiene el poema:
Ciudad excelente, del Mar rodeada,
En agua zanjada, de zanja tan fina,
Tan única al mundo, y tan peregrina,
Que ciertu parece ser cosa soñada.
No sé quién la puede saber comparar,
Según el extremo que en ella se encierra,
Que estáis en la mar, y andáis por la tierra,
Y estáis en la tierra, y andáis por la mar:
Las más de las calles se pueden andar
CAPITULO XXV '¿39
Por mar y por tierra, por suelo y por agua:
De Palas es trono, de Marte gran fragua,
Que bien cien galeras, y aun más puede armar.
Aquel mesmo día, no harto y cansado
De ver y rever tan gran maravilla,
Topé con personas de nuestra Castilla,
Que cierto me hobieron muy mucho alegrado...
Estos castellanos le dieron nuevas de la llegada, pocos días an-
tes, de un ilustre peregrino que también se encaminaba á Jerusalén,
D. Fadrique Enríquez, Marqués de Ribera y Adelantado Mayor de
Andalucía,
De sangre muy noble, de ilustre linaje,
De quatro costados de generaciones,
Enriquez, Riberas, Mendozas, Quiñones:
Señor muy humano, muy llano en su traje,
Muy gran justiciero, verídico y saje,
Más hombre de hecho que no de apariencia...
Este gran señor, pues, que se hallaba rico de muebles y herencia
y que á su vuelta á Sevilla había de eternizar su nombre, juntando
las lindezas del arte mudejar y los primores del Renacimiento en el
maravilloso edificio vulgarmente conocido con el nombre de Casa
de Pi/atos, había salido de la suya de Bornos en 24 de Noviembre
de 1 5 18 con poco acompañamiento de criados; y, uniéndose á él
los demás romeros, fletaron pasaje en dos naves, que se hicieron á
la vela para Levante el l.° de julio de 1519. En las dos mil millas
de navegación que hay de Venecia á Jaffa, no tuvieron accidente
alguno de tormenta, viento contrario ni asalto de corsarios. Pasaron
de largo las costas de Istria, Esclavonia, Dalmacia y Albania: se de-
tuvieron dos días en la isla de Rodas, ocupados principalmente en
la contemplación de las devotas reliquias que allí había; y sin hacer
gran caso de las poéticas islas del Archipiélago,
Con fábulas falsas muy mucho estimadas,
atravesaron pacíficamente el golfo de Setelías y surgieron en Joppe
ó Jaffa, donde tuvieron que esperar en los barcos cinco ó seis días
hasta que se les diera salvoconducto y una escolta de guardas y
24O HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
o-uías moros y turcos. Hicieron el viaje en asnos, muías y camellos,
y el 4 de Agosto llegaron á Jerusalén, donde fueron recibidos y aun
agasajados, en lo que consentía su pobreza, por el guardián y los
franciscanos del Monte Sión. Más de doscientos peregrinos habían
salido de Venecia, pero antes de llegar al término del viaje habían
perecido catorce. Dos ó tres de ellos habían muerto de sed y calor
en la terrible siesta que pasaron en el desierto de Ramah.
El aspecto físico de la Tierra Santa, no menos que el abandono en
que yacían iglesias y santuarios, impresionó dolorosamente al poeta:
La tierra es estéril y muy pedregosa...
Yo, cierto, lo tengo por admiración,
Que aquella haya sido la de Promisión:
Con todo la estimo por más que preciosa.
¡Oh tierra bendita, do Christo nació,
Do grandes injurias por nos padeció,
Pasiones, tormentos, y al fin cruda muerte,
Mis ojos indignos ya llegan á verte,
Y á do resurgiendo al Cielo subió!
A esta cristiana efusión no corresponden desgraciadamente las
fuerzas de nuestro ingenioso autor, que había nacido para la poesía
ligera y no para la sublime, y que se encuentra como anonadado
bajo el peso de la terrible majestad del argumento. Su descripción
es un puro inventario sin ningún color poético, en versos que apenas
lo parecen, y que allá se van con la prosa rudísima de su compañero
de viaje el Marques de Tarifa. Tres noches oró y meditó en el San-
to Sepulcro Juan del Enzina, con pío y contrito corazón, pero sin
que una centella de poesía bajase á su alma. El carbón de Isaías no
encendió sus labios: quizá fuera éste el mayor castigo de sus deva-
neos anteriores.
En el Monte Sión dijo su primera misa dos días después de lle-
gar: véase de que modo tan pedestre nos noticia del mayor acon-
tecimento de su vida espiritual:
Dios sea loado, que gracia me dio,
Que el día primero, que allí dentro en, re,
Con el Marqués mesmo me comunique,
CAPITULO XXV 241
Que un Capellán suyo nos comunicó (i):
Y aquel fue Padrino, que me administró
En mi primer Misa, que allá fui á decilla
Al Monte Sión, dentro en la Capilla,
A do el Sacramento Christo instituyó...
En el mismo tono están hechas todas sus descripciones, hasta la
de Belén, hasta la del Calvario. Tanto prosaísmo aflige, sobre todo
cuando se recuerdan los versos profanos del poeta. Acaso la edad,
madurándole el seso, le había agostado la lozanía del ingenio, con-
jetura que se fortalece teniendo en cuenta que la Trivagia es la
última producción suya que conocemos. Por maravilla se registra
en sus versos alguna impresión pintoresca, como el recuerdo de la
vega de Granada en presencia del valle de Jericó:
Que propio semeja, si buen viso tengo,
La vega en España, que vi de Granada.
Sobre la vuelta no da pormenor alguno, salvo que se embarcaron
en Jafa el 19 de Agosto, y que emplearon más de dos meses en la
travesía, con veintidós días de escala en la isla de Chipre, pasando
en todo el viaje mil penalidades, en que el Marqués de Tarifa dio
continuo ejemplo de humildad, resignación y fortaleza.
En Venecia fué la despedida y dispersión de los viajeros, enca-
minándose el Marqués á Sevilla, donde entró en 20 de 'Octubre, y
(i) Es decir, nos dio la comunión.
Este capellán del Marques de Tarifa, á quien algunos han confundido con
Juan del Enzina, se llamaba Juan de Tamayo, según consta en un documento
del Archivo de la casa de Alcalá (hoy de Medinaceli), dado á luz por Cañete
y Barbieri:
«Yo Gil de Galdiano, canónigo de Tudela, doy fe que confesé al Sr. D. Fa-
drique Enríquez de Ribera, Marqués de Tarifa, en Jerusalén, dentro en la
Iglesia del Santo Sepulcro, sábado en la noche seis días del mes de Agosto de
quinientos é diez é nueve años, é yo Jvan de Tamayo, clérigo español, doy
fee como otro día siguiente, domingo siete del dicho mes de Agosto en la
mañana, comulgué al dicho señor Marqués dentro en la capilla del Santo Se-
pulcro, diciendo misa encima del con su hábito blanco vestido y con la cruz
de la orden de Santiago, puesta en 61, y porque es verdad firmamos aquí
nuestros nombres. Fecho en Jerusalén, etc., etc.»
Mbnkkdez y Pki.ato. — Poesía castellana. III. id
242 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
dirigiéndose Juan del Enzina á Roma, donde le placía vivir, y donde
imprimió al año siguente la tantas veces citada relación de su viajo
en 213 coplas de arte mayor (i), la cual, á pesar de su exiguo mé-
rito literario, logró, por su doble carácter de libro de viajes y libro
de devoción, más popularidad que ninguna otra de las obras de En-
zina, llegando sus impresiones hasta fines del siglo pasado.
En el preludio de la Trivagia anunciaba el poeta una nueva edi-
ción de todas sus obras, delante de las cuales iba como batidor
aquel poema, cuyo número de estancias no había querido que lle-
gasen á trescientas, por no entrar en competencia con Juan de Mena:
Y porque ya el pueblo de mí nuevas haya,
Viaje ¡sus! andar: tú sé precursor
Del advenimiento de aquella labor
De todas mis obras, que ya están á raya,
Labor que es en Lacio nacida y en Roma,
Por dar cuenta á todos, y á gloria de Dios.
Jamás tan gran causa, tan justa y tan buena
Yo tuve de obrar, como hora me sobra;
Por tanto yo quiero que vaya mi obra
(1) Esta primera edición de la Trivagia está citada por Nicolás Antonio,
pero no sé que ninguno de los bibliógrafos modernos haya llegado á verla.
Hay muchas posteriores, entre ellas las de Lisboa, 1580; Sevilla, por Fran-
cisco Pérez, 1606; Lisboa, por Antonio Alvarez, 1008; Madrid, 1733, por Fran-
cisco Martínez Abad, y 1786, por Pantaleón Aznar (que es la más común), con
el título de Viaje y Peregrinación que hizo y escribió en verso castellano el fa-
moso poeta Juan del Enzina \ en compañía del Marqués de Tarifa, en que refiere
lo ?nás particular de lo sucedido en su Viaje y Santos Lugares de Jerusalem. Al-
gunas de estas ediciones llevan unida la relación en prosa del Marqués de
Tarifa, así encabezada: « Este es el libto de el viaje que hize a Jerusalem, é de
todas las cosas que en él me pasaron, desde que salí de mi casa de Hornos, miér-
coles 24 de Noviembre de 1518, hasta 20 de Octubre de 1520, que entré en Sevilla,
yo Don Fadrique Enrriquezde Ribera, Marqués de Tarifa. No puedo decir si
en las más antiguas se halla el Romance y sania de todo el viaje de Joan del En-
cina, que comienza:
Yo me partiera de Roma
Para Jerusalén ir...
romance pedestre y de ciego, de cuya autenticidad dudan algunos, no sé con
qué fundamento.
CAPITULO XXV 2J.J
En arte mayor que más alto suena:
Mas no que traspase mi cálamo y pena,
Poco más ó menos, de coplas docientas,
Pues llevan en todo la flor las trecientas,
Ninguno se iguale con su Joan de ¡Mena.
Tai compilación quedó en proyecto, y ninguna obra de Enzina
posterior á la Trivagia ha llegado á nosotros. Es más; tampoco te-
nemos noticias seguras de lo restante de su vida. No consta que
llegase á residir en su priorato de León (i), ni siquiera se sabe cuánto
tiempo le conservó. Algunos dicen que fué canónigo de la catedral
de Salamanca y catedrático de música en su Universidad, pero nin-
guna de estas especies tiene comprobación hasta ahora. También
es incierta la fecha de su muerte, que el cronista de Salamanca Gil
González Dávila (2) pone en 1534, añadiendo que fué enterrado en
la catedral y que allí se le erigió un monumento, de todo lo cual no
queda ningún otro vestigio.
Afortunadamente, la riqueza de las obras de Juan del Enzina
compensa con creces esta penuria de datos acerca de su vida. Son
estas obras de dos géneros: musicales y literarias. El hallazgo
de las primeras, ignoradas hasta nuestros días, y que han venido
á derramar inesperada luz sobre uno de los períodos más obs-
curos é importantes de nuestra evolución artística, se debe exclu-
sivamente á la pasmosa y feliz diligencia del castizo é inolvidable
compositor español D. Francisco Asenjo Barbieri, que juntó á los
lauros de la inspiración creadora los del estudio razonado y eru-
dito de la historia de su arte. Barbieri tuvo la suerte de descu-
brir en la Biblioteca del Palacio de nuestros reyes un inapreciable
Cancionero musical de los siglos xv y xvi, le transcribió en nota-
ción moderna, y le ilustró con abundantes comentarios y notas
biográficas de los poetas y de los compositores. Entre unos y
otros descuella indudablemente Juan del Enzina, hasta por el nú-
(1) Hay noticias de la permanencia eje Encina en León desde el 2 de
Octubre de 1536, hasta el 27 de Enero de 1529. Es seguro que había muerto
á fines de (529 ó principios del año siguiente. (A. B.).
(2) Historia de las antigüedades de la ciudad de Salamanca, 1602, pá-
gina 576.
244. HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
mero de sus obras, que llega á sesenta y ocho, contándose entre
ellas la mayor parte de los villancicos con que terminan sus pie-
zas dramáticas, lo cual permitiría hoy mismo ejecutarlas acompa-
ñadas de la música que les puso su autor; y es dato que puede
servir á los inteligentes para penetrar más á fondo el peculiar carác-
ter de este embrión de drama lírico-musical, en el que se hallan
los más remotos orígenes del espectáculo conocido entre nosotros
con el nombre de zarzuela.
En nuestra incompetencia para juzgar á Juan del Enzina como
artista musical, nos remitimos al juicio de quien lo fué tan eminente.
«Cuando todos los compositores de Europa (dice) procuraban en
sus obras hacer gala de los primores del contrapunto, con desprecio
casi absoluto del sentido de la letra, hallamos en el Cancionero mu-
chas composiciones en las cuales la música se subordina de una ma-
nera muy notable á la poesía. En esto Juan del Enzina se muestra a
gran altura, siendo sus obras dignas de particular estudio; alguna de
ellas se adelanta de tal modo á su siglo, que parece escrita en el
presente» (i).
Esta eficacia expresiva, esta subordinación de la música á la le-
tra, que jueces tan competentes como Barbieri y Pedrell estiman
como el carácter más visible de la individualidad artística de Juan
del Enzina, se explica muy naturalmente por su educación literaria
y por su doble condición de músico y poeta. Por este inseparable
maridaje que en su mente se establecía entre las dos artes del so-
nido, se comprende también que como poeta brillase sobre todo en
los villancicos y otras composiciones ligeras destinadas á ser pues-
tas en música; y que sean musicales y no pintorescas las condicio-
nes que principalmente realzan sus versos.
Hemos dicho que el mismo poeta, siendo todavía muy joven,
recogió los que hasta entonces tenía hechos, en un copioso Cando -
ñero, impreso en Salamanca en 1496, y reimpreso en Sevilla, 1501;
(i) Véase el Cancionero musical de los siglos XV y XVI, transcrito y co-
mentado por Francisco Asenjo Barbieri, individuo de número de la Real Aca-
demia'de Bellas Artes de San Fernando Publícalo la misma Academia, iSgo.
El número tota] de composiciones del Cancionero (todas con letra y música)
son 460.
CAriTULO xxv 243
Burgos, 1505; Salamanca, 1507 y 1509; Zaragoza, 1512 y 1516 (i).
Todas estas ediciones se cuentan entre los libros más peregrinos de
la bibliografía española, y probablemente hubo otras que no han
llegado á nuestros tiempos. No es igual el contenido de todas ellas,
siendo muy notables las añadiduras que en la parte dramática con-
tienen las de Salamanca, 1 507 y 1 509; esta última, la más com-
pleta, ó digámoslo con más propiedad, la menos incompleta de to-
das. Fuera de la colección quedaron siempre otras obras de Enzina,
como el poema de la Trivagia, no compuesto ni impreso hasta 1 52 1,
y las églogas de Plácida y Vitoriano y Cristi tío y Febea. De varias
( 1 Cancionero de las obras de Juan del Enzina.
Colofón: t.Deo gracias. Fue' impreso en Salamanca d veynte días del mes de
Junio de Mill.CCCC. e XCV1 años.* Fol., let. gótica, 196 hojas, sin incluir el
título. (Biblioteca de la Real Academia Española. Hay otro en la del Escoria!.
— Sevilla, 1501, por Juanes de Pegnicer y Magno Herbst, 16 de Enero
de 1501. (Biblioteca ducal de Wolfembüttel.)
— Cancionero de todas las obras de Juan del Enzina, con otras añadidas.
« Fué empreñada esta presente obra en la muy noble e muy leal cibdad de Bur-
gos por Andrés de Burgos, por mandado de los honrrados mercaderes francisco
aada e Juan Thomds Aavario: la qual se acabó a xiii di as de Febrero en el año
del Señor Mili y quinientos y cinco.* Fol., let. gót., 101 hojas. (Biblioteca Nacio-
nal; procedente de la de Bólh de Faber.)
— Cancionero de todas las obras de Juan del Enzina.
« Fué esta presente obra empr-imida por Hans Gysser alemán de Silgenstat en
la muy noble e leal cibdad de Salamanca: la qual acabóse a V. de enero del año
de mili quinientos e siete.* (Biblioteca de Palacio.)
— Cancionero de todas las obras de Juan del Enzina, con las coplas de Zam-
bardo e con el Auto del Repelón .. e con todas otras cosas nuevamente añadidas.
« Fué esta presente obra emprimida por Hans Gysser, alemán de Silgenstat,
en la muy noble e leal cibdad de Salamanca: la qual dicha obra se acabó a J del
mes de Agosto del año de 1^0^ años.* Fol., let. gót., 104 hojas. (Biblioteca Im-
perial de Viena y Biblioteca particular que fué de D. Pascual de Gayangos.
— Zaragoza, 1512. (Mayans es el único que cita esta edición.)
— Cancionero de todas las obras de Juan del Fuzi/ia.
*J'ué imprimido el presente libro lia/nado Cancionero, por Jorje Coci, en Cl¡-
ragoca. Acabóse a xv dias del mes de deziembre. Año de mili e quinientos e dezi-
seys años.* Fol. let. gót., 98 hs. dobles. (Biblioteca Nacional. Magnífico ejemplar
que perteneció á D. Agustín Duran. Salva tuvo otro.)
Gallardo (tomo 11 de su Ensayo, art. Enzina) es quien más detalladamente
describe la mayor parte de estas adiciones.
246 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
poesías insertas en una ú otra de las ediciones del Cancionero, como
los famosos Disparates trovados, la Justa de Amores, y la Tragedia á
la muerte del Príncipe Don Juan, se conocen ediciones sueltas; y de
seguro hubo más, en esa forma de pliegos sueltos, que fué durante
el primer tercio del siglo xvi el vehículo principal de nuestra poesía
popular y popularizada. Ya antes de 1496 corrían mucho, no sabe-
mos si de molde ó de mano, las composiciones de Juan del Enzina,
y había quienes se las usurpaban y corrompían, y otros que se bur-
laban de ellas y de su autor. De estos detractores y maldicientes se
queja él bajo su acostumbrado disfraz de pastor, en una de sus Re-
presentaciones, prometiendo sacar para Mayo (de 1 496) la copiiación
de todas sus obras... por que no pensasen que toda su obra era pasto-
ril, más antes conociesen que á más se extendía su saber:
Déjate desas barajas.
Que poca ganancia cobras:
Yo conozco bien tus obras:
Todas no valen dos pajas.
JUAN
No has tú visto las alhajas
Que tengo só mi pellón;
Esas obras que sobajas.
Son regojos e migajas
Que se escuelan del zurrón.
Aunque agora yo no travo
Sino hato de pastorea.
Deja tú venir el Mayo,
Y verás si saco un sayo
Que relumbren sus colores.
Sacaré con mi eslabón
Tanta lumbre en chico rato,
Que vengan de cualquier hato
Cada cual por su tizón.
Darles he de mi montón
Bellotas para comer;
Mas algunas tales son,
Qu'en roer el cascarón
Habrán harto que hacer.
CAPITULO XXV . 247
MATEO
Pues yo te prometo, Juan,
Por más ufano que estés,
Que te dé yo más de tres
Que lo contrario dirán;
Que bien sé que mofarán
De tus obras é de ti...
Los contemporáneos sabrían muy bien quiénes eran estos ému-
los literarios de Juan del Enzina, pero nosotros mal podemos adivi-
narlos á través de los disfraces de Juan el Sacristán, de Pravos el
Gaitero, del Carillo de Sorbajos, del Sobrino del Herrero y otros ta-
les con que el poeta los apoda, retándolos con singular arrogancia
y satisfacción de' sí propio ante sus señores los Duques de Alba:
Delante de esos señores
Quien me quisiere tachar,
Yo me obrigo de le dar
Por un error mil errores.
Tenme por de los mejores;
Cata que estás engañado;
Que si quieres de pastores
O si de trobas mayores,
De todo sé, ¡Dios loado!
Y no dudo haber errada
En algún mi viejo escrito;
Que cuando era zagalito
Non sabía cuasi nada;
Mas agora va labrad;;
Tan por arte mi labor,
Que, aunque sea remirada,
No habrá. cosa mal trobada,
Si no miente el escritor...
En el prólogo del Cancionero repite estas quejas, tanto por lo
que toca á la depravación que sufrían los partos de su ingenio, como
respecto de la censura agria y descomedida que algunos hacían de
ellos:
«Andaban ya tan corrompidas y usurpadas algunas obrecillaa
t mías que como mensajeras había enviado adelant--, que ya no mías,
3- mas ajenas se podían llamar; que de otra manera no me pusiera
248 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
»tan presto á sumar la cuenta de mi labor é trabajo. Mas no me
»pude sufrir viéndolas tan mal tratadas, levantándoles falso testimo-
h nio, poniendo en ellas lo que yo nunca dije ni me pasó por pen-
» Sarniento. Forzáronme también los detractores y maldicientes, que
» publicaban no se extender mi saber sino á cosas pastoriles é de
»poca autoridad; pues si bien os mirado, no menos ingenio requie-
bren las cosas pastoriles que otras; mas antes yo creía que más. Mo-
»vime también á la copilación destas obras, por verme ya llegar á
sperfeta edad y perfeto estado de ser vuestro siervo.»
Antes de entrar en la vasta selva de las poesías de Juan del En-
zina, conviene decir algo de su doctrina literaria, expuesta en un
breve, pero muy curioso tratado, que con el título de Arte de la
Poesía Castellana encabeza su Cancionero, y es la principal, aunque
no muy lucida muestra, de la preceptiva de fines del siglo xv. Juan
del Enzina pertenecía á la escuela de los trovadores cortesanos, y
su opúsculo está, como no podía menos, en la tradición de las artes
poéticas provenzales, que se remonta hasta el siglo xm con la
Dreita maniera de trotar de Ramón Vidal de Besalú; adquiere á
mediados del xiv proporciones de farragosa enciclopedia en las Leys
d'amors de Guillermo Molinier, y pedantesca sanción en el malhada-
do Consistorio de Tolosa; recibe aplicación á la lengua catalana en
los diccionarios rítmicos de Jaime March y Luis de Aversó, que en
tiempo de D. Juan I trasplantan á Barcelona aquella institución ya
entonces anacrónica y funesta á los progresos de la legítima poesía;
y logra eco en Castilla merced al candido diletantismo de D. Enri-
que de Villena en sus fragmentos del Arte de la Gaya Scimcia, y á
la varia y curiosa erudición del Marqués de Santillana en su célebn'
Proemio al condestable de Portugal. Pero si Villena es un mero re-
petidor de las artes métricas de los tolosanos, Santillana, hombre de
mucho más entendimiento y de más selecta y digerida cultura, lec-
tor asiduo de los clásicos italianos en su original y de los latinos si-
quiera fuese en traducciones, se eleva á ciertos conceptos generales
acerca de la poesía, no reduciéndola al mero artificio de los versos,
y presenta ya, aunque en embrión, algunas ideas estéticas.
Juan del Enzina, venido rn edad más adelantada, cuando ya
había triunfado en nuestras escuelas la pura noción del Renací-
CAPITULO XXV 249
miento, por el esfuerzo de aquel gran varón <zel dotíssimo maestro
» Antonio de Lebrixa, el que desterró de nuestra España los barbarís-
imos que en la lengua latina se habían criado», tomó por modelo su
Arte de romance, según él mismo confiesa. Y así como el Nebrisense
había creído, algo prematuramente, que nuestra lengua estaba tan
empinada é polida, que más se podía temer el descendimiento que la
subida, así su discípulo salmantino, creyendo con toda ingenuidad
que «nunca había estado tan puesta en la cumbre nuestra poesía é
amanera de trobar», entendió ser cosa muy provechosa «ponerla
»en arte é encerrarla debajo de ciertas leyes é reglas». El Renaci-
miento penetra de varios modos en, esta Poética; y ante todo real-
zando el concepto del arte por sus orígenes semidi vinos (puesto
que en verso se dieron los oráculos y vaticinios), por su mayor an-
tigüedad sobre la oratoria, por su maravilloso efecto para excitar y
aquietar los ánimos é inducirlos y arrastrarlos á la guerra ó á la paz,
como lo prueban los clásicos ejemplos de Tirteo y de Solón, alega-
dos á este propósito por Enzina; y, finalmente, por el prestigio y la
veneración de que le rodearon los antiguos como parte esencial de
la cosa pública. «Que cierto si no fuera la poesía facultad honesta,
ano creo que Sófocles alcanzara magistrados, preturas y capitanías
»en Atenas, madre de las ciencias de humanidad.» A los ojos de
Juan del Enzina, el título clásico de poeta vale mucho más que el de
trovador, con toda la diferencia que hay de señor á esclavo, de capi-
tán á hombre de armas subjeto á su capitán, de músico á cantor, de geó-
metra á pedrero. No cita poeta alguno español anterior á Juan de
Mena, y declara paladinamente que los grandes modelos están en
la Italia antigua y moderna: «De aquí creo haber venido nuestra
amanera de trobar, aunque no dudo que en Italia floreciese primero
»que en nuestra España é de allí decendiesse á nosotros, porque si
»bien queremos considerar según sentencia de Virgilio, allí fué el
»solar del linaje latino, é quando Roma se enseñoreó de aquella
atierra, no solamente recebimos sus leyes é constituciones: más aún
»el romance, según su nombre da testimonio: que no es otra cosa
»nuestra lengua sino latín corrompido... Cuanto más que claramente
aparece en la lengua italiana haber habido muy más antiguos poe-
sías que en la nuestra: así como d Dante, é Francisco Petrarca, é
2 c HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
»otros notables varones que fueron antes, é después, de donde mu-
»chos de los nuestros hurtaron gran copia de singulares sentencias,
»el cual hurto, como dice Virgilio, no debe ser vituperado, mas diño
»de mucho loor cuando de una lengua en otra se sabe galanamente
acometer. Y si queremos argüir de la etimología del vocablo, si bien
^mirarnos, trovar, vocablo italiano es, que no quiere decir otra cosa
■ytrovar en lengua italiana, sino hallar. ¿Pues qué cosa es trovar en
»nuestra lengua, sino hallar sentencias é razones é consonantes é
»pies de cierta medida adonde las incluir é encerrar? Así que con-
.->cluyamos luego el trovar haber cobrado sus fuerzas en Italia é de
'allí esparcídolas por nuestra España, adonde creo que ya florece
>más que en ninguna otra parte.»
Olvida, pues, Juan del Enzina, no solamente la antigua poesía
narrativa y juglaresca, la cual no creemos, sin embargo, que mirase
con tanto desdén como el Marqués de Santillana, relegándola á la.
¿entes de baja y servil condición, puesto que él mismo hizo roman-
ces, si bien puramente líricos, y glosó felizmente algunos temas de
la canción popular; sino la misma escuela del Mediodía de Erancia,
la que fué madre de todas en el lirismo cortesano, la que inició a
españoles y á italianos en las artes de trovar. ¡Fenómeno por cierto
digno de consideración! En esta Poética, que si se atiende sólo á lo
que enseña sobre el mecanismo de la versificación, parece un iruto
tardío de la escuela tolosana, como que desciende todavía á expli-
car las galas del encadenado, del retrocado, del redoblado, del multi-
pilcado y del reiterado, ni una vez suena el nombre de los pro-
venzales, inventores de tan revesada técnica. No solamente se
habían olvidado ya sus versos, sino que tampoco se leían sus poé-
ticas. El artificio de su prosodia se había incorporado ya en la
métrica de nuestros poetas palaciegos, y nadie se cuidaba de su
origen.
Reaparecen también en el Arte de trabar ciertos conceptos gene-
rales de la preceptiva clásica: la distinción aristotélica entre la
ciencia y el arte, definido como conjunto de observaciones sacadas
de la flor de l uso de varones doctísimos, é reducidas en reglas e pre-
ceptos; la alianza del ingenio y del estudio, tal como en la Epístola
á los Pisones se recomienda: «Pien sé que muchos contenderán para
CAPITULO XXV 25I
»esta facultad ninguna otra cosa requerirse salvo el buen natural, y
^concedo ser esto lo principal y el fundamento; mas también afirmo
»polirse y alindarse mucho con las observaciones del arte, que si al
»buen ingenio no se juntase el arte, sería como una tierra frutífera
»y no bien labrada.» Pero, de los críticos antiguos, á quien con más
frecuencia cita es á Quintiliano, y en su doctrina sobre la educación
del orador se apoya para inculcar al poeta la observancia de los
preceptos de la elocución pura, elegante y alta, y el continuo ejer-
cicio de la lectura en los mejores autores latinos y vulgares, para
formar el estilo y adquirir copias de sentencias. Y aun en la parte
métrica procede con ciertas aspiraciones clásicas, solicitando en el
poeta entendimiento, no ya sólo de los géneros de versos, sino de
los pies y de las sílabas y de la cuantidad de ellas, si bien en esta
parte no va tan lejos como el maestro Nebrija, que, asimilando
nuestros metros á los latinos, encontraba en los romances tetráme-
tros yámbicos, y en los versos de arte mayor adónicos doblados.
Juan del Enzina no entra en tan eruditas disquisiciones, para las
cuales se reconoce falto de saber; y traza un brevísimo arte de ver-
sificación enteramente práctico, reduciéndose lo demás del tratado
á algunas observaciones de puntuación y lectura y á otras bastante
sensatas sobre las licencias y los colores poéticos, de los cuales dice
que no se deben usar muy á menudo, porque «el guisado de mucha
miel no es bueno sin algún sabor de vinagre» (i).
Más claramente todavía que su Poética (en la cual luchan dos in-
fluencias contrarias y quedan muchos vestigios del gusto de la
Edad Media) marca la dirección de Juan del Enzina en las vías del
Renacimiento clásico, muchos años antes de su ida á Italia, su tra-
ducción libre, ó más bien adaptación, de las Bucólicas de Virgilio al
metro castellano: la más antigua que yo sepa que de ningún poeta la-
tino se intentase en esta forma. Las traducciones de la Eneida, de las
Metamorfosis, de las Heroídas, de la Farsalia y de las Tragedias de
(i) He reimpreso dos veces este tratarlito, primero en los apéndices al
tomo n de la Historia de las ideas estéticas en España, y después en el tomo v
de mi * Antología.
* Kl original ¡i.)
252 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Séneca, hechas en el siglo xv, habían sido en prosa, generalmente ru-
dísima, calcando groseramente el texto al modo de las versiones in-
terlineales, sin ninguna atención al sentido poético, y con un hipér-
baton tan estrafalario y pedantesco, que para entender la versión es
preciso recurrir continuamente al original. Juan del Enzina, que en:
poeta, procedió con las Bucólicas muy de otra manera que D. En
rique de Yillena con la Eneida, y en vez de prosa crespa, dislocada
y rimbombante, hizo hablar al mantuano en coplas de arte menor,
muy anacrónicas ciertamente, pero fáciles y graciosas. Interpretó
libremente á Virgilio con un desenfado que ya degenera en irreve-
rencia y parodia, cambiando los asuntos de las églogas, aplicándolas
á las circunstancias históricas de su tiempo, haciendo hablar á los
pastores arcádicos la lengua de los labriegos del campo de Sala-
manca: todo esto con brío, con desenvoltura, sin romper los odres
bastante estrechos de la versificación cortesana, pero derramando
en ellos, aunque á pequeñas gotas, un licor mucho más suave y
exquisito que el que antes solían contener.
No se le ocultaban las dificultades de su empresa: lo poco traba-
jada que estaba todavía nuestra lengua poética para tales ensayos,
lo que él llama: «el gran defecto de vocablos que hay en la lengua
^castellana en comparación de la latina; de donde se causa en mu-
chos lugares no poderles dar la propia significación, cuanto más que
»por razón del metro é consonantes seré forzado algunas veces de
^impropiar las palabras, é acrecentar é menguar, según hiciese ñ
ími caso, é aún muchas veces habrá que no se pueda traer al pro-
opósito... Mas en cuanto yo pudiere é mi saber alcanzare, siempre
í>procuraré seguir la letra, aplicándola á vuestras más que reales
»personas, y enderezando parte dellas al vuestro muy esclarecido
» príncipe D. Juan. Por no engendrar fastidio á los lectores desta obra
>( añade en la dedicatoria al Príncipe) acordé de la trobar en diver-
»sos géneros de metro y en estilo rústico, por armonizar con el
» poeta, que introduce personas pastoriles.»
Indicaremos algunas de estas aplicaciones á la historia contem-
poránea. En la égloga primera: Melibeo... «habla en persona de los
^caballeros que fueron despojados de sus haciendas, por ser rebel-
»des, conjurando con el Rey de Portugal que de ("astilla fué alzado»;
CAPITULO XXV 253
v Títiro, en nombre de los arrepentidos, que no perseveraron en su
rebeldía y contumacia contra la Reina Católica.
Aún es más singular la transformación de la égloga segunda, don-
de el hermoso Alexis, por quien suspiraba el pastor Coridón, está
'.ransformado en Fernando el Católico, á cuyo favor aspira el poeta:
Condón, siendo pastor
Trovador,
Muy aficionado al Rey,
Espejo de nuestra ley,
Con amor
Deseaba su favor;
Mas con mucha cobardía
No creía
De lo poder alcanzar.
Por los montes se salía
Cada día
Entre sí solo á pensar...
La égloga tercera está aplicada «á los privados del señor Rey
»D. Enrique, y á muchos grandes que con envidia dellos, é aun
»ellos mesmos entre sí, sembraron gran discordia en nuestra Casti-
lla, é algunos dellos tentaron alzar por Rey al Príncipe D. Alfonso
»su hermano... E con esto las maldades tanto se multiplicaron y
»enjambraron en este reino, que no solamente 10 de la corona real,
»más aun las propias haciendas unos á otros se robaban, é como
» malos pastores ordeñaban ajenas ovejas».
La pintura de la nueva edad de oro, del restaurado imperio de
Saturno y Rea, que se profetiza en la égloga cuarta, el poeta, pres-
cindiendo de la interpretación que era tradicional en las escuelas
cristianas, la trae al tiempo de los Reyes Católicos, en que «ya los
» menores no saben qué cosa es temer las sinrazones é demasías que
»en otro tiempo los mayores les hacían», y en que «la Santa Inqui-
sición va acendrando é cada día esclareciendo nuestra fe: ya no se
»sabe en estos reinos qué cosa sean judíos; ya los hipócritas son co-
nocidos, é cada uno es tractado según vive...»
El pastor Dafnis de la égloga quinta es «el muy desdichado prín-
cipe de Portugal», esposo de la infanta Doña Isabel, hija de los
K^ycs Católicos.
2j4 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
En la égloga séptima, el pastor Coriclón (bajo cuyo disfraz se encu-
bre el mismo Juan del Enzina) canta ó llora 'da soledad que Castilki
>sentía cuando los reyes iban á Aragón...»
En la octava (cosa que el más lince no pudiera sospechar), los
amores y hechicerías de la pharmaceutria sirven para alusiones á la
derrota de la Ajarquía ó de las lomas de Málaga, y al «crecido amor
j>que nuestro cristianísimo rey D. Hernando tenía en la conquista
>>del reino de Granada».
Esta colección de trovas ó parodias está generalmente versificada
en octosílabos de pie quebrado, combinados en estrofas de ocho,
nueve, diez, once y doce versos. Por excepción, el Sicelides Muses, á
causa de la solemnidad de su argumento y estilo, y como si el intér-
prete obedeciese á la intimación del Paulo maiora canamus, está
traducido, con mucha valentía, en diez y seis coplas de arte
mayor.
El estudio que empleó en esta versión libre y parafrástica de las
églogas de Virgilio, debió de adiestrar á Juan del Enzina en el manejo
del diálogo, que luego aplicó á sus propias églogas y representacio-
nes, muchas de las cuales no tienen más acción dramática que las
Bucólicas antiguas, y sólo se distinguen de ellas en su carácter rea-
lista y á las veces prosaico y de actualidad, y en la menor presen-
cia de elementos descriptivos. Leyendo á Juan del Enzina, no es
aventurado decir que la égloga de Virgilio tuvo alguna influencia
en los primeros vagidos del drama español, cuando todavía estaba
en mantillas. Para el humanista significa poco la traducción de En-
zina; mucho para el historiador de la literatura española.
Entrando ya en el examen de las poesías originales de Juan del
Enzina, que realmente escribió demasiado, según la opinión de Juan
de Valdés, y es, sin duda, uno de los ingenios más desiguales que
pueden encontrarse, empezaremos por advertir que en su Canelo
ñero las poesías sagradas valen menos cjue las profanas, y las com-
posiciones largas menos que las cortas, y los versos de arte mayor
mucho menos que los villancicos y las glosas. Juan del Enzina había
recibido de la naturaleza algunos de los dones poéticos más esencia-
les: oído musical muy fino, y ejercitado con el cultivo simultáneo
de las dos artes; imaginación fresca y viva, que reproduce con ame-
CAPITULO XXV
^55
nidad, aunque de un modo superficial, ciertos aspectos de la natu-
raleza y de la vida rústica; vena cómica, fácil é inofensiva; ingenui-
dad de sentimiento; alma de poeta popular, á veces. Pero le falta-
ron otros dones aún más excelsos, y por eso, más que por falta de
pulimento y ele estudios (puesto que los tuvo desde su mocedad,
como hemos visto), y también por haber nacido en una época de
transición á la cual sólo un ingenio de primer orden hubiera podido
sobreponerse, no llegó nunca á las alturas de la gran poesía, rara
vez mostró verdadera pasión, se contentó con ser un poeta agra-
dable, gastó la mejor parte de su talento en devaneos y jugue-
tes sin consistencia, y, á pesar de sus inconstantes aspiraciones
clásicas, continuó perteneciendo á la Edad Media. No fué ver-
daderamente innovador más que en el teatro, que es su principal
gloria.
Las obras á lo divino son siempre la parte más endeble en los
Cancioneros del siglo xv: parecen escritas sin devoción y como de
compromiso, para hacer pasar la libertad de las coplas profanas que
vienen después. No hace excepción á esta regla Juan del Enzina, en
las composiciones, algunas de ellas de formidable extensión, que
dedicó á su señora la Duquesa de Alba (Doña Isabel Pimentel) so-
bre la Natividad de Nuestro Señor, sobre la fiesta de los tres Reyes
magos, sobre la Resurrección de Cristo, sobre la Asunción de Nues-
tra Señora y otros temas piadosos. Su cristiana musa se ejercitó
también en loor de algunas iglesias nuevamente edificadas en las
diócesis de Salamanca y Zamora; y ensayó la versión de algunos
salmos, como el Miserere^ de algunos cánticos de la Sagrada Escri-
tura, como el Magníficat y el Nunc dimittis; de algunos himnos,
como el Ave Maris Stella, el Qiiem térra pontits, el Vexilla regis, y
el Te Deum ¿audamus; y, finalmente, puso en verso el Pater Nos-
ter, el Ave María, el Credo y la Salve. Son notables algunas de
estas traducciones por su fidelidad casi literal; pero ni en ellas ni
en las poesías originales hay nada que recuerde la ternura y la
suave efusión de Fray Iñigo de Mendoza y de Fray Ambrosio
Montesino, ni menos la robusta entonación del cartujano Padilla.
Algunos villancicos agradan, no obstante, por su misma sencillez
inafectada; verbigracia, los que principian:
256 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Quien tuviere por señora
La Virgen Reina del Cielo,
No tenga ningún recelo.
¿A quién debo yo llamar
Vida mía,
Sino á ti, Virgen María?...
La música que acompaña á este último es de las más lindas y ex-
presivas, según dictamen de Barbieri. Pero poéticamente son muy
inferiores estas coplas á los villancicos profanos, siendo digno de
notarse que el mismo Juan del Enzina trovó á lo divino algunos de
los que antes había compuesto á lo humano. Sirva de ejemplo el
villancico dialogado que empieza:
¿Quién te trajo, caballero,
Por esta montaña escura?—
¡Ay, pastor, que mi ventura!...
Cuya trova ó parodia á lo divino es ésta:
¿Quién te trajo, Criador,
Por esta montaña oscura? —
Ay que tú, mi criatura...
Y tan popular debió de hacerse, que sirvió de tema para otras
poesías espirituales, entre ellas dos de Fray Ambrosio Montesino:
¿Quién te trajo, Rey de gloria,
Por este valle tan triste? —
¡Ay hombre! tú me trajiste...
¿Quién te dio, Rey, la fatiga
Deste sudor extremado? —
¡Ay hombre! que tu pecado...
Siendo de notar que esta última fué escrita por mandado de la
Reina Católica.
La visión alegórica, en el estilo de los imitadores de Dante y Pe-
trarca, y en las formas métricas consagradas por Juan de Mena y
y el Marqués de Santillana, contó entre sus más asiduos cultivado-
res á Juan del Enzina; pero tampoco en este género, que por lo
artificial y pomposo cuadraba mal con su índole, puede decirse
CAPÍTULO XXV 2Í57
que brillara mucho, quedando por de contado inferior, no sólo á
Juan de Padilla, que á trechos muestra condiciones de gran poeta,
sino al mismo Diego Guillen de Ávila; que no pasaba de versifica-
dor lozano y abundante. Estas obras del vate salmantino son, entre
otras, el Triunfo de Amor, dedicado al primogénito de los Duques
de Alba, D. García de Toledo, á quien sus malos hados destinaban
á recibir en I5IO> desventurada, aunque gloriosa muerte, en los
Gelves; el Triunfo de la Fama, compuesto en 1492 para celebrar
la rendición de Granada; y la Tragedia trovada á la do loros a muer-
te del príncipe Don Juan, en 1497 (i). Este funesto suceso, que
también lloraron con acentos de verdadero y patriótico dolor el
Comendador Román y otros poetas de entonces, dio pretexto á
Juan del Enzina para setenta y seis octavas de arte mayor, que
empiezan de esta pedantesca manera, tan impropia de una la-
mentación:
Despierta, despierta tus fuerzas, Pegaso,
Tú que llevabas á Beleroionte;
Llévame á ver aquel alto monte,
Muéstrame el agua mejor del Parnaso,
Do cobre el aliento de Homero y de Naso,
Y el flato de Maro, y estilo de Aneo;
Y pueda alcanzar favor sofocléo,
Cantando en España muy mísero caso...
Algo más vale el 'Triunfo de la Fama (escrito poco después de
haber terminado la versión de las Églogas de Virgilio). Y en efecto,
era casi imposible que tan magno acontecimiento como la consu-
mación de la Reconquista dejase de tener algún eco sonoro en la
lira de un poeta tan nacional, aun cuando usase las formas de la
poesía cortesana. Pero el maldito artificio alegórico, reforzado con
una erudición indigesta y de mala ley, lo estropea todo. Pisando
servilmente las huellas de sus predecesores, y repitiendo visiones
(1 Por ser posterior en un año á la primera edición del Cancionero, no
pudo entrar en él; pero se imprimió aparte, en un pliego rarísimo, de letra
gótica, cuatro hojas en folio, de papel y tipos idénticos á los del Cancio-
nero, al fin del cual se halla encuadernado en el ejemplar de la Academia
Española.
XlKNÍNPLa y PkiATO.— Poesía castellana III. 17
258 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
que cada vez iban siendo más empalagosas, Juan del Enzina se su-
pone transportado á la fuente Castalia, «á do vio á muchos poetas
?beber por cobrar aliento de gran estilo». Es curiosa la enumera-
ción de los españoles:
Allí también vi de nuestra nación
Muy claros varones, personas discretas,
Acá en nuestra lengua muy grandes poetas,
Prudentes, muy dotos, de gran perfección:
Los nombres de algunos me acuerdo que son
Aquel excelente varón Juan de Mena,
Y el lindo Guevara, también Cartagena,
Y el buen Juan Rodríguez, que fué del Padrón...
Don Iñigo López Mendoza llamado,
Muy noble Marqués que fué en Santillana,
Aquel que dejó doctrina muy sana,
También con los otros allí fué llegado:
Y el sabio Hernán Pérez de Guzmán nombrado
E Gómez Manrique también allí vino,
E el claro Don Jorge, su noble sobrino,
E más otros muchos que tengo olvidado.
Así que después que todos vinieron,
Cercaron la fuente con gran procesión,
Tañendo é cantando con mucha afición,
E todos en orden del agua bebieron:
Aquesto pasado, de allí se partieron,
' E fuéronse luego por esas montañas,
Adonde tenían los unos cabanas,
Los otros sus cuevas en que se metieron.
Yo que me estaba muy bien ascondido,
Metido en la mata ya había gran rato,
Pasó Juan de Mena, cuando no me cato,
Tan cerca de mí que luego me vido:
Después que me tuvo muy bien conocido
E supo la causa de mi caminar,
Mandóme en la fuente beber ó hartar,
Porque gozase descanso complido.
Juan de Mena, pues, cuyo Labyrintho va remedando Enzina en
lo que tiene de menos loable, es el guía que encamina los pasos
del poeta al templo de la Fama, en cuyas varias estancias ve figu-
CAPITULO XXV 259
radas y entalladas las historias de griegos y romanos y las de su
propia nación, entre las cuales atraen principalmente sus ojos las
glorias de Isabel y de Fernando, que enumera en versos no entera-
mente malos, pero de más entusiasmo patriótico que fuerza poética:
Estaban encima de su real silla
Pintadas las guerras, batallas venciendo,
A los portugueses matando y prendiendo,
Lanzándolos fuera de nuestra Castilla:
La fuerte batalla que puso mancilla
En sus corazones cubiertos de lloro:
Del todo vencidos allá cabe Toro,
Y en Cantalapiedra dejaron la villa.
Allí vi también que estaban pintados
Dos mil robadores, ladrones, traidores,
E de otras maneras otros malhechores
Por modos diversos allí justiciados:
Al un cabo estaban herejes quemados,
E al otro la Fe muy mucho ensalzada;
Por un cabo estaba la Santa Cruzada,
Por otro salían judíos malvados.
Vi luego pintada después de estas cosas
La guerra de moros muy bien guerreada
De todo aquel reino que llaman Granada,
Con sus serranías muy mucho graciosas.
Lo flaco y lo fuerte, por fuerza ó por grado,
Vasallos ó siervos sujetos quedaban;
Los unos vencidos, los otros se daban,
Y allí vi también su Rey cativado.
Y en cabo de todo vi grandes torneos,
Y justas reales, y cañas y toros,
Ganada Granada, llorando los moros,
Que vían cumplidos ya nuestros deseos:
Y al Rey y á la Reina con rostros febeos
Regir Occidente con buenas fortunas,
Desde las viejas hercúleas colunas
Hasta los altos montes Pirineos...
En esta última estancia, el autor se levanta un poco en alas de !a
grandeza de la materia; y es también un rasgo poético y feliz el
presentar por remate del cuadro histórico á los más famosos maes-
2ÓÜ HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
tros de la estatuaria griega, a los Lisipos, Praxiteles y Fidias, la-
brando el trono del príncipe D. Juan,
Gran principe nuestro, de principes flor...
trono que el destino, encarnizado siempre con España aun en la
cumbre de su poderío, no había de permitirle ocupar; trocando en
paños de dolor las vestiduras de regocijo, y en elegías los cantos
triunfales.
Si por su interés histórico puede soportarse la lectura del Triunfo
de la Fama, no sucede lo mismo con el Triiiufo de Amor, que quizá
supera en pesadez á todos los innumerables Triunfos y Triunfetes
que compusieron los malos imitadores del Petrarca. En esta insulsa
visión, que consta nada menos que de 1 .3 50 versos, no falta nin-
guno de los ornamentos propios del género: el obligado sueño del
poeta («sueño con caídas de modorra», que hubiera dicho Gallardo),
la aparición del Dios Cupido, la descripción de los palacios de la
Libertad, de la Razón y de la Ventura; las fiestas que se celebraron
en el alcázar de Venus, que era un castillo de cuatro torres, donde
estaba la Sensualidad de portera; el gran banquete á que asistieron
la Hermosura y la Prudencia] con otras invenciones no menos nue-
vas y divertidas que éstas, y por supuesto con una interminable re-
tahila de nombres históricos y mitológicos, puestos . unos tras de
otros, como en un padrón de vecindad. Lo único curioso que este
poema contiene, es una enumeración de los instrumentos musicales
usados en tiempo del autor.
Pertenecen igualmente al género más trivial de la poesía de los
Cancioneros, como ya sus títulos lo indican, el Testamento de Amo-
res, la Confesión de Amores, la Justa de Amores: argumentos, si
tal nombre merecen, tratados antes de él por innumerables tro-
vadores.
]uan del Enzina, que á juzgar por las confesiones que hace en
sus obras, debía de ser muy enamoradizo, no acertó, como tampoco
ningún otro de su escuela, con la sincera expresión del sentimiento
amoroso, como no fuese en alguna de sus églogas dramáticas; pero
se lució mucho en el discreteo galante, compitiendo con el mismo
Alvarez Gato, á quien se parece hasta en la irreverente mezcolanza
CAPÍTULO XXV 26l
de lo sagrado y lo profano. En este género un tanto pecaminoso, son
una delicia las coplas á su amiga en tiempo de Cuaresma.
Para la poesía frivola, vulgarmente llamada de sociedad, tenía Juan
del Enzina especial aptitud. Con amenidad y sin esfuerzo la hacía bro-
tar de las circunstancias mis triviales de la vida: coplas á tres genti-
les mujeres, la una dueña, la otra beata y la otra doncella, que le
demandaron colación, y á las cuales envía por burla un cuarto de car-
nero, enseñándoles el modo de guisarle: coplas, más ideales y delica-
das, á una señora que, paseando por el campo, le dio un manojo de
alhelíes blancos y morados, con otras flores que se llaman maravillas:
coplas á otra dama que le pidió un gallo para correr en su nombre.
Su genio blando é inofensivo, rara vez muestra una punta satí-
rica, como en las «coplas hechas en nombre de una dueña á su ma-
jado, porque siendo ya viejo tenía amores con una criada suya».
Sus versos de burlas, que más bien pudieran llamarse de recreación
y pasatiempo, son de todo punto inofensivos, y parecen la expan-
sión de un ánimo regocijado, que sólo se propone hacer reír acumu-
lando desatinos é incongruencias. Tiene en este género tres com-
posiciones bastante chistosas, la Almoneda, el Juicio sacado de lo más
cierto de toda la astrología, y los llamados por antonomasia Dispa-
rates de Juan del Enzina. La Almoneda es el inventario del pobre
ajuar de un estudiante perdido, que le malbarata para ir á Bolonia:
Los que quisieren mercar
Aquestas cosas siguientes,
Mírenlas é paren mientes,
Que no se deben tardar:
Porque despulís de cenar
'. El bachiller Babilonia
Las quiere malbaratar,
Que se quiere ir á estudiar
Al estudio de Bolonia.
Primeramente un Tobías,
E un Catón c un Doctrinal,
Con un Arte manual,
E unas viejas Homelías:
E un libro de cetrerías
Para cazar quien pudiere,
2Ó2 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
E unas nuevas profecías
Que dicen que en nuestros días
Será lo que Dios quisiere (i).
E un libro de las Consejas
Del buen Pedro de Urdemalas (2),
Con sus verdades muy ralas
E sus hazañas bermejas:
E unos Refranes de viejas.
E un libro de sanar potras;
E un arte de pelar cejas.
E de tresquilar ovejas,
E mas muchas obras otras...
E unas muy buenas escalas
De maroma no muy gorda,
E una buena lima sorda
Para excusar alcabalas:
E un azadón é dos palas,
E un par de ganzúas buenas
Para poder hacer salas
E mantener grandes galas
Con las haciendas ajenas...
E dos ollas con un jarro,
E tres cántaros quebrados,
E cuatro platos mellados,
Cubiertos todos de sarro:
E un buen salero de barro
Con media blanca de sal,
E una escudilla, é un tarro,
E por mesa un gran guijarro,
Por manteles un costal...
Por este estilo prosigue una larguísima enumeración, en la cual
figuran, entre otras cosas,
Un silbato ó cornezuelo
Para llamar las vecinas,
(1) Estos dos versos puso Quevedo en la Visita de los chistes en boca de
Pero Grullo.
(2) Creo que es la primera vez que se nombra en nuestra literatura á
este personaje legendario. ¿Habría ya algún libro de cuentos relativo á él?
CAPITULO XXV 263
Unos dados ú un tablero
Para sacudir el cobre,
Una vihuela sin son...
Unos naipes sevillanos,
Rotos ya de mil reniegos...
Es imposible leer esta f aceda sin que venga inmediatamente á
la memoria el Petit Testament de Francisco Villon, compuesto en
1456. La semejanza es visible, pero no puede sospecharse relación
directa entre ambos poetas, que trataron, cada uno á su manera, y
con la libertad propia de su humor respectivo, un lugar común de
la poesía de la Edad Media, cuya forma mas antigua de autor espa-
ñol creo que ha de encontrarse en los versos provenzales inéditos
del trovador Serveri de Gerona, contemporáneo del rey Don Pe-
dro III.
El Juicio sacado por Juan del Enzina de lo más cierto de toda la
astrología, es la primera muestra que yo he visto de esas composi-
ciones burlescas que con título de Juicio del año suelen estamparse
en los almanaques. Paréceme que en esta donosa burla de las pre-
dicciones astrológicas y meteorológicas de los zaragozanos ' de en-
tonces, tiró Juan del Enzina á tejado conocido y muy cerca de su
casa, poniendo en solfa, como vulgarmente se dice, los pronósticos
de un cierto maestro Diego de Torres, que, por rara coincidencia, á
través de más de doscientos años, con su homónimo el festivo es-
critor salmantino de principios del siglo xvm, era como él catedrá-
tico de Matemáticas en la Universidad, y hacía también almanaques
y predicciones, según lo indica el rarísimo libro que dio á luz con el
rótulo de Medicinas preservativas y curativas de la pestilencia que
significa el eclipse de sol del año 1485. Fuera éste ú otro el astrólogo
satirizado por Juan del Enzina, cuando dice;
E por no perder el tino
No me meto en los planetas.
En estrellas ni cometas,
Ni quiero tratar de signo...
•10 ae puede negar cierta gracia á esta parodia, en que el poeta va
ensartando todo género de perogrulladas:
264 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Mas quiero, como supiere,
Declarar las profecías
Que dicen que en nuestros días
Será lo que Dios quisiere:
Porque nadie desespere,
Hasta el año de quinientos
Vivirá quien no muriere.
Será cierto lo que fuere,
Por más que corran los vientos.
E serán tiempos tan sanos,
Quel placer será deporte;
Y estará el rey en la corte,
Y en la corte cortesanos.
Serán los hombres humanos,
Por humanos que los veas:
Habrá tantos ciudadanos,
Que todos los aldeanos
Morirán por las aldeas.
El que no se baptizare,
No será de nuestra lev:
Reinará cualquiera rey
En el reino que reinare:
Y el cardenal que papare,
Si por dicha no se escapa,
Si á Padre Santo llegare,
Aunque pese á quien pesare,
No podrá escapar de Papa.
Según los Evangelistas,
Los que estudian por saber
Estudiantes han de ser,
Juristas ó no juristas:
Los filósofos é artistas,
Los teólogos sagrados,
Los honrados canonistas,
Los médicos é legistas
Serán, si fueren, letrados.
En las partes de oriente
Tanta luz el sol dará,
Que nascerá por allá
Primero que por Poniente...
CAPÍTULO XXV 265
Cuando el tiempo demudare
En Avila y en Segovia,
La mujer que fuere novia
Parirá desque empreñare,
Y en Madrid, quien madrugare,
Levantarse ha de mañana;
Y, el que en Toledo morare,
Hallará, si bien contare,
Que el que pierde poco gana...
Lo que principalmente nos hace recordar composición tan baladí,
es que, andando los tiempos, tuvo el honor de ser imitada y comen-
tada con soberana chispa é incomparable socarronería por D. Fran-
cisco de Quevedo, cuando en la Visita de los chistes hace profetizar
á Pero Grullo «cosas que tienen mas veras de las que parecen».
Muchas cosis nos dijeron
Las antiguas profecías:
Dijeron que en nuestros días
Será lo que Dios quisiere.
Las mujeres parirán
Si se empreñan y parieren,
Y los hijos que tuvieren
De quienes fueren serán...
Volaráse con las plumas,
Andaráse con los pie~,
Serán seis dos veces tres."..
También Juan del Enzina figura entre los personajes populares y
emblemáticos de este admirable Sueño, gracias á otra festiva com-
posición suya que logró, sin saberse por qué, tanta notoriedad, que
su título vino á ser inseparable del nombre de su autor, aun en
tiempos en que el Cancionero de éste yacía en el olvido más pro-
fundo. «Vivos de Satanás (dice la sombra del poeta evocada por
sjuan del Enzina), ¿qué me queréis que me dejáis muerto y consu-
j>mido?... Soy yo el malaventurado Juan de la Enzina, el que
^habiendo muchos años que estoy aquí (en el otro mundo), toda la
»vida andáis, en haciéndose un disparate ó en diciéndole vosotros:
«No hiciera más Juan de la Encina; daca los disparates de Juan de
»la Encina.» Habéis de saber que, para hacer y decir disparates,
266 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
» todos los hombres sois Juan de la Encina; y que este apellido de
»Encina es muy largo en cuanto á disparates... Y si por hacer una
«necedad anda Juan de la Encina por todos esos pulpitos y cate-
»dras, con votos, gobiernos y estados, enhoramala para ellos, que
»todo el mundo es monte y todos son Encinas.»
Los tales disparates, que justifican plenamente su nombre, y que
sólo por su rara fortuna tradicional pueden recordarse, comienzan
de esta suerte:
Anoche de madrugada,
Ya después de medio día, .
Vi venir en romería
Una nube muy cargada,
Y un broquel con una espada
En figura de ermitaño,
Caballero en un escaño...
De estas desaforadas coplas, que tuvieron la virtud de convertir
á su autor en un personaje de folk-lore, borrando casi en la fantasía
de las gentes su personalidad histórica, no se desdeñó de hacer imi-
taciones (que el malo y casero gusto del siglo xvm celebró más que
otras cosas muy amenas y sensatas de su autor) un ingenio tan culto
como D. Tomás de Iriarte. Recuérdense aquellas tan sabidas décimas
con su glosa:
Vino un díaMenelao,
Sobrino de Faraón,
Conducido en un simón
Hasta el puerto de Bilbao...
y las no menos famosas quintillas, que tienen más gracia porque
parece que envuelven una burla de la pedantería de cierta casta de
eruditos:
En la Historia de Mariana
Refiere Virgilio un cuento
De una ninfa de Diana,
Que, por ser mala cristiana,
Fué metida en un convento...
Sería injusto quien, fijándose únicamente en composiciones de
la ínfima laya de los Disparates trobados, confundiese á Juan del
Enzina en el grupo de los copleros chabacanos y adocenados. Mu-
cho tuvo de coplero, como todos los poetas de su tiempo y de su
CAPÍTULO XXV 267
escuela; pero también tuvo relámpagos de noble y delicada poesía.
[Con qué tierna sencillez dice en la Consolatoria á un amigo en la
miterte de su madre, recordando los pensamientos de Jorge Manrique:
¿Qué es la vida sino flores
Nacidas en poco rato,
Que ya cuando no me cato
Tienen muertas las colores?
¡Oh qué dulzor de dulzores
Morir una vez no más,
Por cobrar sin más dolores
Vida de grandes primores,
Donde no mueren jamás!
¡Con qué gentileza caballeresca sale á la defensa de las mujeres,
contradiciendo á los maldicientes trovadores de la escuela de To-
rrellas! (i). Rasgos hay en estas coplas que parecen dignos de la
suave musa que dictó El Premio del bien hablar:
Si á mujeres ultrajamos,
Miremos que deshonramos
Las canas de nuestras madres.
(1) No sabemos qué interpretación racional puede darse á la extraña alu-
sión que contienen estos versos del poema obsceno Pleito del Manió, incluido
por primera vez en el Cancionero General de 1514:
Ante Torrellas apelo,
Que merece mil renombres,
Porque sostuvo sin velo,
Mientras estuvo en el suelo,
El partido de los hombres;
E si dijeren que es muerto,
Por ser del siglo pasado,
En Salamanca, por cierto,
Un hijo suyo encubierto,
Tiene su poder cumplido.
El cual es aquel varón
Que muy justo determina,
Sabidor con discreción
Que llaman Juan del Encina...
Si se trata de paternidad física, tal especie necesitaría apoyo en algún do-
cumento más serio. Y si se trata de paternidad intelectual, en el sentido de
que Juan del Enzina hubiese adoptado ó heredado las ideas del caballero ca-
268 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Pero hay que reconocer que en sus composiciones de más empe-
ño, si Juan del Enzina acierta en ocasiones, rara vez se sostiene
mucho. Su misma facilidad le hace verboso y prosaico: le falta aliño,
le falta arte, y á pesar de sus aspiraciones dogmáticas, le falta tam-
bién un elevado concepto de la poesía. Si no hubiera hecho más que
triunfos de la Fama y justas de amores, su nombre yacería tan olvi-
dado como los de otros innumerables poetas del siglo xv. Lo que le
salva son los elementos musicales y populares de su poesía, sus vi-
llancicos y sus glosas. Sus composiciones mayores yacen como in-
formes y pesados cuadrúpedos en el fondo dé su Cancionero, mien-
tras zumba en torno de ellos un enjambre de espíritus alados. Aque!
germen bienhechor y misterioso de la canción popular, que salvó
del amaneramiento cortesano una porción, no grande, pero sí selec-
ta, de la poesía de los trovadores gallegos, y que luego en Castilla
ciñó las sienes del docto Marqués de Santillana con una guirnalda
de flores campesinas, más lozanas y vivideras que todas las que
artificialmente había cultivado en los jardines de su erudición: la
musa de las pastorelas, de las vaqueras, de las serranillas y de las
villanescas, fué también la que sacó de la medianía á Juan del Enzi-
na, marcándole el rumbo propio de su ingenio, y poniendo en sus
labios un raudal de poesía dulce y sabrosa, natural y ligera, que tra-
duce sin esfuerzo las impresiones de la juventud, de la primavera
sonriente, del amor fácil. El estudio de estas canciones será siempre
incompleto para el que no puede apreciar el mérito de las sencillas
talán y especialmente su aversión á las mujeres, que tan cara le costó, se-
gún la leyenda; nada hay más contrario á lo que resulta de estos versos, y es-
pecialmente del final de ellos, que no sería gran muestra de ternura filial, si
hubiera de tomarse al pie de la letra lo que dice el Pleito:
¡Bendito quien las sirviere
Y ensalzare su corona!
I Viva, viva la persona
Del que más suyo se vierel
Muera quien mal las desea
Peor muerte que Torellas:
En placer nunca se v
Y de Dios maldito sea
El que dijere nial de ellas
CAPÍTULO XXV 26g
melodías que las acompañan, y que no son extrañas al tema, como
sucede, por ejemplo, en las canciones de Béranger, sino que fueron
compuestas ad hoc por el mismo poeta. Diga quien sepa y pueda si
en esta música de palacio había, como yo sospecho, elementos po-
pulares, que con el tiempo habían de prevalecer y de emanciparse.
En las letras no cabe duda que los hay, si bien incorporados en una
tradición lírica de carácter artístico. Algunas de estas letras, que el-
poeta mismo califica de ajenas, parecen más antiguas que él, y tie-
nen sabor de fragmentos de romance viejo:
¡Oh castillo de Montanges,
Por mi mal te conocí!
¡Cuitada de la mi madre
Que no tiene más de á mí!...
El mismo Juan del Enzina había hecho romances, no solamente
amorosos, sino también históricos y de asunto contemporáneo, como
el de la toma de Granada:
¿Qué es de ti, desconsolado?
¿Qué es de ti, rey de Granada?...
menos inspirado á la verdad que el brioso villancico, en forma de
diálogo, que compuso sobre el mismo argumento:
Levanta, Pascual, levantaj
Aballemos á Granada,
Que se suena que es tomada...
— Pues el ganado se extiende,
Déjalo bien extender;
Porque ya puede pacer
Seguramente hasta allende.
Anda acá; no te estés ende,
Mira cuánta llamarada;
¡Que se suena que es tomada!
— ¡Oh qué Reyes tan benditos!
Vamonos, vamonos yendo,
Que ya te voy percreyendo
Según oyó grandes gritos.
Llevemos estos cabritos,
Porque habrá venta chapada;
Que se suena que es tomada.
270 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
— Aballa, toma tu hato,
Contaréte á maravilla
Cómo se entregó la villa,
Según dicen no ha gran rato.
¡Oh quién viera tan gran trato
Al tiempo que fué entregada!
Que se suena que es tomada.
Ya luego allá estarán todos
Metidos en la ciudad
Con muy gran solenidad,
Con dulces cantos é modos.
¡Oh claridad de los godos,
Reyes de gloria nombrada!
Que se suena que es tomada.
¡Qué consuelo é qué conorte
Ver por torres é garitas
Alzar las cruces benditas!
¡Oh qué placer é deporte!
Y entraba toda la corte
A milagro ataviada,
Que se suena que es tomada...
Por otra parte, es muy de notar que Juan del Enzina aplicó mú-
sica nueva y de su composición (i) al romance viejo del Conde
Claros: «Pésame de vos, el Conde», y quizá á algún otro; lo cual
probaría, si menester fuese, su trato y comercio continuo con la
musa vulgar. Sin ella no hubiera atinado nunca con estribillos tan
felices como éstos:
Montesina era la garza
E de muy alto volar:
No hay quien la pueda tomar...
Decidme, pues, sospirastes,
Caballero, ques gocéis,
¿Quién es la que más queréis?...
Romerito, tú que vienes
De donde mi vida está,
Las nuevas della me da..,
(1) Número 329 del Cancioiitro musical de Barbieri
capitulo xxv 27 r
Muchos de estos villancicos son dialogados, y anuncian ya en em-
brión al poeta dramático que con poco más desarrollo hizo sus
églogas. Los más y los mejoras son pastoriles, y los hay sacros y
profanos. Los del Nacimiento tienen una gracia casi infantil. En los
de amores villanescos suele haber una punta de candorosa malicia,
que fué siempre la salsa del género, y que en las parodias realistas
del Arcipreste de Hita había pasado algunas veces de la raya. Den-
tro de ella se contiene casi siempre Juan del Enzina, en los delicio-
sos villancicos que principian:
Daca, bailemos, carillo,
Al son deste caramillo...
Una amiga tengo, hermano,
Galana de gran valía,
Juro á Dios! más es la mía...
Pedro, bien te quiero,
Maguera vaquero...
Ya soy desposado,
Nuestramo,
Ya soy desposado...
y otros muchos que pudiéramos citar, tan ricos de vocabulario rús-
tico, tan suelta y limpiamente versificados, que parecen que respi-
ran olor de trébol y de retama. En la poesía bucólica española, que
es género muy distinto de la égloga clásica, Juan del Enzina es un
encantador maestro, y bien puede decirse que sólo fué superado
por los grandes dramaturgos del siglo xvn, por Lope y Tirso.
Algunos de estos villancicos de Enzina, aunque no por cierto los
mejores ni los que más conservan el sabor del terruño de Salamanca,
han logrado favor hasta entre los versificadores cultos y los críticos
de la escuela clásica. Y no es raro encontrar en antologías y Poéti-
cas tan rígidas como la de Martínez de la Rosa, citados con elogio
versos como éstos:
¡Ay triste que veng >
Vencida de amor,
Maguera pastor'.
Más sano me fuera
No ir al mercado,
Que no que viniera
272 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Tan aquerenciado;
Que vengo cuitado,
Vencido de amor,
Maguera pastor...
Con vista halaguera
Miréla, é miróme:
Yo no sé quién era,
Mas ella agradóme,
E fuese, é dejóme
Vencido de amor,
Maguera pastor...
De ver su presencia
Quedé cariñoso,
Quedé sin hemencia,
Quedé sin reposo,
Quedé muy cuidoso,
Vencido de amor,
Maguera pastor...
Más vale trocar
Placer por dolores,
Que estar sin amores.
Donde es gradecido,
Es dulce morir;
Vivir en olvido,
Aquel no es vivir;
Mejor es sufrir
Pasión y dolores,
Que estar sin amores...
En la estructura de los versos cortos, ningún trovador del siglo xv
excedió á Juan del Enzina, porque nadie probablemente le igualaba en
talento musical. ¡Con qué fluidez corren loshexasílabos de sus idilios!
Tan buen ganadico,
Y más en tal valle,
Placer es guardalle.
Ganado d'altura,
Y más de tal casta,
Muy presto se gasta
Su mala postura;
Y en buena verdura,
Y más t-n tal valle,
Placer es guardalle.
CAPITULO XXV 273
Ansí que yo quiero
Guardar mi ganado
Por todo este prado
De muy buen apero:
Con este tempero,
Y más en tal valle,
Placel es guar dalle... (1)
¡Con qué 3uave languidez y pausado timbre suenan las coplas de
pie quebrado!
Ya cerradas son las puertas
De mi vida,
Y la llave es ya perdida...
Hermitaño quiero ser
Por ver,
Hermitaño quiero ser...
Crescerán mis barbas tanto
Cuanto cresciere mi pena;
Pediré con triste llanto:
«Dad para la Magdalena.»
Si me quisieren valer,
Por ver,
Hermitaño quiero ser...
Quizá que por mi ventura
Andando de puerta en puerta,
Veré la gentil figura
De quien tien mi vida muerta;
Si saliesse á responder,
Por ver,
Hermitaño quiero ser...
Los sospiros encubiertos
Que he callado por mi daño,
Hora serán descubiertos
En hábito de hermitaño,
Hora ganar ó perder;
Por ver,
Hermitaño quiero ser...
F.ste villancico no se halla en el Cancionero de Juan del Enzina, pero
sí en el Cancionero musical de la biblioteca de Palacio. Otra variante
de él, ó más bien otra composición ;mónima sobre el mismo tema, se lee
en un pliego suelto gótico que empieza con las Cofias de Anión Vaquerizo
de Morana.
ÍHDBZ t Pela yo.— Poesía castellana. III. ^
27+ HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Aun ia relativa inferioridad de Juan del Enzina en la poesía reli-
giosa, tiene, en esta parte de su Cancionero, brillantes excepciones,
sin duda porque le ayudaban la música y el metro, como lo prueban
los dos lindos, devotos y afectuosos villancicos que comienzan:
¿A quién debo yo llamar
Vida mía,
Sino á ti, Virgen María?...
Pues que tú, Reina del Cielo,
Tanto vale?,
Da remedio á nuestros males...
Dicho queda que Juan del Enzina hizo romances, y aun hemos
tenido ocasión de mencionar alguno. Y aunque todos ellos vayan en
consonantes perfectos, según el uso de los trovadores de aquel tiem-
po, y pertenezcan de lleno á la escuela cortesana, aun en ellos se
revela el alma popular del poeta; y á veces lo narrativo y caballe-
resco se infiltra á través de lo sentimental:
Por unos puertos arriba
De montaña muy escura,
Caminaba el Caballero
Lastimado de tristura.
El caballo deja muerto
Y él á pie por su ventura,
Andando de sierra en sierr ,
De camino no se curn,
Huyendo de las florestas,
Huyendo déla frescura... (i)
Pero no fué en la lírica propiamente dicha donde Enzina dio ma-
yores pruebas de talento poético. Hay otra región vastísima del arto
en que nadie puede negarle la gloria de iniciador, y de maestro de
(i) De estos romances aconsonantados era. fácil el tránsito á las redondi-
llas, trabando los versos impares, como alguna vez hizo Juan del Enzina:
Yo me estaba reposando,
Durmiendo como solía,
Recordé triste llorando
La gran pena que sentía...
Es exactamente el metro en que está compuesto el antiguo Poema de Al-
fonso O/iceno.
CAPÍTULO XXV 275
una escuela cuya vida se prolongó por más de medio siglo, sin alte-
rar substancialmente el tipo de representación dramática que él fijó.
Y aunque la apreciación detenida de tales obras incumbe más par-
ticularmente á la historia del teatro, es imposible dejar de hacer
aquí alguna mención de ellas, tanto porque su conocimiento es in-
dispensable para estimar toda la importancia del poeta salmantino,
cuanto por el número y valor de los elementos líricos que en este
primitivo teatro se mezclaron.
Y ante todo, ¿cuál es el verdadero puesto que Juan del Enzina
debe ocupar en la historia de los orígenes del drama nacional? ¿En
qué consistieron realmente sus innovaciones?
Casi sin salvedad alguna se le puede clasificar como nuestro mas
antiguo poeta dramático de nombre conocido. Y digo casi, porque
el descubrimiento del Cancionero de Gómez Manrique nos ha ofre-
cido el texto de dos brevísimas Representaciones del Nacimiento y de
la Pasión, que seguramente son anteriores á las suyas. Pero el nin-
gún artificio escénico y la extraordinaria sencillez de dichas piezas,
destinadas á un convento de monjas, no permiten ponerlas en com-
paración con un teatro tan copioso, tan vario y relativamente tan
desarrollado como el de Enzina. Gómez Manrique, y seguramente
otros trovadores del siglo xv, pudieron ser ocasionalmente poetas
dramáticos, pero sólo Juan del Enzina lo fué de un modo intencio-
nal, con vocación, con perseverancia, y con una marcha ascendente
desde sus primeras obras hasta las últimas; siempre en demanda de
formas nuevas y más complicadas.
No se equivocó, pues, la voz popular cuando llamó a Enzina «padre
de la comedia española». Pero como quiera que los primeros escrito-
res que le dieron tal dictado vivieron en tiempos en que su Cancione-
ro estaba muy olvidado, no es maravilla que mezclasen con un hecho
cierto tradiciones fabulosas. Así el discreto representante Agustín de
Rojas, en su famosa Loa de la Comedia (1603), que se cita siempre
al tratar de este asunto, no sólo restringe á tres el número de las
églogas de hnzina, sino que equivoca los nombres de sus Mecenas:
Y donde más ha subido
De quilates la comedia,
Ha sido donde más tarde
276 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Se ha alcanzado el uso della;
Que es en nuestra madre España.
Porque en la dichosa era
Que aquellos gloriosos reyes,
Dignos de memoria eterna,
Don Fernando é Isabel
(Que ya con los santos reinan),
De echar de España acababan
Todos los moriscos que eran
De aquel reino de Granada,
Y entonces se daba en ella
Principio á la Inquisición,
Se le dio á nuestra comedia
Juan déla Enzina el primero,
Aquel insigne poeta,
Que tanto bien empezó;
De quien tenemos tres églogas
Que él mismo representó
Al Almirante y duquesa
De Castilla y de Infantado,
Que éstas fueron las primeras;
Y para más honra suya
Y de la comedia nuestra,
En los días que Colón
Descubrió la gran riqueza
De Indias y Nuevo Mundo,
Y el Gran Capitán empieza
A sujetar aquel reino
De Ñapóles y su tierra,
A descubrirse empezó
El uso de la comedia,
I'orque todos se animasen
A emprender cosas tan buenas...
Sin más apoyo que estas noticias del Viaje entretenido, pero co-
metiendo nuevos errores, quizá por no haberlas entendido bien, el
cronista Rodrigo Méndez Silva, en su Catálogo real y cronológico, tan
atropellado como todas sus obras, dio por sentado que «.en el año
de 1492 comenzaron en Castilla las compañías á representar pública-
mente comedias por Juan del Enzina, poeta de gran donaire, gracio-
sidad y entretenimiento», siendo así que Rojas no habla de repre-
CAPITULO XXV 277
sentaciones públicas ni menos de compañías de cómicos: término
•enteramente impropio y absurdo cuando se trata del siglo xv. \
finalmente, puso el colmo al disparate D. Blas Antonio Nasarre, es-
tampando, en su prólogo á las Comedias de Cervantes, la estupenda
noticia de una pieza cómica de Juan del Enzina, representada en casa
del Conde de Ureña para festejar á los Reyes Católicos en sus bo-
das celebradas en 1 469; fecha en que el supuesto autor de esta pie-
za cómica, ó ingeniosa pastoral, como la llama Jovellanos, no había
cumplido todavía un año.
Dejando aparte tales desvarios, lo que importa advertir es que en
ninguna de las piezas sacras ó profanas de Enzina se encuentra el
más leve indicio de haber sido objeto de representación popular, y
menos por compañías de cómicos asalariados. Las más antiguas fue-
ron representadas en casa de los Duques de Alba: de otra consta
que lo fué ante el Príncipe D. Juan: la Farsa de Plácida y Vitoria-
no, ó quizá alguna otra comedia que no conocemos, lo fué en Roma,
en casa del Cardenal de Arbórea. De las restantes nada puede afir-
marse.
Por consiguiente, cuando se dice que Juan del Enzina emancipó y
secularizó nuestro drama, se dice algo que en el fondo es verdade-
ro, no sólo porque ninguna de sus piezas tuvo por escenario la igle-
sia, sino porque sus representaciones profanas son notablemente su-
periores á las devotas en número, en extensión y en mérito. Pero se
olvida por una parte, que el drama de la Edad Media no era exclu-
sivamente hierático, puesto que al lado de ¡os misterios existían los
juegos de escarnio, y otros rudimentos de farsa profana; y por otra,
que el tránsito del teatro de la iglesia al de la plaza pública no en
todas partes fué inmediato, sino que apareció muchas veces como
forma intermedia el teatro aristocrático y cortesano, al cual, por las
circunstancias externas y materiales de su representación, pertene-
cen las obras de Enzina, aunque sean profundamente populares su
inspiración y su estilo.
Nace este teatro, en su parte religiosa, de un fondo común á to-
das las literaturas de la Edad Media: del drama que en su forma la-
tina, y aun en sus más antiguas formas vulgares, bien puede ser ca-
lificado de litúrgico, puesto que de la liturgia nació, siendo como
278 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
una ampliación popular de ella. Recuérdese, por ejemplo, que urt
sermón de San Agustín, el Vos, inquam, convenio, ó Judaei, que
se leía en la vigilia de la Natividad del Señor, dio nacimiento á
todo el ciclo de los Profetas de Cristo, de que forma parte el céle-
bre canto de la Sibila, varias veces romanceado en los dialectos de
la lengua de Oc. La más antigua muestra de drama litúrgico latino
es el Misterio de los Reyes Magos de la catedral de Nevers, copiado
en un códice del año 1060; y por notable coincidencia es también el
Misterio de los Reyes Magos la más antigua muestra conocida hasta
ahora del drama religioso en nuestra lengua; Misterio que por otra
parte compite en antigüedad con los de más remota fecha en cual-
quiera de las lenguas vulgares, y quizá cede sólo al Misterio de las
vírgenes fatuas, mixto de latín y provenzal.
Pero por un fenómeno, á primera vista inexplicable, España, que
puede presentar uno de los primeros ensayos de representación pia-
dosa, ya completamente romanceada, y que fué de todas las nacio-
nes modernas la que más tiempo retuvo el género, la que le perfec-
cionó y amplificó y le dio sus formas definitivas en la comedia de san-
tos y en el auto sacramental, es la que menor número de misterios de
la Edad Media posee, pues en castellano no vuelve á haber otro hasta
Gómez Manrique, que es de las postrimerías del siglo xv; y en cata-
lán, aunque las noticias de representaciones abundan más (i), los
ejemplos se reducen á un fragmento de misterio de la Magdalena,
del siglo xiv (que contiene por cierto la historia legendaria de Judas,
análoga á la de Edipo), y á los textos, vivos todavía en la represen-
tación popular, pero seguramente muy modernizados en la lengua»
de los tres misterios que se recitan en los carros ó rocas del día del
Corpus en Valencia; y del famosísimo de la villa de Elche (Tránsito
y Asunción de Nuestra Señora), que es hoy entre nosotros la única
supervivencia que sepamos del primitivo drama religioso con sus
peculiares caracteres, esto es, dentro de la iglesia y con el concurso
del clero y del pueblo.
Tan extraordinaria laguna en nuestros riquísimos anales dramá-
(1 \ Véase el c uñosísimo estudio del Dr. Milá y Fontanals, Orígenes del tea-
tro catalán, qut he publicado en el tomo sexto de sus Obras (1895).
CAPITULO XXV '279
ticos, contrasta de tal modo con la prodigiosa abundancia de dramas
litúrgicos latinos, de misterios franceses, de sacre rappresentazioni
italianas, de viiracle-plays ingleses, que verdaderamente no sabe uno
á qué atribuirla. Y aunque nuestros archivos eclesiásticos, todavía
vírgenes en gran parte, quizá nos guarden sobre este punto alguna
agradable sorpresa, y nos sea dado leer algún nuevo misterio de los
siglos xiv y xv, no creemos que tan hipotéticos hallazgos lleguen
á modificar mucho la impresión de pobreza que en este ramo ofre-
ce nuestra literatura anterior al Renacimiento, formando pasmoso
contraste con la enérgica vitalidad que desde entonces cobra el dra-
ma nacional, sacro y profano, hasta que en tiempo de Lope sus ra-
mas llegan á cobijar a toda Europa.
Varias causas pueden señalarse de tal penuria de documentos: la
poca importancia que se daba á la labor literaria en obras que gira-
ban siempre sobre los mismos tópicos desarrollados de la misma
manera, y en que la parte del poeta era seguramente menos esti-
mada que la del músico y el maquinista: y el no haber existido aquí,
como en otras partes, cofradías dramáticas, verdaderos gremios de
aficionados á este género de representaciones, y en cuyas manos el
drama religioso, secularizándose cada vez más, llegó á aquella pro-
¡ífica vegetación de las Moralidades y de los Misterios franceses del
siglo xv: poemas de enorme extensión algunos de ellos, y ligados a
veces formando ciclo. Si en España son raros los misterios, de las
moralidades (piezas de carácter alegórico, con mezcla y aun predo-
minio de elementos satíricos) no se halla ni el nombre siquiera (i),
lo cual no es decir que fuesen enteramente desconocidas, puesto que
en el teatro del siglo xvi encontramos algunas piezas calificadas de
representaciones morales, que seguramente no venían de Francia. Los
destinos de este género han sido muy varios: en Francia, y aun en
Inglaterra (cuya primitiva literatura dramática es una secuela de la
francesa), siguió una tendencia decididamente realista y prosaica, y
de las abstracciones éticas fué pasando por grados á ser rudo esbo-
zo de comedia de carácter, confundiéndose á veces con las j arces y
las sotties. En España, donde el teatro religioso persistió cuando en
(1 [Cítalo, sin embargo, el marqués de Santularia. (A. H.)
200 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
todas partes había muerto, y nunca degeneró enteramente de su
primitivo espíritu, la parte alegórica de las moralidades se combinó
con el elemento histórico y dramático de los misterios, engendrando
la nueva y más depurada forma del auto sacramental, en que apa-
recieron compenetrados los dos principios generadores del drama
teológico, la Biblia y la Escolástica.
Y, si bien se mira, una moralidad sería aquella comedia alegórica
que en 1414 compuso D. Enrique de Villena para las fiestas de la
coronación de D. Fernando el Honesto, en Zaragoza, puesto que en
ella intervenían como personajes la Justicia, la Verdad, la Paz y la
Misericordia, conforme al versículo 1 1 del salmo 84: «.Misericordia
et Vertías obviaverunt sibi: Justitia et Pax osculatae sunt.-»
El teatro del siglo xvi (único teatro que tenemos anterior al de
Lope de Vega) recogió las tradiciones del perdido drama religio-
so de los siglos medios, y sirve indirectamente para confirmar su
existencia. Es cierto que no se habla ya de misterios ni de morali-
dades, prefiriéndose los nombres de égloga, farsa, representación,
auto, y aun tragicomedia alegórica; pero ¿quién duda que la Victoria
Christi del bachiller Bartolomé Palau, por ejemplo, en que se des-
arrolla toda la economía del Antiguo y Nuevo Testamento, es un
inmenso misterio cíclico; y que, por el contrario, la Farsa moral, de
Diego Sánchez de Badajoz, «en que se representa cómo las cuatro
^virtudes cardinales enderezan los actos humanos», ó su Farsa ra-
cional del libre albedrío, «en que se representa la batalla que hay
»entre el Espíritu y la Carne», ó su Farsa de la Iglesia, ó la del
Juego de cañas espiritual de virtudes contra vicios, ó la Danza de los
pecados, son moralidades hechas y derechas; sin que falte entre otras
muchas de su autor, especialmente en la Farsa militar y en la Farsa
de la Muerte, ni siquiera una desvergonzadísima parte satírica que las
acerca más y más á sus congéneres del otro lado de los Pirineos? ¿Qué
es sino una moralidad inmensa, una sátira general de las costumbres
y de los estados humanos, el Auto de las Cortes de la Muerte, que
comenzó Micael de Carvajal, y terminó Luis Hurtado de Toledo?
La persistencia de estas formas del teatro medioeval, cuando ya
en todas partes iban desapareciendo, es quizá la principal razón que
explica la pérdida de los textos anteriores: razón análoga á la que
CAPÍTULO XXV 28 r
trajo la pérdida casi completa de nuestra primitiva poesía épica en
su forma de cantares de gesta. Cuanto más popular y vivo es un gé-
nero, más sujetas están á continua mutación sus formas. Lo que
ayer fué versos de gesta, mañana se ingiere en la prosa historial, ó
se desmenuza en fragmentos épico-líricos, ó invade el teatro, y de
poesía narrativa se convierte en activa. Del mismo modo el drama
popular, al secularizarse, recibe la herencia del teatro litúrgico y se-
militúrgico, le combina con todo género de elementos profanos, y
entierra las toscas formas antiguas bajo el prestigio de las nuevas.
Esta segunda era comienza, sin disputa, en Juan del Enzina. La
obra anterior á él era anónima y colectiva: la suya tiene ya el sello
de la individualidad, hasta en aquellas primeras composiciones su-
yas que parecen más ajustadas al canon hierático. Cinco de estas
piezas pertenecen á aquel género de representaciones que los cléri-
gos pueden facer, según las palabras de la ley de Partida (1.a, títu-
lo VI, ley 34): «assi como de la nacencia de nuestro señor Jesucristo
-»en que muestra cómo el ángel vino á los pastores, é como les dijo
acarno era Jesucristo nacido... c de su resurrección, que muestra qiu
•»fué crucificado é resucitó al tercero día: tales cosas como estas que
amueven al orne d facer bien ¿ a haber devoción en la fe.-» Cumplen
enteramente con estos preceptos las representaciones de Pasión y
de Resurrección que compuso Enzina para el oratorio de los Duques
de Alba: diálogos sobremanera sencillos, algo fríos quizá en la ex-
presión de afectos, por la índole poco ascética del poeta (que en
esta parte queda muy inferior á su coetáneo Lucas Eernández), pero
decorosos, intachables en la ortodoxia y hasta en el respeto con que
se trata el tema evangélico, buscando siempre la forma indirecta (i).
(1) Representación á la muy bendita pasión y muerte de Nuestro precioso Re-
demptor: adonde se introducen dos ermitaños, el uno viejo y el otro mozo, razonán-
dose como entre padre y hijo, camino del Sanio Sepulcro; y estando ya delante de '
monumento, alIe°ós-.> d razonar con ellos una mujer llamada í 'crónica, d quien Cris-
to, cuando le 1 1 era han á crucificar, dejó imprimida la figura de su glorioso rostro
en un paño que ella le dio para se alimpiar del sudor y sangre que iba corriendo.
Va esto tnesmo introducido un Ángel que 7j/'no á contemplar en el monumento, y les
trajo consuelo y esperanza de la santa resurrección.
Representación d la santísima resurrección de Cristo: adonde se introducen Jo-
282 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Pero las tres églogas de Navidad son cosa muy diversa, porque en
ellas el elemento profano alterna con el devoto, y á veces se sobre-
pone á él. El júbilo de la fiesta convidaba á usar de menos severi-
dad, y autor y espectadores podían entregarse sin remilgos á una
alegría infantil, franca y sana. La intervención de los pastores cua-
draba maravillosamente á esto, y ya hemos dicho que otros poetas
coetáneos de Enzina ó poco anteriores á él, como el franciscano Fray
Iñigo de Mendoza en su Vita Christi, habían desarrollado el cuadro
de la Adoración con los mismos toques de bucólica realista. Pero en
Juan del Enzina el mismo nombre clásico de égloga (i), no usado
hasta entonces en nuestra literatura, que yo recuerde, y que luego
siguió nuestro poeta aplicando á la mayor parte de sus farsas profa-
sefy la Mada/e?ia,y los dos discípulos que iban al castillo de Emaús; los cuales
eran Cleofds y San Lucas, y cada uno cuenta de qué manera le apareció nuestro
Redentor. Y primero Josef comienza contemplando el sepulcro en que á Cristo se-
pultó; y después entró la Madalena, y estándose razonando con él, entraron los
otros dos discípulos; y en fin, vino un Ángel á ellos por les acrescentar el alegría
y la fe de la resurrección.
( 1 ) Égloga representada en la noche de la Navidad de nuestro Salvador, adon-
de se introducen dos pastores, uno llamado Juan, é otro Mateo; é aquel que Juan
se llamaba, entró primero en la sala adonde el duque é duquesa estaban, é en nom-
bre de Juan del Enzina llegó á presentar cient coplas de aquesta fiesta á la seño-
ra duquesa; é el otro pastor llamado Maleo, entró después desto, é en -nombre de
los detractores é maldicientes comenzóse á razonar con él, é Juan estando muy
alegre é ufano, porque sus señorías le habían ya recebido por suyo, venció la me-
tida del otro. Ado?ide prometió que vertido el mayo sacaría la compilación de todas
sus obras, porque se las usurpaban é corrompía?:, é porque no pensase?! que toda
su obra era pastoril, segú?t algunos decían, mas antes co?iosciesen que ó más se
extendía su saber.
— Égloga representada en la misma noche de Navidad, adonde se introduce?i
los mesmos pastores de arriba: é estando éstos e?i la sala adonde los maitines se de-
cían, entrara?? otros dos pastores, que Lucas é Marco se llamaban, é todos cuatro
en nombre de los cuatro evangelistas, de la nal ¡vi dad de Cristo se comenzaron d
razonar.
— Égloga trovada por Juan del Enzina, representada ta noche de Navidad, e?i
¿a cual á cuatro pastores, Miguellejo, Juan, Rodrigo é Antón llamados, que sobre
los i?ifortu?iios de las grandes lluvias é la muerte de un sacristán se razonaban
un ángel aparesce, é elnascimiento del Salvador les anunciando, ellos con diversos
dones á su visitación se apare/an.
CAPITULO XXV 283
ñas, indica un propósito deliberado de dar importancia á lo pastoril,
en que él sobresalía, según confesión de sus propios émulos. El
nombre le tomó de Virgilio, cuando tradujo sus Bucálicas; y algo
más que el nombre tomó, según creo: cierto concepto ideal y poé-
tico de la vida rústica, que en él se va desenvolviendo lentamente,
no en contraposición, sino en combinación con el remedo, á veces
tosco y zafio, de los hábitos y lenguaje de los villanos de su tiempo.
En alguna obra de su última manera pecó por el extremo contrario,
haciendo pastores sentimentales, como los de la égloga de Fileno,
Zambardo y Cardonio. Obedecía entonces á otras influencias que
luego notaremos. Pero es profundamente virgiliano, á pesar de la
llaneza de expresión, el sentimiento de este delicioso pasaje de una
de las églogas, de Mingo y Pascuala:
Cata, Gil, que las mañanas
En el campo hay gran frescor;
E tiene muy gran sabor
La sombra de las cabanas.
Quien es duecho de dormir
Con el ganado de noche,
No creas que no reproche
El palaciego vivir.
¡Oh qué gasajo es oir
El sonido de los grillos
Y el tañer los caramillos!
No hay quien lo pueda decir.
Ya sabes qué gozo siente
El Pastor muy caluroso
En beber con gran reposo
De bruzas agua en la fuente;
O de la que va corriente
Por el cascajal bullendo,
Que se va toda riendo.
¡Oh qué pracer tan valiente!...
Se ve que el humilde poeta que escribió esto, había traducido
antes el Fortúnate senex, y guardaba algún eco de él en lo m«1s re-
cóndito de su alma.
Ya antes de Juan del Enzi/ia, y antes que influyese en España la
égloga clásica, los pastores, además del papel que desempeñaban
284 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
en los autos de Navidad, habían servido para otros fines artísticos.
Las famosas coplas de Mingo Revulgo, que son un diálogo, aunque
sin acción, presentan ya el mismo tipo de lenguaje villanesco que
predomina en el teatro de nuestro autor, con la diferencia de ser en
Juan del Enzina poéticamente desinteresada la imitación de los afec-
tos y costumbres de los serranos, al paso que en Mingo Revulgo sir-
ve de disfraz alegórico á una sátira política. Este peculiar dialecto,
en que mucha parte de las primitivas farsas y églogas están com-
puestas, ha sido calificado por algunos de sayagués, entendiendo
por tal el de la pequeña comarca de Sayago, en la provincia de Za-
mora; pero aunque carezco de datos para afirmar ni negar nada, por
falta de conocimiento personal del habla popular de aquella región,
cuyo estudio está tan virgen como el de los demás dialectos leone-
ses y castellanos (i), me parece algo circunscrita dicha denomina-
ción, pues no creo que Enzina, ni Lucas Fernández, ni ninguno de sus
imitadores se sujetasen con estricta fidelidad a la reproducción de
un determinado tipo dialectal, sino que tomaron palabras é inflexio-
nes de varias partes, y forjaron ellos otras muchas, creando así, con
elementos de origen popular, pero exagerados hasta la caricatura,
una jerigonza literaria convencional, que Rodrigo de Reinosa llama-
ba lengua pastoril. Tal es el procedimiento con que los poetas cul-
tos han tratado siempre los dialectos, y no hay razón para creer
que aquí sucediese otra cosa. El Auto del Repelón, que en algunos
pasajes es obscurísimo, parece, no ya imitación, sino grotesca pa-
rodia del lenguaje de los aldeanos que acudían al mercado de Sala-
manca. No creemos que muchos de los barba rismos que el autor
pone en su boca se hayan dicho jamás, aun por la gente más ruda.
De todos modos, el filólogo tiene mucho que espigar allí.
El diálogo en Juan del Enzina es casi siempre fácil, vivo y gra-
cioso. En esta parte esencial del arte dramático, se mostró muy aven-
tajado desde el principio. Hemos visto que algunos de sus villancicos
estaban ya dialogados, y de ellos á la égloga, el paso no era difícil.
Pero además de su buen instinto, tenia ya modelos en los ( ancio-
(1) [Véase: J. de Lamano y Beneite: Bl dialecto vulgar salmantino; Sala-
manca, 1915. (A. /
CAPÍTULO XXV 285.
ñeros. Una serie de trovadores, que quizá se remonta á D. Pedro
González de Mendoza, abuelo del Marqués de Santillana, se habían
valido de este artificio, ya para expresar graves y filosóficos pensa-
mientos, como en el Blas contra fortuna; ya para el discreteo amo-
roso, en que sobresalió el rey de armas Fernán Mojica. Y en uno
de estos diálogos, en el de Rodrigo de Cota, que no sabemos si fué
representado, pero que tiene todas las trazas de haberlo sido, había
ya algún contraste de afectos y una pequeña fábula con nudo y des-
enlace. Juan del Enzina, que manifiestamente le imitó en ¡a Égloga
de Cristino v Febea, debe ser contado también entre los herederos
de estas tradiciones de la poesía cortesana.
El aparato escénico en las églogas y farsas de Juan del Enzina es
tan sencillo, que no induce á creer que en su elemental teatro in-
fluyesen mucho aquellas pomposas representaciones palaciegas co-
nocidas con el nombre de momos, de que tantas veces se hace men-
ción en las crónicas (especialmente en la del Condestable Miguel
Lucas de Iranzo), y que á veces tenían palabras, como es de ver en
una de Gómez Manrique; aunque sólo en lo exterior participasen del
carácter dramático. Pero seguramente influyó en el arte protano de
Enzina, el teatro popular de los tiempos medios, cuya existencia es
indudable, por rudo, por tosco, por embrionario que le supongamos.
Este teatro era independiente del litúrgico, aunque á veces llegara
á invadir sus dominios, profanándole. Debió de nacer espontánea-
mente, por tendencias imitativas y satíricas que están en el fondo
mismo de la naturaleza humana, sin necesidad de tradición literaria.
La de la comedia clásica es de todo punto inverisímil, porque no
fué popularnunca, y en los últimos tiempos del Imperio vivía sólo
en los libros. Las pantomimas burlescas y obscenas, últimos espec-
táculos de la Roma degenerada, habían sucumbido en todas partes
bajo los anatemas de la Iglesia, y nada restaba de ellas, como no
fuese en el fondo obscuro de ciertos regocijos y fiestas populares,
como las de Antruejo ó Carnestolendas. El teatro satírico de la
Edad Media tenía su nombre propio, que consta en una ley de Par-
tida: «Los clérigos non deben ser facedores de juegos de escarnio
aporque los vengan á ver gentes cómo se facen: é si otros ornes los
uncieren, non deben los clérigos hi venir, porque facen hi muchas
286 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
^villanías é desaposturas: nin deben otrosí estas cosas facer en las
»eglesias, antes decimos que los deben echar de ellas deshonrada-
»mente a los que lo ficieren: cá la eglesia de Dios es fecha para orar,
»é non para facer escarnios en ella.» Otra ley declara viles á este
género de histriones: «Otrosí los que son juglares, é los remedadores,
»/ los facedores de los zaharrones, que públicamente andan por el
>pueblo ó cantan ó facen juegos por. precio» (i).
Creemos que se enlazan por remota derivación con los juegos de
escarnio (naturalmente, muy modificados. por el progreso de la cul-
tura) algunas representaciones de Juan del Enzina, especialmente el
Auto del Repelón (2), que en dos ó tres pasajes frisa con la obsceni-
dad (si no es demasiado maliciosa la interpretación que les damos),
y que por lo rudo y plebeyo del estilo, por la enérgica grosería de
las burlas, anuncia, aunque toscamente, los futuros entremeses, á los
cuales hasta se parece en acabar á palos.
Mucho más comedidas son las dos églogas representadas en noche
de Antruejo; en la primera de las cuales, así como en otras piezas
suyas, se valió oportunamente Enzina de las circunstancias históricas
del momento para dar algún interés al diálogo. Pero la segunda (3)
(1) Partidas 1.a, tít. VI, ley 34, y 7.a, tít. VI, ley 4.
(2) Anclo del Repelón. En el cual se introducen dos pastores, Pier?iicuerlo e
Johan Paramas, los cuales, estando vendiendo su mercadería en la plaza, llega-
ron ciertos estudiantes que los repelaron, faciéndoles otras burlas peores. Los al-
deanos, partidos el uno del otro por escaparse dellos, el Johan Paramas se fué á
casa de u?i caballero: é entrando e?i la sala, fallándose fuera del.peligro, comenzó
á contar lo que le acaesció. Sobreviene Piernicuerto en la rezaga, que le dice cómo
todo el hato se ha perdido; é entró un Estudiante, estando ellos f ablando, á refa-
cer la chanza, al cual como le vieron solo, echaron de la sala. Sobrevierten otros
dos pastores, é levanta Johan Paramas 7i?i villancico.
(3) Égloga representada en la noche postrera de Carnal, que dicen de Antruejo
ó Carnestollendas: adonde se introducen cuatro pastores, llamados Beneitoy Bras,
Pedruelo y Lloriente. Y primero Benciio entró en la sala adonde el Duque y
Duquesa estaban, y comenzó mucho d dolerse y acuitarse porque se sonaba que ei
Duque, su señor, se había de partir d la guerra de Francia; y luego tras él entró el
que llamaban Bras, preguntándole la causa de su dolor; y después llamaron á Pe-
druelo, el cual le dio nuevas de paz, y en fin, vino Lloriente que les ayudó d cantar.
Écloga representada la mesma noche de Antruejo ó Carnestollendas: adonde se
introducen Los mesmos pastores de arriba, llamados Beneilo y Bras, Lloriente y
CAPÍTULO XXV 287
es verdadera égloga de Carnestolendas, en que se dramatiza el anti-
guo tema poético de la batalla de D. Carnaval con Doña Cua-
resma, terminando con un himno b.áquico y epicúreo: nunc ¿st
bibendum:
Hoy comamos y bebamos
Y cantemos y holguemos,
Que mañana ayunaremos.
Por honra de Sant Antruejo
Parémonos hoy bien anchos,
Embutamos estos panchos,
Recalquemos el pellejo.
Que costumbre es de concejo
Que todos hoy nos hartemos,
Que mañana ayunaremos...
Tomemos hoy gasajado,
Que mañan3 vien la muerte;
Bebamos, comamos huerte;
Vamonos cara el ganado.
No perderemos bocado,
Que comiendo nos iremos
Y mañana ayunaremos.
Enzina dio un gran paso hacia la verdadera comedia en las dos
églogas que, por los nombres de sus interlocutores, pudiéramos lla-
mar de Mingo, Gil y Pascuala, las cuales, en realidad, pueden con-
siderarse como dos actos de un mismo pequeño drama, por más que
fueron escritas y representadas en años distintos. Por la frescura del
estilo y por la lindeza de la versificación, son, sin disputa, lo mejor
de la que podemos llamar su primera manera. Pero hay también en
ellas un artificio, aunque candoroso, superior al de las restantes. El
contraste entre la vida cortesana y la campesina, con los efectos que
causa el rápido tránsito de la una á la otra en personas criadas
en en uno ú otro de estos medios, está representado en esta gra-
Pedruclo. Y primero Beneito e?ilro en la Sala adonde el Duque y Duquesa esta-
ban, y tendido en el suelo, de gran reposo comenzó á cenar; y luego liras, que ya
había cenado, entro' diciendo * Carnal fuera*, mas importunado de Beneito, tornó
otra vez á cenar con él, y estando cenando y razonándose sobre la venida de Cua-
resma, entraron LLr lente y Pedrudo, y lodos cuatro juntamente, comiendo y can-
tando con mucho placer , di. ron fin d su festejar.
288 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
ciosa miniatura por el escudero á quien el amor de una zagala
hace tornarse pastor, y por dos pastores transformados súbita-
mente en palaciegos. El diálogo es más vivo y más constante-
mente feliz que en obra alguna del poeta. Quizá el gran Lope no
desdeñó acordarse de estos infantiles balbuceos del drama cuando
en Los prados de León y en otras comedias suyas presentó análo-
gas situaciones, humanas y simpáticas siempre, y que abrían ancho
camino á su raro talento de pintor de la naturaleza y de la vida de
los campos.
Aun los villancicos de estas dos piezas son de los mejores de Juan
del Enzina, y en uno de ellos la poesía lírica va acompañada del baile;
innovación que también había de ser fecunda en resultados para
el arte escénico:
GasajémoDOs de hucia:
Que el pesar
Viénese sin le buscar.
Gasajemos esta vida,
Descruciemos del trabajo;
Quien pudiera haber gasajo,
Del córdojo se despida.
Déle, déle despedida;
Que el pesar
Viénese sin le buscar.
De los enojos huyamos
Con todos nuestros poderes;
Andemos tras los placeres,
Los pesares aburramos.
Tras los placeres corramos;
Qu'el pesar
Viénese sin le buscar...
Xo exageraba Barbieri cuando consideraba á Juan del Enzina
como patriarca del género dramático- musical, conocido entre nos-
otros con el nombre de zarzuela. Es cierto que el elemento musical
se concreta á los villancicos con que las piezas terminan; y que al-
gunos de ellos han de considerarse como meros accesorios líricos que
podrían eliminarse de la fábula sin perjuicio de su integridad, aun-
qu e siempre guardan alguna relación con el fondo de ella. Pero otros
CAPÍTULO XXV 289
son intensamente dramáticos, como éste, que tiene todo el carácter
de un coro, en que parece que se siente el ruido de las esquilas del
ganado, y el chasquido de la honda del pastor:
Repastemos el ganado.
¡Hurriallá!
Queda, queda, que se va.
Ya no es tiempo de majada
Ni de estar en zancadillas;
Salen las Siete Cabrillas,
La media noche es pasada,
Viénese la madrugada.
¡Hurriallá!
Queda, queda, que se va.
Queda, queda acá el vezado.
Helo va por aquel cerro;
Arremete con el perro
Y arrójale su cayado,
Que anda todo desmandado.
¡Hurriallá!
Queda, queda, que se va... (1).
(1) Égloga representada en requesta de unos amores: adonde se introduce una
pastor cica, llamada Pascuala, que yendo cantando con su ganado, entro' en la sala
adonde el Duque y Duquesa estaban. Y luego después della entró un pastor llama-
do Mingo, y comenzó d requerilla; y estando en su requesta, llígó un escudero, que
también preso de sus amores, requesidndola y altercando el uno con el otro, se la
sosacó y se tornó pastor por ella.
Égloga representada por las mesmas personas que en la de arriba van introdu-
cidas, que son un pastor que de ajiles era escudero, llamado Gil, y Pascuala, y Min-
go, y su esposa Menga, que de nuevo agora aquí se introduce. Y primero Gil entró
en la sala adonde el Duque y Duquesa estaban; y Mingo, que iba con él, quedóse á la
puerta espantado, que no osó entrar; y después, importunado de Gil, entró y en
nombre de Juan del Enzina llegó á presentar al Duque y Duquesa, su? señores, la
copilacióti de todas sus obras, y allí prometió de fio trovar más, salvo lo que sus
señorías le mandasen. Y después llamaron á Pascuala y d Menga, y cantaron y
bailaron con ellas. Y otra vez tornándose á razonar allí, dejó Gil el hábito de Pas-
tor, que ya había traído un año, y tornóse del palacio, y con él juntamente la su
Pascuala. Y en fin, Mingo y su esposa Menga, viéndolos mudados del palacio, cre-
cióles envidia,y aunque recibieron pena de dejar los hábitos pastoriles, también ellos
quisieron tornarse del palacio y probar la vida a" él. Así que lodos cuatro juntos,
muy bien ataviados, dieron fin á la representación cantando el villancico del cabo.
Menlndez y Pelayo. — Poesía castellana. III. iq
2gO HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Cierra dignamente este primer grupo del teatro de Juan del En-
zina, una primorosa representación sin título, hecha ante el príncipe
D. Juan, y que se distingue de todas las demás por la intervención
de un personaje alegórico, el Amor, que abre la escena con un so-
liloquio (como más tarde había de hacerlo en el Aminta del Tasso),
encareciendo en pulidos y acicalados versos su incontrastable pode-
río (i). Hay en estos versos claras reminiscencias del Diálogo de
Rodrigo de Cota, pero la imitación sostiene la competencia con el
original:
Prende mi yerba do llega;
Y en llegando al corazón,
La vista de la razón
Luego ciega,
Mi guerra nunca sosiega;
Mis artes, fuerzas é mañas,
E mis sañas,
Mis bravezas, mis enojos,
Cuando encaran á los ojos,
Luego enclavan las entrañas.
Mis saetas lastimeras
Hacen siempre tiros francos
En los hitos y en los blancos
Muy certeras,
Muy penosas, muy ligeras.
Soy muy certero en tirar
Y en volar,
Más que nunca nadie fué;
Afición, querer y fe
Ponerlo puedo ó quitar.
Doy dichosa 6 triste suerte:
Doy trabajo é doy descanso;
( i ) Representación por Juan del Enzina, ante el muy esclarescido é muy i/las-
tre Príncipe don Juan, nues/ro soberano señor, lnirodúccnse dos pastores, Bras é
7ua?iillo, é con ellos un Escudero, que d las voces de otro pastor, Pelayo llamado,
sobrevinieron; el cual, de las doradas f rechas del Amor mal herido se quejaba; al
cual, andando por dehesa vedada con sus f rechas é arco, de su gran pode
nándose, el sobredicho pastor había querido prendar.
Gallardo, il reimprimir esta pieza en el número 5.0 de El Criticón, la llamó
El triunfo de amor.
CAPITULO XXV 291
Yo soy fiero, yo soy manso,
Yo soy fuerte,
Yo doy vida, yo doy muerte,
E cebo los corazones
De pasiones,
De sospiros 6 cuidados.
Yo sostengo los penados,
Esperando gualardones.
Hago de mis serviciales
Los groseros ser polidos,
Los polidos más locidos
Y especiales;
Los escasos liberales.
Hago de los aldeanos
Cortesanos,
E á los simples ser discretos,
E los discretos perfetos,
E á los grandes muy humanos.
E á los más é más potentes
Hago ser más sojuzgados;
E á los más acobardados
Ser valientes;
E á los mudos elocuentes;
E á los más botos é rudos
Ser agudos.
Mi poder haze é deshaze.
Hago más cuando me place:
Los elocuentes ser mudos.
Hago de dos voluntades
Una mesma voluntad:
Renuevo con novedad
Las edades,
E ajeno las libertades.
Si quiero, pongo en concordir.
Y en discordia.
Mando lo bueno é lo malo.
Yo tengo el mando y el palo,
Crueldad, misericordia.
Puedo tanto cuanto quiero,
No tengo par ni segundo.
Tengo casi todo el mundo
Por entero,
2g2 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Por vasallo é prisionero:
Príncipes y Emperadores
E señores,
Perlados é no perlados;
Tengo de todos estados,
Hasta los brutos pastores.
No diré, como Gallardo, que todo esto sea ático; pero sí que es
una poesía muy lozana, que halaga apaciblemente el oído, y que bro-
ta con espontaneidad suma de un ingenio verdaderamente poético,
aunque no muy profundo.
¿Marcó nuevos rumbos a este ingenio su larga residencia en Ita-
lia? ¿Ha de atribuirse á ella el mayor adelanto artístico que mues-
tran bajo ciertos respectos las tres únicas piezas conocidas hoy de
su segunda manera: la Égloga de Fileno y Zambardo^ la Farsa de
Plácida y, Viloriano, la Égloga de Cristino y Febea? Esta suposición,
que á primera vista parece fundada cuando sólo se atiende á los
datos biográficos de Enzina, y al hecho de haberse representado é
impreso en Roma una, por lo menos, de estas farsas, no resulta con-
firmada por el examen de las piezas mismas, en las cuales, con la
mejor voluntad del mundo, nada hemos podido encontrar que di-
rectamente recuerde el teatro italiano, salvo en una de ellas el uso
del prólogo ó introito (i). Lo único que puede admitirse es que el es-
pectáculo de comedias más desarrolladas y más ricas de elementos
dramáticos que las suyas, le hiciesen ampliar su cuadro y dar más
realce á los personajes, más intensidad, viveza y nervio á la expre-
sión. Pero aun esto no puede afirmarse sin cautela. En primer lu-
gar, en tiempo de Juan del Enzina había muy pocas comedias italia-
nas, reduciéndose en rigor á cuatro: la Cassaria y los Sappositi del
Ariosto, que son de 1 508 y 1 509; la Calandria, del Cardenal Bibbie-
(1) [Sin embargo, según ha demostrado el Sr. J. P. Wickersham Crawíord
(The Spanish Pastoral Drama; Philadelphia, 191 5; y The Source of Juan del
Encina 's Égloga de Fileno y Zambardo, en Revue Hispanique, xxx, año 19141,
la Égloga de Fileno y Zambardo procede de la segunda égloga de Antonio
Tebaldi o Tebaldeo (1463- 1537), escrita en terza rima y cuyos interlocutores
son Tirsi y Damón. El Sr. Wickersham Crawíord encuentra también elemen-
tos italianos en las églogas de Cristino y Febea y de Plácida y Vitoriano. (A. B.)]
CAPITULO XXV 293
na, representada en la corte de Urbino el 6 de Febrero de 1 5 13, y
la Mandrágola de Maquiavelo, cuya fecha precisa no se sabe, pero
sí que no puede ser anterior á 1 5 12. Léanse estas cuatro produc-
ciones: cotéjense luego con las farsas de Enzina, y la cuestión que-
dará resuelta por sí misma. Esas piezas son verdaderas comedias: las
de Enzina no lo son. Ariosto y Bibbiena reproducen fielmente el
tipo de la comedia latina: la Calandria es una licenciosa repetición
de la intriga de los Meneemos; I suppositi es una combinación (ó
como se decía en tiempo de Terencio), contaminación del Eu-
nuco y de los Cautivos. Sólo Maquiavelo había hecho una comedia
original, genuinamente italiana, que sería admirable si pudiera pres-
cindirse de la profunda inmoralidad del argumento. ¿Qué tiene que
ver nada de esto con los pastores y los ermitaños del pobre Juan
del Enzina, que con haber pasado en Roma la mitad de su vida,
nunca perdió el hábito charro ni el dejo salamanquino?
Los modelos que influyeron en él, los que modificaron su gusto
después de la publicación de su Cancionero, fueron dos libros caste-
llanos en prosa, de muy desigual mérito, pero igualmente leídos por
sus contemporáneos: la Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, y la
Celestina. La primera había puesto de moda la casuística sentimen-
tal, los devaneos de la pasión, la apoteosis del suicidio por amor: la
segunda había abierto las fuentes del realismo más amplio, y que-
daba como un tipo dramático posible para lo porvenir, aunque su
misma perfección le relegase á la lectura y le privase de influencia
directa sobre el arte de su tiempo.
Enzina se asimiló de uno y otro libro algunos elementos, y los in-
corporó bien ó mal en su incipiente dramaturgia; si bien de la Celes-
tina no acertó á imitar sino la parte más trivial, las escenas de bajo
cómico, las que por su grosería misma habían de tentar más á los
lectores vulgares y á los imitadores de corto vuelo. Una escena epi-
sódica, ya citada, de la égloga de Plácida y Vitoriano, basta y so-
bra para comprender lo que Enzina podía hacer en este género.
Mucho más se inspiró en la Cárcel de Amor, porque no era tan
inaccesible el modelo, y además porque su educación de trovador
le ayudaba. Puso en buenas coplas aquellas eternas lamentaciones
de esquiveces y desdenes; trató con bastante habilidad todos los lu-
2g4 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
gares comunes del romanticismo erótico; y buscó el efecto trágico
haciendo que sus enamorados se diesen cruda muerte por sus pro-
pias manos; si bien en la Farsa de Plácida y Vitoriano, condolido
de la mala suerte de la protagonista, hizo que la propia diosa Venus
bajase á resucitarla por ministerio de Mercurio. Los escrúpulos de
ortodoxia le detuvieron todavía menos que al autor de la Cárcel. En
el primitivo final de la égloga de Fileno y Zambardo, tal como se lee
en la edición suelta gótica, aunque luego se suprimió en el Cancio-
nero de 1509, se canoniza con la mayor frescura al suicida pastor
Zambardo (i ). En la Farsa de Plácida y Vitoriano, la irreverencia y
la profanación van todavía más lejos, y nadie se asombrará de que
el Santo Oficio la pusiera en sus índices, cuando lea la Vigilia de
la enamorada muerta, que es una monstruosa parodia de las preces
por los difuntos, en el estilo de las Liciones de Job, de Garci Sánchez
de Badajoz, ó de la Misa de Amor, de Suero de Ribera, y con invoca-
ciones de esta guisa:
Cupido, Kirieleisón;
Diva Venus, Christeleison;
Cupido, Kirieleisón;
ó cuando llegue á la oración, no menos estrambótica y malsonante,
que Vitoriano hace á la diosa Venus, encomendándole su alma para
que la ponga con las de Piramo y Tisbe y Hero y Leandro.
La égloga de Fileno y Zambardo (que Juan de Valdés llama co-
media ó farsa) difiere de todas las demás de su autor por la conti-
(0
ZAMBARDO
No rueguen por él, Cardonio, que es sancto,
Y así lo debemos nos de tener.
Pues vamos llamar los dos sin carcoma
Al muy santo crego que lo canonice;
Aquel que en vulgar romance se dice
Allá entre groseros el Papa de Roma.
GIL
¿Qué es lo que queréis, oh nobres pastores?
ZAMBARDO
Queremos rogar queráis entonar
Un triste réquiem que diga de amores.
CAPITULO XXV 295
nua gravedad del estilo, sin mezcla alguna de gracejos, y por la en-
tonación y énfasis de la versificación, que es siempre en coplas de
arte mayor; metro nada propio del teatro, lo cual acrecienta el mé-
rito de Juan del Enzina en algunos trozos en que la expresión de los
afectos es viva y elegante, sin menoscabo de la sencillez:
La sierpe y el tigre, el oso, el león,
A quien la natura produjo feroces,
Por curso de tiempo conoscen las voces
De quien los gobierna, y humildes le son.
Mas ésta, do nunca moró compasión,
Aunque la sigo después que soy hombre
Y soy hecho ronco llamando su nombre,
Ni me oye, ni muestra sentir mi pasión (1 1.
Otros lugares de esta pequeña tragedia caen en lo declamatorio,
y adolecen de languidez y monotonía; pero el conjunto satisface por
la templada armonía de sentimiento y estilo, y no carece de cierta
poesía melancólica, siendo además digna de notarse la semejanza
que tiene este cuadrito dramático con el episodio de Grisóstomo en
el Quixote, y con la canción del desesperado pastor.
Menos me contenta la égloga ó farsa de Plácida y Vitoriano (2),
(1) Égloga trovada por Juan del Enzina, en la cual se introducen tres pasto-
res, Fileno, Zambardo é Cardonio. Donde se recuerda cómo este Fileno, freso de
amor de tina mujer llamada Cefira, de cuyos amores viéndose muy desfavorecido,
cuenta sus penas á Zambardo y Cardonio. El cual, no fallando en ellos remedio,
por sus propias manos se mata.
(2) Égloga nuevamente trovada por Juan del Enzina, en la cual se introdu-
cen dos enamorados, llamada ella Plácido y él Vitoriano: agora nuevamente emen-
dada, y añadido un argumento, siquier introducían de toda la obra, en coplas, y
mks otras doce coplas que fallaban en las otras que de antes eran impresas. Con
el *Nunc dimittis* trovado por el bachiller Fernando de Yanguas. (Con un largo
argumento en prosa, distinto del Introito en verso, puesto en boca de Gil
Cestero, que también cuenta de antemano la fábula de la pieza:)
Por daros algún solacio
Y gasajo y alegría,
Ahora que estoy de espacio,
Me vengo acá por palacio.
Y aun verná más compafiía.
¿Sabéis quién?
2g6 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
no obstante que tan buen crítico como Juan de Valdés la puso sobre
todas las restantes. Es más larga que ninguna, y tiene más compli-
cación de elementos dramáticos, ya sentimentales, ya naturalistas,
Gente que sabrá muy bien
Mostraros su fantasía.
Verná primero una dama
Desesperada de amor;
La cual Plácida se llama,
Encendida en viva llama,
Que se va con gran dolor
Y querella
Viendo que se aparta della
Un galán su servidor.
Entrará luego un galán,
El cual es Vitoriano,
Lleno de pena y afán
Que sus amores le dan,
Sin poder jamás ser sano:
Porque halla
Que l'es forzado y dejalla
No es posible ni en su mano.
Y él mismo lidia consigo,
Y con él su pensamiento,
Mas con Suplicio, su amigo,
Eslinda su pensamiento,
Por hallar
Remedio para aplacar
El dolor de su tormento.
Y aconséjale Suplicio
Que siga nuevos amores
De Flugencia y su servicio,
Porque con tal ejercicio
Se quitan viejos dolores.
Mas aqueste
Hirióle de mortal peste;
Que las curas son peores,
Y no se puede sufrir
Sin á Plácida tornarse
Aunque se fuerza á partir;
Tornando por la servir,
Halla que fué á emboscarse.
Un pastor
Le da nuevas de dolor,
Diciendo que fué á matarse.
Y con él en busca della
CAPITULO XXV 297
ya fantásticos y mitológicos, pero no están combinados, sino me-
ramente yuxtapuestos, con tan poco artificio, que más de la mitad
de las escenas (si tal nombre merecen) podrían disgregarse, sin que
se cercenara en un ápice el pobrísimo argumento. Se ve que esta
pieza tiene más pretensiones literarias que ninguna de las otras,
acaso en consideración al auditorio romano, para quien fué escrita
y representada (i). El autor, en algunos versos del Introito, la llamó
comedia, y este mismo Introito, cuyo uso generalizó después el inge-
nioso autor de la Propaladia, es remedo clarísimo de los pró-
logos del teatro latino é italiano: quizá la única cosa que Juan
del Enzina tomó de ellos. La versificación es excelente, sobre
todo en los monólogos de Plácida, que expresan con ardor y
vehemencia la rabiosa pasión de los celos. En esta parte afectiva,
nunca Enzina había rayado tan alto, y á esto atendería principal-
mente Juan de Valdés en su* elogio:
¡Que se vaya!... Yo estoy loca,
Que digo tal herejía...
Lástima que tanto toca,
¿Cómo salió por mi boca?
¡Oh qué loca fantasía!
Fuera, fuera,
Va Suplicio juntamente.
Yendo razonando della,
Hallan qu'esta dama bella
Se mató cabe una fuente.
Y él así
Se quiere matar allí,
Y Venus no lo consiente.
Mas antes hace venir
A Mercurio desd'el cielo,
Que la venga á resurgir
Y le dé nuevo vivir,
De modo que su gran duelo
Se remedia,
Y así acaba esta comedia
Con gran placer y consuelo.
(1) [En casa del Cardenal Arbórea (el valenciano Jaime Serra), como
antes se ha dicho; pero no en Agosto, según apunta erróneamente Graf, y,
siguiéndole, Menéndez y Pelayo, sino en Enero de 1513. (A. B.)\
298 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Nunca Dios tal cosa quiera;
Que en su vida está la mía.
Cúmplase lo que Dios quiera;
Venga ya la muerte mía,
Si le place que yo muera.
¡Oh quién le viera é oyera
Los juramentos que hacía
Por me haber!
¡Oh maldita la mujer
Que en juras de hombres confía!
Do esta el corazón abierto,
Las puertas se abren de suyo.
No verná, yo lo sé cierto;
Con otra tiene concierto;
Cuitada, ¿por qué no huyo?
«¿Dónde estoy?
No sé por qué no me voy.
Que esperando me destruyo...
Contra tal apartamiento
No prestan hechicerías,
Ni aprovecha encantamento;
Echo palabras al viento,
Penando noches é días.
¿Dónde estás?
Di, Vitoriano, ¿do vas?
Di, ¿no son tus penas mías?
Di, mi dulce enamorado,
¿No me escuchas ni me sientes?
¿Dónde estás, desamorado?
¿No te duele mi cuidado,
Ni me traes á tus mientes!
¿Do la fe?
Di, Vitoriano, ¿por que
Me dejas y te arrepientes?
¡Oh fortuna dolorosa!
¡Oh triste desfortunada,
Que no tengo dicha en cosa,
Siendo rica y poderosa,
CAPITULO XXV 2gg
Y de tal emparentada!
FadOvS son:
En el viernes de Pasión
Creo que soy baptizada.
Quiero sin duda ninguna
Procurar de aborrecello,
Mas ¡niña! desde la cuna
Creo que Dios ó fortuna
Me predestinó en querello.
¡Qué lindeza,
Qué saber y qué firmeza,
Qué gentil hombre y qué bello!
No le puedo querer mal,
Aunque á mí peor me trate.
No veo ninguno tal,
Ni á sus gracias nadie igual,
Por más que entre mil lo cate.
Mas con todo,
Vivir quiero de este modo,
Por más que siempre me mate.
Por las ásperas montañas
Y los bosques más sombríos,
Mostrar quiero mis entrañas
A las fiera» alimañas,
Y á las fuentes y á los ríos;
Que, aunque crudos,
Aunque sin razón y mudos,
Sentirán los males míos...
Esto es pasión de mujer enamorada y celosa. Las quejas é
imprecaciones de la pharmaceutria de Teócrito y de Virgilio
(que quizá recordaba Juan del Enzina, puesto que las había tra-
ducido en las Bucólicas del mantuano) son más artísticas, pero
no más sinceras ni más humanas que éstas. ¿Quién sabe á dónde
hubiera podido llegar, en época más adelantada para el arte dra-
mático, el poeta que de tal modo hacía sentir y hablar a sus per-
s'.najes? Tales aciertos, y no son los únicos, compensan con usu-
ra todos los rasgos de mal gusto que hay en esta farsa; la ya citada
Vigilia de la enamorada muerta, y una pueril é insufrible escena
en ecos, sin contar con la obligada intervención de los pastores,
300 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
que en esta pieza no tienen gracia ninguna ni sirven más que de
estorbo.
En conjunto, sin embargo, Plácida y Vítor ¿ano me parece infe-
rior á otra égloga mucho más breve de Juan del Enzina, la de Cris-
tino y Febea, si ya no me engaña la vanidad de ser poseedor del
único ejemplar conocido de ella. Se imprimió suelta en letra gótica,
pero no fué incluida en ninguna de las ediciones del Cancionero, y
apenas nos explicamos cómo pudo salvarse de la censura inquisito-
rial, puesto que por el fondo lo merecía tanto ó más que la de Plá-
cida y Vitoriano, aunque fuese mucho más delicada la forma. Un
ermitaño, á quien el dios de Amor hace ahorcar los hábitos, tentán-
dole con la hermosura de una ninfa, es el protagonista de esta sencilla
fábula, muy lindamente escrita y versificada, pero que no respira
más que alegría sensual y epicúreo contentamiento de la vida. Xo
creemos que el autor tuviese en mientes disuadir á nadie de la vida
ascética y contemplativa, pero lo cierto es que de su obra no resul-
ta otra moraleja:
Las vidas de las hermitas
Son benditas,
Mas nunca son hermitaños
Sino viejos de cient años,
Personas que son prescritas,
Que no sienten poderío
Ni arnorio,
Ni les viene cachondez;
Porque, mía fe, la vejez
Es de terruño muy frío.
Y es la vida del pastor
Muy mejor,
De más gozo y alegría;
La tuya de día en día
Irá de mal en peor.
¿Cómo podrás olvidar
Y dejar
Nada destas cosas todas,
De4bailar, danzar en bodas,
Correr, luchar y saltar?
Yo lo tengo por muy duro
Te lo juro,
CAPITULO XXV 301
Dejar zurrón é cayado,
Y de silbar el ganado;
No podrás, yo te seguro.
¡Oh, qué gasajo y placer
Es de ver
Topetarse los carneros,
Y retozar los corderos,
Y estar á verlos nacer!
Gran placer es sorber leche
Que aproveche,
E ordeñar la cabra mocha
E comer la miga cocha;
Yo no sé quién lo deseche.
Pues si digo el gasajar
Del cantar,
Y el tañer de caramillos,
Y el sonido de los grillos,
Es para nunca acabar...
Con la misma hechicera ingenuidad está escrita toda la pieza, en
que probablemente su autor no vería mal ninguno. La intervención
del Amor, y otras circunstancias bien obvias, recuerdan, como ya
hemos advertido, el Diálogo de Rodrigo de Cota, aunque éste de
Enzina es mucho más teatral (i).
Tal es, examinado muy á la ligera, el teatro de Juan del Enzina,
del cual sólo hemos dicho lo preciso para no dejar incompleta, en
parte tan esencial, su semblanza. El estudio analítico de estas pie-
zas ha sido hecho ya, y bien hecho, por Moratín, Martínez de la
Rosa, Schack, Cañete y otros, y últimamente, y con más extensión,
por Cotarelo; y no hay para qué rehacerle en un trabajo como el
nuestro, consagrado principalmente á la historia de la lírica.
En torno de Juan del Enzina (2) se agrupa una falange bastante
(1) Égloga nuevamente trobada por Juan del Enzina, adonde se introduce un
pastor que con otro se aco?iseja, queriendo dejar este mundo é sus vanidades por
servir d Dios; el cual después de haberse retraído d ser /¿ermitaño, el dios de
Amor, muy enojado porque sin su licencia lo había fecho, una ninfa envia d le
tentar, de tal suerte que, forzado del amor, deja ios hábitos y la religión.
(2) Las obras dramáticas de Juan del Enzina, de las cuales sólo unas po-
cas habían sido incluidas en las colecciones de Moratín y Bóhl de Faber (y é -
302 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
numerosa de poetas, que constituyen nuestra primera escuela dra-
mática. Alguno de ellos, como Francisco de Madrid, apenas puede
ñamarse discípulo suyo, puesto que la única égloga que conocemos
de él es de 1 494. Pero la mayor parte de los restantes sí lo son,
descollando, entre ellos, como el más próximo al maestro, Lucas
Fernández, salmantino como él, y como él músico y poeta (según
toda apariencia), menos fecundo que Enzina, y quizá menos espon-
táneo que él, pero más reflexivo, más artista, no inferior en los do-
naires cómicos y en las escenas pastoriles, y mucho más viril, más
austero en las representaciones sagradas, hasta llegar á la elocuen-
cia trágica que rebosa en el Auto de la Pasión.
Pero ni Lucas Fernández, ni Diego de Ávila, ni el clásico y co-
rrecto Hernán López de Yanguas, á quien bien se le mostraba ser
latino, según la expresión de Juan de Valdés; ni el pedantesco Ba-
chiller de la Pradilla, ni Martín de Herrera, ni otros de los cuales
todavía nos queda alguna obra, prescindiendo de todos aquellos de
quienes sólo restan nombres y títulos de farsas, desgraciadamente
perdidas ó no descubiertas hasta ahora, innovaron cosa alguna subs-
tancial en la fórmula dramática dada por Juan del Enzina. Las ver-
tas con muchas supresiones y enmiendas arbitrarias), han sido publicadas
recientemente por la Academia Española, en un tomo que comenzó á impri-
mir Cañete en 1868, y terminó Barbieri en 1893. Este tomo se titula Teatro
completo de Juan del Enzina; pero acaso con el tiempo podrá añadirse á él otra
égloga de Navidad que Salva dice haber visto impresa anónima, y que, á juz-
gar por su encabezamiento, apenas puede dudarse de que pertenezca á nues-
tro poeta:
Égloga inlerlocutoria: en la qual se introduzen tres pastores y vna zagala: lla-
mados Pascual y Benito y Gilverto y Pascuala. Eti la qual recuenta cómo Pas-
cual estaua en la sala del Duque y la Duquesa recontando cómo ya la seta de Ma-
homa se auia de apocar; y otras muchas cosas; y entra Benito y le traua de la
capa, y él dice cómo quiere dejar el ganado y entrar al Palacio: y Benito le em-
pieza de contar cómo Dios era nacido: y Pascual, por el gran gasajo que siente, le
manda una borreca en albricias: y estándolo tanto alabando, dizc Pascual que
nazca quien quisiere, que le dexen lo suyo, y oyendo esto Gilverto, cómo tomó vn ca-
yado para darle con el; y Benito los puso en paz; hasta que ya vienen d jugar á
pares y d ?wnes. E acabando de jugar empicfan de alabar sus amos: y assi se
salen cantando su villancico. [Ha sido reimpresa en la Revue Hispanique,
t. xxxvi, núm. 90. (A. B )]
CAPtTULO XXV 303
daderas innovaciones las hicieron á un tiempo mismo Gil Vicente en
Lisboa, y Torres Naharro en Roma. Así el portugués como el ex-
tremeño eran ingenios muy superiores á Enzina, y el paso que hicie-
ron dar á nuestra dramática fué mucho más avanzado. Crearon la
verdadera comedia, que Enzina no había hecho más que vislumbrar,
pero salieron de su escuela, comenzaron por seguir sus huellas, fe-
cundaron los gérmenes que él había sembrado, y una parte de su
gloria debe reflejar sobre el iniciador y el patriarca de nuestra esce-
na. La posteridad así lo reconoce, le hace plena justicia, y estudia
amorosamente sus candidos bocetos, encontrando quizá en ellos algo
que falta en las producciones más brillantes de las épocas de deca-
dencia, porque, como dijo bellamente un sabio artista nuestro del
siglo xvi, «con más brío comienza á salir una planta del suelo, aun-
» que sea una hojita sola, que cuando se va secando, aunque esté
»cargada de hojas». Estamos ya muy lejos de los días en que el nom-
bre de Juan del Enzina sólo servía para canonizar disparates ó para
encarecer antiguallas (i); en que el gran Quevedo hablaba de él
como de una persona semifabulosa; y en que el P. Isla, jugando del
vocablo, le hacía escribir cartas desde Fresnal del Palo contra los
cirujanos romancistas de su tiempo. Ni tampoco es posible asentir
ahora á la especie de desdén con que le trataron los clásicos del si-
glo xvi, especialmente Hernando de Herrera, que en obsequio á un
ideal artístico sin duda más elevado, pero no sin mezcla de intole-
rante dogmatismo, le tachó de rudo, bárbaro, rústico (2), calificacio-
nes que, tratándose de lengua y estilo, son siempre muy relativas,
y que de ningún modo cuadran al discípulo de Nebrija, al traductor
(1) «Es más viejo que las coplas del Repelón», era dicho vulgar. Y sin
duda le recordaba D. Francisco de Quevedo, cuando escribía en un soneto a
una vieja preciada de moza:
Antes del Repelón, eso fué hogaño,
Ras con ras de Caín ó cuando menos...
(2) <Tocó esta fábula (la de Tántalo) aquel poeta Juan de l'Enzina, con la
>rudeza y poco ornamento que se permitía en su tiempo.* (P. 255 de las Ano-
taciones á Garcilaso.)
«Juan de l'Enzina siguió este mismo lugar en su égloga V; pero tan bárbara
»y rústicamente, que ecedió á toda la ignorancia de su tiempo.»
304 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
de Virgilio, al familiar de León X, al que fué á su modo, y con el
estilo de su tiempo, un hombre del Renacimiento. La estética de
nuestros días, más hospitalaria que la antigua preceptiva, comienza
á rehabilitar á Juan del Enzina en su doble calidad de poeta y de
músico. ¡Ojalá que el presente estudio pueda contribuir en algo á
tan justa reparación, porque si Juan del Enzina no fué gran poeta,
fué á lo menos un poeta muy simpático, y que dejó la semilla de
cosas grandes! .
Gil Vicente y Torres Naharro cultivaron también la lírica á par
de la dramática, y en tal concepto solicitan ahora nuestra atención.
Pero antes de hablar del primero, aunque muy rápidamente, es pre-
ciso conocer el círculo literario en que vivió, la legión de poetas bi-
lingües nacidos en Portugal, cuyas obras están recogidas en el Can-
cionero de Resendc.
CAPÍTULO XXVI
[LA LÍRICA PORTUGUESA. EL INFANTE DON PEDRO, DUQUE DE COIM-
ERA. EL CONDESTABLE DON PEDRO DE PORTUGAL (I429-I466); LA
Sátyra de felice é infelice vida; la Tragedia de la insigne reina dona
Isabel; otras obras; últimos días del condestable. — los poetas del
Cancionero de resende: don juan de meneses; fernán de silveira;
ALVARO DE BRITO PESTAÑA; DUARTE DE BRITO; DON JUAN MANUELJ LUIS
enríquez; garcía de resende: su Cancionero. — bernaldim ribeiro
Y LA ESCUELA BUCÓLICA.!
La escuela lírica galaico-portuguesa, cuya dominación en las co-
marcas occidentales y centrales de la Península duró hasta fines
del siglo xiv, extiende sus últimas ramificaciones por el Cancionero
de Baena, y se pierde en la caudalosa corriente de la literatura cas-
tellana, abandonándose, aun en Galicia, el uso de aquella lengua
trovadoresca, si bien se conserva vagamente su recuerdo literario,
como lo testifica, el Prohemio del Marqués de Santillana. El mayor
poeta gallego del siglo xv, Juan Rodríguez del Padrón, ni una sola
vez emplea su dialecto natal, y lo mismo se observa en el Vizconde
de Altamira, en Luis de Vivero y otros paisanos suyos de quienes
hay versos en el Cancionero general.
En Portugal, que tenía conciencia de reino independiente, y que
después del triunfo de Aljubarrota había entrado en su edad heroica
con los primeros descubrimientos marítimos y la primera expan-
sión por el litoral africano, no podía ser tan completo el abandono
de la lengua, que se honraba ya con algunos monumentos en prosa,
como las crónicas de Fernán Lopes y sus continuadores, los libros
didácticos del Rey D. Duarte (0 Leal Conselheiro), y probablemente
la primera redacción del Amadis de Gaula. Nada de esto impidió,
Mi r.KNDEZ T Pelato. — Poesía castellana. III . 20
306 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
sin embargo, que los portugueses durante todo el siglo xv se some-
tiesen dócilmente á la influencia castellana, y que, vencedores en el
terreno de las armas, como lo fueron casi siempre hasta que la for-
tuna los abandonó en los campos de Toro, gustasen, no obstante,
de poetizar en la lengua de sus odiados rivales, y los imitasen ade-
más, harto servilmente, en los versos que componían en su lengua
propia. Abrase la enorme colección de García de Resende, y se
verá, no sólo que muchos de aquellos ingenios son bilingües, sino
que toda la materia poética allí archivada no pertenece al lirismo
provenzal de la antigua escuela gallega, sino á la nueva escuela
cortesana del tiempo de D. Juan II, la cual algunos rastros conser-
vaba de la vetusta tradición lírica peninsular, pero que no sólo
había olvidado á sus precursores, sino que manifiestamente difería
de ellos en muchas cosas y se movía bajo otros impulsos, entre los
cuales era el más notable ia imitación italiana, á través de la cual
algo del clasicismo antiguo comenzaba á insinuarse.
Tal fenómeno no tendría satisfactoria explicación, puesto que
abiertamente pugna con las vicisitudes de la historia política, si no
se tuviese en cuenta que Portugal carecía aún de tradiciones lite-
rarias propias, excepto en la lírica, donde su actividad se había con-
fundido con la de los trovadores gallegos y con la de los muchos
castellanos de los siglos xm y xiv que habían empleado el gallego
como lengua poética. Y la lírica por sí sola, como el ejemplo de los
provenzales lo confirma, no basta para dar perpetuidad y funda-
mento sólido á una lengua y á una literatura. Portugal no alcanzó
la epopeya hasta el siglo xvi, y esto por vía erudita, aunque de
maravillosa manera, coincidiendo el genio de un gran poeta con el
punto de mayor apogeo en la historia de su pueblo. Pero en la
épica popular de los tiempos medios, puede decirse que Portugal
no interviene para nacía: su romancero, por otra parte muy bello y
muy rico, es un suplemento del romancero castellano, del cual sólo
difiere por la lengua y por la carencia casi absoluta de temas his-
tóricos, que son los que infunden propia y genuina vitalidad al
nuestro y Le dan conocida superioridad sobre las canciones popula-
res de cualquier otra parte de Europa. Del mismo modo la primi-
tiva prosa portuguesa crece á los pechos de la prosa castellana: la
CAPITULO XXVI 307
corte literaria de D. Diniz es un trasunto de la de su abuelo Al-
fonso el Sabio: se traducen primero y se imitan luego nuestras
grandes compilaciones legales é históricas del siglo xm, las Parti-
das, la Crónica General; se imita el mester de clerecía, y se tradu-
cen los versos del Archipreste de Hita. Libros franceses como el
Román de Troie pasan por el castellano antes de llegar al gallego, y,
finalmente, el más antiguo, y bien tardío, cronista portugués Fer-
nán Lopes, aparece muy directamente influido en la materia y en el
estilo por las obras históricas del canciller Avala.
Todo inclinaba, pues, á los portugueses á recibir de buen grado
la heguemonía castellana en este orden, al paso que con tanto em-
peño la combatían en el campo de la guerra y de la política. Ni
para contrabalancearla era suficiente la afición, más difundida allí
que en el centro de España (fenómeno que también se explica por
la ausencia de toda otra poesía narrativa en Portugal y Galicia), á la
lectura de los devaneos y ficciones caballerescas del ciclo bretón,
que quizá por misteriosa comunidad de orígenes célticos, si no en-
teramente probados, muy probables, comenzaban á echar hondas
raíces en la fantasía tanto del pueblo como de las clases aristocrá-
ticas, penetraban á título de historia hasta en los libros de lina-
jes (i), y se reflejaban en las costumbres palaciegas, en los saraos,
en las divisas y en los motes, siendo punto de moda en los tiempos
de D. Juan I y sus inmediatos sucesores, tomar los caballeros y las
damas los nombres de los héroes de la Tabla Redonda, y propo-
nérselos como ideal ó dechado en sus acciones. El Lanzar ote del
Lago, el Baladro de Merlín, la Historia de Tristán, y otros libros
capitales de este ciclo, corrían ya traducidos en prosa portuguesa
y es muy natural que en tal medio fuese engendrado antes ó des-
pués el Amadís peninsular, ingeniosa y original imitación, que á su
vez había de tener prole tan dilatada, pero no en su primitiva for-
(1) En el Nobiliario del conde D. Pedro de Barcellos, que es el más anti-
guo, no sólo de Portugal, sino de toda España, se ponen ya la genealogía del
rey Artús, la leyenda del rey Lear y la del encantador Merlín.
(2) Del Lanzarote portugués existe un códice en la Biblioteca Imperial de
Viena. El Merliny el Tristón constan en el catálogo de libros que poseyó el
rey D. Duarte.
308 historia de la poesía castellana
ma, la cual fué olvidada y perdida muy luego, sino en su metamor-
fosis castellana; lengua que fué también la de casi todas sus imita-
ciones, excepto el Palmerin de Inglaterra; mostrándose aun en esto
el predominio y soberanía que el habla de la España central asu-
mió por tres centurias sobre sus vecinas.
Pero en el siglo xvi y aun en el xvn, la vitalidad del genio
portugués fué tanta, que sin menoscabo de su sello peculiar tole-
ró el empleo promiscuo de dos lenguas literarias: ley de que
no se eximió el mayor poeta de la raza, si bien sus versos cas-
tellanos sean parte muy secundaria de sus obras. Pero no acontece
lo mismo con otros poetas y prosistas de los más insignes: Gil
Vicente, Sá de [Miranda, D. Francisco Manuel, de quienes es muy
difícil decidir si importan más como escritores portugueses ó como
castellanos: tan compensados están los méritos de su labor en
ambas lenguas.
Xo alcanzan tan alto nivel los poetas cortesanos del siglo xv, si
bien el más antiguo de los que acabamos de nombrar pertenece á
esa centuria por su nacimiento y sus orígenes literarios. Antes de
llegar á él, la poesía portuguesa de aquel siglo no es más que un re-
flejo ó trasunto bastante pálido de la poesía castellana de las cortes
literarias de D. Juan II y de los Reyes Católicos, con la gran des-
ventaja de no ofrecer entre sus innumerables cultivadores ninguno
que remotamente pueda compararse con Juan de Mena, Santillana,
los dos Manriques, y aun con otros ingenios de orden muy inferior.
Parece que los trovadores portugueses ponen servil empeño en imi-
tar lo más trivial, lo más insulso, lo más empalagoso de sus mode-
los. El Cancionero de Resende contiene todavía mayor número de
poetas que el de Castillo: llegan á ciento cincuenta los que incluye.
Nunca se vio tan estéril abundancia de versificadores y tanta penu-
ria de poesía. El lector de buen gusto camina por aquel intermina-
ble arenal, sin encontrar apenas un hilo de agua con que mitigar la
sed. Afortunadamente sólo nos incumbe el estudio de la parte cas-
tellana del libro, y aun así no podrá dejar de ser árida la materia,
que procuraremos hacer más llevadera con las noticias biográficas
de algunos de estos poetas, más interesantes en su vida que en sus
versos, pero á quienes alguna buena memoria debemos, siquiera
CAPITULO XXVI 309
por la cortesía y solicitud que mostraron en honrar nuestra lengua
tanto como la suya propia (i).
Grato me fuera colocar al frente de esta galería poética la noble
y simpática figura del segundo de los hijos del Maestre de Avis, del
infatigable viajero que, según el decir de nuestro vulgo, anduvo las
siete partidas del mundo, y cuya memoria se perpetúa aún, lo mis-
mo en Portugal que en Castilla, gracias á un libro popular, de los
llamados de cordel, que todavía se reimprime, aunque cada vez más
alterado y modernizado, y suele encontrarse de venta en los merca-
dos de los pueblos y en los barrios extremos de nuestras ciudades,
formando parte esencial de la biblioteca folklórica (2). La veracidad
de esta relación de viajes allá se va con la de Juan de Mandeville, y
aun con la de Simbad el Marino, pero es indudable que el Infante
en su mocedad viajó mucho por Europa, Asia y África; que asistió
al emperador Segismundo de Hungría en su campaña contra los
hussitas (1419); que hizo la romería de Tierra Santa, visitando en
el camino Chipre, Constantinopla y el Cairo, y adquiriendo noticias
de las tierras del Preste Juan; y, finalmente,' que recorrió las cortes
de casi todos los príncipes cristianos de su tiempo, invirtiendo en
estas peregrinaciones más de diez años, y volviendo á Portugal, en-
riquecido con un tesoro de experiencia y saber práctico, cual otro
Oses qui mores multorum hominum vidit et urbes. Pero él, tan afor-
(1) Intentó ya el estudio de estos poetas, con su habitual amenidad é iu-
genio, D. Juan Valera, en un artículo publicado en la Revistarle España, tomo 1,
1868. A haberle dado más extensión, hubiera hecho de lodo punto inútil
el mío.
(2) La última edición que hemos visto es de 1873, con el título de Histo-
ria del infante D. Pedro de Portugal, en la cual se refiere lo q?¿e le sucedió' en el
viaje que hizo alrededor del mundo (sic). Escrita por Gomes de Santisteban, 1010
de los que llevó en su compañia. Las antiguas, así en portugués como en caste-
llano, se titulan: Historia del Infante D. Pedro... el qual anduvo las siete parti-
das del?m¿7ido. Las hay de 1564 (Burgos, por Felipe de Junta), 1570 (Zaragoza,
por Juan Millán), 1595 (Sevilla, por Domingo de Robertis), etc. El texto por-
tugués actual parece traducido del castellano, pero éste puede ser abrevia-
ción ó refundición de otro más antiguo, que estarí.i probablemente en aquella
lengua. Oliveira Martins se esfuerza por vindicar el carácter histórico de al-
gunas partes de esta relación, tenida comúnmente por fabulosa.
3IO HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
tunado como viajero, tan sabio como legislador, tan prudente y se-
sudo como regente de la monarquía durante la menor edad de su
sobrino D. Alfonso V (1438-1446), fué infelicísimo en el final de
su vida, sucumbiendo víctima de la perfidia en la sorpresa de Alfa-
rrobeira, el año 1449. El interés de sus viajes, la cordura de su ad-
ministración, en que tuvo que luchar á brazo partido, como D. Al-
varo de Luna, con la anarquía señorial, que se levantó prepotente
sobre su cadáver para caer luego herida de muerte por el puñal de
D. Juan II, apellidado el Principe Perfecto; y, finalmente, la gran-
deza trágica de su destino, rodean su nombre de una aureola de
gloria, á la cual no podía faltar el prestigio de la cultura literaria de
que noblemente se ufanaban los más ilustres monarcas y proceres
de aquel siglo de Renacimiento. Cultivando con predilección la lec-
tura de los moralistas y de los políticos, tradujo á su lengua los
Oficios de Cicerón y los libros De Beneficiis de Séneca, que tituló
Virtuosa Bemfeiloria, el De Regimine Principum de Egidio Roma-
no, y el De re militari de Vegecio. Y en conformidad con sus afi-
ciones de viajero, trasladó también el libro de Marco Polo, con que
le había obsequiado la señoría de Venecia, cuando le recibió triun-
falmente en 1428. En las Horas de Confesión exhaló los afectos as-
céticos de su alma, y en la carta de consejos á su hermano D. Duar-
te desarrolló su pensamiento político.
El Cancioneiro Gt ral incluye algunos versos suyos; pero los que
trae en castellano no son auténticos. El largo poema del contempto
del mundo que el colector Resende le atribuyó, propagándose el
yerro hasta los más modernos y eruditos historiadores literarios de
Portugal y Castilla, no puede ser suyo, puesto que en él se alude á
la caída y suplicio de D. Alvaro de Luna, cuya muerte fué poste-
rior en cuatro años á la del Infante:
Mirad al Maestre si vivió penando,
Mirad luego juncto su acabamiento.
Pertenece, por consiguiente, no al Infante D. Pedro, duque de
Coimbra, sino á su hijo el Condestable de Portugal, llamado también
don Pedro, de cuya vida y escritos trataremos inmediatamente.
Lo que da al Infante un puesto en la historia de nuestra poesía,
CAPITULO XXVI 311
siendo al mismo tiempo una de las más curiosas muestras de la
avasalladora influencia castellana, son sus relaciones con Juan de
Mena, á quien dirigía encomiásticos versos, pidiéndole que le envia-
ra todas sus obras, y proclamándole príncipe de los poetas de su
tiempo:
Sabedor et bem falante,
Gracyoso em dizer,
Coronysta abastante
Em poesyas trazer...
En su respuesta, el poeta cordobés alude á los famosos viajes
del Regente de Portugal :
Príncipe todo valiente.
En los fechos muy medido,
El sol que nasce en Oriente
Se tiene por ofendido
De vuestro nombre temido:
Tanto luze en Occidente.
Sois de quien nunca os vido
Amado públicamente,
Tan prefeto esclarecido,
Que por serdes bien regido,
Dios vos fizo su regente.
ica fué después, ni ante,
Quien viesse los atavíos
E secretos de Levante,
Sus montes, ínsulas, ríos,
Como vos, Señor Infante.
Entre Moros y Judíos
Esta gran virtud se cante;
Entre todos tres gentíos
Cantarán los metros míos
Vuestra perfeción delante (1).
No me detengo más en tratar del Infante, porque no quiero retocar la
magistral semblanza que de él trazó el mayor artista histórico que la Penín-
sula ha producido en nuestros días, mi inolvidable amigo Oliveira Martins, en
su libro Os Filhos de D. Jodo / Lisboa, '891), que es quizá el más excelente
de todos los suyos. Sospecho, sin embargo, que obedeciendo el grande escri-
tor á las tendencias habituales de su espíritu, pinta al Duque de Coim-
312 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Si el Infante D. Pedro apenas puede en rigor ser considerado
como poeta, no acontece lo mismo con su hijo el Condestable
(1429-1466), tan parecido á él en su carácter y en sus desventuras,
del cual tenemos importantes composiciones, casi todas en castella-
no; y cuyo nombre, por varias razones, está honrosamente vincu-
lado en la historia de nuestra literatura, al paso que su acción polí-
tica se desenvolvió principalmente dentro de Cataluña, donde fué
rey intruso después de la muerte del Príncipe de Viana.
Llevóle á tan alto y, finalmente, trágico destino, la herencia de
las pretensiones de su madre, la duquesa doña Isabel, hija del conde
de Urgel, Jaime el Desdichado, viniendo á juntarse de este modo en
su cabeza doá fatalidades históricas, la de Alfarrobeira y la del
Castillo de Játiva. A los quince años era, según expresión del cro-
nista de Alfonso V, Ruy de Pina, «la más hermosa y más propor-
»cionada criatura que en su tiempo se podía ver»; y armado caba-
llero por el infante D. Enrique en el monasterio de San Jorge de
Coimbra, empezaba á tomar parte en bélicas empresas, marchando
á Castilla por orden de su padre, grande amigo de D. Alvaro de
Luna y partidario de su política, para ayudar al Condestable contra
los infantes de Aragón, con un cuerpo de dos mil hombres de á
caballo y cuatro mil peones, que llegaron cuando ya la contienda
estaba decidida en los campos de Olmedo. Los vencedores recibie-
ron en palmas al joven Condestable portugués, aunque ya fuese
inútil su refuerzo, y le festejaron de mil modos, señalándose en ello
el Marqués de Santillana, que con ocasión de remitirle el cancio-
nero de sus obras, que D. Pedro le había pedido por medio de su
familiar Alvaro González de Alcántara, le dedicó en forma de carta
aquel inestimable proemio, que es el más antiguo conato de historia
de nuestra poesía.
No bastó el desastre de Alfarrobeira á saciar los odios del conde
de Barcellos (luego duque de Braganza), del conde de Ourem, del
Arzobispo de Lisboa y de los demás émulos del sacrificado Re-
bra más idealista y más pesimista de lo que realmente fué y de lo que cua-
draba á la psicología de su tiempo, menos compleja y retinada que la nuestra.
De todos modos, en ese maravilloso estudio está reunido cuanto se sabe y
cuanto se puede adivinar acerca del Infante y sus hermanos.
CAPITULO XXVI 313
gente, sino que, extendiéndose la persecución á todos los miembros
de su familia, el Condestable se vio despojado de su dignidad, así
como también del Maestrazgo de Avís: sus bienes fueron confisca-
dos, y él, finalmente, tuvo que refugiarse en Castilla, donde arrastró
mísera y errante vida desde 1449 á 1457- Entonces, más constre-
ñido de la necesidad que de la voluntad, según dice, abandonó su
nativa lengua por la castellana, y compuso el extraño libro, mezcla
de verso y prosa, que lleva el título de Sátyra de felice é infelice
vida (i). De él hizo presente á su hermana la reina de Portugal doña
Isabel, no menos desdichada que él, puesto que murió en edad muy
temprana, no sin sospechas de envenenamiento. De la dedicatoria
se infiere que había comenzado á escribir la obra en portugués, pero
que «traído el texto á la deseada fin, é parte de las glosas en lengua
^portuguesa acabadas», determinó traducirlo todo «é lo que restaba
>< acabar en este castellano idioma: porque segund antiguamente es
»dicho, é la experiencia lo demuestra, todas las cosas nuevas apla-
»zen; é aunque esta lengua non sea muy nueva delante la vuestra
»Real é muy virtuosa Majestad, á lo menos será menos usada que
»la que continuamente fiere en los oídos de aquélla». Haciendo
alarde de su infantil erudición, y para que su obra no parcsciese des-
nuda y sola, llenó las márgenes de copiosas é impertinentísimas
glosas, que con muy buen acuerdo ha suprimido en gran parte el
editor moderno, porque no contienen más que triviales especies de
mitología é historia antigua, salvo algunas de excepcional valor, por
(i) Ha sido publicada por D. A. Paz y Melia, en el tomo de Opúsculos li-
terarios de los siglos XIV á XVI, dado á luz por la Sociedad de Bibliófilos es-
pañoles en 1892. Esta edición va ajustada al único códice de la Sal ira que se
conoce, y es el de la Biblioteca Nacional de Madrid, copiado en Cataluña dos
años después de la muerte del Condestable, según consta en la suscripción
final: «Fbu acabad lo preseni libre a x de may any 1 468, de ma den Cristofol
Bosch librater.» Amador de los Ríos fué el primero que estudió atentamente
esta composición, en el tomo vn de su Historia de la Literatura española.
La dedicatoria ti^ne este encabezamiento: «Sigúese la epístola d la muy
famosa, muy excellcute Princesa, muy devota, muy virtuosa ¿perfecta Señora,
Doña Isabel, por la deifica mano Rey na de Portugal, grand Señora en las Li -
bianas partes, embiada por el su en obediencia menor hermano, c en desseo perpe-
tuo mayor servidor.»
314 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
referirse á personajes españoles, como la interesante y larga nota
en que se describen las virtudes de Santa Isabel de Portugal, y el
curiosísimo pasaje relativo al enamorado Macías, «grande é virtuoso
»mártir de Cupido», cuya pasión y trágico fin están contados de un
modo mucho más romántico que en las versiones ordinarias, si bien
el Condestable no le concede más que la segunda silla ó cadira en
la corte de Cupido, reservándose para sí propio la primera, como
prototipo de leales amadoros (i).
(1) Aunque ya mencioné esta glosa al tratar de Alacias, creo hacer cosa
grata á mis lectores transcribiéndola aquí en su integridad, tal como la publicó
el Sr. Paz y Melia en las notas á su edición de las Obras de Juan Rodríguez del
Padrón. «Macías. Natural fué de Galicia, grande é virtuoso mártir de Cupi-
do, el qual teniendo robado su corazón de una gentil fermosa dama, assaz de
servicios le fizo, assaz de méritos le meresció, entre los quales, como un día
se acaesciesen amos yr á cauallo por una puente, assy quiso la varia ventura,
que, por mal sosiego de la muía en que caualgaua la gentil dama, volco aqué-
lla en las profundas aguas. E como aquel constante amador, no menos bien
acordado que encendido en el venéreo fuego, nin menos triste que menospre-
ciador de la muerte, lo viesse, aceleradamente saltó en la fonda agua, é aquel
que la grand altura de la puente no tornaba su infinito querer, ni por ser me-
tido debaxo de la negra é pesada agua no era olvidado de aquella cuyo pri-
sionero vivía, la tomo á do andaba medio muerta, é guió é endereszó su eos-
ser (corcel) á las blancas arenas, á do sana é salva puso la salud de su vida. E
después el desesperado gualardón, que al fin ele mucho amor á los servidores
non se niega, por bien amar é sennaladamente servir ouo, ca fizieron casar
aquella su sola señora con otro. Mas el no movible é gentil ánimo en cuyo
poder no es amar é desamar, amó casada aquella que donzella amara. E como
un día caminasse el piadoso amante, falló la causa de su fin, ca le sallió en
encuentro aquella su sennora, é por salario ó paga de sus señalados servicios
le demandó que descendiesse. La qual con piadosos oydos oyó la demanda é
la cumplió, é descendida, Macías le dixo que farta merced le hauia fecho, é
que caualgasse é se íuesse, porque su marido allí non la fallase. E luego ella
partida, llegó su marido, é visto así estar apeado en la mytad de la vía á aquel
que non mucho amaba, le preguntó qué allí fazía. El qual respuso: «Mi seño-
ra puso aquí sus pies, en cuyas pisadas yo entiendo uevir é fenescer mi tris-
te vida.» E él, sin todo conoscimiento de gentileza é cortesía, lleno de sce-
los más que de clemencia, con una lanza le dio una mortal ferida. E tendido
en el suelo, con voz flaca é oios revueltos á la parte do su sennora iba, dixo
las siguientes palabras: <¡0 mi sola é perpetua sennora! A do quiera que tu
>seas, ave memoria, te suplico, de mí, indigno siervo tuyo! E dichas estas
CAPITULO XXVI 315
Xacla menos satírico que esta llamada Sátira, como nada menos
dramático que la Comedieta de Poma. Estos caprichosos títulos co-
rresponden á una preceptiva convencional, en que los géneros litera-
rios tenían distintos nombres qu¿ ahora. El Condestable dice que lla-
mó á su obra «Sátira, que quiere decir reprehensión con ánimo ami-
»gable de corregir: é aun este nombre sátira viene de satura, que es
¿loor». Y como en la obra se loa el femíneo linaje, y el autor se re-
prende á sí mismo, va mezclada de alabanza y de corrección, enten-
diéndose por vida infeliz la del poeta, y por feliz la de su dama. Esto
en cuanto al título, pues en cuanto á la materia, este fastidiosísimo
libro, que su autor tuvo más de una vez propósito de sacrificar al dios
Vulcano, con lo cual ciertamente no se hubiera perdido mucho, es
una especie de novela alegórica del género sentimental, en que, apar-
te-de las reminiscencias de Dante, de Petrarca y de la Fiammeta de
Boccaccio, se advierte, más declarada que ninguna, la imitación de
un libro español del siglo xv, el Siervo libre de amor ó Historia de Ar-
danlier y Liessa, de Juan Rodríguez del Padrón, cuyo argumento
compendia el Condestable en una de sus glosas, y cuyo estilo revesa-
do é hiperbólico manifiestamente imita lo mismo en la prosa que en
los versos. Pero el libro de Juan Rodríguez, en medio de su imperfec-
ción, tiene valor autobiográfico y un cierto género de poesía román-
tica y caballeresca, de que la Sátyra de felice é infelice vida entera-
mente carece, reduciéndose á una serie de insulsas lamentaciones,
atestadas de todos los lugares comunes de la poesía erótica de enton-
ces, sin que tal monotonía se interrumpa, antes bien se refuerza, con
el obligado cortejo de figuras alegóricas, tales como la Discreción, la
Piedad y la Prudencia. Si á esto se añade el consabido catálogo de
enamorados antiguos y modernos, cuyos nombres no parecen traí-
dos más que para justificar la pedantería de las glosas, se tendrá idea
de este tardío y desabrido fruto de aquella escuela seudo dantesca,
que por tanto tiempo torció el curso de nuestra literatura, calum-
palabras, con grand gemido dio la bienaventurada ánima. E assy fenesció aquel
cuya lealtad, íe é espeiado é limpio querer le fizieron digno, segund se cree,
de ser posado c asentado en la corte del inflamado fijo de Vulcan, en la se-
cunda cadira ó silla más propinca á él, dexando la primera para mis altos mú-
ri te '-.
316 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
niando al gran poeta á quien decía imitar. Sólo la curiosidad erudita
puede encontrar incentivo en tales engendros, donde siempre hay
algo útil para el gramático ó para el historiador; pero al crítico lite-
rario bástale dar razón de su existencia, y pasar de largo por ellos.
Expresamente declaró el Condestable que era éste el primer fru-
to de sus estudios, á la par que la historia de sus primeros amores,
entre los catorce y los diez y ocho años. Tal circunstancia desarma
mucho la severidad del lector, á la vez que explica la confusa mez-
cla de imitaciones sagradas (i) y profanas, la fácil erudición traída
por los cabellos, y el continuo recuerdo de otros libros contempo-
ráneos, como el de las claras y -virtuosas mujeres, de D. Alvaro de
Luna, que explotó mucho para las glosas. Creemos que fué el Con-
destable el primer portugués que escribió en prosa castellana, y no se
puede decir que íuesen infructuosos sus esfuerzos. Siguió la corriente
latinista, abusando del hipérbaton, á veces en términos ridículos (2)
(1) Para encarecer su desesperación amatoria, se vale de palabras del Li-
bro de Job:
<¡Maldito sea el día en que primero amé, la noche que velando, sin rece-
»lar la temedera muerte, puse el firme sello á mi infinito querer é iuré mi
«servidumbre ser fasta el fin de mis días! No se recuerde Dios del, é quede en-
ofuscado é escuro syn toda lumbre. Sea lleno de muerte, é de mal andanza.
¡Aquella noche tenebrosa, turbiones, relámpagos, lluvias con terrible tem-
»pestad acompañen. Aquel día no sea contado en los días del año, no se
morabre en los meses. Sea aquella noche sola é de toda maldición digna...
»¿Para qué fué á hombre tan infortunado luz dada, sino escuridat é tinieblas?
y ¿Para qué al que vive en toda pena é tormento vida le fué dada, sino que
»fuera como que no íuera, del vientre salido, metido en la tumba?»
(2) Véase, por ejemplo, la jerigonza con que acaba el libro:
«Fenescida (la Sátira) quando Deifico declinaba del cerco meridiano á la
»cauda del dragón llegado, é la muy esclarescida Virgen Latona en aquel
¡►mismo punto sin ladeza al encuentro venida, la serenidad de su fermoso
»hermano sufuscaba; la volante águila con el tornado pico rasgaba las propias
i carnes, é la corneia muy alto gridaba fuera fiel usado son: gotas de pluvia
^sangrientas moiaban las verdes yerbas:Euro é Zéfiro, entrados en las concavi-
dades de nuestra madre, queriendo sortir, sin fallar salida, la fazian temblar;
> é yo, sin ventura, padesciente, la desnuda e bicortante espada en la mi dies-
tra miraba, titubando con dudoso pensamiento é demudada cara si era
»mejor prestamente morir, ó asperar la dubdosa respuesta me dar con-
» suelo.»
CAPITULO XXVI 317
que sólo admiten comparación con el hórrido galimatías de D. Enri-
que de Villena; pero otras veces, como por instinto, ó imitando bue-
nos modelos italianos, como la Vita Nuova, que seguramente tenía
delante, acertó á dar á la prosa un grado notable de viveza y elegan-
cia, mostrando ciertas condiciones pintorescas y algún sentido de la
armonía del período (i). En el cultivo de la prosa sentimental fué
ciertamente discípulo de Juan Rodríguez del Padrón, pero su mane-
ra, en los buenos trozos, parece más próxima al tipo que muy pronto
iban á fijar, en Castilla, el autor de la Cárcel de amor, y en Portugal
el de Menina é moga.
No es fácil conjeturar quién fué la hermosa Princesa (así la nombra)
que inspiró al Condestable esta juvenil pasión, puesto que, á despecho
de las afectaciones del estilo, creemos que se trata de amores verda-
deros. En las ponderaciones de su belleza, discreción y honestidad, no
pone tasa, llegando á aplicarla aquel mismo encarecimiento, poco
(1) Trozo agradable, por ejemplo, es el siguiente:
«Assí caminaba, semblando á aquellos que, pasando los Alpes, el terrible
»frío de la nieve é agudo viento dan fin á sus dolorosas vidas; que así pegados
»en las sillas, helados del frío, siguen su viaje fasta que de aquéllas, no con
»querer ó desquerer suyo, son apartados é dados á la fría tierra. Tal parecía
»como los navegantes por la mar de las Serenas, que oindo el dulce é meló-
»dioso canto de aquéllas, desamparado todo el gobierno de sus naos, embria-
»gados é adormescidos, allí fallan la su postrimería...
«Afanado mi espíritu, enoiado ya mi entendimiento, mis oios á la orien-
tal parte levanté; mas aunque mucho mirase en torno de mí, jamás en
»conoscimiento do era pude venir... Ya los menudos é lumbrosos rayos
»(del sol) ferian los altos montes, é veyéndome tan lejos do partiera, moví
»contra un arboledo bien poblado de fermosos é fructuosos árboles... E
"llegando al solitario monte, descendí, é descendido, acostéme en las ver-
»des yerbas, é las que tañía non padescían la verde color. Allí los gridos,
>allí los alaridos, allí los suaves cantos de las silvestres aves facían gran soni-
do: allí conoscí que alguna cosa non cubría el estrellado cielo, ahondado
»de tanta mala dicha como yo, pues todas en gozo, placer é deportes pasa-
ban sus vidas; yo en tristeza muy amarga plañiendo mi mala vida, é me-
nospreciando todo mi bien continuamente vivía: todas poseyendo libre
»albedrío para facer lo que deseaban; yo solamente pensar en lo que deseaba
>no era osado.»
El retrato de la dama tiene también algunos toques graciosos, mezclados
con otros de muy mal gusto.
318 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
ortodoxo, que Cartagena hizo de la Reina Católica. Salvo la Madre
de Dios, «no nasció, desde aquella que fué formada de la costilla...
>quien á sus pies por méritos de gloriosa virtud asentar se debiese».
Y en verso todavía pasa más la raya, según necio estilo de trovadores:
Oid tan gran culpa vos,
Cumbre de la gentileza,
Mi gozo, mi solo Dios,
Mi placer é mi tristeza
De mi vida.
Estas poesías con que la Sátyra acaba, son en extremo concep-
tuosas y alambicadas, pero están escritas con soltura muy digna de
notarse en un poeta que no tenía el castellano por lengua nativa :
Discreta, linda, fermosa,
Templo de moral virtud,
Honestad muy graciosa,
Luzero de iuveutud
Y de beldad.
A mis preces acatad,
Oyd las plegarias mías,
No fenezcan los mis días
Con sobra de lealtad.
No fenezca vuestra fama
Que vuela por toda parte;
No fenezca quien vos ama:
Desechad, echad á parte
La crueldad.
Seguid virtud y bondad,
Seguid la muy alta gloria,
E no Heve la victoria
La dañada voluntad.
No creáis que porque muero
Con desigualada pena.
Que por esso yo requiero
Para vos cosa tan buena
En extremo.
Ni porque más males temo,
Ni porque la muerte llamo,
Mas sólo porque vos amo
En grado mucho supremo.
CAPITULO XXVI 319
Ni por ál yo no me curo
De vuestro bien soberano,
Ni por ál yo no procuro
Que creáis aquesta mano
Toda vuestra.
E la mi parte siniestra
Ferida de mortal llaga,
Sanéis, é mi triste plaga
Curévs con la gentil diestra.
Doledvos de mi pasión
E de mi grand perdimento;
Quered vuestra perfección,
No queriendo mi tormento
Desigual;
Mi firme querer leal,
Vuestro muy más que debía,
Libran vos, ídola mía,
De dolor pestilencia!.
La fecha de la Sátvra de felice é infelice vida no puede traerse
más acá de 1455, puesto que aquel año pasó de esta vida la Reina
doña Isabel de Portugal, á quien está dedicada. Es singular que ni
Teófilo Braga, en sus numerosas publicaciones (i), ni los biógrafos
catalanes del Condestable (2), ni el mismo diligentísimo autor del
Catálogo de los autores portugueses que han escrito en castellano (3),
se hagan cargo de una importante noticia que Bellermann dio
(1) Véase principalmente, para el caso, Poetas palacianos do seculo XV
(Porto, 1872). Cap. iv.
(2) Coroleu é Iuglada (D. José), El Condestable de Portugal, rey intruso Je
Catalana. (En la Revista de Gerona, tomo 11, 1878.)
Balaguer y Merino (D. Andrés), Pon Pedio el Condestable de Portugal, con-
siderado como escritor, erudito v anticuario. Estudio kisto'rico-bibliográjico. (Ge-
rona, 1881.)
Curioso trabajo, lleno de datos nuevos y de documentos importantísimos,
que me han sido muy útiles en esta parte de mi estudio. E! malogrado Bala-
guer y Merino era un investigador tan sólido como modesto, y su muerte fué
una gran perdida para la erudición catalana. Era además hombre tan sencillo
y bueno, que no puedo renovar siu dolor su memoria.
(3) García Peres (D. Domingo), Catálogo razonado, biográfico y bibliográ-
fico de los autores portugueses que escribieron en castellano. (Madrid, 1SS0.)
320 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
en 184O de otra obra inédita del Condestable, en prosa y verso,
inspirada por el fallecimiento de su hermana, y que debe de ser
muy semejante en su traza y disposición á la Sátyra de felice é in-
felice vida. «Poseo (dice Bellermann) una serie de composiciones
poéticas de este D. Pedro, copiadas de un antiguo manuscrito iné-
dito que se baila en una biblioteca particular de Lisboa. Toda la
obra consta de 80 hojas en pergamino: se titula al fin Tragedia de
la insigne Reyna Doña Isabel. Está en verso y en prosa, alectando
cierta forma dramática. Al principio, en vez de título, lleva las pala-
bras francesas Paine ponr joie (que eran el lema del Condestable)
y un prólogo del autor dedicándola á su hermano menor, D. Jaime,
que fué Cardenal de San Eustaquio y Arzobispo de Lisboa.»
A juzgar por el brevísimo análisis que Bellermann (i) hace de esta
Tragedia, escrita en castellano como todas las obras del Condestable,
su'contenido debe de ofrecer más interés que el de la Sátyra, puesto
que el autor, partiendo de la consideración de su propio infortunio, se
eleva á consideraciones de filosofía religiosa sobre la instabilidad de
los bienes y prosperidades del mundo, acabando por resignarse su-
misamente á la voluntad de Dios. Idéntico pesimismo cristiano, si es
que esto puede llamarse pesimismo, campea en las Coplas del con-
tempto del mundo, y tales debían de ser las habituales meditaciones
de aquel príncipe, cuya vida fué tan contrastada y tan amarga.
L'n error de García de Resende, que todos hemos repetido hasta
estos últimos años (2), ha venido atribuyendo este notable poema,
quizá el mejor que en aquel Cancionero se encuentra, al «infante
•¡>dom Pedro, filho del rrey dom Joam da gloriosa memoria*. Tal
error procedía acaso de la primera y rarísima edición gótica que
( 1 ) Die alten Liederbücher der Poriugiesen oder Beitráge zur geschichte der
portugiesische?i Poesie vom dreizehnten bis zum A?ifang des scchzclinten Jahr-
iiunderts... Berlín; bei Ferdinand Dümmler, 1840. PP. 29-31.
[La Tragedia ha sido publicada, con un precioso estudio preliminar, por
D.a Carolina Michaülis de Vasconcellos, en el tomo 1 del Homenaje a Menéndez
y Pelayo (Madrid, 1899). Entiende la Sra. Michaülis que la obra del Condes-
table estaba escrita en Mayo de 1457. (A. B.)]
(2) Creo que el primero que le corrigió fue el difunto bibliotecario D.José
Mana Octavio de Toledo, en un artículo publicado en la Revista Occidental,
de Lisboa, que cita Th. Braga.
CAPITULO XXVI 321
de estas coplas, acompañadas de una glosa del aragonés Antón de
Urrea, se hizo en Zaragoza ó en Lisboa, donde también se da á don
Pedro el título de Infante, aunque sin decirle hijo de D. Juan I (i).
( 1 ) Coplas fechas por el muy illustre Señor Infante Don Pedro de Portugal: en
las guales hay Mil versos con sus glosas contenientes del menosprecio: e contemp-
to de las cosas fermosas del mundo: e demostrando la su vana e feble beldad (Bi-
blioteca Nacional de Lisboa). El P. Méndez (Tipografía Española) describe
otro ejemplar que vio en poder de D. Santiago Sáiz, 34 hojas en folio, sin nu-
meración y con letras de registro. En papel grueso como de protocolos. Cree
que se imprimió en Lisboa, por ser igual en papel y tipos á la Glosa famosí-
sima sobre las coplas de Don Jorge Manrique, impresa en la capital de Portugal
por Valentín Fernández, en 1501. Oliveira Martins, no sé con qué fundamen-
to, la supone de Zaragoza, 1478. Acaso sean distintas la edición de la Biblio-
teca Lisbonense y la que manejó el P. Méndez.
Poseyó éste un códice de la misma obra, escrito en el siglo xv, papel
grueso y letra clara y hermosa, con 152 folios útiles; comprendía 126 octavas
(en todo mil y ocho versos), muchas de ellas con su glosa como en el impre-
so, aunque con variantes. A las octavas antecedía, en seis hojas, un proemio
en prosa, que las ediciones no traen, y cuyo principio era este: «Comienza el
»prohemio dirigido al muy excelente e muy católico príncipe temido e muy
»amado señor Alfonso el quinto deste nombre: rey de los portugueses e señor
»de la insigne e muy guerrera africana cibdad...»
Finalizadas las octavas, proseguía en el manuscrito un razonamiento de
despedida y amonestaciones cristianas, que se suponían hechas por el rey
Alfonso V á la Infanta de Portugal Doña Juana, cuando vino á Castilla á casar-
se con el rey Enrique IV. Esta pieza retórica que, á juzgar por el estilo, bien
puede ser del Condestable más bien que del monarca en cuyos labios se
pone, comenzaba así: «Venido es el tiempo, o dulce fija mia, en que yo ca-
nsarte debo: llegada es tu edat, como yo pienso, á los convenibles años de los
rmaritales tálamos... > Y acababa: «Dame ya, my cara fija, los postrimeros e
»amorosos abrazos: recuérdate de mis amonestamientos: recuérdate del nues-
tro deseoso despido: recuérdate desta nuestra postrimera vista, que es
»quando... las secas tierras se aparejaban regar, fenecido según los romanos el
«■día de Saturno, comenzado el día de Delio, cuya festividat honor de la re-
«surreccion del todo poderoso e misericordioso iesu celebramos, en el año
»de la venida de nuestro redemptor en canne, milésimo quadragentesimo
»quinquagesimo quinto, pasada la primera guerra contra losagarenos de don
»Enrique, el quarto de este nombre rey de Castilla, adonde en los rreales
»cerca de las cibdades morismas tu fuiste, y en hedat creciente como tu
»sabes, e las mis manos, que dexadas las armas con intenso c intimo amor
iscrvian a ti, c. te administraban los dulces manjares.»
Mixi-ni.kz v I'ki.ato. — Poesía castellana. III. ai
322 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Pero la mención del acabamiento de D. Alvaro de Luna (145 3)
basta para demostrar la imposibilidad de tal atribución, y para res-
tituir el poema á su verdadero autor, que es el hijo y no el padre,
el Condestable y no el Infante.
Con razón ha dicho Oliveira Martins que estas coplas son el do-
cumento poético más notable de la literatura portuguesa de su
tiempo. Adolecen, es cierto, de la frialdad inherente á la poesía di-
dáctica, y no son en gran parte más que repetición de lugares co-
munes bebidos en la lectura entonces frecuentísima de los mora-
listas antiguos, especialmente de Séneca, perpetuo oráculo del
estoicismo español en todos los siglos. Los ejemplos históricos
con que el autor corrobora su doctrina, pertenecen también al
fondo más vulgar de la cultura de su siglo; y, en suma, apenas
hay nada que por novedad de pensamiento llame la atención
ni se fije indeleblemente en la memoria. Pero en medio de la ari-
dez que tales sermones poéticos tienen, cuando no es un Juvenal
quien los escribe, hay en este poemita no sólo un nobilísimo sen-
timiento de la justicia y un ideal muy noble de la vida, sino un
tono de melancólica resignación, que es indicio de ánimo sincero,
y nota personal introducida á tiempo para concretar un poco la
vaguedad de los preceptos. Cierto pudor ó altivez aristocrática
impide al Condestable insistir en sus propios casos ni en los
infortunios de su familia, pero la honda tribulación de su espí-
ritu tiñe de lúgubre color los rasgos de su pluma, dejándonos
percibir, á través del moralista severo, al hombre de corazón,
inicuamente perseguido por la desgracia. Añádase á esto que en
muchos casos logra dar forma saliente y expresiva á ciertos aforis-
mos éticos. Así dice, por ejemplo, hablando de la nativa igualdad
del género humano:
Todos somos fijos del primero padre;
Todos trayemos igual nascimiento;
Todos habernos á Eva por madre,
Todos faremos un acabamiento.
Todos tenemos bien flaco cimiento;
Todos seremos en breve so tierra,
El propio noblesce merescimiento,
E quien al se piensa, yo pienso que yerra.
CAPITULO XXVI 323
De la real é imperial dignidad habla con ánimo desengañado:
Menospreciad aquell' alta cumbre
De los imperios et de los reynados, ,
Pues non contiene en si clara lumbre,
Nin face los hombres bienaventurados.
Son siempre los reys llenos de cuidados
Y temen aquellos de que son temidos,
Son con amor vero de pocos amados,
Nin las mas veces salen de gemidos.
Los malos reyes, aborrecidos de Dios y del mundo, los privados
infieles y mentirosos, no son en sus versos meras abstracciones:
son los causadores de la ruina de su padre, quizá los asesinos de su
hermana, los que á él mismo le traían proscrito y mendigando el
pan del destierro. Si en los palacios le persiguen las ensangrentadas
sombras de los suyos, tan poco espera nada del pueblo ni de su
vano amor. Le llama ingrato, crudo y nefando, ensalzador de los
malos, opresor de los buenos, que no sabe amar ni desamar, ni hon-
ra la virtud ni se cura de ella.
V su pesimismo no es meramente político: á veces se mueve en
una esfera más trascendental:
Desear los fijos parescen engaños,
Porque sus dolores son nuestro dolor...
Y de la ingratitud de los hijos traza este cuadro espantoso:
Son causa los fijos de males muy fuertes,
A. los tristes padres que Jos engendraron,
Y lo que es más feo, buscan las sus muertes.
Ya muchas veces los fijos tentaron
De matar sus padres, et los desterraron
De sus altos tronos et de sus reynados;
Y en las tinieblas los encarcelaron,
De su mesmo ser muy mal recordados.
Enérgicamente condena el deseo sobrado de largo vivir; y la
última mitad del poema no es ya filosófica, sino ascética, empezan-
do el poeta por rechazar el auxilio de las musas profanas, que su
maestro Juan de Mena había invocado en el Laberinto:
324 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Id-vos d'aquí, Musas, vos que en Parnaso,
Según, los poetas, fecistes morada;
Id-vos muy allende del monte Caucáso,
Pues no sodes dignos d'aquesta jornada,
Nin vuestra ponzoña será derramada
Con la su dulceza en las venas mías;
Ca ser no me plaze de vuestra mesnada,
Ni soy Omerista, nin sigo sus vías.
Publicadas casi íntegras estas Coplas en nuestra Antología, no
procede aquí dar más extractos de ellas, bastando decir que á pesar
de la flojedad del estilo en muchos trozos, y de las incorrecciones
de lengua y versificación, tolerables al cabo en pluma forastera (y
algunas de las cuales quizá puedan achacarse á la incuria ortográ-
fica de Resende, que llenó de lusitanismos las poesías castellanas de
su colección), ninguno de los poetas portugueses que en el siglo xv
escribieron en nuestra lengua hizo cosa mejor, ni quizá se encuen-
tre en todo el Cancioneiro Geral poesía de más alto sentido y de
más grave entonación, aun prescindiendo de la curiosidad que la
da el nombre de su autor.
No sabemos fijamente á qué año corresponde esta exposición
poética de las máximas de Séneca, coronadas con las del venerable
Tomás de Kempis; ni si precedió ó siguió á la vuelta del Condesta-
ble á Portugal, en 1457, cuando Alfonso V, apiadado de él ó quizá
por impulso de un remordimiento, consintió en levantarle el des-
tierro. Narra el hecho así Ruy de Pina, en el capítulo 138 de su
Crónica de D. Alfonso V: «En este tiempo, y en el fervor de esta
cruzada (contra los moros de África) andaba aún desterrado en
Castilla el señor D. Pedro, que con mucha paciencia de grandes ne-
cesidades y desventuras, que en su destierro soportaba, y con una
loable templanza que en sus palabras y en sus obras mostró siem-
pre para el reino y para el Rey, obligó y conmovió á éste para que
le dejase retornar á sus reinos, y le hiciese aquella honra y merced
que él por muchas causas merecía, especialmente porque el duque
de Braganza, así que vio la muerte de la Reina, no contradijo la
vuelta del Infante con tanta insistencia y tanto recelo como en vida
do ella hacía; y aunque tenía promesa del Rey de que el dicho
CAPITULO XXVI 325
D. Pedro, en vida del Duque, no viniese sin su beneplácito á estos
reinos, desistió de ella.»
Acompañó el Condestable á su primo y cuñado en la empresa
de Tánger, y se hallaba en el campamento de Ceuta cuando reci-
bió una inesperada y honrosísima embajada, que parecía torcer el
curso de sus destinos, hasta entonces tan infaustos.
Es sabido que, después de la muerte del Príncipe de Viana, los
catalanes declararon roto el juramento de fidelidad que habían
prestado á D. Juan II de Aragón, y ofrecieron la corona á varios
príncipes, entre ellos á Enrique IV de Castilla, ninguno de los cua-
les tuvo resolución para aceptarla. Entonces se acordaron de que
en Portugal quedaba sangre de sus reyes, y determinaron hacer la
misma oferta al Condestable, cuya fama de valeroso y cumplido
caballero se extendía por toda España. En 30 de Octubre de 1463
zarparon del puerto de Barcelona dos galeras, mandadas por el hono-
rable Rafael Julia, conduciendo á los representantes de la ciudad
condal, á quienes presidía Mosén Francisco Ramis, como embaja-
dor de los diputados de la generalidad y Consejo del Principado.
Era portador de una carta en que los catalanes proclamaban por su
rey y señor al Condestable: <¡.ab integritat de leys e libertáis, com
aquell al qual justicia acompanye devant tots altres per esser la pro-
pria carn devallant de la recta linea del excellent rey Nanfós lo bc-
nigne axi en les croniques intitúlate, y le exhortaban á tomar pose-
sión del Reino.
No titubeó ni un momento el caballeresco espíritu del príncipe en
arrojarse á una empresa tan erizada de peligros y dificultades, pues-
to que tenía que conquistar por fuerza de armas el reino que se le
ofrecía, luchando con uno de los más astutos políticos y más exce-
lentes soldados que en su tiempo había. Se embarcó, pues, para
Cataluña, y después de una trabajosa navegación de cerca de tres
meses, arribó á la playa de Barcelona el 21 de Enero de 1464. La
pompa de su entrada está largamente descrita en el Dietario de la
Diputación, y en el segundo de los libros de solemnitats que guarda
el Archivo Municipal de Barcelona, y que ha dado á conocer (con
tantos otros preciosos documentos relativos á nuestro poeta) el se-
ñor Balaguer y Merino.
326 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
El domingo 13 de Enero juró el Condestable los fueros y privi-
legios del Reino, y'no fué tardío ni remiso en cumplir su juramento
de defenderlos, á pesar de la traidora enfermedad que iba minando
su existencia. Poco más de dos años duró su efímero reinado, pero
en ellos desplegó grande actividad como gobernante, del modo que
lo testifican los copiosos registros de su cancillería; y probó una vez
y otra el trance de las armas, con varia fortuna, pero siempre con
créditos de bizarro y animoso, hasta que la suerte se le declaró de
todo punto adversa ante las puertas de la villa de Calaf, donde fué
completamente derrotado en batalla campal el 1 8 de Febrero de
1465 por el Conde de Prades, con quien hacía sus primeras armas
el infante que fué luego Fernando el Católico. En esta terrible de-
rrota cayeron prisioneros los más notables partidarios del rey intru-
so, tales como el vizconde de Rocaberti, el de Roda, un D. Pedro
de Portugal, primo hermano del Condestable, el gobernador de Ca-
taluña mosén Garau de Servelló, Bernardo Gilabert de Cruylles, y
otros muchos.
Derrotado el Condestable, se replegó á Manresa, y de allí pasó
sucesivamente á Granollers, Hostalrich, Castellón de Ampurias y
Torroella de Montgrí, dirigiéndose por fin al Ampurdán, donde
puso sitio á La Bisbal, rindiéndola por fuerza de armas en 7 de
Junio.
Este fué su último triunfo: la fortuna le había vuelto resuelta-
mente la espalda: su candidez diplomática contrastaba con la pro-
funda sagacidad de D. Juan II, que cada día le iba robando partida-
rios y sembrando la división en su campo. Su ánimo estaba pos-
trado, y además las fatigas de la campaña habían desarrollado
rápidamente el germen de la tisis que le consumía. Sus días estaban
contados, pero todavía soñaba con buscar nuevos auxiliares á su
causa, contrayendo matrimonio con una hermana del rey de Ingla-
terra, parienta suya por parte de su abuela paterna doña Felipa de
Lancastre: y hasta llegó á enviar en arras á su futura un diamante
engarzado en un anillo de oro, según de documentos del Archivo
de la Corona de Aragón resulta, constando asimismo el precio en
que fué comprada tan rica joya.
Ruy de Pina, que escribía lejos y estaba mal informado, echó á
CAPITULO XXVI 327
correr la especie, entonces inevitable cuando se trataba de la muerte
de algún soberano, de que ,el Condestable había sido envenenado.
No hay para qué detenerse en refutar semejante calumnia: el Con-
destable sucumbió á la mortal consunción que le aquejaba, el 29 de
Junio de 1466, en la villa de Granollers, á los 35 años de su edad,
otorgando el mismo día de su fallecimiento un muy prolijo y mi-
nucioso testamento, que ya Zurita extractó en sus Anales, y que ín-
tegro puede leerse en la monografía que principalmente nos sirve
de apoyo. Conforme á esta postrera voluntad suya, fué enterrado
en la iglesia de Santa Alaría del Mar de Barcelona, con funerales
verdaderamente regios; y allí descansa, aunque no en el altar mayor
como él dispuso, por haber sufrido renovación en épocas de mal
gusto el pavimento de aquel hermosísimo templo. El sepulcro del
Condestable no tiene inscripción alguna, pero sí una notable esta-
tua yacente, obra del escultor Juan Claperós, que representa á don
Pedro con las manos cruzadas sobre el pecho y un libro entre ellas,
que si no es símbolo del libro de la vida, puede ser testimonio de
los gustos literarios del Infante.
El cual no fué solamente poeta, sino también erudito, bibliófilo
y numismático. Poseyó una biblioteca de 96 códices, número muy
respetable para su tiempo; á los cuales se refiere en un documento
dirigido al Obispo de Vich: libros nostros tam de theologia, strologia,
pliilosophia et poesía, quam de istoriis vulgaribus in cathalana, fran-
cigena aut portugalensi vel latina ant aliis quibusvis liuguis descrip-
tos et continuatos. Tuvo además un monetario bastante copioso, te-
catium illud de monetis sive de medallis antiqnis: generosa y culta
afición que habían tenido también el magnánimo Alfonso V y su
sobrino el Príncipe de Viana, y quizá antes que ellos el Conde de
Urgel D. Pedro, bisabuelo del Condestable; si bien de éste parece,
por lo que cuenta Lorenzo Valla, que aunque tenía en su tesoro
monedas de diversas regiones y tierras, y en tanta cantidad que
admiraba á los que las veían, y entre ellas más de cuarenta ma-
neras y especies de monedas de oro, no eran antiguas, sino moder-
nas y corrientes, y no las reunía por honesto estudio arqueoló-
gico, sino por desenfrenada codicia, «metiéndolas por fuerza en
»sus escritorios, de canto y de ringlera, apretándolas y éntreme-
328 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
»tiéndolas con martillo», según dice Monfar, el cronista de la casa
de Urgel (1)
El inventario de los libros del Condestable existe, por fortuna,
entre los protocolos del Archivo Municipal de Barcelona (2), y si
bien inferior en número de volúmenes á otras bibliotecas de su
tiempo, tales como la de la Reina Doña María de Aragón, la del
Príncipe de Viana y la del Rey de Portugal D. Duarte, es notable
por la variedad de materias y aun de lenguas, habiendo códices la-
tinos, franceses, toscanos, portugueses, catalanes y castellanos, en-
tre los cuales figuran algunas obras al parecer desconocidas, tales
como una traducción portuguesa de Suetonio, un libro en vulgar
catalán titulado La contemplada de la Reyna, otro también en cata-
lán, aunque con título latino, Speculum ecclesiae mnndi, unos Meta-
inorf óseos de Ovidio en castellano, al parecer más antiguos que nin-
guno de los que tenemos, un Valerio Máximo castellano, también
anterior al de Urríes, y otras curiosidades; observándose que, á pe-
sar de las aficiones poéticas del Príncipe, predominaban en su co-
lección las obras históricas (rasgo común, por otra parte, á todas
las grandes bibliotecas de este tiempo), sin que aparezcan más li-
bros de poesía que uno en francés de las Cien baladas, el original
de la Sátira del contemplo del mundo del mismo Príncipe con su
glosa, y el Cancionero que le había regalado el Marqués de Santi-
llana. Desgraciadamente, el notario que hizo el catálogo anduvo tan
cuidadoso en describirlas encuademaciones de los libros, como ne-
gligente en indicar sus títulos, y hay algunos de ellos de que no da
más señas que las primeras y las últimas palabras.
La noble personalidad de este Príncipe tan culto y humano, obs-
curece bastante á los demás poetas portugueses del Cancionero de
Resende que compusieron algunos versos castellanos. Por otra par-
te, ninguna de sus obras tiene la importancia del poema del Menos-
precio del mundo ó de la Sátyra de felice é infelice vida, por lo cual
procederemos mucho más rápidamente en su enumeración y estu-
(1) Tomo n CX de los Documentos del Archivo de la Corona de Aragón), pá-
gina 249.
(2) Le ha publicado el Sr. Balaguer y Merino, en la Memoria tantas veces
citada.
CAPITULO XXVI 329
dio. Prescindiré de algunas poesías que también el Cancionero con-
tiene, escritas por trovadores castellanos, tales como Juan Rodrí-
guez de la Cámara y Juan de Mena, que quizá no han sido recogi-
das en sus obras, pero que de todos modos valen muy poco, y sólo
sirven para comprobar la íntima fraternidad literaria entre los poe-
tas de ambos reinos. Vemos, por ejemplo, que Mena y Rodríguez
del Padrón terciaron en la interminable contienda sobre el cuy dar
y el suspirar, promovida entre Jorge de Silveira y Ñuño Pereyra,
servidores uno y otro de la señora Doña Leonor de Silva. En este
torneo poético tomaron parte casi todos los ingenios del Cancio-
nero, y sus insípidas sutilezas sobre este problema de Casuística
amorosa, llenan totalmente los i 5 primeros folios del Cancionero.
Abre la serie de los poetas bilingües coleccionados por Resende,
D. Juan de Meneses, caballero de noble prosapia, mayordomo ma-
yor de los Reyes D. Juan lí y D. Manuel, primer conde de Tarou-
ca, séptimo gobernador y capitán general de Tánger, donde se se-
ñaló bizarramente por sus empresas contra los moros fronterizos.
Costa é Silva (i) le concede grandes ventajas, como poeta, sobre sus
contemporáneos, por lo bien torneado de los versos, la agudeza de
los pensamientos, la belleza de las rimas y la gracia de la expresión.
Tengo por muy exagerados tales elogios, y ni en castellano ni en
portugués hallo que saliese de la rutina cortesana que en su tiempo
pasaba por poesía. Los motes que glosó para varias damas de pala-
cio (Doña Felipa de Villena, Doña Juana de Sousa, Doña Leonor
Mascarenhas, Doña Guiomar de Castro, Doña María de Mello, etc.)
son un nuevo dato que confirma el predominio creciente de la ¡n-
fluencia castellana entre las clases aristocráticas de Portugal, puesto
que los motes están en nuestra lengua y las glosas también. En ciertas
coplas de D. Juan de Meneses, se halla un verso que luego adquirió
gran celebridad, por haberle glosado á lo divino Santa Teresa de Jesús:
Porque es tormento tan fiero
La vida de mí, cativo,
Que no vivo porque vivo,
Y muero porque no muero.
(1) Ensato biogiaphico-crilico sobre os melhores poetas portugueses, por José
María da Costa ¿Silva. (Lisboa, 1850.) Tomo i, pág. 194.
330 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Por la rúbrica de una de sus canciones, consta que D. Juan de Me-
neses estuvo en Castilla, donde trabó amistad con el Conde de Fuen-
salida.
Poeta mucho más importante, sobre todo por la luz que dan sus
versos sobre algunos sucesos y costumbres de su tiempo, es Fernán
de Silveira, más conocido por su título palatino de Condell-Moor,
que sirve además para distinguirle de otros poetas de su familia,
pues son nada menos que trece los que llevan este apellido en el
Cancionero de Resende. Pero la mayor y mejor parte de las com-
posiciones de este feliz ingenio, que fué además íntegro magistrado
y mereció de la severidad de D. Juan II el honroso apodo de el
Bueno, están en su nativa lengua portuguesa, descollando por su
valor histórico las coplas que dirigió á su sobrino García de Mello
dándole reglas para el trato de palacio: especie de manual de cor-
tesía en el estilo del ensenhamen provenzal de Amaneo des Escás, ó
del Doctrinal de gentileza que entre nosotros compuso el Comenda-
dor Ludeña. En castellano apenas tiene más que una glosa sobre
este mote ajeno: «.mis querellas he vencido.-»
Curiosas por su extravagancia son las pocas composiciones cas-
tellanas de Alvaro de Brito Pestaña, que en la sátira portuguesa
aventajó á todos los poetas del Caucioneiro, como lo prueban las
notabilísimas coplas al regidor Luis Fogaca sobre los malos aires de
Lisboa y el modo de sanearla. Su nombre va tristemente unido á la
celada de Alfarrobeira, en que dio la señal del combate como capi-
tán de los arcabuceros del Rey. Disfrutó desde entonces de gran
favor en Palacio, y fué uno de los caballeros que en 145 1 acompa-
ñaron á la Infanta Doña Leonor, hermana de Alfonso Y, cuando fué
á casarse con Federico III, Emperador de Alemania. Pero su estre-
lla declinó en tiempo de D. Juan II, que siempre miró con malos
ojos á cuantos habían tomado parte en la ruina del Infante su abue-
lo. Entonces buscó, según parece, la protección de los Reyes Cató
lieos, en loor de los cuales compuso unas disparatadas coplas que
se pueden leer de sesenta y cuatro maneras, con la gracia especial
de que todas las palabras do cada estrofa empiezan con la misma
letra: artificio métrico sumamente ingrato al oído, como puede juz-
garse por esta muestra:
CAPITULO XXVI 33I
Esclareces, ensalzada,
En Europa, elegida,
Esperante, esperada,
Estrella esclarecida.
Esplendor espiritual,
Electa, espectativa,
Especta, executiva,
Extrema, esencial.
Alarde de mal gusto, sólo comparable con el del humanista que
llamándose Publio Porcio compuso el poema latino Pugna porcorum,
en que todas las palabras empiezan con P, semejando toda la obra
un perpetuo gruñido.
Aunque tan apasionado de nuestra gran Reina, cuando el Ropero
Antón de Montoro salió con aquellas coplas de sacrilega adulación:
Alta Reina soberana,
Si fuéssedes antes vos
Que la hija de Santa Ana,
De vos el fijo de Dios
Recibiera carne humana;
Alvaro de Brito lanzó contra él una formidable sátira, en que le de-
nuncia como hereje y judaizante, y le amenaza con el fuego del
Santo Oficio, que ya le hubiera abrasado (dice) si hubiese osado es-
cribir tales cosas en Portugal. No sabemos si fué sólo el celo reli-
gioso el que dictó esta invectiva, ó si tuvo más parte en ella el
humor cáustico y maldiciente del autor, cuya genialidad literaria
era muy parecida ala del Conde de Villamediana, reduciéndose la
mayor parte de sus versos á injurias y dicterios personales, que no
dicen mucho en pro de los buenos sentimientos de su autor.
Más simpático es otro poeta del mismo apellido, Duarte de Brito,
en quien la nota elegiaca predomina, siendo además uno de los ra-
rísimos poetas del Cancionero que cultivan la visión dantesca, aun-
que su imitación es de segunda mano, pues más bien que en la Di-
vina Comedia, se inspira en sus imitadores castellanos. Su principal
composición portuguesa es un Infierno de los Enamorados, en que
sigue las huellas de Juan Rodríguez del Padrón y del Marqués de
Santillana, imitados á su vez en Castilla por Guevara y Garci San-
332 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
chez de Badajoz, contemporáneos de Duarte Brito. Teófilo Braga (i)
le califica de poeta platónico, casuista sentimental, melancólico, y
amante de personificaciones y alegorías. Hay en este poemita ame-
nas descripciones y versos muy agradables; el diálogo del ruiseñor
con el poeta, parece un eco lejano de la musa provenzal:
Dois tristes afortunados,
Debaixo das verdes ramas,
Estando muito penados,
De prazer desesperados,
Falando em nossas damas,
Ouvimos cantar urna ave,
Qu'em seu canto parecía
Roussinol,
Manso, doce, muí soave,
Per muí alta melodía,
Per bemol.
La lengua, en éste y en otros poetas del Cancionero, está tan pe -
netrada de castellanismos, que muchas veces duda uno si lee por-
tugués ó castellano. Pero, además, tiene una docena de poesías en-
teramente castellanas, todas ellas eróticas: bien versificadas, aunque
poco correctas en la dicción, y de tono muy apasionado:
|Oh vida de mis dolores,
Oh dolor de mis cuidados,
Cuidados de mis amores,
De tormentos matadores
Y males desesperados!
¡Oh cuánto mejor me íueía
No ver vuestra fermosura!
Ni por vos no me perdiera,
Ni pesar no me metiera
En poder de tal tristura.
¡Oh vida tan dolorida,
De vida muerte tornada,
Oh muerte tanto querida,
De esperanza convertida
En vida desesperada!
(i) En el ya citado libro de los Poetas palacianos, pág. 336.
CAPITULO XXVI 333
¡Oh muerte, cómo no vienes
Á dar cabo á vida tal!
Que la vida en que me tienes
Es la muerte de mis bienes,
Vida de todo mi mal...
Con tantos males guerreo,
Señora, por te servir,
Que la muerte del vevir
Es la vida del deseo.
De ti siempre fui ferido
Con tormento,
Mas nunca del mal que siento
Socorrido.
Mi daño sin compasión,
Con dolor nunca se mengua:
No sabe decir mi lengua
Lo que siente el corazón...
¡Oh fuente de crueldad,
De lloros y sentimientos,
Robo de mi libertad,
Y soledad
De mis tristes pensamientos!
¡Fuego mortal encendido,
Que en mí todo te derramas,
Y penetras con gemido!...
lín una de estas poesías, encontramos también el famoso verso
de la glosa de Santa Teresa:
♦
Y con tanto mal crecido
Como son vuestras cruezas,
Que por vos triste cativo,
Ya no vivo porque vivo,
Y muero porque no tunero.
Se trata evidentemente de un lugar común de la poesía trovado-
resca del siglo xv, y no creo que ni D. Juan de Metieses ni Duarte
Brito le inventasen.
Todas estas amorosas quejas iban dirigidas á una doncella de San-
tarem, llamada Doña Elena, en obsequio de la cual compuso el poeta
334 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
los versos portugueses de más sentimiento que hay en este Can-
cionero: bastante análogos á otros del trovador castellano Guevara:
¡Oh campos de Santarem,
Lembrangas tristes de mym...
Después del Condestable de Portugal, el más notable de los in-
genios cuyos versos castellanos nos da á conocer Resende, es Don
Juan Manuel, cuyas trovas, por un error inexplicable, y que arguye
la más profunda ignorancia de nuestra historia poética, han sido ci-
tadas alguna vez como del infante castellano del siglo xiv. Tampo-
co debe confundírsele con otro caballero contemporáneo y homó-
nimo suyo, que fué gran privado de Felipe el Hermoso. El D. Juan
Manuel portugués era hijo natural del obispo de Guarda, y nieto
del rey D. Duarte. Fué alcaide de Santarem, Camarero mayor de
Palacio en tiempo del rey D. Manuel, y vino de embajador á Cas-
tilla para negociar el matrimonio de aquel soberano con la Prince-
sa Isabel, hija de los Reyes Católicos. Sus mejores poesías están en
nuestra lengua, y hay entre ellas una de interés histórico, á la
muerte del Príncipe D. Alfonso,
que cayó de un mal caballo,
corriendo en un arenal,
y en quien se frustraron las esperanzas de la próxima unión de los
dos reinos, retardada una y otra vez por el hado adverso. Pierden
mucho las estancias de arte mayor de D. Juan Manuel cotejadas
con el romance verdaderamente inspirado que esta catástrofe dictó
r¡ Fr. Ambrosio Montesino, ó como quieren otros, á un incógnito
poeta popular, pero aventaja sin duda á la de Alvaro de Brito a!
mismo asunto (i) y á la más tardía de Jorge Ferreira de Vasconce-
(i) Hállase también en el Cancionero de Resende, y tiene forma métrica
bastante parecida á la del romance:
Morto he o bem d'Espanha,
Nosso príncipe rreaL
Chora, chora Portugal,
Choremos per 3a tamanha...
capitulo xxvi 335
líos (i). La imitación de Juan de Mena es patente, en fondo y forma,
en las estancias del Comendador Mayor, y aun hay algún detalle
evidentemente tomado del episodio de la muerte de Lorenzo Dá-
valos, aquel que con tanto recelo criaba su madre:
¡Guay de la madre, que vio tan aina
El bien de su vida assí fenecer,
A quien solorgía (2), saber, medicina,
Poder nin riquezas pudieron valer-
La sinceridad del sentimiento por la muerte de su señor, sin mez-
cla de adulación palaciega, inspira á veces felizmente al poeta, y le
hace exclamar con apasionado acento:
;Oué fué de la vuestra tan linda estatura,
Que tanto excedía las otras del mundo,
La frente serena del rostro jocundo?
¿Que fué de la vuestra hermosa figura?
¿A dó fallaremos á la fermosura
De los vuestros ojos tan mucho estremados?
Vayamos, seguidme, ¡oh desventurados!
Rompamos, rompamos, la su sepultura.
Á ver si hallaremos las sus lindas manos,
Por muchas mercedes de todos besadas.
¡Oh fiestas malditas, desaventuradas,
Que luego tan presto vos habéis tornado
(1) Hállase en su Memorial das proezas dos -^avalleiros da Tavola Redon-
da, especie de libro de caballerías, en que intercala varios romances. Es
«imposición erudita y prosaica. Lleva por título Romance cantado d ¿res
vozes, (¡ne se refere d mor te do principe Don Alfonso, fillio de El rei Don Jado [I
e seu único successor. T. Braga lo reprodujo en su Floresta de varios romances.
(Porto, 1869.)
En la poesía popular de las Islas Azores, quedan vestigios del romance de
Montesino, que, aunque intercalados hoy en canciones de otro asunto, prue-
ban la honda impresión que en los contemporáneos debió de hacer aquella
catástrofe:
Vosso marido lie raorto — odiu no areal.
RebenLou o fcl no corpo— en duvida de escapar,
(2) Cirugía.
336 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
En lloro el placer, en xerga el brocado,
Las danzas en otras muy desatinadas.
¡Oh alta princesa, la más virtuosa
Que vieren ni vieron jamás los humanos,
Del vuestro marido sin fin deseosa,
Sin fin deseada de los Lusitanos!
Nefanda fortuna y casos mundanos
Por nuestros pecados han deliberado
De los vuestros brazos ser arrebatado,
Y puesto de donde le coman gusanos.
¡Cuan próspero fuera quien fuera delante,
Por no ver la cumbre de tanta tristura,
Y participara de su sepultura
Quien fué de su cámara participante!
Hay en esta composición una admirable sentencia, digna de ser
más conocida de lo que es, porque puede decirse que cifra en dos
palabras toda la psicología del amor:
Que el ánima nuestra allí suele estar
Más donde ama que no donde anima.
Compuso D. Juan Manuel muchos versos de amores, en que no
sólo hay ingenio y sutileza, sino de vez en cuando lumbres y mati-
ces poéticos dignos de mejor escuela, y que compiten con lo más
selecto de Guevara y Garci-Sánchez de Badajoz, príncipes de la
musa erótica en aquel fin de siglo:
La vuestra forma excelente,
Que mi memoria retiene,
Ante mis ojos se viene
Como si fuese presente:
Y con esto mi sentido
A mi triste entendimiento
Deja triste y afligido,
Tan cercano de tormento,
Como apartado de olvido.
Aquellos lugares todos
Do vos vi y ya no os veo,
CAPITULO XXVI 337
Por cien mil vías y modos
Cada hora los rodeo...
Las sierras por donde andamos,
Ahora sin vos las ando;
Allí donde descansamos,
Allí muero sospirando.
Los verdes prados y ríos
Es forzado que acrecienten
Tanto los dolores míos,
Que no sé cómo se cuenten
Que no diga desvarios.
No sé quién padecerá
En infierno más tormento,
Ni qué fuego quemará
Más que aqueste pensamiento.
¡Oh memoria de mi bien,
Llorada noches y días!
¡Oh vos, señora, por quien
No creo que Jeremías
Más lloró Jerusalén!
La música que solía
Mis cuidados amansar,
Agora multiplicar
Los ha fecho en demasía.
Si digo alguna canción
Que dije naquellos días,
Soy en tanta alteración,
Que no las lágrimas mías
Sufren disimulación.
Imitador declarado de Juan de Mena en las composiciones de más
grave argumento, le superó, á mi ver, en el poemita de Los siete
pecados mortales, menos didáctico y menos árido que su modelo, y
amenizado en lo posible con ingeniosas alegorías y elegantes des-
cripciones.
No creo necesario hacer particular estudio de los versos del
Conde de Vimioso, de Antonio Méndez de Portalegre, de un cierto
Ferreira (no el clásico Dr. Antonio), que tuvo la honra de que Sá
de Miranda glosase una cantiga suya, de Fernán Brandam, de Jorge
Resende, del estribero mayor del Rey, Francisco Ornen, de Duarte
Meskkdez t PjttAYO. — Ponía cotidiana III.
33^ HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
de Resende, y otros muchos; porque nada hay en ellos de particular
y característico. Pero no sucede lo mismo con los de Luis Enríquez,
hidalgo servidor de la casa de Braganza, el cual en castellano y en
portugués tuvo aspiraciones épicas, y apartándose de los lugares
comunes de la frivolidad cortesana, cantó con noble aliento la con-
quista de Azamor (1513), en estancias de Juan de Mena, y lloró en
coplas de Jorge Manrique la desastrada muerte del príncipe D. Al-
fonso. Esta elegía, aunque muy incorrecta en el lenguaje, y afeada
por falsas rimas (vicio frecuente en el Cancionero, por no haber
atendido estos poetas como debían á la diferencia de pronunciación
entre las dos lenguas que simultáneamente manejaban), no carece
de fuerza patética en algunos lugares, y se ve que el autor busca
cierto efecto dramático, poniendo doloridos plantos en boca del
Rey, de la Reina y de la Princesa; pero á pesar de todo este apa-
rato y de las sentencias que oportunamente saca de Job y de los
Profetas, resulta declamador y lánguido si se le compara con don
Juan Manuel, y sobre todo con la trágica concisión del romance
castellano. Luis Enríquez parece haber vivido algún tiempo en Va-
lencia, y en obsequio de una señora de aquel reino compuso un
devoto poemita sobre la oración del huerto.
Las relaciones de los portugueses con la corona de Aragón, tenían
que ser menos íntimas y frecuentes que con Castilla, pero el Can-
cionero de Resende prueba que también las había, como lo indica el
curioso pleito burlesco sostenido en Zaragoza entre varios trovado-
tes de ambos reinos sobre ciertas calzas de chamelote que sacó por
invención y gala Manuel de Noronha.
Muy rara vez emplean los poetas del Cancioneiro el verso de arte
mayor. Como la mayor parte de sus composiciones pertenecen al
género llamado de sociedad, y son más bien galanterías rimadas
que obras seriamente poéticas, prefieren en ellas los metros cortos,
que generalmente manejan con facilidad. Véanse estas endechas del
Prior de Santa Cruz:
Lloran mis ojos
Y mi corazón
Con mucha razón.
Lloran mi pena,
Mi mal no fingido,
capitulo xxvr. 339
Mi dicha no buena,
Tan lexos d'olvido.
Murió mi sentido
De viva pasión
Con mucha razón...
Casi todas las secciones del Cancionero de Hernando del Castillo
tienen representación en el de Resende, que es, por decirlo así, una
duplicación, ó más bien un suplemento de aquél. Las letras de jus-
tadores (i), los porqués rimados, y por supuesto los versos de bur-
las, que aquí generalmente no son más que insulsos: rara vez sucios
ni deshonestos. El gracejo consiste principalmente en los apodos,
para lo cual Enrique da Motta descubre un ingenio satírico muy
análogo al de Antón de Montoro. Todas las poesías de esta clase
están en portugués, y abundan en felices idiotismos populares; pero
aún hay en ellas visible imitación castellana, siendo muchos los tro-
vadores que repiten hasta la saciedad las quejas de Juan de Mena
sobre el macho que compró de un Arcipreste, y el diálogo del Ro-
pero con su caballo.
Cierran tan copioso centón las poesías del propio colector García
de Resende; que fué en rigor el último y uno de los mejores poetas
de esta escuela, puesto que sus trovas, en forma de monólogo, á la
muerte de Doña Inés de Castro (2) deben contarse entre las raras
piezas líricas de este tiempo que tienen algún valor positivo, aparte
del mérito de haber tratado por primera vez este asunto tan patéti-
co y tan nacional, abriendo el camino á la clásica musa de Ferreira,
y de Camoens. Resende, cuya vida se prolongó más allá del primer
(t) A vynle et nove dias de Dezembro de mil e quairogenios e noven/a, fez
el rrey dom Joam em Evora humas justas rreaes no casamento do pringepc
dotn Affonso seu filho, com a princesa dona Isabel de Castela; et foy o dia
daa mostra huuma quinta feyra, et aa sesta se comefaran, e duraran lee o do-
minguo seguynle; é el rrey com oylo mantedores manteve a tea em huma forta-
leza de madeyra sengularmenle feyta, onde todos estauan de dya e de noyle, que
tambem justavam; e as letras e cimeyras que se liram sam estas (casi todas son
castellanas).
(2) Trovas á mor le de D. fgnez de Castro, que el Rei Don Affonso quarlo
de Portugal matou em Coimbra, por o Principe D. Pedio seu filho a ter como
mulher, e pelo bem que llie qu:ria nao quería casar
340 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
tercio del siglo xvi, fué uno de los espíritus más cultos y más enci-
clopédicos de su tiempo; y aunque le faltaba la instrucción clásica,
fundamento entonces de todo saber, la suplió en parte con su buen
instinto y grandes facultades de asimilación. Fué, además de poeta,
músico, dibujante, historiador, hombre político y discreto cortesa-
no. Su extraordinaria obesidad, nacida acaso de sus gustos epicú-
reos, fué manantial inagotable de chistes para sus hermanos en
Apolo, de cuyas burlas no se ofendió nunca; antes las reproduce
con toda conciencia en la vasta antología que compiló de las pro-
ducciones poéticas de su siglo. Formó parte de aquella célebre y
magnífica embajada que llevó á Roma Tristán de Acuña en 1514»
con las primicias del encantado Oriente; y de tal modo penetraron
en su espíritu las maravillas del Renacimiento, la alegría de la vida,
el espectáculo de Italia y el entusiasmo por la grandeza de su pue-
blo, que acertó á compendiarlo todo en algunos versos de su Mis-
celánea, los cuales, en medio de su sencillo estilo, tienen más poesía
que todo su Cancionero:
E vimos em nossos días
A letra de forma achada,
Com que a cada passada
Crescem tantas livrarías.
D' Allemanha he o louvor
Por d" ella ser o Author
D' aquella cousa tao dina!
Outros afirman da China
Ser o primeiro inventor.
Outro mundo novo vimos
Por nossa gente se achar,
E o nosso navegar
Tao grande que descobrimos
Cinco mil leguas por mar.
E vimos minas reaes
D' ouro e dos outros metaes
No Reyno se descobrir:
Más que nunca vi sahir
Engenhos de officiaes.
Vimos rir, vimos folgar,
Vimos cousas de prazer,
Vimos zombar e apodar,
CAPITULO XXVI 34I
Motejar, vimos trovar
Trovas que eran para 1er.
Vimos homens estimados
Por manhas aventajados:
Vimos damas mui fermosas,
Muí discretas e manhosas,
E galantes afamados.
Música vimos chegar
A mui alta perfeic5o,
Sarzedas, Fontes cantar,
Francisquinho assim junctar
Tánger, cantar sem racao!
Arriaga, que tanger!
O Cegó, que grao saber
Nos orgSos! e o Vaena!
Badajoz! e outros que a penna
Deixa agora de escrever (1).
Pintores, luminadores,
Agora no cume estam,
Orivisis, Esculptores
Sam muy subtís e melhores...
Vimos o gran Michael,
E Alberto, e Raphael;
E ha em Portugal taes
Tao grandes e naturaes,
Que vem quasi ao olivel.
E vimos singularmente ■
Fazer representacoes
De estilo mui eloquente,
De mui novas invengoes,
E feitas por Gil Vicente:
Elle foi o que inventou
Isto cá e que o usou
Con mais gra^a e mais doutrina,
Posto que Juan del Enzina
O Pastoril comegou.
Lisboa vimos crescer
Em povos, e em grandeza,
E muito se ennobrecer
(1) Sobre estos y otros artistas de aquel siglo, véase el importante libro
de Joaquín de Vasconcellos, Os Músicos Portuguezes (1870).
342 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Em edificios, riqueza,
Em armas, e em poder...
E vimos comunicar
El Rei con o Preste Io3o,
Embaixadas se mandar,
Cousa que nella fallar
Parecía admirado:
Vimos cá vir Elefantes,
E outras Bestias semelhantes
Trazer da India por mar...
Este hombre, cuyo talento era muy superior á la adocenada es-
cuela cuyos insípidos frutos nos ha conservado, tuvo entre otras co-
sas el instinto de la poesía popular. Es casi el único de los trovado-
res portugueses que parece haber conocido y estimado los roman-
ces. Lo testifica el estilo de sus coplas castellanas:
Tiempo bueno, tiempo bueno,
¿Quién te me llevó de mí?
Qu'en acordarme de ti
Todo placer m'es ajeno.
Fué tiempo y horas ufanas,
En que mis días gozaron;
Mas en ellas se sembraron
La simiente de mis canas.
¿Quién no llora lo pasado
Viendo cuál va lo presente?
¿Quién busca más accidente
De lo que el tiempo le ha dado?
Yo me vi ser bien amado,
Mi deseo en alta cima:
Contemplar en tal estado
La memoria me lastima.
Y pues todo m'es ausente,
No sé cuál extremo escoja,
Bien y mal, todo m'enoja;
¡Mezquino de quien lo siente!
Y lo que es más significativo todavía: los rasgos más poéticos de
las trovas puestas en boca de Doña Inés de Castro, son eco de
un romance viejo, de distinto, aunque no muy desemejante argu-
mento:
CAPITULO xxvi 343
Estaua muy acatada,
Como princesa servida,
Em meus pagos muy honrrada,
De todo muy abastada,
De meu senhor muy querida.
Estando muy de vaguar,
Bem fora de tal cuidar,
Em Coymbra d'aseseguo,
Polos campos de Mondeguo
Cavaleyros vy asomar...
Compárese el principio de uno de los romances de Isabel de Liar
(núm. 104 de la Primavera de Wolf):
Yo me estando en Giromena
A mi placer y holgar,
Subiérame á un mirador
Por más descanso tomar:
Por los campos de Monvela
Caballeros vi asomar...
Acaso este romance fué compuesto á imitación de otro que ver-
sase sobre la catástrofe de Doña Inés de Castro, y en él probable-
mente se inspiraría Resende, como se inspiró más tarde Luis Vélez
de Guevara en su comedia Reinar después de morir:
Por los campos de Mondego — caballeros veo asomar:
Armada gente les sigue — ¡válgame Dios! ¿Qué será?
El Cancionero de Resende apareció en 1516 (í), cinco años des-
pués del de Castillo, al cual imita en todo, hasta en su aspecto ti-
pográfico. Pero destinado á un público menos numeroso, nunca ob-
tuvo tanta difusión como el castellano, y no fué reimpreso ni una
sola vez en el transcurso de más de tres siglos, por lo cual llegó a
(1) Cando ¡ nelro, geral: [ Com preuilegio.
Colofón) <íAcabousse de empremir o cancyo- ¡ neyro geerall. Com preuilegio do ¡
muyto alto e muyto poderoso Rey / dom Manuell nosso senhor. Que ¡ nenhúa pes-
soa o posa empremir... I'oy ordenado e emendado por García de ¡ Reesende fidal-
guo da casa del Rey nosso sennhor ¡ c escrivam da fazenda do principe. Comen-
fouse em Almeyrim e acabousse na muy lo nobre e semprc leall cidade de Lis-
boa. Por Herma de copos ¡ alema bóbardeyro del rey nosso senhor e empre- ¡
344 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
ser libro rarísimo, contribuyendo á ello el rigor inusitado con que
le trató en su índice expurgatorio de 1624 la Inquisición de Portu-
gal (que en estas materias fué siempre mucho más rígida y meticu-
losa que la nuestra), ordenando tachar una porción de pasajes. Sólo
en 1846, y no por iniciativa de los portugueses, todavía menos so-
lícitos de sus tesoros literarios que nosotros (y es cuanto hay que
decir), sino de una sociedad de bibliófilos alemanes, la de Stuttgart,
que ha prestado tantos servicios á la ciencia desenterrando obras
rarísimas de todas las literaturas, se vio nuevamente de molde la
compilación de Resende, ilustrada con un breve prefacio del Doc-
tor Kausler. Esta edición, dividida en tres tomos, es copia literalí-
sima de la primera, y reproduce por consiguiente todas sus erratas,
que son innumerables. El texto de las composiciones castellanas
está horriblemente desfigurado (i).
Resende encabezó su colección con un elegante prólogo ó dedi-
catoria al rey D. Manuel, cuya parte más esencial voy á transcribir,
excusándome el trabajo de traducirla, puesto que ya lo está primo-
rosamente por D. Juan Valera: «Porque la natural condición de los
portugueses es no escribir nunca cosas que hagan, aun siendo dig-
nas de grande memoria; muchos y muy altos hechos de guerra, paz
y virtudes, de ciencias, mañas y gentilezas están olvidados, que si
los escritores se quisiesen ocupar en escribirlos, en las historias de
Roma y de Troya, y en todas las otras crónicas antiguas no halla-
rían memoria de mayores hazañas ni más notables casos que los que
de nuestros naturales podrían escribirse, así de los tiempos pasados
como de ahora. Tantos reinos, señoríos, ciudades y villas, á miles
de leguas, tomados por mar ó por tierra á fuerza de armas, siendo
midor. Aos XX VIII dias de setémbro da era de nosso senhor Jesu cristo de
mil e quinhentos e X VI anuos. Fol. 232 hojas á dos y tres columnas.
Hay ejemplares en la Biblioteca Nacional y en la de Palacio. Otro tiene en
Sevilla el Marqués de Jerez, en su incomparable colección de libros de poesí;i
española. [Colección que se halla hoy en poder de la Hispanic Society of
América de New York. (A. B.J\
( 1 ) Cancioneiro geral. Altportugiesische Liedersammlung des Edeln García
de Ressende... Stuttgart. Gedruckl auf Rosten des litlerarischen Vereins, 3 vol.
4.0, 1846-1848-1852. (Tomos xv, xvn y xxvi de la Biblioteca publicada por
dicha Sociedad Literaria.)
CAPITULO xxvi 345
tal la multitud de los contrarios y tan pocos los nuestros; sosteni-
dos con tantos trabajos, guerras, hambres y cercos, y con tan re-
mota esperanza de ser socorridos; señoreando por las armas gran
parte de África; teniendo tantas fortalezas tomadas, y de continuo
guerra sin cesar. Así Guinea, donde grandes Reyes son nuestros va-
sallos y tributarios, mucha parte de Etiopía, Arabia, Persia é India,
donde tantos Reyes moros y gentiles, y tantos grandes señores son
por fuerza hechos subditos y servidores, y pagan parias ó tributos,
y no pocos pelean por nosotros bajo la bandera de Cristo y siguen
á nuestros capitanes contra los suyos. También hemos conquistado
4.000 leguas por mar, que ningunas armadas del Soldán ni otro
gran Rey ni Señor osan navegar por miedo de las nuestras, y pier-
den sus tratos, rentas y vidas, y se convierten reinos y señoríos con
innumerables gentes á la fe cristiana, recibiendo el agua del santo
bautismo; y otras cosas que no pueden reducirse á breve escritura.
Todos estos hechos y otros de tal substancia no son divulgados
como lo serían si gente de otra nación los hiciese. Y por esta mis-
ma causa, muy alto y poderoso Príncipe, muchas cosas de folgar y
de gentileza se pierden sin quedar de ellas noticia. En la cual cuen-
ta entra el arte de trovar, que en todo tiempo fué muy estimado,
y con él alabado Nuestro Señor, como se advierte en los himnos
que se cantan en la Santa Iglesia. Y así de muchos Emperadores,
Reyes y personas memorables, por los romances y trovas sabemos
las historias. El arte de trovar es además necesario en las cortes de
los grandes Príncipes para gentileza, amores, justas y juegos, y para
castigar y poner enmienda en los malos trajes é invenciones, como
en el libro más adelante se verá. Y como, Señor, los otros asuntos
son muy grandes, y por su grandeza y mi corto entender, no debo
tocar en ellos, para satisfacer en parte el deseo que siempre tuve de
hacer algo en que Vuestra Alteza fuese servido y tomase desenfada-
mento, determiné juntar algunas obras que pude haber de pasados
y presentes, y ordenarlas en este libro.*
Lo primero que llama la atención en este Cancionero, prescindien-
do de la diferencia de lenguas, que es meramente accidental y no
afecta al contenido poético, es la penuria de inspiración histórica, el
divorcio en que estos trovadores cortesanos parecen vivir de toda
346 HISTORIA DE LA. POESÍA CASTELLANA
la grandiosa vida de su pueblo, que se desarrollaba á sus ojos, y en
la que algunos de ellos tomaron parte muy honrosa y calificada. Ni
las empresas de África, ni las portentosas navegaciones de Oriente,
tienen eco apenas en esta retórica convencional y enfadosa. Aun
los asuntos interiores del reino parecen preocupar de un modo muy
superficial á estos ingenios. Las pocas excepciones que pueden ale-
garse, de Luis Enríquez, de D. Juan Manuel, de Alvaro de Brito y
de algún otro, sólo sirven, por su rareza y por su medianía, para
confirmar la regla.
Si estos versificadores parecen vivir aislados de la realidad pre-
sente y luminosa, de la cual sólo aciertan á reproducir algún aspec-
to exterior y fugitivo, todavía están más distantes de la poesía tra-
dicional, que no dan muestras de estimar, ni siquiera de conocer.
Ya hemos visto que las trovas de García de Resende sobre la muer-
te de doña Inés de Castro, son un ejemplo solitario que ni tenía pre-
cedentes ni tuvo imitadores por entonces.
¿Qué más? la fuente fresca y saludable del lirismo gallego perma-
nece sellada para estos pedantescos é insulsos vates, que, salvo la
lengua, no parecen ni prójimos de los juglares que cantaron tan sua-
ve y delicadamente en las cortes del rey D. Diniz y de Alfonso IV.
Aun en la poesía castellana de la corte de D. Juan II y de sus su-
cesores inmediatos, que distaba mucho de ser un modelo, pero que
tuvo á veces elevadas aspiraciones y relativos aciertos, se imitó lo
que era menos digno de estimación, lo más frivolo, lo más efímero,
lo más incoloro. Juan de Mena fué el maestro acatado por todos,
pero no hubo quien emulase los grandiosos cuadros históricos y el
sentido patriótico del Labyrintho. El Cancionero del Marqués de
Santillana fué buscado por aquellos proceres como joya de mucho
precio, pero nadie se asimiló la gravedad sentenciosa del diálogo
de Blas contra fortuna, ni menos la gentileza y frescura de las serra-
nillas, aunque su tipo estuviese tomado de la antigua poesía galaico-
portuguesa. E inútil es añadir- que nada hubo comparable con las
coplas de Jorge Manrique ó con el Diálogo del amor y un viejo,
porque también estas piezas están muy solitarias en el Parnaso de
Castilla.
La imitación de los italianos es puramente de retlejo en el Can-
CAPITULO xxvi 347
cionero de Resende. La imitación clásica pura se reduce á algu-
nas heroídas de Ovidio traducidas por Juan Roiz de Sá y Juan
Roiz de Lucena: composiciones que, después de todo, son de las
más amenas que hay en el Cancioneiro, hasta por el gracioso
contraste entre el metro nacional y el fondo tomado de la poesía
latina.
En suma, no parece que la lengua castellana, en el siglo xv, pa-
gase dignamente á su hermana la portuguesa, lo que de ella había
recibido en los orígenes de la lírica. No sucedió lo mismo después
de la triunfal aparición de Gil Vicente.
Pero á pesar del poco valor intrínseco de casi toda la producción
poética de los reinados de D. Alfonso V, el Africano, y de Don
Juan II, el Príncipe Perjecto, y aun de los primeros años del felicí-
simo reinado de D. Manuel, siempre ofrecerá gran interés el Can-
cionero de Resende como monumento de una época gloriosa para
ambos pueblos peninsulares y como símbolo de fraternidad entre
ellos. Nunca estuvieron más estrechamente unidos en espíritu, por
lo mismo que nunca habían realizado tan grandes cosas, ni habían
sentido tal plenitud en su conciencia nacional, tanto brío y esfuerzo
en su brazo, tanta luz en su espíritu, tanta alegría en su vida. Ese
rancio y voluminoso libro, medio portugués, medio castellano, ates-
tado de versos malos ó medianos, cobra, si se le mira de este modo,
precio inusitado, y se convierte en una venerable reliquia. D. Juan
Valera ha expresado todo esto en frases elengantísimas, como suyas,
y que me place reproducir aquí, porque el notable estudio en que
se hallan no figura todavía en la colección de sus obras:
«Aunque todas las poesías del Cancionero son de sociedad: bur-
las, sátiras, cousas de folgar, declaraciones de amor, louvores ó en-
comios de la hermosura de las damas, invenciones y letras de jus-
tadores, quejas y encarecimientos enamorados, y preguntas y res-
puestas para manifestar prontitud y agudeza de ingenio, improvi-
sando en una reunión elegante: todavía son de grandísimo interés
por ser obra de aquellos mismos varones que pasaban más allá de
Trapobana, que iban dilatando el imperio de la fe por el África y
por el Asia, que domeñaban remotísimos pueblos y regiones y el
poder del Samorí, y que visitaban islas y continentes misteriosos,
348 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
apenas explorados antes por ningún europeo: el imperio de Abexim,
la corte del Preste Juan, los alcázares de la Aurora, la cuna donde
nace el día, los países de la canela, del clavo y del incienso, la isla
de los Amores y las costas de Pancaya, donde se crían los precio-
sos aromas. Estas grandes novedades traían á la elegante corte del
rey D. Manuel cierta luz y cierto perfume del extremo Oriente. En
suma, el Cancionero es un monumento de los ocios magnánimos,
de los galanteos y de la vida de una nobleza heroica y aventurera,
en quien tan preciso ornato era el arte de poetría, cuanto el mon-
tar á caballo en toda silla y saber revolver con gracia, y alancear
un toro, y correr cañas, y tirar la barra: en quien resplandecía la
sutileza del ingenio, lo quintaesenciado y metafórico de los senti-
mientos amorosos y la blandura del corazón, lo mismo que la des-
treza en las armas y las extraordinarias fuerzas corporales: porque era
natural y propio en individuos de ella, como Aires Telles de Mene-
zes, derribar en la lucha á los más duros y fornidos ganapanes, ó mo-
rir de amor por alguna Princesa. El Cancionero encierra en sí el es-
píritu, la índole y la condición de estos nobles portugueses, los
cuales, en obras grandes y en pensamientos atrevidos, se adelan-
taban entonces á los demás hombres, salvo á sus vecinos los cas-
tellanos.»
«El Cancionero, por lo tanto, no pudo menos de excitar el inte-
rés más vivo y de ser leído con avidez, apenas apareció. Todo barco
que iba á la India Oriental llevaba ejemplares, y en las más distan-
tes comarcas leían los guerreros portugueses aquellos versos, cuan-
do no los componían, recordando, en medio de sus aventuras y pe-
ligros, la corte de Lisboa, los alcázares de Cintra, sus bosques y
jardines, y las hermosas y discretas damas de quien vivían enamo-
rados y ausentes. Castanheda y Juan de Barros dan testimonio de
ello, y refieren además un uso extraño que del Cancionero se hizo.
En 1 5 18, dos años después de su publicación, fué Antonio Correa
con una embajada á los reinos del Pegú, á fin de hacer un tratado
de paz y alianza con los Príncipes allí reinantes. Para prestar el de-
bido juramento no había Evangelios, y el libro de oraciones ó Bre-
viario del Capellán pareció pobre y mezquino al lado del magnífico
Libro Santo de aquellos indios. Entonces tomaron los portugueses
CAPITULO XXVI 349
el Cancioneiro , que era un hermoso in-folio, y sobre él juraron todo
lo que convenía.»
El tránsito de la poesía cortesana del siglo xv á la ítalo clásica
del siglo xvi, cuyo patriarca es en Portugal Sá de Miranda, como
entre nosotros lo son Boscán y Garcilaso, no fué violento ni se hizo
en un día. Sirvieron de lazo entre ambas escuelas ciertos poetas
inspirados y sentimentales, que conservando la medida vieja, es
decir, la forma métrica del octosílabo peninsular, la adaptaron á un
contenido diferente y mucho más poético que el de los versos de
Cancionero, creando una escuela bucólica, en que parece que reto-
ñó la planta de la antigua pastoral gallega, no por imitación directa,
según creemos, sino por condiciones íntimas del genio nacional.
Pero es cierto que tanto en Bernaldim Ribeiro como en Cristóbal
Falcáo, que son los dos representantes de este grupo, influyó el re-
nacimiento de la égloga clásica, influyó la égloga dramática de Juan
del Knzina y Gil Vicente, é influyó grandemente la novela senti-
mental del siglo xv, El siervo Ubre de amor, de Juan Rodríguez del
Padrón, la Cárcel de amor, de Diego de San Pedro; género influido
á su vez por los libros de caballerías que en toda la Península pulu-
laban, y á cuya lección se entregaba con delirio la juventud corte-
sana. Bernaldim Ribeiro, que no era gran poeta, pero sí un alma
muy poética, de sensibilidad casi femenina, sea cualquiera el valor
de las leyendas que hacen de él una especie de Macías portugués y
que van cediendo una tras otra al disolvente de la crítica moderna (i),
(i) Ademas de su novela, compuso Bernaldim Ribeiro cinco églogas en
verso, que contienen como en cifra la historia de sus amores. Fué opinión
con iente entre los poetas románticos, que la dama objeto de la pasión de
Bernaldim Ribeiro había sido !a Infanta Doña Beatriz, hija del Rey Don Ma-
nuel, la cual casó con el Duque de Saboya. Esta leyenda, que sirvió <i
Almeiila Garret para su celebrado drama Uní auto de Gil Vicente, ha >.ido im-
pugnada por Th. Braga en su libro Bernaldim Ribeiro e es Bucolistas (Porto,
1 87 2), en su Curso da liisloria da Litteraiura Portuguesa (Lisboa, 1 8S-'>), y en
otras publicaciones suyas, donde quiere probar que la amada de Bernaldim
Ribeiro (que el designa con el nombre poético de Aonia) fue Doña luana de
Villiena, prima del Rey D. Manuel é hija del Conde de Vimioso. También el
ingenioso novelista Camilo Castello B raneo, en un artículo inserto en sus
Noiles de imomnio (núm. 10, pág. 29-36), sostiene con buenos arguir.cn-
35° HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
atinó con la forma que convenía á todas estas vagas aspiraciones de
sus contemporáneos, y poetizando libremente los casos de su vida,
con relativa sencillez de estilo (no libre, sin embargo, de tiquis-mi-
quis metafísicos), y con una armonía desconocida hasta entonces
en la prosa, dio en el libro de sus Saudades (más generalmente lla-
mado Menina e moga, por ser éstas las palabras con que comienza)
el primer ensayo de la novela pastoril de nuestra Península, casi al
mismo tiempo que Sanazaro creaba la pastoral italiana, pero con
entera independencia de él y siguiendo otro rumbo. El poeta napo-
litano imita, ó por mejor decir, traduce y calca, á Virgilio, á Teó-
crito, á todos los bucólicos antiguos. Bernaldim Ribeiro, hijo de la
Edad Media, combina el elemento caballeresco con el pastoril, ó
más bien subordina el segundo al primero, y además, valiéndose,
como el autor de la Cuestión de Amor, del sistema de los anagra-
mas, expone bajo el disfraz de la fábula hechos realmente aconteci-
dos, si bien sobre la identificación de cada personaje haya larga
controversia entre los eruditos. Pero del verdadero carácter de la
novela de Bernaldim Ribeiro tendremos ocasión de volver á hablar
cuando tratemos de la Diana de Jorge de Montemayor, entre cuyos
precursores más inmediatos debe contársele.
No quedan versos castellanos de Bernaldim Ribeiro, aunque es
de presumir que los hiciese como todos los poetas de su tiempo.
Se le han atribuido, no obstante, algunos, sin más razón que hallarse
al fin de una de sus églogas, en un pliego suelto de 1536. Una de
estas composiciones es aquel tan sabido soneto de Garcilaso, pará-
frasis de un epigrama de Marcial,
Pasando el mar Leandro el animoso...
tos que Bernardim Ribeiro no fue Gobernador de San Jorge de Mina, ni amó á
ia Infanta Doña Beatriz, ni salió de su tierra sino después que aquella señe-
ra había partido paraSaboya (5 de Agosto de 1 52 1). Afirma igualmente C. Cas-
tello Branco que Bernaldim Ribeiro, poeta, es persona diversa, no sólo del
Gobernador de San Jorge, sino también de otro Bernaldim Ribeiro Pacheco,
Comendador de Villa Civa, de la Orden de Christo y Capitán mayor de las
Naos de la India.
[Véanse, acerca de Bernardim Ribeiro, los Orígenes de la Nove'a de Mc-
néndez y Pelayo. (A. B.)]
CAPITULO XXVI 35I
Las otras son dos glosas de romances, uno de ellos el de Duran-
darte y Belerma (i). Pero si no puede afirmarse que glosase roman-
ces castellanos, hay que reconocer que su poesía, cuando es mejor,
más honda y más sentida, tiene el sabor y aun el metro de romance.
Nada hay en sus cinco églogas, nada en la de Chrisfal de Cristóbal
Falcáo, nada en la lírica portuguesa de entonces, que tenga el ex-
traño hechizo, la misteriosa vaguedad del romance de Avalor, in-
serto en la segunda parte de Menina e Moca:
Pola ribeira de um río,
Que leva as agoas ao mar,
Vai o triste de Avalor,
Nao sabe se ha de tornar.
As agoas levam seu bem,
Elle leva o seu pesar,
E só vai sem companhia,
Que os seus fora elle leixar.
Cá quem nao leva descanso,
Descansa en só caminhar.
Descontra donde ia a barca
Se ia o Sol a baxar.
Indo-se abaxando o Sol,
Escurecia-se o ar:
Tudo se fazía triste
Quanto havia de ficar.
Da barca levantam remo,
E ao som de remar
Comeqaran os remeiros
Do barco este cantar:
¡Qué frías eram as agoas!
¡Quem as havrá de passar!
Dos autros barcos respondem:
¡Quem as havrá de passar!
SenaQ quem a vontade póz
Onde a n5o pode tirar.
Traía barca levam olhos,
Quanto o dia dá logar.
Nao durou muito; que o bem
Nao pode muito durar.
Vendo o Sol posto contr'elle,
(') _. Trovas de dous pastores, Silvano y Amador, /citas por Bernaldim Ri-
beiro, 1536. (Vid. la ed. de las obras de B. Ribeiro de 1852, en la Bibliotheca
Portugueza.)
352 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Soltou redeas ao cavallo
Da beira do rio andar.
A noite era callada
Pera mais o magoar,
Que ao compasso dos remos
Era o seu suspirar.
Querer contar suas magoas
Sería aréas contar.
Quanto mais se alongando
Se ia alongando o soar.
Dos seus ouvidos aos olhos
A tristeza foi egualar;
Assim como ia a cavallo
Foi pela agua dentro entrar.
E dando un longo suspiro,
Ouvía longe falar;
Onde magoas levam alma
Vao tambem corpo levar.
Mas indo assi, per acertó,
Foi c'um barco n'agua dar,
Que estava amarrado á tena,
E seu dono era a folgar.
Saltou, assim como ia, dentro,
E foi a amarra cortar:
A corrente e a maré
Acertaram-no a ajudar.
Nao sabem mais que foi d'elle,
Nem novas se podem achar;
Suspeitouse que era morto,
Mas nao é para affirmar,
Que o embarcou ventura
Para só isso guardar.
?«Iais sao as magoas do mar
Do que se podem curar (ij.
(i) Para mí no es cosa probada que el Don Bernaldino del romance viejo
(núm. 293 de Duran)
Ya piensa Don Bernaldino
Ir su amiga visitar...
sea Bernaldim Ribeiro, pero así lo han creído graves autores, entre ellos el
mismo D. Agustín Duran, y es cierto que el romance, más bien que popular,
parece del género de los amatorios que componían los últimos trovadores.
CAPITULO XXVII
[gil Vicente; su carácter é importancia histórica; datos biográ-
ficos; SUS PRIMERAS OERAS, IMITACIÓN DE LAS DE JUAN DEL ENZINAJ
el Auto de la sibila Casandra; el de la Fe; el de los cuatro tiempos;
el Breve summario da historia de Deus, y su imitación por Barto-
lomé PALAU; OTRAS ALEGORÍAS SATÍRICO-MORALES DE GIL VICENTE; LIBER-
TAD DE PENSAMIENTO DE ESTE ESCRITOR; SUS moralidades', LA TRILOGÍA
de las Barcas; las comedias de gil vicente; influencias que en
ellas se advierten; la comedia de rubena y su material folk-
lórico; APARICIÓN DE LA FIGURA DEL BOBO \ OTRAS COMEDIAS DE GIL
vicente; sus composiciones sueltas; mérito extraordinario de gil
vicente en la historia del teatro de su país; la familia del poeta;
ediciones de sus obras.]
La escuela portuguesa del siglo xv, legó al xvi su mayor poeta:
la primera obra dramática de Gil Vicente fué representada en 1502.
Para hablar dignamente de este soberano ingenio, necesitaríamos un
cuadro más amplio, en que su figura se destacase sobre las tablas
del teatro primitivo, en vez de asomarse tímidamente al coro de las
escuelas líricas. Gil Vicente es uno de los grandes poetas de la Pe-
nínsula, y entre los nacidos en Portugal nadie le lleva ventaja, ex-
cepto el épico Camoens, que vino después, que es mucho más imi-
tador, y que abarca un círculo de representaciones poéticas menos
extenso. El alma del pueblo portugués no respira íntegra más que
en Gil Vicente, y gran número de los elementos más populares del
genio peninsular, en romances y cantares, supersticiones y refranes,
están admirablemente engarzados en sus obras, que son lo más na-
cional del teatro anterior á Lope de Vega. A diferencia de los in-
sulsos trovadores cortesanos del siglo xv, y á diferencia de la ma-
yor parte de los poetas humanistas del siglo xvi, Gil Vicente vivió
MxxfaDKZ t Pbi-ayo. — Poesía castellana. III. 23
354 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
en comunión íntima con la tradición de su raza, y acertó á sacar de
ella un nuevo y rico venero de poesía. Tuvo, además, el genio, de
la creación dramática en términos tales, que rompiendo las ligadu-
ras de un teatro infantil, se levantó por su propio y solitario esfuerzo
hasta la comedia de costumbres y el melodrama romántico, refle-
jando además en grandes alegorías satíricas todo el espectáculo de
la vida de su tiempo, y dando forma cómico- fantástica á las gran-
des luchas de ideas del Renacimiento y de la Reforma. Admirable
á veces por el vigor sintético de las concepciones, franco y osado
en la ejecución, gran maestro de lengua familiar picante y expresi-
va; amargo y cínico en las burlas y muy sazonado en las veras;
poeta y pensador de doble fondo, en quien siempre se adivina algo
más de lo que la corteza muestra; devoto á ratos, á ratos cínico y
libertino; pesimista lírico, con un concepto personal del- mundo
como todos los grandes humoristas le han tenido: su obra, por la
tendencia demoledora, se da la mano con los Coloquios de Erasmo,
con el Elogio de la locura, con el Diálogo de Mercurio y Carón , con
las más valientes imitaciones lucianescas, que en gran copia produjo
la primera mitad del siglo xvi; pero por el vuelo de la fantasía, por
la mezcla de lo más trivial y bajo con las más altas idealidades, por
la plasticidad que cobran al salir de sus manos las más extrañas
figuras alegóricas, por la fuerza de los contrastes, por la férvida ani-
mación del conjunto, por la vena poética, tanto más eficaz cuanto
más silenciosa corre entre el tumulto de chistes y bufonadas, Gil
Vicente renueva, sin pretenderlo, la comedia aristofánica, que no
conocía; y anuncia lo que habían de ser, andando el tiempo, los in-
mortales Sueños de Quevedo. Es fama que Erasmo, tan digno de
comprender á Gil Vicente, tenía en grande estimación sus obras
(las cuales quizá le había dado á conocer su amigo Damián de
Goes); y que aprendió el portugués para mejor saborear los donai-
res é idiotismos de su estilo. Sea lo que fuere del valor de esta anéc-
dota, no tan comprobada como quisiéramos, el parentesco de ideas
entre estos dos hombres es innegable. Gil Vicente no fué protes-
tante, como sin fundamento se ha pretendido, ni podía haber cosa
más contraria á su índole; pero fué de pies á cabeza un trasmisia,
un espíritu libre, mordaz y agudo, como otros muchos doctos espa-
capitulo xxvii 355
ñoles de su tiempo, que con alguna rara excepción permanecieron
dentro de la Iglesia ortodoxa, ejercitando su tendencia crítica sin
grandes escrúpulos ni respetos, y no sin daño de barras.
Como artista dramático, Gil Vicente no tiene quien le aventaje
en la Europa de su tiempo. Quizá Torres Xaharro tenía más condi-
ciones técnicas, era más hombre de teatro, pero menos poeta que
él; se acerca más al tipo de la comedia moderna: sus piezas tienen
estructura más regular, pero menos alma. Gil Vicente hace pensar
y soñar: Torres Xaharro nunca. En el concepto ideal, el triunfo es
siempre de Gil Vicente: en el concepto realista, la farsa de Inés
Pereira, para no citar otras, prueba lo que hubiera podido hacer si
las condiciones de su auditorio no se hubiesen opuesto al total des-
arrollo de su arte. Las primeras comedias italianas (exceptuada la
Mandragora) , parecen pálidas copias de una forma muerta cuando
se las compara con estas obras de apariencia tosca é informe, pero
de tanta vida interior, de tanta filosofía práctica, de tan sabroso
contenido.
Poco es lo que con certeza se sabe de la vida de Gil Vicente, ex-
ceptuando lo que consta en las rúbricas de sus propias obras dra-
máticas. Todos los esfuerzos de Teófilo Braga (i) no han llegado á
convencernos de la identidad del poeta con el orífice Gil Vicente,
autor de la custodia de Belem y de otras piezas artísticas memora-
bles. Si Gil Vicente hubiese tenido tal oficio, y tal maestría, sería im-
posible que no hubiese dejado rastro de ello en alguna alusión de sus
obras dramáticas, y que hubiesen guardado profundo silencio sobre
su talento de artista todos los contemporáneos que hablan de él (2).
Xo está fuera de duda la patria de Gil Vicente: Lisboa, Barcellos
(i) En su libro Bernaldim Ribeiro e Os Bucolistas (233-265) y en otras pu-
blicaciones posteriores, especialmente en las Questdes de Lüteraiura e Arte
Poriugueza (Lisboa, 1881).
(2) Sólo un genealogista muy posterior y no muy acreditado, Cristóbal
Alao de Moraes, en un nobiliario manuscrito de 1667, dice que Gil Vicente,
el poeta, era hijo de Martín Vicente, orífice de plata en Guimaraens, pero al
hijo no le atribuye tal oficio, sino el de compositor de Autos. Otro genealo-
gista, Cabedo de Vasconcellos, dice que Gil Vicente fué maestro de retórica
del rey D. Manuel.
356 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
y Guimaraens contienden sobre ella (i). Tampoco se sabe la fecha
de su nacimiento, y sólo por conjeturas se la fija en 1469 ó 1 470;
lo cual le hace exactamente contemporáneo de Juan del Enzina (2).
Una rúbrica del Cancionero de Resende le llama Mestre Gil, y esto
indica que fué graduado en Universidad, probablemente en la facul-
tad de Leyes. Desde muy joven frecuentó el palacio, y tomó parte en
los solaces poéticos. En 1482, un Gil Vicente, que no sabemos á pun-
to fijo si es el nuestro, aparece designado ya como criado y escudero
de D. Juan II, y en 1492 escribía versos para el proceso satírico de
Vasco Abul, que puede verse en el Cancionero tantas veces citado.
Una circunstancia casual vino á revelarle su vocación dramática.
Fué en 8 de Junio de 1502, como queda dicho. Acababa de nacer
el príncipe que se llamó después D. Juan III, y para festejar á la
recién parida reina Doña María (hija de los Reyes Católicos), recitó
(1) Son enteramente de broma estos versos del Auto da Lusitania, en que
no ha faltado quien creyese leer preciosas noticias biográficas del poeta:
Gil Vicente o autor
Me fez seu embaixador,
Mas eu tenho na memoria
Que para tao alta historia
Nasceo mui baixo doutor.
Creio que he de Pederneira,
Neto de um tamborileiro;
Suarcga era parteira,
E seu pae era albardeiro...
Los que han inferido de este pasaje que Gil Vicente era hijo de una par-
tera y nieto de un tamborilero, podían haber añadido, con la misma autori-
dad, que se encontró al diablo en figura de doncella, de la cual se enamoró;
y que le llevó á una cueva donde estuvo siete años aprendiendo las artes má-
gicas: todo lo cual continúa relatando de sí propio Gil Vicente, por boca del
Licenciado que hace el prólogo del Auto.
(2) En la Floresta de Engaños, compuesta en 1536, dice el poeta que tenía
sesenta y seis años. No parece, por consiguiente, que pueda ser la misma per-
sona un Gil Vicente que ya en 1475 era moí° d£ estribeira del príncipe don
Juan, en j 482 porteiro dos Coutos do Almoxarifado de Be/a, en cuya ciudad le
hizo merced de algunos bienes D, Juan II en 1485, y finalmente, en 1491/vr-
tciro dos Contos de A/estrado de Aviz (documentos de la Torre do Tombo, pu-
blicados por Teófilo Braga), que sostiene la identidad de éste y de todos los
Gil Vicentes posibles.
capitulo xxvii 357
■en su cámara Gil Vicente el monólogo del Vaquero, del cual dice
expresamente que «fué la primera cosa que en Portugal se repre-
sentó». Asistieron el rey D. Manuel, la reina Doña Beatriz su ma-
dre, y la duquesa de Braganza su hija. El monólogo fué en castella-
no, circunstancia que no ha de atribuirse sólo al deseo de lisonjear
á la Reina hablándola en su lengua, puesto que ya sabemos que
todos los poetas portugueses de aquel tiempo eran bilingües, y Gil
Vicente lo fué con más ahinco y fortuna que ningún otro, puesto
que de las cuarenta y dos piezas que componen su repertorio, sólo
siete son puramente portuguesas: las otras treinta y cinco, castella-
nas en todo ó en parte.
Corrían ya para entonces dos ediciones, por ló menos, del Can-
cionero de Juan del Enzina (1496 y I50í)> en que están todas las
églogas de su primera manera. Gil Vicente escribió á su imitación
el monólogo del Vaquero, de cuyo estilo puede juzgarse por estos
versos:
Todo el ganado retoza,
Toda laceria se quita;
Con esta nueva bendita,
Todo el mundo se alboroza.
¡Oh que alegría tamaña!
La montaña
Y los prados florecieron,
Porque ahora se complieron
En esta misma cabana
Todas las glorias de España...
Agradó en la corte este nuevo género de entretenimiento, y la
reina vieja Doña Leonor, viuda de D. Juan II, la cual parece haber
protegido de un modo señalado á Gil Vicente, estimulándole á la
composición de muchas de sus obras dramáticas, quiso que se re-
pitiese el monólogo en los maitines de Navidad, pero como no tenía
ninguna conexión con aquella fiesta, prefirió el poeta hacer un auto
pastoril castellano. Quedó la Reina tan satisfecha, que para el día
de Reyes le encargó otro Auto de los Reyes Magos.
Estas primeras obras son puras y netas imitaciones de Juan del
Enzina, sin ningún cambio ni progreso. En vano algunos autores
portugueses, con desacordado recelo patriótico, han querido negar
358 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
hecho tan evidente. Basta leer unas y otras piezas, para comprender
que son de la misma familia. Los contemporáneos lo sabían perfec-
tamente, y García de Resende lo dijo en su Miscelánea'.
Postoque que Juan del Enzina
O pastoril comegou.
No implica esto, ni mucho menos, que en Portugal durante la
Edad Media no hubiera existido el teatro litúrgico. Existió, como
en todas partes, aunque no haya quedado ningún monumento de él.
Unas Constituciones del Obispado de Evora, bastante tardías (i534)>
pero que suponen otras más antiguas, y sobre todo costumbres ya
arraigadas y abusos que había que extirpar, prohiben que «en las
iglesias ni en los atrios de ellas se hagan juegos (Indi) ni representa-
ciones, aunque sean de la Pasión de Nuestro Señor ó de su Resurrec-
ción ó de su Nacimiento, ni de día ni de noche, sin especial licencia
del Obispo, porque de tales autos se siguen muchos inconvenientes,
y muchas veces producen escándalo en el corazón de aquellos que
no están muy firmes en nuestra santa fe católica, viendo los desór-
denes y excesos que en esto se cometen». Puede suponerse también
que habría algún género de representaciones profanas, algún juego
de escarnio. Y por otra parte, la poesía popular, tan conocida y tan
amada de Gil Vicente, presenta rudimentos dramáticos en los jue-
gos infantiles, en los bailes, y en otras diversas manifestaciones su-
yas. Finalmente, existían los grandes espectáculos palaciegos, los
Momos y Entremeses, las cabalgatas y moriscadas, danzas y panto-
minas, acompañadas de disfraces. Pero el primitivo teatro de Gil
Vicente no es nada de esto, aunque todo con el tiempo llegó á in-
corporárselo. Es un género literario, imitado de obras contempo-
ráneas, que se llamaban églogas en vez de llamarse autos, como los
llamó Gil Vicente: á esto se reduce la diferencia. En nada amengua
esto la gloria del poeta lisbonense, que no está cifrada en estos pri-
meros tanteos de su ingenio. Gil Vicente vale más, mucho más que
Juan del Enzina, y en sus últimas obras apenas conserva nada de él,
pero es'cierto que empezó imitándole en lo sagrado y en lo profano,
y que tardó mucho en abandonar esta imitación. Hasta el empleo
de la lengua castellana, que en estas primeras piezas no es la domi-
capitulo xxvii 359
nante, sino la única, debía haber abierto los ojos á los críticos más
preocupados, haciéndoles ver que era muy natural que Gil Vicente
encontrase sus modelos en la lengua que escribía, en vez de andar-
se á buscar pan de trastrigo en los misterios y moralidades francesas.
Semejante imitación en un autor portugués de principios del si-
glo xvi, cuando Francia no ejercía ya ningún género de acción lite-
raria sobre nuestra Península, es altamente inverisímil, aunque otra
cosa parezca á los portugueses de ahora, afrancesados hasta la mé-
dula. Nada hay en las piezas de la primera manera de Gil Vicente
que no se halle también en Juan del Enzina y en Lucas Fernández:
ni el empleo de los villancicos finales, ni siquiera las escenas satíri-
cas de ermitaños, que parecen tan geniales del poeta lusitano.
Donde éste comenzó á emanciparse, es en el extraño Auto de la
sibila Casandra, representado ante la dicha reina Doña Leonor, en
el monasterio de Enxobregas. «Trátase en él (dice la rúbrica) de la
»presunción de la sibila Casandra, que, como por espíritu profético
»supiese el misterio de la Encarnación, presumió que ella era la vir-
»gen de quien el Señor había de nacer, y con esta opinión nunca
»más quiso casarse.» La intervención de la Sibila en los Misterios
de Natividad era muy antigua en el teatro litúrgico, y procedía de
aquel famoso sermón atribuido á San Agustín, en que varios perso-
najes del Antiguo y Nuevo Testamento son llamados á dar testi-
monio del advenimiento del Mesías, y después de ellos, en repre-
sentación de los gentiles, Virgilio, Nabucodonosor y la Sibila. El
texto más largo es el que se pone en boca de ésta, y consiste en
veintisiete exámetros, que comprenden la descripción de las señales
del juicio final. Este trozo fué romanceado muy pronto, especial-
mente en los dialectos de la lengua de oc, y siguió cantándose en
algunas iglesias hasta días muy próximos á los nuestros. Milá y Fonta-
nals llegó á reunir bastantes versiones de él, que ilustró doctamente
en un trabajo especial (i). Es de suponer que también las hubiese
en otras lenguas y dialectos de la Península y de fuera de ella.
Tal fué, según creemos, el informe rudimento del cual Gil Viccn-
*
(i) Véase Orígenes del teatro catalán. En el tomo vi de sus Obras, pági-
nas, 294-311.
360 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
te, dando por primera vez muestra de su potencia creadora, sacó la
singular y fantástica poesía de su Auto; en que no figura una Sibila
sola, sino las cuatro de que la antigüedad tuvo noticia, y con ellas
Isaías, Moisés y Abraham, calificados de tíos de Casandra, y Salomón
como pretendiente á su mano. Nada, á primera vista, más extrava-
gante que este ensueño ó devaneo dramático, en que aparecen re-
vueltos la Mitología y la Ley Antigua, lo historial y lo alegóricOj lo
sacro y lo profano, agitándose todas las figuras en una especie de
danza fantasmagórica. Salvo el contenido teológico, que en esta pie-
za de Gil Vicente es muy exiguo, allí está, si no me engaño, el pri-
mer germen del auto simbólico, que por excelencia llamamos cal-
deroniano. Pero lo que hace más apreciable esta rara composición,
envolviéndola en un ambiente poético, es aquel género de lirismo
popular en que Gil Vicente alcanza la perfección sobre todos sus
contemporáneos, y llega á confundirse con el pueblo mismo. Así en
las coplas que canta Casandra:
Dicen que me case yo;
No quiero marido, no.
Más quiero vivir segura
Nesta sierra á mi soltura,
Que no estar en aventura
Si casaré bien ó no.
Dicen que me case yo;
No quiero marido, no...
así en la folia que bailan los tres viejos:
¡Qué sañosa está la niña!
¡Ay Dios, quién la hablaría!
En la sierra anda la niña
Su ganado á repastar;
Hermosa como las flores,
Sañosa como la mar...
y en el ingenuo canto de cuna con que los ángeles arrullan al niño Dios:
Ro, ro, ro,
Nuestro Dios y Redentor,
No lloréis, que dais dolor
A la virgen que os parió.
Ro, ro, ro...
CAPÍTULO XXVII 361
Pero la perla del auto es sin duda esta cantiga, hecha y asonada
por el mismo autor, que era, lo mismo que Enzina, poeta y músico
á la vez:
¡Muy graciosa es la doncella!
Digas tú el marinero
Que en las naves vivías,
Si la nave, ó la vela, ó la estrella
Es tan bella.
Digas tú el caballero
Que las armas vestías,
Si el caballo, ó las armas, ó la guerra
Es tan bella.
Digas tú el pastorcico
Que el ganadico guardas,
Si el ganado, ó los valles, ó la sierra
Es tan bella.
Esto se bailaba, según indica el autor, de terreiro de tres por tres,
cantándose, por despedida, como contraste, el siguiente belicoso vi-
llancico, que probablemente alude á las empresas de África:
¡A la guerra,
Caballeros esforzados;
Pues los ángeles sagrados
A socorro son en tierra,
A la guerra!
Con armas resplandecientes
Vienen del cielo volando,
Dios y hombre apellidando
En socorro de las gentes.
¡A la guerra,
Caballeros esmerados,
Pues los ángeles sagrados
A socorro son en tierra,
A la guerra!
Todo, pues, hasta la inspiración patriótica del momento, contribu-
yó á realzar el prestigio de este bellísimo auto, que por otra parte
conserva el dato tradicional de las señales del juicio relatadas por
la Sibila Erytrea; indicio manifiesto del nexo que le liga con el tea-
tro litúrgico, á* pesar de sus apariencias profanas. La versificación
362 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
es de una gracia incomparable, y todo el poema, en medio de su
caprichosa estructura, respira unción religiosa y piedad sencilla, por
lo cual nunca degenera en farsa irreverente.
No tiene particular mérito el sencillísimo Auto de la Fe, representa-
do en Almeirim delante del rey D. Manuel; pero debemos citarle, por
ser la primera composición en que Gil Vicente hizo algún empleo de
la lengua portuguesa, mezclándola con la castellana, y por terminar
cantándose á cuatro voces una ensalada que vino de Fra?icia: de don-
de muy gratuita y temerariamente han querido inferir algunos imita-
ción francesa, siendo así que no trae la letra de dicha ensalada, y con
decir que había venido de Francia, es claro que la da por ajena, y
como un accesorio en que no intervino ni como poeta, ni como músico.
Mucho más vale el Auto de los cuatro tiempos, en que ya el géne-
ro aparece enteramente secularizado, hasta con la intervención de
una divinidad mitológica. Sólo el principio y el fin de esta pieza
puede decirse que tengan conexión con la fiesta de Navidad. Lo
restante es un diálogo lírico-descriptivo, en que la lozana imagina-
ción del autor se explaya en deliciosas pinturas de la naturaleza, pi-
diendo como siempre sus alas á la poesía popular, y reanudando la
tradición del primitivo cancionero galaico:
«En la huerta nace la. rosa:
Quiérome ir allá,
Por mirar al ruiseñor
Cómo cantaba.»
Afuera, afuera, nublados,
Neblinas y ventisqueros!
Reverdecen los oteros,
Los valles, sierras y prados!
Reventado sea el frío,
Y su natío:
Salgan los nuevos vapores,
Píntese el campo de flores
Hasta que venga el estío.
«Por las riberas del río
Limones coge la virgo:
Quiérome ir allá,
Por mirar al ruiseñor
Cómo cantaba.»
CAPÍTULO XXVII 363
Suso, suso, los garzones
Anden todos repicados,
Namorados, requebrados:
Renovad los corazones!
Agora reina Cupido,
Desque vido
La nueva sangre venida:
Agora da nueva vida
Al namorado perdido.
«Limones cogía la virgo
Para dar al su amigo.
Quiérome ir allá,
Para ver al ruiseñor
Cómo cantaba.»
«Para dar al su amigo
En un sombrero de sirgo.
Quiérome ir allá,
Por mirar al ruiseñor
Cómo cantaba.»
Las abejas colmeneras
Ya me zuñen los oídos,
Paciendo por los floridos
Las flores más placenteras.
El tomillo por los montes
Huele de dos mil maneras...
¡Cuan granado viene el trigo!..
Gracias á Dios, quedaba vencida y enterrada la picara poesía del
Cancionero de Resende. Nada más gracioso y más profundamente
tradicional que el simbolismo erótico de los limones-. Nueva sangre
y nueva vida es, en efecto, la que corre á oleadas por este fragmen-
to de poesía naturalista, que recuerda los mejores días de la bucó-
lica siciliana.
Gil Vicente, cuya alma de artista era eco sonoro de todas las
vibraciones de la conciencia de su siglo, pasaba, sin esfuerzo,
de este paganismo ingenuo y desbordante, de esta embriaguez
y plenitud de la vida, á la grave inspiración religiosa, al profundo
y moral sentido de otros autos suyos, entre los cuales sobresale
364 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
el que compuso en portugués con el título de Breve Summario
da historia de Deus, y fué representado en presencia del rey
D. Juan III y de la reina D.a Catalina, en 1527: obra vigorosamen-
te concebida y compuesta, donde se desarrolla el cuadro inmenso
de los destinos del linaje humano, desde la Creación hasta la
Redención, poniéndose en escena los hechos más culminantes que
se narran en las páginas sagradas: todo ello en estilo noble y robus-
to, y en un nuevo género de versificación más solemne y apropia-
do á la materia que el que hasta entonces había empleado, pues
en vez de los metros cortos usa el verso dodecasílabo, pero no en
estancias líricas, impropias del teatro, como lo había hecho Juan
del Enzina, sino combinado con su hemistiquio, lo cual le da un
movimiento ágil y variado, y constituye en realidad un nuevo ritmo
aptum rebus agendis (1).
Trasunto de este auto de Gil Vicente, así en el plan como en los
personajes, pero muy amplificado, y no ciertamente con ventaja
poética, es la famosa Victoria Christi del bachiller aragonés Barto-
lomé Palau, que su autor calificó de allegorica representación de la
captividad espiritual en que el linaje humano estuvo por la culpa
original debajo del poder del demonio, hasta que Cristo Nuestro Re-
dentor con su muerte redimió nuestra libertad, y con su Resurrec-
ción reparó nuestra vida. Ignórase la fecha precisa de este poema,
pero no cabe duda que fué escrito después de 1539 y antes
de 15/7, año en que dejó de existir el arzobispo de Zaragoza
D. Hernando de Aragón, á quien la pieza está dedicada. Su popu-
laridad fué grandísima, y hoy mismo sigue representándose en
algunos pueblos de la montaña de Aragón y de la de Cataluña:
(:) Esta combinación se encuentra por primera vez en una de las Canti-
gas de Alfonso el Sabio, en la 79, que es, por cierto, deliciosa:
E esto facendo, a mui Gloriosa
Paregeu le en sonnos sobeio fremosa,
Con muitas meninas de maravillosa
Beldad; e porén
Quisera se Musa ir con elas logo;
Mas Santa Maria Ihe dis: Eu te rogo
Que sse mig1 ir queres, leixes ris' e iogo
Orgull' e desden.
CAPITULO XXVII 365
supervivencia que no alcanza ninguna otra obra de nuestra primi-
tiva escena.
Para mí es cosa clara que el bachiller Palau imitó á Gil Vicente;
pero no creo que ni uno ni otro conociesen los Misterios cíclicos
franceses, á pesar de la analogía que con ellos tienen sus composi-
ciones. Téngase presente que hemos perdido todo nuestro teatro
hierático de la Edad Media, salvo dos ó tres fragmentos; y es más
verisímil suponer que en ese teatro estaban iniciados ya todos los
tipos de la dramaturgia religiosa, que no recurrir á la hipótesis de
una influencia tardía é inverisímil. Lo primero es más conforme
á las leyes de la evolución literaria. No se niega con esto el influjo
de Francia, antes bien se le reconoce y afirma en su momento pro-
pio, es decir, desde el siglo xn al xiv.
Originalísimo se mostró Gil Vicente en otras alegorías satírico
morales que poco tienen que ver con el drama litúrgico, y mucho
con las agitaciones religiosas de su tiempo. Ya hemos dicho que
sus ideas eran las del grupo llamado erasmista, que, aunque coloca-
do en las fronteras de la Reforma, no las traspasó casi nunca. En
ese mismo año 1527, en el año fatídico del saco de Roma, hacía re-
presentar Gil Vicente, meses antes de aquel gran escándalo de la
cristiandad, el Auto da Feira, cuyo sentido es muy análogo al de
la formidable invectiva que, en son de vindicar al Emperador, com-
puso el Secretario Alfonso de Valdés con el título de Diálogo de
Lactancio y un arcediano. El Tiempo abre su tienda de mercader,
y convida á la feria del mundo á todos estados de gentes:
En nome daquelle que rege ñas pracas
D' Anvers e Medina as feiras que tem,
Comega-se a feira chamada das Gracas,
A' honra da Virgem parida em Belem...
A feira, á feira, igrojas, mosteiros,
Pastores das alma?, Papas adormidos;
Comprai aquí pannos, mudae os vestidos,
Buscae as camarras dos outros primeiros
Os antecessores...
O presidentes do Crucificado,
Lembrae vos da vida dos sanctos pastores
Do tempo passado.
366 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Roma viene á la feria, y el diablo exclama:
Quero-me eu concertar,
Porque lhe sei a maneira
De seu vender e comprar.
Todo el auto está salpicado de rasgos por el mismo estilo, y aun
más cáusticos é irreverentes, llegando á tocar algunos en la materia
de indulgencias y jubileos, tan debatida entonces, y que dio oca-
sionalmente el primer impulso á la Reforma:
Oh! vendei-me a paz dos ceos,
Pois tenho o poder na térra
O Roma, sempre vi lá
Que matas pecados cá
E leixas viver os teus.
E nao te corras de mi,
Mas com teu poder facundo
Assolves a todo o mundo,
E nao te lembras de ti,
Nem ves que te vas ao fundo...
E nao digas mal da feira,
Porque tu serás perdida
Se nao mudas a carreira...
Gran temeridad parece á primera vista haber puesto en auto
de Navidad tan resbaladizos conceptos teológicos; pero cesa de
todo punto el asombro, cuando se repara que tales ideas esta-
ban en la atmósfera de aquel principio de siglo, y que no se
hallan sólo en poetas y novelistas, á quienes los ensanches de la
libertad satírica pudieran hacer sospechosos de ensañamiento ó
hipérbole; pues todo lo que en Gil Vicente, en Torres Naharro,
ó en Cristóbal de Castillejo se lee, es nada en comparación de lo
que dijeron los ascéticos y moralistas del tiempo de Carlos V,
exagerando también, no me cabe duda, y generalizando con exce-
so, arrebatados de su celo por el bien de las almas y del calor
CAPÍTULO XXVII 367
declamatorio que la indignación, musa de Juvenal, comunicaba á
su estilo (i). La misma audacia y desenvoltura con que tales
cosas se escribían, ya por fines de edificación, ya por mero des-
ahogo satírico, prueban la robusta fe de aquellos varones, y el nin-
gún recelo que tenían del inminente peligro que iba á atribular á
la Cristiandad.
En cuanto á Gil Vicente, nunca su libertad de pensamiento pasó
más allá del límite que señalan los versos transcritos. No niega á la
Iglesia de Roma el poder de absolver los pecados y de conceder in-
dulgencias; pero es iracundo censor de la simonía, plaga del siglo xv
más que de otro alguno, de la cual, seis años antes, había dicho
enérgicamente otro poeta nuestro, el cartujano Juan de Padilla,
cuya pureza de doctrina para nadie puede ser sospechosa:
Que por la pecunia lo justo barata...
Haciendo terreno lo espiritual,
Y más temporales los célicos dones.
De esta emponzoñada fuente, nacía una espantosa relajación
en la disciplina y en las costumbres. Gil Vicente, á quien tam-
poco tenemos por un espíritu muy austero, y que de todas suer-
tes era enemigo nato de toda hipocresía, encontró aquí una vena
(1) Baste, por muchos, aquel terrible texto del dominico Fray Pablo de
León, en su Guia del Cielo (1553): «¡Oh, Señor Dios! ¡Cuántos beneficios hay
»hoy en la Iglesia de Dios que no tienen más perlados ó curas, sino unos
»idiotas mercenarios, que no saben leer, ni saben qué cosa es Sacramento, y
»de todos casos asuelven!... De Roma viene toda maldad, que ansí como las
«iglesias catedrales habían de ser espejo de los clérigos del obispado y tomar
»de allí exemplo de perfección, ansí Roma había de ser espejo de todo el mun-
»do, y los clérigos allá habían de ir, no por beneficios, sino por deprender
«perfección, como los de los estudios y escuelas particulares van á se per-
jfeccionar alas Universidades. Pero por nuestros pecados, en Roma es abis-
»mo destos males y otros semejantes... ¡Tales rigen la Iglesia de Dios: tales la
«mandan! Y así... está toda la Iglesia llena de ignorancia... necedad, malicia,
«luxuria y soberbia... Y así hay canónigos ó arcedianos que tienen diez ó
«veinte beneficios, y ninguno sirven. Ved qué cuenta darán estos á Dios de
>las ánimas, y de la renta tan mal llevada.»
Otras muchas cosas, no menos tremendas, dice el bueno de Fray Pablo, las
cuales pueden leerse en mi Historia de los heterodoxos españoles, 11, 28.
368 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
inagotable de chistes y de cuadros picarescos, ora nos presente
en la Farsa dos Almocreves (1526) el tipo bonachón pero gro-
tesco del capellán de un hidalgo pobre, que en servicio de su
señor desciende hasta tener cuidado de los gatos de la cocina,
é ir á hacer compras á la plaza; ora en la Romagem de Aggrava-
dos (1533) traiga á la escena á un Fray Pago, fraile cortesano,
con espada, guantes y gorra de velludo; ora pinte al clérigo de
Beira (1526), que anda de caza rezando maitines con su hijo; ora
en la Tragicomedia pastoril da Serra da Estrella (1527) haga
decir á un ermitaño epicúreo:
Eu desejo de habitar,
N' hua ermida a meu prazer,
Onde podesse folgar...
E que podesse eu dancar nella:
E que fosse n' hum deserto
D' intuido vinho e pao,
E a fonte muito perto,
E longe a contemplacüo.
Muita caga e pescarin,
Que podesse eu ter coutada
E a casa temperada:
No verao que fosse fria,
E quente na invernada. .
Las obras de Gil Vicente fueron duramente castradas por el
Santo Oficio en la segunda edición de 1585, tiempos harto diver-
sos de aquellos en que escribió el poeta; porque enmendados ó mi-
tigados muchos de los vicios y abusos, era ya materia de escándalo
lo que en otro tiempo pudo ser hasta útil. Pero basta fijarse en lo
que se suprimió, para no exagerar el alcance de las sátiras anticleri-
cales de Gil Vicente. Por ejemplo, el Auto da Mofina Mendes (1534),
en el cual, por cierto, está deliciosamente intercalada y puesta en
acción la fábula de la lechera, empieza con un sermón jocoso pre-
dicado por un fraile: mandóse quitar, por la irreverencia del título
de sermón, y en lo demás se reduce á ligeras burlas sobre las dis-
tinciones escolásticas y las citas impertinentes que hacían los pre-
dicadores; no sin alguna puntada contra las barraganías de los
clrrigos:
CAPÍTULO XXVII 369
Estes dizem junctamente
Nos livros aqui allegados:
Se filhos haver nao podes,
Cria desses engeitados (1)
Filhos de clérigos pobres...
En la comedia Rubena (1521), los protagonistas de aquella acción
nada limpia son un abad de tierra de Campos, una doncella y un
clérigo mozo; pero no se prohibió por esto, sino por contener gran
número de hechicerías y oraciones supersticiosas. Nada de cuanto
en la Nao d' amores (1527), en la Fragoa d' amor (1525), en el
Templo d' Apollo (1526) y en otras piezas se dice de frailes, cléri-
gos y ermitaños, tiene novedad ni trascendencia alguna. Las mismas
pullas ú otras más mordaces se encuentran á cada paso en Lucas
Fernández, en Torres Naharro, en Diego Sánchez de Badajoz, y en
todos los autores de nuestras primitivas comedias, farsas y églogas.
El ermitaño, sobre todo, hipócrita y embustero, había llegado á ser
un tipo cómico de los más socorridos.
Quien escribiese hoy como Gil Vicente, pasaría por un detractor
encarnizado del estado monástico; pero en su tiempo, nadie le tenía
por tal. Todo ese repertorio, en que la sátira es tan cruda y el len-
guaje tan libre y desvergonzado, sirvió de pasatiempo y regocijo,
no á un populacho tabernario, sino á una de las cortes más elegantes
y fastuosas del Renacimiento, á la corte portuguesa de D. Manuel y
de D. Juan III, espléndida y rica con los tesoros del vencido Oriente.
Los príncipes, magnates, damas y prelados que eran ornamento de
tales fiestas, reían los chistes de Gil Vicente, y no veían en ellos ca-
lumnia, ni aun malicia grave, porque desgraciadamente los origina-
les de aquellos retratos estaban á la vista de todos. No había nacido
de la caprichosa fantasía del poeta aquel fraile aseglarado y licencioso
fie la Fragoa d' amor, que hace alarde de «aborrecer la capilla, y el
»cordón, las vísperas y las completas, y el sermón y la misa, y el silen-
cio y la disciplina:
Pareze-me bem bailar
E andar n' hüa folia...
Píireze-me bem jogar,
(1) Expósitos.
1 l't. .,■'. !'. , i. 1 castellana. III. e*
370 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Pareze-me bem dizer:
— Vai chamar rainha mulher,
» Que ™e la?a de jantar.
Isto, eramá, he viver.
Tales frailes como éstos son los que tuvo que reformar el gran
Cisneros, los que en número de más de mil emigraron á Marruecos
en 1496 para vivir á sus anchas, huyendo de su reforma. Y de tales
frailes, bien podía decir Gil Vicente que convenía secularizar, por
lo menos, las dos terceras partes de ellos, y hacerlos cargar con los
arneses y pelear contra los moros de África (i).
Pero dejando aparte esta digresión, á la cual sólo me ha condu-
cido el tenaz empeño que muestran algunos críticos (2) en presen-
tar á Gil Vicente con los falsos colores de precursor d¿ la Reforma,
de eco de las doctrinas de Juan de Huss, y hasta de mártir de la li-
bertad de pensamiento, continuaremos la breve reseña que veníamos
haciendo de su curiosísimo repertorio. Abundan en él las que pudié-
ramos llamar moralidades: composiciones ya estrictamente alegóri-
cas, como el Auto da alma, ó más bien «de la hospedería del alma»
(1508); ya alternando lo alegórico con lo real, y lo más cómico con
los más devoto, como sucede en el Auto de Mofina Mendes, en que
la Prudencia, la Pobreza, la Humanidad y la Fe, departen, no
sólo con ángeles y patriarcas, sino con los rústicos Bras Carrasco
y Payo Vaz. En el Auto da Cananca, uno de los últimos que com-
(0
Somos mais frades que a térra,
Sem contó na christiandade,
Sem servirnos nunca en guerra,
E haviam mister refundidos
Ao menos tres partes delles
Em leigos, e araezes n' elles,
E assi bem apercebidos,
E entSo a Mouros com elles.
(2) Véase, entre otros, á Teófilo Braga, en su Historia do theatro portu-
gués... Vida de Gil Vicente é sua eschola, seculo XVI (Porto 1870); passim.
Nada nuevo enseña el libro del Vizconde de Ougella: Gil Vicente (Lis-
boa, 1890).
[Cons. también a Arthur Ludwig Stiefel: Zu Gi. Vicente, en el Archiv für
das Studiion der neueren Sprachen und Literaturen, cxix, págs. 192-193. (A. B.) }
CAPITULO XXVII 371
puso nuestro poeta (1534), las tres figuras de Silvestra, Hebrea y
Veredina, personifican la ley de Naturaleza, la de Escritura y la de
Gracia.
Pero la obra maestra de Gil Vicente bajo este respecto, y quizá la
más digna de consideración del primitivo teatro peninsular, es la
notabilísima trilogía de las tres Barcas, del Infierno, del Purgatorio
y de la Gloria, en portugués las dos primeras, y la tercera en cas-
tellano, representadas sucesivamente delante de los Reyes de Por-
tugal Doña María y D. Manuel, en los años 1 5 1/, 1518 y 1 5 19; la
primera en la cámara regia, la segunda en el Hospital de Todos
Santos de la ciudad de Lisboa, durante los maitines de Navidad, la
tercera en Almeirim, y sin duda como complemento de alguna fies-
ta litúrgica, de lo cual conserva indicios en las lecciones y los íes-
ponsos que en ella se intercalan.
Estas Barcas son una especie de transformación clásica de las
antiguas Danzas de la muerte, no en lo que tenían de lúgubre y ate-
rrador, sino en lo que tenían de sátira general de los vicios, esta-
dos, clases y condiciones de la Sociedad Humana. El cuadro general
era idéntico, pero el simbolismo había variado, haciéndose más ri-
sueño y enlazándose con los recuerdos artísticos de una mitología
nunca muerta del todo en el espíritu de las razas greco-latinas, y
más vivaz que nunca en los días del segundo Renacimiento. Ahu-
yentada la horrible pesadilla de la danza de espectros que había
asediado la imaginación de la Edad Media, volvía el barquero
Carón á surcar las aguas de la infernal laguna, ejerciendo como
en los diálogos del satírico de Samosata, no sólo el oficio de con-
ductor, sino el de censor agridulce de la tragicomedia humana, al
modo de Menipo el cínico y otros filósofos populares de la antigua
Grecia. Erasmo y Pontano cultivaron en latín este género, y de
ellos pasó á las lenguas vulgares, siendo el tipo más excelente entre
nosotros el Diálogo de Mercurio y Carón de Juan de Yaldés: mo-
numento clarísimo del habla castellana del tiempo del Emperador,
no sólo por el argénteo estilo, inafectada elegancia y ática pureza
de su autor, digno á veces de ser comparado con el mismo Lucia-
no, sino por la profunda observación moral y los graves docu-
mentos de sabiduría práctica que contiene, sin que se vislumbren
372 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
apenas los errores teológicos en que vino á caer aquel ilustre hijo-
de Cuenca durante el segundo período, enteramente místico, de
su vida.
Este diálogo se escribió é imprimió en 1528, y, por consi-
guiente, no pudo influir en las primitivas Barcas de Gil Vicente^
pero influyó de seguro en una refundición castellana mucho más
extensa, acabada de imprimir en Burgos, en casa de Juan de Junta,,
á 25 días del mes de Enero de 1539, con el título de: Tragico-
media alegórica d El Paraíso y d' El Infierno: Moral representa-
ción del diverso camino que hacen las ánimas partiendo de esta
presente vida, figurada por los dos navios que aquí parescen: el uno
del Cielo y el otro del Infierno, cuya subtil invención y mateiia en
el argumento de la obra se puede ver. Son interlocutores un ángel,
un diablo, un hidalgo, un logrero, un inocente llamado Juan, un
fraile, una moza llamada Floriana, un zapatero, una alcahueta,
un judío, un corregidor, un abogado, un ahorcado por ladrón, cua-
tro caballeros que murieron en la guerra contra moros, el barquero
Carón.
Hay en esta refundición mucho nuevo y bueno: la fuerza satíri-
ca es mayor, el diálogo tiene más viveza, la versificación corre más
limpia y suelta, algunos trozos no tienen precio por lo acre y pi-
cante de los donaires. «Tiene cosas de las cosquillas (hubiera dicho
Quevedo), porque hace reir con enfado y desesperación.» Pero esta
tragicomedia castellana ¿es en realidad de Gil Vicente? Yo no acabo
de persuadírmelo: la edición de Burgos, de la cual poseo copia fide-
lísima, no dice el nombre del autor. En otro manuscrito, copia sin
duda de diversa edición, que cita Aribau en sus notas á los Orígenes
de Moratín, parece que se leía la siguiente nota: «Compúsolo en
» lengua portuguesa, y luego el mesmo autor lo trasladó á la lengua
■¿castellana, aumentándolo.» Si así fué, hay que reconocer que en
esta ocasión se excedió notablemente á sí mismo como artífice de
versos castellanos. Y esto es precisamente lo que me hace descon-
fiar de que él fuese el traductor. En sus coplas castellanas, Gil Vi-
cente tiene cosas hermosísimas, pero está lleno de incorrecciones,
de versos cojos, de rimas falsas, de vocablos enteramente portugue-
ses, propios de quien nunca había estado en Castilla. Nada ó muy
capitulo xxvii 373
poco de esto hay en la tragicomedia, que es una de las piezas mejor
escritas de aquel tiempo (i).
Ticknor tiene el mérito de haber indicado por primera vez la
semejanza entre estas alegorías de Gil Vicente y una de las más an-
tiguas piezas dramáticas de Lope de Vega, el auto sacramental del
Viaje del alma, que, si hemos de atenernos á las indicaciones de El
Peregrino en su patria (novela que es en parte autobiográfica), fué
representado en una plaza de Barcelona hacia el año de 1599. Pero
aunque el historiador norteamericano afirma caprichosamente que
la idea y el orden de la fábula son casi los mismos en uno y otro
autor, lo cual dista mucho de ser verdad, no apunta más semejanzas
de detalle que la de los preparativos de viaje que el demonio, arráez
de la barca del Infierno, hace en una y otra pieza.
Teófilo Braga, que acepta y amplía la indicación de Ticknor en
su Historia do theatro portugués (2), nota con mejor acuerdo la di-
ferencia entre ambas concepciones dramáticas. Pláceme transcribir
las palabras del erudito profesor, inspiradas por la más ferviente ad-
miración al genio de Lope, á quien llama el mayor escritor dramáti-
co de los tiempos modernos:
«Lope de Vega, como ingenio profundo y creador, aprovechó-
se simplemente de la idea, dándole una forma original y más per-
fecta: las diversas ánimas de Gil Vicente fueron reducidas por él á
una sola, el Alma; y el Diablo, que en las Barcas trabaja solo, es
aquí ayudado por la Memoria, por el Apetito, por los Vicios. El es-
tribillo que cantan para darse ala vela, recuerda la forma lírica usa-
da por Gil Vicente, la decoración indica también que Lope de Vega
conoció los viejos autos portugueses. En el auto da Barca da Glo-
ria, trae Gil Vicente esta rúbrica: «os Anjos desferrem a vela em que
»estd o Crorifixo pintado». En el final del auto de Lope «descúbre-
le la nave de la Penitencia, cuyo árbol y entena eran una cruz,
»que por jarcias, desde los clavos y rótulo, tenía la esponja, la lan-
»za, la escalera y los azotes, con muchas flámulas, estandarte y ga-
(1) ¿Hay ejemplar de la Tragicomedia en la Biblioteca Real de Munich, y
ha sido reproducido por U. Cronan en el tomo 1 de su Teatro español ti*
glo AT7(Madrid, 1913; Sociedad de Bibliófilos Madrileños). (A. B,
(2) Págs. 194-198.
374 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
sllardetes bordados de cálices de oro». En el auto de Gil Vicente
aparece un Papa; en el auto de Lope va al timón el Papa que enton-
ces regía la Iglesia. En el auto portugués, Cristo resucitado es quien
viene á gobernar la barca de la Gloria. En el auto de Lope aconte-
ce lo mismo, como lo prueba la siguiente acotación: «Cristo en per-
»sona del maestro de la nave, con algunos ángeles como oficiales
»de ella.» Finalmente, la impresión general que deja el Viaje del
Alma, es que Lope conocía aquel modelo, aunque, por otra parte,,
la invención tampoco pertenezca á Gil Vicente, puesto que los sím-
bolos cristianos sacados de la nave se remontan á los primeros si-
glos de la Iglesia.»
A estas tan oportunas observaciones de Braga, sólo hay que
añadir que el tipo de la barcarola lírica llevada al teatro por Gil Vi- .
cente y Lope de Vega en los cantos intercalados en estas piezas, es
de indisputable origen galaico-portugués, encontrándose á cada
paso bellísimas muestras, en el Cancionero Vaticano:
Per ribeira do río
Vi remar o navio,
E sabor ey da ribeira!
Per ribeira do alto
Vi remar o barco;
Sabor ey da ribeira...
As troles do meu amado
Briosas vam no barco;
E vam-se as flores
D'aquel bem com meus amores.
As froles do meu amigo
Briosas vam no navio;
E vam-se as flores
D' aquel bem com meus amores...
Cotéjense estas letras con la que cantan al fin del primer auto
de Gil Vicente los cuatro fida/gos, caballeros de la Orden de Cristo >
que murieron en las parles de África:
A barca, á barca segura:
Guardar da barca perdida;
A barca, á barca da vida.
capitulo xxvn 375
A barca, á barca, mortaes;
Porém na vida perdida
Se perde á barca da vida...
ó el bello romance con que da principio el Auto da Barca do Pur-
gatorio:
Remando van remadores
Barco de grande alegría...
Así las formas líricas y tradicionales persisten por misterioso ata-
vismo en el arte de las edades cultas; y de esta manera, en el in-
menso mundo poético que llamamos teatro de Lope, se reducen á
unidad armónica todos los elementos del genio peninsular.
Los autos hasta aquí citados, con otros de menor importancia (i),
constituyen el primer libro del cuerpo de las obras de Gil Vicente,
llamado por sus editores obras de devoción, aunque algunos pasos
poco tengan de devotos. El libro segundo comprende las comedias,
y el tercero las tragicomedias: división arbitraria, puesto que nin-
guna diferencia substancial separa en Gil Vicente los dos géneros,
pudiéndose llamar indiferentemente comedias ó tragicomedias la de
Rubena y la del Viudo, la de D. Duardos y la de Amadís de Gaula.
En cambio, bajo la rúbrica de tragicomedias, se confunden con pie-
zas como las dos últimamente mencionadas, una serie de represen-
taciones alegóricas y de circunstancias, que constituyen un género
enteramente distinto. Y, por el contrario, en la sección cuarta se
agrupan, bajo el título de farsas, verdaderas comedias, aunque en
miniatura; escritas en portugués las más de ellas. Prescindiendo,
pues, de esta división tradicional, que tampoco responde al orden
cronológico, examinaremos rápidamente las principales formas que
tiene la comedia de Gil Vicente.
(i) Auto pastoril, portugués (1523). — Diálogo sobre a resurreifáo entre osju-
deus (no fija la fecha: está todo él en portugués, y es muy curioso por la pin-
tura satírica de las costumbres de los judíos). — Auto de San Martinho (en
castellano, 1504; representado ante la Reina Doña Leonor, en la iglesia de
Caldas, durante la procesión del Corpus Christi. Es, por consiguiente, el más
antiguo de los autos sacramentales conocidos hasta ahora, pero no tiene rela-
ción alguna con aquella festividad, reduciéndose á la sabida leyenda de par-
tir San Martín su capa con un pobre .
376 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Y ante todo conviene advertir que ni el teatro latino, ni el teatro
italiano del Renacimiento, influyeron en él para nada. Se le ha lla-
mado el Plauto portugués, y á la verdad, el género de sus gracias
cómicas, sobre todo en las farsas, es más plautino que terenciano,
pero lo es por semejanza de índole, no por disciplina literaria. Gil
Vicente, que era humanista, habría leído de seguro á Plauto y Te-
rencio, pero no les imita nunca. Por el desorden fantástico de las
concepciones, por el tránsito continuo de lo elevado á lo grotesco,
por lo brusco é inesperado de las alusiones y de las invectivas, y
también por la riqueza y pompa lírica, recuerda mucho más las co-
medias de Aristófanes, á quien probablemente no conocía, y cuya
influencia en el teatro moderno nunca ha sido directa. En algunas
de sus alegorías, por ejemplo, en la Exhortación á la guerra, Gil Vi-
cente es un poeta aristofánico, hasta por el sentido político y pa-
triótico de sus advertencias y profecías, que se levantan majestuosas
en medio del fuego graneado de los conjuros del hechicero y de
las bufonadas del coro de diablos.
En cuanto á los poetas cómicos italianos, Gil Vicente no da mues-
tras ni siquiera de haberlos leído. Nunca se inspira en las fábulas
dramáticas del Ariosto, ni de Bibbiena, ni de Machiavelli, y eso que
el espíritu del secretario de Florencia tenía más de un punto de afi-
nidad con el suyo; para hacer la sátira de los frailes y de los hipó-
critas, Gil Vicente no tenía que aprender nada de nadie, puesto que
nunca pudo contener esta ingénita propensión suya. Gil Vicente es
originalísimo en su teatro profano, pero creemos que también en
esta parte debe alguna, aunque pequeña, obligación á Juan del En-
zina. En la Comedia de Rubena (15-21), que están desconcertada en
su plan, tan irregular y tan llena de fárrago como la Farsa de Plá-
cida y Vitoriano, hay una escena en ecos, y otras evidentes remi-
niscencias de aquella pieza. Además, como todos los autores de su
tiempo, pudo aprender lo más profundo del arte de la comedia en La
( destina, de la cual tomó, entre otras cosas, el tipo de la alcah;.
Brígida Vaz, que tan desvergonzadamente anuncia sus baratijas en la
Barca del Infierno, pieza que (dicho sea entre paréntesis) fué repre-
sentada en la cámara regia, «para consolación de la muy católica y
»santa reina Doña María, estando enferma del mal deque falleció».
y
capitulo xxvii 377
¿Debe contarse entre los libros que estudió Gil Vicente la Propa-
líadia de Torres Naharro? Muy verisímil parece, puesto que la pri-
mera edición de este famoso libro es de 15 I", y ya antes corrían de
molde algunas de las piezas que comprende; por ejemplo, la Tinela-
ria. Además, el poeta extremeño debía de ser muy conocido en Por-
tugal por la comedia Trofea, que en 1 5 14 había escrito y hecho re-
presentar ante la Santidad de León X, loando y magnificando las
glorias de aquel reino, con motivo de la famosa embajada que llevó
Tristán de Acuña. Pero da la casualidad de que precisamente la co-
media de Gil Vicente que más se parece á otra de Torres Naharro,
la Comedia del Viudo, cuya intriga es algo semejante á la de la Co-
media Aquilana, tiene que ser anterior, puesto que lleva la fecha
de 1 5 14, al paso que la Aquilana ni siquiera figura en la primera
edición de la Propalladia. Queda, pues, la graciosa miniatura de Gil
Vicente como primer ensayo del tema romántico, luego tan repetido,
del príncipe disfrazado por amor: interesante situación que el autor
complica haciendo que el corazón de Don Rosvel fluctúe entre las
dos hijas del viudo, hasta que afortunadamente viene otro príncipe
hermano suyo á resolver el conflicto, casándose con la menor:
Estánse dos hermanas
Doliéndose de sí;
Hermosas son entrambas
Lo más que nunca vi.
¡Hufa, hufa!
A la fiesta, á la fiesta,
Que las bodas son aquí.
Namorado se había dellas
Don Rosvel Tenorí;
Nunca tan lindos amores
Yo jamás cantar oí.
¡Hufa, hufa!
A la fiesta, á la fiesta,
Que las bodas son aquí.
Todo es comedido y decoroso, todo gentil y caballeresco en esta
pieza, escrita íntegramente en castellano: hasta el fraile que viene á
consolar al viudo, es, por caso único en Gil Vicente, un buen fraile;
el contraste entre el viudo desconsolado y un compadre suyo que se
378 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
queja de la inaguantable mujer que tiene, es muy cómico y de la me-
jor ley. Todas las escenas están tocadas con una ligereza y una ele-
gancia que sorprenden en autor tan primitivo.
Nada, por el contrario, más grosero, más incongruente y peor
combinado que la comedia bilingüe de Rubetia (1521), que tiene, sin
embargo, cierta fantástica poesía, y es la más antigua comedia de
magia de nuestro teatro, ó á lo menos la primera en que intervie-
nen hadas y hechiceras. Es también la única pieza de Gil Vicente
que presenta división en escenas, las cuales, en realidad, son tres
actos pequeños, precedidos de un argumento que recita un Licen-
ciado. El uso de estos introitos explicativos, que Juan del Enzina
había renovado en Plácida y Vitoriauo, y que Torres Naharro usó
constantemente, no es exclusivo de la comedia clásica: recuérdese
el praecentor de los dramas litúrgicos, y el prólogo ó protocolo de los
misterios franceses.
En la primera de estas scenas, se presenta con la mayor brutali-
dad una situación repugnantísima: el parto de una muchacha sedu-
cida y abandonada por un clérigo. Pero Gil Vicente era tan poetar
que, en medio del bárbaro gusto de su tiempo, nunca deja de hacer
pasar por lo más abyecto y horripilante un rayo de la luz de lo
ideal. Así se lamenta en un monólogo la desventurada Rubena:
¡Oh, tristes nubes escuras,
Que tan recias camináis;
Sacadme destas tristuras,
Y llevadme á las honduras
De la mar, adonde vais!
Duélanvos mis tristes hadas,
Y llevadme apresuradas
A aquel valle de tristura,
Donde están las mal hadadas,
Donde están las sin ventura
Sepultadas...
Riquísimo es el material folk-lórico que puede sacarse de esta
comedia. Con ella, con el Auto das fados, y con muchos rasgos
sueltos de todas las obras del poeta, sería hacedero un inventario
de oraciones supersticiosas, de ensalmos y conjuros, de prácticas
capitulo xxvii 379
misteriosas y vitandas, de todas las formas y manifestaciones de lo
sobrenatural diabólico en la mitología del pueblo peninsular. Es
claro que un espíritu tan culto, tan maligno y aun escéptico como
el de Gil Vicente, no había de participar de la credulidad del vulgo,
pero se complace en las supersticiones como curioso y como artis-
ta, las recoge con pasión de coleccionador, las explota como un
elemento poético-fantástico, y parece que su poderoso instinto le
hace penetrar hasta el fondo de esas reliquias del paganismo ibéri-
co, y sentir cómo hierven confusamente en el alma popular. Nin-
gún otro poeta nuestro le ha aventajado en esta rara erudición, que
á veces traspasa las rayas del lícito conocimiento é invade las del
dilettantismo ocasionado y pecaminoso. Es tal lo concreto y preciso
de los detalles, que hace sospechar en Gil Vicente procedimientos
análogos á los que en nuestros días empleó Jorge Borrow para
hacerse dueño de la lengua de los gitanos y tan consumado en la
noticia de sus costumbres. No se llega á saber tanto sin mucha
familiaridad con el objeto conocido.
Pero otro más apacible género de poesía popular que el de las
brujas y las comadres esmalta la Rubina: así los cantares del ama
de cría, que recuerda, entre otros viejos romances, el de En París
estaba Doña Alda, y el de Vamonos dijo mi tío — á París esa ciudad;
así el coro de las mozas de labor, que alivian su trabajo con esta
cantiga en el gusto de Juan del Enzina:
«Halcón que se atreve
Con garza guerrera,
Peligros espera.»
La caza de amor
Es de altanería;
Trabajos de día,
De noche dolor:
Halcón cazador,
Con garza tan fiera,
Peligros espera...
Finalmente, notaremos la primera aparición de la figura del bobo,
llamado en Portugués «parvo».
La Rubena es comedia novelesca de pura invención, lo cual ex-
380 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
plica su tosquedad y desaliño, bien perdonables en época tan infan-
til del arte. Don Duardos y Amadís de Gaula son tragicomedias fun-
dadas en libros de caballerías, y, por tanto, ofrecen un conjunto
más regular y agradable. La ficción novelesca estaba más adelan-
tada que la teatral, y ésta tenía que dar sus primeros pasos como
con andadores, ó asida á las faldas de la primera. Así lo comprendió
Juan del Enzina, buscando en las novelas sentimentales del corte de
la Cárcel de Amor inspiración para sus últimas églogas. Gil Vicente,
cuyo sentido poético era tan superior, entendió que en los libros de
caballerías, más gustados en Portugal que en ninguna parte, había
una brava mina que explotar, y se internó por ella, abriendo este
sendero, como otros varios, al teatro español definitivo, al teatro
de Lope, y aun pudiéramos decir al de Calderón, que todavía trató
algunos temas caballerescos como brillantes libretos de ópera. Los
libros de que se valió Gil Vicente para estas dos piezas, compues-
tas totalmente en castellano, fueron el Amadís de Gaula, el primero
y más excelente de todos los de su género, el padre y dogmatiza-
dor de toda la andante caballería (libro nacido, según la opinión
más probable, en Portugal, pero que ya no se conocía allí más que
en la refundición castellana del Regidor de Medina del Campo Garci
Ordóñez de Montalvo) y el Prima-león, así comúnmente llamado,
aunque su primitivo título fuese Libro segundo de Palmerín, que
trata de los grandes fechos de Primalcón y Polendos sus fijos: y assi
mismo de los de don Duardos, principe de ynglaterra (1524), obra
de autor desconocido, pero que en el siglo xvi se atribuía, lo mismo
que el Palmer Ui. de Oliva, á una dama de Ciudad Rodrigo (la señora
Augustobriga), tradición ya consignada por Francisco Delicado en
la magnífica y correcta edición que del Primaleón publicó en Ye-
necia en 1534: «la que lo compuso era mujer, y filando al torno, se
pensaba cosas fermosas que decía á la postre».
En pocas cosas se advierte tanto el genio dramático de Gil Vi-
cente, como en no haberse perdido en la enmarañada selva de aven-
turas que contienen estos libros, ni haber caído en la tentación de
dialogar una tras otra sus escenas. Se atuvo con sobriedad á una
sola situación interesante, que en el Amadís de Gaula son los amo-
res de Oriana, y especialmente el episodio de la penitencia de Bel-
CAPITULO XXVII 38 X
tenebrós en la Peña Pobre; y, en el Don Duardos, los amores del pro-
tagonista con la infanta Flérida, hija del Emperador de Constanti-
nopla. Dramatizó, pues, algunos incidentes novelescos, pero no es-
cribió la comedia á manera de novela. De fábulas tan embrolladas
acertó á sacar un cuadro escénico, sencillo é interesante, prescin-
diendo de la desaforada máquina de gigantes, vestiglos y endriagos,
de la monótona repetición de mandobles, tajos y reveses, desafíos
y pasos de armas; insistiendo en la parte humana, y especialmente
en aquella pasión que es el alma del teatro; y dando á veces muy
viva y delicada expresión á los afectos y á las cuitas amorosas del
doncel de la mar y de Don Duardos, en pulidas y gentiles coplas de
pie quebrado; v. gr.: estas que canta el príncipe de Inglaterra, disfra-
zado de hortelano:
¡Oh palacio consagrado,
Pues que tienes en tu mano
Tal tesoro,
Debieras de ser labrado
De otro metal más ufano
Que no el oro!
Hubieron de ser rubines,
Esmeraldas muy polidas
Tus ventanas,
Pues que pueblan serafines
Tus entradas y salidas
Soberanas.
Yo adoro, diosa mía,
Más que á los dioses sagrados
La tu alteza,
Que eres dios de mi alegría,
Criador de mis cuidarlos
Y tristeza.
A ti adoro, causadora
De este vil oficio triste
Que escogí.
A ti adoro, mi señora,
Que mi ánima quisiste
Para ti.
Por los ojos piadosos
Que te vi n'este lugar,
Tan sentidos,
382 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Claríficos y lumbrosos,
Dos soles para cegar
Los nacidos;
Que alumbres mi corazón,
¡Oh Flérida, diosa mía,
De tal suerte
Que mires la devoción
Con que vengo en romería
Por la muerte!
Tú duermes, yo me desvelo,
Y también está dormida
Mi esperanza:
Yo solo, señora, velo
Sin dios, sin alma, sin vida,
Y sin mudanza.
Si el consuelo viene á mí,
Como á mortal enemigo
Le requiero:
Consuelo, vete de ahí,
No pierdas tiempo conmigo,
No te quiero.
¡Oh floresta de dolores,
Árboles dulces, floridos,
Inmortales,
Secárades vuestras flores,
Si tuviérades sentidos
Humanales!
Que partiéndose de aquí
Quien hace tan soberana
Mi tristura.
Vos, de mancilla de mí,
Estuviérades mañana
Sin verdura.
Pues acuérdesete, Amor,
Que recuerdes mi señora
Que se acuerde,
Que no duerme mi dolor,
Ni soledad sola un hora
Se me pierde.
Amor, Amor, más te pido;
Que cuando ya bien despierta
La verás,
CAPITULO XXVII 383
Que le digas al oído:
«¡Señora, la vuestra huerta!»
¡Y no más!
Porque, Amor, yo quiero ver,
Pues que Dios eres llamado
Celestial,
Si tu divinal poder
Hará subir en brocado
Este sayal;
Que para ser tú loado,
A milagros te esperamos;
Que lo igual
Ya sin ti se está acabado,
Y por lo imposible andamos,
No por ál...
Toda esta tragicomedia es un delioso idilio; pero, como si al fin
-de ella hubiese querido Gil Vicente dar una muestra de lo más ex-
quisito de su poesía lírica, hizo cantar al coro un romance incom-
parable, como no se hallará otro compuesto por trovador ó poeta
de cancionero: tan próximo está á la inspiración popular, y de tal
modo la remeda, que se confunde con ella:
En el mes era de Abril,
De Mayo antes un día,
Cuando los lirios y rosas
Muestran más su alegría,
En la noche más serena
Que el cielo hacer podía, '
Cuando la hermosa Infanta
Flérida ya se partía:
En la huerta de su padre
A los árboles decía:
— Quedaos á Dios, mis flores,
Mi gloria que ser solía;
Voyme á tierras extranjeras,
Pues ventura allá me guía.
Si mi padre me buscare,
Que grande bien me quería,
Digan que el Amor me lleva,
Que no fué la culpa mía:
Tal tema tomó conmigo,
3B4 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Que me venció su porfía:
Triste, no sé á dó vo,
Ni nadie me lo decía.
Allí hablara don Duardos:
— No lloréis, mi alegría,
Que en los reinos de Inglaterra
Más claras aguas había,
Y más hermosos jardines,
Y vuestros, señora mía.
Teméis trescientas doncellas
De alta genealogía:
De plata son los palacios
Para vuestra señoría,
De esmeraldas y jacintos,
De oro fino de Turquía,
Con letreros esmaltados
Que cuentan la vida mia,
Cuentan los vivos dolores
Que me distes aquel día
Cuando con Primaléón
Fuertemente combatía:
Señora, vos me matastes,
Que yo á él no lo temía. —
Sus lágrimas consolaba
Flérida, que aquesto oía;
Fuéronse á las galeras
Que don Duardos tenía.
Cincuenta eran por cuenta,
Todas van en compañía:
Al son de sus dulces remos
La Princesa se adormía
En brazos de don Duardos,
Que bien le pertenecía.
Sepan cuantos son nacidos
Aquesta sentencia mía:
- Que coutra muerte y amor
Nadie no tiene valía» (1).
(i) La versión portuguesa de este romance que trae Almei da-Garrett, su-
poniéndola copiada de los manuscritos del caballero Oliveira, no ha existido
nunca, como tampoco esos fantásticos manuscritos. Es el mismo romance
castellano traducido libremente, ó más bien arreglado, por Garrett,
CAPÍTULO XXVII 385
Otra vena dramática abrió Gii Vicente, que en el teatro español,
especialmente en el de Lope, había de ser caudalosísima. Su Come-
dia sobre la divisa de la Ciudad de Coimbra (1527), es el primero,
aunque rudísimo ensayo, de aquellas leyendas locales, heráldicas y
genealógicas, que de las historias de pueblos pasaron al teatro. No
es de aplaudir el absurdo embrollo que inventó Gil Vicente para
explicar los símbolos de la Princesa, del León, de la Serpiente y el
Cáliz que aquella ciudad tiene por armas, y las tradiciones de su
río, y otras antigüedades; pero ha de tenerse en cuenta lo que his-
tóricamente significa este conato de drama arqueológico, no ensa-
yado hasta entonces en ninguna parte de Europa.
Comedias novelescas son, aunque con matices varios, las que hasta
ahora llevamos citadas. Pero Gil Vicente cultivó además la comedia
de costumbres, y aun pudiéramos decir que aspiró á la comedia de
carácter. Debe advertirse, ante todo, que lo cómico se manifiesta en
su teatro de dos diversas maneras. Está como difuso por todas sus
composiciones sagradas y profanas, penetra en todas sus alegorías,
hace resonar sus cascabeles en las situaciones más solemnes, y otras
veces se insinúa con blanda ironía, mucho más eficaz que la carcajada
estrepitosa. Entran en él por partes iguales el humor satírico y lo
cómico de imaginación, elevado á veces hasta el humorismo román-
tico. Esta es quizá la forma más elevada de su original talento, la ca-
tegoría superior de su arte. Pero posee también lo cómico de obser-
vación, y le manifiesta de un modo concreto en sus farsas, escritas
comúnmente en portugués, y algunas de las cuales, bajo el aspecto
técnico, son lo mejor de sus obras. listas piezas, de breve y sencillí-
sima composición, no tenían precedente alguno (á no ser que quiera
contarse por tal la comedia francesa del Avocat Pathe/in), y no tuvie-
ron quien las superase hasta que Lope de Rueda compuso sus pasos
sabrosísimos. En ésta, como en tantas otras cosas, Gil Vicente tuvo
que ser maestro de sí mismo y sacarlo todo de su propio fondo, ó más
bien del asombroso poder que tenía para ver la realidad con ojos
libres de telarañas. Estas farsas no son propiamente comedias, sino
cuadros de costumbres dialogados: algo parecido á lo que son lot-
entremeses de Cervantes, los saínetes de I >. Ramón de la Cruz, y
otras joyas del antiguo género chico. Una sola situación cómica, uno 6
\iKNK,\i>i / 1 Ikui '.- Pettia ttuUllana. 111. a?
386 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
dos personajes grotescos, bastan para el cuadro de Gil Vicente. Sólo
en 0 Velho da Jwrta y en la Farsa de Inés Pereira hay verdadera
acción: en las restantes, el nudo es flojísimo. Pero ¡qué tesoro de len-
guaje popular! ¡qué animación picaresca! ¡cuánta espontaneidad y
cuánta fuerza de sentido común! ¡qué galería de figuras risibles!, si
bien el poeta abusa demasiadamente de los tipos, ya convencionales
y monótonos, de frailes escandalosos, de clérigos amancebados, y de
celestinas con puntas y collares de hechicería. El amaneramiento es
escollo de que rara vez se salva el poeta dramático, por lo mismo que
es en él muy fuerte la tentación de repetir lo que mejor sabe hacer y
lo que más se le ha aplaudido. Ni Moliere se libró de ello con sus mé-
dicos y sus maridos pacientes, ni Moratín con sus viejos y sus niñas.
;Qué de particular tiene que no alcanzase á evitarlo Gil Vicente,
escribiendo en época tan ruda, en que el más sencillo perfil cómico
implicaba un esfuerzo de creación tan arduo, acaso, como las inven-
ciones más complejas de los poetas de las edades cultas? Aun así
es admirable el número de tipos que esbozó, y que presentan como
en compendio la sociedad portuguesa del gran siglo, tomada por su
aspecto menos heroico. El galancete enamorado ridículo, asiduo
lector de cancioneros manuscritos, que tañe la viola á las puertas de
su dama, con acompañamiento de todos los gatos y perros de la ve-
cindad (i): la infiel esposa sobresaltada por la inesperada aparición
del marido que torna de la India, mientras ella trae al retortero á dos
galanes, uno en casa y otro en la calle (2); el labrador viejo y tenta-
do de la risa, perseguidor de las doncellas que vienen á su huerta (3);
(1) Furga de iquem tem f árelos» , representada en los Palacios de la Ribera,
•ante el rey D. Manuel (1505): uno de los criados habla en castellano.
(2) Auto da India, representado á la reina Doña Leonor (15 19): hay un
castellano que habla en su lengua.
(3) O velho da Horta (1512). No hay en castellano mis que un cantarcillo:
¿Cuál es la niña
Que coge las flores
Si no tiene amores?
Cogía la niña
La rosa florida,
El horlclanico
Prendas le pedia,
Si no tiene amorío
CAPÍTULO XXVII 387
-el judío casamentero (i); los negros (2) y las gitanas (3); el juez de
Beira, juzgador á lo Sancho Panza (4); el hinchado hidalgo de poca
renta, que mata de hambre á sus servidores, empeñándose en tener
capellán y orífice propio y gran número de pajes (5); el físico pedan-
te, maestre Enrique, precursor de los médicos de Moliere (6)... Para
encontrar caricaturas semejantes, hay que llegar hasta El Lazarillo
de Tormes, 6 más bien ni unas ni otras son caricaturas, sino tra-
suntos fidelísimos de la vida peninsular, interpretada por artistas
•de genio.
(1) Interviene en la Farfa de Inés Pereira, donde sólo el ermitaño habla
-en castellano.
(2) En la Farfa do Clérigo da Beira, representada á D. Juan III ea Almei-
rín (1 526), se remeda con gracia la jerga de los negros de Guinea traídos como
•esclavos á Portugal.
(3) Farfa das Ciganas, representada en Évora (1 52 1). Toda ella en la
jerigonza castellana que hablaban los gitanos, pero sin mezcla de calo'. Es
el primer documento de nuestra literatura que se refiere exclusivamente
á ellos.
(4) Farfa do Juiz de. Beira, representada en Almeirín (1525). Un zapatero
habla en castellano.
(5) Farfa dos Ahnocreves (de los arrieros), representada en Coimbra ( 1 526).
(6) Farfa dos Físicos. No se expresan el año ni el lugar de la representa-
ción. Es una de las piezas más libres y más francamente inmorales de Gil Vi-
cente, pero no de las menos ingeniosas. Si algo hay en su teatro que recuerde
el cinismo de la Mandragora de Maquiavelo es, sin duda, este auto. La ma-
yor parte de él está en castellano, lengua que hablan los tres principales in-
terlocutores: el clérigo enamorado, el padre confesor de ancha manga que le
absuelve, y el físico ó médico. Esta farsa, que bien merece su nombre, ter-
mina cantándose á voces una ensalada tan estrambótica como el argumento.
Todo ello parece una bufonada de Carnaval, y puede darnos idea de lo que
eran los juegos de escarnio.
Aunque calificada de comedia, tiene mucha relación con las farsas la Flores-
ta de engaños, última obra de Gil Vicente, representada en Évora en 1536,
sino que es una farsa implexa, puesto que combina dos ó tres en una, á la ver-
dad con poco arte. Es pieza bilingüe, predominando el castellano. Los chascos
<le que son víctimas un logrero y un juez prevaricador, alternan confusamen-
te con una intriga amatoria y mitológica, y con los diálogos episódicos de
un filósofo y su criado, el bobo ó parvo, que aparecen sujetos á una misma
■cadena.
Por el contrario, aunque se califican de farsas el Auto da fiama (1510) y e-1
3^s HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
El lenguaje, en la parte castellana (que aquí es la menor), adole-
ce de muchos lusitanismos, que no pueden pasar por arcaísmos, y
de verdaderas infracciones gramaticales. Pero el portugués es tal
como no ha vuelto á escribirse después ni para el teatro ni fuera de-
él: riquísimo, pintoresco, expresivo, matizado de proloquios, satura-
do de gravedad zumbona, de picante ironía, de maliciosa sencillez.
Si nuestros hermanos no han vuelto á acertar con el verdadero estilo
cómico, si en nuestro siglo, por ejemplo, no han tenido un Bretón
y se han dado á remedar pobremente los sofísticos problemas de la
alta comedia francesa, tan exótica en Lisboa como aquí, la principal
causa está en el olvido en que han dejado caer la herencia de glo-
ria que les legó Gil Vicente, el tesoro inagotable de sus castizos do-
Auto da Lusitania [1532), son realmente piezas alegóricas de circuuslandas-
La segunda termina con e<ta bella cantiga:
Vanse mis amores, madre,
Luengas tierras van morar,
Y no los puedo olvidar.
¿Quién me los hará tornar,
Quién me los hará tornar?
Yo soñara, madre, un sueño,
Que me dio n! el corazón.
Que se iban los mis amoref
A las islas de la mar,
Y no los puedo olvidar.
¿Quién me los hará tornar,
Quién me los hará tornar?
Yo soñara, madre, un sueño.
Que me dio n' el corazón,
Que se iban los mis amores
A las tierras de Aragón:
Allá se van á morar,
Y no los puedo olvidar.
¿Quién me los hará tornar,
Quién me los hará tornar:
El Auto das J'adas, que ya hemos tenido ocasión de citar, no es un cuadro
de costumbres, sino una representación cómico-fantástica.
La Romagcm de Aggravados (1533), que figura indebidamente entre las tra-
gicomedias, fué calificada pqr su autor de sátira, pero sin duda fué impresa-
<ntre las piezas de circunstancias, por haber sido escrita para festejar el naci-
miento del Infante IX Felipe.
CAPÍTULO XXVII 389
naires, del cual todavía algunas reliquias quedaron en los autos de
Antonio Prestes y Antonio Ribeiro Ciliado, en las óperas del infor-
tunado judío Antonio José da Silva, y aun en la insolente y des-
garrada prosa de los folletos políticos del P. José Agustín de
Macedo.
Hay entre las farsas de Gil Vicente una que no sin fundamento
puede reivindicar el título de comedia, ó, á lo menos, el de prover-
bio dramático. Hízola nuestro poeta como en son de desafío á los
detractores de las obras de su ingenio, á los que llegaban hasta ne-
garle la paternidad de ellas, y la hizo sobre un refrán que ellos mis-
mos le dieron; «más quiero asno que me lleve, que caballo que me
derribe-. Así nació la Farsa de Inés Pereira. representada ante don
Juan III. en el convento de Thomar, el año 1 523. Nunca mostró Gil
Vicente más habilidad técnica; nunca tocó tan finamente los caracte-
res; nunca movió con tanta gracia los títeres de su pequeño escena-
rio, como en aquel faceto enredo, cuya situación final es de la mayor
fuerza cómica, aunque más en el género de los cuentos de Boccaccio
que en el de las célebres parábolas matrimoniales de Shakespeare y
de Fletcher (Taming of tke Shreti\ Rule a wife and have a zvife),
puesto que aquí es el segundo marido el gobernado y domado, has-
ta el punto de servir como asnal cabalgadura á su mujer cuando va
en romería á ver al ermitaño.
Aunque sea cierto que Gil Vicente, en esta farsa y en alguna otra,
se acercó más que en el resto de sus poemas escénicos al tipo de
comedia que los preceptistas clásicos llamaban menandrina, no lo
es menos que guardó las más brillantes galas de su poesía para
aquel género de tragicomedias alegóricas de grande espectáculo con
que ennobleció las fiestas palaciegas de dos reinados sucesivos, ha-
ciendo oficio, no de adulador ni de truhán, sino de entusiasmado
espectador de las grandezas de su pueblo y de la magnífica expan-
sión de la vida portuguesa del Renacimiento, <-n la cual, sin em-
bargo, no dejaban de apuntar síntomas de decadencia, que él fué
de los primeros en advertir y denunciar con libre espíritu y con
aquel género de adivinación profética, que es don rara vez nega-
do á los poetas excelsos. Hasta qué punto ardía la llama patriótica
en el viril espíritu de Gil Vicente, lo muestra la Exkortac&o da
39° HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
guerra (i) donde la poesía corre como un surco de fuego, para levan-
tar el espíritu de los conquistadores de Azamor (1513). Gil Vicente
tenía en su lira todas las cuerdas del alma portuguesa; pero sobre Ios-
rasgos del gallego melancólico y soledoso, predominan en su acentua-
da fisonomía los del duro lusitano, del extremeño seco y cetrino, raza
de los Alburquerques y Pizarros, que tan fieramente estampó su hue-
lla en las pagodas indostánicas y en los templos de los hijos del Sol.
Es notable, además, la Exhortagao da guerra, por el extraño brío
y novedad de la parte fantástica. A la manera que el doctor Faus-
to evocó de entre los muertos á la bella Elena, símbolo de la her-
mosura clásica, el clérigo nigromante que Gil Vicente pone en es-
cena, con acompañamiento de dos espíritus diabólicos que tiene por
familiares, hace que se levanten, obedeciendo á sus conjuros, Aqui-
les y Polixena, Héctor y la Reina Pantasilea, y otras sombras clási-
cas, que al volver á la luz y mezclarse entre los vivos, reaparecen
bañadas en una atmósfera de paganismo romántico.
Sin llegar á este grado de fuerza poética y taumatúrgica, valen
mucho, por lo ingenioso de las alegorías y de las invenciones, la
Fragoa d'amor (1525), puesta en escena en los desposorios del Rey
D. Juan III y de la Reina Doña Catalina; el Templo de Apolo, escrito
con ocasión de la partida de la Emperatriz Doña Isabel para Castilla
(1526); la Nao d'amores, que sirvió para festejar la entrada de Doña
Catalina en Lisboa (i 527 ), y el auto de las Cortes de Júpiter, célebre
más que ningún otro por la pompa con que fué representado en las
fiestas del casamiento de la Infanta Doña Beatriz, Duquesa de Sa-
boya (1 5 19), y por la novelesca interpretación que en nuestros días
(1) Hállanse en esta pieza unos versos, no ya imitados, sino literalmente
traducidos, de Gómez Manrique, en las coplas sobre el mal gobierno de
Toledo: Cuando Roma á todas velas
Conquistava toda a térra,
Todas donas e donzellas
Davflo suas joias bellas
Pera manter os da guerra...
Es una de tantas pruebas como pueden alegarse de lo familiares que eran»
á Gil Vicente las obras de los trovadores castellanos de su tiempo ó poco an-
teriores (\ él. El Templo ¿Apollo empieza con una imitación de los Disparates-
de Juan del Enziua.
CAPITULO XXVII 3QI
le dio Almeida-Garrett, enlazándole con la leyenda de los amores de
Bernaldim Ribeiro, y edificando sobre esta base su drama Un auto
de Gil Vicente, primera obra del gusto romántico que apareció en
la escena portuguesa (1538) (i). La Fragua es una de las rarísimas
piezas en que Gil Vicente tiene imitaciones directas de algún poeta
clásico. Venus aparece buscando á su hijo el Amor, y se queja de
su pérdida en términos análogos á los del primer idilio de Mosco,
atribuido por algunos á Teócrito.
Pero ni á Teócrito, ni á Mosco, ni á ninguno de los maestros del
culto idilio alejandrino ó siciliano, ni á Virgilio su imitador, debe Gil
Vicente su propio y encantador bucolismo, que ya apunta en alguno
de los autos sagrados, y que luego más libremente se manifiesta en
la Tragicomedia pastoril da Serra da Estrella (1527) y en los dos
bellísimos Triunfos, del Invierno y del Verano. Es evidente que tam-
bién en esta parte tuvo por precursor á Juan del Enzina, pero deján-
dole á tal distancia, que apenas se advierte el remedo. La égloga en
Juan del Enzina es muy realista y algo prosaica: en Gil Vicente es
lírica, es un impetuoso ditirambo, un himno á las fuerzas vivas de
la naturaleza prolífica y serena, eterna desposada que resurge al
tibio aliento de cada primavera, vencedora de las brumas y de los
hielos del Invierno. En vano hace éste ostentación y alarde de su
poderío en valientes versos:
Sepan todos abarrisco
Que yo soy Juan de la Greña.
Estragador de la leña,
Y sembrador del pedrisco...
Ojeador de las cigüeñas,
Destierro de golondrinas,
Voz de las aguas marinas,
Agravio de viejas dueñas.
Dios de los fríos vapores
Y señor de los nublados,
(1) Interviene el viejo dramaturgo en otras obras de poetas portugueses
modernos. Julio de Castilho (hijo de Antonio Feliciano) funda en el auto.de
Exhoriagao da guerra su poesía Gil Vicente (O Ermilerio, 1876).— La represen-
tación de la Farga de Inez Pereira sirve de máquina en un poema dramático
de Teófilo Braga, Auto por desaffro?i/a (Torrentes, j86q).
392 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Peligro de les ganados,
Tormento de los pastores...
Aunque veáis mi figura
Como de salvaje bruto,
Yo cubro el aire de luto,
Y ias sierras de blancura.
Quito las sombras graci«¡sn^
Debajo de los castaños,
Y hago á los ermitaños
Encorvar como raposas.
Hago mustios los perales,
Los bosques frescos, medoños,
Hago alegres los madroños
Y llorosos los rosales.
Hago sonar las campanas
Muy lejos con mis primores,
Y callar los ruiseñores,
Y los grillos y las ranas.
Hago á buenos y á ruines
Cerrar ventanas y puertas,
Y hago llorar las huertas
La muerte de los jardines.
Las viñas hago marchitas
Y los arroyos riberas;
Hago lagunas las eras
Y cisternas las ermitas-
Afuera, afuera, calores,
Y locuras del verano,
Y traiga el viento solano
Otros misterios mayores...
Yo quiero sobre la mar
Demostrar mi poderío:
Pues la tierra gusta el trío,
Tormentas quiero ordenar.
Haré cantar las sirenas,
Y peligrar á las naves,
Y haré gritar á las aves
Y volar á las arenas...
No debía de faltar aparato de máquinas y decoraciones cuando
estas alegorías se representaban en los saraos de palacio. Gil Vicente
llega <1 poner en escena el espectáculo de !a mar en tormenta, las
capitulo xxvii 393
naos que vuelven de la India, y la fantástica aparición de las Sire-
nas (i), que cantan en castellano las glorias de la navegación por-
tuguesa:
Recuérdate, Portugal,
Cuánto Dios te tiene honrado;
Dióte las tierras del sol
Por comercio á tu mandado;
Los jardines de la tierra
Tienes bien señoreado,
Los pomares de Oriente
Te dan su fruto preciado;
Sus paraisos terrenales
Cerraste con tu candado.
Loa al que te dio la llave
De lo mejor que ha criado;
Todas las islas ignotas
A ti solo ha revelado...
Pero el Triunfo del Invierno sólo sirve para preparar el espléndido
triunfo del Verano, que pone su tálamo nupcial en la sierra de Cintra:
«Del rosal vengo, mi madre,
Veugo del rósale.»
Afuera, afuera nublados,
Neblinas y ventisqueros,
Reverdecen los oteros,
Los valles, priscos y prados:
Sea el frío reventado,
Salgan los frescos vapores,
Píntese el campo de flores,
Alégrese lo sembrado.
«A riberas de aquel vado
(i) La alegoría náutica había sido empleada ya en festejos portugueses,
no sabemos si dramáticos ó enteramente mudos, antes de Gil Vicente. Ruy
de Pina, en la Crónica de D. Juan II (bieditos da Academia Poriugueza, pá-
gina 126 de la C. de D. J. //), describe un momo que se representó ante aquel
monarca, en que figuraba «una gran flota de grandes navios, metidos en paños
«pintados de bravas y naturales ondas de mar, con grande estruendo de arti-
llería que jugaba, y trompetas y atabales y ministriles que tañían, con desv.t-
«riados gritos y alborotos de pitos de fingidos maestres, pilotos y mareante,
«vestidos de brocados y sedas, de verdaderos y ricos trajes alemanes».
394 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Viera estar rosal granado.
Vengo del rósale.»
Vuélvase la hermosura
A cada cosa en su grado;
A las ñores su blancura.
A la tierra su verdura,
Que el bravo tiempo ha robado.
¡Bendito el triunfo mío,
Que da claridad al cielo!...
«A riberas de aquel río
Viera estar rosal florido:
Vengo del rósale.»
El Dios de los amadores
Me dio su poder y llaves,
Que mande cantar las aves
Los salmos de sus amores...
«Viera estar rosal florido,
Cogí rosas con suspiro.
Vengo del rosal,
Del rosal vengo, mi madre,
Vengo del rósale.»
La Sierra de Cintra viene,
Que estaba triste del frío,
A gozar dei triunfo mío,
Que á su gracia conviene.
Es la Sierra más hermosa
Que yo siento en esta vida:
Es como dama polida,
Brava, dulce y graciosa,
Namorada, engrandescida.
Bosque de casas reales,
Marinera y pescadora,
Montera y gran cazadora,
Reina de los animales,
Muy esquiva, y alterosa,
Bausa de navegantes,
Sierra que á sus caminantes
No cansa ninguna cosa,
Refrigerio en los calores,
llr. saludades minero,
La señora á quien más quiero
Y con quien ando de amores...
capitulo xxvn 395
Así á los ojos de este gran poeta hasta la geografía se anima, y
cobran habla los montes familiares y sagrados de la tierra patria.
Con el rótulo de obras menudas, y como última sección do las
poesías de Gil Vicente, se incluyen algunas composiciones sueltas
que, en general, no pasan de medianas. Todas elias pertenecen á la
escuela del Cancionero de Resende, y están escritas en los metros
del siglo xv, sin mezcla alguna del gusto italiano. Gil Vicente per-
maneció extraño á las innovaciones de Sá de Miranda, introductor
del endecasílabo en Portugal, aunque no las combatió directamente,
como hizo Cristóbal de Castillejo con las de Boscán y Garcilaso. En-
tre las poesías portuguesas merecen la preferencia, en lo sagrado,
la paráfrasis del Salmo 50, hecha con mucha gravedad y unción; y
en lo profano y jocoso, el Pranto y el Testamento de María Parda,
vieja bebedora de Lisboa. Esta composición, que está dialogada en
parte, llegó á ser tan popular como las mejores farsas dramáticas,
con las cuales se confunde por su tono y estilo. Hay también dos
romances históricos, uno á la muerte del Rey D. Manuel, y otro á
la aclamación de D. Juan III.
De las composiciones castellanas, la más extensa es un Sermón
en octavas de arte mayor, predicado en Abrantes al Rey D. Ma-
nuel en la noche del nacimiento del Infante D. Luis, año de I $06.
No á todos pareció bien que predicase un hombre lego, por lo cual
el autor, antes de entrar en materia, anuncia que no va á meterse
en honduras teológicas; y realmente se limita á una exhortación
moral con puntas de sátira. Las trovas á Felipe Guillen merecen
recordarse por la rúbrica que las precede, y que da curiosas noti-
cias de aquel extraño personaje, boticario, arbitrista y astrólogo,
cuyo nombre suena, aunque con poca gloria, en la historia cientí-
fica del siglo xvi (i).
(ij «El año de 1519 (dice Gil Vicente) vino á esta corte de Portugal un
» Felipe Guillen, castellano, que se dice que había sido boticario en el Puer-
»to de Santa María: el cual era gran lógico y muy elocuente y de muy buena
» plática, por lo cual muchas personas sabidoras gustaban de oirle. Tenía algo
i de matemático: dijo al Rey que le quería dar el artf (de navegan «le Este
»á Oeste, que había inventado. Para demostración de este arte, hizo muchos
» instrumentos, entre ellos un astrolabio para tomar el sol á toda hora. Expli-
396 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
• Pero ya hemos dicho que el verdadero lirismo de Gil Vicente está
en sus obras dramáticas, y este es el aspecto que principalmente
hemos hecho resaltar en ellas. Entre los ingenios que en las postri-
merías de la Edad Media y en los albores del Renacimiento rejuve-
necieron la exangüe poesía cortesana con el filtro generoso de la
canción popular, Gil Vicente es, sin disputa, el mayor de todos.
Este mérito, á falta de tantos otros, bastaría para hacer glorioso é
imperecedero su nombre.
Pero su labor dramática de treinta y cuatro años significa mucho
más: es la historia entera del teatro de su país, que sin gran hipér-
bole puede decirse que nació y murió con él. Es cierto que siguie-
ron componiéndose autos portugueses y bilingües, interesantes to-
dos para la historia del lenguaje y de las costumbres: graciosos al-
gunos y dignos hoy mismo de leerse, aunque sólo sea por vía de
pasatiempo. Pero aun los mejores, los que en algo recuerdan la ma-
nera del maestro, los de Antonio Prestes, los del poeta Chiado, los
del mismo Luis de Camoens, á quien no llamaba Dios por este ca-
mino, sólo sirven para echar de menos á Gil Vicente, y para conven-
cerse de que en su línea fué único. Otros quisieron imitar la come-
dia del Renacimiento italiano, trasunto á su vez del teatro latino. Sá
de Miranda y Antonio Ferreira, egregios líricos, doctos humanistas,
fracasaron en este intento: sus comedias, rodeadas de justa venera -
có este arte en presencia de Francisco de Mello, que era el mejor rnatemá-
- tico que entonces había en el reino, y de otros muchos que para esto se jun-
• taron por mandado de Su Alteza. Todos aprobaron el arte por buena: hízole
*el Rev por esto merced de cien mil reales de pensión y el hábito y corretaje
>de la casa de la India, que valía mucho. En este tiempo mandó Su Alteza 11a-
»mar al Aígarve á un Simón Fernández, gran matemático y astrólogo: y así
» que el castellano habló con él, vio que le entendía y que convencía de false-
dad sus argumentos, por lo cual quiso huir para Castilla: descubrióse á un
«Juan Rodríguez, portugués, que se lo fué á decir a] Rey, y le mandaron
- prender en Aldea Gallega, estando ya montado en un caballo de posta.
Siendo preso, como era gran trovador, le mandó Gil Vicente estas trovas.»
Las trovas son una zumba sangrienta contra el asendereado astrónomo,
Que, sin ver astrolomía,
Kl toma el sol por el rabo
F.ncualquier hora del día...
capitulo xxvii 397
ción corno textos clásicos de la lengua portuguesa en su mejor tiem-
po, son frías y académicas: no deleitan ni interesan á nadie. Algo
mas valen, y más utilidad tienen como documentos para la historia
de aquella sociedad, las de Jorge Ferreira de Vasconcellos, que com-
binó la imitación de los italianos con la de la Celestina. La Castro
de Antonio Ferreira, el primero que dignamente emuló entre los
modernos la fuerza patética de Furípides, se levanta en el campo de
la tragedia como un mármol clásico, bello y solitario. Vino después
la tragicomedia latina de colegio, y vino la irrupción triunfante del
teatro castellano, y por dos siglos continuó desierta la escena por-:
tuguesa, ó entregada á la ínfima farsa. Sólo las carcajadas históricas
del pobre judío Antonio da Silva resonaron, aunque por un momen-
to, en medio de aquella lobreguez. Los eruditos del siglo xvín vol-
vieron á hacer comedias y tragedias según los patrones clásicos, que
ahora no venían de Italia, sino de Francia, pero el pueblo les vol-
vió la espalda, y a falta de teatro nacional siguió atenida al nuestro,
único que se oía con aplauso, y único que se leía en la plebeya for-
ma de los pliegos de cordel. Fl movimiento romántico produjo una
creación artificial, aunque de gran precio: el breve, pero exquisito
teatro, de Almeida Garrett. Un drama tan vecino á la perfección
como br. Luis de Sonsa, basta para honrar á un poeta y á una li-
teratura; pero tales prodigios no se repiten cuando falta la indis-
pensable colaboración del público en la obra del artista dramático.
Fr. Luis de Sousa quedó tan solitario como la Castro. Garrett mu-
rió sin posteridad literaria, como Gil Vicente. Lo que vino después
de aquél apenas merece citarse: es de ayer, y ya está más olvidado
que las farsas del siglo xvi.
La legítima descendencia de Gil Vicente quedó en Castilla, don-
de acaso llegó á representarse alguna de sus obras, y donde se hicie-
ron muy pronto imitaciones de ellas, como la Tragicomedia alegó-
rica del Paraíso y del Infierno y 'a \rictoria Christi. Pero continuán-
dola evolución del teatro español, y sobre todo después de alcanzada
y fijada por Lope su forma definitiva, Gil Vicente, cuya dramatur-
gia parecía ya obscura y anticuada, fué tan olvidado como todos
los demás precursores, perjudicándole además su condición de es-
critor bilingüe, errante entre dos literaturas, á ninguna de las cua-
39^ HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
les pertenece por entero. Digamos más bien que pertenece á la
grande y universal literatura hispánica, dentro de la cual son meros
accidentes las divisiones políticas y aun las diferencias dialectales.
No colocándose en este punto de vista, es imposible entender á au-
tores como Gil Vicente, cuya obra protestará eternamente contra
el separatismo de una crítica infecunda.
Hemos hablado extensamente del poeta, y poco ó nada hemos
dicho del hombre, porque en realidad apenas puede decirse nada
con certeza: tal es la penuria de datos; pero afortunadamente nos
quedan sus obras, y en ellas de seguro lo mejor de su espíritu. Su
misma condición social es un enigma. Fué músico y poeta, y á un
tiempo autor y actor en sus piezas, según resulta de unos elegantes
versos latinos de su contemporáneo Andrés Resende (i). Pero se
engañaría mucho quien le tuviese por histrión de oficio ó por un
chocarrero vulgar. Nunca representó más que en los saraos de pa-
lacio, ni hizo autos más que para los Reyes, de cuya casa era cria-
do, y cuya protección no le faltó en ningún tiempo de su vida, aun-
que es cierto que no le sacó de pobre. Por eso decía en 1523:
E um Gil... um Gil... um Gil...
Hum que n5o tem nem ceitil,
Que faz os aitos á El Rei...
Y servía para algo más que para hacer autos. Cuando en 1 531 un
violento terremoto, que se sintió en varias partes del Reino, exaltó
(l) Cunctorum hinc acta est Comoedia plausu,
Quam Lusitana Gillo audorct actor in aula,
Egerat ante, dicax atque inter vera facetus:
Gillo jocis levibus doctus prestringere mores;
Qui si non lingua componeret omnia vulgi,
Sed potius latía, non Graecia docta Menandrum
Ante suum ferret: nec tam Romana theatra,
Plautinasve sales, lepidi vel scripta Terenti,
Jactarent: tanto nam Gillo praeiret utrisque,
Quanto illi, reliquos inter, qui pulpita rore
Oblita Coryceo digito meruere faventein.
La comedia á que Resende alude, es la Tragicomedia de Lusitatiia, que fué
repetida en Bruselas, en 1532, en casa del Embajador portugués D. Pedro de
Masca renhas.
CAPITULO xxvii 399
y perturbó los ánimos hasta el punto de mirarle muchos como pro-
videncial castigo de la tolerancia que se tenía con los judíos y con
los conversos, llegando á predicarse en los pulpitos el exterminio
de aquella raza infeliz, Gil Vicente, que se hallaba en Santarem,
reunió á los frailes en el claustro de San Francisco, y les hizo una
discreta y caritativa plática, explicando por razones naturales el te-
rremoto, y exhortándoles á que se opusiesen á la desvariada opinión
del vulgo, y restableciesen la paz entre judíos y cristianos, y entre
cristianos viejos y nuevos. Sus razones fueron tan eficaces, y de tal
modo le secundaron aquellos religiosos, que á los pocos días cesó
toda ocasión de tumulto, volviendo á sus casas los cristianos nue-
vos, que andaban fugitivos y llenos de terror. Todo esto consta
en una carta de Gil Vicente al rey D. Juan III, inserta en la co-
lección de sus obras (i), y á la vez que honra el carácter del poeta,
prueba el respeto y la autoridad de que gozaba entre sus contem-
poráneos.
Sabemos el nombre de su mujer, Blanca Becerra (2), y el de dos
hijos suyos, Luis y Paula Vicente. Uno y otro cuidaron de la edi-
ción postuma de las obras de su padre, hecha en 1 562, y ellos son
los únicos cuyos nombres figuran en los preliminares del libro: Pau-
la, á cuyo favor está dado el Privilegio, y Luis, que suscribe la de-
dicatoria al rey D. Sebastián. Es muy dudosa la existencia de un
tercer hijo llamado Gil, de quien Manuel de Faria y Sousa (indiges-
to y crédulo compilador de todo género de rumores y patrañas) re -
fiere que su padre, celoso del talento poético que empezaba á mos-
trar, le envió á morir desterrado á la India. Tan odiosa anécdota,
sin más apoyo que el de Faria, puede rechazarse desde luego.
A Paula se la llama en el Privilegio de D. Sebastián «.moca da cá-
mara da milito minha amada e preziada tia%. lista tía era la Infan-
(i) Tomo ni, págs. 385 á 389 de la edición de Hamburgo.
(2) Está enterrada en el monasterio de San Francisco de Evora, con esto
epitafio que dicen ser de nuestro poeto:
Aqui jaz a mui prudente
Senhora Branca Becerra,
Mulherde Gil Vicente,
Keila tjrra.
400 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
ta Doña María, hija del rey D. Manue!, princesa cultísima que tuvo
en torno suyo una academia de mujeres sabias, entre las cuales des-
collaba nuestra toledana Luisa Sigca. De Paula Vicente (á quien en
otro documento se califica de tañedora), se dice que compuso co-
medias, y es tradición, no muy segura, que ayudaba á su padre en
la composición de sus obras, por lo cual el P. Antonio dos Reis, en
su Enthusiasmus Poeticus, la compara con Pola Argentaría, la mujer
de I.ucano, que corrigió y publicó la Farsalia de su marido:
... Paula paren tem
Oegidium sociat nunc celso in vértice montis.
Quem juvisse ferunt, sicut olim Pola maritura
Scribentem juvit Lucanum...
Ignórase cuándo murió Gil Vicente, pero no debió de ser mucho
después de I 536, puesto que de este año es su última composición
dramática. Dejó preparada la colección de sus obras, y escrita la
dedicatoria al rey D. Juan III, que le había mandado imprimirla;
pero, como queda dicho, la edición se retrasó hasta IS'^1, y fué el
infeliz D. Sebastián quien recibió las primicias de ella.
Esta primera edición es uno de los libros más raros del mundo.
La segunda, de 1587, que tampoco abunda, está mutilada por el
Santo Oficio. El texto primitivo y auténtico de Gil Vicente no ha
sido reproducido hasta nuestro siglo, gracias al patriótico celo de
dos caballeros portugueses, Barreto Feio y Gomes Monteiro, que
le imprimieron en Hamburgo, en 1 834, valiéndose del ejemplar de
la Biblioteca de la Universidad de Goettingen, que ya había servido
a Bouterweck para el primer estudio formal que se hizo soore el
poeta (l).
(1) Copilacam de todas las obras de Gil Vicente, a qual se reparte em ático li-
bros. O primeiro he de todas sitas obras de dcvacaiii . O segundo as Comedias. O
Urceiro as Tragicomedias. O quarto as Par (as. No quinto as obras mendos (Lis-
boa), na imprensa de Jo&o Alvares. 1562. Letra gótica, á excepción de los ar-
gumentos, que van impresos en letra romana. Tiene algunos grabados en ma-
dera. Fol gót. 4 hs. prls. y 262 foliadas.
— Copiiafam... Vam enmendados polo Santo Üfjkio, como se f tanda tío Catha-
¡u£ú deste Regno. Fox impresso en a muy nobre et sempre leal cidade de Lisboa,
CAPITULO XXV11 4OI
Falta una edición crítica de Gil Vicente: falta fijar su texto, in-
terpretar sus alusiones, hacer su gramática y su vocabulario, estu-
diar su métrica. Fuera del Arcipreste de Hita, con quien tantas ana-
por Andrés Lobato. Anuo de M.D.LXXXVJ. Foy visto polos Deputados da San-
ta Inquisicam...
4.0 Cada una de las cuatro partes principales del libro, tiene distinto fronr
tis grabado, y á cada una de las piezas dramáticas precede un grabadito.
— Obras de Gil Vicente, correctas e enmendadas pelo cuidado e diligencia de
I. V. Bar reto Feio e J. G. Afonteiro, Hamburgo, Langhoff, 1834, 3 1001054.".
Esta edición empieza ya á escasear, y Salva dice, no sé con qué íundamenr
to, que gran parte de ella pereció en un incendio. Todos los ejemplares que
he visto presentan, en efecto, manchas que parecen quemaduras, pero, bien
examinadas, se ve que proceden sólo de la mala calidad del papel.
Hay otra reimpresión posterior, económica y poco apreciada, que forma
■ >arte de la serie titulada Classicos Portugueses. En ella se suplió, con presen-
cia de otro ejemplar de la 1 ,a edición, una hoja que falta en el ejemplar de
Goettingen, y, por tanto, en la reproducción de Hamburgo.
Bóhl de Faber reimprimió, muy infielmente, según su costumbre, ocho de
las piezas castellanas de Gil Vicente, en su Teatro Español anterior á Lope de
Vega (1832 1.
Fuera de la primera edición y de todas las posteriores, queda un Auto, que
con razón ó sin ella se publicó á nombre de Gil Vicente en ediciones sueltas.
La que hemos visto lleva este título:
«Avto da Donzela da Torre chamado do Fidalgo Portugucz... Auto f cito por Gil
Vicente, da Torre, no qual se representa que andando hü Fidalgo perdido num de-
serlo, acfiou /if/a Donzella fechada mima torre, a qual iirou có hüa corda que to-
món á um Pastor, e despois vem hunt Caslelhano, que a tinha fechada, e foy a
poz o Fidalgo, e fícou o Caslelhano vencido. Em Lisboa, por Antonio Aluarez.
Auno 1652, 4.0, 8 hojas.
Todos los personajes hablan en castellano, menos el fidalgo, que habla en
portugués.
El mismo Antonio Alvarez reimprimió, con notables variantes y adiciones,
que todavía no han sido estudiadas, varias obras dramáticas de Gil Vicente,
tales como la Barca Primeira ó Auto de Moralidade, el Juiz da Beira (1643),
el Don Duardos 1 1647). Todas estas ediciones populares existen en la biblio-
teca que fué de D. Pascual de Gayangos. En la misma forma fué reimpreso
el Pranto de Alaria Parda, porque vio as Rúas de Lisboa com iam poneos ramos
;;as tabernas, e o vinho tam caro (1643).
Estas ediciones continuaron hasta el siglo pasado, puesto que todavía hay
una del Don Duardos, 1720. (Lisboa (accidental, na officina de Bernardo da Cos-
ta Carvalho.) Y probablemente se derivan de antiguos pliegos sueltos góti-
MKBÍBDZ2 \ PXLATO. — Portia castellana, lll. ¿t
402 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
logias de espíritu, ya que no de forma, tiene, pocos autores de nues-
tra antigua literatura son de tan difícil acceso: pocos reclaman y
merecen tanto comentario gramatical é histórico. Mientras no esté
hecho, cuantos juicios se formulen sobre este genial poeta serán tan
vagos y superficiales, como lo son, dicho sea sin ofensa de nadie,
todos los publicados hasta ahora dentro y fuera de Portugal, entre
los cuales, por supuesto, incluyo este deficientísimo ensayo mío, que
no es más que una impresión de lector aficionado y atento, pero en
quien predomina, yo lo confieso, el dilettantismo estético. ¡Ojalá
que esa edición nos la dé pronto quien puede y debe hacerla: quie-
ro decir, el hada benéfica que Alemania enyió á Oporto para ilus-
trar gloriosamente las letras peninsulares! (i).
eos, cuyo texto era diverso del que imprimieron los hijos del poeta. En el
Don Duardos hay un prólogo muy curioso, que falta en la edición de \<^>2\
«Como quiera (Excelente Príncipe, y Rey muy poderoso) que las comedias,
«farsas y moralidades que he compuesto en servicio de la Reina vuestra tía,
»,quanto en caso de amores, fueron figuras baxas en las quales no había con-
teniente rhetórica que pudiesse satisfazer al delicado espirito de Vuestra
»Alteza, conocí que me cumplía meter más velas á mi pobre fusta. Y assí, con
»deseo de ganar su contentamiento, hallé lo que en extremo deseaba, que fué
»Don Duardos y F/e'rida, que son tan altas figuras como su historia recuenta
»con tan dulce Rhetórica y escogido estilo, cuanto se puede alcanzar en la
•humana inteligencia...»
(i) Alusión á la eminente escritora D.a Carolina Michaelis de Vasconce-
los. (A. B.)
CAPITULO XXVIII
{difusión de la poesía castellana en la región de lengua catalana
de la corona de aragón (cataluña, valencia y mallorca). con-
centración del movimiento poético en valencia. poetas valencia-
nos: mosén juan tallante; el conde de oliva, don serafín de cente-
lles; el comendador escrivá; mosén crespi de valldaura; el comen-
dador don luis de castellví; don alonso de cardona," don francés
carros pardo? mosén jerónimo de artésj trillas, autor de las prime-
ras sextinas castellanas; don francisco fenolletj mosén narcís vi-
nyoles; mosén bernardo fenollar, el mejor poeta valenciano de su
tiempo; jaime gazullj otros poetas. la corte de los duques de ca-
labria-— poetas catalanes: pedro moner y su noche.— poetas ma-
llorquines. don pedro manuel de urrea; datos biográficos; su
Cancionero (logroño, 1 5 ! 3)í imitaciones que se observan en este úl-
timo; los Villancicos de urrea; la Égloga de Calisto y Melibea; otras
obras; de cómo en urrea se manifiesta y afirma por vez primera el
genio poético aragonés.]
Coincidió con la triunfante difusión de la poesía castellana en
Portugal, un movimiento análogo, aunque menos intenso, en aquella
parte de la corona de Aragón cuya lengua nativa era la catalana,
es decir, en Cataluña misma, en Valencia y en Mallorca. Pudiera
creerse á primera vista que la unión de estos reinos con el de Cas-
tilla debió de hacer más activa allí la propaganda de nuestra lengua
y literatura, puesto que tanto lo era en el reino occidental de la
Península, no sólo independiente, sino inveterado enemigo de los
castellanos y leoneses. Pero precisamente sucedió lo contrario, de-
biendo atribuirse este fenómeno á la diferencia mucho más profun-
da que media entre el habla catalana y la castellana que entre la cas-
,404 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
te! lana y la portuguesa, la cual hacía mucho más difícil el uso pro-
miscuo de ambas; y á la circunstancia de haber poseído Cataluña en
la Edad Media una literatura mucho más adulta y vanada que la de
Portugal, siendo precisamente el siglo xv el de su apogeo, a lo me-
nos en el campo de la poesía, puesto que el de la prosa más bien
corresponde al xiv, en que florecieron sus principales cronistas, Des-
clot y Muntaner, y sus grandes escritores enciclopédicos, Ramón
Lull y Eximenis. Pero á la centuria siguiente pertenecen el princi-
pal monumento de la prosa novelesca (Tirant lo Rlanch): el mayor
poeta lírico, Ausias March, superior al Petrarca en profundidad
de sentimiento, aunque no en la forma, que es muchas veces árida
y escolástica, el mayor satírico, Jaime Roig, cuyo Uibre de les
dones puede considerarse como eslabón intermedio entre el Arci-
preste de Hita y la novela picaresca; y el iniciador resuelto del'
gusto clásico, y precursor inmediato de Boscán, Mosén Ruiz de
Corella.
Claro es que una literatura tan robusta, no podía ceder de un
golpe á ninguna invasión extraña, si bien comenzaban á notarse en
ella síntomas de decadencia. El movimiento poético, que nunca fué
muy grande en la antigua Barcelona, y que siempre arrastró allí la
vida artificial de los certámenes, había cesado casi del todo á fines
del siglo xv, sin que dejasen de contribuir á ello las largas turbulen-
cias civiles del reinado de D. Juan II, y la decadencia social y mer-
cantil de la ciudad, que notaron viajeros contemporáneos, entre
ellos Alonso de Palencia. El movimiento poético se había concen-
trado en Valencia, que era la Atenas de la corona de Aragón.
Valencianos son todos los poetas dignos de mayor renombre en
esa centuria.
Pero precisamente Valencia estaba mucho más abierta que Bar-
celona á la influencia del castellano, que penetraba por las tres fron-
teras de Aragón, de Cuenca y de Murcia, invadiendo (as vegas del
Segura y del Jíícar (I). Además, antiguos lazos históricos, nunca ol-
i Ha de tenerse en cuenta, también, que, aunque en el reino de Valen-
cia predominó el elemento catalán, y por tanto la lengua, DO fueron pocos ni
<1<- pequeña consideración los lugares poblados por aragoneses, y en ellos
siempre se ha hablado el castellano: así Aspe, Elda, Monforte y Callosa de
CAPITULO XXVIII 405
viciados del todo, establecían cierto género de fraternidad entre los
castellanos y los hijos de la alegre ciudad que se gloriaba de haber
sido reconquistada por el Cid antes de serlo por D. Jaime. Los
vínculos con Cataluña no eran tan estrechos como pudiera creerse
por la comunidad de raza y de lengua, y en los últimos tiempos se
habían aflojado no poco^á causa de ser Valencia reino aparte y re-
gido por diversas instituciones. Pero más que todas estas causas, in-
fluyó una puramente fonética. El catalán sonaba en aquellas risue-
ñas playas de un modo muy diverso que en las ásperas gargantas
pirenaicas, y los labios que le modulaban podían sin grande esfuerzo
adaptarse á la emisión de los sonidos castellanos. Valencia estaba
predestinada para ser bilingüe, y lo fué muy pronto, y con mucha
gloria suya y de la patria común. No abandonó la lengua nativa,
pero cultivó amorosamente la castellana, y durante todo el siglo de
oro fué uno de los centros más activos de la literatura nacional,
compartiendo las glorias de Salamanca y de Sevilla. Sus poetas líri-
cos rivalizaron con los mejores: sus poetas dramáticos, más bien que
discípulos de Lope, fueron colaboradores en su obra, y acaso pre-
cursores suyos.
Ya á principios del siglo xvi era muy cultivada la poesía caste-
llana en Valencia. Basta abrir la primera edición del Cancionero Ge-
neral, hecha en aquella ciudad en 1 51 1, para cerciorarse de ello. El
primer ingenio cuyos versos aparecen allí, es un valenciano, Mosén
Juan Tallante, de quien hay diez y seis composiciones, todas de ín-
dole religiosa, siendo las más extensas una Obra en loor de las XX
Excellencias de Nuestra Señora, en coplas de arte mayor, muy se-
mejantes en el estilo á las del cartujano Juan de Padilla; y otra So-
bre la libertad de Nuestra Señora del pecado origina!, también en
dodecasílabos, pero combinados en un nuevo género de estancias
de doce versos, que no deja de tener amplitud y solemnidad. Pero
lo mejor de Tallante son los versos cortos, especialmente el bello y
sentido romance de la Pasión:
Segura (en la actual provincia de Alicante;, Cheste, Chive y Huñol (en la de
Valencia), Segorbe, Albocacer y Lucena (en la de Castellón). Prescindimos de
Orihuela y Villena, que aunque pertenecen hoy al reino de Valencia, geográ-
ficamente y por otras razones corresponden más bien al de Murcia.
406 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
En los más altos confines
D' aquel acerbo madero...
y esta invocación mirando á un crucifijo, la cual agrada por su mis-
ma sencillez y ausencia de arte-:
¡Inmenso Dios perdurable,
Qu' e] mundo todo criaste
Verdadero,
Y con amor entrañable
Por nosotros expiraste
En el madero!
Pues te plugo tal passión
Por nuestras culpas sofrir
; O Agnus Dei!
Llévanos do está el ladrón
Que salvaste por decir
¡Memento meil
Otros versos suyos al triunfo de la Cruz son notables porque con-
tienen la misma leyenda que sirvió de base á Calderón para su gran-
dioso drama simbólico La Sibila del Oriente. La lengua en Mosén
Tallante no es enteramente pura; pero más bien que catalanismos ó
valencianismos (aunque hay algunos, como vincle, cangre) lo que se
nota en él son latinismos y neologismos pedantescos, y aun á veces
bastante impropiedad y torpeza de expresión.
El Conde de Oliva, Mecenas del colector Hernando del Castillo,
sigue las huellas de Mosén Tallante, en unas coplas de arte mayor
sobre el Ecce homo, dispuestas también en estancias de á diez ver-
sos, pero con la novedad de ser pareados los finales: disposición que
encontramos también en un Loor de San Llojy, compuesto por Ni-
colás Núñez, el continuador de la Cárcel de Amor, que, si no era
valenciano, por lo menos residía en Valencia (i). Hay también del
Conde tres canciones amorosas, una ficción alegórica en forma de
diálogo con un ermitaño, dos respuestas á otras tantas preguntas de
los trovadores Quirós y Mosén Crespí de Valldaura, y otros jugue-
tes de poca monta. Llamóse este personaje D. Seraphin de Cente-
(i) Véase lo que hemos dicho de él en este tomo. *
* El original: «en el tomo anterior. (A. B.)
CAPITULO XXVIII 407
lies (j* 1536), y aunque hubo otros poetas en su familia, parece, por
el tiempo en que floreció, que á éste ha de referirse el elogio de Gil
Polo en el Canto del Turia:
Paréceme que veo un excelente
Conde, que el claro nombre de su oliva
Hará que entre la extraña y patria gente,
Mientras que mundo habrá, florezca y viva:
Su hermoso verso irá resplandeciente
Con la perfecta lumbre, que deriva
Del encendido ardor de sus Centellas,
Que en luz competirán con las estrellas.
Entre sus contemporáneos tuvo mucho crédito, así de armas como
de letras. Según refiere Juan Bautista Agnesio (i), se le llamaba en-
tre los magnates de su tiempo «el conde letrado» (comes litteratus)<.
Militó en la guerra del Rosellón y en la resistencia contra los tumul-
tos de la Germanía; y á sus campañas alude Nicolás de Espinosa,
continuador del Orlando (canto 5.0).
Su brazo contra Salses diamantinos
Con gran valor y fuerzas señalaba.
Fué generoso protector de los ingenios de su tiempo, si bien no
se mostró muy espléndido con el cordobés Luis de Narváez, que
en desagravio escribió su libro de las valencianas lamentaciones. En
cambio, el excelente versificador latino D. Jaime Juan Falcó, le de-
dicó un bello epitafio (2).
( 1 ) En su Apología in defensionem virorum Ulustriiim cquestrium: bonorumque
civiitm Valentinorum in civilem Valeniini populi seditionem, quam vulgo *germa-
niam* olim appellarunt. (Valencia, 1543, fol. 18.) Estas y otras noticias de D. Se-
rafín constan en las notas de Cerda y Rico al Canto del Turia de Gil Polo.
(2) Es el ep. 37 del libro I de sus obras:
Hunc tumulum quicumquc vidct, vestigia sistat,
Inclinctque suum terque quaterque caput.
Purpureas posthec violas et lilia fundat,
Spargat odoríferas et super ossa rosas.
Sciliccl hac parva tegitur Serapkinus in urna,
Quae quamvis auro sardonicisque caret,
Non foret aethereis pretiosior urna sub astris,
Si tegeret mores marmor, ut ossa tegit.
408 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Mejor poeta que Tallante y Oliva fué el comendador Escrivá, de
quien en este tomo (i) dimos larga noticia. Omitió su nombre
Gil Polo en el Canto del Ttiria, acaso por considerarle catalán; pero
se acordó con mucho encarecimiento de Mosén Crespí de Valldau-
ra, otro de los ingenios del Cancionero, diciendo de él con la hipér-
bole propia de tales panegíricos poéticos:
Que el verso subirá á la excelsa cima,
Y ha de. igualar al amador de Laura.
No justifican tales predicciones los insignificantes versos suyos
que nos conservó Castillo, y son en general preguntas y glosas. Sólo
merece citarse, porque realmente es muy linda, esta esparsa, «con-
fortando una dama, que estaba muy triste, porque un galán que
»la servía se era casado»:
Las aguas terribles y nieblas escuras
Muy presto se vuelven en muy claros días;
Las guerras crueles é malas venturas
Por tiempos se mudan en paz y alegría:
El ave que mata la garza en el cielo,
A su seno vemos muy mansa volver:
Pues, dama discreta, vivid sin recelo;
Que presto veréis tornar el placer.
Aunque escribiendo casi siempre en castellano, conocía y aprecia-
ba Mosén Crespí á los poetas de su lengua nativa, como lo prueba el
hecho de haber glosado una canción de Mosén Jordi de Sent Jordi (2).
Descendía este D. Luis de la nobilísima familia de su apellido, á
quien pertenecía el señorío de Sumacárcer y Alcudia en la ribera
del Júcar. En 1 502 era catedrático de Cánones en la Universidad de
Valencia, y fué electo rector en 1506.
(i) El original: «en el tomo anterior*. (A B.)
(2) Imitó también poesías castellanas de su tiempo, como el precioso vi-
llancico de Juan del Enzina, ^Montesina era la garza*. La trova de Crespí de
Valldaura, que es muy inferior, comienza así:
Tan subida va la garza
Y tan alta en desamar,
¡Quién la pudiesse olvidar!
CAPITULO XXVIII 409
Figuran también como poetas castellanos el comendador D. Luis
de Castellví, D. Francisco Castellví, D. Francisco Fenollete, Don
Francés Carroz, Mosén Jerónimo Artes, Mosén Cabanillas, y un Don
Alonso de Cardona, de cuya ilustre prosapia catalana no puede du-
darse. Algunos de estos trovadores manejan con bastante soltura la
castiza forma del romance, y aun D. Alonso de Cardona se atrevió
3 acabar á su manera, esto es, en el gusto cortesano y sentimental,
uno que califica de viejo:
Triste estaba el caballero,
Triste está sin alegría...
En el mismo género tiene otro, enteramente de su composición,
más afectuoso y menos alambicado de lo que suelen ser estos ro-
mances alegórico-amatorios, que tan en boga estuvieron en tiempo-de
ios Reyes Católicos:
Con mucha desesperanza,
Que es mi cierta compañía,
Iba por un valle escuro
Donde nunca amanescía...
Del comendador Castellví tenemos otro muy semejante:
Caminando sin placer
Un día, casi nublado,
El pesar iba conmigo
Que me tiene acompañado...
Por los campos de Tristura
Hacia el monte del Cuidado;
Que allá tengo mi morada
Y allá vivo aposentado.
Nada más difícil que caracterizar á estos poetas, tanto por el pe-
queño número de muestras que de cada uno poseemos, como por lo
amanerado y monótono de la escuela á que todos ellos pertenecen.
D. Alonso de Cardona (i) maneja con soltura el discreteo galante,
por ejemplo:
Vi j De otro Cardona (D.Juan) hay unas coplas en loor de doña Isabel, doña
Brianda y doña Ana Mazas ínúm. 027 del Cancionero).
4-TO HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Mi alma dé mi está ausente,
Mis nuevas no las sé yo,
Que después que me dexó,
Allá está con vos presente;
Vos veres lo que ella siente.
Lo mejor que tiene en este género, es una glosa á cierta canción
que hizo Jerónimo Vich en loor de la Condesa de Concentaina. A
veces extrema la hipérbole amorosa, comparando, por ejemplo, el
desconsuelo en que le dejó la partida de su dama:
Con aquel propio dolor
Que tienen los condenados
En no ver su Hacedor.
Aunque calificados por Amador de los Ríos de aragoneses Don
Francés Carros Pardo y Mosén Jerónimo de Artes, no encuentro sus
nombres en la Biblioteca de Latassa, y todos los indicios me mue-
ven á tenerlos por valencianos.
La principal composición de D. Francés es una visión del género
dantesco, que puede titularse Consuelo de Amor, en la cual «finge
»que, paseándose por descansar de sus trabajos, halió gran número
»de personas de estado, en los gestos de las quales conosció altera-
ación grande que denotaba en las entrañas ser cruelmente heridos;
»y deseoso de saber lo que no sabía, comenzóles de hablar en esta
amanera, y ellos le respondieron de la forma que aquí parescerá»,
y de la cual hago gracia al lector, que estará tan empalagado como
yo de semejantes visiones, que sólo el incansable Amador era capaz
de compendiar y exponer en su atildado estilo.
Glosó D. Francés una canción de Juan Rodríguez del Padrón, y
escribió lindos versos á una dama con el motivo que en esta rúbri-
ca se expresa: «Estando en una sala delante de una señora, arrima-
ndo á un paño de ras, mirándole la señora, y conosciendo en su
» rostro que debiera estar apasionado, le dixo: «¿Soys vos la pintura
»del paño, ó soys vos el que yo veo?» El, con una sonrisa, disimu-
ló la respuesta; entonces ella, sabiendo que había servido á una
»muy hermosa dama, le dixo: «Decidme, ¿puédese bien amar más
j>del primer amor?» A la cual respondió que no, si ella era la pri-
CAPITULO XXVIII 411
»mera, y porque ella mostró enojarse de la respuesta, él haze esta
sobras (núm. 910 del Cancionero). Una sola composición tiene en
octavas de arte mayor, por cierto bien construidas:
El túrbido cielo de nubes gravoso,
Se haze muy claro, sereno, estrellado;
Son hechas las iras de mortal desgrado,
Segura amistad y paz con reposo:
El árbol sin hojas rloresce hermoso,
Los campos desiertos las gentes poblaron,
Las cosas caídas en alto se alzaron.
Mis cuitas por siempre me tienen quexoso.
En el mismo metro, pero con la nueva combinación de estancias
de diez versos (que pudiéramos llamar valenciana, puesto que no la
he visto usada antes de estos poetas), está compuesto otro poema
alegórico dantesco de Jerónimo de Artes, intitulado Gracia Dei. Per-
dido el poeta por obscuro valle, se encuentra con siete bestias fero-
císimas, que eran los siete pecados capitales, de cuyas embestidas
le libra un mancebo en hábito blanco. Lo que hay de trivial en este
artificio, está compensado en parte con el mérito del estilo y de la
versificación, que son vigorosos y entonados.
Un cierto Trillas, de quien nada más que el nombre sabemos, se
asoció á Mosén Crespi de Valldaura, para llorar con poco numen la
muerte de la Reina Católica en unas enfadosas sextinas, las prime-
ras castellanas que he visto en esta ingrata combinación que de los
provenzales pasó al Petrarca. Los seis finales se repiten en cada es-
trofa, pero los versos no son de once, sino de doce sílabas, como
todos los metros largos del Cancionero de 1 5 1 1 .
De D. Francisco Fenollete ó Fenollet (seguramente deudo del
traductor catalán de Quinto Curcio) y del jurado de Valencia Mo-
sén Narcís Vinyoles, más conocido por su traducción de la célebre
compilación historial de Fray Felipe de Bérgamo, Snpplemcntum
Chronicorum (i 5 10), hay algunas glosas, canciones y preguntas. Mo-
sén Vinyoles hizo también versos italianos (i), y como trovador en
(1) De las tres poesías suyas que hay en el famoso certamen de Les obra
e/robes, les quals tracten de lahors de la Sacratissima Verge María (1474), pri-
mer libro impreso en Valencia y en España, una de ellas está en toscano.
412 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
su nativa lengua intervino en el famoso Procés de les Olives, dejan-
do también poesías de más grave y honesto argumento, como las
Cobles en laor de la gloriosa sánela Catalina de Sena, publicadas con
la vida de la Santa que escribió Miguel Peres (1494). Mereció de
Gil Polo esta mención en el Canto del Tnria:
Y al gran Narcís Vínoles, que pregona
Su gran valor con levantada rima,
Texed de verde lauro una corona... (1^
Mejor la hubiera merecido Mosén Bernardo Fenollar, á quien el
mismo Gil Polo compara nada menos que con Virgilio, y de quien
sin disputa puede afirmarse que fué el mejor poeta valenciano de
su tiempo,
eclesiastich
molt graciós y molt fantastich
y molt sabut,
y entre la gent molt conegut
per excellent,
de molt gentil enteniment
y singular,
Mossen Bernart de Fenollar...
como escribió de él su amigo Gazull. Nada importan sus versos cas-
tellanos (que se reducen á una canción y á dos preguntas), pero no
es indiferente saber que los hizo. Su verdadera gloria consiste en
(1) Glosó Narciso Vínoles una canción que en todo el siglo xvi tuvo mu-
cha fama, y que todavía alcanzó la honra de ser imitada por Baltasar del Al-
cázar:
No soy mío, ¿cuyo só?
Tuyo soy , señora, tuyo,
Y si no tuyo, di cuyo,
Señora, puedo ser yo;
¿Tu merced á quien me dio?
(Núni. 20S <ic¡ Canción ■ ■
Las redondillas del donoso poeta sevillano, comienzan así:
Esclavo soy, pero cuyo
Eso no lo diré yo;
Que cuyo soy me mandó
Que no diga que soy suyo.
CAPITULO XXVIII 413
los que escribió en su dialecto natal, ya de materia piadosa, como
el diálogo sobre la pasión que compuso con Pedro Martínez (i),
poema casi dramático, y que tiene algunos pasajes de gran fuerza
patética, dignos de ser comparados con los mejores del auto caste-
llano de Lucas Fernández sobre el mismo argumento; ya de profa-
nos y aun picarescos asuntos, como el ya citado pleito ó procés de
les olives, cuyo tema es si son más á propósito para el matrimonio
los jóvenes ó los viejos. Uno de los que terciaron en esta contienda.
fué el ingeniosísimo Jaime Gazull, a quien debamos Lo Somplli de
Joan 'Joan, que es lo más agudo y chistoso del libro, y la Brama
deis llauradors del Orta de Valencia contra Mosén Fenollar, por-
que les reprendía algunos vocablos como impropios ó menos pu-
ros (2). Gracias á estos amenos poetas, cuyo donaire se perdió las
más veces en cosas fútiles, persistió durante todo el siglo xvi la tra-
dición de la festiva musa de Jaime Roig, siendo quizá Gaspar Gue-
rau de Montmajor el último de sus imitadores, cada vez más caste-
llanizados.
Es de notar que tanto Fenollar como Gazull y otros poetas bi-
lingües, jamás hacen uso del verso de once sílabas en sus composi-
ciones castellanas, aunque estuviesen tan habituados á emplearle en
su propia lengua; y esto no sólo en la poesía elevada, donde era casi
exclusivo, sino hasta en la familiar y festiva, puesto que vemos, por
ejemplo, que en Lo Sompní de Joan Joan se interpolan con las coplas
de pie quebrado estancias de diez endecasílabos con el obligado
acento y pausa en cuarta sílaba, conforme al uso de la métrica cata-
lana. Cualquiera de estos poetas hubiera podido dar el paso que dio
(1) Historie de la Passió de nos ¿re Senyor Deu Jesuchrisi, ab algunes al tres
piadoses contemplacions, segons lo Evangeliste Sant Joan (Valencia, por Jaime
<le Vila, 1493). Al fin va otro poemita piadoso, intitulado Contemplada d Jesús
Crudficai, Jeta per Mossen Joan Escrivá. meslre racional, é per Mossen Fe-
nollar.
(2) Reunió estas tres obrillas Onofre Almudcvar en un tomito publicado
en 1561. La primera edición del Procés es de 1497. Tuvo varias imitaciones,
tales como el Procés de viudes y doncelles. La sátira de Gaspar Guerau contra
los catedráticos de la Universidad de Valencia, en el metro de Roig, impro-
piamente llamado codolada, es de 1586. Este poeta llevó la admiración por mi
modelo, hasta el punto de traducir en verso latino el Llibre de les dones.
414 HISTORIA DE LA. POESÍA CASTELLANA
Boscán, y, sin embargo, ninguno de ellos lo intentó; yes que, cuando
escribían en castellano, procedían como imitadores tímidos, procu-
rando no desviarse en nada de la pauta de sus modelos. Así Gazull
glosa una copla amatoria de Jorge Manrique:
No sé por qué rae fatigo,
Pues con razón me vencí,
No siendo nadie conmigo
Y vos y yo contra mí...
Y sigue el pésimo ejemplo de Garci-Sánchez de Badajoz, aplican-
do el Salmo De profanáis á sus pasiones de amor.
En un poemita del bachiller Ximénez (que, si no era valenciano,
no debía de vivir muy lejos de Valencia), titulado Purgatorio de
amor (núm. 964 del Cancionero), se enumeran, entre los leales ama-
dores, algunos de los poetas citados hasta aquí, y otros nobles se-
ñores de aquel reino, que probablemente lo fueron también, aun-
que no hemos visto coplas suyas: tales son: el Conde de Concentay-
na, el de Albaida, D. Rodrigo de Borja, D. Rodrigo Corella, D. Mi-
guel de Vilanova, D. Juan y D. Pedro Buyl, D. Luis de Calatayud,
D. Ramón Carroz. Todos estos apellidos, que son de los más ilus-
tres de Valencia, prueban el carácter esencialmente aristocrático
que tuvo allí, como en Portugal, la imitación de los trovadores cas-
tellanos.
Foco y centro de esta rezagada escuela trovadoresca, que con-
servó sus prácticas hasta muy entrado y aun mediado el siglo xvi,
fué la corte de los Duques de Calabria, retratada tan al vivo en B(
Cortesano de Luis Milán, que, como poeta y como músico, fué uno
de los principales ornamentos de ella, juntamente con su émulo
Juan Fernández de Heredia. Éste figura ya en el Cancionero del 5 1 1;
pero sus obras más importantes y la colección de todas ellas perte-
necen á tiempos muy posteriores, para los cuales reservamos el aná-
lisis de este curioso grupo artístico y social.
Hemos dicho que en Barcelona fué menos activa que en Valen-
cia la propaganda de la poesía castellana. Sin embargo, ya en el
Cancionero de Stiiñiga, cuyo contenido pertenece casi por completo
al reinado de Alfonso V, hay versos castellanos de trovadores cata-
capitulo xxvin 415
lañes, como Mosén Juan Ribelles, y el famoso detractor de las mu-
jeres Pedro Torrellas (i). No son de poeta catalán, como creyó su
editor, sino aragonés, las notables estancias de arte mayor (2) con
(1) Véase el tomo 11, pág. 268 y siguientes. *
(2) Este poema, de 225 versos, fué publicado y doctamente ilustrado por
A. Morel-Fatio en la Romanía, Abril de 1S88, con el título de Souhaits de bien
venue addresse's a Ferdinand le Catholique par un poete barce/onais, en 1473.
Rectificó la fecha y ocasión del poema, y también la patria del autor, S. Sam-
pere y Miquel, en la Revista de Ciencias históricas de Barcelona (iv, 188 y si-
guientes).
Ya Morel-Fatio, en el delicado análisis lingüístico que hizo de la pieza,
había notado que la mayor parte de los catalanismos que contiene pueden ser
también formas del castellano dialectal de Aragón. Sería inverisímil, además,
que un escritor barcelonés, y más en aquella hora en que predicaba la con-
cordia, hubiese prorrumpido contra su ciudad natal en una serie de invecti-
vas, que recuerdan las más vehementes de Ezequiel y otros profetas de la
Ley Antigua:
¿Pues qué diré yo de ti, Barcelona,
Ciudat más perdida de cuantas lo son?
Sino que trocaste tu noble corona
Por otra muy negra de gran confusión;
Cruel, deshonesta, que por tus maldades
Kiciste peccado de gran adulterio,
Seguiendo pasiones de tus voluntades,
Buscando franquezas de más libertades,
Tú mesma ganaste mayor cautiverio.
La dueña casada, muy rica, potente,
Donosa, graciosa, de mucho valer,
Que ser namorada de alguno consiente,
La llaman la sucia, la mala mujer;
Dexando su casa, después de salida,
La ponen de dentro del sucio bordel,
Do muchos rufianes, gastando su vida,
La facen con pena vivir dolorida
Y darle dineros en son del broquer.
Mas no le provecha, que mil bufetadas
V palos y coces le dan por los ojos,
También otras veces asaz sofrenadas,
Azotes y colpes con otros enojos.
Sus incomparables, terribles dolores,
El original: «Véase el prólogo del tomo v de esta Antología (págs. 2853288).» (A. B.)
416 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
que en 1 472 el cronista del príncipe D. Fernando exhortaba á la ren-
dición á la ciudad de Barcelona, después de la sangrienta y porfiada
guerra civil de los diez años, formulando en noble estilo una espe-
cie de programa de política monárquica:
Con armas en guerra, en paz con las leyes
Se quieren los reynos, Señor, conservar;
Mas ¡guay de la tierra do todos son reyes,
Do todos presumen regir e mandar!
Un Dios en el cielo, un Rey en la tierra
Se debe por todas las gentes temer.
Quien esto no teme, comete gran yerra;
Por cuanto do tanta malicia se encierra,
No pueden lo~ reynos, Señor, florescer.
Pero al tiempo de los Reyes Católicos pertenece un poeta indis-
putablemente catalán, y por añadidura catalán del Rosellón, que
escribió en nuestra lengua la mayor parte de su Cancionero, y es el
más digno de ser citado antes de Boscán. Llamóse Pedro Moner: su
libro es de los mas raros de la poesía española. Las noticias biográ-
ficas del autor constan en una carta, á modo de dedicatoria, escrita
por Miguel Berenguer de Baturell, primo hermano del autor ya di-
funto en 1529, á D. Hernando Folch, duque de Cardona:
«Las obras de Moner, primo hermano que fué mío, como yo me-
jor las he podido haber á mis manos, he acordado, muy ilustre
Señor, de poner por orden y enmendallas y hacer que se imprimie-
sen. Hame movido á esto la obligación de deudo que con él tuve.
De quienquiera hubiera lástima que se perdieran, cuanto más de un
pariente tan cercano, que la honra de un ingenio que en la vida tanto
floreció no era razón que en la muerte donde había de crecer se
perdiese... Él en todas sus cosas vivió ganando honra, y así es razón
que agora después de muerto no se la quitemos siendo tan suya...
Su runcha fortuna, su poca ganancia,
Le causan que busque diez mil amadores.
Y andar la modorra, buscando señores
De Portogaleses, Castilla, do Francia...
Hállase tan desaforada composición en el manuscrito 305 del fondo español
de la Biblioteca Nacional de París.
CAPITULO XXVIII 4I7
^Nacido en tiempo que enemigos tenían cercado el castillo de
Perpiñán, y su padre dentro y todos los suyos sufriendo los tra-
bajos y peligros del cerco por servicio del Rey don Johan de
Aragón, padre del Rey Católico, de edad de diez años le reci-
bió el Rey por paje, al cual no sirvió más de seis años, porque
el Rey se murió; fuese luego después desto á Francia, y sirvió
allí dos años á un gran señor de aquel Reino, adonde aprendió
la lengua francesa, y vuelto, anduvo en las galeras del Conde de
Prades cerca de año y medio para probar su fortuna, porque
había perdido su patria y sus bienes por servicio de su Rey: suce-
dió después la guerra de Granada, y fuese allá, porque vio cuan
buena obra era servir en tal necesidad á Dios y á su príncipe.
Después, recebida alguna merced del Rey Católico, vino á Bar-
celona y asentó con el Duque de Cardona, padre de Vuestra Seño-
ría. En este tiempo amó una señora de su tierra con tanta verdad,
que basta para descargo de las liviandades que suelen traer los
amores. Después de haber andado en esto mucho tiempo, proba-
da su persona así en hechos de esfuerzo como en otras obras de
virtud y de honra, y en fin, menospreciando el mundo, de edad de
veintiocho años se metió fraile en la religión de San Francisco en
el Monasterio de Jesús en Lérida, á donde con mucha constancia y
alegría hizo penitencia. Murió en esta casa de Barcelona de la misma
Orden, á do vino por serle más natural, y parece que no sin miste-
rio, porque murió al cabo del año ó poco más el día mismo que le
hicieron profeso, en tiempo que el hervor de su devoción se mostra-
ba en mayor grado y le tenía más ocupado su juicio... De hombre
que así vivió y murió no me ha parecido que su fama se callase, y
así, como arriba dije, he querido publicar sus obras y agora ende-
rezallas á Vuestra Señoría... Sus obras, aunque en algunas cosas
traten materias livianas, son tratadas con tan gentil ingenio, con tan
próspera invención, con tan graves sentencias, con tan derecho jui-
cio, y en fin, con tan buen estilo, que la liviandad cesa y todas
estas cosas quedan: cuanto más que no ha sido poca dificultad lo livia-
no tratallo gravemente sin pesadumbre. Dígolo de lo que menos él
ha escrito: que de lo más que él compuso, y quizá todo, si bien se
considerase, podráse muy bien ver que al cabo se reduce en cosas
Mi-.KKNDiz v Pki.ATO — Poesía casttllutia. III. 27
418 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
graves, y de donde se puede sacar mucho provecho, si en manos del
que lo leyere no se pierde» (i).
Empieza este volumen con una visión ó fantasía moral en prosa:
Obra intitulada «.La noche de Moner», más propiamente llamada
Vida Humana] la cual el autor dedicó á la Duquesa de Nájera Doña
juana de Cardona. En este castillo alegórico, que sigue la traza y
pauta de las composiciones de su género, aparecen personificados
el odio, el deseo, la pasión, el deleite, la tristeza, la esperanza, la
desesperación, el temor, el descuido, la ira, la mentira, la pobreza,
y todo género de vicios y virtudes.
Las poesías castellanas, que son en bastante número, pertenecen
todas á la escuela de fines del siglo xv, entre cuyos autores el pre-
dilecto de Moner parece haber sido Juan del Enzina, á quien mani-
fiestamente imita, sobre todo en los versos cortos, que son en uno
y otro poeta mejores que los largos. Ni la versificación ni la lengua
de Moner son intachables, y con frecuencia se conoce que no había
vivido en Castilla, por lo cual claudica á veces en el legítimo acento
no menos que en la propiedad de las palabras, pero tenía oído mu-
sical, y remeda con bastante soltura la manera de las canciones y
los villancicos de Enzina. Citaré dos ejemplos, uno profano y otro
sagrado. Sea el primero parte de un diálogo bastante fácil y gracio-
so entre un cazador y una águila, símbolo de la egregia señora á
quien el poeta amaba y servía con poca fortuna:
(i) Obras ?iueuamele imprimidas assi en prosa como en metro de Moner, las
más deltas en lengua castellana y algunas en su lengua natural catalana, compues-
tas en diversos tiempos y por diversos y nobles molinos: las guales son más para
conoscer y aborrescer el mundo q.para seguir sus lisonjas y engaños.
(Colofón:) Aquí acaba las obras q. se han podido hallar de Moner en prosa y
en metro... emedadas có harto trabajo por ser en los traslados q. se ha halladc
deltas corruptas y muy mal escritas. Imprimidas en la insigne ciutat de Barcelóa
por Caries A?noros a gastos de quien hoy más ama y deue al auctor deltas. Laño
de la nativitai de nuestro Redemptor. M.D.XX Viij.
Fol. Letra gót. 52 hs. Con un grabado en madera alusivo á La Noche de Moner.
No he visto más que dos ejemplares de este rarísimo libro: uno que perte-
neció á la Biblioteca de Salva, y otro que poseía D. Manuel de Bofarull. To-
rres Amat (Diccio?iario de escritores catala?ies) cita otros dos: uno de la Bi-
blioteca del Cabildo de Toledo, y otro de la Episcopal de Barcelona.
CAPITULO XXVIII 419
(Donde irás á posar,
Aguililla caudal?
Polla zahareña,
¿Quién detrás te corre?
Deja la cigüeña
Del nido en la torre;
Mas por (1) tu volar
Que las nubes pasa,
Mi vista es escasa,
No puedo alcanzar
Dónde irás posar.
Las alas al cielo,
No temes pihuelas:
Es gran desconsuelo
Que siempre más vuelas.
Por ver dónde tiras
Yo me fago mal,
Tú muy bien lo miras,
Aguililla caudal.
¿Qué gloria sería
Poderte cebar,
Dotide irás posar?...
Reina de las aves
En todas maneras,
Mis pasos son graves,
Tus alas ligeras...
Aguililla ajena,
Que en las nubes luces,
No hay carne tan buena
Que no la rehuses;
No espere ninguno
Que quieras bajar,
Pues si vas de ayuno,
¿Quién puede acertar
Dónde irás posar?
Entre las hermosas
Tú sola hermosa,
Si en cumbre te pones,
(i) Incorrección catalana: por en vez de para.
42& HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
No sea fragosa:
Pósate donde era
El verde pradal,
Si fuere ribera,
No sea arena],
Aguililla caudal.
Aguililla esquiva,
Pósate en poblado.
Mientras- que yo viva,
Terne este cuidado;
No espero que vea
Cuál querrás tomar,
Mas cualquier que sea.
Bendito el lugar
Donde irás posar.
Contesta el ave:
De'fame volar,
Cazador de mal,
En balde te quejas
Por cosas que sueñas,
Ni es mucho si dejas
Por mí las cigüeñas;
Mas de mi vida
No cures pensar,
Que llevo por guía
Mi vista sin par,
Déjame volar.
Encubre rodeos
De tantos amaños,
Que vuestros deseos
Son todos engaños;
Soy suelta aguililla,
No me he de trabar,
Ni tengo mancilla,
Pues vas á engañar:
Déjame volar.
Cetrero dudoso,
Que mal fantaseas,
Tú estás peligroso
Si más me deseas.
Según vas á tranco
CAPITULO XXVIII 421
Y á más más andar,
El llano es barranco,
Podrás tropezar:
Déjame volar.
El cuitado amador responde:
No puedo olvidarte
Después que te vi;
Caer por mirarte
Es bien para mí;
Si estás enojada
De mi porfiar,
No pierdes tú nada,
Déjame mirar
Dónde irás posar.
ELLA
Si tú ves tan poco
Y yo voy tan alta,
Dirán que eres loco,
Que miras en falta;
En tal cetrería
No hay buena señal:
Deja la porfía,
Que es negro caudal,
Cazador de mal.
KL
Aguililla ufana,
Cuant más alta vas,
Me pone más gana
De irte detrás:
Qu' en sola fianza
D' en ti contemplar,
Mayor bien se alcanza
Que de otra gozar:
^ Dónde irás volar?
Paréceme que el trovador rosellonés se acordaba de aquel lindo
-villancico de Juan del Enzina:
Montesina era la garza
V de muy alto volar,
¡Quién la pudiera alcauzar!
422 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
La imitación del poeta salmantino es todavía más visible en estas-
Coplas á Nuestra Señora:
Tú ?ne guía, reina mía,
Tú me euia.
Tarde me vuelvo, señora,
Pero más vale algún hora
Que jamás;
Porque eres dulce é muy pía,
Todavía,
Til me guia, reina mía,
Tú me guía.
Tú no eres desconocida
A ninguno,
Ni es cualquiera que te pida
Importuno:
Quien te sirve, no desvía
De alegría;
Tú me guia, reina mía,
Tú me guia.
Tú nunca juzgas con ira
Las personas;
A aquel que por tí sospira
Gualardonas;
Tú no sigues fantasía
Ni porfía;
Tú me guia, reina mía,
Tú ?ne guia.
Sin zelos son tus amores
Escogidos;
Por ser tus altos valores
Infinidos;
Cuantos siguen esta vía
Van de día;
Tú me guia, reina mía,
Tú me guía.
Entre Dios y mí te pone,
Reina pura,
Haz que tu hijo perdone
Mi locura,
CAPÍTULO XXVIII 423
Porque si más la seguía,
Hundirme hia;
Tú me guia, reina mia,
Tú me guía.
Sácame, Virgen, d' aquí
D' esta selva,
Haz que el que murió por mí
Que me absuelva,
Destruye la idolatría
Que tenía;
Tú me guia, reina mia,
Tú me guia.
Hoy comienzo, te sirviendo,
Libro nuevo,
En tus manos encomiendo
Lo que llevo;
Mi alma que se perdía
Tú la guía,
Tú me guia, reina mia,
Tú me "uia.
Basta con los trozos transcritos, para estimar que Aloner, aunque
bastante incorrecto (en lo cual tiene disculpa), no es un poeta in-
digno de memoria, siquiera por haber sido el primer catalán que
hizo versos castellanos tolerables.
Entre las pocas obras que compuso en su lengua nativa, merece
especial atención L' anima de Otiver, que es una imitación del fa-
moso Sompni de Berna t Metge. Supone el autor que se le aparece
el alma de un caballero amigo suyo ya difunto, y que disputa con
él copiosamente sobre el libre albedrío.
En Mallorca, cuyo aislamiento geográfico hacía más lentas las
evoluciones literarias que en Cataluña y Valencia, no hubo poe-
tas castellanos hasta muy mediado el siglo xvi, y después del
triunfo definitivo del endecasílabo y de la escuela italiana, siendo
Jaime de < )leza el primero digno de mención, como á su tiempo
veremos.
La influencia de la poesía castellana en las regiones orientales de
la Península á fines de la centuria décimaquinta, se manifiesta no
sólo por la existencia de poetas bilingües, sino por la introducción
424. HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
y el empleo cada vez más frecuente del verso castellano de arte
mayor, que Mosén Ruiz de Corella usó por lo menos una vez:
Ma gran caritat, amor é larguesa...
y que sirvió á Fenoller y á Escrivá para su famoso diálogo sobre la
Pasión, compuesto todo en estrofas como ésta:
Qui, Deu, vos contemple ¡ de la creu en l'arbre
Penjat entre ladres, | per nostra salut,
Tanchats te los ulls | e lo cor de marbre
Ab ingratitut,
Si tostemps no plore | d'amor gran ven^ut,
Pensant quina mort | volgués humil pendre
Per sois a nosaltreá | la vida donar,
Ab cap inclinat | los brassos estendre
Mostrant-nos amar;
Perque-us desijam | en creu abrassar.
Hasta en Mallorca había penetrado el verso de doce sílabas, como
lo prueba el Menyspreu del mon de Francisco Oleza:
* Ab manto de plors | el cel se cobría
Y tota la térra | mostrava gran dol...
contestado en el mismo metro por Benito Espanyol.
Había una razón más para que la poesía castellana fuera infiltrán-
dose rápidamente en la cultura del Levante de la Península. La Coro -
na de Aragón era una monarquía federativa, que comprendía cuatro
estados autónomos: tres de ellos de lengua catalana (el condado de
Barcelona, el reino de Valencia, y el do Mallorca), y otro de lengua
castellana, hablada con variantes de dialecto, que era el reino de
Aragón propiamente dicho, destinado por su posición intermedia .1
servir de lazo entre ambas lenguas y literaturas. Este dialecto, que
suele calificarse como de transición (aunque en rigor filológico sea
muy dudoso que tal género de dialectos existan), tuvo en la Edad
Media uso no solamente jurídico y diplomático, sino literario, como
lo acreditan las numerosas traducciones y compilaciones historiales
mandadas hacer por el famoso Maestre de San Juan, Fernández de
Heredia. Pero parece que este cultivo se limitó á la prosa, puesto
que los poetas aragoneses, ya bastante numerosos en el Cancionero
de Stúñiga, en el llamado de Herberay, y en otros de la segunda
CAPITULO XXVIII 425
mitad del siglo xv, si bien atentamente examinados pueden ofrecer
algún provincialismo, en general se sujetan á la norma de los tro-
vadores castellanos y escriben en la lengua común y corriente, es
decir, en la insípida lengua de los cancioneros, que debía de ser muy
fácil de manejar cuando con tanta presteza se la asimilaba todo el
mundo ( i i. Hemos dado á conocer, en capítulos * anteriores, á al-
gunos de estos ingenios, tales como Pedro de Santafé, Mosén Hugo
de Urríes, D. Juan Sessé, Pedro de Moncayo. Pero bien puede de-
cirse que antes de la aparición del notabilísimo Cancionero de don
Pedro Manuel de Lrrea (1513), aunque hubiese versificadores en
Aragón, no hubo propiamente poesía. La de Urrea lo es algunas
veces, y con una sinceridad de sentimiento á que no nos tienen muy
acostumbrados los líricos de la Edad Media.
Era este poeta hijo segundo del Conde de Aranda, D. Lope (pri-
mero de este título), y su nacimiento puede fijarse aproximadamen-
te en 1468, puesto que él mismo dice que contrajo matrimonio álos
diez y nueve años de edad, y la fecha de las capitulaciones es
(i) Esta misma facilidad existía respecto de la lengua trovadoresca catala-
na, no menos monótona y convencional que la nuestra. Por eso vemos figurar,
entre sus poetas del siglo xv, algún que otro aragonés, como el escudero Martín
García, Mosén Rodrigo Díaz (amigo de Ausias March), Mosén Navarro y pocos
más, notándose en ellos que tienen predilección por losgéneros musicales como
la dansa y el lay. (Véase la Resenya deis antichs poetas caíalans de Milá y Fonta-
nals, en el tomo 3.0 de sus Obras completas). En la poesía á modo de centón d<-
Francesch Ferrer. titulada Conort, se encuentran algunos versos castellanos
muy estropeados de poetas aragoneses. Pero es singular que, á pesar de haber
vivido en unión pacífica y gloriosa Aragón y Cataluña durante toda la edad
heroica de su historia, jamás los dos pueblos se identificaron, ni siquiera se asi-
milaron f\ uno al otro, continuando cada cual su desarrollo propio, y toman-
do muy poco de casa del vecino. La verdadera afinidad de los aragoneses era
con los navarros de la Ribera, y con los castellanos, especialmente de la Rioja.
Dióse también el caso rarísimo de uno ó dos trovadores navarros (proba-
blemente del séquito del Príncipe de Viana), que usaron el catalán como len-
gua poética: un Valtierra y un Francisco de Amescua. Creemos que este he-
cho puramente accidental nada tiene que ver con el uso mucho más antiguo
del provenzal en el Burgo de Pamplona, de que el poema de Aneliers (si-
glo xni) da testimonio.
* El original: «Prólogos». (A. B.)
426 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
de 1505. Era muy niño cuando murió su padre, circunstancia á que
alude en una notable composición que citaremos después, en la cual
finge que en sueños se le aparece su sombra:
Díxome: «;No me conoces,
D. Pedro Manuel de Urrea?
A quien gran bien te desea,
Óyele y no te alboroces.
Soy aquel que te engendró,
Que mi sangre en ti se encierra
Según vi;
Soy aquel que se partió;
Cuando veniste á la tierra
Me parti. »
Oyendo yo estos antojos,
Con esfuerzo no liviano,
Llegué y bésele la mano
Con lágrimas en los ojos...
Viendo lo que hubo hablado,
De rodillas á él llegué
Y las manos le besé
Con el corazón quebrado;
Díxele: «Señor, señor,
En mi desdicha partiste
Tú dichoso:
Fuiste á ver al Salvador;
Yo, triste, quedé en lo triste
Sin reposo.
Un dolor me veo tener:
Entrando tú en blancos paños,
Por 710 pasar de cuatro años
No te puedo conocer...
Mas cuando sin ti me vi
Que tan triste yo quedé,
;Por qué yo no te alcancé
O tú no alcanzaste á mí?
Que en quitar lo que baldona,
Excusado es ya que ande
Mí porfía;
Que en perder yo tu persona,
¡Oh qué pérdida tan grande
Fué la mía!...
CAPÍTULO XXVIII 427
Al tiempo de tu subida
Comenzaba yo á subir:
Comenzaba mi vivir
Cuando se acabó tu vida. ..3
Su padre no le había dejado más señorío que el de Trasmoz, por
lo cual su fortuna nunca fué muy holgada, contristando además su
generoso ánimo, cuando llegó á la edad de la razón, las disidencias
de su familia, y sobre todo el largo y empeñado pleito que su her-
mano mayor sostuvo contra su madre Doña Catalina de Urrea,
pleito escandaloso que fué para nuestro poeta una pesadilla, como
lo declara á cada momento en sus versos, y hasta en la dedicatoria
que de ellos hizo á la misma señora, á quien profesaba filial ternu-
ra: «Siendo el señor Conde tan cuerdo y sabio caballero como en
> nuestro linaje lo haya habido, enajenarse de sí en tal manera, mu-
» cho se debe hombre de maravillar. Tal madre Vuestra Señoría nos
»ha sido, que erraríamos nosotros en ser desobedientes, por haber
»sido madre con Dios, y por ser tal para con el mundo. Los bienes
¿que Vuestra Señoría nos ha procurado, aunque la memoria de mí
»no los quita, no debría decirlos, porque se tiene por yerro y por
x> propias alabanzas las de los padres y madres. Después que Vues-
» tra Señoría ha levantado nuestro linaje de Urrea, ;de quién otri
> nos ha venido consejo para los negocios y fuerza para las obras?
¿Quién otri nos ha dado la honra, hermana del alma?... Estos eno-
josos negocios de Vuestra Señoría, por haber sido por pleyto, se
í conoce claramente ser más procurados por puntos de letrados,
»que por voluntad de las partes, porque ellos no pueden perder y
«olvidan la ganancia de los otros.»
Xada menos que una larga composición en coplas de pie que-
brado, imitando el estilo y la filosofía de Jorge Manrique, escribió
sobre este pleito, desahogando en el pecho de su tío, D. Luis de
Hijar, ( 'onde de Belchite, el desconsuelo que aquella guerra domés-
tica le causaba, y rogándole que interviniera como medianero y
reparador en aquel litigio. Con esta ocasión discurre largamente,
mostrando más seso y madurez de lo que de sus verdes años podía
esperarse, sobre la vanidad de los bienes de este mundo y sobre lo
incierto y variable de la fortuna, con aquel mismo género de estoi-
428 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
cismo senequista que hemos reconocido en el diálogo de Bías con-
tra Fortuna del Marqués de Santularia, y en otros poemas análo-
gos, con los cuales, este de Urrea, á pesar de ser obra de princi-
piante, puede ser sin gran desventaja comparado, á lo menos en
algunos lugares y sentencias, expresados con mucho brío:
El que conocer desea
El varón que vive fuerte,
Mírelo
Cuando le viere en pelea,
Porque vea si su suerte
Teme, ó no.
¿Quién será flaco varón,
Si la fortuna le dexa
Sosegar?
Mas el recio corazón
Huelga que fortuna texa
Su telar.
Los corazones mayores
Nunca suelen desmayar
Viendo la muerte;
Que los buenos luchadores
Siempre huelgan de luchar
Con lo más fuerte.
Estas cosas van en rueda;
Dan, pues no están en un ser,
De bien en males:
La rueda nunca está queda,
Siempre la vemos mover
En los mortales.
Cuándo abaxo, cuándo arriba,
Siempre va dando sus vueltas,
Muy redondas;
Uno sube, otro derriba,
Sus cosas van desenvueltas,
Van en ondas...
No sabemos á punto fijo cuáles fueron los estudios de Urrea, pero
no hay duda que su educación fué más caballeresca que literaria.
Tuvo algunos principios de la lengua latina, pero nunca llegó á
dominarla, según él mismo confiesa con la simpática ingenuidad de
CAPITULO XXVIII 429
que no se aparta nunca. Sus obras maniñestan que le eran familia-
res los poetas italianos, especialmente el Petrarca, cuyos Triunfos
imita y aun traduce en su poema de las Fiestas de amor. Su voca-
ción poética y musical fué nativa, y aun puede decirse que heredita-
ria. Su padre había sido trovador, y su hermano lo era también, pero
como solían serlo los grandes señores de entonces, es decir, como
meros aficionados, y en composiciones breves y efímeras. Nuestro
D. Pedro, por oculta é irresistible inclinación de su estrella, tributó
á las musas culto mucho más formal y asiduo; y eso que tenía que
luchar, de una parte, con su grandísima y no afectada modestia, y de
otra con cierto género de altivez aristocrática, que le hacía considerar
como de menos valer el ejercicio de hacer coplas, aterrándose sobre
todo ante la idea de que llegaran á andar en manos de la plebe y á
ser pasto de las venenosas lenguas de los maldicientes. Todo esto
se halla expresado con el más delicioso candor en sus prólogos:
«Yo siempre, de muy pequeño, he sido muy codicioso de la len-
»gua latina, y aunque carezca della, que no haya alcanzado tanto
scomo quisiera y para esto me fuera necesario, con lo poco que
» della he oído, la doblada afición ha consentido una poca obra al
» mucho deseo: no que sea cosa merecedora de alabanza. Y cier-
»to, señora, hoy va tan abaldonado el dezir, y más en metro, que
» ninguna cosa s'estima, considerando se halla en poder de hombres
»soezes. Yo debría callar, lo uno por mi dezir no ser bien dicho,
»lo otro porque el Conde mi señor, que santa gloria possea, ha di-
»cho tan bien, que ha dexado tanta memoria de sí por aquello para
» entre trovadores, como por lo otro para entre caballeros. Pues si
s>digo del señor Conde mi hermano, no menos dezir se puede. Lo
s> que yo hasta aquí he hecho, no ha sido otra cosa sino una espe-
ranza de ser algo... ¿Cómo pensaré yo que mi trabajo está bien em-
tpleado, viendo que por la emprenta ande yo en bodegones y cozinas,
~¡>y en poder de rapaces, que me juzguen maldicientes., y que cuantos
»lo quisieren saber lo sepan y que venga yo á ser vendido?»
No es difícil adivinar cuál seríala principal materia de sus versos
juveniles. Fueron de amor casi todos, y como el poeta contrajo
matrimonio en edad temprana, y parece haber sido apasionadísimo
galán de su legítima mujer Doña María de Sessé, debemos pensar
43° HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
piadosamente que son anteriores otros devaneos suyos, de que su
Cancionero nos' da testimonio. Urrea es un poeta tan absolutamente
sincero, tan incapaz de fingir lo que no siente, que erraría mucho
el que creyese que son mero tributo pagado á la moda literaria los
versos que dedica á sus amigas. Pero si tales versos hubiesen sido
escritos después de su casamiento, nunca un hombre de tanta rec-
titud moral se hubiese atrevido á incluirlos en un Cancionero que
formó principalmente para obsequiar á su madre. La soltura de las
costumbres de aquel siglo toleraba muchas cosas, pero no tanto.
Que no eran del todo platónicas estas pasiones, ni quiméricos los
objetos de ellas, lo prueban los singularísimos versos que Urrea
compuso á una gentil mora que se llamada la Moragas. En un villan-
cico exclama:
Mahoma, cuéntame nuevas
De la mora tan nombrada.
— Juro á Alá qu'es desposada.
Desposaron la una aljoma
Con un morillo extranjero;
Llámase también Mahoma,
Tan manso como cordero.
Bayló con mi compañero
Con una saya pintada,
Dichosa más que entallada.
Cuando murió la linda mora, el poeta se afligió mucho, no sólo
por el amor que la tenía, sino por el desconsuelo de que se hubiese
ido al otro mundo sin bautizar. Entonces compuso estas coplas,
donde expresa con ingenuidad una pasión muy verdadera:
¡Oh que mal tan fatigoso
Para mí,
Que tu cuerpo tan gracioso
Esté en lugar tan dañoso
Para tí!
No se alegrarán jamás
Ya mis días,
Cuando pienso que do estás
Ya levar no me podrás
Como podías.
CAPITULO XXVIII 431
No holgabas con mis canciones
De tormento,
Ni agora mis oraciones
No quitarán tus prisiones
Que yo siento.
¡Qué tan triste y cuan en calma
Fué tu ida!
Mis ojos limpia mi palma,
Que lo que siente tu alma
Siente mi vida.
Mi amor no pudo crecer,
Mas creció
Cuando no te pudo ver;
Mi mal con tu fenescer
Se dobló.
El mismo poder llevaste
Que tuviste;
En vida me cativaste,
Y con muerte me dexaste
Muy más triste;
Y aunque el daño que he tenido
Tú consientes,
El fuego que te ha venido
Sentiré, siento, he sentido
Lo que sientes.
¡Oh! ¡Si yo fuera Orfeo,
Cómo entrara
Con este fuerte deseo
A sacarte do te veo
Cuerpo y cara!
Y las furias infernales
Pararía;
Si entrase yo con mis males,
Entre todos los mortales
Te vería.
Queda tan atribulada
Mi persona,
Como tu triste morada;
Viéndote tan desdichada,
Se baldona
Mi vida, con el pensar
Donde moni-.
432 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Con tu gracia singular
¡Ay! do te veo estar,
Me enamoras.
Mas yo de tu desventura
Me fatigo:
¡Ver que dio poder natura
En tu gracia y hermosura
Al enemigo!
Y luego prorrumpe en invectivas contra el falso renegado Maho-
meto, que se llevó tal mujer á las llamas donde arden sus secuaces.
No era la primera vez que un trovador español se confesaba ena-
morado de una mora. Antes que Urrea lo habían sido, entre otros,
el Arcipreste de Hita, Alfonso Alvarez de Villasandino y el estra-
falario Garci Ferrandes de Jerena; pero lo que en ellos fué pasajero
capricho (y en el último cálculo interesado, aunque le salió fallido),
parece haber sido muy otra cosa en el infantil corazón del hijo de
la Condesa de Aranda.
Con la inconstancia, sin embargo, propia de tal edad y de tales
amores, se declara prendado de otras varias bellezas, ya populares,
ya cortesanas, y canta en donosos villancicos, de tono muy realista,
.1 las zagalas de Trasmoz y de Illueca y á las gallardas bailadoras de
Zaragoza:
Con gran placer y alegría
Tu grande gracia retoza,
Pues en toda Zaragoza
No hay tu par en lozanía.
Eres linda en demasía;
Ninguna zaragozana
No puede ser más lozana.
Con tu saya la amarilla
Y tus chapines pintados,
A todos das mil cuidados,
De nadi tienes mancilla;
La sortija y la manilla
Te hacen ir muy lozana,
Hermosa zaragozana.
Vas, estirada la zanca,
Con largo y justo calzado,
Y tu bailar mesurado
CAPITULO XX VIII 433
Gran sobra de tierra atranca.
Tan colorada y tan blanca
Como una linda manzana,
Hermosa zaragozana.
Sales tan chapa dorada
Cuando sales los domingos,
Haziendo dos mil respingos,
Que turbas la garzonada.
Hazes tú con tu bailada
La sonada más galana.
Hermosa zaragozana.
La gente que se percata
Lieva palmadas las gestas,
Porque de cara y de cuestas
Pareces hecha de plata.
Bailando, alzas la pata
Como zagala lozana,
Hermosa zaragozana.
Bailas con tantos antojos
Cuando en el mandil te tocas,
Que te miran con las bocas
Abiertas como los ojos.
Tú quitas todos enojos
Con tu vuelta tan liviana.
Hermosa zaragozana.
Hemos escogido de intento lo que tiene más color y brío, lo que
más se aparta de la trivialidad ordinaria de los Cancioneros; pero
.:un en aquellas poesías amatorias que más participan del amanera-
miento de escuela, tiene á veces rasgos felices, como éste:
Vieja os vea yo esa mata
Crecida como mi lloro,
¡Mata de cabellos de oro,
Hasta ser color de plata!
Hemos dicho que I). Pedro Manuel de Urrea era muy joven, casi
niño, cuando hizo todos estos versos. Los hombres de aquel tiempo
madrugaban mucho en amores, como puede inferirse por lo que de
sí propio cuenta Lope García de Salazar en su libro de las Bienan-
danzas ¿fortunas.
MkMMji.z i PsiiAYO. f'iiM.i castellana, m. *>■
434 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Por lo que toca á Urrea, parece haberse enmendado de todo
punto desde que en Abril de 1 505 caso con Doña María de Sessé,
á quien debió la felicidad doméstica y á quien consagró desde en-
tonces los más delicados sones de su lira:
A vos que sois mi alegría,
Que jamás no me dejáis
Ver querella;
Vos que hacéis mi fantasía
Alegre, sabiendo estáis
Vos en ella.
A vos, cordura y razón
Os andan siempre llevando
El cuerpo preso:
Honestidad, discreción
Andan siempre acompañando
A vuestro seso.
Lo que agradezco á ventura,
Es que me dio por mujer
La hermosura y el valer,
La riqueza y la cordura.
Y el que con esto se halla,
Puede decir se libró
De la guerra
D' este mundo que es batalla,
Y que Dios más bien le dio
Que há en la tierra.
Raros son los poetas, ni de nuestra literatura ni de las extrañas,
que han cantado á su mujer (salvo después de muerta), y rarísimos
los que han expresado este puro y limpio afecto (tan difícil de tocar
sin profanación) con la plena sinceridad, con el noble candor, con
!a sana alegría, con la efusión de alma con que lo hace el aristocrá-
tico trovador aragonés. Leyendo tales versos, lo mismo que los que
dirigió á su madre, es imposible dejar de estimar á tan excelente
y honradísimo caballero. Sin que valgan contra esto, por ser fruta
del tiempo, algunos desaguisados que cometió como banderizo, se-
gún vamos á ver.
Hemos dicho que su padre no le había dejado más heredamiento
capitulo xxvin 435
que el de Trasmoz, que, tras de no ser muy pingüe, le obligaba á
residir en la aldea la mayor parte del año, lo cual en su mocedad
debía de hacérsele muy cuesta arriba, según se infiere de una desen-
fadada composición en que desahoga cómicamente su aburrimiento
•de la vida monótona de lugar:
Nunca medréis vos, Aldea,
Y tan bien quien os fundó.
;Por qué tengo de estar yo
Donde nadi estar desea?
Que cualquiera que rae vea,
Dirá estoy más retraydo
Que ninguno nunca ha sido
De mi linaje de Urrea.
Ir de collado en collado
Siempre en monte como zorro,
Juzgadlo vos, aldeorro,
Si estaré yo descansado.
Según me habéis enojado
En ver esta cuesta arriba,
Si fuérades cosa viva,
Ya os hubiera degollado.
Pues andar siempre en la huerta
Tras zarzales con el arco,
Bien veis que tan poco abarco,
Qu' es cosa poco despierta:
Pues tal vida desconcierta
El deleite más altivo,
;Cómo puedo estar yo vivo,
Estando en la cosa muerta?
¡Y que por tiempo de un año
Me tengáis vos aquí preso!
¿Quién dirá que tengo seso
Haciendo yerro tamaño,
Donde, ni seda ni paño
No vestiré, sino cuero,
Pues que no soy caballero
Con la vida de ermitaño?
¡Cazar liebres ni conejos,
Cuando va mucho á la larga!
¡Es la vida muy amarga
Ir tras grajas ni vencejos!
43(J HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Los que entienden mis arrejos
Irán por alto volando,
Sin holgar d' estar hablando,
En la plaza, con los viejos...
Sentíase capaz de grandes cosas, aspiraba á una vida de acción
pero los tiempos no se lo consintieron:
Yo con muy gran intención
Me muero aquí sepultado,
Como en guerra el mal armado
Con valiente corazón.
Pensarán más de quinientos
For qué estoy yo retraído:
fSerá baxo mi sentido?
¿Pequeños mis pensamientos:
Alguna parte, aunque secundaria, tomó en la política de Ara-
gón. Consta su asistencia á las Cortes de 1502, en que fueron^
jurados los Archiduques D. Felipe el Hermoso y Doña Juana;.
Príncipes de Aragón y herederos de la corona. Los bandos de
la Edad Media vivían aún, aunque menos encarnizados que antesr.
y es sabido que en Aragón tuvieron un retoñar terrible á fines
del siglo xvi con las turbulencias del Condado de Ribagorza, que-
abrieron camino á los tumultos de Zaragoza y al allanamiento
según unos, reforma según otros, que Felipe II hizo de una parte-
de la antigua constitución del reino. Pero mucho antes de esta
formidable explosión hubo chispazos de anarquía, así en tiem-
pos del Rey Católico como en los del Emperador. En una de
estas contiendas domésticas, pequeña por su origen, pero que
llegó á degenerar en guerra civil entre las casas de Aranda y
de Ribagorza, intervino nuestro poeta, y no ;í la verdad con la
moderación y parsimonia que de su carácter debiera esperarse; si
bien ha de tenerse en cuenta que la relación más detallada que
tenemos de estos acontecimientos, escrita por un monje de Vérue-
la, es altamente sospechosa de parcial, por proceder de una comu-
nidad notoriamente interesada en el litigio, y muy apasionada de
los Duques de Villahermosa por el apoyo que entonces la presta-
capitulo xxvm 437
ron. De todos modos, es tan curioso lo que refiere, que conviene
-extractarlo (i).
« Moviéronse cuestiones entre Litago y Trasmoz en el mes de
Marzo del año 1510, sobre el derecho de regar las eras los de Li-
tago con agua de Alara, y, usando más de su fortaleza que de la
razón, D. Tedro de Urrea, señor de Trasmoz, hizo una compañía
de gente y la envió, armada á Litago, para que ofendiesen á los que
encontrasen; los cuales hirieron cinco de nuestros vasallos, que no
pudieron guardarse de aquella tan intempestiva resolución: forma-
ron éstos queja al Monasterio, y temiendo no hiciese algún estrago
el de Trasmoz, se hizo levantamiento de hasta quinientos hombres
por nuestra parte, para resistir al dicho D. Pedro de Urrea y de-
fender nuestro lugar.
»Estando en esta disposición las materias, vino por parte del
rey no a componerlas y asentar treguas el Vizconde de Biota, dipu-
tado de Nobles, y las asentó por seis meses, y aunque vinieron en
ello las dos partes, las quebrantó el de Trasmoz, enviando su gente
á Litago una noche, y, entrando en la casa de Juan Jaime, mataron
un hijo de dicha casa, é hirieron á otro, el cual se les fué de entre
Jas manos, y por temor de su aviso se volvieron á su lugar los
•agresores.
»E1 Monasterio, viendo tal alevosía y que con sus fuerzas no lo
podía remediar, por ser hombre temerario el de Trasmoz, ordenó
volverse á Dios, nuestro Señor, y maldecir aquella perversa gente
públicamente en la iglesia, cantando el salmo de la maldición...
íHecha esta diligencia, se dio noticia á S. M., y viendo que tar-
daba el remedio y que D. Pedro de Urrea siempre proseguía en
■sus temeridades, se tomó resolución de valemos del patrimonio del
Sr. I ). Alonso de Aragón, Conde de Ribagorza y señor de Pedrola,
para lo cual fué allá el Sr. Abad (lo era D. Fr. Pedro Ximénez de
(1) Escribió esta relación Fr. Atilano de Espina; y tomándola del tumbo ú
Registro universal de iodas las escrituras que se hallan en el Archivo de este sanio
y Real Monasterio de Venida, la ha dado á conocer D. Martín Villar, distin-
guido catedrático de la Universidad de Zaragoza, en el curioso prólogo que
antecede .i la reimpresión del Cancionero de Urrea en la Biblioteca de Escri-
tores Aragoneses.
438 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Embún) y le representó lo sucedido y el temor de lo que había de
suceder; y obligado este caballero, ofreció su vida y estado en de-
fensa de tan justa queja: para lo cual despachó á Pedro de Erla,
ciudadano de Borja, con cartas suyas al de Trasmoz, significándole
estaban el Monasterio y todos sus lugares y vasallos debajo su pro-
tección, y que defendería con su estado y vida todas las vejaciones-
que les fuesen hechas. Escribió á más de esto á todos nuestros lu-
gares para animarlos, que á la verdad tenían hartos sobresaltos.
íLos efectos de esta carta fueron el enviar á Anón quinientos
hombres armados, acaso porque eran de nuestra parte, y les tala-
ron las viñas porque habían regado con el agua sobrada, y Anón,
viéndose agraviado, se valió de nuestros vasallos y de los de To-
rrellas y Los Fayos y Santa Cruz, y en despique talaron todo cuanto
había en los términos de Trasmoz...
»A 13 de Diciembre del mismo año vino á visitar al Sr. Abad y
Convento el Sr. D. Alonso de Aragón, el cual hizo nuevos ofreci-
mientos en defensa del Monasterio y Lugares, tomando por su
cuenta los agravios hechos y los que se podían hacer; de lo cual,
teniendo noticia el de Trasmoz, se fué á Epila, y dio cuenta al
Conde de Aranda, el cual juntó todos sus deudos... Juntaron éstos
2.000 infantes y 2 50 de á caballo, los cuales, puestos en orden y
gobernándolos el de Trasmoz, tomaron el camino de Pedrola á 19
de Febrero del año 1 5 12, y luego que llegaron á una casa de re-
creo que tienen los señores de dicha villa, cortaron dos pinos é hi-
cieron fuego para guisar la comida.
sDieron noticia del caso á nuestro D. Alonso, el cual envió un
criado á saber qué es lo que buscaba aquella gente; el cual, llegan-
do y preguntando quién era el capitán para darle la embajada, res-
pondió D. Pedro de Urrea: Decid que soy yo, que tomo satisfacción
de la tala que los de Anón, Torrellas y Abadiado de Veruela hicie-
ron en mi lugar de Trasmoz; y con esto se fueron.
^Ofendido el Conde D. Alonso de este agravio, juntó su gente,
al cual favoreció D. Francisco de Luna, Conde de Riela y señor de
Muel y Villafeliz, y se juntaron 3.000 infantes y 450 caballos, de,
los cuales estaban por Veruela 330 hombres armados y 16 caba- •
líos: los 120 envió Anón, y los otros fueron vasallos del Convento.-
CAPÍTULO xxvin 439
2>Con esta prevención salió de Pedrola el Conde D. Alonso á 4
de Julio de 1512, y á título de haber quebrantado las paces y tre-
guas el de Aranda, se fué á Épila á desafiarlo, y pasando por Lum-
piaque, lugar de dicho Conde de Aranda, dieron sobre é\ y lo de-
rrotaron: desde allí pasó á la fuente de Épila, y le envió un trom-
peta con recado de desafío, al cual respondió ei de Aranda que no
estaba dispuesto para salir, con lo cual se hubo de volver á Pedro-
la; pero D. Francisco de Luna, que estaba en Calatorao con un
trozo de gente, viendo que no había salido, por despicarse quemó
el lugar de Luceni y derrotó á Salillas, ambos lugares del de Aran-
da, y dio la vuelta con el resto de gente á Pedrola.
»No quedó satisfecho con esto nuestro D. Alonso, y así estaba
esperando que se previniese para la batalla el Conde de Aranda, y
habiendo aguardado hasta 8 de Julio, salió segunda vez y se puso
entre Pedrola y Lumpiaque, desde donde con un trompeta envió
segundo desafío al de Aranda, el cual respondió estaba indispuesto,
y con esta respuesta se volvió á su villa de Pedrola.
j> Corrían estas materias tan sangrientas, que fué necesaria la
autoridad del Reyno segunda vez, y la del mismo Rey, con lo cual
se sosegaron y despidieron la gente de guerra que cada uno tenía
prevenida.
» Llevaba nuestro D. Alfonso de Aragón un estandarte pequeño
de damasco naranjado y morado, en el cual llevaba, de famosa bor-
dadura, á la una parte la imagen de Nuestra Señora de Veruela, y
á la otra al glorioso patriarca San Josef, con las armas de su real
estirpe, el cual se puso colgado en la capilla mayor de la Iglesia, y
hoy se conserva, y se debe conservar para perpetua memoria de
tan generosa acción.
í Erigióle el Monasterio, en señal de agradecimiento á este
esforzado caballero, un suntuoso sepulcro de alabastro blanco,
para sí y para toda su familia, en el cual están grabadas sus armas,
y lo puso en el segundo arco del presbiterio, hacia la parte de la
Fpístola.»
A pesar de lo que dice el cisterciense, Fernando el Católico dio
la razón á los de Urrea. Zurita, que dedica un capítulo entero (X —
80) á la relación de estos porfiados bandos, nos informa que se ter-
44° HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
minaron por sentencia del Rey Católico, dada en Buengrado á 6 de
Octubre de 1513, declarándose en ella que el Conde de Ribagorza
había sido el quebrantador de la tregua, por lo cual se le condenó á
destierro de todo el reino de Aragón, y á resarcir los daños que
había causado.
Aquel mismo año apareció de molde en Logroño el Cancionero
de las obras de D. Pedro Manuel de Urrea, bien contra la voluntad
de su autor (cu3'OS escrúpulos conocemos ya), y sólo por maternal
solicitud de la Condesa de Aranda, á quien debemos, por tanto, la
conservación de las obras de uno de los poetas más personales y
simpáticos de las postrimerías de la Edad Media (i). Pero es cierto
que él se resistió hasta el fin á la divulgación de sus versos, presu-
miendo más de caballero que de trovador: «Bien conozco á mi ma-
nera no ser conforme el trovar tanto en cantidad, sino en calidad,
porque yo necesidad no tengo de hacerme nombrar por muchas
coplas, porque no es cosa que se allegue á las cosas de galán, sino
una copla 6 un mote, un villancico, una caución para entre caballeros
ó cuando hombre mucho se alarga, un romance, y esto que sea tan
bien dicho, que ande entre caballeros, porque los caballeros han de
hacer un mote ó una cosa breve, que se diga no hay más que ser.
Y cierto la otra prolijidad no conviene; que yo más debría usar de
la gala del Palacio que del Arte de la Poesía; pues que de todo
(t) Cancionero \ de ¡as obras de | do Pedro Mau \ e! de Urrea.
Colof. r ¡uié la presente obra emprentada en ¡a muy noble y muy \ lea¡ ciudad
de Logroño d cosía y espesas de Arnao Gui- ¡ ¡lén de Broca r maestro de ¡a em-
prenta en ¡a dicha ciudad. \ E se acabo' en alabanza de ¿a Santissima Trinida t
d siete di I as del mes de Julio. Ano del nascimíéto de nuestro Señor \ Jesucristo
Mil y quinientos y treze años.* Folio, letra gótica, 49 hojas foliadas, á dos y
tres columnas. Hermosamente impreso, como cuadraba á la condición aris-
tocrática del poeta.
A personas entendidas en libros he oído asegurar que existe otra, edición
antigua de este Caucionero; pero yo nunca he visto más que ésta, que es, por
cierto, de gran rareza, como la mayor parte de los libros de su clase.
Ha sido reimpreso en Zaragoza, 1878, formando parte de la Biblioteca de
Escritores Aragoneses que, con grande utilidad de las letras y de la historia,
publica años hace la Diputación Provincial de Zaragoza. Este es el verdadero
y útil regionalismo.
CAPITULO XXVIII 441
junto muy pocos pueden usar. Después de haber acabado el Can-
cionero... conocí su voluntad (la de su madre) estar deseosa de pu-
blicar mis bajas obras por el arte de emprenta: y como á mí en esta
ocasión acaeciese un voluntario desastre de una. obrecilla que di á
la emprenta, que era el Credo glosado, el cual con una carta ende-
reza á la señora Doña Catalina mi hermana; y cierto, señora, la obra
no tiene tantas letras, cuantas yo veces me he arrepentido, aunque
por ser cosa de Dios me queda consuelo dello. Agora mirando que
con aquello poco debo escarmentar lo mucho, no solamente á todos,
pero á ninguno querría mostrar nada.»
1 lay en este Cancionero una parte considerable que es labor de
imitación y, por tanto, de muy relativo mérito» El autor, como mo-
desto aficionado que era, se creyó obligado á seguir las huellas de
los trovadores castellanos que tenían más crédito, y malgastó gran
parte de su ingenio en composiciones alegóricas y didácticas, como
el Peligro del Mundo,. las Fiestas de Amor, la Sepultura de Amor y
el Testamento de amores. Tampoco tienen mucho espíritu poético
las coplas contra la seta de Mahometo, y, en general, todos sus ver-
sos á lo divino, tales como el Credo glosado y la traducción del
Stabat Mater. Son más bien ejercicios de piedad que de litera-
tura, y lo que principalmente resplandece en ellos es la robusta fe
del poeta:
Pues basta sola la fe
Oue tuve, tengo y tendré:
Si mis días mal obraron,
Como sombras se pasaron,
Yo, como Mor, me. seque.
Pero lo que da originalidad y positivo valor al Cancioneiv de
Urrea, son las poesías, casi familiares, pero en el más noble sentido
de la expresión, en que se deja llevar de la espontaneidad de su
genio, y nos muestra sin disfraz ni retórica su alma entera, sencilla
y buena, desinteresada y noble. Entonces es un poeta natural, aun-
que nunca llegue a ser un gran poeta. Pero es tan raro encontrar
en la fastidiosa y contrahecha lírica del siglo xv, en aquel erial de
sentimientos falsos y de frases hechas, en aquella hueca gimnasia de
rimas, algún acento que brote del alma, que sólo por haber reinte-
4\2 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
grado algunas veces los derechos de la verdad humana, es Urrea
merecedor de grande estima. Ya hemos tenido ocasión de citar las
mejores entre estas composiciones, porque son páginas de la vida
moral de su autor: los versos á su mujer, los del pleito de su her-
mano, los de la vida de la aldea, y aun pueden añadirse otros, por
ejemplo, las graves y sentenciosas coplas que dedicó á su madre
con motivo del incendio de su castillo:
Que los pintados palacios
Do está la delectación,
Do todos vicios despiertan..,
También les vendrá sazón
Que en no nada se conviertan.
Que todo acaba en tristura:
¡Qué placeres y dolores
En pintados corredores!
¿Qué se hará aquella pintura:
¿Qué ha sido de los pintores?
Por haber herido diestra y gentilmente esta cuerda del senti-
miento humano, D. Pedro de Urrea suscita desde luego el recuerdo
de Jorge Manrique, pero es claro que la comparación tiene que serle
desfavorable. Urrea es poeta á largos intervalos, escribe con difu-
sión y desaliño, no tiene el instinto de la forma perfecta: nin-
guna de sus composiciones largas está inmune de caídas y prosaís-
mos; y carece, además, de la profunda melancolía, del inefable
hechizo lírico que tienen las coplas del que bien podemos llamar su
maestro.
Lo fué también Juan del Enzina en otros géneros de poesía lige-
ra; y es evidente que Urrea le imita, no sólo en sus disparates (que
bien pudo haber puesto á un lado), sino en sus canciones, en sus vi-
llancicos y aun en sus romances. Estos son nueve, y á excepción de
uno de asunto histórico (sobre la muerte del Condestable de Nava-
rra), todos pertenecen al género erótico-sentimental, según estilo
de trovadores. Pero uno de ellos se abre con una introducción deli-
ciosa (hasta por la mezcla de algún rasgo realista), introducción que
tiene todo el sabor del buen lirismo popular, que cuando describe
lo hace de un modo rápido é intenso:
capitulo xxviii 443
En el placiente verano,
Do son los días mayores,
Acabaron mis placeres,
Comenzaron mis dolores.
Cuando la tierra da yerba,
Y los árboles dan flores;
Cuando aves hacen nidos
Y cantan los ruiseñores;
Cuando en la mar sosegada
Entran los navegadores;
Cuando los lirios y rosas
Nos dan los buenos olores;
Y cuando toda la gente,
Ocupados de calores,
Van aliviando la ropa
Y buscando los frescores;
Do son las mejores horas,
Las noches y los albores,
En este tiempo que digo
Comenzaron mis amores...
Los villancicos son lo más selecto del Cancionero de Urrea. El
poeta aragonés, que era á la par músico, parece haberles tenido es-
pecial predilección, y no sólo los multiplicó sin medida, sino que
hizo de ellos especial ramillete para obsequiar á su hermana Doña
Beatriz, condesa de Fuentes. «Como se cantan (dice), parece que
» llevan consigo más placer y bullicio que ninguna de las otras
» obras.» Los hay exquisitos de gracia y soltura: la mayor parte
son amatorios: alguno frisa con lo picaresco, como el de las viudas
de Zaragoza (i). Pero el más digno de citarse, por haber dado mo-
tivo á una célebre imitación, es el que principia:
( i Aladre, cuando enviudare,
A Zaragoza me iré.
Allí las viudas holgadas,
Macho más que las casadas,
Allí son muy visitadas
De los que les tienen fe...
Viada huelga en Zaragoza
Más que casada ni moza,
Cada cual dcllas retoza
Con mil cosillas que sé. .
444 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Ayer vino un caballero,
Mi madre, á m enamorar;
No lo puedo yo olvidar.
Soy del servida y amada,
El es de mí muy amado.
Tan cortés y bien criado,
One me tiene sojuzgada.
Juró en la cruz de su espada
Nunca jamás me dejar;
No lo puedo yo olvidar.
Su vista ya me consuela
Tanto cuanto me consuelo...
Que viene con su vihuela
Cada noche aquí «i cantar:
No lo puedo yo olvidar.
Es sabido que nuestro insigne bibliógrafo D. Bartolomé Gallardo,
que, sin presumir de poeta, hizo á veces apreciables versos, hábil re-
medo de lo mejor que en los libros antiguos encontraba, tuvo la suer-
te de acertar un día á componer una primorosa canción romántica que
tituló Blanca-flor, la cual no podrá sin injusticia ser omitida en ningu-
na colección selecta de nuestro Parnaso. Pues bien, laplanta (como di-
ría Gallardo) de esta composición, ó á lo menos la primera idea de ella,
está tomada del citado villancico de Urrea, aunque el autor moderno
le mejorase mucho:
Y<> me levantara un día
Cuando canta el ruiseñor,
El mes era de las flores,
A regar las del balcón.
Un caballero pasara,
Y me dijo: «Blanca FIor>,
Y ile par en par abrile
Las puertas del corazón.
Otro día á la alborada,
Me cantara esta canción:
«;Dónde estás, la blanca niña,
lílanco de mi corazón?>
En laúd con cuerdas de oro,
Y de regalado son,
{Jue de par en par abrióme.
Las puerlas del corazón...
capitulo xxviu 445
Hay finalmente en el Cancionero ds Urrea, y no es la menor curio-
sidad de él, una versificado n del primer acto de la Celestina, tan fiel..
tan ceñida al texto, que no discrepa de él en lo más mínimo, siendo-
una de las mas relevantes pruebas, tanto de la popularidad que ya lo-
graba aquel insigne monumento de nuestra literatura dramática, como
de la rara pericia y destreza de versificador que tenía Urrea. Del en-
cabezamiento de esta pieza, que lleva el título de égloga, introducidc-
por Juan del Enzina, se deduce que fué escrita para ser representada
<n dos veces, es decir, dividida en dos escenas ó pequeños actos (i |.
,i) Égloga de la Tragicomedia de Calixto y Melibea, de prosa trovada en
metro, por D. Pedro de Lrrrea, dirigida d la Condesa de Aranda, su madre.
'Esta Égloga ha de ser hecha en dos veces: primeramente entre Melibea,.
: y luego después Calixto, y pasan allí las razones que aquí parecen; y al cabo
» despide Melibea á Calixto con enojo, y sálese 01 primero, y después luego
- se va Melibea, y torna presto Calixto muy desesperado á buscar á Sempro-
i nio su criado; y los dos quedan hablando hasta que Sempronio va á buscar
> á Celestina para dar remedir) á su amo Calixto. Y allí acaba: y por no que—
- dar mal, vanse cantando el villancico que está al cabo..
Hubo otros que intentaron dar forma poética á la Celestina. En el Re^is-
trum de D. Fernando Colón, -e menciona una Farsa e/i Coplas sobre la come-
dia de Calixto y Melibea, por Lope Ortiz de Stúñiga. Inc.
Ili de sam, y qué floresta
V quj floridos pradales...
Yo poseo un pliego suelto gótico, que contiene un compendio en verso de
toda la famosa tragicomedia, con este título:
Romance nueuamete hecho de Calislo y Melibea q trata de lodos sus amores y
de las desastradas muertes .ruyas y de la muerte de aquella desastrada mujer Ce-
lestina, intercessora en sus amores. Está en forma de relación de ciego, y prin-
cipia así:
Un caso muy señalado
Ouiero, señores, contar,
Como se iba '"alistu
Para la caza cazar:
En huertas de Melibea
Una £;arza vido estar...
El grabado que precede á las coplas está también en la Celestina, de Sevi-
lla, 1502, lo cual puede servir para lijar aproximadamente la fecha de c-ste-
püego, que está encuadernado con la Égloga de Crislino y Febea, con el Ro-
mance de Gai/eros, etc.. todos del mismo aspecto tipográfico.
Finalmente, existe la Tragicomedia de Calixto y Jfelibea: nucuameute iroba-
446 HISTORIA DE' LA POESÍA CASTELLANA
No hemos visto más obra de D. Pedro Urrea que su Cancionero,
pero Brunet cita una Penitencia de amor (probablemente en verso),
impresa en Burgos en 1514» á la cual siguen diversas composicio-
nes poéticas (i). ¿Será ésta una segunda edición, ó un suplemento
del Cancionero? En el primitivo índice de la Inquisición se registra
como prohibida otra obra de nuestro autor: Peregrinación á Iheru-
salem (Burgos, 1523). Es de suponer que Urrea hiciese en persona
la peregrinación que describe, del mismo modo que Juan del En-
cina hizo su Trivagia antes de narrarla.
No se sabe la fecha precisa de la muerte de nuestro poeta, pero
seguramente fué anterior á 1536, puesto que en 1 7 de Noviembre
de dicho año otorgó testamento su viuda Doña María de Sessé.
Breve fué la vida de D. Pedro de Urrea, pero de ningún modo
estéril, ni para la gloria de su linaje, ni para la de las letras. Modes-
tamente se contentaba con que su Cancionero fuese una esperanza
de ser algo, pero en verdad fué mucho más que eso, puesto que en
él se manifestó y afirmó por vez primera el genio poético aragonés
con algunos de sus esenciales caracteres. La patria de Marcial y de
Prudencio no había tenido voz hasta entonces en el coro de las lite-
raturas vulgares. La tuvo por primera vez con Urrea, que por la
espontánea gravedad moral sin mezcla de dogmatismo pedantesco,
por la rectitud de sus propósitos, por la franca y sana alegría, por
la constante y honrada llaneza de su estilo, por el predominio de
Ja razón sobre la fantasía, fué digno intérprete del sentir y del querer
de su pueblo, en la brillante corte literaria de los Reyes Católicos.
da y sacada de prosa en metro castellano \ por Juan Sedeño, vezino y natural de
Arevalo ("Salamanca, 1540), toda en versos octosílabos. Rarísimo libro.
(1) Penitencia de amor ¡ copuesta por don ¡ Pedro Manuel ¡ de Vrrea... Fue'
la presente obra empretada en Burgos, á costa y espensas de Fadrique alemán de
Basilca... a viiij días del mes de Junio, ano de... mili y quintetos y quatorze años.
4.0 gótico, 38 hojas.
[La Penitencia de Amor fué reimpresa por el Sr. Foulché-Delbosc, según la
edición burgalesa de 15 14, en la Bibliotheca hispánica (Barcelona-Madrid,
1902). Está en pros3, con algunos versos, y en forma dramática. Véanse, acer-
ca de ella, los Orígenes de la Novela, de Menéndez y Pelayo. (A. B.)\
APÉNDICES
i
A los tomos vi y vn de la Antología de poetas Úricos castellanos, desde la for-
macidn del idioma hasta nuestros días, de la que es refundición parcial la pre-
sente Historia, antepuso Menéndez y Pelayo las siguientes Advertencias preli-
minares:
Tomo vi, página 5: «Fué mi propósito terminaren este volumen la expo-
sición de la lírica artística en la Edad Media. Los textos están publicados en
los tomos anteriores, pero el estudio crítico se ha dilatado más de lo que pen-
sé, y no ha podido acabar en este volumen. Pido perdón á mis lectores por
haber sustituido en este caso mi humilde prosa á los versos de nuestros in-
genios del siglo xv, y suplico la misma indulgencia para el tomo siguiente.»
Tomo vn, página 5: «Con este séptimo volumen termina la exposición de
la lírica erudita y artística de los tiempos medios. Las últimas manifestacio-
nes de esta escuela den1:ro de la literatura del siglo xvi, y su resistencia con-
tra la invasión del gusto italo-clásico, serán oportunamente estudiadas cuando
lleguemos á tratar de la edad de oro. — Como las poesías selectas de los auto-
res á quienes nos referimos en este tomo, han sido ya impresas en los ante-
riores, uos limitamos á añadir, á título de mera curiosidad bibliográfica, la
imitación ó paráfrasis délas Bucólicas de Virgilio hecha por Juan del Enzina,
la cual sólo se halla en las primitivas ediciones de su Cancionero, todas ellas
rarísimas.»
II
Sin perjuicio de que más adelante, en uno de los tomos de esta colección
de Obras completas de Menéndez y Pelayo, se incluyan todos los textos que él
escogió para formar su Antología, reproducidos conforme á los originales más
dignos de fe, daremos aquí el índice de los publicados en los siete primeros
volúmenes de la Antología, á los cuales corresponden los tres de la presente
Historia. Transcribimos el primer verso de cada composición o fragmento.
44^ HISTORIA DE LA POEílÍA CASTELLANA
Tomo I.
Anónimo. (Siglo xm.) Aventura amorosa.
«Oui triste tiene su coraron.»
Gonzalo de Berceo. (Siglo xm.) Introducción de los Milagros de Nuestra
Se flora.
«Amigos e vasallos de Dios omnipotent.»
Fragmentos del duelo de la Virgen.
«Ai Fiio querido, sennor de los sennores!»
— Cántica.
«Eya velar, eya velar, eya velar.»
Anónimo. (Fragmento del «Libro de Alexandre». — Siglo xm.) Descripción de
la tienda de Alexandre.
«Larga era la tienda, redonda e bien taiada.»
Cantares det. Arcipreste de Fita. (Siglo xiv.) Gosos de Santa María.
«Santa María,
Lus del día...^
— - (iosos de Santa María.
<Tu, Virgen del cielo Reyna»,
— Trova cazurra o de burlas. (De lo que contesció al archipreste con Fernand
García, su mensajero.)
«Fis con el grand pesar esta trova cazurra. i
— Ensiemplo de las ranas, en como demandaban rey a don Júpiter.
«Las ranas en un lago cantaban et jugaban.»
— Ensiemplo de la propiedat que el dinero ka.
«Mucho fas el dinero, et mucho es de amar.»
Cántica de serrana.
«Pasando una mannana por el puerto de Malagosto.»
Cántica de serrana.
«Siempre se me verná miente.»
— Cántica de serrana.
So la casa del Cornejo, primer dia de setmana.»
— Cántica de serrana.
«Cerca la Tablada.'»
Ensiemplo del mur de Man ferrado el del mur de Guadala.\ara.
cMur de Guadalaxara un lunes madrugaba.»
APÉNDICES 449
Cantares del Arcipreste de Fita. (Siglo xiv.) Descripción de la tienda del
Amor, y de los doce meses del año que en ella estaban figurados.
«La obra de la tienda Vos querría contar.»
— Cántica de loores de Santa María.
«Santa Virgen escogida.»
— Cántica de loores de Santa Alaria.
«Quiero seguir a ti, flor de las flores.»
— Cantigas de los escolares.
I. «Sennores, dat al escolar.»
II. «Señores, vos dat a nos.»
— Cantiga de ciegos.
«Varones buenos honrados.»
— De las propiedades que las duennas chicas han.
«Quiero vos abreviar la predicación.»
— Cántica de loores de Santa Marta.
«En ti es mi esperanza.»
Gosos de Sa?ita Mar ¿a.
«Todos bendigamos.»
— Gosos de Santa A/aria.
«Madre de Dios gloriosa.»
Alfonso Onceno.
«En un tiempo cogi flores.
El Canciller Pedro López de Ayala. (Siglo xiv.) Cantar.
«Sennor, si tu has dada.»
— Deyiado.
«Non entres en juisio con el tu siervo, Sennor.»
Cantar.
«Tristura e grant cuidado.»
Oragion.
«Sennor, tú non me oluides, ca paso muy penado.?
Cantar.
«SenDora, por quanto supe.»
— Deytado sobre el cisma de Occidente.
«La nave de sant Pedro pasa grande tormenta.)
— Cantares a la Virgen.
«I. Sennora, estrella lusiente.»
«II. Sennora, con humildat.»
«III Sennora mia muy franc
Mf.níxdüz y Pei.avo.- Poesía castellana. III. *>•
45° HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Ei. Almirante D. Diego Furtado de Mendoza.
«A aquel árbol que mueve la foxa.»
Alfonso Alvares de Villasandino.
I. «Generosa, muy fermosa.»
II. «Virgen digna de alabanga.»
III. «Fablen poetas de aquí adelante.»
IV. «Mayor goso aventajado.»
V. ¿Hércoles que hedificó.»
VI. «De grant tenpo fasta agora.»
VII. «Lynda syn conparacion.»
VIII. «En muy esquivas montañas.»
IX. «Vysso enamoroso.»
X. «Noble vista angelical.»
XI. «Doledvos de mí, señor Condestable. >
XII. «Amigos, ya veo acercarse la fyp.»
XIII. «Salga el León que esta va encogido.*
Micer Francisco Imperial.
I. «En dos setecientos e mas doss e tres.»
II. «Non fué por cjerto mi carrera vana.»
III. «El tiempo poder pesa a quien más .sabe. »
Feruán Manuel de Lando.
«Señores, miremos el noble doctor.»
Ruy Páez de Ribera.
I. «Dizen los sabios: «Fortuna es mudable. >
II. «En un espantable, cruel, temeroso.»
Pedro Ferrú.?.
«Don Enrrique fue mi nonbre.»
Gonzalo Martínez de Medina.
«Tú que te vees en alta coluna.»
Anónimo (¿Gonzalo Martínez de Medina?\
«Commo por Dios la alta justicia.»
Maestro Fr. Diego de Valencia de León.
I. «Todos tus donseles.»
II. tEn un vergel deleytoso.»
Ferrán Sánciies Talavera.
«Por Dios, señores, quitemos el velo.»
Oarci Fekrandes de Gerrna.
I. «Vyrgen, flor d 'espina.»
II. «Quien fase mover los vientos.»
Don Juan Segundo.
«Amor, yo nunca penssí'.»
APÉNDICES 45 1
El condestable don Alvaro de Luna.
I. «Si Dios, nuestro Salvador.»
II. «Porque de llorar.»
III. tMi persona siempre fue.»
IV. «Senyor Dios, pues me causaste.»
Fernán Pérez de Guz.mán.
I. «El gentil niño Narciso.»
II. «Abryl ya pasado aquende.»
Loores de los claros varones de España (fragmentos).
«Del Poeta es regla recta.»
— Coplas que hizo á la muerte del obispo de Burgos don Alonso de Cartagena.
«Aquel Séneca espiró.»
Juan de Mena. Extractos de El Laberinto. (Macías; don Enrique de Villena; Ba-
talla de la Higuera; muerte del conde de Niebla; muerte de Lorenzo
de Avalos; muerte del Clavero.)
«Tanto anduvimos el cerco mirando,
a que nos hallamos con nuestro Macías. ¿
Sobre un macho que compró de un archipreste.
«¿QuáJ diablo me topó?»
Tomo II.
Anónimo. La danza de la Muerte (anotada).
«Yo so la muerte cierta a todas criaturas.»
Anónimo. Revelación de un hermitanno.
«Después de la prima la ora pasada.»
Er. Marqués de Santillana. Extrado de los Proverbios.
«Fijo mió mucho amado.»
Extractos de la Comedieta de Ponga.
«¡Benditos aquellos que con el agada!»
B/as contra Fortuna.
«¿Qué es lo que pieussas, Fortuna?»
Doctrinal de fritados.
«Vi thesoros ayuntados.»
Decir contra los aragoneses.
«Uno pienssa el vayo.»
Respuesta de Juan de Dueñas.
«Aunque visto mal argayo.»
452 HISTORIA DE LA POESÍA CASTTLLANA
El Marqués de Santillana. Sonetos fechos al itálico modo.
I. «Qual se mostrava la gentil La vina. »
II. «Quando yo só delante aquella donna.;
III. «En el próspero tiempo las serenas.»
IV. «Oy qué diré de tí, triste emispherio.»
— Coronación de Mossen Jordi.
«La fermosa compañera.»
Querella de amor.
«Ya la grand noche passava.»
— El planto que figo Pantasilea.
«Yo sola membranga sea.»
— Villattfico.
«Por una gentil floresta.»
— Serranillas.
I. «Serranillas de Moncayo.»
II. «En toda la su montanna.»
III. «Después que nasci.»
IV. «Por todos estos pinares.-
V. «Entre Torres é Cañería.»
VI. «Moca tan fermosa.»
VII. «Serrana, tal casamiento.»
VIII. «Madrugando en Robledülo.»
IX. «Mo^uela de Bores.»
X. «De Vytoria me partía.»
— Oración. (Inédita.)
«Señor, tú me libra de toda fortuna.:
Juan de Dueñas. La nao de amor.
«En altas ondas del mar.»
Fernán Mojica. Desir.
«;Soys vos, desid, amigo?»
Juan de Tapia. Canción a la condesa de Buchanico.
•'Fermosa, gentil deessa.»
Canción a la jija del Duque de Milán.
«Muy alta et muy excellente. >
Lope de Estúñiga. Coplas de estrenas.
«Ve, dormidera cuytada.»
— Canción.
«Gentil dama esquiva.»
APÉNDICES 453
Lope de Estúñiga. Querella.
«¡Oh triste partida mía!»
— Otras suyas, esforgando a ssi mismo estando preso.
«Pues vuestra desauentura.»
— Dezir sobre la gerca de Aliengia. (Inédito.)
«Sabet de nos, margarida.»
Suero de Quiñones. Canción.
«Dezidle nuevas de mí.»
Francisco Bocanegra. Serrana.
«Llegando á Pineda.»
Carvajal ó Carvajales. Canción.
«Pues mi vida es llanto o pena.»
— Villangeic.
«Saliendo de un olivar.»
— Romange por la sennora rey na de Aragón.
«Retraída estaba la reyna.»
— A la princepsa de Rosario.
«Entre Sesa et Cintura.»
Serranilla.
¿Andando perdido, de noche ya era.»
— Romange.
«Terrible duelo fasia.»
— Serranilla.
«Passando por la Toscana. >
— Acerca Roma.
VYniendo de la Campanna.-
— Por la muerte de Iaumot Tenes.
«Las trompas sonaban al punto del dia.»
— Serranilla burlesca.
«Partiendo de Roma, passando ¡Marino.»
Serranilla.
«Desnuda en una queqa.»
i >ibqo del Castillo. Visión sobre la muerte del rey don Alfonso.
< Auia recosido sus crines doradas.»
454 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Juan Alfonso de Baena. Dezir. (Inédito.)
«Para Rey tan excelente.»
El infante don Pedro de Portugal. Cofias de coniempto del mundo. (Fragmentos.)
«Miremos al excelso et muy grande Dios.»
Tomo III.
Juan Rodríguez del Padrón. Cancio'n.
«Ham, ham, huyd que rauio.»
— Otra suya.
«Fuego del diuino rayo.»
Anónimo. Coplas de Mitigo Revulgo.
«Ah Mingo Rebulgo, Mingo.»
Gómez Manrique. Inscripción de las Casas Consistoriales de Toledo.
«Nobles, discretos varones.»
— Defunzion del noble caballero Garci-Lasso de la Vega.
«A veynte e vn dias del noueno mes.»
— Cuando se tratava la paz entre los señores revés de Castilla e de Aragón, e
se desabinieron.
«Del Señor es fecho esto.»
— Exclamación e querella de la Gobernación.
«Ouando Roma conquistaua.»
— Fragme?ito del debate de la razón contra la voluntad.
< ¡O vos otros los mundanos!»
— Coplas a Diego Arias de Avila.
«De los más el más perfecto.»
Regimiento de Principes.
«Príncipe de cuyo nombre.»
A una dama que iba cubierta.
«El coraron se me fue.»
/'echas para la Semana Santa.
¡Ay dolor, dolor!»
Jorge Manrique. Castillo d'amor.
♦Mame tan bien defendido.»
— Otras suyas.
«Vos cometistes traycion.»
APÉNDICES 455
Jorge Manrique. Canción.
«Quien no'stuuiere en presencia.»
— A la muerte del Maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, su padre.
(Con variantes.)
«Recuerde el alma dormida.»
Juan Álvarez Gato. Porque el viernes santo vido a su amiga haxr los nudos (te
la passiou en vn cordón de seda.
«Gran belleza poderosa. »
Letra.
«Venida es, venida.»
— Otra suya.
«Que en tí só yo vivo.
— Coplas al mundo, de Hernán Mejia de Jaén.
«Mundo ciego, mundo ciego.»
Respuesta de Juan Álvarez Gato.
«Tornar del mancebo viejo.»
Pero Guillen de Segovia. Los siete salmos penitenciales trovados.
«Señor, oye mis gemidos.»
Antóm de Montoro, el «Ropero*. Epigramas.
I. «Enfermó Miguel Duran.»
II. «¿Non jugays, buen cavallero!">
III. <Non vos vengo con querella-.
IV. «Nunca vi tal en mi vida.»
V. «Desyd, amigo, -;soys flor?»
VI. «Guardas puestas por concejo.
VIL «La viña muda su foxa.i
VIII. «Pues non cresce mi caudal.»
Anónimo. Coplas hechas al rey D. Hcnrique.
«Abre, abre las orejas.»
Mosén Juan Tallante. Mirando a un crucifixo.
«¡Inmenso Dios perdurable!
Romance.
«En las más altas confines.»
Nicolás Núñez. Villancico de Navidad.
«Decidnos, reyna del ciclo.
Canción a Nuestra Señora.
«¡Oh Virgen q".i Dios parisfc
Don I.uys de Vivero. Guerra de Amor.
«Quiero contar mis dolores.
45^ HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Don Luys de Vivero. Oirás suyas, que hizo a ssu tristeza.
«Tristeza, ¿por qué combates.»
Costana. Conjuros de Amor.
«La grandeza de mis males.»
Suárez. Carta a ss?¿ amiga.
«Anda, vé con diligencia. »
Cartagena. Consejo a ssu padre.
«Si el nauegante mirasse.»
— Otras coplas.
«La fucrca del fuego que alumbra, que ciega.»
— Otras coplas, a la reina doña Isabel.
«De otras Reynas diferente.»
— Otra obra saya, en que introduce interlocutores al dios del amcr y un
enamorado.
«Si algún Dios de amor auía.»
Guevara.
v¡0 desastrada ventura!»
Otras suyas, contra Barua. (Con una Esparsa.)
«Bien publican vuestras coplas.»
Hernán Mexía. Obra suya, en que descubre los defectos de las condiciones de las
mujeres.
«Porfiays, damas, que diga.»
Tomo IV.
Rodrigo Cota. Diálogo cntr\cl amor y vn viejo.
«Cerrada estaua mi puerta.»
Diego de San Pedro. Desprecio de la fortuna.
Mi seso lleno de canas.»
Lope de Sosa. Esparsa.
«No deués, dama real.»
Garci Sánchez de Badajoz. Sueño que soñó.
«La mucha tristeza mía.»
— Coplas a los galanes.
«Caminando en las honduras.»
Garci Sánchez de Badajoz. Romance.
«Caminando por mis males.»
APÉNDICES 457
Florencia Pinar. Canción d'vnas perdices que le enviaron biuas.
<Bestas aues su nación.»
El Comendador Escrivá. Canción.
«Ven, Muerte, tan escondida.;
Puerto Carrero. Coplas.
«¡Puerto Carrero!
¡Señora!»
Anónimo. Romance de un caballero.
«Durmiendo yua el Señor.»
El Bachiller Alonso de Proaza. Villancico.
«Lo del cielo es lo seguro.»
Don Juan Manuel. Romance.
«Gritando ua el cauallero.»
En modo de lamentación. (A la muerte del príncipe don Alfonso.
«¡Ah lágrimas tristes, ah tristes cuydados.»
A una señora.
«Que yo cyen bocas tuviese. >
Trovas sobre los siete pecados mortales.
«Poderoso rrey, prudente.»
Luis Enrryquez. A la muerte del príncipe aon Alfonso
«¡O pueblo de Portugal!»
Juan Roiz de Castell Branco. Vilangete.
«¿A donde tienes las mientes?»
Glosa al vilangete anterior.
«¿Adonde tienes las mentes.»
García de Resende.
«Mira, gentil dama.»
|uan del Enzina. Contra los que dicen mal ae mujeres
«Quien dice mal de mujeres.»
A las damas.
«Como quien entra en floresta.»
A su amiga en tiempo de Cuaresma.
«Bien sufre el tiempo lugar.»
Villancicos.
I. «Decidme, pues sospirasU
[I. «Vencedores son tus ojos.-
458 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
III. «Montesina era la garza. >
IV. «Anda acá, pastor.»
V. «Levanta, Pascual, levanta.»
VI. «Nuevas te trayo, carillo.»
VII. «¿Quién te trajo, caballero.»
VIII. «Ya soy desposado.»
IX. «¡Ay triste, que vengo.»
X. «Dime, Juan, por tu salud.»
Joan del Enzina. Romance.
«Por unos puertos arriba.»
— Villancicos.
I. «Ya cerradas son las puertas.»
II. «Más vale trocar.»
III. «Hermitaño quiero ser.»
IV. «Romerito, tú que vienes.»
V. «Pues amas, triste amador.» *
VI. «¿A quién debo yo llamar.»
VII. «Ninguno cierre las puertas.»
VIII. «Tan buen ganadico.»
— De Nuestra Señora.
«Pues que tú, Reina del Cielo.»
— Villanesca.
«Pedro, y bien te quiero.»
— Villancico.
«Una amiga, tengo, hermano.»
D. Pedro Manuel de Urrea. Coplas estando triste.
«Nunca medreys vos, Aldea.»
— Carta a su mujer.
«Los que conocen el mal.»
— Romance.
«En el plaziente verano.»
— Villancicos.
I. ¿Qué aprovecha, Pascualejo»,
II. «Tus beldades me cautiuan.»
III. «Ayer vino un cauallero.»
Fray Ambrosio Montesino. Tractado del Santísimo Sacramento de la Hostia
consagrada.
«He visto por la razón.»
Coplas a reverencia de San Juan Baptista y del misterio de la Visitación
que la reina del cielo hizo a Santa Isabel.
«De tus virtudes, Baptista.»
APÉNDICES 459
Fray Ambrosio Montesino. Romance en honra y glofia de San Francisco.
<Andábase San Francisco.»
— Coplas en gloria de Nuestra Señora.
«Reina del Cielo.»
— In naiivitate Christi.
«¿Si dormís, esposo?»
— Coplas del Nascimiento.
¿Quién te ha, niño, tornado»,
— Romance del nascimiento de Nuestro Salvador.
«Ya son vivos nuestros tiempos.»
— Romatice heroico sobre la muerte del principe de Portugal.
«Hablando estaba la Reina.»
— Coplas al destierro de Nuestro Señor para Egipto.
«Desterrado parte el Niño.»
— Coplas de la hora en que Nuestro Redentor expiró en la Cruz.
«El Rey de la Gloria.»
— Coplas de los Reyes orientales.
«¿De quién tomáis lengua?»
— Villancico.
«¿Quién te trajo, rey de gloria.»
Fray Hernando de Talavera. Obra doctay devota sobre la salutación angélica.
«¡Oh suma de nuestros bienes.»
Fray Iñigo de Mendoza. Coplas en vituperio de las malas hembras.
«En este mundo disforme.»
— Dechado del Regimiento de principes.
«Alta reyna esclarecida.»
Garci Ordóñez de Montai.vo. Canción de Amadís de Gaula a Leonorcta.
«Leonoreta, sin (léase fin) roseta.»
Bachiller Fernando de Rojas. Canción.
«¡Oh quién fuese la hortelana.»
Anónimos. Romance.
«Tierra y cielo se quejaba.»
— Coplas de Antón vaquerizo de Morana.
«En toda la trasmontana.»
— Villancico.
«Ojos garzos ha la niña.»
460 HISTORIA DE LA POESÍA CASTELLANA
Anónimos. Coplas.
«Tan buen ganadico.i
Coplas de Magdalenica.
«Abrasme, Magdalenica.»
Villancico.
«No te tardes, que me muero. »
Canción.
«Pásesme por Dios, barquero.»
Villancico.
«Romerico, tú que vienes.»
Tomo V,
D. Enrique de Villena. El Arte de Trobar. (Extractos.)
Marqués de Santillana. Proemio e carta que envió al Condestable de Portugal
con las obras suyas.
Joan del Enzina. Arte de poesía castellana.
Antonio de Nebrija. Gramática castellana. (Libro II.)
Gonzalo de Argote y de Molina. Discurso sobre la poesía castellana.
Suero de Rivera. Coplas que hizo sobre la gala.
<No teniendo qué perder. »
Diego López de Haro. Diálogo entre la razón y el pensamiento.
«Pensamiento, pues mostrays.»
Jorge Manrique. Estando ausente de su amiga.
«Ve, discreto mensajero.»
De la profesión que hizo en la orden de amor.
«Porq'el tiempo es ya passado.>
Un combite que hizo a su madrastra.
«Señora muy acabada.»
Guevara. De un llanto que hizo en Guadalupe .
«¡O desastrada ventura!»
Juan Alvarez Gato. A una señora que vido en la cama, mal.
«Buele, vuele vuestra fama.>
Otras suyas.
«Tu, pobrezico romero.»
APÉNDICES +5l
Nicolás Núñez. Canción.
«Si os pedí, dama, limón.»
— Romance.
«Por un camino muy solo.»
— Otra obra suya, respondiendo a Alosen Fenollar.
«Señor, señor Fenollar.»
Quirós. Canción.
«Dos enemigos hallaron. >
Tapia.
I. «Estando yo descuydado.»
II. «Id, mis coplas desdichadas.»
Tomo VI.
(Sólo contiene el Prólogo.)
Tomo VII.
Juan del Enzina. Imitación de las Églogas de Virgilio.
Tytiro, quán sin cuydado.
FIN
ÍNDICE*
Págs.
Capítulo XXI. — [España en tiempo de los Reyes Católicos. — Refor-
mas políticas y sociales. — La expansión española. — Desarrollo de la
cultura; la Arquitectura; la Escultura; la Pintura; la Música.— In-
fluencia triunfante de los humanistas; Los Geraldinos; Pedro Mártir;
Lucio Marineo; Alonso de Palencia; Nebrija; La Universidad de Al-
calá y Cisneros. — Introducción y desarrollo de la imprenta. — La
Historia. — La elocuencia política. — La novela] 7
Capítulo XXII. — [La poesía religiosa en tiempo de los Reyes Cató-
licos.— Fray íñigo de Mendoza: Su vida y sus obras; La Vita Christi;
Romances y villancicos; Escenas dramáticas del poema; Composi-
ciones políticas de Fray íñigo. — Fray Ambrosio Montesino: Sus
obras; El Cancionero de Montesino; Influencia en él de la tradición
franciscana y especialmente del beato Jacopone de Todi; Transfu-
sión de la poesía popular en la artística. — El Cancionero de Juan de
Luzón. — Fray Hernando de Talavera] 41
Capítulo XXIII. — [Los poemas dantescos y alegóricos durante el rei-
nado de los Reyes Católicos. — Juan de Padilla (n. 1468); Sus obras;
El Retablo de la Vida de Cristo; Los doce triunfos de los doce apósto-
les; Complicada urdimbre de este poema; La imitación de Dante;
Carácter nacional de la obra; La dicción poética de Padilla; Imita-
dores de éste (el autor del Libro de la Celestial Jerarquía). --Diego
Guillen de Ávila. — Juan de Narváez. — La Historia Parthenopea del
sevillano Alonso Hernández; Su interés histórico. — Otros versifica-
dores de asuntos históricos] 77
Capítulo XXIV. — [Los poetas del Cancionero general de Hernando del
Castillo. — Los trovadores aristocráticos: El Vizconde de Altamira;
Don Luis de Vivero; Don Diego López de Haro; Cartagena; Proba-
bilidad de que sea este último el llamado «El Caballero de Carta-
* En beneficio de los lectores, al final de la serie de Obras completas de Mcnéndez y
Pelayo, se dedicará un tomo al índice alfabético de nombres propios de todos los de la
colección. Entiéndase modificada en este sentido la nota de la pág. 497 del tomo 11 < li-
la. Historia de la Possia hispano-americana, (A. B.)
464 ÍNDICE
Págs.
gena>.— Garci Sánchez de Badajoz; Su vida; Anécdotas sobre su per-
sona; Sus obras; Las Liciones de Job; Otras composiciones. — Bada-
joz, el músico. — Guevara. — Costana. — Don Antonio de Velasco. —
Tapia. — Favor creciente de la canción popular entre los poetas cul-
tos.— Los diálogos en el Cancionero de Castillo. — El Comendador Es-
crivá. — El Comendador Román. — Diego de San Pedro; La Cárcel de
a?nor y su continuación por Nicolás Núñez; Influencia de la Cárcel de
amor en la literatura; Otras obras de Diego de San Pedro. — La Cues-
¿io'n de amor, tentativa de novela histórica; Identificación de sus per-
sonajes; La poesía española en Italia. — Rodrigo de Cota y su Diá-
logo entre el amor y un viejo, pieza capital en la literatura del siglo xv;
Su carácter dramático; Sus imitaciones. — El Comendador Perálvarez
de Ayllón. — Colecciones que precedieron al Cancionero de Hernan-
do del Castillo: El Cancionero de Juan Fernández de Costantina; El
Dechado de galanes en castellano; El Espejo de enamorados. — La pri-
mera edición (151 1) del Cancionero de Castillo; Su contenido. —Las
ediciones siguientes. — Importancia de! Cancionero de Castillo] 125
Capítulo XXV. — "Juan del Enzina: Su biografía; Sus obras musicales;
Sus producciones literarias: Su Cancio?iero; Su doctrina literaria, se-
gún su Arte de la Poesía Castellana; Dirección de Juan del Enzina en
las vías del renacimiento clásico: Su adaptación de las Bucólicas de
Virgilio al metro castellano; Sus dones poéticos; Las obras á lo divi-
no; Poesías alegóricas y profanas; Villancicos y glosas; Su verdadero
puesto en la historia de los orígenes del drama nacional; Obras dra-
máticas de Juan del Enzina; Su influencia en la escena nacional]. . . . 225
Capítulo XXVI.— [La lírica portuguesa.— El Infante Don Pedro, Du-
que de Coimbra. — El Condestable Don Pedro de Portugal (1429-
1466); La Sátyra de felice e i?ifelice vida; La Tragedia de la insigne
reina doña Isabel; Otras obras; Últimos días del Condestable. — Los
poetas del Cancionero de Resende: Don Juan de Meneses; Fernán
de Silveira; Alvaro de Brito Pestaña; Duarte de Brito; Don Juan Ma-
nuel; Luis Enríquez; García de Resende: Su Cancionero. — Bernaldim
Ribeiro y la escuela bucólica] 305
Capítulo XXVII. — [Gil Vicente; Su carácter é importancia histórica;
Datos biográficos; sus primeras obras, imitación de las de Juan del
Enzina; El Auto de la sibila Casandra; El de la Fe; El de los cuatro
tiempos", El Breve summario da historia de Deus, y su imitación por
Bartolomé Palau; Otras alegorías satírico-morales de Gil Vicente;
Libertad de pensamiento de este escritor; Sus moralidades; La tri-
logía de las Barcas; Las comedias de Gil Vicente; Influencias que en
ellas se advierten; La comedia de Rubena y su material folk-lórico;
ÍNDICE
Aparición de la figura del bobo; Otras comedias de Gil Vicente; Sus
composiciones sueltas; Mérito extraordinario de Gil Viceute en la
historia del teatro de su país; La familia.'del poeta; Ediciones de sus
obras] 353
Capítulo XXVIII. — [Difusión de la poesía castellana en la región de
lengua catalana de la corona de Aragón (Cataluña, Valencia y Ma-
llorca).— Concentración del movimiento poético en Valencia. — Poe-
tas valencianos: Mosén Juan Tallante; El Conde de Oliva, Don Se-
rafín de Centelles; El Comendador Escrivá; Mosén Crespi de Vall-
daura; El Comendador Don Luis de Castellví; Don Alonso de Car-
dona; Don Francés Carros Pardo; Mosén Jerónimo de Artes; Trillas,
autor de las primeras sextinas castellanas; Don Francisco Fenollel;
Mosén Narcís Vinyoles; Mosén Bernardo Fenollar, el mejor poeta
valenciano de su tiempo; Jaime Gazull; Otros poetas. — La corte de
los Duques de Calabria. — Poetas catalanes: Pedro Moner y su No-
che.— Poetas mallorquines. — Don Pedro Manuel de Urrea; Datos bio-
gráficos; Su Cancionero (Logroño, 1513); Imitaciones que se observan
en este último; Los Villancicos de Urrea; La Égloga de Calisto y Meli-
bea; Otras obras; De cómo en Urrea se manifiesta y afirma por vez
primera el genio poético aragonés] 403
Apéndices 417
De la presente edición de las «Obras
completas» del Excmo. Sr. D. Marcelino
Menéndez y Pelayo, se imprimen
25 ejemplares en papel japonés, y
IOO en papel de hilo, con filigrana
propia.
No se venderán por separado los tomos
de ninguna de estas ediciones especiales.
La persona que adquiera el tomo 1 de
una de ellas, se entiende comprometida
para los siguientes, hasta que se dé por
terminada la publicación de todas las
obras.
OBRAS COMPLETAS
DE
DON MARCELINO MENÉNUEZ Y PELAYO
TOMOS PUBLICADOS
(EDICIÓN definitiva, revisada por el autor)
Tomo I. — Historia de tos Heterodoxos españoles. Tumo I. Madrid, 191 1.
» II. — Historia de la Poesía hispano-americana . Tomo I. Madrid, 191 1.
» III. — Historia de la Poesía hispano-americana. Tomo II. Madrid, 1913.
» IV. — Historia de la Poesía castellana en la Edad Media. Tomo I. Ma-
drid , 191 1-1913.
» V. — Historia de la Poesía castellana en ¡a Edad Media. Tomo II. Ma-
drid, 1914.
» Yí. — Historia de la Poesía castellana en la Edil Media. Tomo III. Ma-
drid, 1916.
EX PRENSA
Historia de los Heiorodoxos españoles. Tomo II.
Estudios sobre el Teaire de Lepe de Vega. Tomo I.
fe^
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í*^*5^
I